Fueron sus momentos de debilidad, fue en ese preciso momento que lo pudo lograr.
Capturar a un vulnerable corazón, era su especialidad. Más si se trataba de la persona que más amaba, que deseaba desde hace mucho, demasiado tiempo.
Con el corazón confundido y un mal de amores fue capturado entre los brazos albinos, reconfortado. Dejó salir las lágrimas que hace mucho tiempo reprimía en el corazón.
Esa noche lo sostuvo en sus brazos, aferrándose con fuerza, negándose a soltarlo. Lo tomo como un pilar para no derrumbarse, reemplazar el propio que parecía caerse a morones, el único pilar que sostenía esa personalidad tan caprichosa, pero esa misma noche alguien más lo ayudó a sostener su mundo, sostenerse para no caer.
Solo fue un beso, un intercambio de miradas, una caricia en la mejilla derecha y sostenerlo de las caderas.
A pesar de que había dormido en la misma cama nunca se atrevieron a dar un paso más adelante.
Sin embargo para el ilusionista significó demasiado, que alguien lo ayudara, que lo sostuviera, necesitaba alguien en quien confiar, necesitaba alguien a quien querer.
“Mukuro-chan, dame solo una oportunidad para hacerte feliz”
Susurró el albino al oído ajeno, era un tono suave, no demandaba respuesta inmediata ni mucho menos demostraba la actitud arrogante del más alto. Esperó con paciencia, uno, dos minutos. Los labios del heterocromatico parecían estar sellados. Soltó un suspiro y cuando estuvo a punto de dejar el tema de lado observó al menor acercarse y corresponder con ese beso, tan puro, no tan propio de él y un “SI” apenas audible.
La mañana siguiente fue encantadora, al menos para el de ojos violetas, despertar acompañado de su tan preciado amor platónico. ¿Debía ir deprisa o esperar? Quería ya que todo el ser del ilusionista fuera suyo, que solo pensara en él, que no recordara a la odiosa tormenta.
Pero si fuera así de sencillo no sería nada divertido, ¿Verdad?
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Siete días. Pasaron siete días desde entonces y no fue sencillo, no entendía el dolor que le asaltó cuando vio de nuevo la lluvia, recordar los labios del ilusionista sobre los suyos, fue demasiado doloroso.
Pero no terminó ahí.
Cuando pensó que al fin lo había superado lo veía rondar de nuevo por los pasillos de Namimori, tan calmadamente como si la persona que estuviera a su lado no fuera el prefecto.
Los veía reír, dirigirse miradas desafiantes y concluir en risas tranquilas. Se detuvo en seco, quería alcanzarlo. Preguntarle si lo que le había contado su tan preciado Juudaime sería verdad.
— ¡Mukuro!
Parpadeó algunas veces, el castaño se posicionó delante del mencionado y trató de alcanzar su mano, sus ropas, trató de tocarlo, pero las armas de metal se lo impidieron, las relucientes tonfas se interponían entre ambos, como acto reflejo del azabache presente.
— Sawada Tsunayoshi, no deberías de tocar lo que has rechazado.
Media sonrisa adornaba el rostro del carnívoro, unas insanas de proteger a la persona que estaba a su lado se instalaron en su ser, no dejar que ninguna mano lo tocara, él también, Hibari, ya lo había rechazado, pero, no como el castaño, habían quedado en cierto acuerdo que solo se daba entre ellos, acordando conocerse mejor y a pesar de eso solo sentía crecer la distancia cada vez más entre ellos, era inalcanzable a pesar de tenerlo a unos cuantos centímetros, ¿Por qué? Solo la tormenta había alcanzado el corazón de la niebla.
— Oya~, no deberías de ser tan celoso.
A punto de recibir la recompensa, la nube bajó la guardia, esperaba aquel deleitante beso en la mejilla. Un beso que nunca llegó, un beso que solo se quedaría en la ilusión.
Un beso robado.
— Mukuro-chan no debería de estar repartiendo su amor por todas partes, cuando ya es mío.
Se acercó hasta la oreja a susurrar, tomarlo del mentón y besar el mismo para hacer sonrojar al menor, acto conseguido y para sorpresa de todos el heterocromatico encendió en un tono carmín. Colocando las manos delante del mayor y tratando de alejarlo de él.
— Kufufu~ No hagas esas cosas aquí.
Lo alejó pero no negó la afirmación anterior, más de un espectador se quedó con las ganas de querer provocar lo mismo, pero ninguno tuvo la oportunidad, solo veían a la pareja forcejear, intercambiar uno que otro beso.
Nube.
Tormenta.
¿Qué es lo que harán?
Lluvia, no caigas en la tentación de la niebla.
La niebla hipnotiza, confunde.
La niebla ama.
Y era amada.
Por todo aquel que la viera, en estado tan sumiso.
No caigan ni uno más.
No dejen ir a los demás.
Ah, demasiado tarde.
Han caído, de nuevo.
No dejen que la niebla se de cuenta.
Pero vayan tras ella.