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Melifluo por KRASTILLE

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Notas del capitulo:

Hi~ Esta es la primera historia que publico y mi primer One-shot escrito. Está inspirado en una de mis palabras favoritas: melifluo, que describe un sonido tierno y delicado. 

Espero que disfrutéis la lectura~.

 Una delicada melodía a piano emanaba de uno de los más recónditos rincones del bosque, sacando de su reposo al joven de cabellos rojizos que yacía bajo el árbol más alto de toda la foresta. Pestañeó graciosamente al despertar, apreciando los pétalos caídos que se posaban en sus ropas y cabellera. Se levantó con cuidado, sacudiendo un poco su ropa para mirar alrededor, en busca del dulce sonido.


   Deambuló sin rumbo entre la espesura del bosque, creyéndose perdido en ocasiones, pero reencontrándose con el sonido que lo guiaba. La suave niebla que cubría el lugar junto al tierno olor de las violetas hacían de su camino un viaje de ensueño.


   Ya estaba atardeciendo cuando se notó más cercano a la incansable melodía. Aceleró el paso, emocionado con dar con el origen de la nostálgica pieza.


   Paró en seco cuando fue a parar a un llano con una modesta casa en él. Parecía antigua: su fachada era de piedra natural, algo descolorida por el paso de los años. El tejado a dos aguas era alto y de él emergía una chimenea humeante. Se quedó atónito ante su propio comportamiento, ¿qué había estado pensando? Ni siquiera entendía por qué quería encontrar el origen del sonido, ¿qué debía hacer ahora? ¿Llamar a la puerta, o irse por donde había venido?


   Una brisa fresca anunciaba con delicadeza el inicio de la noche, incitándolo a atreverse a entrar en esa pequeña casa. Pronto se iría la luz, no le daría tiempo de encontrar un refugio para pasar la noche, debía aprovechar esa oportunidad.


   Respiró hondo, y emprendió su camino hasta la puerta, percibiendo claramente la hermosa música que salía del interior de la vivienda.


   Tocó tímidamente tres veces a la puerta de madera, golpeando con sus nudillos, para encontrarse con que el sonido paró en seco. Silencio.


   Volvió a llamar, esta vez con un poco más de fuerza, pues quizá no lo habían oído.


   Silencio. Pisadas. El sonido de la tapa de la mirilla. Silencio.


   El joven pelirrojo estaba nervioso, quizá no debería haber tocado.


   El sonido de la puerta al abrirse.


   —¿Cómo has llegado hasta aquí?—Dijo hostil el dueño de la casa. Era un hombre alto y joven, con el cabello color chocolate largo por el pecho recogido en una coleta medio deshecha. Sus ojos negros eran penetrantes y parecían poder leer al pelirrojo con una sola mirada.


   —Lamento las molestias... Mi nombre es Nico, estaba en el bosque...—Dijo tímidamente el de cabellos de color teja con una pequeña sonrisa.


   —No he preguntado tu nombre, ¿cómo has llegado hasta aquí?—Lo cortó el más alto.


   —¡O-oh! Lo lamento, yo... Seguí el sonido del piano...


   —No es posible, mi piano suena demasiado quedo como para que lo oyeras desde el bosque.


   —Es la verdad... P-pero el caso es... ¿Podría quedarme una noche? Ha oscurecido y no encontraré el camino de vuelta, si fuera tan amable de permitirme...


   —No.—Cortó el moreno, cerrándole la puerta en las narices.


   Nico se quedó estupefacto, no esperaba esa reacción. Aún así, volvió a insistir, tocando a la puerta.


   —¡Por favor! ¡Sólo por esta noche! ¡Mañana a primera hora me tendrás fuera! ¡No molestaré! Sólo necesito un lugar donde dormir...


   Aún así, no hubo respuesta, así que se apoyó en la puerta y se dejó caer, sentándose para pasar la noche.


   A pesar del frío y lo desprotegido que se sentía, consiguió conciliar el sueño.


   Unas horas más tarde, el propietario de la casa abrió la ventana con la intención de cerrar las persianas, y vio por el rabillo del ojo la silueta del joven apoyado en su puerta. Suspiró.


 


   Cuando abrió los ojos, Nico no se encontraba a la intemperie, sino en una cama caliente entre cuatro paredes de piedra. Su ropa había sido sustituida por una camiseta varias tallas mayores que la suya, y en algún rincón de la casa podía percibir un olor a café recién hecho y el pan caliente.


   Cuidadosamente, se levantó de la cama, posando sus pequeños pies sobre el parqué de madera clara, percatándose de la cálida temperatura de éste. Con curiosidad caminó hasta el lugar del que provenía el olor, encontrándose al dueño de la casa desayunando en la mesa de madera del comedor. Rápidamente se puso tenso.


   —¡Lamento muchísimo las molestias! Gracias por cuidar de mí, me iré en seguida, mi ropa...


  —Siéntate.—Le ordenó el moreno, a lo que él reaccionó inmediatamente, callándose y sentándose en medio del suelo.


   El mayor no pudo evitar que una risa disimulada escapara de sus labios.


   —Preferiblemente en una silla.—Dijo señalando una silla de su misma mesa.


   El pelirrojo se sintió estúpido y se sonrojó, pero aún así obedeció y se sentó junto al moreno, que a diferencia de la noche anterior, llevaba gafas rectangulares con una fina montura negra.


   —Come—le mandó el más alto. De nuevo obedeció silenciosamente, alargando la mano hacia una tostada con timidez—. Mi nombre es Eric. Tu ropa se está lavando, no te preocupes por ella ahora.


   Nico asintió con suavidad, confundido por el cambio de actitud del mayor. La anterior noche lo había dejado a su suerte y de repente, le lavaba la ropa y le daba de desayunar.


   —Muchas gracias...


   —No las des. Lamento mi conducta de anoche, no estoy acostumbrado a las visitas.


   —No... Es mi culpa, no debería haberme presentado de repente...


 —Sea como sea, deberías darte una ducha cuando termines de desayunar. ¿Cuánto tiempo llevas en el bosque?


   —Eh... no recuerdo...


   —¿No recuerdas?


   —No... se siente como si siempre hubiera estado ahí.—Dijo con una sonrisa que parecía querer expresar lo estúpido que se sentía.


   —Quizá te golpeaste la cabeza y perdiste la memoria. Nico, ¿verdad?—El menor asintió con la cabeza—. El cuarto de baño está en el segundo piso, puedes llenar la bañera. ¿Qué edad tienes?


   —Hm... ¿Dieciocho?—Dijo con la cabeza ladeada.


   —¿Me lo preguntas a mí?—Respondió sarcásticamente Eric, riendo un poco.


   —La verdad es que no estoy muy seguro, ¿aparento dieciocho?


   —Sí, tienes una cara aniñada, pero aún así tu complexión es de un hombre de dieciocho. Supongo que sí perdiste la memoria, ¿no recuerdas algún contacto, alguien a quien poder llamar para que venga a por ti?


   Nico sacudió la cabeza en señal de negación, cuando se despertó ya estaba solo.


   —¿Cómo es que recuerdas tu nombre pero no tu edad?


   —No sé... Sólo lo recuerdo.—Dijo el menor mientras le daba el último mordisco a su tostada. El mayor se levantó, recogiendo los platos, y cuando pasó a su lado le sacudió el pelo. Después de todo no era más que un adolescente.


   —Está bien. Yo tengo 25, y vivo solo como observarás. Ve a bañarte.


   Nico se levantó en busca del baño, siguiendo las indicaciones de Eric. Al llegar, se encontró con un amplio cuarto de baño con una gran bañera con patas. Esperó a que se llenara con agua tibia y se metió dentro, ronroneando de gusto. Usó un poco de champú para su cabello y con la espuma sobrante restregó sus brazos y pecho, limpiando la suciedad.


   Se quedó en el agua, relajado, hasta que notó que esta comenzó a enfriarse. Sumergió la cabeza para lavar los restos de champú y salió con cuidado, tapándose con una toalla gris. Quitó el tapón para que el agua bajara y comenzó a secarse. Cuando terminó, se volvió a poner la camiseta que le había dejado el mayor. Se miró en el espejo, encontrándose con su cara mirándolo con una mueca confundida. Parecía que nunca se había visto a sí mismo antes. Sus ojos pardos lo miraban grandes y brillantes, enmarcados por unas largas pestañas negras, y por su piel blanca y pecosa bajaban unas pequeñas gotas que caían desde su cabellera rojiza. Sus carnosos labios estaban rojos por el calor, al igual que la piel de sus mejillas. Era de complexión delgada, y su cuerpo era muy pequeño en comparación al de Eric, por lo que su camisa le quedaba tan grande que parecía un vestido.


   Bajó las escaleras, encontrándose con Eric leyendo frente a la chimenea.


   —Vaya, te tomaste tu tiempo, eh—Dijo el moreno al percatarse de su presencia—. Al menos ahora no hueles a tierra.


   —Gracias por dejarme usar el baño...


    —No te preocupes. Tu ropa ya está lista, puedes quitarte esa camiseta y ponerte algo de tu talla.


  —Muchas gracias...—Respondió con una pequeña sonrisa mientras cogía la ropa de donde le señalaba Eric.


   —Voy a hacer la comida, puedes ponerte cómodo en el salón.


   —Muchas gracias.


   —Y deja de agradecerme por todo.


   Dijo el mayor con una sonrisa, volviendo a acariciar sus rojos cabellos de camino a la cocina. Eric fue a la habitación en la que había dormido para cambiarse de ropa y cuando salió, ya vestido, se sentó en un sillón individual al lado de la chimenea. No mucho más tarde, la comida estaba lista y Nico no podía estar más feliz. Parecía que hacía siglos que su estómago no recibía alimento tan seguido, y menos después de un buen baño.


   Terminaron de comer y charlaron de cosas triviales aún en la mesa.


   —¿Qué harás ahora?—Preguntó de repente el mayor.


   —¿Eh? Pues... volver al bosque, supongo.


   —¿Para qué?


   —¿Cómo que para qué? Es lo único que puedo hacer, no entiendo a qué se refiere. No conozco nada más.


   Eric asintió con la cabeza y observó como Nico se dirigía a dejar los platos en la cocina, tal y como había hecho él mismo antes. Pronto volvió a la cocina, enfrentándolo.


   —Muchas gracias por acogerme, lamento mucho las molestias.—Dijo el pelirrojo con una pequeña reverencia con la cabeza y una sonrisa agradecida.


   —No ha sido nada...


  —Pues... adiós.—Dijo el menor dirigiéndose hacia la puerta, aunque paró en seco cuando oyó al mayor.


  —Nico, ¿no preferirías quedarte aquí?—Lo interrumpió Eric mirándolo por encima de sus gafas, confundiendo al pequeño.


   —¿E-Eh?


   —No me hace ninguna gracia la idea de que un adolescente se quede sólo en el bosque hasta quién sabe cuándo. Podrías quedarte a vivir aquí hasta que recuperes la memoria. Me sobra una habitación y me puedes ayudar con las tareas de la casa.


   —Pero... yo no quiero ser una molestia, no me importa vivir en el bosque...


   —¡Pero qué dices!, ¿no te importa cogerte una pulmonía por estar durmiendo a la intemperie en esta época del año? Además, no es como si fueras a vivir aquí como si fuera un hotel, ya te he dicho que me ayudarás con la casa.


   —¿...Estás seguro?


    —Créeme, he tenido tiempo de pensarlo mientras estabas en el baño.


   —Está bien entonces, supongo. Prometo que no molestaré y ayudaré todo lo posible. Muchas gracias por todo esto, Eric.—Dijo con una sonrisa el menor. El corazón del moreno saltó, probablemente por la impresión de oír al otro pronunciar su nombre.


   —No te preocupes por nada, quizá me venga bien algo de compañía.


   Pasaron la tarde sentados frente a la chimenea, Nico mirando a Eric leer desde su sillón, y éste haciendo como que leía, pues le era complicado con la incomodidad de tener al otro atento a cada movimiento. Cuando vio que había avanzado quince páginas sin leer ni siquiera una, desistió y abrió una conversación con el pelirrojo, que se veía muy feliz ante este hecho.


   Pasaron horas hablando, hasta que se percataron de que la luz que entraba por la ventana había cambiado de color, convirtiéndose en el anaranjado propio del atardecer.


   —Ayer... Estabas tocando el piano, ¿hoy no?—Preguntó con cuidado Nico.


   —No me gusta tocar delante de la gente, me hace sentir incómodo—Respondió el moreno un poco tenso.


   —Oh... Pero, si vivo aquí, ¿significa eso que no volverás a tocar?


   Eric se quedó de piedra. No se esperaba eso.


   —Ya es hora de cenar, vamos.—Dijo ignorando la pregunta.


 


 


   Pasaron días y días, los mejores días de la vida de Nico, aunque tampoco es que recordara nada más. Ambos se sentían mucho más cómodos juntos, se habían acostumbrado a la presencia del otro. Aún así, Eric no volvió a tocar el piano, y eso desanimaba mucho a Nico cada vez que lo pensaba.


   El pelirrojo estaba acostado en el sofá, con la cabeza sobre los muslos del mayor, el cual le acariciaba el pelo mientras leía.


   —¿Te gusta mi pelo?—Preguntó relajado el menor, pues desde el primer día Eric había acariciado y revuelto su cabello.


   —Ajá...—Dijo distraídamente Eric— es muy suave y agradable al tacto. El color es bonito también.


   Nico no sabía que decir, no esperaba una respuesta real, y se sonrojó tanto que podría decirse que le brillaba la cara. Llevaba casi dos meses ahí y comenzaba a sentirse extraño alrededor de Eric. Su corazón latía con más fuerza y deseaba estar cerca de él en todo momento. Hacía cosas estúpidas sólo por oír su risa, y le sonreía sólo para que le sonriera de vuelta. Cada vez que le tocaba, sentía un cosquilleo constante y no podía dejar de mirarlo.


   Eric, por su parte, identificó rápidamente sus propios sentimientos. Aceptó que le atraía el muchacho desde que se dio cuenta de las sensaciones que este le producía. No había tratado de hacer nada, claro que no, pues Nico era un niño aún, inocente y puro, que ni siquiera sentía lo mismo por él. Así que, simplemente, se dedicó a acercarse a él poco a poco, casi sin querer.


   Más días pasaron y llegó febrero, y con él la primera nevada del año. Nico no paraba de saltar en la nieve, feliz como un niño, riendo, mientras Eric lo observaba apoyado en la fachada de su casa, notando cómo se le exaltaba el corazón al ver al pelirrojo disfrutar de esa manera. Simplemente lo quería tanto...


   Se acercó al pequeño y lo abrazó por la espalda, cubriéndolo con su propia chaqueta.


   —Vamos dentro, vas a coger frío...—Le susurró en el oído, causándole un escalofrío al menor.


   —Pero yo quiero jugar un poco más...—Respondió el menor, girándose para quedar abrazados cara a cara mientras hacía un pequeño puchero que derritió a Eric por dentro.


   —Mañana podrás jugar más, pero tienes la nariz tan roja que parece un pequeño tomatito—dijo con una sonrisa mientras le tocaba la punta de la nariz con el dedo—. Vamos dentro, por favor.


   —Está bien, ¿pero mañana jugarás conmigo?—Pidió con una sonrisa Nico.


   —Todo lo que tú quieras.


   Nico emitió un pequeño chillido de alegría y lo abrazó más fuerte.


   —Te quiero.—Susurró el pequeño contra su pecho.


   Se quedó de piedra. No sabía qué decir: su “te quiero” y el del pelirrojo eran distintos, pero no podía no responder.


   —Yo... yo también te quiero.—Dijo con dificultad, tragándose el nudo en su garganta.


   El corazón de Nico comenzó a latir con fuerza y su cara enrojeció. Nunca pensó que le fuera a responder. Escondió más la cara en su pecho, con una sonrisa.


  Entraron y Eric se sentó en el taburete de su piano, acariciando la tapa del instrumento.


   Nico estaba estupefacto, ¿a caso iba a tocar?


   Como queriendo responderle, Eric levantó la tapa del majestuoso piano de cola y acarició las teclas con los dedos, poco antes de empezar a presionarlas con una gracia sin igual.


   Sus dedos volaban por el piano delicadamente, emitiendo una suave y nostálgica melodía que dedicaba exclusivamente al otro chico.


   Nico seguía de pie, mirando a Eric, sintiendo cómo los diversos acordes flotaban por el aire, introduciéndose en su cabeza y en su corazón. No se dio cuenta de que había empezado a llorar hasta que las lagrimas le impedían ver la maravillosa interpretación de la persona a la que amaba.


   Todo lo veía tan claro de repente. Todos los sentimientos nuevos, esos sentimientos encontrados, confundidos, todos ellos se ordenaron en su cabeza. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Lo amaba.


   La meliflua melodía calaba en los corazones de ambos hasta que, poco a poco, fue cesando de los dedos de Eric.


   Este se giró para mirar a Nico, encontrándolo deshecho en lágrimas, y se levantó a la prisa para acercarse a él.


   —¿Qué te pasa, Nico?—Dijo mientras le cogía la cara con las manos—¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo? Por favor, no llores, dime qué te pasa.


   —¿Qué me pasa...?—Respondió en voz baja mientras lo miraba a los ojos sin dejar de llorar. Una de sus pequeñas manos se posó en la cara del moreno y se puso de puntillas, alcanzando sus labios. Se sentía como en el cielo, los labios del mayor eran tan tiernos como su melodía—Que te amo, eso es lo que me pasa.


   Eric no entendía nada. No había sido capaz de procesar tanta información. Cuando los rosados labios de Nico se posaron sobre los suyos, se sintió como si estuviera flotando, tenía vértigo y sentía que ese momento era tan efímero que se desvanecería en cualquier instante. Cuando oyó la confesión del menor, su corazón saltó.


   —Te amo.—Respondió sin pensárselo, agarrando firmemente al menor por la cintura y volviéndolo a besar, esta vez con más intensidad. Nada podría reemplazar ese momento.


    A partir de esa noche, durmieron en la misma cama, abrazados.


   Más el vigésimo-noveno día del mes, de repente Nico recordó todo. Y desearía no haberlo hecho.


   Le quedaban veintiún días para estar con su amado.


   No le dijo nada. Prefería pasar esos días abrazado a él sin preocupaciones.


   Pero el mayor no era tonto, notaba que algo le pasaba, aunque cuando preguntara le negara sus problemas. Sentía que algo no iba bien.


   Ambos aprovecharon al máximo ese tiempo, pues el sentimiento de que su meliflua relación peligraba con desaparecer era cada vez más fuerte.


   El diecinueve de marzo, Eric interpretó sin saberlo la última pieza frente a su amado, y tras ella, Nico se metió en su anterior habitación a escribir una carta de despedida.


 


   Guardó la carta y, por la noche, la colocó en la mesa del comedor, sabiendo que así Eric la encontraría con facilidad, y antes de que amaneciera, salió de la casa, dejando su ropa dentro. Notó el frío aire de la noche azotar su piel desnuda, justo como cuando llegó a esa casa por primera vez, y no fue capaz de contener las lágrimas. Quizá sería la última vez que fuera a esa casa.


   Con el primer rayo de sol, notó como su persona desaparecía poco a poco.


 


   Cuando Eric se despertó, se encontró solo en la cama por primera vez en cuatro meses, y eso no le dio buena espina. Se levantó apurado a buscar a Nico, mirando en el baño y en el piso de arriba, pero no lo encontró. Finalmente, se percató de una carta dejada en la mesa.


 


    Querido Eric,


    Te amo como nunca en mi vida he amado a nadie. Y puedo decirlo con certeza, pues mis memorias han vuelto. Lamento no haberte dicho nada, pero no quería que me miraras de distinta forma.


    Esta es una carta de despedida.


    Es probable que no creas nada de lo que te cuente, pero juro por mi amor por ti que esto no es nada más que la verdad.


    Durante el invierno, ciertos animales hibernan. Ciertos emigran. Otros, se adaptan al medio. Y luego hay un tipo en concreto, sólo unos pocos, que se transforman en busca de mejores condiciones.


    Yo soy uno de ellos.


   Estas transformaciones solo ocurren a partir de los dieciocho años de edad, por eso no recordaba nada: porque no había pasado nada antes. Anteriormente sólo era un animal sin consciencia ni razonamiento.


   Que tu melodía llegara a mis oídos mi primer día como humano en el mundo ha sido más que casualidad, ¿crees en el destino?


   Cada invierno volveré a ser humano, pero el resto del año no podrás mantener una conversación con Nico, y entendería que, tras esta carta, tampoco quisieras hacerlo en invierno.


   Te amo. Lamento no haber tenido el valor para contarte esto antes. Te amo. Te amo.


   Adiós, mi amor.


   Nico.


 


   No entendía nada, ¿qué significaba eso? ¿Dónde estaba Nico? ¿Era una broma? Miró por la ventana, encontrándose con la mirada atenta de un pequeño zorro rojo que huyó desde que sus ojos se encontraron. De repente, todo tenía sentido.


   Eric salió corriendo de su casa y persiguió al zorro.


   —¡Nico!—Gritó lo más fuerte que pudo. El animal paró en seco.—Acércate aquí.


   Sin dudarlo ni un momento, obedeció, como siempre.


   —Yo... no soy capaz de comprender por qué pasa esto, pero... Te amo. Eso no va a cambiar. Puedes venir siempre que quieras, te daré de comer y te acariciaré el pelo como siempre. Y estaré esperando por ti cada invierno, con un chocolate caliente para cada uno en la puerta de casa. Nuestra casa. E interpretaré piezas para ti todos los días, así que ven a escucharlas. No ha cambiado nada.


   El zorro lo miró con sus ojos profundos y se sintió impotente de no poder hablar o abrazarle, pero se acercó a el y frotó su cabeza contra su pierna. Se sentía tan feliz que podría llorar. Por supuesto que iría todos los días, y todos los inviernos. Siempre.


   Siempre.


   Era, después de todo, un amor melifluo.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado o no? Por favor, dejadme vuestra opinión en los reviews, así como vuestros consejos.

Si os ha gustado, ¿qué os parecería una serie de one-shots o two-shots (o incluso algún fanfic) con esta línea de animales que se transforman en humanos según la estación? Uno de los de la serie los dedicaría a esta pareja y su vida tras este primer invierno. 

Si os gusta la idea, por favor dejádmelo en los comentarios.

Muchísimas gracias por leer ♥


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