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Tiñéndola de carmín por Baal

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Notas del fanfic:

Pues bien, veamos. En ésta historia principalmente me dejé llevar por lo romántico, y, en vez de pensar en una trama sólida con personajes redondos y más de un capítulo, pensé en un tipo de amor algo espiritual, una tragedia romántica (sin ser digna de ser llamada de ésta manera), en tiempos algo feudales,  inspirada por una canción en particular (aunque nada que ver con la historia en sí lols) y katanas. Estaba pensando en incluir por ahí un poco de lemon, pero en vista de que no me gusta mi narrativa respecto a éste asunto, me negué rotundamente. Pero trabajaré en eso, jé.

Espero que sea de su agrado.

Tiñéndola de carmín.

 

 

 

Solía amar la nieve. Le gustaba, en particular, esa sensación algo sobrenatural que traía consigo. Como si callera, junto a ella, un halo de pureza sobre tan corrompida cuidad. Era casi mágico cómo con su llegada todo volvía, de golpe, tranquilo, silencioso, y, en un sentido totalmente irónico, hogareño. Le gustaba también el hecho de no poder siquiera vislumbrar lo que pasaba diez metros delante de él, como si el destino jugara con él.  

 

«—Quédate conmigo. — Aferrado a la manga de su kimono le suplicó con un creciente terror dentro sus ojos— ¿Es, acaso, mucho pedir?

 

«— Tengo un deber que cumplir, Kazuo* — Le respondió revolviendo con cariño los cabellos de su pelinegro, y luego lo apartó a un lado. Ya era la hora de partir.

 

Con pesar le acompañó a la puerta de la humilde casa que compartían y le hizo entrega de su katana, inclinándose con respeto y cariño. Mamuro* la recibió y le regaló una sincera sonrisa que Kazuo no logró ver.

 

Se irguió para verle marchar con prisa y el corazón doliéndole de tan oprimido que estaba.

 

Solía amar la nieve, porque le gustaba el hecho de no poder siquiera vislumbrar lo que pasaba diez metros delante de él. Pero, en éstos momentos, la odiaba con todo su ser.

 

Apenas podía distinguir la figura de Kazuma*, su formidable caballo negro y grande como un árbol caminando junto a él. Le pareció incluso gracioso lo amable que podía llegar a ser  Mamuro, quién le guiaba a un lado,  al no querer cansar camino de su caballo llevándole a cuestas mientras sabía que éste, quizá, sería el último día que viviría.

 

«—Kazuma fue mi primer caballo — Le comentó Mamuro un día — El emperador me lo dio hace algunos años atrás — Kazuma era importante para Mamuro. Fue lo primero que supo sobre él Recordaba el brillo que portaban sus oscuras orbes mientras tomaba el té.

 

¿Y si quizá ya no podía compartir una taza de té con él nunca más? ¿Qué pasaría con su corazón si nunca más lo veía amanecer a su lado, si nunca más compartían la calidez de sus cuerpos bajo la luz de alguna luna, si nunca más lo besaba, lo acariciaba, le servía? ¿Qué pasaría con su vida?

 

 «— Lo siento… — Se disculpó Mamuro, avergonzado, cabíz bajo, después de invadir sus labios. Kazuo lo miró, expectante y ansioso, sintiéndose morir de felicidad. Cruzaron miradas y se unieron nuevamente sus labios, pasionales, carnales, amorosos.

 

¿Cómo viviría ahora si el moría? La única vida que conocía era junto a él. La que él le enseñó. La vida que tanto amaba sirviéndole, amándole. Una vida junto a su amante que le podía ser arrebatada en cualquier momento.

 

«— ¿Qué haces? — Kazuo se giró, tímido, ante la gutural voz de Mamuro.

 

«— Nada — Contestó — Sólo buscaba algo de comer y un lugar para resguárdame del frío que la noche trae consigo.

 

«— En éste lugar no encontrarás nada de eso — Le advirtió severo. Y se dio cuenta, no sacaría nada de éste lugar donde sólo habitaba la familia real y su consejo. Al instante se sintió estúpido al no notarlo antes. — Sube. — Le tendió la mano y sin un poco de dificultad primeriza montó al caballo tras de él, emprendiendo camino a su nuevo hogar.

 

No.

 

Y si todo esto estaba destinado desde antes de la creación del mundo a pasar, si las estrellas ya habían tirado incluso su fortuna, lo aceptaría sin más remedio y con pesar. Pero sin antes intentarlo todo para impedirlo.

 

Corrió lo más que pudo, saliendo de la aldea, viéndose rodeado de la vegetación del recién nevado bosque. Seguía las huellas de su amante que poco a poco se desvanecían, siendo causante la nieve que no dejaba de caer sobre ellas,  el ruido de sus pasos, su respiración, su olor.

 

Siguieron río abajo, a un costado de él, viendo cómo se congelaba de manera paulatina. Mamuro y Kazuma adelante, Kazuo atrás.

 

Le vio reunirse con otro grupo de samuráis. Todos con sonrisas poco auténticas floreciendo sobre sus labios, queriendo animarse antes de la gran batalla, como si con sólo un espíritu positivo tuvieran una, por milimétrica que fuese, posibilidad de ganar. Pero, Kazuo, espectador lejano, podía ver en sus ojos aquellas infantiles esperanzas morir. Una tras otra.

 

El mayor de los samuráis dio un motivador discurso, animando a su desahuciado escuadrón, sobre la lealtad y el honor que significaba combatir por su emperador y su cuidad. Y, aunque todos ellos no tuvieran conocimiento alguno sobre el arte de la interpretación y la actuación, gritaron, celebraron y sonrieron aparentemente contentos, subiendo sobre sus caballos, siguiendo el río, convenciéndose a sí mismos.

 

Mamuro siguió sin darle trabajo a Kazuma.

 

La noche cayó y la batalla dio al fin su inicio. Todo lo que Kazuo podía distinguir en su escondite era el caer de los cuerpos arrebatados de su alma a la nieve que se manchaba carmesí. Lo único que oía era el encuentro de las espadas, las respiraciones agitadas, la sangre abandonar el cuerpo.

 

Al único al que miraba con expectación era a su amante.

 

«— ¿Por qué no dejar de ser un samurái? — Le preguntó un día Kazuo, ingenuo.

 

«—Porque eso sería aún peor que convertirse en un ronin. Incluso, me matarían — Le explicó calmo.

 

«— ¿Entonces nunca…? — Un suspiro escapó de su boca impidiéndole terminar su pregunta. Pero no hacía falta, tampoco, Mamuro sabía lo que seguía.

 

«— Nuestras almas estarán juntas por la eternidad, Kazuo — Acarició el cabello, con delicadeza, de su amante que reposaba sobre su desnudo pecho —, y eso, al final de los días, es lo que realmente importa. Y si llegase a ocurrirnos una fatalidad, sé que mi alma, o la tuya, esperarán por la del otro, si fuese necesario, incluso, en el averno.  — Kazuo asintió, convencido.

 

Incluso inmerso en recuerdos y pensamientos Kazuo seguía con la mirada cada movimiento de su samurái favorito. Sus movimientos, como aleteos de mariposa, eran livianos, certeros, calmados. Y es que no se esperaba más para Tanaka Mamuro, el favorito del emperador.

 

Y porque él era precisamente de ésa manera no podía creer que, de tan sólo un golpe, y sin descuido de su parte, se le haya despojado de su kantana. No dejo espacio para lamentos o sorpresas, porque ya sabía lo que iría pasar, lo sabía desde hace ya mucho tiempo, pues se suponía inevitable que en aquella vida, dónde la muerte era una invitada primordial y constante, pudieran pasar éste tipo de cosas.

 

Y no, Kazuo no pensaba, propiamente, en la muerte du amante, si no, en la suya propia.

 

Cruzaron una última mirada con un hasta nunca implícito, un nos reencontraremos en el averno, donde te esperaré el tiempo que se requiera esperarte, y un te amaré en mi eternidad, y si es posible, en mis futuras reencarnaciones, también, antes de que la katana adversaria le  acariciara fiera el corazón.

 

Antes de perder la conciencia, antes de que el alma se le escapara por la boca y antes de sumergirse en lo más oculto, sombrío y desconocido de la eternidad, se sintió pleno al ver la determinación en los ojos de Mamuro, al ver que sabía que aun no era su turno, al ver que él comprendía que aún le quedaba una vida que vivir. Sin él.

 

En lo profundo de sus ojos había una peculiar mezcla de dolor y agradecimiento.

 

 

 

Su cuerpo cayó sobre su amada nieve tiñéndola de un peculiar carmín, pereciendo como un vestigio de su amor por el samurái Mamuro, a quién le regaló su lealtad y amor hasta su último día.

Notas finales:

*Kazuo: Pacífico, hombre de paz. Creo que éste nombre le viene como anillo al dedo. Pese a la situación que enfrentaba no perdió la paz y tuvo la capacidad de tomar una buena decisión sin sentir remordimientos al momento.  

*Mamuro: Defensor, protector de hombres. Pues, él era un samurái, lmao.

*Kazuma: Primer caballo, único caballo. Sí, así es.


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