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Entre clases y sábanas por Aludra

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Notas del capitulo:

Primero: ¡Lo siento muchísimo! Me he tardado un mundo en actualizar. Para ser sincera, me quedé sin pc durante un tiempo (bueno, no "sin pc", pero le entró un virus que superó mis pocos conocimientos informáticos y lo mandé a formatear), pero de todas formas avancé en los capítulos a mano, y ya al tener pc me dio flojera pasarlos acá. 
Estos días estuve en eso y ya tengo cinco nuevos capítulos listos. 

Segundo: ¡Gracias por los reviews! Me encantó un montón leerlos, independiente de lo que digan, de verdad son grandes ayudas. Son como pequeños tesoros (ji ji). 

 

Espero que estos capítulos les gusten. 
Los iré subiendo durante esta y la otra semana, aunque ahora subiré dos seguidos porque siento que deben ir juntos. 

 

Tengan buenos y muy bellos días. 

Amida

—¿Cómo crees que se sentiría estar solo en medio del océano?
—¿A qué te refieres?¿En un barco o algo así?
—No, o bueno, da lo mismo. Me refiero a estar solo, y que para todas direcciones sólo se pueda ver el mar. Excepto para arriba, claro, pues ahí el sol acompañaría durante el día y la luna durante la noche. ¿Crees que se sentiría muy desolado?

Amida estaba sentado sobre la arena junto a Sorano, mientras ambos veían el sol naranjo que poco a poco se escondía tras el mar.

—Al contrario; creo que sería hermoso estar en esa situación. 
Amida parecía no entender la respuesta que su hermano le había dado, pero aún así lo dejó proseguir. 
—Si lo único que viera a mi al rededor fuese el océano, sentiría que estoy en el centro de algo eterno, de algo infinito y grandioso. El mar y la vida que otorga a su al rededor serían mi compañía, así que tampoco estaría solo.

Ambos se quedaron en silencio mientras Amida observaba hacia arriba el rostro de su hermano. Solía pensar que quería ser como él, y cada vez que les decían lo parecidos que eran, se sentía inmensamente feliz.

—¿Entonces te gustaría estar en medio del mar?
—No fue eso lo que dije— Sorano comenzó a reír despacio mientras acariciaba el cabello tan suave y lacio de su hermano. —Y no, no me gustaría.
—¿Pero por qué? Lo que dijiste sonó muy bonito. 
—Si me perdiera en medio del océano, ya no te podría ver más. ¿Crees que me gustaría estar separado de mi pequeño hermano? 
—Pero podrías volver después de un tiempo.
—Y en ese tiempo, ¿quién cuidaría de ti?— Al oír eso, Amida se apegó a su hermano, y éste le sonrió muy cálidamente mientras lo refugiaba entre sus brazos. Amida pensó en lo mucho que le gustaba esa sonrisa, y en que quizás algún día la suya también podría hacer tan feliz a alguien.

Sonó el despertador. Cuando abrió los ojos, exaltado por el ruido, notó que su respiración estaba agitada, y la ropa pegada a su cuerpo por el sudor. Lo primero en lo que pensó fue en la imagen de la playa, en el sonido de las olas al romperse contra la arena en conjunto de la voz de su hermano. Notó que desde hacía más del tiempo que podía recordar que no evocaba aquellos días junto a él. 
Aún era temprano, así que bajó lentamente a la cocina para comer algo. Su madre estaba apurada haciendo muchas cosas, las cuales dejó como tarea para ambos hermanos para hacer durante el día antes de despedirse y salir. En la cocina sólo quedaron ellos, pero, como siempre, ninguno le dirigía la palabra al otro.
Los dos hacían sus deberes matutinos, pero Amida quedó mirando al otro, inmóvil y pensativo. No le gustaban esos silencios incómodos, ni el frío trato que mantenían entre sí. Pero —pensaba, aunque más como una excusa hacia sí mismo— tampoco estaba en posición de criticar la situación, pues sabía perfectamente que él mismo había sido el causante de todo. 
Desde hacía unos meses ya no se hacía innumerables preguntas respecto de lo que ya no podía cambiar. Últimamente, aquella sensación de dolor y extenuante indiferencia lo había abandonado, al igual que los constantes pensamientos y sueños referentes a lo que hacía un tiempo lo había destruido. Pero, ¿por qué anoche apareció de nuevo lo que se comenzaba a atenuar? Amida repasó sus últimos segundos, sus últimos minutos, sus últimas horas, su último día. 
Una imagen apareció ante él como una flor que se pega al rostro con el viento al caminar.
Todo su cuerpo se sintió verdaderamente extraño. 
Ni él, con su tan amplio vocabulario y facilidad para encontrar la justa expresión que logra describir algo sumamente complejo, logró entender qué le ocurría. La imagen del cuerpo de Eida casi adherido al suyo, el aliento tibio que caía en sus labios, esa expresión que jamás pensó podría dibujarse en aquel rostro carente de emoción alguna más que de disconformidad; todo envuelto en una esfera de luz templada, rodeada de la imperturbable oscuridad. Sólo por situarse nuevamente en ese instante se sentía físicamente desgastado. 
“Desgastado” fue la palabra que, según él, lo describía mejor. 
O eso fue lo único que logró concluir. 
O lo único a lo que quiso llegar.

Su hermano continuaba ordenando la cocina, y, mientras tanto, bebía café. Amida sólo estaba quieto, parado cerca de la entrada con la mirada baja y de frente a Sorano.

—Llegarás tarde, y terminaré siendo el culpable. —el silenció se quebrantó con esa voz fría y grave. Amida subió la mirada, y ante él estaba su hermano sobre una de las tres sillas que habían al rededor de la pequeña mesa, con la taza de café cerca de su boca (por el frío, imaginó). —No te quedes ahí esperando que te diga qué hacer. Ve, haz tus cosas para que puedas irte pronto.— Sorano parecía inquieto, pero Amida no prestó mayor atención y comenzó a retornar. Pero, antes de salir de la cocina, se volvió bruscamente. 
—No te preocupes— dijo su hermano —ya hice tu almuerzo.

En cualquier otro momento la amabilidad de su hermano le habría parecido un elemento sospechoso, como si algo no estuviera bien. Pero los últimos hechos ocurridos en su vida no le facilitaron ni tiempo ni ganas de romperse el cráneo por algo que seguramente terminaría haciéndolo sentir mal.

 

 

Eida

Lo despertó una de sus canciones preferidas, “White Silence”. Estaba en medio de un sueño, pero para cuando notó que aquella música provenía de su teléfono y que era por una llamada, ya había olvidado el sueño.

—¿Aló?— su voz estaba un poco rasposa y somnolienta. 
—¿Estabas durmiendo?— una voz conocida que no logró identificar en ese instante le recordó a la canción que sonaba hacía unos segundos, y no se sintió molesto porque le despertaran. Luego de decir aquellas palabras, la voz rió. —Al parecer, la respuesta es sí.— nuevamente sonó una ligera risa muy suave, y cuando imaginó quién podía ser, ésta continuó hablando. —Bueno, en todo caso, disculpa por despertarte, pensé que ya estarías listo para ir a la escuela, pero es mejor que sea así.
—¿Aaron?
Eida dio con la respuesta.
—¿Sabes, Eida?
—¿Qué?
—Tu voz suena muy linda. 
Eida no respondió, y Aaron tampoco siguió hablando. Ambos se quedaron sin mover los labios ni la lengua, sin dejar salir algún sonido por la garganta. No obstante, luego de un par de minutos, Aaron prosiguió.
—¿Podemos irnos juntos a la escuela?— Eida al fin se despertó por completo. —Hoy tuve que salir más temprano de mi casa, y pensé que sería divertido caminar acompañado alguna mañana.

Eida recordó haberlo visto caminar en compañía de algunas chicas de la escuela, pero prefirió no hacer mención de ello. Era inútil, y sin sentido. Despegó el celular de su oreja y vio que sólo faltaban veinte minutos para llegar a la escuela.

—No quiero.
Escuchó a Aaron suspirar.
—No me importa llegar tarde, suelo llegar a la hora así que está bien si esta vez no es así. Además creo que a la primera hora tenemos Literatura y lo único malo que podría pasar es que al profesor se le ocurra hacer una broma de mal gusto y sería, pero sus bromas son siempre muy graciosas así que no sería tan malo. 

Eida reparó sólo en su primera frase.
¿Por qué este tipo asume que esa es mi razón?

—No. Será para otra vez, pero hoy no.

Eida se imaginó al chico tras la voz que oía. Pensó en el claro cielo amaneciendo por un costado, tan puro y celeste, haciendo un exagerado contraste con el naranjo cabello de su amigo, y a la vez mezclándose con su límpida e iluminada piel. Claro, en su imaginación, este chico sonreía. Su sonrisa siempre se formaba abarcando casi toda la capacidad de su rostro. No parecía de gran tamaño, pero incluso su frente parecía tener una inscripción que aparecía cada que reía. Eida sabía lo atractivo que era Aaron, y lo podía comprobar con todas las miradas de las chicas de la clase sobre él (repartiéndose entre Aaron y Amida durante todo el día. ¿Acaso no se cansaban?). Era agradable, interesante y atractivo. ¿Por qué seguía insistiendo en hablar con él? 

—Esta vez yo quiero decidir, y te molestaré hasta que aceptes— dijo Aaron, muy resuelto ante su posición —Así que te estaré esperando en el paradero. Aunque —agregó— de verdad sería genial si aparecieras por ahí —rió despacio— ya que hace muchísimo frío y mis manos se están congelando, así que apresúrate.

 

 

Amida

Desde que salió de su hogar se puso a pensar en por qué sólo el mero hecho de recordar la noche anterior le hacía sentir un malestar general que lo recorría como la sangre. Eida era su amigo, y sabía que para él no era sencillo demostrar sus sentimientos, además de ni siquiera saber muy bien cómo hacerlo.

—Es posible que estuviera tratando de expresar la alegría que le provocó pasar juntos un día, si de todas formas hemos sido amigos desde hace bastante y jamás habíamos salido juntos a algún sitio. —caminaba lentamente, como si estuviese sólo dando un paseo hacia ningún sitio en particular —No. Él no haría algo así por un hecho tan insignificante. Debe ser algo más. —seguía con la vista a sus pies moverse, a la calle bajo ellos, a los zapatos cubriéndolos —¿Qué es algo más? Quizás sólo quería hacerme saber lo importante que significa nuestra amistad para él. No debió encontrar otra manera para demostrarlo, ya que las formas comunes, como simplemente decirlo, no son suficientes para él. —Amida se sintió más tranquilo. Pero su vista seguía pendiente de sus zapatos avanzando continuamente sobre el que parecía ser el mismo trozo de cemento — Pero si sólo es eso, ¿por qué me siento así?— se detuvo. Acercó cuidadosamente su dedo índice hacia sus labios, y rozó el inferior con mucha delicadeza. Pero no sintió absolutamente nada. Cerró los ojos, e imaginó la noche anterior. —Nuestras ropas nos separaban, pero aquel límite no existe en mis recuerdos; no poseo claridad acerca de por qué, pero sólo con cerrar los ojos evoco su piel suave y caliente humedeciendo la mía, envolviéndome en su risa, en sus miedos, en sus tristezas, en él. Parecía como si al fin pudiese ver todo lo que encierra y teme dar a conocer. —abrió los ojos. Se sintió exaltado, y su expresión dio cuenta de ello.

¿Tuve miedo de que eso fuera así?

Durante el resto del camino, Amida se sintió progresivamente más y más nervioso. No sabía qué haría al ver a su amigo, cómo enfrentaría haber sido tan cobarde. Se sentía sucio.

Cuando estaba a tan sólo unos metros de la escuela, vio que desde un pasaje más allá salió Eida, pero estaba acompañado. Sintió una curiosa pesadumbre al ver que aquel acompañante era Aaron.
Pensó en acercarse, pues estaba seguro de que en un día cualquiera Eida dejaría al acompañante que tuviese para caminar con él. “Yo también lo haría”, pensó un poco apenado. Pero ése no era un día cualquiera. Ya no se sentía tan cercano a Eida como el día anterior. No sabía cómo reaccionaría su amigo al verlo, y tampoco quería saberlo, pues que sólo existiera la posibilidad de que éste no lo tomara en cuenta y siguiera de largo, hacía que Amida se sintiera como una pequeña partícula insignificante, como una ínfima gota de agua para quien está a punto de morir de sed. Un inútil. 

Aaron caminaba muy cerca de Eida, y éste parecía sólo escucharlo. Amida quiso seguir, continuar caminando, pero pocos pasos más allá, un terrible pensamiento aterrizó justo delante de él, amenazando todo lo que había construido hasta el momento.
¿Eida será así también con Aaron?

Unos metros antes de la entrada, Aaron tomó uno de los racimos que formaba el cabello desordenado de Eida, y lo enrolló en su dedo, muy despacio. Eida le dijo algo denotando molestia, pero el otro sólo rió y soltó el mechón, posando ahora los dedos sobre su cara. Luego apoyó la palma, y acarició su rostro con mucha dulzura. 

Amida vio el rostro de Eida enrojecer súbitamente, y se apretó el estómago muy fuerte.

¿Qué mierda pasa conmigo?


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