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Homicidal creatures. por DaevaQuinn

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Notas del capitulo:

Hola *^* Es mi primer fic original (y el primer fic... jeje) así que aquí está, una historia que tenía en la cabeza hace rato y ahora veo como la voy sacando. x3
Para aclarar, los capítulos van a estar narrados por el protagonista, y planeo hacer algo como "otra parte" cuando termine esta, narrada por el otro protagonista. Si me sale bien y no me aburro de la historia antes :P
Espero que les guste ^^

Es el sexto homicidio de la semana. Y recién estamos a miércoles.

El cadáver está degollado, a pesar de que fue lavado y limpiado recientemente. El cuello, donde está la profunda y alargada herida, se encuentra recolocado y a punto de ser envuelto en flores. En sus buenos tiempos, ésta hubiera sido una mujer preciosa, de largos cabellos color oro y ojos que parecían tener un color verde muy bonito. Qué decir de la piel, blanca incluso antes de estar muerta. Los análisis forenses dictaminaron que, además de muerte por desangramiento, fue violada brutalmente por dos o más hombres, creando varios desgarros e incluso pérdida de consciencia antes de la muerte.

Pero ahora, incluso parece en paz. Las pestañas tupidas y el rostro lavado. Calmada, dormida.

Y se preguntarán, ¿por qué estoy viendo un cadáver?

Entre muchas cosas, porque soy el hijo del funebrero.

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Mi infancia se resumía al ver cómo cuerpos entraban destrozados y mi padre los recomponía. Christan siempre fue una ciudad de delincuencia, y mi padre, un hombre confiable para el manejo de cadáveres. Los hacía ver como si hubieran perecido por muerte natural, organizaba el funeral y adornaba con coronas de flores que, en todo tiempo, mi madre se había encargado de trenzar mientras cantaba tontamente una cancionsilla.

Luego comprendí varias cosas, a medida que fui creciendo. Que mi padre no era mi padre, era mi tío, el hermano mayor de mi madre, a pesar de que aún sabiéndolo no podía dejar de llamarle papá. Eso era para mí, más allá de la sangre que corriera por mis venas.

Y que mi madre padecía un retraso mental.

En su cabeza, habitaba la mente de una niña de no más de seis y siete años. Caprichosa, exhuberante, chillona, histérica, dulce, infantil. Al yo ir madurando, fui cuidando de ella. Y se preguntarán, ¿cómo es que una mujer retrasada tuvo un hijo? Fácil. A diferencia de unos cuantos, yo soy hijo de una violación. De una noche en la cual mi madre se perdió de la vista de su hermano, y caminó sola por las calles de Christan, siendo atacada por vaya a saber quién. Nueve meses después, de ella salió una cosa de 2,600 kilográmos a la cual llamaron Mathia Dawson, con ojos grises que pasaron a ser azules y cabello que, de rubio, se oscureció con el paso de los años.

No es como si me molestara. Solamente constata lo que las noticias ahora no pueden ocultar, que Christan es una ciudad de delincuencias. Siempre lo fue. Sin embargo, ahora, está peor.

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—Mat, ¿puedes ir a comprar algo para cenar? —la voz de mi padre me distrae entre mitad de resumen del trabajo de historia. Más allá de los asesinatos, soy un chico de diecisiete años normal, que de vez en cuando ayuda a su padre con su trabajo, por más asqueroso que éste sea.

—Claro —me encojo de hombros y busco mi chaqueta. Al ser otoño, las calles están frías—. ¿Qué cosa?

Observo su rostro. Sus ojos azules hundidos; ojos azules, como mi madre, como yo. Sus ojeras y la palidez de su tez. Se ha manejado mucho tiempo con cadáveres, pero sé que esto lo está consumiendo. Ya ha visto el cuerpo de tres de sus amigos. No sé, y tampoco quiero saber, qué es lo que habrá visto ahora. Tal vez otro más de sus amigos, o una niña pequeña, o un niño regordeto y cubierto de pecas como el que él quería tener con Sophia Mellory y jamás pudo, ya que Sophia Mellory fue una de las primeras desaparecidas antes de su boda.

—Cualquier cosa —responde con desgana, tomando aire—. Lo que te apetezca.

Se va, con pasos fuertes, bajando la cabeza. Veo lo mal que está y sé que no puedo hacer nada para ayudarlo.

Las calles se ven extrañamente pobladas para estar en medio de una epidemia de homicidios. Son las ocho de la noche, minutos más, minutos menos. Oigo y resoplo ante las noticias, que informan que, más allá de lo que se cree, las desapariciones y muertes en Christan están creciendo junto con la gente abandonando la ciudad. Planean hacer una evacuación por sectores, y ver qué tal resulta, ver si consiguen atrapar a los culpables.

Mientras cuento los billetes que llevo en la cartera, me digo que por más que analicen a todos los ciudadanos jamás los atraparan. Son asesinos astutos, rápidos, ágiles, capaces de matar sin ser vistos, secuestrar a sus víctimas, no dejar a nadie vivo para contar qué ha visto. Sin testigos, no hay pruebas.

Suelto un suspiro mientras doy la vuelta a la siguiente calle y encuentro un negocio italiano de los caros. Al principio, cuando papá comenzó con los muertos, no pensamos que podríamos comer allí nunca. Pero digamos que ahora, tener una pompa fúnebre es un negocio muy rentable.

Compro tres platos de pasta con pesto y pollo a la campesina. Mamá también tiene que comer, aunque muchas veces juega con la comida y tarda el doble de lo normal en hacerlo; es una de las cosas a las que nos hemos acostumbrado, o por lo menos, yo. A mamá, la quiero, a pesar de que sea más como a una hermana o niña pequeña que a cómo a una madre.

Estoy volviendo para casa cuando lo veo.

No es más que un movimiento entre la gente, pero de pronto aparece, como si hubiera estado ahí siempre, siendo arrastrado por una multitud que espera llegar a casa. Sé que no estaba, porque no avanzó, sino, apareció.

En su cara blanca, de ojos abiertos y vacíos, se ve la muerte.

Entonces, se desploma en en suelo y yo apresuro el paso sin preocuparme más. Estaba muerto cuando observé sus ojos sin luz, y prontamente aparecerá en casa, ya que sea quien sea, seguramente tendría una familia que lo querría ver entero antes de enterrarlo.

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Como con un nudo en la garganta media hora después. Mamá canta una canción infantil, una nana animada y movida mientras juega con los tallarines en el plato. El tenedor chirría contra la porcelana. Papá hace comentarios bajos que no oigo.

Sólo espero el timbre.

Tendría que sonar. El joven estaba muerto. Sus ojos, apagados. Su tez, pálida. Sus labios, cortajeados. La sangre salpicaba su cabeza y goteaba de su nariz coagulada. Muerto. Muerto. ¿Por qué no llamaban al timbre? ¿Por qué no llegaba la poli, trayendo otro cadáver muerto misteriosamente? Y las familias. Y los amigos. Y...

El teléfono. Casi confundo el timbre con el teléfono, y prácticamente salto de la silla y corro hasta el pasillo. Antes del tercer timbrazo, lo levanto.

—¿Diga?

—¿Mathia? —es una voz femenina, que reconozco casi al instante como la de Abella, una vieja compañera de mi padre y una enfermera—. ¿Se encuentra Thomas por allí?

—No —miento con rapidez. Quiero que me lo diga a mí. Quiero saberlo yo primero—. Está ocupado.

—Oh, Mathia, no sabes... —está emocionada, demasiado, y oigo los llantos de fondo. Una noticia trágica. Pobre familia—. Mi hijo, Eric, había desaparecido. Y ahora apareció.

—¿Muerto? —no sé para qué pregunto. Tal vez la emoción desconsolada de su voz me incomoda. Es una emoción más propia de una felicidad que de una tristeza.

—No, Mathi, no —entonces, oigo las lágrimas de felicidad—. Vivo. Eric está vivo. Está siendo tratado en el hospital central. Está vivo, y vio a los asesinos. Va a declarar y estaremos todos salvados de la tragedia.

Siento náuseas, y me cubro la boca para evitar devolverlo todo. No. Es imposible. ¡Qué idiotas, joder, qué idiotas!

—Qué felicidad —digo, incrédulo, sin reaccionar. Joder, esto era imposible. El teléfono me tiembla en la mano mientras me imagino la escena. Una víctima. Un sobreviviente. Una presa viva.

Joder.

Thomas aparece y me quita el teléfono de las manos al ver mi rostro, y sé que piensa que puedo estar asustado, o anonadado; que tal vez uno de mis amigos fue la víctima esta vez, o incluso algún familiar. Toma el teléfono y se entera de las noticias. De las buenas noticias. La sonrisa brilla en su rostro como hacía tiempo no había brillado, e incluso sus mejillas se hinchan y toman un poco de color.

Yo no puedo reaccionar. Me estoy allí unos instantes, helado, asimilando la noticia. Vivo. Está vivo. El crío está vivo. El joven está vivo y dice haber visto a los homicidas.

Corro escaleras arriba y busco mi abrigo de salir. Es negro y me llega hasta los muslos, capaz de darme el calor necesario y no pasar de lujo exagerado. Me cambio las deportivas por los borcegos y sin olvidar tomar el lápiz de ojos salgo casi al trote, ignorando a mi padre en el pasillo, al teléfono, llorando de la felicidad. No me importa lo que piense que voy a hacer. Yo tengo unas cuantas hostias que dar.

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Puede ser que no comprendáis mi comportamiento, pero dejadme explicaros un poco.

Los asesinos de Christan no son humanos. Pueden disfrazarse como ellos, sí; fingir que son unos simples y banales humanos, cuando en realidad...

En realidad, somos criaturas. Y un fallo como este puede poner en peligro a toda la estirpe.

Y no dejaré que mi raza corra de nuevo este riesgo.
Notas finales: ¿Y? ^^ ¿Qué les pareció? :3 Espero haber puesto un poquito de suspenso... pero no sirvo para eso, así que díganme :p Entonces, ¡espero sus reviews! Me encantaría tener algunos si no les molesta, tengan compasión de mí ewe~
Bueno bueno, gracias por leer y buenas bueeenas tardes *-*

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