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Es Caprichoso el Azar por kakashiruka

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Notas del fanfic:

Aloha, es una historia entre un delincuente y un detective. Espero que les guste!

Solo tendrá 4 capítulos.  

El título es de una canción de "Joan Manuel Serrat"

Notas del capitulo:

aloha a todos! 

 

La historia la había publicado antes, pero me di cuenta que le faltaba pulir mucho para que tuviera algo de sentido, no sé si lo tendrá, pero intenté darselo jajaja.

 

Me gustaría si le pudieran echar un ojo a "descubiendo la primavera", es otro fic, original mio que en lo personal creo está muy bueno. 

ahí el link! http://amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=92482

 

Si les gusta, o no, comentarios, criticas u otros, me gustaría que me los dejaran en comentarios. Muchas gracias por leer! 

 

Me inspiré bastante en el Manga "NightS" para este escrito, pero al leerlo notaran que no se parecen, y en los capitulos siguiente se darán cuenta que escompletamente distinto, pero con matices similares. 

Miraba la ciudad por la ventana. La ciudad se veía hermosa, llena de luces, pero condolió su soledad. Se preguntó si de alguna manera la ciudad tuviera algún amante que la consolara en el silencio, o solo gustaba de ver el errar de los humanos. Nuevamente estaba junto a esa cama ajena, y para más no tenía motivos racionales que lo ataran para quedarse esa noche. Antes bien, sin desearlo, la memoria hacía lugar en los rincones más recónditos de la reminiscencia.

 

 

El metro iba lleno, y no era de extrañar; hora punta. Ian con una mano se afirmaba de los pasamanos, mientras que con la otra sujetaba una carpeta. Odiaba tener que ir así, apretado y para más oyendo los problemas de la gente. En tanto pensaba lo ilusas que son las personas, un tipo le robó la mirada. Estatura promedio, blanco, castaño claro casi rubio y vestía un pantalón de deporte que le resaltaba todo el trasero. Disfrutó descuartizarlo con la mirada, hasta que la víctima notó su acoso. Éste no se exaltó, antes bien, sonrió  un poco al ver a su observador. De ahí un juego de miradas se desarrolló durante un par de estaciones, hasta que el metro se detuvo abruptamente en una parada, a lo cual el tipo de cabellos claros casi se cae por andar coqueteando con Ian.

Al ingresar la gente Ian le perdió de vista. Pero notó que se bajó en la siguiente estación  al verlo pasar hablando por celular.

Cuando llegara a su destino no se contuvo del apuro para tomar aire marino. Los recuerdos eran pésimos, pero el mar no era culpable de ello. Amaba con todo su ser esa inmensa masa de agua, quizá fuera lo único que respetara. Pensó en lo que comería aquella noche, o si era mejor idea ocupar sus ademanes de macho alfa y derrochar un par de folladas con Gloria, la rubia e inocente del cuarto piso, para ver si conseguía algo de comida digna y dejar de lado las pizzas.

A pocos minutos de caminar se fue adentrando en una población bastante marginal, al punto de que muchas casas no tenían vidrios en sus ventanas, solo un agujero para que les entrara el aire. A Ian le importaba un rábano lo que ocurriera allí. Desde que le prometió a Julio que la única forma en que volvería a ese lugar sería cuando su cadáver estuviera frio, se desvinculó de todo, a excepción de un par de recuerdos que atesoraba más que la vida misma. Pero le asqueaba pasear por allí, simplemente iba a lo suyo y nada más.

Al entrar en un par de calles, paró frente a una choza no muy distinta a las demás, sólo que ésta si poseía ventanas de vidrio. Golpeó una vez, mientras sacaba la cajetilla de cigarrillos y un encendedor. Colocó el tabaco en su boca, y viendo que nadie salía procedió a encender aquel palillo de papel blanco. Dando la primera fumada, suspiró y tragó saliva. Limpió su frente y dejó las carpetas  a los pies de la puerta, y dio la espalda al lugar para emprender su marcha. En ello la puerta se abrió, pero aun sabiéndolo Ian no dio la cara y persistió en su huida.

—Algún día deberías pasar — mencionó un hombre de vestimenta descuidada que denotaba su domicilio en dicha población.

—Te lo juré, no pienso volver — dijo sin detenerse, pero alentando sus pasos, y sin dar la vuelta.

—Te quiero, Ian, siempre serás mi hermanito que jugaba con…

—Si es que así lo crees, Julio, vete y no vuelvas.

Después de aquello escuchó cerrarse la puerta suavemente.

Mientras mantenía el paso de la caminata, seguía fumando aquel cigarrillo. Y con la inconmovible briza del mar se le vinieron a la mente aquellos recuerdos. Esa pequeña y roñosa choza de dos habitaciones; una en la que dormían, y la otra donde comían. Los días en que llegaba a casa y encontraba a Julio herido por intentar conseguir comida. Esas pocas verduras descompuestas que, si bien fueran su única comida del día, parecían ser un banquete de los dioses. Hasta el día en que se marchara con Fabricio al aburrirse de vivir con un alcohólico y drogadicto empedernido.

A la vista de cualquiera lo que acababa de hacer era indolente, pero de alguna forma con sus actos sentía que ya todo estaba saldado.

En una intersección de calles, a poco de llegar a la estación, un bulto le cayó encima, derribándolo y provocando un ardido zumbido agudo en su oído izquierdo.

—Lo siento — dijo quien le envistiera — fue mi culpa…

Cuando abrió los ojos, y el zumbido desapareció, miró al sujeto que lo derribara y se llevó una gran sorpresa; era el tipo del metro. Pese a lo lindo que era, lo encontró raro. Primero por quedarse como tonto mirándolo, y segundo por no ayudarlo a pararse.

—Claro, no hay problemas — dijo al ponerse de pie y sacudirse la tierra de sus jean blancos —, pero para la próxima ten más cuidado, en especial si quien derribas tiene pantalones de este color.

—Paul. Mi nombre es Paul — habló con cierta dificultad —, dónde me estoy quedando no está muy lejos, así podrías limpiarte mejor, y de junto hay un bar para intentar compensar lo que hice.

Una vez en el bar, bebieron lo suficiente para soltar la lengua y terminar lo que había quedado en el metro. Ian no le ponía atención a lo que decía el otro, solo insistía a hacerlo beber para llevarlo al departamento y poder probar lo bueno que estaba. Y así lo hizo.

A la mañana siguiente, mientras se vestía, comparó a Paul con un felino. Era lindo hasta cuando dormía, y le parecía un ser indefenso. Sintió tener una apreciación rara de él, pero no lo supo con exactitud. No quiso ocupar la ducha, y sin que Paul despertara se fue.

No le volvió a ver hasta unos meses, cuando lo detuvieran por trasportar un cadáver en la maleta de su auto. Porque Ian vivía de eso. Transportaba cadáveres de la mafia al mar. Y para su sorpresa uno de los dos detectives que le interrogara fuera Paul. Ambos hicieron como si no se conocieran, pero sus miradas chocaban sin quererlo por la sorpresa que cada uno se llevaron. Y al menos por parte de Ian hubiera preferido un saludo, aunque claro, sería peligroso para el detective que se le vinculara con un posible asesino.

En su celda de detención pensaba en cómo saldría de esa, ya que hasta la pistola con que habían matado estaba en su auto. Por otro lado encontró irónico que se acostara con un detective. Nunca lo habría imaginado. Pero de seguro le condenarían, la mafia no mueve sus hilos cuando solo se trata de un transportista.

Un día, mientras seguro estaban investigando, Paul se acercó a la celda de Ian en la noche cargando una carpeta en la mano, en tanto no había nadie más en la estación.

— ¿Paul? — Preguntó al ponerse de pie de manera galante —, si es que ese es tu verdadero nombre.

—Sí, lo es. La cosa es que vengo…

—Te ves mayor vestido de uniforme, pero no te quita lo bueno — pronunció picarón.

Sin notarlo se emocionó al verlo. Lo más probable es que no fueran a tener nada, pero le pareció lindo de su parte que le fuera a ver. Sin embargo, y pese a sus expectativas, Paul levantó una ceja, sin siquiera sonrojarse.

—Creo que no lo entiendes. Vengo por tu caso. Es obvio que no lo mataste, pero necesito información.

— ¿Me vas a ayudar? — preguntó esperanzado.

—Técnicamente no. Me interesan los que lo mataron. ¿Sabías que llevabas a un niño?

—No. Solo transporto. No pregunto ni cuestiono.

— ¿Al menos sabes en que trabajaban esos sujetos? — insistió Paul.

—Lo único que sé de su rubro es que buscan menores, de lo que hagan con ellos no lo sé — declaró sin entender mucho —, pero no puedo darte información. Me matarían. Prefiero la cárcel.

—Tengo mis métodos para hacer que esto funcione y salgas vivo. Pero necesito que ayudes. Solo es reconocer a un sujeto en las fotos que tengo aquí y algunas preguntas — dijo al señalar la carpeta.

La situación era difícil, su vida estaba en juego. El detective aseguraba poder conseguir ciertas órdenes con un juez de confianza, pero si no daba un golpe seguro no solo arriesgaba el fracaso, sino también que al notar que los estaban investigando, escaparan. Por otro lado, Ian se sorprendió de ver que Paul parecía tener unos años más de los que creía. No se veía viejo ni maduro debido a sus finas facciones. Y se notaba muy apasionado en el caso, tanto como si fuera algo personal.

—Si me entero que es mentira y dejas que muera, la estación completa sabrá que te gusta por el culo — dijo desafiante Ian.

— ¿Te acuerdas del otro detective que te interrogó?

—Sí, el que tenía facha de padre de familia.

—Lo es. Me lo tiré hace un año. Pero solo saben de mí.

Al decir ello, dio una risilla al ver la cara de enojo en el rostro de Ian. Abriendo la carpeta le echó un ojo al historial del encarcelado. Al cerrarla le echó un vistaso de pies a cabeza, para luego quedarse mirando de manera obvia la entrepierna de Ian.

—No lo haces mal para tener 23 años.

Y con una carcajada, y el desprecio de Ian, se marchó.

No se volvieron a ver. En una semana dejaron libre a Ian. Preguntó por Paul para agradecerle lo hecho, pero le dijeron que estaba viendo un caso importante. Los primeros días sospechaba de todos porque creía que le matarían, mas no fue así. A los dos meses ya se encontraba en sus andanzas nuevamente. Pero de alguna forma sentía que le quedaba un cabo suelto.

—Wow…

O al menos eso fue lo único que pudo pronunciar luego de que Paul abriera la puerta de su departamento y le recibiera vistiendo solo una toalla cortísima en la cintura. Escudriñó minuciosamente el albo cuerpo solo con la mirada. Con algo de confusión le miró el dueño de casa, pero sin poder evitar plasmar una sonrisa.

—Eh, hola. Solo quería agradecerte por lo de la cárcel… y eso — decía mientras se rascaba la cabeza, y los ojos se le desviaban de la cara al cuerpo de Paul.

La incomodidad se notaba en el ambiente. Pero no esa incomodidad de no saber qué hacer, sino todo lo contrario. Ian no era de las personas que creía en las coincidencias, odiaba a los idealistas que soñaban con un futuro perfecto, tanto como a los que viven del pasado, el hoy siempre había sido su lema, pero toparse con el mismo sujeto, y que cada vez que lo viera le provocará ese algo que no sentía hacía tanto tiempo, lo desorientaba bastante. Exactamente desde que conociera a Fabricio. Y estaba comenzando a odiar esa manera en que el detective fingía ignorar las ganas que le tenía, y para más sin dejar de coquetearle.

—Ups… se cayó  — dijo Paul al ver en el suelo la toalla que el mismo dejara caer.

 

 

 

Y ahí estaba nuevamente. Junto a la misma cama otra vez. Pero a diferencia de la vez pasada no deseaba huir con la luna. Mirando la ciudad recordaba la soledad que sentía. Si bien no vivía mal, y disfrutaba de su trabajo, si es que se le podía llamar así, pero a la hora de hallarse solo en la noche lograba percatarse que quizás no todo estaba tan bien. El regalo que le diera a Julio fue parte de su intento por dar tranquilidad a su consciencia, pero aún no lograba hallar la plenitud. Ya llevaba casi dos años sin pareja y, odiándose por ser idealista al creer que el detective podría ser lo que le faltara. Claro que no le conocía más allá del nombre y del culo, sin embargo algo de él le gustaba más que el resto de sus ligues. Quizás su carisma, o tal vez el simple hecho de pertenecer a esferas tan distintas de la vida. Al pensar en eso último, levantó las cejas en silencio con mira a la ciudad; a la vida le gustaba meterlo en líos.

—Puedes ocupar la ducha antes de irte — dijo Paul al despertar.

Ian miró a los ojos de Paul. Guardaron silencio un minuto. Los ojos del detective comenzaban a incomodarse, mas Ian insistía. Y no solo eso, se le acercó a la cama, y sentándose junto a Paul le dio un beso. Besas muy bien, dijo el dueño de casa, a lo cual solo respondió con una sonrisa para luego seguir besándolo. Con sus manos comenzó a tocar aquel cuerpo, pero esta vez disfrutando de la presencia de ese ser. Quería adentrarse dentro de su mente, saber lo que deseaba en la cama y dárselo, llenar esa habitación de gemidos que llamaran a su nombre.

—Oye — musitaba entre besos, Paul —, no me digas que quieres quedarte.

Poniendo sus ojos en los de Paul, le respondió.

— ¿No quieres que me quede?

—Eh… no he dicho eso.

La vista del detective se desviaba a otras partes, sonriendo e intentando ponerse serio. Ian, por su parte, creía que eso podía ser una burla, asique esperaba que el otro diera una respuesta más clara, o dejarlo todo como broma, y salir del lugar antes de que no pudiera hacerlo por las suyas.

—… pero — continuó Paul —, eres el típico chico que cree que por ser joven tiene todo a sus pies. De seguro te estás tirando a un par de personas más — pronunció con ademanes de sapiencia.

— ¿Y si te digo que me gustas — preguntó, mientras que con su mano acercaba desde el trasero, el cuerpo de su compañero —, mucho?

—Tengo 32 años, esfuérzate un poco más — replicó al levantar su ceja.

— ¡¿Treinta y…?! — exclamó con sorpresa, pero al instante se calmó, recordando en lo que estaba —, digo, solo quiero conocerte más – agregó con una caricia en la mejilla –. Y claro, seguir tirando tan rico como ahora.

Los ojos de Paul se fueron al suelo, mientras que la boca denostaba cierta duda en sus palabras. Ian, con su mano levantó el rostro del rubio, y mirándolo fijamente prosiguió a seguir besándolo. Nuevamente sus manos buscaban sacarle el bóxer, pero con una gallardía que detenía los cuestionamientos de Paul. Esos albos brazos le envolvían en cuello, entregando todo el cuerpo al joven dominante. La boca de Ian nuevamente comenzó a hacer estragos en el cuello contrario, y con sus manos desataba el frenesí del detective.

— ¿Entonces dejarás de ser transportista? — preguntó en abundancia de gemidos.

—Ni cagando — respondió Ian, sin pensarlo.

En el momento Paul se puso de pie, dejando la cama de un salto y empujando a un lado al que recién le tuviera tan cautivo

—Hey ¿Qué pasó?

—No me interesan los delincuentes, gracias — pronunció indiferente —. Me voy a bañar.

Llenándose de argumento le siguió hasta la puerta del baño, en dónde Paul solo le plantó un portazo en la cara.

En un momento pensó irse, mientras le gritaba desde fuera del baño, sin embargo al pensar en el cuerpo de Paul se le volvía a parar. Rio al ver tal efecto en su cuerpo. Sin importar como lo viera, y pese al poco tiempo, el detective le había dejado un par de marcas de las cuales su piel ya era esclava. Quizás valía la pena quedarse esa noche.

Notas finales:

gracias por leer! no olviden comentar.


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