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linda cría por Vamp Neko chan

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Era una noche muy fría, el viento soplaba con gran furia tratando de arrancar los gruesos árboles de coníferas, sus tenebrosas sombras se dibujaban en el suelo del parque. Las luces  tenues de las lámparas parpadeaban tratando de fundirse en la oscuridad y así dejar sólo la a la luna iluminando las siluetas de los sujetos que caminaban por el lugar.

Por el camino empedrado del parque, entre de los jardines de rosales espinosos, caminaba un joven. Vestía de negro, como la oscuridad de la noche, sólo su pálida piel resaltaba entre el lúgubre escenario del aún invernal clima. Parecía caminar sin rumbo, cual alma perdida deambulando, sujetos que pasaban por la zona veían la extraña expresión que en su rostro se dibujaba.

El joven se detuvo unos segundos. Tras él se acercó un hombre con malas intenciones, que al ver su aspecto, sospechaba que era un turista. Creía que sería una víctima fácil de sus fechorías.

—Joven, ¿se encuentra bien?

El chico pareció no haber escuchado nada, pues no contestó la interrogación. El mayor tomó al joven de los hombros para que lo volteara a ver, llevándose consigo una terrible sorpresa. Al joven le brillaban los ojos en un rojo encendido, parecía la bachicha de un cigarro. Al verlo se paralizó, pero cuando consiguió reaccionar, el chico había desaparecido.

El hombre corrió asustado rumbo a su hogar, pero al cruzar la calle fue alcanzado por un vehículo a toda velocidad siendo arrastrado por unos metros hasta quedar inconsciente siendo llevado al hospital de la ciudad.

Los doctores sólo observaban al hombre que balbuceaba palabras sin sentido alguno. Después de los arduos intentos de recuperación, terminó falleciendo.

A la noche siguiente, el clima seguía enfriando, esta vez la lluvia caía. El joven volvió a aparecer en el mismo parque y se sentó en una banca de madera que se encontraba cerca de los mismos jardines. Una densa niebla cubría el parque, apenas si se lograban ver las siluetas de las personas que caminaban a unos metros.

A su lado se sentó un hombre de tez morena, observando al chico que se cubría el rostro con su cabello negro y brilloso. El hombre se levantó del asiento y siguió su camino, pero al mirar rumbo a la banca, se percató de que el muchacho había desaparecido.

El hombre de aproximadamente treinta años se dirigió rumbo a su casa, en unos condominios privados a las afueras de la ciudad. Abrió la puerta y encendió la luz, teniendo la extraña sensación de que alguien se encontraba ahí. Preparó un bocadillo y se metió a la ducha sintiendo que el ambiente se tornaba pesado.

El hombre creyó que todo era producto de su cansancio así que hizo caso omiso y se fue a acostar. Cuando menos pensó, comenzó a sentir que la respiración se le debilitaba, algo parecía tenerlo aprisionado pues no podía mover ni un músculo.

El hombre logró encender la lámpara de tocador, encontrándose con una extraña sorpresa… El joven que había visto en el parque se encontraba parado al lado de su cama.

—¿Quién eres?

El joven no respondió, dando dos pasos atrás. El adulto se levantó de la cama y caminó hacia él, pero éste se desvaneció frente a su mirada. El hombre volvió a apagar la luz y cerró sus ojos para descansar.

Entre sueños, sentía cómo su sangre fluía por su cuerpo, un cosquilleo en el cuello lo hacía retorcerse de éxtasis. El hombre abrió los ojos, ese sueño parecía tan real, sentía que había cabello sobre su cuello cómo si alguien estuviera sobre él, lo que era extraño pues él tenía el cabello recortado.

El hombre, creyendo que era su novia, comenzó a acariciar el cabello hasta que recordó que ella se encontraba de viaje con sus padres así que bajó la mirada y se encontró al joven, quien le clavaba sus colmillos en el cuello y bebía la sangre que escurría. El hombre trató de soltarse pero ya era demasiado tarde, ya había perdido toda la sangre.

En la ciudad se corría el rumor, un vampiro había aparecido y acechaba a los habitantes. Nadie salía sin un crucifijo en el cuello por temor de que la amenaza los atacara.

Una mañana nublada, un joven turista acababa de llegar, percatándose de la extraña «moda» de los crucifijos. Pasaba cerca de las personas y todas le recomendaban lo mismo, “Póngase un crucifijo” decían murmurando, él sólo escuchaba las indicaciones.

Esa noche, él se había enterado por fin del rumor, por lo que quería investigar si existía tal vampiro. Caminó por el dichoso parque donde, contaba la población, aparecía el temible vampiro. Cansado de no conseguir ver al vampiro, llegó al jardín de los rosales y se sentó en la banca. La luz de una lámpara iluminaba el alrededor, la niebla comenzó a cubrir el parque y él sintió como una presencia se acercó. Volteó a su lado y se encontró al ente sentado y cubriendo su rostro con ambas manos. Él se acercó un poco al dichoso vampiro percatándose de que temblaba mientras parecía lanzar unos gemidos apenas perceptibles.

El turista se quitó la chamarra y cubrió al joven.

—Hace mucho frío, ¿no crees?

El joven vampiro no respondió, el turista se acercó un poco más y le acarició el cabello haciendo que el otro se levantara y corriera rumbo al bosque de coníferas. El turista corrió tras el menor hasta lograr alcanzarlo y lo tomó del brazo.

—¿A qué le huyes?

El vampiro comenzó a esfumarse y desapareció de su vista. El turista, más que aterrado, parecía maravillado al presenciar de la existencia de un ente de inframundo. Le parecía curioso ver algo tan lindo con un lado maligno, no creía que ese joven tan fino fuera a ser una criatura malvada y diabólica. Esa mirada de tiernos ojos turquesa tenía algo enigmático, lo cual, estaba dispuesto a descubrir. Sin duda, veía que el ente era apenas una cría que no acechaba maliciosa, si no que trataba de sobrevivir, o al menos eso creía al ver el aspecto adorable con el que se aparecía.

A la mañana siguiente, el joven turista, quien se llamaba Edwald, leía en el periódico un anuncio que le llamó la atención:

“El encargado de seguridad pública recompensará a quien destruya al temible vampiro, se entregará un cheque de un millón de euros a quien traiga el corazón del vampiro. Favor de traerlo a la plaza de la presidencia donde será expuesto ante el público.”

Edwald se levantó preocupado, pues el vampiro corría peligro. Fue a comprar algunas frutas y por la noche se dirigió al parque, esperando encontrarse al chico. Todo marchaba como lo tenía planeado, pues lo encontró en la misma banca.

Edwald se acercó al vampiro y lo cubrió con un abrigo mientras le ponía una peluca. Desconcertado volteó a ver a Edwald y le aventó lo que le había puesto.

—¡¿Crees que soy un juguete como para que me pongas estas cosas?!

—¡No seas necio! trato de mantenerte a salvo.

El vampiro se levantó furioso de la banca, Edwald observaba la transformación de éste. Sus ojos que, normalmente eran turquesa, se volvieron rojos encendidos.

Edwald tomó al vampiro por las fuerzas, llevándolo a su casa. Estando en esta, le estrechó la mano en plan de amistad, pero el vampiro se alejó de él.

—Apenas pareces una cría de vampiro, no veo que seas tan peligroso.

—Nunca subestimes el poder vampiro —agachaba el rostro ocultándolo en su no tan largo pero si muy lacio cabello negro —. Soy más poderoso de lo que imaginas.

Edwald, emocionado, se acercó al vampiro y le descubrió el rostro, dándole un beso en la frente. El vampiro se molestó y empujó al otro a tres metros.

—¡No vuelvas a hacer eso!

Edwald se volvió a acercar al vampiro dándole un beso en la mejilla. El joven vampiro le soltó un golpe en la entrepierna y se alejó varios metros, indicándole al otro que no se le volviera a acercar. Cada acción que el vampiro hacía, era algo asombroso para Edwald, que se volvió a acercar, esta vez para ofrecerle algo de alimento.

El vampiro veía el alimento con desprecio y luego miraba a Edwald, negando con la cabeza mientras permanecía en silencio. La noche transcurría y no le dirigía palabra alguna, parecía no tener intención de hablar con un “simple mortal”, pero sin embargo, creía que estando en ese lugar no correría peligro.

 Edwald se acercó nuevamente con el vampiro tratando de iniciar una nueva conversación.

—No me has dicho tu nombre, vampiro.

El vampiro lo observó y lo ignoró. Edwald se acercó y le acarició el cabello. El vampiro se levantó del suelo muy furioso y lo empujó contra el suelo. Edwald comenzó a reírse, lo que molestó al otro. Éste se acercó a Edwald empuñando las manos y apretando los colmillos, estando frente a Edwald, tomó todo lo que veía y se lo aventó.

—¡Deja de reírte! ¡No soy una cría!

—Es que, no lo sé, te comportas como una cría aún.

Edwald pensaba que el vampiro atacaba cuando alguien lo subestimaba, dando por hecho que eso era lo que más lo aquejaba. Se acercó al vampiro y lo cargó en los brazos aprisionándolo mientras éste se había descuidado, pataleaba para que lo soltara, pero Edwald lo llevó al oscuro y desolado sótano, donde los primeros rayos del amanecer no tocaran la pálida y seca piel del vampiro.

Edwald lo soltó, haciendo que el vampiro cayera al empolvado piso de madera; una nube de polvo se levantó al instante. El vampiro se levantó del suelo y comenzó a sacudirse su ropa. Edwald le extendió la mano nuevamente y se presentó, esperando que el vampiro hiciera lo mismo, pero no sucedió. El vampiro empujó a Edwald contra la pared y lo amenazó, pero Edwald no pudo evitar reírse… ¿Acaso esa linda criaturita sería capaz de hacer algo tan peligroso?

—¡Deja de subestimarme!

El vampiro empuñó su mano y trató de golpearle el rostro, pero Edwald le detuvo el puño y lo empujó, cambiando de lugar; ahora era el vampiro quien estaba aprisionado contra la pared.

—Sigo esperando que me digas tu nombre.

El vampiro forcejeaba tratando de liberarse, pero era inútil, el joven “humano” parecía tener más fuerza. El vampiro comenzó a perder el conocimiento y cayó al piso. Edwald lo miró preocupado, creyendo que el vampiro había muerto, se acercó a éste pero se percató de que el vampiro sólo se encontraba en su sueño, puesto que ya había amanecido.

Edwald salió rumbo a un banco de sangre y pidió sangre, los doctores se la negaron por lo que tuvo que conseguirla en el mercado negro. De allí se dirigió a una funeraria y compró un féretro de cedro tallado con figuras góticas. Llegando a la casa con la nueva adquisición, bajó al sótano y cargó al vampiro para ponerlo en su nueva “cama”. Cada segundo que transcurría, Edwald observaba al vampiro esperando ansioso a que despertara de su sueño. La noche cayó y el vampiro volvió a abrir los ojos, notando que estaba en un ataúd. Edwald se acercó y le preguntó el nombre, a lo que el vampiro sólo dijo “D”. Edwald sospechaba que el vampiro aún no le tenía confianza… ¿Quién en su sano juicio le pondría de nombre una letra a su cría?

El vampiro se levantó del féretro y lo observó con detenimiento. Edwald le sonrió.

—Es un lindo féretro como tú.

El vampiro miró a Edwald sin decir nada y se dirigió a la puerta, pero Edwald lo detuvo. Edwald le mostró una de las bolsas de sangre al vampiro, quien sin dudar la tomó y comenzó a beber desesperado mientras Edwald le sonreía.

—Eres una ternura de vampiro.

El vampiro volteó molesto, la sangre le escurría de los labios.

—Los vampiros no somos tiernos.

—Si tú lo dices.

Edwald se acercó al vampiro y le dio un beso en la mejilla. El vampiro se dirigió a la puerta, pero Edwald lo detuvo nuevamente, explicándole el peligro que correría si salía de la casa. Éste hizo caso omiso de las indicaciones  y se escapó.

Pasaron un par de horas y Edwald se encontraba preocupado, pues sabía que el vampiro estaba en peligro. Decidido, se dirigió al parque donde se aparecía el vampiro.

En cuanto se acercó al jardín de los rosales, vio cómo una turba enardecida listos para acabar con el vampiro que se encontraba en el suelo herido. La gente lo tenía rodeado de ajos, teniendo al vampiro debilitado. Edwald corrió hacia el vampiro entre empujones y lo levantó tomándolo en brazos.

—¡Déjenlo, es sólo una cría!

—¡Es un monstruo y debe desaparecer!

—¿Están viendo su comportamiento tan salvaje? ¿acaso estamos en la época de la Santa Inquisición?

La multitud se acercó y comenzaron a abrir fuego contra el vampiro, lo que despertó la furia de Edwald. Un sismo sacudió el lugar haciendo que la mayoría perdiera el equilibrio. Para él, el sismo sólo lo había provocado para distraer a la gente y escapar a salvo con el vampiro, éste apenas lograba respirar agitado.

Llegando a la casa, Edwald le puso un poco de desinfectante en la herida del vampiro que cerró al instante. Edwald recostó al vampiro en su cama y le dio un beso en la frente mientras le acariciaba el cabello. El vampiro sonrió mostrando sus afilados y blanquecinos colmillos agradeciendo la acción del otro. Ambos se dieron un pequeño beso en la boca.


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