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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡HOLA, HOLA, PICHONES! :D:D:D:D:D:D:D

¿Que os pensábais que no volvería? ¿Que os iba a dejar con la historia sin terminar? ¿Que Ishtar me había secuestrado? NOOOOOOOOOOO! Yo jamás podría haceros algo así de cruel. Sé lo que se siente cuando un fic te gusta un montón y se queda inconcluso. Sientes como tu corazoncito se va rompiendo poco a poco... Es muy triste *snif, snif*

Bueno, igual exagero un poco, pero tenéis todo el derecho del mundo a enfadaros conmigo. Os permito incluso que me hagáis vudú. Bueno, eso igual no que me da mal rollito xD. Os merecéis una explicación de mi tardanza (han sido tres putas semanas, o sea tres semanas xDDDDD), pero siento deciros que, simplemente, he estado liada. Para aquellos que pensábais que me tenía que haber pasado algo muy gordo, siento decepcionarios. Mi vida no es muy interesante, y salvo un par de cosas puntuales (como organizar el viaje de fin de carrera de mi clase), no tengo nada más allá.

Como llevo anunciando en varias actualizaciones, llega el final. Sí, queridos pichoncicos míos, 'El sacerdote de Ishtar' ha terminado. Y que sepáis que esto lo digo con el corazón en un puño, porque es mi primer fic y quiero agradeceros la fantástica acogida que me habéis dado. Es impresionante cómo me habéis ido apoyando desde los primeros capítulos, que ahora los leo y me meo de la risa ( no sé por qué xDDD). Tengo a muchísima gente que agradecer, y seguramente me deje alguno por ahí, pero una no es diosa como Ishtar y no llega a todo u.u

Muchísimas gracias a Shuri the Killer, quien me dejó el primer review :'); a mi queridísima one-san Pez, que la quiero como si de verdad fuera una hermana de sangre <3; a Korone Lobstar, una de mis inspiraciones y autoras que más admiro; a Childerika, que siempre me saca una sonrisa con sus comentarios :D; a Elbaf, porque gracias a ella descubrí este mundillo, y porque ha sido una sorpresa increíble saber que vive en el barrio de al lado *_*; a LadyBirdFlipper, Rayana Cifer, Ann Midnight y BlackLady24 por estar ahí al pie del cañón como unas campeonas; y a todos aquellos que, aun llegando tarde, me han acogido como nunca, como Black Wolfie y la infinidad de anónimos desperdigados por la página.

Muchísimas gracias a todos, de verdad <3.

Sé que esto es jodidamente cursi, y en el fondo no va conmigo, pero lo creía necesario. Y ahora, vale ya de sentimentalismos, y a leer! Dentro capítulo :3

Eustass Kid sintió cómo la respiración de Trafalgar desaparecía bajo la presión de su única mano de carne y hueso. Él no estaba ejerciendo más presión, era el moreno quien había dejado de respirar por un momento. Era el moreno quien, completamente atónito, observaba pálido su brazo metálico. Ese brazo metálico que se había convertido en su característica principal, por lo que todos le temían en el Grand Line, ese brazo del que se sentía tan orgulloso.

 

No es que le hubiese afectado perder su miembro de carne, ya sabía a lo que se arriesgaba cuando emprendió el largo viaje por los océanos cuando apenas llegaba a la mayoría de edad. Había sucedido en un ataque, y lamentaba no haber estado más atento cuando no vio venir aquella bala de cañón, pero no se quejaría jamás por perder un pedazo de carne. Además, con el poder de la Fruta del Diablo, aquel brazo era perfecto para él. Y en el tiempo que había convivido con la pieza metálica, el pirata se había acostumbrado a ella. Podía quitarse gran parte, desmontarla y dejar sólo las clavijas incrustadas en su piel por si tenía que ducharse o dormir, pues estar en la cama con ese mastodonte de hierro no era aconsejable.

 

El tener ese nuevo compañero inerte en su cuerpo no le molestaba. Pero el hecho de haberlo perdido por estar pensando en Trafalgar, sí. Porque suponía el punto más bajo de su nueva condición, porque había tocado fondo. Porque había dejado de ser Eustass Capitán Kid para ser el perrito faldero del sacerdote. Y haberse reencontrado con él de nuevo después de dos largos años y comprobar que el moreno estaba en su sitio sin pena ni gloria, habiéndole olvidado, le ponía muy furioso.

 

Porque no quería ser el único que sufriera allí. Porque no quería aceptar que su amor había sido un engaño por parte del otro. Porque quería creer que él también le amaba, tanto como hacía el pelirrojo. Porque en el fondo era lo que deseaba su corazón, ser correspondido por el moreno como hizo dos años atrás. Volver a aquel tiempo casi mítico e ideal en el que no importaba nada más que ellos dos. Perderse en sus preciosos ojos de plata, beber de su perfecto cuerpo tostado y fundirse con él en un solo ser.

 

Ver esa expresión en el calmado rostro de Trafalgar le turbaba. Lo recordaba serio, seco, firme. Cuando no estaba con él haciéndose mimos, el moreno era un témpano de hielo. Siempre atento y preparado, siempre protegido por una burbuja transparente que impedía a cualquiera llegar hasta él. Porque esa barrera nunca se derrumbaba por mucho que uno lo intentase. Porque era Trafalgar quien condecía el privilegio de abrir las puertas de su inexpugnable fortaleza, y cuando uno estaba dentro, se daba cuenta de que el moreno realmente estaba necesitado. Era algo que no había pasado desapercibido para Kid, la falta de cariño del tatuado, y de ahí su insistente demanda.

 

Y era por ello que el pelirrojo esperaba encontrarse a un Law destrozado como él, perdido sin su compañía después de dos largos años de tormento. Pero al contrario que sus pensamientos, Eustass se había encontrado con un Law más fuerte, diferente, y por supuesto, con su fortaleza reforzada. Y eso sólo quería decir que le había dejado entrar para divertirse con él un rato, y cuando se cansó de él, lo echó al foso con los muertos. Pero esos ojos de estupefacción…

 

Esos ojos le decían algo más. Algo de lo que no estaba seguro, pero por el que su corazón llevaba esperando dos años.

 

-¡NO! –gritó entre lágrimas el pequeño pastorcillo mientras se aferraba como podía a las piernas del pirata de una forma muy rastrera y lamentable-. ¡Por favor, Killer! ¡Por favor, no te vayas! ¡Por favor!

 

El nombrado se paró en el marco de la puerta, con esta medio abierta, viendo ante sus ojos un desértico pasillo con otras habitaciones de donde provenían gemidos y jadeos de hombres y mujeres por igual. El olor a incienso le inundó las fosas nasales, ese estimulante aroma que acompañaba el lugar, pues aquello no dejaba de ser un prostíbulo al fin y al cabo. El rubio se giró para ver al castaño, llorando desconsoladamente a grito pelado mientras se aferraba con sus finos y delicados dedos a los bajos de sus vaqueros. Era descorazonador verle así… Pero Killer ya no tenía corazón.

 

-Suéltame –dijo el pirata con voz queda, meneando un poco los pies para zafarse del agarre del chiquillo, pero éste se apretó con más fuerza hasta el punto de que parecía una lapa. Algo incómodo por la escena, cerró la puerta de la habitación para no llamar la atención de mirones indiscretos-. Penguin, suéltame.

 

-¡Killer, por favor! –gimió el pequeño alzando temeroso la vista, dejando que el rubio viese esos dos pozos sin fondo que tenía por ojos anegados en lágrimas, rojos, hinchados de llorar-. N-No te vayas… N-No me dejes sólo o-otra vez…

 

-¿Otra vez? –repitió Killer con sorna, pero algo consternado, ver a Penguin así de verdad que removía algo en su interior-. Fuiste tú quien…

 

-¡NO! –exclamó Penguin con rabia. No iba a permitir que Killer se marchara de nuevo, no sin él. Y para eso tenía que exponerle su versión de los hechos, tenía que contarte qué pasó por su mente en aquellos momentos. Sacando fuerzas de su interior, se puso en pie y encaró al pirata-. ¡Vale ya de repetir lo mismo una y otra vez! ¡Eso no fue así! –estaba harto de que Killer continuase en sus trece. Claro que era culpable de salir huyendo cuando lo vio bañado en sangre, pero quería explicarle con pelos y señales todo aquello que le llevó a reaccionar así. Porque Penguin se lamentaba cada día de haberlo hecho-. ¡No tienes ningún derecho a tratarme como un trapo sólo porque soy un wardu que no tiene otra forma de sobrevivir que ésta! ¿Acaso te has molestado en preguntarme siquiera por qué estoy aquí? ¿Acaso te has interesado por cómo he vivido estos dos años? –el pastorcillo temblaba cada vez que abría la boca para encarar al rubio, pero de verdad sentía la necesidad de soltar todo aquello-. ¡Qué va! Lo único que has hecho ha sido venir aquí y soltar toda esa bilis por la boca… Pero ni siquiera te has interesado por mí…

 

La voz de Penguin se quebró al pronunciar aquellas palabras. Era muy doloroso comprobar que la persona que más había amado en su corta y triste vida, ahora que volvía a reunirse con él después de tantas plegarias a los dioses, le trataba con tanto desprecio. Porque aquel día, aquel fatídico día, Penguin había reaccionado de la peor forma posible. Había salido huyendo cuando Killer regresaba a su casa para comprobar que estaba a salvo después de aquella masacre en las calles, pero él, como ser inútil que era, sólo pudo sentir miedo. Pánico. Terror. Porque ver a su querido pirata asesinando a diestro y siniestro con total impunidad, como si fuera algo que hacía con demasiada asiduidad, le había consternado. Dentro de su pequeño corazoncito, el castaño aún guardaba esperanzas de que Killer fuera un hombre bueno a pesar de ser un pirata ya que, a él, le trataba de una forma jamás imaginada.

 

Pero esa noche, Penguin comprendió lo que verdaderamente significaba ser un pirata. Y se asustó muchísimo. Al día siguiente ya era demasiado tarde. Killer se había ido para siempre, y el pastorcillo se quedó solo. Y desde ese día, las desgracias se cebaron con él. Primero las vacas, luego su hermano… Todo desaparecía a su alrededor. Tan desesperado estaba que creyó que los dioses le habían maldecido por haberse levantado en armas, y por ello, comenzó a rezar con más insistencia y a hacer ofrendas múltiples. Porque lo único que quería era volver a ver a Killer, volver a perderse entre sus fornidos brazos, volver a juguetear con ese precioso cabello dorado como el sol, volver a besar esos labios secos y cortados. Sólo podía rezar y rezar, refugiarse en la benevolencia de los seres supremos para que le concedieran una pequeña oportunidad de reencontrarse con su amado.

 

Y esa noche, los dioses habían escuchado sus plegarias.

 

-Sé que hice mal en huir aquella noche… –comenzó Penguin con voz tímida, cargada de sentimiento-. Pero en esos momentos no era capaz de admitir que alguien que me tratase tan bien podía ser un asesino de tal calibre –apartó la vista dolorido, todavía temblaba de recordar aquella visión del rubio envuelto en sangre mientras blandía sus chuchillas con extraordinaria maestría-. Nunca había conocido a alguien como tú, que me tratase con tanto cariño a pesar de saber lo que soy, un mísero wardu que no merece otra cosa en este mundo que dolor… Pero tú te interesaste por mí –se sonrojó un poco al recordar su primer encuentro en la fuente cuando se le escapó una vaca, y más calmado y con muchísima fuerza de voluntad, encaró al rubio con esos ojos tan rojos de haber llorado-. Killer, siento mucho lo que hice hace dos años, pero por favor, compréndeme. Tenía mucho miedo, soy una persona débil que ha sido maltratada toda su vida… Perdóname –susurró mientras se acercaba tímidamente al rubio-. Por favor, Killer, perdóname.

 

El nombrado se quedó pensativo unos minutos. Indudablemente se había tensado al ver lo próximo que estaba el otro, y sobre todo, al escuchar su tierna y dulce voz tan transformada por el llanto y la tristeza. Algo en su interior se conmovía cuando Penguin le miraba con aquellos ojos, aquellos ojos rojos por las lágrimas… ¿Por qué le dolía tanto el pecho al verle así? Si él era el culpable de su dolor, si por él había estado perdido dos años, si por él había renegado de su corazón. Pero éste, en letargo durante dos largos años, parecía volver a la vida. Aunque, eso sí, muy lentamente.

 

-Sé que te resultará difícil creerme, pero desde que te fuiste no han ocurrido más que desgracias –habló de nuevo el castaño-. Durante la revuelta, el barrio se destruyó y los pobres empezaron a matarse entre ellos. No comprendía nada, si todos éramos iguales, no tenía sentido luchar contra quienes yo consideraba hermanos. En esos días, mi casa fue arrasada por las llamas y perdí todo. Mi hermano y yo conseguimos escapar antes de morir, pero no pudimos sacar a las vacas y ardieron con todo… –la voz del pequeño se quebraba cada vez más recordando aquellos momentos tan trágicos-. Por suerte, unos vecinos que no habían sufrido pérdidas nos acogieron unos meses con ellos, y pudimos salir adelante a duras penas. No pudimos comprar vacas de nuevo, pero mi hermano y yo entramos en el servicio de algunas casas… Hasta que la temporada de fiebres llegó –tragó saliva, lo que iba a contar ahora no se lo había relatado a nadie y era inmensamente doloroso-. Cuando empieza la temporada de lluvias, el calor y la humedad se hacen tan insoportables que la gente muere de fiebres después de varios días de insomnio y escalofríos. Poco a poco, los pobres que no teníamos nada porque estábamos peor que antes de la revuelta, comenzamos a caer enfermos. Por suerte, los dioses fueron benignos conmigo y me perdonaron la vida… Pero mi hermano Shachi no tuvo la misma suerte… –una lágrima recorrió su redondeada mejilla inevitablemente-. Hace 17 meses y 11 días que murió… –al pequeño le temblaban las manos sólo de recordar el cuerpo sudado y frío a la vez de su querido hermano envuelto en mantas para intentar paliar el dolor, de recordar las noches en vela que pasó a su lado, y de recordar el día en que, después de haber marchado al mercado, había regresado y su hermano había dejado de respirar. No se lo perdonaría jamás abandonarle en una situación así… Ni siquiera pudo despedirse, como tampoco pudo despedirse de Killer. Intentó contener las lágrimas de nuevo, pero no podía, así que comenzó a hablar con la voz entrecortada por el sofoco-. Y-Y sin mi hermano, no sabía qué hacer… Abandoné aquel hogar y vagué por las calles solitario, mendigando un pedazo de pan aunque en el fondo deseaba morir… Muchas veces estuve tentado de lanzarme al río, pero soy demasiado cobarde para hacerlo… Y un día, un hombre me “propuso” trabajar para él –anotó con algo de ironía, dejando ver que le habían presionado para aceptar el trato-, y así acabé aquí, en esta triste habitación que será lo mejor que tenga nunca en esta vida porque no me merezco nada, p-porque soy un maldito wardu q-que… –pero no pudo continuar y comenzó a llorar con más ganas, tapándose el rostro con las manos para que Killer no le viera.

 

El rubio tragó saliva como pudo. Esa historia en realidad era, cuanto menos, traumática. Sintió ganas de estrechar al pequeño entre sus brazos y consolarle con bonitas palabras susurradas al oído, hundir sus gruesas falanges en el fino cabello de cobre y acariciarlo hasta que su respiración se hubiera calmado, no apartarlo de su lado hasta que no estuviera bien. Pero… Pero había algo que se lo impedía. Comprobar que Penguin también había sufrido no le reconfortaba en absoluto, principalmente porque no quería que sufriera, y también, porque no había sufrido por él. La vida le había tratado mal esos dos años, sí, pero eso no era lo que Killer esperaba. Aunque fuese un sentimiento muy cruel, quería ver a Penguin llorar por él, quería que sintiera todo el dolor que había vivido en sus propias carnes al perderlo, al notar su corazón resquebrajarse en mil pedacitos incapaces de ensamblarse de nuevo.

 

-Lo siento –acertó a decir el pirata con voz queda. En verdad se apenaba por él, pero el dolor ejercía una presión tan grande en su pecho que no podía pensar en otra cosa. Quería su premio de consolación-. Mira, Penguin, creo que será mejor que me vaya…

 

-N-No te vayas, Killer –gimoteó el pastorcillo lanzándose a sus brazos torpemente, enterrando su rostro en el fornido pecho del pirata-. P-Por favor, K-Killer, no me dejes de nuevo.

 

El rubio intentó zafarse del agarre, pero ni siquiera se atrevía a tocarle porque el cuerpo del pequeño le parecía tóxico, envenenado. Como la fruta del pecado, esa que te incita a probar una y otra vez a pesar del castigo divino que vendrá después. Penguin se agarró con más fuerza a la cintura del mayor, manchando la camiseta azul con sus amargas lágrimas.

 

-K-Killer, no me dejes sólo otra vez –suplicó Penguin casi en un susurro-. Sé que hice mal, pero por favor, perdóname –y levantó su vista para mirar directamente a esos ojos verdes que recordaba, esos ojos que tanto le habían impactado la primera vez que los vio-. T-Todo este tiempo… E-En todo este tiempo, no he p-podido olvidarte… Y-Yo, yo… N-No he sido capaz de borrar tu imagen de mi m-memoria… Ni de mi c-corazón… Te sigo queriendo, K-Killer…

 

Kid, por inercia tal vez, había dejado de ejercer presión en el cuello de su víctima. De hecho, ahora ya no estaba sentado sobre ella sino sobre sus propias rodillas, y su víctima estaba igualmente sentada frente a él, sin decir palabra. Trafalgar estaba irreconocible. Miraba contrariado el brazo metálico, sin aliento, con una mezcla de terror y dolor en el rostro. Ese semblante desconcertaba al pelirrojo porque nunca lo había visto. Nunca había visto a Law así.

 

El moreno le miraba atónito, mucho más que cuando se habían reencontrado minutos atrás, sin decir palabra, Kid juraría que casi sin respirar siquiera, con esos preciosos ojos metálicos clavados en su nuevo brazo. Ambos estaban demasiado cerca como para que Kid notase las veces que Law intentaba pronunciar algo, pero cualquier cosa que fuera a decir, moría en su largo cuello de cisne, dejando un tembloroso movimiento en sus labios algo estúpido. Sus brillantes orbes recorrían cada pieza, cada válvula y cada tornillo de la estructura de hierro, escrutando minuciosamente cualquier recoveco que el metal dejase, observando cómo las placas se superponían unas encima de otras para imitar, de una manera tosca pero correcta, la morfología de la extremidad.

 

Después de un largo silencio en el que Kid cada vez se estaba poniendo más incómodo, el pirata rompió el hielo. No le gustaba que Law le mirase así, sólo era un maldito brazo metálico. Él seguía siendo el mismo, sólo había perdido un brazo, nada más. ¿Qué importancia tenía un puto brazo de carne y hueso?

 

-Sólo es un brazo –bufó molesto, y desvió la mirada esperando alguna reacción de Law-. No es como si hubiera perdido algo imprescindible, ¿sabes?

 

Trafalgar alargó su tembloroso brazo para rozar con sus finos dedos el metal. Apenas se aproximó al mismo, sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. Y no le gustaba. Ese frío no le gustaba. Ese trozo de hierro moldeado, esa mole de brillante aluminio no podía reemplazar el brazo de su Kid. Porque seguía siendo suyo y de nadie más. Sin amedrentarse, el moreno continuó acariciando el instrumento metálico a pesar de la sensación tan desagradable que aquello le producía. Poco a poco, fue llegando hasta donde se suponía tenía que estar el codo, ahora una bisagra llena de tubos y tuercas para ensamblar las dos piezas principales. Lentamente, subió por el bíceps hasta el principio de la carne, la zona en la que de verdad comenzaba el brazo del pelirrojo. Escrutó con su mirada las incisiones del metal, como éste se clavaba en la blanca piel hasta el punto de parecer una prolongación natural del mismo brazo.

 

Pero eso no era natural. De hecho, iba en contra de todos los principios y normas que Law había aceptado como buenos y verdaderos. ¿Qué era ahora Kid? ¿Un hombre robótico? ¿Había empezado por el brazo y poco a poco se llenaría de metal hasta perder todo ápice de humanidad? Law había visto muchos tullidos, de hecho él mismo disfrutaba desmembrando a la gente, pero Kid… Kid era diferente. Él era fuerte, era un pirata. ¿Por qué había dejado herirse? El pelirrojo era la persona más asombrosa que Law había conocido nunca, entonces, ¿cómo había caído tan bajo? Perder un miembro era algo denigrante para un guerrero, y todavía era peor sustituirlo con un trozo de metal.

 

-¿Por… qué? –acertó a preguntar el sacerdote, sin apartar la vista ni la mano del muñón de carne en el que se incrustaba el metal. Había tanta diferencia de temperatura...

 

-Me despisté un momento, y una bala de cañón me alcanzó –contestó el pelirrojo de mala gana. No le apetecía recordar aquello de nuevo. Además, ¿a qué venía esa actitud? Sólo era un puto brazo, joder, no es que hubiese perdido la cabeza. ¿Por qué Law se ponía así?-. Gajes del oficio.

 

-¿Qué? –esta vez, Law miró directamente al pirata. Si eso era algún tipo de excusa, no se la creía en absoluto. Kid jamás se dejaría alcanzar por una bala de cañón, más sabiendo que podía repelerlas con sus poderes.

 

El menor tragó saliva e intentó alejar a Law un poco, pero éste se volvió a acercar. No lo quería tener tan cerca, no quería sentir como se clavaban en su alma esos profundos ojos grises. No lo quería tan cerca porque, por una parte, quería hacerle picadillo, pero por otra, volver a oler el acaramelado aroma que desprendía el cuerpo del sacerdote sólo le hacía querer besarlo de nuevo. Sí, quería besarlo de nuevo, perderse en esos inmensos orbes y estrecharle entre sus brazos para siempre.

 

-¿En qué estabas pensando? –habló de nuevo el mayor, y dirigió sus ojos otra vez a la enorme cicatriz del brazo, esa que se dibujaba hasta su ojo y le travesaba todo el pecho. Ese níveo pecho por el que tantas noches había suspirado. Se moría de ganas por acariciarlo, por besarlo, por recostarse en él por toda la eternidad. Pero…

 

-Pues… –después de mucho meditar, Kid lo confesó. No estaba seguro de hacerlo, no sabía cómo iba a reaccionar el otro, pero debía hacerlo. Así, por lo menos, dejaría de sentir esa presión tan agobiante en su interior-. Estaba distraído porque esa noche no había dormido bien. Desde que me fui de aquí, no he podido conciliar el sueño correctamente porque, noche tras noche, tu recuerdo llega a mi mente y me atormenta –agachó la cabeza para impedir que sus ojos se cruzaran, no podía mirarle directamente cuando iba a confesar algo tan vergonzoso-. No he podido olvidarte, Trafalgar. Sigues dentro de mí –el nombrado abrió los ojos como nunca había hecho y notó como su corazón comenzaba a latir con más insistencia. Una felicidad repentina le invadió, pero pronto le cambió el rostro al escuchar lo que venía después-. Pero me pediste que asesinara a Killer, y soy incapaz de hacerlo. Cualquier cosa menos esa. Todavía no sé por qué lo hiciste, seguramente fueron celos, pero me di cuenta de que tú… –el pirata hizo una pausa, no tenía las fuerzas suficientes para continuar. Ya había quedado en evidencia, ya se había avergonzado demasiado, pero Law le miraba con esos ojos llenos de curiosidad, de intriga. Quería saber más, así que el pelirrojo terminó por ceder-. ¿Sabes lo que se siente al esperar dos años un amor que sabes que nunca será correspondido?

 

Un frío helador recorrió la espina dorsal del moreno. Esa última pregunta, ese último comentario de Kid con una terrible pesadez en su rostro, con esa amarga voz desgarradora, con esa poca vitalidad, habían dejado fuera de juego a Trafalgar. ¿Amor no correspondido? ¿Qué burda mentira era esa? ¿Quién se había atrevido a insinuar una cosa así? Una rabia inmensa crecía a pasos agigantados en su interior, pero ver a Kid tan decaído, de alguna forma, le contenía. Era hora de sentarse a hablar y recapacitar, era hora de aclarar las cosas. Law se sentía con mucha más confianza ahora que sabía que Kid le seguía queriendo, pero tenía que borrar de su mente la pésima imagen que se había creado esos dos años. Law tenía que eliminar esa idea que tenía el pelirrojo de que no le quería, y para ello, debía comenzar por el principio.

 

-Quería que asesinaras a Killer-ya para que no salieras a la mar de nuevo –se sinceró el sacerdote. Esa era la cruda realidad-. Quería que no me abandonaras, que no me dejaras sólo encerrado en estas cuatro paredes revestidas de oro que me aíslan del mundo exterior… Quería que te quedaras aquí conmigo para siempre –una amarga sonrisa surcó el rostro de Trafalgar, estaba hablando demasiado y sus puntos flacos estaban siendo descubiertos muy a la ligera, pero debía demostrar a Kid que realmente le amaba-. Porque yo… Yo…

 

-¿Es eso cierto? –le interrumpió el pirata. Law se sorprendió levemente de ver esa expresión tan seria, tan dura, en Kid. De repente, el ambiente se volvió seco y helador, cortante como el filo de su espada-. ¿Quién te crees que eres para controlar mi vida, Trafalgar? Soy un pirata, y los piratas disfrutamos de nuestra libertad porque así lo hemos decidido –los ambarinos ojos de Kid comenzaban a arder, aunque intentaba por todos los medios controlarse. No sabía por qué, pero no quería pelear. En el fondo sabía que no podía hacer daño a Trafalgar-. No puedes retenerme en un sitio así para siempre porque no es lo que quiero, y Eustass Capitán Kid siempre hace lo que quiere.

 

No, no, no. Law se maldijo internamente, lo estaba haciendo mal. La sinceridad no estaba dando sus frutos, aunque era necesaria. Ahora Kid parecía escudarse y no querer escuchar nada más. Estaba serio, muy serio, y por primera vez en su vida, Trafalgar sintió que había perdido la batalla. Él, el gran Sumo Sacerdote, el gran estratega que había aprendido a controlar a las personas a su voluntad sólo con alzar una ceja. Él, el ser más poderoso de aquella isla, capaz de interceder entre el mundo terrenal y el divino, había jugado mal sus cartas y había perdido. Y estrepitosamente, porque ahora se quedaba más sólo que antes. Antes aún tenía a Bepo, pero desde que Kid lo asesinó…

 

-¿P-Por qué mataste a Bepo? –preguntó el tatuado en un susurro casi imperceptible con la mirada perdida en el horizonte de las preciosas baldosas de piedra de su alcoba.

 

-Porque quería que supieras lo que es perder a tu mejor amigo –contestó Kid con dureza-. Quería que sintieras lo mismo que yo cuando me pediste que asesinara a Killer. Quería que sintieras lo que es perder aquello que más quieres en este mundo.

 

-Idiotass-ya… Ya sé lo que es perder aquello que más quiero en este mundo –sonrió Law amargamente mientras una solitaria lágrima recorría peligrosamente su tostada mejilla-. Lo aprendí hace dos años… Cuando te perdí.

 

Ahora era a Kid a quien se le paraba el corazón. ¿Había oído bien? ¿Trafalgar se acababa de confesar? Eso creía. No estaba seguro de los sentimientos que amanecían en su interior, sentimientos que pensaba olvidados, de hecho, se había obligado a olvidarlos porque en el fondo sabía que jamás encontraría a nadie como el sacerdote. Había sido su primer y único amor, como sucedía en los cuentos de hadas, algo que tampoco es que le hiciera mucha gracia al pirata. ¿Quién quería mostrarse al mundo como un blandengue sentimental? Esa descorazonadora sonrisa en el perfecto rostro del moreno, esa lágrima salvaje que derramaba dolor y angustia, esos ojos cristalinos y puros como el rocío de mayo… Algo en lo más recóndito de Kid se zarandeó, algo florecía con demasiada fuerza, descontrolado.

 

Pero… Pero el pirata no iba a hacerse ilusiones tan pronto para luego pegarse una buena hostia. Si, como creía, Trafalgar había estado enamorado de él (porque su aletargado cerebro era capaz de deducir que esa confesión implicaba amor), ¿por qué no se había roto el castigo? ¿Por qué seguía sin ser recordado? ¿Acaso hacía falta, como en los cuentos, un beso de amor verdadero? Si había besado tanto esos labios que podría haberlos destrozado perfectamente. Kid estaba desconcertado, había algo allí que no cuadraba. ¿Por qué le decía que le quería? ¿Le estaba volviendo a engañar? ¿Intentaba manipularlo de nuevo? No… Una vez podía jugar con sus sentimientos, pero no dos. No se lo permitiría, lo mataría antes.

 

-Tsk… Ya no me engañas, Trafalgar –dijo el pelirrojo con voz queda, y se puso de pie-. ¿Me crees tan tonto como para tropezar dos veces en la misma piedra? –y levantó al asombrado moreno, agarrándolo por el cuello de su chilaba hasta colocarlo a su altura, quedando ambos muy cerca, Law con los pies colgando-. ¿¡Cómo te atreves a mentirme en mi puta cara!? –le gritó, y el sacerdote se encogió inconscientemente sintiendo que explotaría de un momento a otro-. ¡No vuelvas a mencionar algo así jamás! ¡No quiero oír de tu boca nada que tenga que ver conmigo! ¡Deja de decir que me quieres si la maldición sigue ahí! ¡Deja de decir que me quieres si sigo sin ser recordado!

 

Law, que había cerrado los ojos al estar tan cerca de la cara de Kid, los abrió al escuchar esas palabras. Tenía muchas ganas de gritar, de llorar, de matar, pero una leve sonrisa fue lo que se mostró en su rostro. Una sonrisa que puso más nervioso al pelirrojo, porque era una sonrisa sincera. ¿Qué le hacía tanta gracia? Kid no se lo podía creer, pero al parecer, Trafalgar estaba feliz. ¿Por qué?

 

-¿¡De qué cojones te ríes ahora!? –le espetó Kid con nerviosismo mientras lo zarandeaba como un muñeco de trapo. Odiaba no enterarse de las cosas, lo odiaba por encima de todo-. ¿Crees que te conviene reírte de mí, maldito sacerdote de mierda?

 

-Eustass-ya –le llamó el moreno con voz pausada y calmada, con esos ojos cristalinos de contener sus lágrimas-, ¿recuerdas que fue lo primero que te corregí cuando viniste aquí la primera vez?

 

-No me vengas ahora con esas, Trafalgar –le contestó el pirata molesto. ¿Pretendía engañarle de nuevo? ¿A qué coño estaba jugando?

 

-Te dije que no mencionases el nombre le la Diosa en vano, ¿lo recuerdas? –esa voz tan dulce, tan suave como el ronroneo de un gato, estaba volviendo loco a Kid. Con ese refinamiento que le caracterizaba, Trafalgar posó sus morenas manos sobre las blancas del menor en un gesto pidiéndole calma-. ¿Sabes por qué te corregí aquella vez, Eustass-ya? –el nombrado no contestó-. Porque aquí, las palabras son mágicas. Tienen alma, como nosotros. Son seres etéreos cedidos por los dioses a los hombres para que aprendieran a comunicarse y no se mataran los unos a los otros.

 

-¿A qué cojones viene eso ahora? –preguntó el pelirrojo desconcertado. Se estaba poniendo cada vez más nervioso, no tenía paciencia, pero sentir las frías manos de Trafalgar sobre las suyas, de alguna forma, le tranquilizaban.

 

-Bájame, Eustass-ya –pidió el moreno con esos escasos modales de niño mimado. Kid dudó un momento, pero al final aceptó y soltó al mayor de su agarre. Después de recolocarse la túnica, Trafalgar continuó-. Para los dioses, lo importante no es lo que internamente sentimos, sino lo que exteriorizamos. ¿Lo entiendes? –Kid le miró algo extraño, no estaba entendiendo nada de nada. Los asuntos divinos no iban con él. Law no pudo evitar sonreír, y con sumo cuidado agarró la mano de carne y hueso del pirata y se la acercó al pecho para que el otro pudiera notar los latidos de su corazón-. Lo sientes, ¿verdad? Sientes como late. Yo sé que es por ti por quien late, pero por mucho que te lo demuestre, no estarás seguro hasta que no te lo diga –y entonces el pelirrojo cayó en la cuenta de que Law nunca le había dicho que le quería cuando estuvieron juntos-. Lo mismo ocurre con los dioses. La Diosa Madre no deshará el castigo hasta que no lo oiga salir mis labios por propia voluntad.

 

-No puede ser… –se le escapó a Kid en un susurro. ¿Las palabras eran mágicas? ¿Qué coño le estaba contando Trafalgar? Seguro que era otra de sus asquerosas mentiras-. ¡No me vengas con gilipolleces! ¡Las palabras son sólo palabras! –y le volvió a agarrar del cuello para acercarlo hacia sí, pero esta vez, no lo levantó del suelo.

 

-Tranquilízate, Eustass-ya –comentó Law con una sonrisa consoladora, y volvió a sujetar sin presión la mano de Kid, porque, aunque le estaba aprisionando con las dos, no quería tocar esa mole de metal-. Si no logras comprenderlo, te lo demostraré –y suavemente, una de sus tostadas manos recorrió el desnudo brazo del pirata hasta llegar a su hombro y acabar en su mejilla, palpando con verdadera ternura mientras sonreía ante el estúpido rostro que estaba poniendo su hombre de los mares-. Yo te amo, Eustass Kid.

 

Y antes de que el cerebro del pelirrojo pudiera asimilar lo que acababa de escuchar, un rayo proveniente de la ventana iluminó toda la estancia para golpear al muchacho con tanta fuerza que lo envió contra una pared. Law, como estaba tan cerca de Kid, también recibió algo del relámpago enviado por la Diosa Madre y voló unos metros hasta caer contra el suelo.

 

-N-No… –dijo Killer en un suspiro desolador-. No… –reafirmó-. N-No te atrevas a decir eso, Penguin –y se alejó del muchacho, quien le miraba atónito-. No me mientas a la cara, por favor.

 

-¡No es ninguna mentira! –se exaltó el pequeño. De verdad que aún seguía sintiendo amor por Killer, de verdad. Era el único hombre en su vida, el primero y el único, a pesar de verse obligado a probar muchos más-. ¿Por qué no me crees? ¿Cómo tengo que demostrártelo, Killer? ¿Cómo puedo convencerte? Pídeme lo que sea –se acercó al rubio y se arrodilló ante él hincando los finos dedos en su cintura, para incomodidad de éste-. ¡Killer, por favor, tienes que creerme, por favor…!

 

-No puedes hacer nada –contestó el pirata, y con algo de aversión apartó las manos del castaño de su cuerpo-. Ya es demasiado tarde, Penguin. Me has demostrado que, en esos dos años, te has olvidado de mí. Ya no hay vuelta atrás.

 

Y entonces, una idea surcó la mente del pequeño pastorcillo. Corriendo, se tiró al suelo para rebuscar debajo de la cama una banasta de mimbre donde guardaba las dos cosas más preciadas para él en esta vida. La agarró con cuidado, y se la entregó al rubio con decisión.

 

-En esta cesta conservo lo único que da sentido a esta triste vida de wardu –dijo con seguridad el pastorcillo, y una leve sonrisa apareció en su rostro-. Es para ti, para que veas que lo que digo es verdad, que no te estoy mintiendo.

 

Killer dudó unos instantes, pero alargó los brazos y sostuvo la cesta, ahora en su poder. Respirando con pesadez, se acercó a la cama para estar más cómodo y se sentó en ella, reposando la cesta sobre sus rodillas. Con determinación, destapó la caja dejando al descubierto lo que había en su interior. Por un lado, una vasija de barro con pequeñas hendiduras hechas con el dedo para decorar la monótona capa de color tierra. Estaba cubierta con una pequeña tapa también de arcilla. Y cuando Killer desplazó la vista para ver lo que había a su lado, no pudo seguir respirando. Ahí estaba su casco. Su primer casco, aquel que perdió en la isla. Sin pensarlo, lo agarró y lo examinó. Estaba limpio, sin ninguna mancha de sangre o tierra, pero seguía con esa enorme fractura en uno de los lados. Ese golpe que casi le cuesta la vida, el rubio lo recordaba nítidamente.

 

-Aquí están los restos de mi hermano –comenzó el castaño, que se había sentado al lado del rubio, sin esconder el dolor que le producían aquellas palabras-. Y como ves, ese es tu casco. Cuando lo encontré en la puerta de casa, no dudé en guardarlo. Por lo menos, si te había perdido, siempre me quedaría ese recuerdo…

 

Pero Killer parecía no escuchar, estaba muy concentrando observando su antiguo casco. De repente, las pequeñas manos de Penguin se posaron sobre las suyas y le sacaron del extraño trance en el que se había sumido. Cuando alzó la vista para verle, se encontró esos dos enormes ojos negros mirándole con cariño, pero también con tristeza.

 

-Killer –le llamó, y apretó levemente sus manos-, no puedo obligarte a que me perdones, pero aquí está la prueba de que he estado pensando en ti todos los días de estos dos años –el rubio iba a contestar, pero el menor se lo impidió-. Por favor, sólo rogaría que me enseñaras el rostro mientras me respondes. Si ésta va a ser la última vez que nos vemos, quiero contemplar tu cara una vez más. Por favor, Killer.

 

Kid entreabrió los ojos con lentitud. No recordaba nada, sólo una caricia de Trafalgar y una arrolladora luz que le lanzó contra la pared con tanta virulencia como la que él hacía gala cuando se enfrentaba a la Marina. Lo primero que pudo sentir fue un fuerte pinchazo en la espalda, un dolor que le recorría toda la columna desde las vértebras cervicales hasta las lumbares. Joder, esa hostia había sido elegante. Lo segundo que pudo sentir fue una dulce voz que le llamaba con insistencia. Encaminó su vista hacia esa voz, y enseguida vio a Trafalgar. Allí estaba, sentado junto a su lado, mesando suavemente sus rojizos cabellos.

 

-Eustass-ya, despierta –le repetía una y otra vez hasta que vio que sus ambarinos ojos se posaban en él. Una sonrisa apareció en su rostro-. ¿Te duele la espalda? Ha sido un buen golpe.

 

-¿Q-Qué ha sido eso…? –preguntó el pirata, estirándose con cuidado para comprobar que no tenía ningún hueso roto-. ¿Es que no puedo venir aquí sin que me pase nada?

 

-Un rayo de la Diosa Madre Ishtar –explicó el moreno con gracia mientras ayudaba al pelirrojo a que se pudiera incorporar y se sentara correctamente-. Es su forma de darte la bienvenida.

 

-No me jodas, Trafalgar –se rió Kid, pero al ver que el sacerdote no bromeaba, recapacitó en lo que le había dicho-. ¿En serio me ha caído un rayo? ¿¡Cómo cojones me va a caer un rayo si estamos en una habitación!? –hizo algún aspaviento, pero el dolor le impidió moverse como quería y sólo pudo poner cara de enfado.

 

-Eustass-ya, me sorprende tu nula capacidad de raciocinio –se burló de nuevo Law, pero dejó de acariciar las suaves hebras rojizas para sentir esa piel tersa y fina de su blanca mejilla-. ¿No te sientes más liviano?

 

Kid se quedó pensativo unos instantes… Y en realidad sí se sentía más liviano. Era una sensación extraña, como si una acuciante presión hubiese desaparecido de su pecho. Como si unas invisibles y pesadas cadenas se hubiesen roto, unas cadenas que le mantenían preso. Articuló los dedos de su mano de carne y comprobó que tenía más movilidad, que su cuerpo era más ligero. Había sido liberado.

 

-¿Qué ha pasado? –inquirió el pelirrojo con seriedad. Se sentía… Como si hubiese vuelto a nacer, como si hubiese vuelto a ser pirata.

 

-El castigo ha desaparecido –explicó el moreno con una leve sonrisa ladeada-. La Diosa Madre Ishtar te ha perdonado, Eustass-ya –el pirata, aún aturdido por el golpe, tardó unos segundos en reaccionar. Y cuando lo hizo, abrió tanto los ojos que Law no pudo evitar reírse.

 

-¿Q-Quieres decir que ya soy recordado? –cuestionó incrédulo el menor. Maldita diosa, si esa era su forma de dar las buenas noticias, ¿cómo sería ser condenado para siempre?

 

Pero Kid dejó de pensar en la diosa en el momento en el que vio como Law se secaba los ojos de tanto reír, pues unas lágrimas habían escapado por sus mejillas. No recordaba cuándo era la última vez que lo había visto así de feliz, seguramente nunca, pero en ese instante, en ese preciso instante, Kid se dio cuenta de que lo único que quería era hacer feliz al sacerdote. Que la diosa le hubiese perdonado sólo podía significar una cosa: Trafalgar Law le quería. Una felicidad inmensa se adueñó de su cuerpo, una felicidad que hacía años que no sentía.

 

Sin pensárselo dos veces, y haciendo caso omiso a sus dolores de espalda, agarró al moreno y se lo colocó entre las piernas, aferrándolo bien con sus brazos. No pensaba soltarlo ni por todo el oro del mundo. Con su mano metálica, aprisionaba el cuerpo del moreno, y con su mano de carne, apretaba la cabeza de éste contra su pecho con tanta fuerza que Law apenas podía respirar. Lo único que sentía era el latir frenético del corazón de su enorme bestia de los mares, y se ruborizó por ello.

 

-Eustass-ya… No puedo respirar –se quejó el mayor moviendo su cabeza para conseguir algo de aire vital. Kid aflojó la presión y el moreno por fin pudo sentirse libre, aunque su cuerpo seguía bien sujeto por el brazo metálico. Apoyó su barbilla en los fornidos pectorales del pirata y se quedó mirando esos orbes dorados y brillantes, que le devolvían la mirada atentos. Sus mejillas se arrebolaron levemente, y cuando iba a pronunciarse, Kid se adelantó.

 

-Ven conmigo –habló el pelirrojo con seriedad, con una voz ronca y profunda, poniendo énfasis en la petición. Aunque más que una petición, había sonado a una orden-. Ven conmigo, y juntos buscaremos el One Piece, Trafalgar.

 

-Y-Yo no… –el moreno no sabía qué contestar. Era el Sumo Sacerdote de Babilonia, el hombre más poderoso del mundo. Ese puesto no se abandonaba así porque sí-. Yo no puedo irme…

 

-Vamos, Trafalgar –insistió el menor, y agarró el mentón de éste para ponerlo a su altura-. Ven en mi barco, surquemos juntos los mares y adentrémonos en el Nuevo Mundo.

 

Y antes de que el tatuado pudiera rechistar, Kid apretó con fuerza su mandíbula y lo atrajo hacia sí, besándolo con virulencia. Con ganas. Con pasión. Con todo el deseo contenido durante dos años. Law ni siquiera pudo resistirse. Cuando notó el mínimo contacto de la salvaje lengua del pelirrojo adueñándose de su boca, simplemente cerró los ojos y disfrutó del ansiado reencuentro con su hombre. Simplemente, se perdió de nuevo entre sus brazos.

 

No sabía por qué había cedido, no sabía por qué le había hecho caso, pero ahora se arrepentía. Su magnífico casco descansaba en el suelo, junto a sus pies, y Killer cada vez tenía más ganas de ponérselo de nuevo. Los dos pozos de Penguin le estaban matando, le estaban devorando mientras le miraba sin pestañear siquiera. No había salido corriendo como la otra vez, pero tampoco parecía mostrar alegría. Estaba serio, callado, escrutando minuciosamente cada corte, cada herida, cada mancha del rostro del rubio. Y eso sólo le ponía más nervioso.

 

-Perdóname –dijo el pastorcillo después de un largo e incómodo silencio que se podía cortar con cuchillo-. Perdóname, Killer –pero no le dejó hablar, el castaño continuó-. No sé en qué estaba pensando cuando huí aquella noche. De verdad, perdóname –y con sumo cuidado, apartó uno de los rubios mechones del pirata, haciendo que éste se tensara, incómodo-. Tienes unos ojos increíbles, jamás había visto algo así.

 

Lentamente, Penguin se iba acercando más y más a Killer, quien le miraba con nerviosismo. Estaba quieto, como nunca había estado en su vida, y lo único que oía era el desbocado latir de su corazón. Las palabras del pastorcillo le parecían un eco lejano que retumbaba en su cabeza, como si fuesen un recuerdo. Pero en realidad estaba ahí, delante de sus narices. Y con cada centímetro que el otro se aproximaba, sentía como su respiración se volvía más y más pesada. Le faltaba el aire. Y tener esa imagen de Penguin así como estaba, con sus enormes ojos negros sin apartarlos de los suyos verdes, con esa sonrisa cariñosa dibujada en sus suaves labios y con ese incipiente rubor instalado en sus redondeadas mejillas… Tener esa imagen no ayudaba en absoluto. Era cierto que su corazón bombeaba sangre como un loco, pero todavía le dolía.

 

-¿Por qué me cuesta tanto creerte, Penguin? –preguntó con cansancio-. ¿Por qué, a pesar de todo lo que me dices, siento que me estás mintiendo?

 

-Estás dolido, y lo entiendo –contestó el pequeño con una sonrisa consoladora, y dejó de acariciar su cabello para agarrar una de sus manos-. Pero quiero que entiendas, Killer, que dejaría todo por ti. Ahora mismo. Si me pidieses que vaya al mar contigo, lo haría. Aunque no sepa nadar, aunque el océano me asuste, lo haría –colocó la mano de Killer en su mejilla para sentir de nuevo el contacto del rubio en su piel-. Y esto te lo digo de corazón.

 

-No sabes lo que estás diciendo… –susurró el pirata casi con un toque de gracia. Con delicadeza, apartó un mechón del cabello del muchacho y lo colocó detrás de su oreja para poder contemplar mejor su cara. Seguía siendo realmente guapo-. Si decides adentrarte en el mar, no durarías ni un día. No estás hecho para la vida de pirata, Penguin.

 

-No me importa –rebatió el castaño con enfado-. Si hoy salgo a la mar y mañana muero, no me importa. Si soy tragado por el agua, no me importa. Si me caigo por la borda y me ahogo, no me importa. Si me atraviesan el estómago con una espada, no me importa –besó la palma de la mano de Killer y continuó-. Si muero, no me importa, porque moriré feliz –sonrió-. Porque, por lo menos, habré estado un día contigo. Los días que pasé a tu lado fueron los mejores de mi vida, y si pudiera vivir de nuevo esa sensación, aunque eso conllevase la muerte, no dudaría en aceptar el trato –entrelazó sus dedos con los de Killer de forma cariñosa-. Te quiero, Killer, y lo único que deseo es pasar el resto de mi vida contigo.

 

El silencio se adueñó de la habitación de nuevo. Penguin esperaba una respuesta, pero Killer no sabía qué decir. Se había quedado sin palabras. Más bien, Penguin le había dejado sin palabras. Esa confesión… Dejar todo atrás sabiendo que el nuevo camino puede llevar a la muerte más cruel y sanguinaria sólo por estar con la persona amada… Era de locos. De repente, el pastorcillo se levantó de su asiento para colocarse encima de las rodillas del pirata, sentándose sobre él. Y le abrazó. Pasó sus finos brazos por el cuello de Killer, y enterró su rostro en la rubia cabellera. Killer no pudo evitar corresponderle de forma tímida, y poco a poco fue acercándolo más hacia sí. Pero una duda recorría su mente sin dejarle paz.

 

-¿Y qué pasa con mi cara? –inquirió casi en un susurro, cerrando los ojos temeroso a la respuesta que el pequeño podía darle.

 

-A mí me gusta –contestó Penguin algo ruborizado, escondiendo su rostro en el largo cabello del pirata-. Me gusta tu melena con olor a sal. Me gustan tus ojos tan diferentes que parecen un milagro de los dioses. Y me gustan tus labios secos y duros. Me gusta ser besado por esos labios –y se agarró con más fuerza al cuello de Killer.

 

-¿Sabes lo que te espera ahora, Penguin…? –preguntó el rubio divertido mientras terminaba de juntar el cuerpo del castaño con el suyo. Notó como éste negaba con la cabeza, y sonrió ampliamente-. Ahora tienes que entrenar y convertirte en alguien fuerte, porque Kid no acepta inútiles en su barco.

 

El pequeño, al escuchar aquello, no pudo evitar reír. Si tenía que convertirse en el hombre más fuerte del mundo, lo haría (aunque Penguin era bastante realista en ese sentido). Haría todo lo que le pidieran con tal de estar al lado de su hombre. Porque, por una vez en su vida, le tocaba ser feliz. Killer le apartó con cuidado para ver su rostro, para admirar esa belleza dulce e inocente que le había cautivado dos años atrás, y para besar con ternura aquellos labios que tan bien le sabían. Penguin aceptó el beso gustoso, y cerró los ojos para disfrutar y aprender de nuevo los cortes que Killer tenía en sus labios. Quería ver el rostro que ponía cuando se besaban, pero esta vez, el pequeño cerró los ojos. En el fondo no importaba, porque tendría toda una vida por delante para averiguarlo. Porque, desde luego, no pensaba morir tan fácilmente.

 

Habían dejado los besos a un lado, habían apartado la pasión que cada uno sentía cuando entraba en contacto con el otro, y simplemente permanecían juntos, abrazados, en la misma posición: Kid, sentado en el suelo y apoyado contra la pared, y Law, acurrucado entre sus piernas y descansando su cabeza en el pecho del pelirrojo. El moreno estaba con los ojos cerrados, relajado en extremo escuchando el latido del corazón del pirata. Un corazón que por fin le pertenecía. Kid, por su parte, acariciaba con cariño el cabello y el cuello del sacerdote, llegando a veces a bajar por su delgado brazo, intuyendo su cuerpo bajo esa túnica negra. Tenía muchísimas ganas de hacerlo suyo de nuevo, pero iba a esperar. La primera vez debía ser en el barco, en su camarote de capitán. Y así, todo volvería a la normalidad de una vez. La ansiada normalidad. Daba igual si Trafalgar se negaba a ir con él, pensaba raptarlo y nadie se lo impediría. Porque era su joya, su precioso tesoro de miel y canela.

 

Sin poder evitarlo, el pirata sonrió. Resultaba irónico que, la primera vez que había pisado esa isla, había llegado en busca de un tesoro, y ahora se llevaba otro. Trafalgar abrió un ojo al notar como su hombre sonreía, y no pudo evitar preguntar:

 

-¿Por qué sonríes, Eustass-ya?

 

-Creo que hace dos años me engañaron cuando me dijeron que aquí había un tesoro enorme –era extraño, pero por una vez en su vida, le hacía gracia que le hubieran engañado-, pero aquí no hay nada.

 

-Claro que hay un tesoro –inquirió Law mientras se incorporaba para mirar a su hombre directamente a los ojos-. El tesoro de la Diosa.

 

-¡Aquí no hay ningún tesoro! –volvió a reír el menor y abrazó de nuevo al tatuado, no quería perder su calor-. Hay piezas de oro y algunas monedas, pero nada destacable.

 

-Idiotass-ya… –y el moreno se soltó del agarre para levantarse del suelo en dirección al pequeño altar que tenía en la habitación. Entre las ofrendas a la estatua de madera de la diosa había una caja de marfil profusamente decorada con motivos acuáticos. Después de hacer una pequeña reverencia, la cogió entre sus manos y volvió de nuevo a su sitio-. Éste es el tesoro de la Diosa.

 

Eustass escrutó la caja minuciosamente, no era muy grande, pero tampoco parecía ser la llave del mayor tesoro después del One Piece. Iba a agarrarla, pero Trafalgar se lo impidió. Él abriría la caja, que para eso era el Sumo Sacerdote. Con cuidado, bajo la atenta mirada del pelirrojo, sacó del interior un frasco de cristal. Parecía valioso, un finísimo vidrio transparente con un cuerpo ancho y bajo y un cuello alargado y fino, el cual se coronaba con un tapón, también de cristal, en forma de diamante, en el que había inscrita una estrella de ocho puntas.

 

-Aquí permanece la sangre de la Diosa Madre Ishtar –comenzó Law con la explicación, mientras Kid intuía el líquido a través del cristal pues, a pesar de que era transparente, el líquido también lo era y casi parecía que el frasco estaba vacío-. Si bebes de su sangre, podrás revivir a quien desees.

 

-¿En serio? –preguntó incrédulo el menor-. ¡Eso es jodidamente perfecto!

 

-No te emociones, Eustass-ya –le reprendió el tatuado-. Los dioses nunca dan nada gratis, todo trato con ellos tiene una contrapartida –volvió a guardar el delicado frasco en la caja-. Para empezar, para revivir a alguien, debes beber todo el líquido del frasco. Es decir, que sólo puedes usarlo una vez.

 

-Bueno, tampoco es un inconveniente muy grande –comentó Kid mientras dejaba un cariñoso beso en la frente del moreno.

 

-Y segundo, y más importante… Una vez que bebas la sangre, morirás –Kid abrió los ojos sorprendido. Eso sí que no se lo esperaba-. Si alguien muere, debe acudir al Irkalla con los dioses, pero si ese alguien es revivido, su alma no viajará al otro mundo. Los dioses no se pueden quedar sin un alma, por lo que se produce un intercambio. La persona que está viva y bebe del líquido muere para que el fallecido vuelva a la vida.

 

El pirata se quedó unos segundos pensativo, pero al final apartó la caja para colocarla a un lado y abrazó de nuevo a Trafalgar, regalándole otro bonito beso en la frente para luego volver a aprisionarlo contra su pecho.

 

-Si es así como funciona, no lo quiero –sentenció, para sorpresa del moreno-. No hará falta porque ninguno de los dos moriremos en el Nuevo Mundo, pero si se diera el caso, ni tú ni yo beberemos del frasco.

 

-Eustass-ya, no tomes una decisión importante de una forma tan precipitada –pero el mayor no pudo continuar, pues Kid le interrumpió.

 

-Si yo muero y tú sobrevives, no quiero que lo bebas. No quiero resucitar en un mundo en el que no estés –Law sintió como el abrazo se hacía más fuerte, escuchando el acelerado latir del corazón de su hombre-. Y si tú mueres y yo sobrevivo, me volaré los sesos para ir contigo allá dondequiera que vayamos cuando nos morimos.

 

Aquella muestra de amor tan egoísta, pero a la vez tan pura y sincera, consiguió sacar un leve rubor en las mejillas del moreno. Ahora era su corazón el que latía con rapidez. Se dejó abrazar, se dejó inundar por el calor que desprendía el enorme cuerpo de Kid. Esa sensación era maravillosa, no había nada igual en el mundo. Es por ello que se iría con él. Abandonaría Babilonia y se lanzaría al peligroso océano en busca de aquel misterioso tesoro que tanto ansiaba su pelirrojo. Daba igual si no lo encontraban, daba igual si fracasaban, porque lo realmente importante era estar con la persona amada. Y estaba claro que Kid lo amaba con locura, y el sentimiento era recíproco.

 

A la mañana siguiente, cuando el alba desgarrara el oscuro manto de la noche, Law haría sus rezos matutinos a los dioses y se marcharía para no volver. Dejaría el tesoro de la Diosa intacto para no enfadar a las divinidades, daría unas últimas instrucciones a sus sacerdotisas para que eligieran a un nuevo Sumo Sacerdote, y se lanzaría a explorar el enorme mundo desconocido que tantas veces había deseado conocer. Comenzaría una nueva vida como pirata, y aunque no sabía muy bien qué deparaba su futuro, no dudaría en entregarse a él. Porque a su lado estaría Eustass Kid, el hombre que rompió sus esquemas haría dos años atrás, el hombre que le había enseñado el amor verdadero.

 

Porque nadie rompería su unión, porque nadie destruiría su amor.

 

Ni siquiera los dioses.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Ya sabéis, si tenéis algo que decir, estaré encantada de leer y contestar vuestros reviews. Porque, aunque tarde, siempre contesto. Es lo menos que puedo hacer por odos aquellos que os molestáis en dejar uno :).

Y para todos aquellos que creíais que esto iba a acabar mal... Mal pensados xDDDDD. ¿Cómo iba a acabar mal mi primer fic? Ya me tocará ser mala más adelante eeeejeje :>

Para compensar las tres semanas sin subir nada, dejo en vuestras manos, mis queridos y adorados lectores, si queréis que haga un pequeño epílogo con una breve continuación para todos a los que el final igual no ha convencido. No prometo cuándo lo subiré, pero lo subiré si así me lo hacéis saber por los reviews.

También anunciar que el próximo fic que pensaba subir va a tener que aplazarse indefinidamente (lo siento), pero para compensar, también subiré un pequeño short-fic cuando lo tenga muy avanzado (que no queda nada ya) para no haceros sufrir con la espera xD.

Y otra vez, muchísimas gracias por todo. Cuando empecé a escribir no me imaginaba que llegaría a esto, y eso que en el fondo soy una puta cría que imagina cosas pervertidas xDDDDD, pero oye, estoy muy feliz de haberme atrevido a dar el paso y publicar. Y animo a todos los que estéis tentados de hacerlo :).

Tendréis noticias mías pronto, lo prometo :).

Muchísimos besos, pichones <3<3<3<3<3<3<3


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