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Entre el cielo y el infierno… tú mi perdición por Selenaxx

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Notas del capitulo:

Espero sea de su agrado... :)

En el lugar de siempre, con la misma penumbra, a la luz de unas cuantas velas y la decoración en rojo, mi dulce tortura ha empezado…

Sentado frente a mí, tan frío, inmutable se encuentra el ser que me ha introducido en este infierno, su infierno, él se ha vuelto… mi dosis personal de locura y éxtasis… Alexander Baltimore…

-Te odio… le arrojo en un jadeo apenas audible mirando hacia el suelo y con los ojos cerrados. No quiero verlo, no quiero verlo… pienso.

-Mentiroso…, los niños buenos no deben decir mentiras- me responde sonriendo- Ahora bien… quiero oír a Miaskovsky, soneto para cello y piano N°2. Aunque en este caso, solo será el cello.

-¿Sólo quieres que toque esa pieza, verdad…?

-Abre las piernas Gabriel… introduce el cello dentro de ellas y hazme escuchar cuanto has mejorado, espero que las cadenas no te incomoden, las he colocado de tal manera que no te dañen.

Qué más da, sólo un ciego no vería la herida de mi tobillo y la poca sangre que se escurre en mi piel, me pregunto si él estará bien con eso.

 Empiezo a tocar la pieza… creo que he mejorado. La bata roja de seda que llevo se empieza a deslizar por mis hombros, el cabello me incomoda, ¿Le gustará? Pienso, desde que lo conocí mi universo gira en torno a él, he traicionado mis principios, mi fe, he corrompido mi luz… por él, la única satisfacción que ahora tengo es que cada vez me introduzco más en su interior, conquistare cada órgano, cada sentimiento suyo, no dejare que mire a nadie más. Si él es oscuridad, yo seré luz y como luz me posicionare en sus entrañas, entonces atraeré todo de él, vendrás como una mosca a la luz, incluso si eso significa tu perdición, entonces y sólo entonces mi amor, estaremos a mano y sólo así pagaras este amor insano que me ha sumergido en tu infierno.

-Y bien… ¿Crees que estoy cerca de alcanzarte?- pregunto, empujando levemente el cello para que caiga sobre la alfombra, pero manteniendo las piernas abiertas.

La bata que está bastante entreabierta deja expuesta mis desnudes, porque eso sí no tengo nada dentro. Permanezco en la posición en la que me quede haciéndole una invitación pecaminosa, lo miro divertido… ¿Vendrá? Él, sólo me mira, está enojado, furioso, lo sé, yo lo provoque pero bien que se lo merecía.

-¿Debería premiarte por tu actitud?, me parece que no…- Me dice acercándose a paso lento, como una gacela.

Que excitante su presencia, su cercanía… El solo imaginar lo que quiero que me haga me excita… quiero… que me toque…

-Hoy vas a ser castigado Gabriel… te lo mereces, lo sabes…-Me dice en un susurro en mi oído.

Me muerdo el labio inferior, no quiero que escuche que sólo su vos me hace jadear, la presión ha hecho que me lastime y la sangre corra sobre mi mentón. Él sin reparo alguno, lame la sangre, está en su instinto y es su tortura, sí… yo lo sé, lo hago adrede, quiero que se descontrolé, pero está muy molesto incluso para eso.

Con una pierna posicionada en mi entrepierna y con sus dedos deslizando la bata, se acerca a mi oído… ¿Qué quieres? Me pregunta… y yo… yo no puedo más, suelto un jadeo, rodeo mis brazos por su cuello…

-Házmelo…

Mi cuerpo arde porque me ha empezado a tocar, la bata ya está fuera, cada caricia… es un mar de lava desbordándose, sutilmente me acuesta sobre la cama y… un beso…

-Umm...mm… ah… Al..alexander…

A respuesta rompe el beso, y sus ojos grises no hacen más que perderme en esa dulce sensación, sus manos habidas han empezado a tocar mi miembro y la otra a penetrar mi ano, uno, dos, tres dedos.

-Ah! Ah! Ah! Por… por favor, métemelo ya…

El fluido viscoso que sale de mi pene no hace más que corroborar mi desesperada situación… Pero sé que el hará caso omiso de mi petición, está enojado y aún lo veo en sus ojos grises, seguirá con su tortura hasta verme al borde de la locura…

-Voy… me voy a… me voy a  venir…-le digo en un delirio

-No lo creo, pequeño ángel…-me dice sonriendo sádicamente.

Lo sabía, será una larga noche… no importa, mejor aún… Decido empezar un juego, debo tentarlo, quiero tenerlo dentro, no puedo esperar más, abandono el poco sentido común que aún me queda y me dejo llevar al máximo por sus manos, trato de alcanzar su boca, jadeante me acerco, débil me levanto

-Be…bésame- le digo con el rostro sonrojado, el cabello rubio callándome en el rostro, la boca entreabierta y los ojos suplicando.

ÉL lo hace, lo he conseguido, con los brazos aprisiono su cuerpo y con las piernas envuelvo sus muslos, se deja llevar lentamente… este traje, su traje, me estorba, así que poco a poco me deshago de él dejándolo desnudo a mi merced, lamo su abdomen, subo hacia su boca

-Ah! Alexander, mételo ya, te quiero dentro… - le susurró al oído

De un tirón me posiciona boca abajo, levanta mis caderas y… su miembro… lo siento en mi entrada, deslizándose poco a poco en mi interior…

-Tan… grande… mmm ah!

Arqueo mi espalda, lo más que puedo, quiero tenerlo muy adentro, suavemente empieza sus embestidas, mi mente se pone en blanco, mi cuerpo y todos mis sentidos se entregan por completo al placer

-Alexander… ah, más… quiero más-Pido

Me complace, mi amado Alexander me complace. Le quiero tanto… Su miembro a alcanzado mi punto más sensible, arqueo mi espalda levanto mi cabeza como si contemplara algo invisible mi largo cabello se desparrama en mi espalda y él… él me toma del mismo obligándome a arquearme aún más, volteo a mirarle, para perderme en sus ojos que miran con deseo y en su cuerpo viril que me embiste lujuriosamente.

-No puedo más… me voy a correr, ah! Ah!-le digo gimiendo

-Ya te he dicho, ¡que estas castigado!- me repite

Esa parte de él… aun le temo, mi tortura recién empieza, aún quedan muchas horas para que amanezca.

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La nieve está cayendo mientras el pequeño Gabriel mira hipnotizado sus desgastados zapatos, se hiso un agujero, ¿Dónde? y ¿Cómo? , no lo recuerda. Este año ha sido uno de los más fríos que ha experimentado en su corta existencia, las calles de París están cubiertas de un manto blanco y los pies del pequeño Gabriel están sucios y enrojecidos.

-¿Dónde pasaré la noche el día de hoy? se pregunta así mismo.

Decidido a encontrar un lugar donde dormir y conseguir dinero para comer se dirige a una de las calles más famosas de París por su lujo y tiendas de renombre, la Rue du Faubourg-St-Honoré. Gabriel sabía que en esta calle se encontraría con parte de la aristocracia francesa, nunca había caminado por aquella calle porque estaba al otro lado de la ciudad, sin embargo,  sus amigos le habían dicho que se podía conseguir muy buenas limosnas ahí y aunque la idea de pedir limosnas le pareciera decadente, porque eso sí nuestro pequeño Gabriel a la tierna edad de ocho años era muy independiente y orgulloso, sin embargo tenía un hambriento estomago que alimentar, y hambre puede más que orgullo. Tras una hora de caminata llegó a la calle de ensueño que su ilusionada mente imaginó, hombres y mujeres vestidos con los más hermosos trajes que jamás había visto se paseaban por aquel lugar con los sirvientes a sus espaldas cargando las compras que sus señores hacían.  Mientras observaba embobado pudo divisar al lado contrario de la Rue du Faubourg-St-Honoré a un pequeño de cuatro años de edad, Gustave…

- ¿Qué está haciendo aquí? Pensó, - Hey! Gustave ¿Acaso no te dije que debías esperarme con los demás? Dijo Gabriel.

El pequeño, que ya había visto a Gabriel en la calle contraria observo con alegría su paso apresurado hacia él.

- Tengo hambre hermano… dijo Gustave débilmente

- ¿Qué tienes?, ¿estas enfermo? Dijo Gabriel al Observar a un pequeño Gustave ojeroso y un poco morado.

- No sé... me duele el estómago, quería verte hermano… soltó débilmente el pequeño. Pero algo estaba mal, su cuerpecito estaba tiritando. –No quiero que mi hermano se preocupe… pensó Gustave, pero no pudo más, de pronto su alrededor se puso muy brillante y luego negro…  -Hermano…

- ¡Gustave!, ¡Gustave! Despierta- gritaba -Por favor,  alguien, que alguien me ayude… ¡mi hermano ha colapsado! Dijo Gabriel aferrándose al brazo de un hombre.

- Suéltame mocoso, ¡estas sucio!- dijo el hombre.

- El otro chiquillo se desmayó. ¡Por Dios querido puede tener una enfermedad contagiosa!, vámonos de aquí ¡rápido! Dijo la mujer que acompañaba al hombre.

Los desesperados ojos de Gabriel observaron con abandono a aquellas personas irse, volteó, todos lo observaban con desagrado. Se había sentido sólo muchas veces por no tener madre ni padre, sin embargo siempre tuvo a su hermano, al pequeño Gustave que con su inocencia lo mantenía fuerte, lo animaba y le daba sentido a su vida, pero hoy… hoy era diferente, estaba rodeado de personas que querían por todos los medios desaparecer su presencia.  Llorando, tomo a su hermano y con el mayor esfuerzo que su cuerpo le permitía hacer empezó a correr como si su vida dependiese de ello, llegó a un callejón, no podía más… Sobre unos cartones coloco a su hermanito…

-Gustave, soy yo… Gabriel… despierta -decía sollozando. – Gustave… por favor…

-Hermano… no llores, mira… ya me levanto… Dijo Gustave con dificultad tratando de levantarse, pero cuando estaba en la mitad de la acción volvió a caer.

Primero expectante y luego temeroso tomó a tiempo el cuerpo de su hermanito antes que se golpeara contra el piso. Hacía frío, tenía miedo pero sobre todo sentía un infinito abandono en su alma, ¿Qué debía hacer? Miraba de un lado a otro en busca de ayuda, de una respuesta… blanco blanco… blanco solo podía divisar la nieve que se amontonaba en las calles, sino hacía algo Gustave empeoraría y tal vez podría perderlo, así como a su madre…  No… no quería perder a otro ser amado más, con impotencia se levantó, tenía que correr, correr por ayuda, de pronto pensó en alguien, ¡claro!... la señora Alizée, ella siempre los había ayudado desde que su madre murió. A punto de emprender el camino, una pequeña mano lo detuvo…

-Hermano…- decía desde el suelo el pequeño- ¿recuerdas… la carta que escribiste para mamá? Fue lo primero… que escribiste cuando… (Bocanada de aire) aprendiste a hacerlo – no era bueno la respiración se le estaba entrecortando- mira…

Gabriel vio lo que tenía entre sus manitas, ahí estaba, un sobre maltrecho y un poco viejo por haber sido escrito un año atrás… ¿Por qué Gustave tenía aquel sobre? Pensó que se lo había llevado el viento, pero ahí estaba, tal y como la recordaba.

– Lo siento hermano… creo que me iré con mamá… pero no llores- decía el pequeño utilizando sus manitas para limpiar las lágrimas del sucio rostro de su hermano - yo te cuidare siempre…  además (tomando bocanada de aire), por fin podre darle tu carta hermano…

-¡Gustave!-Gritó horrorizado Gabriel

Como una muñeca rota, el cuerpecito de Gustave se quedó inmóvil, frágil sobre el suelo… ya no hablaba, las lágrimas de sus ojitos resbalaron mientras perdía su brillo, mirando a la nada, como si pudiese visualizar un camino que solo él podía ver. Gustave lo había dejado, ahora Gabriel ya no tenía a nadie, estaba solo…

-Gustave… ¡no!, no me dejes solito…  ¡Gustave!, ¡Gustave! –Gritaba.

Gabriel ya no sollozaba, lloraba… lloraba amargamente, porque su hermano se había ido y el no pudo hacer nada, porque nadie lo ayudo, porque todos lo rechazaron y nadie se compadeció de su dolor, porque estaba hundido en esa maldita mierda llamada pobreza… Si… por no tener dinero murió mamá, ahora Gustave… pensaba Gabriel, si hubiese tenido dinero todo sería diferente, su madre estaría viva porque hubiesen podido costear un doctor al igual que Gustave, ahora estarían juntos viviendo en una bonita casa, los tres… si… los tres serían felices

-¡Maldita pobreza!...-decía llorando sobre el suelo helado abrazándose a sí mismo- ya no quiero ser así… no quiero vivir más de esta manera… -tenía que cambiar…

En el pequeño corazón de Gabriel  se almacenó un gran resentimiento, ya no quería ser más el chiquillo que hacia cualquier mandado por un poco de comida, quería ser más rico que aquellos que lo despreciaron, quería humillarlos y menospreciarlos también,  pero para eso necesitaba poder, necesitaba dinero y él lo lograría… sí que lo haría... No importaba el precio.

 


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