– ¿Era esto lo que pretendías desde el principio? – preguntó Louis mientras Lestat bajaba hacia su cuello y daba pequeños mordiscos.
– Sabía que te negarías rotundamente ¿tengo razón?
– La tienes, ciertamente – afirmó, dando un fuerte empujón al otro, que fue a dar hasta la pared contraria para luego caer de bruces contra el suelo.
El moreno rio, divertido, al ver a su rubio mirarlo con rabia en los ojos, principalmente, pero con la diversión y la lujuria en el trasfondo.
– No es digno de mí hacer esta clase de cosas en público – anunció mientras se cercioraba de su aspecto. – A ti definitivamente no te importa, así que ¿por qué no guardas la compostura mientras regresamos a casa? Quizá Claudia ya se encuentre ahí.
– ¡Louis! – reprochó con fastidio y el ojiverde comprendió lo que quería decirle.
– Eres como un niño, Lestat. Un diablo caprichoso – dijo con desaprobación.
El ángel rubio sonrió y lo miró seductoramente.
– Oh, Louis. Nosotros también necesitamos de nuestra privacidad. ¡Y eso no se puede si Claudia está toda la noche con nosotros!
– ¡Bastardo! ¡Tú le devolviste la vida!
– ¡Y tú se la arrebataste! No tienes ningún derecho a decirme algo así.
Ahí estaban de nuevo, discutiendo. Su relación siempre había sido así, una mezcla de amor y odio mutuos. Podían llegar a hacerse mucho daño, pero por lo general, alguno de los dos cedía; casi siempre era Lestat. No importaba qué dijeran o hicieran, todo llegaba a perdonarse eventualmente.
Louis calló por unos segundos, le dio la espalda y comenzó a alejarse velozmente. Lestat le tomó del antebrazo y lo obligó a volver.
– No quise decir eso. – No Lestat, saben tan bien como yo que lo dijiste con toda intención – expresó con la mirada dolida.
El rubio miró el suelo, agobiado. No dejó de sostener fuertemente al otro.
– Lo siento, pero ¿es tan incomprensible para ti el que quiera intimar contigo? – preguntó como estupidizado, mientras le miraba fijamente.
Que perfecto le parecía ahí, esperando con ansias las palabras que deseaba oír, y que arreglarían la situación. Entonces, como tonto, Lestat le soltó:
– ¿Me quieres aún?
Su rostro se suavizó y sonrió ligeramente.
– Sí, aunque eres un tonto.
– Entonces… ¿quieres un poco de aventura? – el corazón de Lestat palpitaba con violencia. Sería tan grandioso – decídete.
Louis no dijo nada. Le miraba tan afectuosamente que apenas podía soportarlo. Sacudió la cabeza negativamente, pero no era un no.
– Es casi seguro que me arrepentiré, pero…
– De acuerdo, pues – extendió los brazos, los colocó firmemente en su cintura y lo levantó a peso. Louis, sorprendido, apoyó las palmas en los hombros del otro por instinto. Lestat se rio a carcajadas mientras le estrechaba más. Algunas personas de entre las que los rodeaban, se volvieron a verlos con curiosidad en la mirada.
– ¡Bájame! Las personas nos miran – susurró.
El rubio lo hizo y Louis se alejó dos pasos de inmediato mientras comprobaba su aspecto y se arreglaba rápidamente.
– Mejor olvídalo, me voy a casa – amenazó.
– ¿En serio te vas? – Lestat libró el espacio que los separaba y le rodeó la cintura con un brazo, ahora no podía huir de él – Ahora volveremos y pasaremos un increíble momento.
Louis manifestó una última débil protesta, pero su rubio amante ya le había tomado de la mano, y se encontraban de camino a casa.
CONTINUARÁ...