Midorima Shintaro no era precisamente alguien muy paciente. No al menos con las personas. Y, como si fuera apropósito, parecía tener un imán hacia las personas molestas.
Esas personas que ríen tonta y exageradamente por todo, que nunca dicen algo con seriedad, que se toman todo a gracia.
Y justamente ahora, se encontraba meditando el porqué esto le sucedía. Se había cruzado con muchas personas así a lo largo de sus 16 años de vida, y nunca ninguna se le había pegado tanto a la zuela como Takao Kazunari.
El estúpido desde el primer día había estado al rededor suyo, molestándolo. En un principio le había confesado que lo quería como rival y no como compañero, pero actualmente solía decirle que en realidad lo prefería mil veces como amigo.
Sinceramente, no comprendía como es que se habían vuelto tan cercanos, siendo sus personalidades tan opuestas. Takao reía la misma cantidad de tiempo que Midorima permanecía serio. A Takao le gustaba decir idioteces y hacer estupideces sin medidas, y Midorima meditaba hasta el más mínimo movimiento. Takao solía decir que muchas cosas eran cuestión de actitud y confianza, y Midorima confiaba todo a la suerte.
Takao solía decirle que lo quería.
Y Midorima solía arrinconarlo en algún sitio desierto y besarlo hasta dejarle sin aliento.
Y no-lo-entendía. ¿Cómo era posible que donde había tantas diferencias y a veces tan poca tolerancia, también había tanto amor? Sí, porque Midorima aceptaba que aquello era amor. No podía ser otra cosa.
Esas ganas de abrazarlo, besarlo, reclamarlo y celarlo, no podían ser otra cosa sino amor. El problema, el enigma, era de dónde demonios había surgido ese amor.
En un principio odiaba y le sacaba de sus casillas cada vez que Takao con su chillona voz lo llamaba "Shin-chan", y ahora no podía pasar un día sin oírle o comenzaba a extrañarlo y desesperarse. En un principio odiaba la estúpida sonrisa burlona de Takao, y ahora cada vez que la veía sentía ganas de besarlo. En un principio odiaba el sonido de la estúpida risa de Takao, que reía por todo, y ahora era feliz escuchándolo reír hasta que le salieran lágrimas.
No lo comprendía. ¿Cómo tanto.. odio, molestia, intolerancia; pudo convertirse en amor? Porque le amaba. Ya se lo había dicho en muchísimas ocasiones. Le amaba, y no pretendía ocultárselo, no al saber que a Takao le hacía feliz escucharle decir esas palabras. Le decía que lo amaba, porque se sentía bien, y porque Takao era feliz por ello. Le decía que lo amaba, porque eso hacía ruborizar a Takao, y el peliverde amaba eso. Le decía que lo amaba, porque así Takao le decía que también lo amaba, y a Midorima le encantaba escuchar al pelinegro decirle aquellas palabras.
No lo entendía, y probablemente jamás llegara a comprenderlo, pero no iba a negar que esa duda le robaba muchísimas horas de sus pensamientos. Takao solía decirle que era el destino, nada que ver con la suerte, pero eso no podía ser, porque muchísimas veces Oha-asa había tenido razón en cosas referidas a su relación. ¿Entonces?
Nunca lo sabría. Pero no le importaba. No mientras Takao permaneciera a su lado. No mientras se ruborizara cuando él le besaba y le susurraba que lo amaba. No mientras Takao se durmiera acurrucado a él y le pidiera que jamás le dejara solo. No mientras él estuviera distraido, y Takao le robara un beso. No mientras Takao sonriera y le dijera que lo amaba.
No mientras estuviesen juntos y se amaran.