Pasaron algunos años entre contratos y conciertos, Darío y Andel pisaban varios países, pero Andel seguía pensando en el amigo que había hecho en su infancia.
Un día, en el quinceavo cumpleaños de Andel, mientras veían la televisión, vio un anuncio sobre las inscripciones a escuelas.
—Darío— se acercó Andel —¿Crees que haya alguna escuela especial donde admitan todo los tipos de monstruos?.
Darío volteó a verlo, muy serio.
—¿Por qué? ¿Quieres inscribirte a una?.
—Algo así.
Darío se levantó y trajo una computadora, comenzando a investigar.
—Existen varias escuelas especiales para brujos...
—No— contestó —Yo quiero una dónde haya de todo.
Darío volteó a verlo.
—¿Para qué?.
—Por qué quiero que también entres tú.
Darío comenzó a reírse.
—En ninguna escuela me van a aceptar, te gano con ocho años, eso son muchos grados.
Andel agachó el rostro.
—Les dices que eres mi hermano.
—No se puede.
Andel echó un vistazo a todas las escuelas que aparecían, llamándole la atención una.
—A esa quiero entrar— le señaló —Dice que admiten a todos, desde 14 día hasta de 18 milenios de edad.
Darío vio el anuncio.
—No van a admitirme, soy de otro planeta— se reía.
—Dice que admiten de todos los lugares y de todo, ¡y que tienen el mejor ambiente escolar!.
Darío se tapó el rostro, molesto.
—No quiero ir allí, me veré patético.
Andel volteó a verlo con seriedad.
—Dijiste que me acompañarías a todos lados.
—Está bien, te voy a llevar a esa escuela.
Darío y Andel se dirigieron a la dirección de esa escuela, Andel sólo pensaba en encontrarse con su antiguo amigo, aunque con su nuevo peinado y forma de vestir quizá sería más difícil de que el vampiro llegara a reconocerlo. No estaba seguro si su antiguo amigo de la infancia lo encontraría en esa escuela, pues así habían transcurrido los siglos XVI a XX, el mundo era un caos, lleno de peligros para los sobrenaturales a causa de la evangelización.
Mientras caminaban, Andel sacaba por momentos la figurilla de madera que le había dado el bebé vampiro, Darío observaba eso, pero no le preguntaba, creía que a lo mejor era un recuerdo del señor Wonkan.
Ambos llegaron al lugar, en el escritorio se encontraba la directora.
—Bienvenidos— decía ella —¿Les puedo ayudar en algo?.
—Quiero inscribirme y él también— contestó Andel.
—Está bien, anoten sus datos en el formato.
La directora les entregó unas hojas y ellos comenzaron a llenarlas, Andel se equivocó.
—¡Oh no!— ponía sus manos en la cabeza —¡Puse mi nombre artístico y no el real!.
Darío se acercó a la hoja de Andel.
—No le veo nada malo, eres Antonardo Wonkan Noilenni.
Andel recostó su cabeza sobre el escritorio, boca abajo.
—Yo quería ponerme mi antiguo nombre, el de Andel Kedward.
—No puedes— le murmuró —El señor Wonkan te registró así, así te llamas.
Después de llenar las hojas, la directora le entregó sus horarios a ambos.
—Jóvenes, sean bienvenidos al instituto.
Andel y Darío salieron de la dirección.
—Entonces para que no haya confusión, te comenzaré a llamar Antonardo.
—Pues ya que, ya me equivoqué.
Ambos se dirigieron a la primera clase.