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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D:D:D:D:D

Ya estoy aquí, perdón por tardar dos semanas en actualizar. De verdad, los profesores no me dejan respirar y ahora me mandan un montón de trabajos que no entiendo porque estamos a principios de curso y es como: "¡¿EN SERIO?!" Malditos, a más de uno le hace falta un buen pol** para que se les pasara esa mala baba que traen a clase >.< (y eso que yo quiero ser profesora!)

Para compensar, os traigo un capítulo que creo es menos intenso que el anterior. Con ese me pasé un poquito eeeeejeje :). Me encanta que estéis como locas temiendo por la vida de Killer. Y por Sanji y Zoro, que eso sí que es un completo misterio!

En fin, no os entretengo más y prometo actualizar lo antes posible (a poder ser, una semana). Sino, que la Diosa Madre Ishtar se manifieste y me haga sufrir!

A leer se ha dicho :).

Esa noche, Kid no pudo dormir. Cuando Law terminó de contarle todo lo que sabía, acabó por calmarse después de llenar las sábanas de lágrimas. Abrazaba al pirata como si fuese a perderlo de un momento a otro, algo que por supuesto no quería que pasase. Pero Kid no se fue. De hecho, se quedó en la cama acariciando los finos y oscuros cabellos de Trafalgar hasta que éste se hubiera calmado y, ya de madrugada, se quedó dormido. Pero el pelirrojo no podía conciliar el sueño, no después de lo que le había dicho.


¿Cómo se supone que iba a matar a su mejor amigo? ¿Cómo iba a asesinar a Killer? Si era… La única persona que había estado a su lado desde que tenía uso de razón, desde que era un maldito crío en el South Blue. Él era su mejor amigo, su compañero, su segundo de abordo, su confidente. ¿En qué mente esquizofrénica y demoníaca cabía la posibilidad de matar a alguien tan allegado como lo era Killer para él? En la de esa jodida diosa de los cojones, desde luego. ¿Qué tenía contra él? ¿Qué le había hecho enfurecer tanto y convertirle en el blanco de su ira? Es cierto que cuando le dijo que no iba a ser el Rey de los Piratas, perdió los estribos y la llamó de todo. Pero eso no le daba derecho a inmiscuirse en sus asuntos personales.


Es verdad que hasta que no lo vio con sus propios ojos, no se creyó que existiera un ente todopoderoso al que llamar Dios, pero ella se manifestó en el patio delante de sus narices y le castigó con un conjuro que parecía no poder romperse nunca. Y ahora, que estaba a punto de lograrlo porque había conseguido el amor de alguien, sus esfuerzos habían sido en vano porque tenía que asesinar a su mejor amigo. El mero hecho de pensarlo le producía escalofríos. ¿Por qué le tenían que pasar estas cosas? Si era feliz navegando en busca del One Piece, atracando en una isla diferente todas las semanas y reduciéndola a cenizas, huyendo de la Marina y aumentando la recompensa por su cabeza.


Pero ahora nada de eso tenía sentido. Primero, porque había conocido a una persona que se había hecho indispensable para él: Trafalgar Law. Sin quererlo, se había enamorado locamente de aquel hombre de mirada seria y pocas palabras, hasta el punto de no verse capaz de vivir sin él. Quería que, cuando todo acabara, se fuera con él en su barco y navegasen por el océano surcando los mares sin la más mínima preocupación. Ni palacios, ni templos, ni normas sociales, ni dioses. Solo ellos dos. Pero todo ello se había visto truncado por una segunda consecuencia: Killer. ¿Cómo iba a matar a su mejor amigo? Ni siquiera en una cabeza enferma como la suya cabía una idea como esa, y él había sido (y era) muy cruel, hasta el punto de aniquilar poblaciones enteras con civiles incluidos y no sentir ni una gota de lástima. Pero no podía matar a su mejor amigo, no a él.


Desesperado, a unas pocas horas del amanecer, el pirata se levantó de la cama y fue a tomar un poco de agua de la jarra que descansaba en la mesita de té. Bebió con lentitud, saboreando el líquido elemento, y se dejó caer en el sofá exhausto. Por su cabeza surcaban pensamientos de todo tipo, a cada cual más aterrador: Killer atravesado por su brazo metálico, Killer con un balazo entre ceja y ceja,  Killer ahogado por sus manos, Killer desmembrado por la Fruta del Diablo de Trafalgar… El pelirrojo lo vio dormir y suspiró. Había algo en él que le decía que algo no marchaba bien. No sabía qué era, y no sabía describir aquella sensación (¿inquietud tal vez?), pero su instinto de pirata le advertía que los días de felicidad absoluta habían quedado atrás.


No merecía la pena preguntarse el por qué, Kid lo sabía perfectamente: todavía no le había confesado sus sentimientos. Nunca habían hablado del tema, y a decir verdad, a Kid se le había olvidado por completo el barco y su tripulación. Había olvidado que era un pirata, y eso en parte le aterraba. Nunca, desde que tenía conocimiento, había renunciado a su sueño de libertad marina, pero con Trafalgar… Algo le había hecho que lo había cambiado totalmente, le había hecho olvidar su antigua vida para mantenerlo a su lado para siempre. ¿Pero por qué? ¿Acaso tenía miedo a quedarse solo? ¿Acaso no le había demostrado ya que le quería, y que jamás de los jamases le abandonaría? Porque el moreno se había insertado en el corazón del pelirrojo de la misma forma que la tinta de sus tatuajes se incrustaba en su piel de canela.


Kid estaba seguro de sus sentimientos hacia Law, y también creía que el moreno los conocía a pesar de no habérselo dicho nunca. ¿Cómo le iba a decir algo así? Eustass Kid no era alguien a quien le fuera el rollo romántico, y ya se había sorprendido a sí mismo cuando Law había hecho algún comentario refiriéndose a él como “dulce”, “cariñoso”, “mimoso” o demás adjetivos similares. Pero el amor, o lo que él creía que era amor, le estaba cambiando a pasos agigantados y él no se daba ni cuenta. ¿Acaso sería todo un embrujo de Trafalgar? ¿Qué magia escondían sus preciosos ojos grises que cuando los miraba, Kid sentía que perdía su conciencia y que cedía ante él como un perrito faldero? Como si fuese su esclavo. Su esclavo de amor.


Pero… Eso no era una pareja, no. Eso no era amor. Si Trafalgar de verdad lo quisiera, haría lo que estuviese en su mano para impedir la muerte de su mejor amigo. Aunque él no le conociera tan bien como hacía el pelirrojo, el mero hecho de ser el mejor amigo de su amante debía ser más que suficiente para interceder entre la diosa y ellos. Sí, cuando le había confesado todo aquello había llorado desconsolado como un niño, pero algo le decía al pirata que esas lágrimas no eran de verdad. Que no sentía el dolor que quería expresar. Si le estaba mintiendo, ¿para qué? Si conocía sus sentimientos, ¿por qué obligarle a hacer algo tan cruel como aquello?


¿Acaso Law se creía el centro del universo? ¿Se creía el centro de su universo? ¿Se osaba comparar con su sueño de ser el Rey de los Piratas, de conseguir el One Piece? ¿Le estaba obligando a elegir entre una vida a su lado y una vida de pirata sin él? ¿Por qué tenía que ser algo incompatible? ¿Por qué no podía venirse en el barco como pensaba hacer Killer con su noviecito asustadizo? ¿Por qué siempre tenía que hacer todo tan difícil? Si se ponía a pensar en frío y recordar los momentos vividos… Kid se daba cuenta que no tenía nada que ver con Trafalgar. Eran dos personas completamente distintas. ¿Y eso estaba bien? Es decir, ¿dos personas tan diferentes podían mantener una relación duradera? Los polos opuestos se atraen, o eso es lo que la gente decía, pero siendo dos polos tan opuestos como lo eran Kid y Trafalgar… El pirata no las tenía todas consigo.


Un vespertino rayo de sol entró por la ventana de la habitación y la iluminó levemente. Estaba amaneciendo. El pelirrojo se había pasado una noche entera en vela y no había sacado nada en claro. ¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo correcto? Se rascó la cabeza con insistencia, por primera vez en su vida estaba perdido y sin rumbo. Varado como una tabla de madera flotando en la inmensidad del océano, un océano gris y metálico como los ojos de Trafalgar Law. Como si supiese que estaba pensando en él, el moreno se revolvió entre las sábanas buscando el calor del cuerpo de Kid, pero no lo encontraba. Adormilado, gruñó molesto y movió más los brazos para buscar a su pareja. El pirata lo observó dubitativo, viendo como su expresión facial hasta entonces tranquila por estar durmiendo plácidamente, se tornaba hosca y avinagrada, molesto porque allí no estaba su hombre. Todavía dudando, Kid se encaminó hacia la cama y decidió tumbarse de nuevo, acercando a su cuerpo al moreno, que enseguida se tranquilizó al sentirlo. El sacerdote le dio un pequeño beso en el pecho y se acomodó entre sus brazos para conciliar el sueño de nuevo, ya que esa noche estaba durmiendo especialmente bien. El pelirrojo, exhausto por estar en vilo durante toda la noche, acabó durmiéndose también.


Trafalgar se despertó cuando el sol estaba en lo alto: las doce de la mañana. Miró a su amado, estaba durmiendo pero no parecía relajado en absoluto. Sus músculos estaban tensos, y su cara reflejaba la pesadilla por la que su mente y corazón debían estar pasando. Una parte de sí quería ir a consolarle porque no soportaba ver al grandioso Eustass Kid tan afligido y, por qué no decirlo, vulnerable; pero pronto recordaba que era por un bien mayor, por estar juntos para toda la vida, y el moreno dejaba de afligirse. El fin justificaba los medios.


Law se dio un baño y se preparó concienzudamente para lo que le esperaba esa tarde: la gran boda entre Marduk e Ishtar. Se embalsamó el cuerpo con perfumes y cremas que daban luz a su tostada piel, confiriéndole un aire todavía más mágico y perfecto. Su cabello moreno también brillaba con esos curiosos mechones azules, y una de las sacerdotisas le arregló las uñas con una lima. Debía estar espléndido. Antes de comer, Boa Hancock le llevó la túnica que luciría esa tarde: un precioso vestido blanco de seda, con cuello en pico hasta la mitad de su pecho, mangas anchas de murciélago y una cola tan larga y amplia como la de un vestido de novia. De hecho, como era blanco, lo parecía. La túnica tenía en cuello, mangas y cola varias cenefas con motivos vegetales bordados con hilos de oro y plata, y en la cola, los mismos motivos vegetales escalaban desde el final hasta casi llegar a la cadera. La seda era de máxima calidad, y como era blanca, a veces provocaba la sensación de ser transparente. Cuando Law se vio con la toga encima, supo que esa era la adecuada. Esa tarde iba a brillar como las estrellas, con luz propia.


Guardó el vestido en el armario con sumo cuidado envuelto en una sábana protectora, despachó a la costurera y bajó para supervisar las obras de la ceremonia. Había que instalar en el patio un pequeño altar elevado con cuatro columnas y una sábana que hacía las veces de techo para resguardar a los protagonistas de los rayos del sol. Los pilares del patio porticado debían ser decorados con guirnaldas de flores, y también había que colocar unos asientos adecuados para los nobles y aristócratas asistentes a la boda, y una gran alfombra de piel de serpiente que recorriese el pasillo desde la entrada del patio hasta el altar, el recorrido que debía seguir la pareja que interpretaba a los dioses. Los preparativos marchaban con el tiempo correcto, así que el moreno subió de nuevo a su habitación para comer y terminar de arreglarse. Por primera vez en su vida quería de verdad que aquello saliese bien, quería demostrarle a Kid que, con aquellos ropajes tan caros y bien emperifollado como iba a estar, era un diamante que no podía dejar escapar por nada del mundo.


Antes de que le trajeran la comida, Law despertó a Kid de la mejor forma posible, enseñando su sonrisa amable y cariñosa, mostrándole que estaba ahí para lo que necesitara después de la funesta noticia. Porque le quería, y quería estar a su lado para siempre. Nada ni nadie les separarían. Nunca. El pelirrojo se despertó con muy mala cara, apenas había dormido, y no había descansado en absoluto. Todo el tiempo acudían a su mente imágenes de Killer muerto, despedazado por un implacable Trafalgar Law. Sabía que existía ese Law, ese sádico moreno de mirada furibunda y letal. Lo sabía porque conocía su poder y, aunque nunca no lo hubiese visto en acción, su intuición de pirata le decía que era fuerte. Pero ante él sólo aparecía el Law dulce y amoroso, tan tierno como un bollito de canela recién horneado. Un manjar que le derretía por dentro y por fuera. Parecía que le estaba mandando señales de calma y paz, quizá para tranquilizarlo, quizá para borrar de su memoria las malas experiencias pasadas. Pero Kid jamás olvidaría esa parte oscura de su amante, porque, aunque le producía respeto, también le gustaba. Él también era así, ¿por qué no su pareja?


Desganado, el pelirrojo apenas probó bocado. El moreno estaba todo el rato encima de él, acariciando sus cabellos, dejándole delicados besos en mejillas y frente, o simplemente susurrándole palabras reconfortantes. Pero Eustass estaba sumido en una burbuja de dudas y miedos de la que era muy difícil escapar. Más bien, sí había una forma de escapar, pero no estaba dispuesto a aceptarla. No podía matar a su mejor amigo. No podía. Y ese juramento se grabó en su interior con sangre y fuego.


Sanji recogía tranquilo los platos de la comida. Todos habían comido con prisas porque debían continuar con sus tareas de palacio: Usopp estaba encargado de terminar el altar de la boda y adecentar el patio, las chicas debían ataviarse correctamente para acompañar al Sumo Sacerdote en su intervención como casamentero, y Luffy y el estúpido espadachín de mierda tenían que hacer guardia y vigilar que todo transcurriera como estaba planeado. Sí, Sanji había decidido borrar de su memoria por completo todo lo que tuviera que ver con aquel hombre. Ni siquiera pronunciaría su nombre. Después de la charla tan dolorosa que tuvieron (más bien monólogo, porque el peli-verde no dijo ni una palabra), el rubio había comprendido que no iba a obtener nada, que el otro era una persona despreciable por la que no merecía la pena preocuparse, y debía centrarse en Ace y su nueva relación con él. Suspiró. Desde que habían empezado las fiestas no lo había visto, pero esta tarde aparecería por la ceremonia y, con suerte, podrían quedar esa noche. Tenía tantas ganas de perderse entre sus brazos…


Sí, esa noche quedarían. Sanji se pondría la túnica más hermosa que tenía, se acicalaría como nunca, juntos pasearían bajo la luz de la luna por las abarrotadas calles para ver los espectáculos nocturnos que ofrecían bailarinas y bufones en general, quizá compraría algún dulce traído de desiertos lejanos, y acabaría la velada en la cama con su hombre. Era un plan perfecto, ¿qué podía salir mal? Ace lo había tenido bastante olvidado porque estaba reunido constantemente con su “familia”, algo que no molestaba al rubio de saberlo, pero no lo sabía. Si el pecoso le hubiese dicho que no podrían verse durante esos días, aunque le hubiese dolido porque eran unos días especiales, Sanji lo habría comprendido. Pero ni siquiera le había avisado. Sabía que estaba con sus esbirros porque no podía estar haciendo otra cosa, pero aún así le molestaba que no hubiese tenido la decencia de decirle nada.


Con esa felicidad repentina, el rubio terminó de recoger la mesa y comenzó a fregar los platos y guardar la comida que había sobrado para los ataques de hambre de Luffy. Ya había limpiado media vajilla cuando Zoro apareció en la cocina en busca de su botella personal. Sanji, al escuchar unos pasos en la habitación, se dio la vuelta esperando que fuera Nami para pedirle consejo sobre el vestido que debía llevar, pero al ver al espadachín se quedó blanco y rápidamente giró la cara para seguir con sus quehaceres. El peli-verde pasó de largo ignorando aquella reacción tan ofensiva para su persona y entró en la bodega. Salió con la botella en la mano, casi la había acabado ya, y antes de salir de la cocina, se quedó mirando al cocinero, quien seguía enfrascado limpiando los platos. Había comenzado a fumar.


Zoro permaneció quieto unos momentos, observándole en minucioso silencio, dubitativo en romper el helador ambiente. El cabello del cocinero estaba algo desaliñado, quizá no había tenido tiempo de lavárselo a conciencia como siempre hacía. Seguro que después de recoger se ducharía y esta noche vería a su novio. Pensar en el moreno pecoso le hizo apretar los puños con tanta fuerza que casi rompe el cuello de la botella ahí mismo. Sanji dio una larga calada al cigarro, tan larga que al expulsar el humo el ambiente se volvió más denso, y se giró para encarar al espadachín. ¿Por qué seguía en la cocina? ¿Por qué no paraba de mirarle? Sentía sus ojos clavándose en su nuca, los sentía como dos puñales de fuego que le calcinaban el alma. Esos malditos ojos de tigre dormido, esos malditos ojos tan afilados como sus espadas.


-¿Qué quieres? –le espetó Sanji claramente molesto. ¿No había sido suficiente la charla de ayer? ¿O es que era tan tonto que no había entendido nada?-. Estoy ocupado, no tengo tiempo para tus tonterías.


Zoro no dijo nada, permaneció callado observándole de arriba abajo, analizando cada músculo, cada movimiento que hacía el cocinero. Se le veía enfadado, eso no cabía duda, pero el peli-verde no quería discutir. De hecho, no le gustaba discutir con Sanji, no con él. Y nunca se había atrevido a levantarle la voz, siempre había sido sumiso y había acatado todas sus órdenes sin rechistar. Pero ahora se había revelado, señal inequívoca de que le estaba perdiendo. Una parte de él ni siquiera asimilaba la idea de vivir sin él, sin el hombre que le había entregado todo durante cuatro años sin pedir nada a cambio. A él, que era un maldito desgraciado que no merecía estar donde estaba. Muchas veces lo había pensado… Tal vez hubiese sido mejor quedarse en su isla natal y… Una parte estaba dispuesta a todo por recuperarle, pero otra, mucho más firme, afirmaba que ahora las cosas iban a estar bien. Que debían permanecer separados. Porque era lo mejor, sobre todo para Sanji.


-Otra vez tu maldito silencio –dijo el rubio más enfadado-. Si no vas a decir nada, vete. No quiero verte.


Esas palabras se grabaron en el interior de Zoro con fuerza. Le había dolido. Hizo mención de decir algo, pero las palabras se morían en su garganta. Sus ojos no dejaban de escrutar al rubio, que parecía un león tan enfadado. Pero un majestuoso león al fin y al cabo, no una sucia rata de suburbios como él. Porque eso era Zoro, lo más bajo que podía existir. ¿Cómo iban a estar juntos? ¿Cómo iba a arrastrarle con él al infierno en el que vivía? Si Sanji era… Era perfecto. Era lo más parecido a un ángel, a un ser celestial que siempre estaba dispuesto a colaborar con una radiante sonrisa en el rostro. Con ese precioso rostro dulce, con esos cabellos color de oro y esos ojos azules como el mar. ¿Por qué había tenido que conocerle?


Algo en el cerebro de Zoro le indicó que debía actuar. Dejó la botella en la mesa y se acercó al cocinero a paso lento, serio, jugando con las distancias y el tiempo. Sanji enseguida se puso alerta, mirando con cara de pocos amigos la cada vez menos distancia de seguridad que existía entre los dos.


-¿Qué haces? –preguntó el cocinero con hastío cuando el espadachín se quedó justo enfrente suyo. No lo quería ver, ni mucho menos tener tan cerca-. Vete.


El peli-verde observó con detenimiento cada facción del rostro del rubio, quien estaba muy molesto. Inconscientemente, Zoro acercó una de sus manos para acariciar esa hermosa piel de porcelana, pero Sanji no se dejó y le empujó hacia atrás. Se dispuso a salir de allí porque no aguantaba estar cerca de Zoro, no en esas condiciones. ¿Se había vuelto loco? ¿Acaso no comprendía que entre ellos no había nada? Pero el espadachín era mucho más ágil y rápido que él, así que le agarró por las muñecas y lo retuvo ahí, encerrado entre la encimera de la cocina donde estaban los platos sucios y él.


-¡Suéltame, estúpido marimo! –gritó el rubio alterado, Zoro estaba demasiado cerca y sentía sus penetrantes ojos rebanarle como si fuese un pedazo de carne-. ¡S-Suéltame! –Sanji intentó zafarse del agarre, pero el peli-verde ejercía mucha fuerza. A pesar de lo serio y calmado que estaba, tenía la situación bajo control. Y seguía sin pronunciar palabra-. ¿¡Qué coño haces!?


Sin pensar en lo que hacía, o habiéndolo meditado mucho, Zoro se lanzó en busca de los labios del rubio, pero en el último segundo se paró en seco, quedándose a unos milímetros de Sanji. El corazón del cocinero comenzó a latir con fuerza y una conocida sensación que creía olvidada brotó de nuevo en su interior: las ganas por besar a Zoro estaban ahí. No había podido olvidarle. ¿Por qué? ¿En el fondo le gustaba sufrir? Tembló cuando el espadachín deshizo el agarre y pasó una de las manos por su cintura y, con la otra, recorrió como nunca antes había hecho el pecho del rubio hasta llegar a su cuello, terminando por rozar los carnosos labios con su pulgar. Ahora estaba libre, sus manos estaban sueltas y podía huir de allí, pero lo único que pasaba por la mente del rubio era estremecerse. Estremecerse ante la cercanía de Zoro, estremecerse por sentir su frío aliento de hielo, estremecerse por notar esa caricia que nunca le había regalado antes.


Un dolor punzante apareció en el pecho del rubio, asfixiándole, y sus ojos se llenaron de lágrimas pero ninguna de ellas se escapó por sus mejillas. Ahora sí que sus ojos parecían un par de océanos en los que perderse, como Zoro había hecho tantas veces. El peli-verde luchaba internamente por controlarse, pero a duras penas podía. Tener a Sanji tan cerca y no poder tocarlo era una tortura. Volvió a rozar esos labios con su pulgar, haciendo que el rubio se estremeciera de nuevo. Era demasiado. Sin poder contenerse más, Zoro acercó sus labios a los del cocinero y le besó intensamente pero permaneciendo frío de alguna forma. Al notar los finos labios del peli-verde con ese característico sabor a alcohol, una lágrima surcó la mejilla de Sanji imparable. Volver a sentir esos labios había sido demasiado para él. Tantas noches había soñado con ellos, y ahora los tenía allí mismo. Pero él tenía una pareja, y Zoro le había alejado de su vida. ¿Por qué le besaba? ¿Y por qué, a pesar de todo el daño que le había hecho el peli-verde, Sanji seguía queriendo más? ¿Por qué no podía olvidarlo? Esa lágrima que se había escapado representaba la frustración del rubio, su frustración por querer olvidar a Zoro y no poder. Ese desgraciado estaba grabado en su corazón para siempre.


Zoro se separó un instante para observar al rubio, pues sentía cómo temblaba entre sus brazos y quería saber si debía parar. En realidad tenía que parar, pero no quería. Le observó en silencio: sus mejillas estaban sonrosadas como manzanas maduras, sus ojos brillaban con fuerza por la excitación y las lágrimas, y sus húmedos labios por el contacto le pedían más y más. ¿Cómo iba a parar ahora? Antes de que pudiera reaccionar, Sanji hundió los dedos en el verde cabello del espadachín y lo atrajo hacia sí para besarle de nuevo, esta vez con mucha pasión. Con toda la pasión que tenía contenida desde que le había apartado de su vida. Zoro no pudo resistirse a esa lengua viperina que se movía frenética por su boca, ansiando su músculo y bebiendo de nuevo esa saliva alcoholizada. Ace era dulce como la miel, pero Zoro tenía ese toque amargo que tan loco volvía al cocinero. Pero Zoro pareció recobrar la cordura:


-Espera… –susurró el espadachín perdiéndose en la magnificencia de esos ojos azules del cocinero-. Esto no está bien…


-¿P-Por qué no? –preguntó Sanji con un hilo de voz. No quería perderlo, no ahora que le había abierto las puertas de su corazón de nuevo-. Si es por Ace, yo…


-Él no tiene nada que ver –le cortó el peli-verde-. Te mereces a alguien mejor que yo, cocinero. Lo sabes –acarició con ternura la mejilla por la que la lágrima había discurrido y que todavía seguía algo húmeda-. Si te quedas a mi lado, te destrozaré la vida. Y eso no me lo perdonaría jamás…


Lentamente, el espadachín fue soltando al rubio y alejándose de él. Ya había caído otra vez, había ido demasiado lejos y eso sólo empeoraba las cosas. Sanji intentó retenerlo agarrando de su chilaba, pero Zoro le dedicó una mirada apenada, triste, quejumbrosa, que le quitó las ganas de insistir. Nunca le había mirado así, Sanji nunca había visto un ápice de pena o de miedo en su rostro, y ahora se le aparecía ante él con esos ojos que casi parecían los de un cachorro desamparado. ¿Por qué? ¿Qué tenía en mente? ¿Qué estaba pasando por su interior, por su alma, por su corazón? Sanji necesitaba respuestas, porque no podía caer de nuevo en el abismo, no ahora que Zoro le había demostrado que, en parte, tenía corazón.


-¿P-Por qué? –preguntó el cocinero con un nudo en la garganta. Tenía mucho miedo de aquella respuesta, tenía mucho miedo de volver a ser rechazado por Zoro-. ¿Por qué, Zoro?


-Porque no puedo, cocinero –le contestó el peli-verde, también con un nudo en la garganta y una sonrisa amarga. Una sonrisa que destrozó al rubio-. Créeme, es mejor así.


-¡No! –le espetó Sanji-. Necesito que me expliques qué está pasando, Zoro. ¡Lo necesito! –se llevó una mano al pecho porque se estaba poniendo nervioso y sentía que le faltaba el aire-. ¿Por qué no podemos estar juntos? ¿Qué te lo impide?


-No es qué, sino quién… –sentenció el espadachín sin ganas desde el marco de la puerta. Le dedicó una última mirada a Sanji, una mirada cargada de sentimiento y perdón, una mirada que no pudo aguantar una amarga lágrima. Antes de desaparecer por palacio, sonrió al rubio-. Lo siento mucho, Sanji.


El cocinero se lanzó corriendo en su busca, pero al salir de la habitación, Zoro ya no estaba. La cabeza le daba vueltas, le faltaba aire y su corazón apenas latía. Desencajado por completo, se deslizó por el marco de la puerta hasta sentarse en el suelo, estático, con los ojos en blanco y la boca seca como un desierto. Y en esos momentos, Sanji sintió cómo la vida se le escapaba, como su mundo daba un giro de 180 grados y todo en lo que había estado creyendo esos días había dejado de tener importancia. Porque en esa última mirada de Zoro, en esa lágrima derramada, había visto mucho amor. Un amor que creía inexistente, un amor imposible. Imposible de creer, imposible de vivir, imposible de sentir. Esa era la palabra: imposible.


El patio porticado estaba abarrotado. Todo aquel que se consideraba aristócrata, o tenía el suficiente dinero para serlo, debía asistir a tal evento. Porque era una celebración para los grandes de la isla, una ceremonia de alta alcurnia donde los dos dioses más importantes del panteón se unían en matrimonio para derrotar al caos. La plebe y los esclavos abarrotaban las calles esos días, era bueno gozar de un momento de paz entre los semejantes. Los pobres honraban las fiestas a su manera, y los ricos, a la suya. Los asistentes iban engalanados como nunca, ataviados con sus mejores trajes y joyas más vistosas. Conforme llegaban, se iban colocando en las bancadas preparadas, guardando los primeros sitios para las familias de los dos jóvenes que hacían de dioses ese año.


En el pequeño altar que habían improvisado los empleados del palacio, Cavendish, el joven que emulaba a Marduk, esperaba ansioso a que su pareja, Rebecca, hiciese su aparición estelar. Las campanas anunciaron su entrada en el patio, y todos los asistentes admiraron su belleza pura y angelical. Pero quien estaba más espectacular de todos era Law. Su túnica blanca de seda resaltaba sobre su morena piel, su cabello azabache lucía unos curiosos mechones de un azul índigo que le conferían un aire exótico, sus grises ojos se habían envuelto en kohl negro para causar más impresión, y esa aura mágica que siempre poseía se había ampliado de manera considerable. Tenía un magnetismo increíble.


La ceremonia transcurrió sin ningún altercado, pues todos permanecían atentos a las palabras del Sumo Sacerdote y a su fantástica imagen. Una bandada de aves del paraíso surcaron el cielo en un momento dado, y eso animó más a los participantes porque era señal de un buen augurio. Pero había una persona en todo el palacio que no disfrutaba. Eustass Kid había decidido salir de la cama y tomar un poco de aire fresco, por lo que salió al jardín del tercer piso. Hasta allí llegaban los susurros de Trafalgar, escuchaba su voz pero no entendía nada porque hablaba en sumerio. Armándose de valor, descendió hasta el primer piso y se quedó allí, en el jardín, observando la ceremonia desde arriba. Law no le veía porque estaba de espaldas a él, pero Kid lo prefirió. El moreno estaba radiante. La seda era tan fina y de la más alta calidad que el blanco del traje brillaba tanto que hacía daño a la vista. El pelirrojo suspiró, ¿por qué había tenido que enamorarse de alguien como él? Permaneció en el jardín unos minutos, pero volvió de nuevo a la habitación para enterrarse entre las sábanas y dejar su mente en blanco. Le dolía la cabeza de tanto pensar y devanarse los sesos. Escuchó los aplausos y los vítores y gritos de júbilo cuando la ceremonia acabó, pero Law no regresó porque tenía que atender a sus invitados para la cena que se celebraría después.


Al pelirrojo tampoco le importó estar solo el resto del día, de hecho lo prefería. Ver a Law sólo le traía a la mente escenas macabras y escalofríos por todo su cuerpo. El moreno estaba siendo realmente atento con él en esos momentos tan difíciles, y eso sólo hacía quererle más todavía. Pero una parte del pirata dudaba de esa cara de porcelana que le regalaba dulces sonrisas. Dudaba de que realmente lo hiciera porque lo sentía y no por aparentar. Había descubierto una mitad oscura en el interior del sacerdote, una mitad que en otra situación le hubiese encantado explotar, pero no ahora, porque sinceramente vacilaba respecto a la actitud de su pareja. Porque le veía capaz de asesinar a Killer si no lo hacía él. Y si lo hacía, Kid tenía claro que acabaría pegándose un tiro en la sien. Porque no podría vivir sin su mejor amigo, pero tampoco sin Law. Y estaba claro que si el moreno mataba al rubio, su relación habría muerto con él. Darían igual las súplicas del mayor, darían igual los perdones y los arrepentimientos porque no habría nada que pudiera hacer para convencerle de cambiar de opinión. Trafalgar Law desaparecería de su corazón del mismo modo que hicieron sus padres al morir cuando él apenas era un crío de cuatro años.


La cena estuvo plagada de altos dignatarios y personajes ilustres de Babilonia y de las islas próximas. La mesa se llenaba de suculentos manjares que se iban renovando cuando un plato se quedaba vacío, y la música y el espectáculo nunca cesaban. El vino y los licores de frutas tampoco desaparecían, estaban muy presentes ya fuera en la mesa o ingeridos en los estómagos de los comensales. Ninguno de los allí presentes quería marcharse, salvo los protagonistas, por muy estrambótico que sonara. La pareja de dioses debía quedarse en palacio aquella noche para celebrar la unión sagrada y, según decía la tradición, engendrar un hijo. En otras ocasiones, las parejas sí habían practicado actos sexuales en una de las habitaciones de palacio, pero esta pareja había decidido no hacerlo, y por ambas partes. Rebecca venía de una familia muy religiosa, y reservaban la flor de su hija porque ella quería entrar al servicio de la Diosa Madre. Cavendish, al enterarse de ello, simplemente no se opuso porque, entre otras cosas, los rumores decían que prefería la compañía masculina. Cuando Trafalgar se enteró, decidió espiar al rubio para confirmar sus sospechas, además de que tampoco tenía muchas ganas de celebrar y estar de fiesta. No lo quería reconocer, pero estaba preocupado por su hombre, porque una parte de él le decía que no sería capaz de cumplir con el plan. Y ese pensamiento no dejaba de reconcomerle por dentro, porque Eustass Kid debía ser suyo, tenía que ser suyo para siempre y bajo cualquier circunstancia.


El moreno subió sigilosamente las escaleras siguiendo al rubio, que iba por delante en dirección a su habitación sin percatarse de que estaba siendo observado. El joven andaba a paso ligero, parecía tener ganas de llegar a su habitación y descansar un momento, era bastante cansado ser el centro de atención durante todo un día. Antes de llegar al pasillo donde se encontraba su habitación, miró en todas las direcciones para comprobar que nadie le seguía, pero Law tuvo el tiempo justo para esconderse tras una pared para no ser descubierto. Cuando se cercioró de que nadie le estaba observando, el rubio entró en la habitación y corrió las cortinas púrpuras que hacían las veces de puerta. La habitación estaba en penumbra, escasamente iluminada por un par de velas sobre las mesillas. En un sofá, un hombre de pelo verde dormía plácidamente ajeno a la intromisión del príncipe. Cavendish se sirvió una copa de agua para rebajar todo el alcohol que había ingerido, que por suerte no le había afectado en demasía, y cuando se la acabó, dejó caer la copa de bronce al suelo haciendo un potente estruendo. El muchacho dormilón se despertó de un sobresalto asustado por tan repentino ruido, casi le había dado un infarto al corazón.


-¿Se puede saber qué hacías durmiendo? –inquirió molesto el rubio-. Compórtate, Bartolomeo. Ya sabes bajo qué condiciones te he traído aquí.


-Es que tardabas tanto que me aburría y me entró sueño-beh –contestó el vampiro con simpleza. Y con pereza, se frotó los ojos y se levantó del sofá para estirar su mono blanco de sirviente y recoger la copa que su amo había tirado-. ¿Cómo ha ido la ceremonia?


-Bien, pero estoy muy cansado –dijo el rubio con orgullo, y le dio la espalda al esclavo mientras apartaba su cabello a un lado, indicándole que le desvistiera-. Hazlo con cuidado, este traje vale más que tú.


Bartolomeo no contestó porque el rubio tenía razón, él era un esclavo y valía muy poco (y más con esa deformación en sus colmillos, que los tenía como un lobo feroz). Dejó la copa en la mesa y fue a desabrochar las lazadas que sujetaban el traje de su amo. Lo hizo con sumo cuidado, el vestido había costado una fortuna. En realidad Cavendish estaba espléndido esa noche, pues el traje era de un azul que resaltaba sus ojos. Eran dos piezas, una camisa realmente ajustada de manga larga y cuello de pico con detalles dorados y naranjas, y una falda hasta los tobillos un poco más ancha del mismo azul y decorada con estrellas y soles con hilos de oro. Las partes se unían mediante un cinturón de piel de camello. El peli-verde, después de desatar todos los lazos de la camisa, se la quitó lentamente, sin dejar de ver la espalda de Cavendish, estirando de las mangas hasta que la parte superior quedó en sus manos. Volvió a atar los lazos, y la plegó correctamente, guardándola en un pequeño baúl de madera que había a los pies de la cama. Cuando Bartolomeo se giró para seguir desvistiendo a su señor, éste ya estaba completamente desnudo y la falda y el cinturón descansaban a sus pies. Cavendish se apartó para que Bartolomeo pudiera recoger la ropa, y cuando la guardó en el baúl de nuevo, comenzó a hablarle al peli-verde con tono autoritario pero sensual.


-Desnúdate, Bartolomeo –le ordenó sin moverse del sitio-. Vamos.


-Pero… Nos pueden ver, amo –replicó el peli-verde algo sonrojado por la proposición tan directa, y porque su amante estaba delante de sus narices completamente desnudo y su mirada lujuriosa no dejaba otra interpretación posible que una pasional noche de sexo-. Si su padre se entera…


-¡Mi padre ya lo sabe! –le espetó Cavendish molesto-. ¿Qué te piensas, que es tonto? ¿Que no se da cuenta de lo que pasa en su casa? ¿Qué te crees, que no sé cómo me mira? –se acercó al vampiro furioso-. Soy una deshonra para él, su único hijo, el primogénito que heredará todos sus bienes… Pero no estoy a la altura de lo que espera de mí porque me paso las noches con un esclavo, con un sucio wardu –sus ojos se humedecieron pero de ellos no salió ninguna lágrima porque, aunque su padre no opinara igual, él se consideraba a sí mismo un digno caballero, y llorar era cosa de mujeres y niños-. P-Pero no puedo evitarlo…


Cavendish se aproximó a Bartolomeo y se hundió en sus brazos buscando consuelo. Éste lo estrechó entre su musculado pecho y le dio pequeños besos en la frente para intentar calmarlo. No dijo nada, él era un esclavo y sabía cuál era su lugar en la sociedad. Y también sabía que Cavendish estaba haciendo un esfuerzo muy grande aguantando esa situación, porque jamás un aristócrata como el rubio se atrevería a relacionarse con un wardu como él. Porque socialmente estaba muy mal visto, era casi un sacrilegio. Es por eso que sus palabras de poco servirían para consolarle, porque el problema no tenía solución. Ambos se amaban con locura, pero las normas sociales primaban por encima de todo. El peli-verde lo abrazó con fuerza hasta que el rubio se hubo calmado un poco.


-Ayúdame a asesinar a mi padre, Bartolomeo –confesó Cavendish mortalmente serio, impasible ante las duras palabras que acababa de pronunciar.


-¡¿P-Pero qué estás diciendo, Cavendish?! –se alarmó el vampiro. A su amo le había afectado ese día más de lo normal-. ¡Ni siquiera digas una cosa así en broma!


-Lo digo completamente en serio –le corrigió el príncipe-. Nadie sospechará de nosotros, de su único hijo, y mi madre no le echará mucho en falta porque cada día le soporta menos –le agarró de las manos con entusiasmo-. Cuando mi padre muera, toda la herencia será para mí. Venderé todas las tierras y la casa, mi madre se irá a vivir con su hermana a Elam y tú y yo abandonaremos esta isla para irnos lejos de aquí, donde nadie nos conozca y podamos comenzar una nueva vida juntos.


-Pero… –Bartolomeo se había quedado perplejo, no imaginaba a su pareja tan decidido en un tema tan escabroso como un parricidio. Y todo por defender su amor-. ¿Estás seguro de lo que dices? Como alguien lo descubra, nosotros seremos los muertos…


-Ya tengo todo planeado, incluso sé cómo lo voy a matar –Cavendish besó las palmas de las manos del peli-verde, que lo miraba algo escéptico-. Bartolomeo, es la única opción posible… Quiero pasear contigo de la mano y que nadie nos mire con asco, quiero besarte en las celebraciones y que nadie comente con odio, quiero poder dormir a tu lado sin el temor a pensar que alguien podría entrar en casa y atacarnos… Quiero estar contigo, Bartolomeo.


-Cavendish… –fue lo único que pudo contestar el vampiro, se había quedado asombrado por la franqueza de las palabras del rubio. Él también quería hacer todo aquello que había dicho, pero como siempre, no era capaz de expresarlo correctamente. Las palabras se las dejaba a Cavendish, él se ocupaba de los hechos. Y sin dudarlo, pasó sus brazos por la nuca del príncipe y lo atrajo hacia sí para besarlo con ganas-. Te amo, Cavendish.


-Hazme el amor como sólo tú sabes, Bartolomeo –le suplicó el rubio necesitado de amor. La nula oposición de su pareja al descabellado plan le había puesto muy feliz, porque por fin podrían tener una vida sin remordimientos ni culpas por hacer algo que la sociedad consideraba pecado y de mal gusto.


El nombrado sonrió y lo levantó como si fuera una princesa porque sabía que le gustaba, y más en una noche tan especial en la que “era” un dios. Le haría el amor como sólo él sabía, y se lo haría las veces que quisiera, hasta que ambos se hartaran. Y luego dormirían juntos, bien abrazaditos y agarrados para no separarse ni en sueños. Y a la mañana siguiente, amanecerían juntos, se darían más amor, y planearían el asesinato. Y como si de un mito se tratase, la muerte daría paso a una nueva vida: la suya juntos lejos de Babilonia.


Trafalgar, que había escuchado toda la conversación escondido tras el marco de la puerta, no pudo evitar sonreír y ver que aquellos dos eran muy parecidos a Kid y él. Pero con dos pequeñas diferencias: Kid era un hombre libre, un jodido pirata, sí, pero un hombre libre al fin y al cabo; y ellos no tendrían la necesidad de irse de Babilonia, al contrario, se quedarían allí para siempre. Juntos. Inseparables. Inconscientemente se llevó una mano al pecho y notó cómo se aceleraba su corazón sólo de pensar en el pelirrojo. ¿Cómo podía gustarle tanto? Y hablando de él… Ya era hora de hacerle una visita.


Law subió las escaleras hasta su habitación aceleradamente. De repente, había sentido una necesidad tremenda de estar con Kid. De besarle, de abrazarle, de perderse entre su cuerpo de héroe mítico. Cuando llegó, la habitación estaba escasamente alumbrada por la luz de la luna y las estrellas que se colaba por la ventana. Kid había apagado todas las velas, parecía querer sumirse en la oscuridad, parecía querer ser tragado por un agujero negro sin fondo del que no pudiera salir jamás y así no tener que cometer ninguna locura. Porque daba igual la opción que escogiese, ninguna era buena. ¿Matar a Killer? ¿Abandonar a Trafalgar? Ni muerto.


El moreno se acercó en silencio a la cama y vio como el pelirrojo dormía en una esquina, algo poco frecuente en él porque solía ocupar toda la cama. Se desnudó rápidamente y se acurrucó a su lado dudando en despertarle o no. Escuchar a la pareja de abajo le había puesto los dientes largos y tenía ganas de sexo, pero por muchas ganas que tuviera, no creía que Eustass opinase lo mismo. Resignado, suspiró y se dio media vuelta para no ver a su pareja: era más fácil resistir la tentación cuando no se tenía delante de las narices. Pero Kid, que había notado cómo Law se metía en la cama a pesar de estar dormido, pasó un brazo por su cintura y lo arrastró hacia él, colocándolo adecuadamente de manera que la cabeza del moreno descansase sobre su pecho. Susurró algo incomprensible para el sacerdote y le dio un beso de buenas noches en la cabeza.


Trafalgar ronroneó como un gato por ese inesperado y cálido recibimiento y le correspondió con un pequeño beso en el pecho, donde estaba el corazón del pirata. Acercó más su oído a la zona, quería quedarse dormido escuchando los latidos lentos y acompasados de su hombre de los mares. Quería que ese momento durase para siempre porque, en ese preciso instante, Law se había dado cuenta que Kid lo amaba con locura. Con tanta locura que estaba dispuesto a asesinar a su mejor amigo y renunciar a su vida de pirata. El mayor sonrió, por fin se acabarían sus problemas de una vez por todas.


O eso creía él.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Pobre Kid, está en un sinvivir :(. Y no me extraña, decididr entre tu pareja o tu mejor amigo no es fácil. Creo que me he explayado un poco con sus sentimientos, sobre todo al principio, pero me sentía realmente empática con él y no podía dejar de escribir cosas tristes... Pero en algún momento tenía que parar xD.

Vaya comentario final de Zoro, eso sí que es una forma buenísima de abandonar los sitios. Menuda salida, ni en una película. Y ahora es cuando todas me queréis matar un poco más, porque tampoco se desvela nada xD. Bueno, sí, que hay alguien que impide que estén juntos. Pero, ¿quién? ¿Y por qué? :O

No me matéis, pero he metido un poquito de BartoCaven. De verdad que me encanta esa pareja, y tengo que escribir más sobre ellos porque un mísero one-shot no les hace justicia. Mi próximo fic (si todo va según lo planeado) será sobre ellos (y otras parejas que revelaré en su momento).

En fin, no sé qué más decir. Espero que os haya gustado y os pido disculpas de nuevo por haber tardado tanto. De verdad que por cada día que pasaba me sentía mal, porque escribía unos párrafos y se pasaba el tiempo volando :(.

Un besazo enorme queridos! <3<3<3


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