Habían pasado algunos días desde que el moreno presenció el beso entre la niebla y la tormenta. En ese momento se había alarmado pues la imagen había perdurado durante horas y horas, el peli plata nunca había dejado que se acercara de esa forma, siempre estaba a la defensiva. Como aquella vez que intentó besarlo por sorpresa, se había acercado sigilosamente y al verlo distraído lo tomó del mentón y antes de poder siquiera acercar sus labios el otro había reaccionado bruscamente y alejado de inmediato con un puñetazo de por medio, soltando sarta y media de palabrería.
Volteó al patio, buscando al prefecto, no había arreglado ni uno ni otro asunto; ambos, la tormenta y la nube parecían estar distantes de la lluvia, enojados más bien. Aunque con el pelinegro no tenía nada que arreglar, según él, las palabras dichas en esa ocasión había sido no más que la simple y mera verdad, la lluvia amaba a la tormenta, no obstante eso no evitó que una punzada le molestara cuando lo veía caminar a lado de la niebla, parecían cercanos, algo que tampoco había podido llegar a ver en el rostro del menor era esa pequeña pero disimulada sonrisa. Estaba mal, odiaba ese sentimiento que surgió sin previo aviso y al ilusionista que parecía estar con ambos chicos, ¿Tan atractivo era?
La tormenta con discreción veía al beisbolista, aquella ocasión aparte del beso había escuchado en su oído la frase "Conquístalo" y una caricia en su oído, la sensación le provocó un sonrojo para esas instancias y un malestar repentino que apenas llegó a ocultar, la escena de ahora mismo -la de Hibari y Mukuro- debía ser precisamente a lo que se refería, le daría tiempo para conquistarlo. Frunció el ceño, no debía interesarle todo aquello, aunque no negó una mirada a la pareja que parecía comportarse maduramente. El ilusionista llevaba ese traje que tanto le agradaba, una gabardina de color azul fuerte, largo hasta las rodillas, el cabello amarrado en ese gracioso peinado de piña y una... ¿Sonrisa?
El timbre de la escuela anunciando la hora del almuerzo interrumpió la inspección, regañándose internamente, no debía de estar viendo al bastardo que había robado su primer beso.
— Tsk… Oe será mejor que te apures si quieres comer tranquilamente. — Dijo la tormenta mientras pateaba el banco donde se encontraba el pelinegro, dando a entender la indicación, llevaba en su mano derecha un bento con dos cajas de almuerzo, era obvia la intención a pesar de no haber sido mencionada.
— Ma~ ¿Estarás bien conmigo? — Los celos se hacían presentes, emanando desde el pecho y expandiendo por todo el cuerpo, era algo imposible de controlar, al menos para el beisbolista.
— ¿Ah? ¿De qué estás hablando, idiota? — Frunció el ceño, no lo entendía, no podía leer ninguna emoción del más alto.
— Mukuro y tú…. — Se quedó a medio decir, lo demás ya era solo deducción que no le había costado en absoluto al de ojos jade.
— Tsk… ¿Nos viste? — Algo estaba mal, se sentía mal por ello pero la vez era ¿alivio?
— Gokudera… Bésame. — Pidió dejando el recreo y almuerzo de lado, tomándolo del mentón, acercándose rápida pero peligrosamente.
— Imbécil…— Murmuró el chico bomba, nervioso por el contacto, aunque algo molesto, no se entendía el mismo, ¿Qué era ese sentimiento ascendente que le rodaba por la consciencia? El dolor de la traición.
Poco a poco los labios se fueron uniendo cuidadosamente, sería el primer beso entre la lluvia y la tormenta, un momento entre ambos chicos que quedaría en la mente de ambos muchachos. Un roce de labios y pronto los sentimientos emergieron.
El deslice de la puerta fue el detonante para separarse después de algunos segundos, apareciendo tras ella los otros dos tan conocidos, niebla y nube, el primero con una medio sonrisa, el segundo con la expresión neutral.
— ¿Oh? ¿Desde cuándo están permitidos estos actos en las aulas? — Una sonrisa de burla, desdén, aunque torcida, más enojado de lo habitual.
— Oya, oya~ Ave-kun, ¿No crees que estas siendo demasiado duro? Kufufu~ Aunque es de esperarse, siendo tu novio uno de ellos. — La burla dentro de la voz era evidente y el cabreo que llevaba, la incitación a la pelea.
Hibari solo levantó una ceja, sabía por dónde iba. Una sonrisa de arrogancia apareció en su pálido rostro y agradeció en mutismo al ilusionista, esa era la forma de controlarse y pelearse al mismo tiempo, esa misma tarde ambos habían estado platicando sobre lo acontecido con anterioridad, el día de ayer, las palabras y actos que intercambiaron.
— ¿Novio? No recuerdo nada como eso. — Un golpe bajo para el azabache que se mantenía a escasos centímetros aún del menor. Sin quererlo el ilusionista hizo una mueca que no pasó desapercibida por el contrario, detectando cierto malestar.
A pesar de eso, la fría mirada del ilusionista era lo que lo hizo estremecer al de ojos jade, como si desaprobaran su actitud, su comportamiento, eran más fáciles de leer, eran más claros que cualquier otros que hubiera visto antes, incluso los de su preciado jefe.
Por su parte el ilusionista dio media vuelta y dejó en la estancia s la lluvia, nube y tormenta, con cierto aire de incomodidad y tensión.
La tormenta estuvo a punto de ir con él, de querer saber que le sucedía pero al caer en cuenta de sus pensamientos se detuvo, cosa que no se notó pues ni un milímetro se había movido desde que los últimos habían interrumpido el beso.
Cayó presa de la incertidumbre, volvió la mirada al sentir un fuerte agarre en la muñeca y detectó la mirada ámbar verlo con angustia, acto seguido y acto reflejo para el beisbolista rodeo la cadera del peli plata y lo atrajo más a su cuerpo.
El corazón corrió desenfrenado con un tinte carmín tiñendo las mejillas, dando la impresión de ser una manzana de mechas blancas. El guardián de la tormenta no sabía qué hacer en esa situación.