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Tosía y tosía sin parar. El sótano de su nueva casa tenía tanta mugre y tanto polvo que aún no estaba seguro de cómo seguía respirando. Su madre le había pedido que la ayudara a limpiar la casa, que sería el nuevo hogar para la familia, y él había accedido con gusto. Lástima que el lugar que le tocó limpiar fuera el sótano.
Kim Jun Myeon provenía de una familia adinerada, pero no por eso su familia tenía sirvientes. Sus padres creían en el esfuerzo y que un hogar debía ser manejado por la familia porque si la manejaban personas externas ya no sería más un hogar, sería solo una casa común y corriente a la que le faltaría el calor hogareño y el amor.
Y Jun Myeon no podía estar más de acuerdo con ello. No quería ver gente extraña moviéndose dentro de su casa. Prefería ayudar a su madre en el cuidado del lugar a que tener a una mucama entrometida entrando a su cuarto sin permiso.
Admiraba a sus padres por ser como eran a pesar de tener todo el dinero del mundo. Su madre trabajaba pero era una gran ama de casa que cocinaba las mejores comidas del mundo. Su padre también tenía un trabajo pero siempre se las ingeniaba para estar con ellos en el desayuno, almuerzo y cena.
Si, Jun Myeon se consideraba una persona con suerte, no solo porque tenía todo lo que quería, sino también porque tenía el amor y apoyo de su familia, y eso lo hacía muy feliz, realmente feliz. No como esas personas ricas que creían ser felices por tenerlo todo, por poseer bienes materiales. Esa gente sí que estaba equivocada. Jun Myeon sabía y creía que el dinero no compraba la felicidad. Por lo menos no compraba la suya.
Volvió a toser una vez más cuando movió una de las tantas cajas y se quejó interiormente. Los antiguos dueños podrían haberse tomado la molestia de sacar las cosas que no querían y regalárselas a alguien o venderlas en vez de dejarlas todas amontonadas ahí. Por suerte todavía no se le había caído nada encima y ninguna alimaña salió de su escondite. Rezaba para que nada lo mordiera. Eso sí que le daría un susto de muerte.
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Suspiró por décimo novena vez ese día. Desde que su abuela le había contado el secreto del espejo antiguo que tenía en uno de los cuartos de la casa, Zhang Yixing no podía pensar en otra cosa que no fuera encontrar a su alma gemela y, por eso, se pasaba horas y horas sentado frente al espejo en espera de un milagro.
No podía creer que su abuela y su abuelo se habían conocido a través de un espejo. Era algo tan irreal, mágico, loco y romántico. Y él amaba esas cosas, más si estaban todas juntas.
Su madre le decía que la abuela estaba loca. La abuela le decía que su madre nunca creyó en la magia. Y Yixing creía tener un poco de ambas cosas. El quería creer pero a la vez pensaba ¿por qué la magia iba a elegirlo a él? Era la persona más desafortunada y con más mala suerte en el mundo entero. Era más probable que recordara atar los cordones de sus zapatillas a que un novio le apareciera en un espejo.
“Tienes que dejar que la magia venga a ti” había dicho su abuela. Pues era fácil decirlo, no hacerlo. Esperar era la madre de las cosas que le causaban desesperación y ansiedad.
Yixing comenzó a golpear con la palma de su mano el suelo en donde se encontraba sentado y empezó a tararear en voz baja una canción. No podía dejar de observar su reflejo en el espejo que tenía en frente, esperando que de un momento a otro este cambiara para mostrarle el reflejo de alguien más, el de la persona con la que esperaba pasar el resto de su vida. Interiormente rezaba porque fuera un chico y no una chica. El destino no sería tan cruel de elegirle a una mujer cuando, claramente, el era homosexual.
Se mordió el labio con nerviosismo. El solo hecho de pensar que su destino era pasar el resto de su vida con una chica, lo hacía querer meterse bajo el agua y transformarse en sirena para cantar la canción “bajo el mar”. Así se llama la canción ¿no? Bueno, siempre pensaba tonterías cuando estaba nervioso o asustado. No era algo que pudiera evitar.
— ¡Yixing!
— ¡¿Si, abuela?!
— ¡Ven! ¡Necesito que me hagas un favor!
— ¡Voy!
Levantándose rápidamente del suelo, Yixing le dio una última mirada al espejo antiguo antes de dar media vuelta y salir de la habitación.
Si Zhang Yixing se hubiese tomado la molestia de girarse solo un segundo para ver de nuevo el espejo, hubiese visto el brillo de colores que apareció en la superficie del vidrio.
El momento de conocer a su alma gemela se estaba acercando.
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