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Entre clases y sábanas por Aludra

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Notas del capitulo:

Porque a las 03:42 am, nada es mejor que continuar con esta historia (já). 

Esta vez no me tardé tanto, y creo que me excedí con la extensión, pero ya está hecho.

 

Espero les guste.

Eida

—¿Quieres café? Creo que Sorano dejó hecho más para nosotros.
—No —respondió en voz baja, observando detenidamente el oscuro líquido que empañaba el vidrio de la cafetera—. No me gusta el café.
—Entonces… —hizo una pausa mientras revisaba el pequeño estante sobre el lavaplatos. Sacó una caja de madera, la cual abrió dejando salir un fuerte aroma a té—. ¿Quieres algún tipo de té?
Eida quedó mirando el contenido de la caja. Muchas bolsitas de muchos colores y fragancias diferentes que llamaban su atención, pero antes de decidirse por alguna, fijó su vista en la diminuta ventana que daba al jardín de atrás.
—Quiero eso —sentenció apuntando a los pequeños maceteros que yacían sobre el marco de la ventana.
Amida miró y acto seguido una sonrisa pobló su rostro.
—¿Menta, o melissa?
Lo miró confundido, y, bajando la vista, respondió.
—La que quieras.
—De acuerdo —dijo caminando hacia las plantas.


Ninguno hizo mención del tema.
Al momento de despertar el uno pegado al otro, ambos se resignaron a decir buenos días y exhibir una sonrisa ligeramente incómoda, a pesar de que a ninguno le incomodara realmente la situación. Sólo temían no saber lo que pensaba el otro.


Pasaron unas cuantas horas conversando, tomando sus bebidas bajo las mantas frente a la chimenea, viviendo extrañas sensaciones que les hacían sentir bien.
Pero, como el orden natural de los eventos no tarda en imponerse en cuanto la fantasía pareciera asemejarse a la realidad, aquella mañana nublada en compañía no tardó en llegar a su fin.

Eida recibió una llamada de su madre —poco grata, por lo demás —, y al instante de cortar, ambos entendieron que ya era hora.

—¿Quieres que te vaya a dejar? —preguntó mientras doblaba la ropa ya seca de su amigo y éste se colocaba la chaqueta.
—No —respondió con voz seca—. Está bien si me voy solo.

Eida realmente no quería caminar con él. Quería pensar. Quería volver a ahogarse en sí mismo durante algunos minutos, y qué mejor hacerlo caminando en un día tan gris y limpio como aquel.
Y Amida lo entendió en seguida.

—Bueno, entonces te iré a dejar a la entrada —respondió dirigiéndose allí.

Su despedida fue como lo era todos los días después de la escuela, sólo que algo se sentía diferente.

 

 

 

 

 


Amida

Apenas entró en su habitación, notó que hacía tiempo no se sentía tan solo.

 

 

 

 

 

Eida

—¡Oye, espérame! —y antes de que pudiera reaccionar, una sonrisa enormísima se plantó frente a él.
—Jamás te cansas —respondió el chico, quitándose los audífonos.
Aaron lo miró confundido, y al segundo después ya reía bajito cubriéndose la boca.
—No te quedes parado. Vamos —dijo con un leve tono de reproche, a lo que el otro abrió los ojos como sorprendido y avanzó junto a él.
Aaron le veía de perfil, y Eida sólo miraba el suelo que pisaría al próximo paso.
—¿Sabes? —mencionó Aaron —hace unos días le dije a unos amigos de mi antigua escuela que aquí se haría un festival, y se veían súper emocionados así que los invité a pasar el rato. Aunque en realidad, sólo parecían felices de poder ver a tantas niñas juntas —finalizó riendo con los ojos apuntando al sol.
Eida lo miró. Su cabello era extremadamente brillante y naranjo.
—¿Qué día es? —preguntó sin demasiado interés.
—El miércoles —respondió entusiasmado.

Siguieron por el camino hacia la escuela con Aaron hablando y riendo, y con Eida escuchándole desinteresado.
Pero unas cuadras antes de su destino, Eida recordó algo, y giró súbitamente la cabeza para mirar al otro chico, tomándole el brazo para que se detuviera.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó con quizás demasiado interés.
—Te lo prometí —dijo con una seriedad aterradora, la cual no parecía venir al caso.
Aaron sonrió una vez más, pero ahora la amplitud de ésta arrugó sus ojos y la parte media de su respingada y pequeña nariz.
—No podría olvidar algo así —dijo con la voz más apagada.
Eida soltó su brazo, y le dijo que llegarían tarde, por lo que apuraron el paso.

 


—Chicos, por favor, pónganle atención a su profesor, que les quiere dar un comunicado —dijo la profesora mientras fulminaba a los más ruidosos con la mirada, hasta que el ruido cesó casi por completo.
—Gracias —intervino el profesor de deportes—. Dado que el festival es sólo en dos días más, y que los fondos fueron recaudados por más escuelas aparte de ésta, hoy llegarán los estudiantes de esas escuelas para ayudar en todo lo que haga falta.

El profesor miró molesto a la mujer que revisaba los cristales de sus gafas con total desinterés a lo que sucedía a su al rededor, hasta que ésta lo notó y agradeció el comunicado, despachando al hombre con apremio.

—Entonces, como ya escucharon a su profesor, lo más probable es que estos otros niños lleguen pronto, así que les pido si por favor pueden enseñarles la escuela y… —la nerviosa mujer apoyó su índice en su barbilla y miró al cielo, quedándose dubitativa por un instante, hasta que prosiguió—. Supongo que sólo eso. Ahora sigamos con las clases.


Apenas el timbre sonó, tanto Amida como Eida se pusieron de pie al instante y cruzaron la puerta. Apoyaron sus brazos sobre el barandal del segundo piso, con la mirada puesta abajo, sobre los estudiantes de las otras escuelas que ya estaban adueñándose del lugar.

—Son demasiados —dijo Eida, un tanto molesto.
—Dudo que invadan también este piso, así que no te preocupes —respondió su amigo, sin quitar la vista de aquellas extrañas personas.
—No me preocupo —lo corrigió—. Es sólo molesto.

Mientras registraban los pequeños rostros que se vislumbraban desde arriba, una voz femenina gritó el nombre del más alto, y ambos voltearon.

—Tan retraído que te has puesto, Amida. ¡Ni siquiera con todo este escándalo bajas a ver qué sucede! —reclamó Gabrielle.

«Otra chica caprichosa y desagradable».

—¿Qué querías decirme, Gabrielle? —dijo Amida, sin darle importancia a lo dicho por la chica, aunque claro, tan amable como siempre.
—Antipático —le recriminó—, vine porque un chico estaba como idiota preguntando por ti, así que para callarlo le dije que te buscaría.

«¿Un chico?» pensó extrañado, mirando a Amida en busca de una respuesta, pero éste se veía aún más confundido.

—¿Te dijo su nombre?
—Sí, era… —e hizo una pausa, arrugando el entrecejo hasta que pareció iluminada —era algo así como Damián, también me dijo su apellido pero ya no me pidas tanto.

Eida lo miró expectante, pues creyó que cuando la chica mencionara el nombre que fuera, en su expresión se verían reflejadas sus emociones encontradas. Pero no fue así. Su rostro sólo reflejó más duda aún.
Unas chicas llamaron a Gabrielle, y ésta se fue en seguida.

Amida se quedó plantado con la mente perdida por unos segundos, pero dejó de lado el tema cuando se fijó en la mirada inquisitiva de su amigo.
—No es nada —dijo desinteresado —sea quien sea, no tengo recuerdos de alguien con ese nombre, así que no debe ser importante.
—Pero él sí te recuerda —objeté.
—Y yo recuerdo a la señora que me regaló un bolígrafo en una estación de buses a los cinco o quizás ocho años —dijo sin demasiado interés en el tema.
Su cabello negro se despeinaba cuando el viento decidía cruzar a través de él. Eida no entendía cómo unos genes podían configurar rasgos tan opuestos entre sí. La piel tan pálida como flores albinas, el cabello de un negro que no dejaba escapar ningún espectro visible, los labios que parecían estar permanentemente helados por aquel oscuro color; simplemente no lo entendía.
Le parecía increíblemente fascinante.
—Mala lógica —reprochó.
Amida rió, y se acercó más a su amigo, quedando lo suficientemente cerca para acariciar los mechones que caían en sus mejillas tan sólo alargando los dedos.
El corazón de Eida comenzó nuevamente con su despreciable manía, por lo que, al sentirlo, se alejó nervioso y sonrojado.
—Deberíamos bajar —dijo aún con su corazón latiendo desesperadamente.
Amida asintió y comenzó a caminar rápidamente, dejando atrás a Eida. Pero, en cuanto éste pasó por su lado, el más pequeño alcanzó a verle el rostro. Nunca había visto que sus mejillas también podían enrojecerse tanto como las de él.

 

Ya abajo, buscaron entre las personas, aunque ninguno sabía a quién debían encontrar.

Repentinamente, una voz comenzó a llamar a un tal "Ami". Eida permaneció con la duda hasta que esa persona salió de un grupo de gente, esquivando a otras para pasar y plantarse delante de ellos.

—¡Ami!¡Cuánto tiempo! —dijo quien parecía sacado de la portada de alguna revista para chicas.
Amida lo miró extrañado.
—Oh, pero vamos, ¿en serio no te acuerdas de mí? —preguntó buscando la mirada contraria con aquellos ojos tan verdes.
—Lo siento.

Tras decir esas palabras, supe que algo le estaba preocupando, que algo escondía.

—¡Pero si soy Damián! —insistió, pero al ver que no recibía la respuesta que esperaba, intentó con algo más—. Cuando éramos pequeños mi hermano me llevaba a tu casa cada vez que visitaba al tuyo, y pasábamos días enteros jugando en ese parque que está a unas cuadras de ahí, ¿lo recuerdas? Incluso una vez tuvimos que escapar de un perro que nos perseguía, y de no ser por esa mujer que salió de su casa, no sé qué habríamos hecho —contó con una risa permanente que estalló al final.

Su expresión había cambiado por completo. Parecía emocionado, tanto para quedarse sin palabras.

—¿Ahora sí te acuerdas? —preguntó el otro con una amplia sonrisa.
—¿Cómo se llama tu hermano? —preguntó nervioso.
—Gaël —respondió el otro. —No sé si te acuerdes de él más que de mí, porque nos parecemos bastante.

Amida se quedó en silencio por un momento. Pasmado. Como aterrado.

—Ah —respondió al fin —qué genial encontrarnos nuevamente. Mi dirección es la de siempre, así que si algún día quieres podríamos seguir conversando. Ahora debo irme —dijo un tanto apresurado, y por la mirada que me otorgó, entendí que necesitaba auxilio.
—Sí, nos tenemos que ir —dijo con desprecio, y se llevó a Amida tomado del brazo.
—¡Nos vemos pronto, Ami!

 

 

 

 

 

Amida

Cuando llegaron al salón, Eida cerró la puerta. Ya que todos estaban pendientes de la novedad, se encontraban solos.

—¿Qué mierda fue eso? —preguntó Eida, horriblemente molesto.

Amida se sentó sobre el escritorio del profesor, y con ambas manos tapó su rostro. Sentía un terrible ardor.
Eida se quedó parado donde estaba. El enojo que sentía pasó a ser cansancio y deseos de estar solo, pero todo esto se esfumó cuando escuchó a su amigo sollozar.

—Amida —dijo serio y cordial mientras se acercaba lentamente a él —¿quién era ese tipo?
Amida continuó en su intento por retener las lágrimas y las ganas de desaparecer, aunque fuera por un segundo, de todo lo que conocía.
Pero, ¿cómo podía ser tan detestablemente débil?¿cómo era posible que frente a la más mínima situación que le causaba dolor, reaccionara así? Al cabo de pensar ello, apretó sus labios y con la lengua presionó su paladar, levantando la vista y secándose los ojos con la manga.
No podía seguir siendo así. Ya no había razón para que todo eso siguiera afectándole de la forma en que lo hacía.
Miró a Eida, y antes de que pudiera decirle algo, éste lo abrazó. Cada vez que se encontraba entre sus brazos sentía una calidez tan inmensa que creía estar protegido de todo. En esta ocasión no fue distinto.
Eida se despegó de su amigo, y le pasó una servilleta doblada que parecía llevar semanas o incluso meses en su bolsillo.
—Sécate los ojos —y la dejó en su mano. Amida acató.
—Eida —y éste lo miró —él es hermano de… —miró al suelo y apretó los puños —del amante de Sorano, o novio, o quien sea.
Eida no dijo palabra alguna, así que Amida continuó.
—Es ridículo, ¿no? Sé que para ti jamás lo sería, sé que no lo pensarías de esa forma. Pero… —y soltó los puños, apoyando su brazo en sus ojos— me siento patético. Aun esfrozándome en aprender todo cuanto me era posible, en hacer todo correctamente, viví malentendiendo lo más importante.
Al final de "importante", su voz se quebró, y comenzó a sollozar nuevamente.
—¿Lo sigue siendo?
Amida se refregó el rostro con el lado seco que quedaba de la manga, y miró con los ojos enrojecidos e hinchados a su amigo.
—¿Qué cosa?
—Lo más importante —dijo Eida con voz firme.

Era como si sus ojos fueran esa mano vigorosa que da el respiro decisivo a quien asumía su caída por el abismo.
Su seria mirada sostenía la frágil contraria, aquella que estaba en el límite entre el llanto y la tranquilidad.
Amida bajó su brazo, y, apoyándolo sobre el escritorio, levantó la cabeza y le sonrió. Eida recibió aquel gesto con sus mejillas coloradas y ojos más suaves, a lo que Amida lo atrajo hacia sí agarrando el cuello de su camiseta, y cuando ya esutvo frente a él, posó firmemente su mano sobre la cadera contraria.
—No, ya no lo es —respondió, y acto seguido se regalaron una sonrisa mutua.
Se quedaron así por unos minutos, hasta que Eida rompió la calma que parecía reinar todo el espacio y tiempo del universo.
—Estás loco —le dijo en un susurro acusador.
Amida rió y bajó la cabeza, chocando su frente con la contraria. Ambos podían sentir la respiración del otro humedeciendo sus labios.
—Debes tener razón —respondió.
—¿Algún día me dirás todo?
—¿Por qué antes nunca me hiciste preguntas respecto a esto? —preguntó en un intento por esconder la enorme curiosidad que sentía.
—Esperaba a que tú quisieras hablar sobre ello —dijo serio, con la mirada perdida en los ojos opuestos.
Amida sonrió, y desde la posición en la que estaban, Eida no podía distinguir bien su rostro, e incluso si desenfocaba la mirada, su amigo se transformaba en un cíclope.

Escucharon como si un ejército subiera por la escalera, así que cada uno volvió a sus respectivos asientos.

 

 


—Adiós.
—Cuídate.
—¿En estas cinco cuadras? Claro. Adiós —dijo despidiéndose con la mano mientras Amida entraba a su hogar, despidiéndolo también.

Subió a su habitación, y el sueño lo raptó apenas dejó caer su cuerpo sobre el colchón.
Despertó a las horas, cuando Sorano golpeó a su puerta.

—Oye, Amida —dijo su hermano un par de veces tras la pared, hasta que abrió los ojos, aún desorientado por haber despertado sin saber qué momento del día era.
—¿Si? —gritó con la voz pastosa.
—Hay alguien afuera buscándote.
—¿Quién?
—Ni idea. Ve a hacerte cargo.
Escuchó los pasos alejarse, y se preguntó quién sería.

Se levantó un poco aturdido, se puso las gafas, y bajó lentamente.
Tras las rejas se encontraba Damián, quien lo miraba con sus ojos brillantes y sonrisa de labios blandos y rosados.

—¿Estabas durmiendo, Ami? —preguntó con una sonrisa jocosa —Como hoy mis amigos se fueron con las chicas de tu escuela, decidí pasar acá a verte y ponernos al día con las cosas. Además podíamos tomar algo, ¿te parece? —y sonrió con expresión triunfante. O eso le pareció a Amida.
No quería salir con él, pero negarse después de ser quien ofreció aquel encuentro le habría significado un peso aún mayor, así que asintió desmotivado y entró a buscar su abrigo.

—¿Vas a salir? —preguntó Sorano al verlo con el abrigo en mano.
—Sí, volveré en la noche —respondió antes de cerrar la puerta.
Sorano se mantuvo de pie algunos segundos observando la puerta, y luego se dirigió a su habitación.


—¿A dónde iremos?
—Podríamos ir a beber algo bueno con mis amigos y tus compañeras —dijo revisando algo en su celular—, deben estar en la casa de Morelli. ¿Vamos?
Amida vaciló un instante. No le haría mal salir una tarde, hablar de temas sin importancia, reír por tonterías, conocer a más personas, y hacer todas esas cosas que lograrían vaciar su cabeza por unas cuantas horas. Sabía que sus días debían ser más variados y que hace meses no salía a algo así, pero su cerebro hacía de todo lo posible por encontrar diversas razones que le hicieran desistir.
—No lo sé —respondió—, creo que sería mejor dejarlo para otra ocasión. Hoy..
—Sigues tan reservado como siempre —le dijo al momento de detener el paso y observarlo con algo que Amida pensó era desilusión o algo que le asemejaba —te hará bien, Amida. Todos necesitamos relajarnos de vez en cuando, compartir con personas que no son las de cada día. Ven, vamos —y le tendió la mano.
—Sólo te conoceré a ti —dijo mirando la mano extendida del chico a modo de duda.
—También estarán tus compañeras —replicó el otro, sin bajar la mano.
—Repito: sólo te conoceré a ti.
Damián lo miró sin entender por qué decía eso, pero al cabo de unos segundos, le respondió con una sonrisa.
—Ami, no has cambiado ni un poco.
Amida lo observó avergonzado, y, con las manos en sus bolsillos, adelantó al otro chico.


Había un grupo de chicas conversando entre ellas en un extremo de la sala, y en el otro los que debían ser amigos de Damián se encontraban de pie con latas en sus manos, mirando de reojo a las chicas que parecían no prestarles atención.
Damián, quien entró primero, fue recibido con efusividad por sus amigos y con múltiples miradas de las chicas.
—Antes de saludarlos, quiero que conozcan al tipo de quien les hablé. Ven —dijo volteando la vista para dirigirse a quien estaba detrás—. Él es Amida —concluyó, apoyando sus manos sobre los hombros de su amigo.
—¡Así que tú eres! —dijo uno de los chicos mientras los demás se dedicaban a observarlo —Damián nos ha hablado de ti todos los días desde que lo conocemos —dijo riéndose junto a los demás, mientras éstos hacían aprobaciones.
—No es cierto —dijo el afectado —no les creas, ¿de acuerdo?

Amida sólo estaba de pie, entendiendo la situación. Todos ellos parecían simpáticos y amables, pero algo seguía sin encajar.

Recordó que antes, cuando salía con Red y las chicas de su clase, nunca se sintió completamente a gusto, pues solía acabar conversando a solas con alguien sobre algún tema que le resultara más interesante, o a veces meramente para matar el tiempo hasta la hora de irse. Claro, eso era sólo durante los úlitmos minutos, a lo más la última hora, pues si él era parte de la reunión, sabía que no podía simplemente aislarse.
También recordó aquella vez en que llegó a su casa luego de una de aquellas juntas, y corrió hasta la habitación de su hermano para esconderse en su regazo y llorar a todo pulmón.
—¿Qué pasó ahora, hermano? —dijo Sorano con voz conciliadora, entre tanto que se incorporaba a la situación acariciando el fino cabello del más pequeño, cosa que logró tranquilizarlo para poder responder.
—No sé qué está mal conmigo —respondió entre lloriqueos.
—¿Por qué lo dices? —preguntó el otro, aún con calidez en la voz. Al no recibir una respuesta, se quedó pensando en qué podría ser, rememorando cada problema del que su hermano le había contado, hasta que creyó dar en el clavo—. ¿Estabas con tus amigos?
—Si —respondió Amida con la cara hundida en el pecho del mayor.
—Amida —dijo Sorano, alejándolo de sí para mirarlo a los ojos— deja de ser tan condescendiente con los demás. No tienes por qué siempre hablar las cosas que los demás quieren hablar. No tienes por qué salir con ellos siempre que te lo piden. Si un día no quieres ir, sólo dilo y ya, nadie tendría por qué decirte algo. Si lo hacen, son ellos los idiotas. Tú siempre eres amable con todo el mundo, siempre estás escondiendo lo que tú quieres para hacer sentir bien a los demás. Pero… mierda, no puedes ser así siempre. ¿Cómo alguien sabrá cuando seas atento con esa persona por auténticas ganas y no sólo porque es tu forma de ser? —los ojos de Amida ya estaban secos, atentos a los de su hermano—. Debes quererte más, Amida —dijo por último, abrazándolo con fuerzas.

—Eh, Amida —dijo Damián— ven, quiero que me presentes a esa de cabello negro, ¿ya? —y arrastró a su amigo hacia donde estaban todos los demás, conversando y riendo entre ellos, de los cuales Amida no tardó en formar parte.

 

 

 

 

 

Eida

—Te ves mal.
—Tú no —respondió junto a una sonrisa cansada.
—Imbécil —dijo, y caminó hasta su puesto.

Durante la clase, Eida avanzó con el libro que había comenzado la tarde anterior. Había pensado en aprovechar su insomnio para terminarlo, pero así ya no tendría una entretención durante las clases.


Cuando sonó la campana, todos salieron del salón. Por el inusual y exagerado ruido de afuera, Eida recordó la presencia de los estudiantes del día anterior.

«Él también debe estar ahí», pensó intentando no parecer molesto, aun si era sólo para sí mismo.


Continuó con su lectura, hasta que unos brazos que pasaron sobre su cabeza, cerraron el libro. Por un instante se sintió feliz de saber que Amida no había bajado con el otro chico, pero apenas se volteó, vio un cabello naranjo y muy brillante.

—¿Qué leías? —preguntó sonriendo y con los ojos arrugados.
—Un libro —respondió, guardando el libro bajo su puesto. En otro momento habría dado una respuesta que no lo hiciera parecer un imbécil, pero ahí no sentía ganas de ello.
Aaron sólo rió, y bajó su cabeza para mirar a Eida desde el costado, asomándose por detrás.
—¿Cómo se llama ese libro? —preguntó en un susurro. Eida lo miró, y como sintió que el otro estaba demasiado cerca, se alejó con la silla.
Sacó el libro y se lo entregó.
—¿"La ciudad está triste"? No sé de qué se trate, pero sólo por el título me dan muchas ganas de leerlo y saber por qué una ciudad puede estar triste —dijo aún con un volumen bajo y sus mejillas sosteniendo esos labios condenados a estar alegres.
Eida pensó que, en realidad, lo que faltaba eran razones para que una ciudad no estuviese triste. Pero al instante ese pensamiento se cortó por la pregunta de si habría algo que para Aaron no fueran sólo sonrisas y pura felicidad.
—Pues léelo —dijo empujando las manos que se lo devolvían. Aaron lo miró incrédulo y en seguida volvió a hacer el intento de entregárselo.
—Pero lo estabas leyendo y tienes que terminarlo, es horrible no saber cómo termina una historia cuando ya la empezaste —dijo nervioso y con las mejillas muy rosadas.
—Puedo esperar —dijo, y tomó el libro que el otro chico le entregaba. En seguida se puso de pie, y con suavidad tomó una de las manos contrarias, depositando sobre ella el pequeño libro. Aaron lo quedó mirando con todo el rostro rojo y palpitando.
—Gracias —respondió sin mirarlo a los ojos. Eida pensó que se veía bien cuando estaba serio.
Aaron guardó el libro en su mochila, y luego se quedaron dentro del salón conversando durante lo que tardó en volver a sonar la campana.


Vio entrar a Amida caminando directo hacia su puesto, en donde se sentó sin hacer ruido.
Durante la siguiente clase, ninguno miró al otro.

 


Como era de esperarse en un recinto repleto de estudiantes, la salida era un caos. Las puertas estaban llenas de personas, y había muchísimos grupos de estudiantes formados tanto fuera de éstas como dentro.
Entre todas esas personas, en las bancas que estaban por fuera del establecimiento, Eida estaba sentado, esperando.
A lo lejos visualizó a Amida, quien, a lo contrario de lo que esperaba, estaba solo.

—Oye —dijo, alzando la voz mientras corría a su encuentro. El otro no lo escuchó.
—Oye —repitió, ahora con un volumen mayor. Amida se detuvo, y miró atrás.
Eida se detuvo frente a él, tratando de no parecer demasiado cansado, aunque le era imposible no jadear. Realmente necesitaba hacer algo más que sólo sentarse a leer y a escuchar música durante todo el día.

—¿Está todo bien, Eida? —preguntó Amida.

No, imbécil. ¿Cuándo más me viste correr?

—No —respondió con voz cortante.
—¿Qué pasó? —preguntó sin esa intriga que Eida solía percibir en cada una de las preguntas que el otro le hacía en momentos así.
Ambos se quedaron mirando durante un rato. A Eida le molestó ser quien parecía preocupado, quien requería del otro. Pensó que lo mejor era no hablar más y hacer el recorrido de siempre, hasta el día de mañana en que todo se resolvería.
Pero estaba harto de vivir así. Se sentía cansado de que Amida fuese así cada vez que algo le ocurría.
—Amida —dijo Eida, con una molestia en la voz diferente a la de costumbre,— yo…
Su voz comenzó a titubear. Ya no sabía qué pensó en decirle en primer lugar. No sabía si siquiera tenía una idea en mente más que simplemente "hablar con él".
—No te entiendo —acabó por decir.
Amida lo miró extrañado.
—¿A qué te refieres?
—Sólo a eso —respondió. Comenzó a caminar, pero se detuvo ante el "espera" que su amigo pronunció.
—Oye, no lo dejes así —dijo Amida al acercarse a su lado—. Si es algo que te está molestando, quiero saber qué hacer para corregirlo, para que estés bien.
Eida miró sus ojos, y por primera vez carecían de su brillo habitual. Se veía fatigado, y hasta en su voz se hacía presente aquel cansancio.
¿Qué me está molestando?, pensó Eida, un tanto agobiado. Tantas respuestas que seguiría guardando como un imbécil, dejándolas podrirse en algún sitio dentro de mí. Ni siquiera yo me había preguntado algo así.
—¿Por qué luego de lo que ocurrió en tu casa, haces esta mierda?

Y dentro de todo lo que podía decir, elegí esa estupidez.

Amida lo miró, primero, con sorpresa. Quizás no se imaginaba que algún día se haría mención de ello. Pero luego su expresión se suavizó, y Eida sintió cariño a través de ella. El peor cariño que podía existir. Por lástima.
Amida se acercó a Eida, y antes de que el otro pudiera reclamar, lo sujetó firmemente entre sus brazos. El rostro del más pequeño quedó bajo el mentón del otro, y sintió de lleno aquel olor que tanto le gustaba. Eso lo tranquilizó, al menos lo suficiente para no empujarlo y salir de ahí.

—Sé que cada pequeño detalle te afecta muchísimo, Eida. Sé que todo logra calar y llegar a los rincones más escondidos dentro de ti. No lo demuestras, pero sé que es así. Y si te hago parte de todos mis problemas… —su voz comenzaba a perder la tranquilidad con la que había comenzado, así que hizo una leve pausa y en seguida prosiguió—. Si te hago parte de todos mis problemas, sería egoísta de mi parte. No quiero que te sientas mal por algo que yo debería ser capaz de solucionar por mi cuenta.
Eida tenía los ojos cerrados, y escuchaba a su amigo mientras inhalaba el aroma que desprendían sus prendas. Pero al oír lo último que éste dijo, se alejó para mirarlo al rostro.
—Tú nunca entiendes ninguna mierda.
Amida se veía rendido, observando la vitalidad que surgía en su amigo a través de su rabia.
—Sí, eres un maldito egoísta.
Eida arrugó el entrecejo y apretó los puños, mientras miraba directamente a los ojos contrarios, los cuales se veían contristados.
—No te vayas —dijo Amida, agarrando rápidamente al otro de la manga del abrigo —por favor, no lo hagas.
—Qué más quieres que te diga —dijo el otro, aún más enojado que antes.
—Eida —dijo despacio, y buscó sus ojos —tú eres completamente honesto conmigo, y yo sólo te miento a cada momento.
—¿Por qué lo dices? —preguntó dolido.
—Porque… —bajó la cabeza, sin soltar la ropa de quien lo miraba con tanta molestia aprisionada en ese cuerpo tan menudo y pequeño —quiero compartir todo contigo. Todo lo que pienso, todos mis problemas, todo lo que me acontece cada día. Quiero estar todo el día contigo, sólo contigo, y escucharte también. Que me cuentes todo, absolutamente todo —Amida tenía las mejillas enrojecidas y su voz, junto a todo su cuerpo, parecían temblar —Cada mañana quiero correr hacia tu puesto y abrazarte, preguntándote cómo estás. Detesto cuando debo estar con otras personas por la razón que sea, odio que me saquen de tu lado. También… —y apretó los ojos, mientras se sonrojaba aún más —quiero que seamos amigos por siempre. Tu amistad es tan cercana, Eida; jamás había tenido un amigo así. Incluso, lo que ocurrió en mi casa… pues, no lo sé, creo que nos acercó aún más. No quiero que nos alejemos.

Eida sintió un punzante dolor en el pecho, como si alguien estuviera estrujando lo que sea que estuviera ahí dentro haciéndole difícil hasta respirar.
¿Por qué quiere estar siempre conmigo si sólo me quiere como su amigo?, pensó mientras analizaba lo dicho por Amida, sin poder mirarlo aún.
¿Seré yo quien está mal al sentirme así?

—Amida, sigues sin entender —dijo Eida, con la voz calmada y mirando a su amigo, quien seguía sumamente avergonzado.
—¿Por qué? —preguntó afligido.
—Te quiero —dijo con expresión nerviosa y su rostro enrojeciéndose —Te quiero más que a nadie, Amida.
De haber estado en una habitación cerrada, Amida habría podido escuchar mi corazón golpeando las paredes que lo aprisionan. Ya no podía sentir mis manos, ni mis pies, ni nada más que el aire cruzando por mi cuerpo.
Al fin lo dije.

—Yo también te quiero, Eida —dijo el otro, casi en seguida—. Te quiero mucho —y, tras sonreír, volvió a tenerlo entre sus brazos.

«No» pensó Eida, «no de la misma forma».

 

 

Tras despedirse y subir despacio hacia su habitación, se sentó en el suelo, utilizando la cama como respaldo.
Antes de pensar en las millones de cosas que habían ocurrido, sonó su celular. Le extrañó que lo llamase su madre, si ésta estaba sólo en la habitación contigua o quizás en la cocina. Pero al ver la pantalla, el nombre de Aaron aparecía en ella.

—¿Si? —preguntó Eida.
—¿Eida? —preguntó, a su vez, la otra voz.
—Sí.
—¡Tu voz suena tan bonita! —dijo Aaron, aparentemente muy alegre —Ah, te estoy llamando porque estaba acá en mi pieza pensando en muchísimas cosas y recordé que mañana es lo del festival. Estoy muy ansioso, tengo muchas ganas de ir.
Escuchar una voz tan alegre sólo lo hacía sentir más triste. Pero quedarse en ese estado y no pasar de ahí tampoco tenía mucho sentido.
—Será divertido —respondió Eida, sin demasiado interés.
—Sí… ¡Ah! Discúlpame Eida, no sé cómo olvidé preguntarte cómo estás. Así que, ¿cómo estás?
Casi podía imaginarlo acostado sobre su cama, enrollando en sus dedos el imaginario cable telefónico mientras una enorme sonrisa poblaba su rostro.
—Bien —dijo sin mucho entusiasmo —¿tú cómo estás, Aaron?
—Antes estaba feliz por lo de mañana, pero ahora que estamos hablando me siento un poco nervioso. Es extraño, aunque me gusta.
Ambos se quedaron en silencio. Eida, al cabo de unos segundos, lo quebró.
—¿Lo leíste?
Aaron se tardó en responder. Eida asumió que ni siquiera había recordado lo del libro.
—Listo, disculpa —dijo con voz cansada —fui a buscarlo al jardín, apenas llegué me senté sobre el pasto a leerlo. Me gusta leer con la luz del sol, las luces artificiales creo que son un poco tristes. Y avancé hasta la mitad, ¡me gustó mucho! Nunca había leído historias sobre detectives.

Eida se emocionó un poco al saber que realmente lo había leído, y que además le había gustado. Pocas veces podía compartir sus gustos con más personas, menos compartir opiniones sobre ello.

—¿Mañana podemos hablar del libro? —se anticipó Aaron —Me encantaría saber lo que tú piensas respecto a todos estos temas, o en realidad respecto a todo. ¿Te gustaría?
—Claro —respondió Eida.
—Oye… cambiando un poco el tema, quería hacerte una pregunta, pero si no quieres está bien y en realidad tampoco es necesario que aceptes, es mi culpa si te llegas a sentir incómodo y...
—No te preocupes, sólo dilo.
—¿Mañana después de la escuela, quieres venir a mi casa? —dijo muy nervioso.

Eida pensó en la casa de Amida, y todo lo que vivió el fin de semana recién transcurrido. En seguida recordó la aclaración que le había hecho Amida hacía sólo un instante respecto a lo que sentía por él.
Entendió que no podía seguir esperando algo que sólo de pensarlo le avergonzaba.
Debía seguir.

—Sí —dijo Eida —me gustaría.


Luego de que la conversación acabó, Eida lloró hasta dormir.

Notas finales:

¿Qué les gustaría que ocurriera después? Y, ¿qué opinan de Amida? 

Agradezco sus review y las lecturas! Me alegran la vida (quizás suena medio triste pero es muy cierto). 

Que tengas bonitos días :~)


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