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Not another love story. por Radioactive

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Notas del capitulo:

Hola personitas. Espero que esta historia que me ha tomado más trabajo corregir que escribir, sea de su agrado, y que con mucha suerte, pueda llegar a hacerles sentir algo. 

Las personas, en medio de nuestra melancolía, nos preguntamos por qué cierta gente se cruzó en nuestro camino, con qué objetivo. La mayoría de esas veces llegamos a conclusiones desafortunadas, terminamos por obviar el hecho de que la vida no siempre es justa y contadas ocasiones serás tan feliz como para explotar. No es que me esté quejando, sólo quiero resaltar la obviedad de los hechos.


En la televisión, en las películas, y en los libros de autoayuda dicen que cada cosa mala siempre trae una enseñanza, una moraleja ¿no? Pero quizá yo soy demasiado despistado, u obstinado, como para no encontrarle ninguna a la supuesta fabula que fue conocerlo.


Teníamos diecisiete. Él era moreno, flacucho y bastante arrogante. Seguramente han conocido a esa clase de personas, que no son especialmente atractivas, pero que tienen algo que hace que te fijes en ellas. Yo me sorprendí con franqueza cuando supe que varias muchachitas andaban detrás de él, como para lamerle entera esa cara de chulo.


Yo no quería lamérsela, quería golpeársela. Me molestaba en exceso encontrármelo en clase de francés e historia. Juntos sólo cursábamos esas, pero yo lo sentía como una larga e intensa agonía. No sabía por qué, ni siquiera había un motivo racional que explicara mi insoportable deseo de estrellar un mazo en su cráneo. Siempre fui callado, serio y un poco nerd. Tenía amigos, pero la mayoría nos juntábamos para hablar de películas y libros. En sí, no éramos TAN amigos, sólo compañeros de ocio. Y esos amigos no son de los que sirven para confiar o pedir favores más allá de un préstamo ocasional. Nadie sabía cosas de mi vida, que no eran tantas ni tan interesantes, a decir verdad; y tampoco se acercaban mucho a mí. Pienso que es extraño, que una persona tranquila como yo, haya desarrollado un profundo sentimiento de aversión hacia un sujeto con quien no había cruzado palabra en la vida. Traté de analizarlo en múltiples ocasiones, pero nada salía a relucir en mi ofuscado cerebrito.


Lo más obvio sería creer que su actitud arrogante y engreída era la principal razón, quizá la única. Pero me había topado con tantos de esos tipos en mi vida, y jamás me habían molestado, siempre les daba por su lado. Yo era de la filosofía de vive y deja vivir.


Historia fue de las clases más aburridas en el curso. Solamente debíamos hacer resúmenes de capítulos varios de un viejo y desactualizado libro que pedíamos prestado en la biblioteca. Mientras llevaba a cabo las insulsas tareas, varias veces me descubrí a mí mismo, girando la cabeza hacia Iván, tratando de adivinar qué era lo que me hacía rabiar por dentro.


Juro que muchas veces intenté dejar de pensar. Traté de impedir que esos malestares me afectaran tanto mientras él estaba dentro de mi campo de visión. Pero no podía.


No podía quitar mis ojos de él.


Por supuesto, un día se dio cuenta.


Era viernes y hacía frío. Faltaban dos semanas para las vacaciones de invierno. Pensaba disfrutarlas al máximo, tener horas de lectura, de maratones y de salidas con otros como yo. Pero tenía que estarlo viendo con una expresión de idiota en mi cara rojiza, y él tenía que voltear en mi dirección, justo en ese mismo instante.


Ese día me siguió todo el camino, desde que salimos de clase (historia era la última) hasta el paradero de autobuses. Yo fingí no darme cuenta, pero mis pasos eran torpes cuando me sentía observado, y terminé por voltear. Él me sonrió con esa petulancia suya. Yo volví la cabeza como si su presencia quemara mis corneas, pero choqué con alguien, le pisé y casi le tiré. Escuché la risita de Iván detrás de mí. La vergüenza se vio mermada por un amargo sabor en mi garganta. Me disculpé con el señor y él me contestó: “No hay problema niño”. Aunque tenía cara de que todavía le dolía el pisotón. 


Subí al autobús, y creí librarme de él. Pero me equivoqué cuando segundos antes de que el vehículo echara a andar, su cabello engominado apareció y después su maldita cara de despreocupado. Se sentó a mi lado apretándome contra la ventana. El jodido bus iba casi vacío ¡Y él se sentó a mi lado solo por joderme!


Mi piel es extremadamente blanca, una característica no tan común en un país latino, y el clima, sea frío o caliente, siempre mantiene mis mejillas, mi nariz, mi barbilla y mi frente enrojecidas. Vamos, que a todo el mundo del gustaría ser güero, pero déjenme aclararles que no es tan agradable. Siempre tengo la cara roja, pero justo la ocasión hizo que mi cuello también tomara esa tonalidad. Tenía una sensación de calor quemante en mis orejas y mis gafas se empañaban cada que exhalaba.


Era rabia. Una rabia que experimentas en ocasiones particulares. Como cuando pasas todo el verano trabajando para comprarte un teléfono de última generación y tu padre te obliga a meter ese dinero en tu fondo universitario. Sabes que la otra persona no es mala, sabes que estás siendo egoísta, pero aun así tienes ganas de patear espinillas y volverte loco de furia.


No dije nada durante todo el trayecto. Soy de esos tipos que piensan mucho, pero no abren la boca.


Cuando era casi momento de bajar. Me puse nervioso. No quería hablarle, pero tampoco tenía modo de escabullirme sin tener que decirle que se hiciera a un lado. Por mi cabeza pasaron mil posibilidades, todas ellas absurdas. Al final solamente me levanté y le miré esperando que captara el mensaje. Y lo hizo. El desgraciado se quitó, pero también se bajó del autobús conmigo. Me siguió a casa, esperó en mi puerta durante dos horas, hasta que mi madre se percató que había un chico extraño sentado en la entrada y lo dejó pasar cuando él fingió ser mi amigo.


Aquella noche cenó con nosotros, jugó con mi consola de videojuegos y usó mi baño.


Quería decirle a mi mamá que era un acosador, un tipo extraño que me seguía a todas partes y que podía ser peligroso. Fantaseé toda la tarde con que venía la policía y se lo llevaban. Me encantaba la idea, pero como siempre, los absurdos de mis desvaríos se quedaban donde debían y la realidad decantaba mi fe en la humanidad. Mi madre lo adoró y mi padre no pareció molestarle que un tipo con unos modales tan asquerosos fuera mi amigo.


Las únicas veces que me dirigí a Iván fue para decirle que se largara de mi casa. El negaba con la cabeza y me clavaba los ojos fijamente en mí, hasta que yo desviaba la mirada por sentirme intimidado. Finalmente se fue, pero me prometió que volveríamos a vernos el Lunes. Era Viernes, dos grandiosos días sin él, completamente arruinados por esa promesa.


.. || ..


El día de volver a la escuela fue diferente a lo que esperaba. Me tocaba francés a la primera, y el resto de las clases sin él. Pero no se presentó. Tampoco el resto de la semana.


Solo quedaban cinco días más y por fin seriamos libres. Aunque en algunos casos, eran los peores, porque había que entregar trabajos, hacer exámenes y esas cosas. Pero yo estaba ansioso por el transcurrir de los días.


El Lunes de la última semana, lo vi en historia y francés. Entregó un justificante y recuperó dos exámenes. Jamás me dirigió la palabra, ni una insignificante mirada. Su cabello no iba engominado como siempre, y parecía tener mal humor. Yo no podía evitar sentirme reconfortado por su actitud. No solo estaba ignorándome, sino que también parecía sufrir.


En casa, mi madre me preguntó que si mi amigo no iría a visitarme otra vez. Le dije que todos estábamos ocupados, y que no era mi amigo, solo un conocido. El tema terminó ahí. También mi semestre y mis principios de gastritis.


El primer día de vacaciones me sentí taaaaan bien. Mis padres son de esos que los primeros días dejan que te relajes, que disfrutes de tu ocio y te la pases en pijama. Después comienzan a pedir favores, mandados, y tareas tediosas que ellos no quieren hacer. Así que estuve la mañana y la tarde enfundado en una cobija y viendo películas en internet.


Ninguno de mis amigos me llamó para reunirnos, y a la semana y media ya estaba harto de no hacer nada. Mi madre comenzó a pedir favores, así que me encomendé a hacer unos cuantos y después pedí un permiso para salir, aunque no tuviera con quien.


Viajé en autobús y en tren para llegar al centro de la ciudad. Ahí donde siempre me reunía con mis pocos conocidos, y donde podía pasear libremente, sin ningún tipo de atadura o sentimiento de abnegación. La escuela te obliga siempre a seguir un protocolo, un régimen tan cotidiano que ni siquiera lo notas. Un lugar donde eres uno más, perdido entre un mar de extraños, es una perspectiva diferente. No sobresales y no estás obligado a nada. Al menos yo me siento así. Supongo que un psicótico o un radical piensa diferente, pero yo no. Me gusta ser invisible. Deambular como un grano de arena en la inmensidad de una playa.


Después de estar sentado, mirando personas pasar y desvariando con pensamientos que no me llevaron a ninguna parte, me di cuenta que se hizo tarde y decidí volver a casa. Mi madre nunca fue aprensiva y mi padre era bastante permisivo porque soy un varón que no da problemas de ningún tipo. Soy la clase de hijo que tiene privilegios por ser un nerd sin vida social.


Envíe un mensaje a mi amada progenitora diciendo que estaba en camino. Justo cuando guardé el teléfono en el bolsillo, un desgraciado chocó conmigo tan fuerte que sentí el pánico con la posibilidad de que me hubiera tirado un diente.


Con la mano en la boca le miré. Tenía el cabello revuelto y la camisa manchada de algo oscuro.


Era sangre.


Y no solo eso. El asqueroso era el mismo que se coló en mi lista negra, como único miembro.


Ivan.


..||..


Mamá se enojó mucho conmigo, porque comúnmente hago dos horas de camino del centro a casa. Era noche, casi no había gente en la calle. Me tardé cinco horas en volver. Así que, con toda razón, fui castigado.


Ivan se quedó en el hospital. Yo traté con todas mis fuerzas, primero, de dejarlo botado en la calle, justo donde él chocó conmigo. Pero la gente miraba curiosa, algunos comenzaron a acercarse con la intención de ayudar. Pero esos intentos quedaron en eso cuando él comenzó a tirar manotazos y palabrotas al azar, como si estuviera delirando, así que asustó a la mayoría. Incluyéndome.


Sin embargo, fui el único tonto que le ayudó a levantarse. Llamé a una ambulancia y tardaron bastante en llegar (o eso me pareció a mí). No solo me obligaron a ir con él, casi sosteniéndole la mano en una emotiva escena trillada, sino que me retuvieron en el hospital con todo el papeleo. Soy menor de edad y aun así me registraron como el único conocido. ¡¿Pero qué le pasa a este mundo?! Me dieron instrucciones de cuando visitarlo, los horarios, y la habitación en la que estaría.


Yo me indigné cuando me dijeron: “Tu amigo se pondrá bien gracias a ti”.


Él no es mi amigo. No tengo amigos de verdad, y si los tuviera él sería el último en serlo, aunque sucediera el fin del mundo. Tuve ganas de decirle eso a la enfermera, pero en vez de eso tomé el folleto y volví a casa.


Mi madre fue indulgente cuando le conté lo sucedido. Me regañó diciendo que debí avisar, que debí llamar para que fueran a apoyar a mi “amigo”.


En serio, ¿qué tenía el mundo con esa palabra?


Al final solo fue una semana de castigo, que probablemente sería levantado antes de tiempo porque soy demasiado buen hijo. Un claro idiota a ojos de muchachos de mi edad que disfrutan divertirse. Mojigato, nerd, perdedor.


Ivan murió en el hospital.


Cómo me gustaría decir eso. Pero sobrevivió. No tuvo contusiones o fracturas, pero iba muy golpeado. Eso sí, tuvieron que ponerle puntadas, y algunos vendajes. Tenía los nudillos machacados. Mis padres ignoraron eso cuando fuimos a recogerlo en el auto familiar, pero yo no.


El usó su modo lastimoso para convencer a mis padres que su padrastro era un golpeador abusivo y borracho y que no podía volver a su casa por el momento. Mi madre le ofreció asilo y mi padre un lugar junto a él en el sofá de la sala. Todos se llevaban muy bien, y yo me sentía como… excluido ¡En mi propia familia!


Por supuesto tenía la sangre hirviendo, pero mi carácter pacífico me mantuvo al margen, ignorando todo y haciendo mis cosas como si nada hubiese ocurrido. Me llamo Marco por cierto. Siento no haberlo mencionado. Él jamás se había dirigido a mí con mi nombre, y yo tampoco a él con el suyo.


Y esa noche lo dijo mientras se asomaba por la orilla de la cama. Cuestión bastante espeluznante, como las películas de terror asiáticas. Me pidió dormir arriba conmigo. En MI cama individual donde yo estaba MUY cómodo, y que no pensaba ceder. Así que lo ignoré. Pero repitió muchas veces mi nombre y cuando se aburrió se tumbó sin permiso a mi lado. No pude dormir muy bien porque el contacto directo con la gente me sofoca y no me permite relajarme.


La noche siguiente le cedí mi cama y me dispuse a dormir en el suelo. Pero él con tonito burlón, argumentó que le parecía bien, en el suelo cabíamos mejor los dos. Intenté hacer que se subiera a la cama. Como no lo logré, me subí yo y entonces él lo hizo también. Estuvo acosándome durante mucho y cansado de soportarlo, le golpee la mano que tenía lastimada. No soy un gran golpeador, ni tengo mucha fuerza, pero claro, le dolió porque estaba sensible. Fue algo que nadie haría, una desconsideración utilizar su debilidad para quitarle la molesta sonrisa de la cara. Pero recordemos que lo odiaba y quería que muriera.


Le advertí que sabía de sus mentiras. Que esas heridas eran por una pelea voluntaria. Y que lo creía tan malicioso, que incluso sospechaba que no estaba lo suficientemente mal herido como para desmayarse enfrente de mí como lo hizo en la calle. Él sonrió y no dijo nada más. Al final terminamos durmiendo de nuevo en la cama. Él susurró mi nombre, con voz suave pero intensa, que resonaba a nuestro alrededor cortando el silencio. En verdad el tipo era escalofriante.


Esa noche tocó mis caderas y respiró en mi nuca.


La siguiente besó el hueso de mi omoplato y rozó con un dedo, apenas de manera perceptible, una de mis nalgas.


Yo quedé traumatizado. Es natural, un chico que apenas habla con otros chicos, no es de esperarse que no sea virgen. Ni siquiera había dado mi primer beso. Hablar con chicas en clases es un logro que cumplo cada mes, y eso para preguntar la hora.


Iván estaba siendo muy cruel. Sabía que mi experiencia en aspectos sexuales y románticos era nula, bastaba con ver mi cara de lerdo. Y se estaba aprovechando de eso para molestarme.


Las siguientes noches que durmió en mi casa, me encerré en mi cuarto de baño y dormí en el piso con una almohada y una cobija bastante calientita. Aun así, en plena temporada de frio fue natural que terminara por enfermarme. Él finalmente se fue. Yo esperanzado fantaseé con que se sintió culpable de que me entrara tremenda gripe por su causa, pero lo más realista fue pensar que se aburrió de mí y de hacerme rabiar.


Iván convenció a mis padres de que pronto su hermano mayor le dejaría vivir con él, y que llamaría a nuestra casa si ocurría algún problema. Se largó con esa promesa, y yo me quedé en mi habitación, temblando con escalofríos y mocos verdes.


..||..


 No salí mucho, pero me libré de hacer tareas tediosas gracias a mi noble enfermedad que me mantuvo en mi cuarto viendo maratones completos, jugando videojuegos y leyendo libros. Estaba cansado de tener el culo pegado a la cama, a la silla y a todo lugar posible donde pudiera descansar, pero que más daba. Siempre fui una persona senderaría después de todo.


Llegó el día de volver a clases, y yo rogué a todos los cielos, dioses y demonios que no pusieran a Iván en alguna de mis clases.


Pero eso, por supuesto, no iba a pasar.


Quedamos juntos en Historia (de nuevo), Filosofía, Química y Biología. Mi tormento anterior duplicado. Me revolqué en mi propia mierda, preguntándome por qué me pasaba eso a mí.


Cuando tuve oportunidad, pedí cambio de grupos. Solo me lo dieron para Química. Todo estaba repleto y no había lugar para un tonto superficial como yo que solo quería huir de un imbécil insoportable.


Pero Iván no volvió a hablarme en la escuela por alguna razón que no comprendí, pero no me molesté en averiguar. Yo apenas le miraba, con la sensación de que si lo hacía, volvería a abrirle las puertas para que me molestase con sus tontas mentiras y su don para manipular las cosas a su antojo.


Quería tranquilidad y la tuve. Seguí viviendo mi vida antes de que el viniera a invadirla.


..||..


Al final sucedió.


Estaba seguro que llegaría virgen a la adultez, y quizá a la vejez, porque mi capacidad de simpatizarles a las chicas era casi nula.


Pero apareció. Una chica mayor que yo, en último año. Ella me vio con una playera de una de mis series favoritas y resultó que ella también era fan. Todo lo contrario a mí, Liz era sumamente sociable, no tenía miedo de decir lo que pensaba, y eso me ayudó mucho. Yo que siempre estaba callado, era perfecto para una muchacha como ella que sólo hablaba y hablaba sin parar, y lo mejor de todo, sin pedir nada a cambio. Comprendía que ser parlanchín no era lo mío, y se conformaba con las pocas conversaciones que le daba. Platicamos siempre de series, nunca de nuestra vida personal.


De cualquier forma nos hicimos pareja, y tuvimos sexo. La primera vez fue extraña, las siguientes fueron mejores. Sin embargo, el que fuese mayor, significaba que ella se iría a la universidad antes. Entró a una del estado, donde iba a visitarla algunas veces. Con el tiempo, nuestras salidas y tiempo juntos se vieron reducidos, pero decidimos mantener la relación.


.. ||..


No se los dije, pero Iván abandonó la escuela.


Jamás volvió a molestarme y mi odio hacia él fue desapareciendo. Creo que ese sentimiento irracional sin causa, perdió su valor cuando me di cuenta que no volveríamos a cruzar palabra en la vida. Terminamos ignorándonos y fui otra vez el chico tranquilo sin resentimiento a nadie.


Yo estaba a punto de terminar mi último año. Postulé para la universidad del estado, de la misma forma que Grecia, solo que en diferentes licenciaturas.  Eso nos permitiría vernos más tiempo y más seguido. Para entonces, Iván ya había dejado de asistir a clases.


Como les había dicho, yo era un poco nerd, así que entrar a la universidad no fue gran problema. Los primeros días fue difícil habituarme porque quedaba más lejos de casa, pero con el tiempo, como con todo, terminé acostumbrándome.


Una tarde, Grecia no tuvo tiempo de salir conmigo porque tenía algunos deberes que atender. Eso a veces pasaba, por su parte o por la mía, y era algo que comprendíamos y aceptábamos.


Me sentía extrañamente melancólico, sin razón aparente. Esos pensamientos se hicieron más fuertes y se abrieron con fuerza, instalándose en mi pecho cuando lo vi. Estaba muy cambiado, y de espaldas, pero fui capaz de reconocerlo.


Iván estaba sentado en las escaleras de entrada a la estación del tren subterráneo, tenía la ropa manchada de tierra y sangre, los nudillos amoratados a la vista, aun así, su pose era relajada. Típico de él. Había estado peleando, no hacía falta preguntar.  


—Me parece un completo desperdicio de vida, que hayas dejado la escuela solo para agarrarte a golpes y verte de esta manera tan lamentable.


—No me conoces, no puedes juzgarme… Marco.


Yo permanecí a sus espaldas, me reconoció seguramente por mi voz, que no había cambiado nada.


No sé qué fue lo que me llevó a hablarle, fácilmente pude evitarlo. Y estaba seguro que él tenía razón. No sabía nada de su vida, ni sus razones ni sus sentimientos. Sus locuras o sus amores.


—Aún vivo con mis padres, seguro que te recuerdan y te ofrecen su ayuda, sobre todo con la mentira que les contaste.  


—No quiero ir a tu casa Marco.


—Entonces adiós.


—Pero si llevas dinero, podrías invitarme algo de comer.


Iván estuvo varios minutos dentro del baño. Fuimos a un restaurant de comida rápida. Se zampó dos hamburguesas jumbo. Quise preguntarle cuándo fue la última vez que comió, pero no me atreví. Llamaba la atención de todo el mundo, y parecía no importarle. Limpió su sangre y acomodó su cabello. Se abotonó la camisa, al menos el despojo que quedaba de ella.


Yo no había cambiado mucho en estos años. Si observaba una foto de cuando iba en el instituto y me veía al espejo, no había gran diferencia. Pero él sí. Lo recordaba menos flaco, sus pómulos ahora resaltaban en su cara morena, y su cabello era menos abundante. Increíble o no, conservaba algo de su atractivo, sus manos seguían siendo masculinas, y había estirado un par de centímetros más. Se veía adulto, desgastado, como si el tiempo hubiese avanzado más rápido para él.


—No es que me entrometa, pero estoy seguro que las peleas te quitan un par de dientes, no te aumentan años en apariencia. Ese aspecto desgastado… usas drogas ¿verdad?


—Siempre hablando como nerd, como si fueras un jodido libro parlante.


—Supongo que eso significa que no vas a decírmelo.


Él sonrió y me miró con esa intensidad que antes me hacía intimidar. Todavía tenía efecto, aunque un poco menos, quizá.


—Las fiestas no son divertidas si no puedes viajar un poco.


—Pareces de treinta años Iván.


—¿Y eso no te gusta?


—Claro que no.


—Te gustan jóvenes entonces, ¿por eso te gustaba en aquel entonces?


—Tú no me gustabas, te odiaba.


—Claro, y por eso me mirabas así.


—Sí. Quería romperte la cara.


—Y yo el culo.


Bufé y miré alrededor. La gente nos observaba de reojo. Nunca me ha gustado ser el centro de atención. Odio que me miren fijamente.


—Si ya terminaste, debo irme.


—Iré contigo. Después de todo, extraño dormir en una cama de verdad.


El desgraciado manipulador. Sabía que estaba diciendo eso para no obtener una réplica mía, porque me veía como el tonto bondadoso que le compró dos hamburguesas costosas y le ofreció asilo nada más verlo. Se aprovechaba de los demás, los usaba a su antojo.


Sabiendo eso, lo llevé a mi casa de todos modos.


Iván se dio un baño, se puso mi ropa y cenó con la familia. Inventó una gran historia. Me convencí de que hubiese sido buen novelista, o guionista. Tenía imaginación, lógica y un carisma extraño para engañar a la gente. Mis padres engatusados, le ofrecieron asilo, como unos tontos. Tontos ellos y tonto yo. Era genético.


Pase varias horas con mis deberes. Él no me molestó, solo durmió y se levantó un par de veces a orinar. Había puesto un sofá en mi habitación, así que lo alojé allí y a diferencia de cuando éramos más jóvenes, aceptó su lugar y no invadió mi espacio personal.


Terminé hasta la madrugada. Estaba tan cansado que solamente me tumbé, y no supe de la realidad hasta el día siguiente.


Los días fueron transcurriendo, e Iván seguía durmiendo en mi sofá. No se quejó nunca, aunque bueno, apenas lo veía. A veces no estaba cuando volvía de la universidad, y siempre con grandes esperanzas le preguntaba a mi madre si ya se había ido. Ella decía que no, que simplemente estaba trabajando. Nunca fui capaz de imaginar a Iván en un trabajo honesto, así que asumí que era un ladronzuelo, o algo parecido.


Jamás le pregunté para comprobarlo.


Nuestro siguiente encuentro recorre mi ser todavía, fue una experiencia traumática y desearía poder sacarla de mi mente si pudiera. Dicen que las personas recordamos más las cosas malas que las buenas, pues en mi caso, creo que aplica correctamente.


Tuvimos sexo.


Yo estaba recién duchado y él comenzó a lamer mi espalda, como si fuera algo natural. Ni siquiera éramos amigos. Nunca habíamos visto una película juntos, ni siquiera llegamos a reírnos de algo en compañía del otro. Pero eso parecía no importarle.


El sexo con Grecia podía clasificarse como placentero.


El sexo con Iván…


Logré excitarme tanto, que conseguí una erección en poco tiempo y con apenas unas caricias. Es fácil sacar conclusiones adelantadas. Yo mismo lo pensé demasiado hasta fundir algunas de mis neuronas.


Marco: Potencialmente homosexual.  


Grecia me excitaba claro, pero Iván era como un huracán, recorriendo mi cuerpo con su lengua y sus manos, me proporcionó sensaciones que jamás había experimentado. Hacer el amor con Grecia parecía un chiste, un juego de niños.


Pero el sexo anal fue de lo peor. Cuando llegamos a esa parte todo el placer y la buena disposición se esfumó. Ahora sí que tenía motivos para odiarlo y atestarle un golpe en su cara de drogadicto. A él no le importó que yo nunca hubiera tenido nada dentro del culo. Fue tan bestia, que terminó desgarrándome.


Tuvieron que pasar varios días antes de que su dichosa pomadita me ayudara a sanar las heridas que me causó. Yo jamás me hubiera atrevido a comprar algo como eso en una farmacia, pero él lo trajo como si nada a mi casa y me ayudó a ponerlo. Fue increíblemente bochornoso. Él jamás se disculpó, pero supongo que su manera amable de ser conmigo los siguientes días fue su forma indirecta de decir ‘lo siento’.


.. || ..


No pude verle la cara a Grecia. Prácticamente la había engañado, con un hombre…


Me sentí tan culpable que estuve evitándola todo el tiempo, diciendo que tenía muchos deberes, alegando dolores inexistentes, desviando las llamadas de su teléfono al mío.


Finalmente vino a verme.


Grecia se apareció en el área de mi carrera. Ella tenía clases, pero decidió faltar para poder visitarme. Yo estaba irritado porque nos habían encargado un trabajo más y lo último que quería era encontrármela. Vinieron reclamos, llantos y todo eso que hacen las mujeres para hacerse las víctimas. Bueno, no es que Grecia no lo fuese, tampoco estaba con ganas de admitirlo, pero me conmovió tanto que le prometí una salida completa en el fin de semana próximo. Ella pareció reticente al principio, pero aceptó. Nos besamos y nos despedimos con toda naturalidad, aún después del drama que armó.


Cuando regresé a casa, tenía ganas de darme una ducha y dormir profundamente. Estaba cansado física y emocionalmente. La cara de Iván al recibirme me fastidió mucho. Estaba tirado en mi cama, leyendo mis comics y comiéndose un postre que seguramente también era mío. Mamá siempre dejaba uno para mí, pero con su llegada, mis posibilidades de sufrir diabetes se veían disminuidas al 100% gracias a que Iván nunca me dejaba una pizca de las delicias dulces hechas en casa, patrocinadas por mi sonriente y avejentada madre.


Traté de ignorarlo. Cuando salí del cuarto de baño, él ya se había quedado dormido, babeando mis almohadas y dejando olor a macho en mis sabanas. ¿Les había dicho ya que Iván estaba en contra de los desodorantes? Eso o no tenía plata para comprarse uno. A menudo tomaba mis cosas prestadas, no me molestaría que tomara un poco de mi desodorante también.


Me concentré en los trabajos pendientes y cerré la laptop con desgana cuando el sueño por fin hacía tanta mella en mí que no podía teclear una vez más. Me dejé caer en la cama al lado de Iván, sin molestarme en despertarlo para que se fuera a su ya habituado sofá.


Cuando desperté, pude darme cuenta de que mi cuerpo estaba muy caliente. Mi mente trabajó rápido ideando posibilidades, las más básicas como fiebre o simplemente el clima. Hasta que me di cuenta de que había algo más. Estaba sudoroso, y excitado…


Resoplé con fuerza al sentir un escalofrió recorrer mi cuerpo, de abajo hacia arriba, haciendo que se me erizara la piel y soltara un jadeo ahogado. Me incorporé asustado cuando noté mi miembro palpitar dentro de una boca salvaje que no se detuvo cuando repliqué, sino que su dueño soltó una risita burlona y satisfecha como respuesta, mirándome con toda la lujuria que tenía para darme. La felación me arrancó la respiración e hizo que unos temblores irregulares agitaran mis extremidades. Me corrí dentro de su boca, sintiendo la punta chocar contra su garganta en una asfixiante calidez que me dejó la mente en blanco.


Después de unos segundos, que parecieron horas para mí, Iván subió por mi torso, dando besos hasta llegar a mi boca. Yo puse cara de asco antes de que me besara, pero él tomó mi nuca con una mano para impedir que me alejara. Le regusto de su lengua fue lo más raro en mi vida, junto con su aliento matutino, que siendo sinceros, no era el de un anuncio de dentífrico.


Pero eso no bajó mi calentón, porque sentir su cuerpo encima, su miembro frotándose contra el mío, que venía recuperándose del reciente orgasmo, fue como encender una mecha que pronto lograría que volviera a ponerme duro.


Me atreví a tocarlo, a acariciar su espalda y sus costillas de hombre desnutrido. Sus pupilas estaban dilatadas, y su cadera me embestía con fuerza, como si estuviera dentro de mí. Para ser honesto, no me entusiasmaba la idea de ser empalado por un hombre. Después de todo, la primera vez había sido sumamente dolorosa y me había tomado varios días recuperarme. Me preocupaba un poco, lo tenía en mente, pero igual mi instinto de hombre que piensa más con la cabeza de abajo fue oscureciendo esos temores y dejándolos a un lado, cuando su boca y sus manos provocaron múltiples descargas en mí, sacudiendo mi cordura fuera de mí ser, atándome a una fe ciega que lo siguió hasta el fin.


Creí que moriría cuando sus dedos entraron en mí con sosegada pasión. Su cuerpo estaba siendo paciente, sus caricias y su respiración eran acompasadas. Era algo que yo no alcanzaba a comprender. Con todo mi ser ardiendo, admiré esa manera de mantener la calma, incluso cuando sus ojos demostraban que su lujuria seguí allí.


¿Cómo un hombre puede ser capaz de contenerse así?


Supongo que mucho tenía que ver la sensación de culpa, porque la vez pasada me había lastimado tanto, que lloré y lo maldije con todo lo que tenía.


Que estuviera cuidándome con tanta gentileza en esa siguiente ocasión, hizo que mi estómago sintiera algo que sólo pensé que sucedía con Grecia.


En ese momento sentí algo realmente intenso por él, como una epifanía, me di cuenta que Iván había sembrado en mí un amor más fuerte, más devastador que el de Grecia. Ella, ni con su comprensión, ni su sonrisa, ni su capacidad de amar a un marginado como yo logró hacerme caer en la felicidad y en la desesperación al mismo tiempo.


Iván atravesó mi carne en su modo de ser, tan tormentoso y dominante. Se instaló dentro de mí y me provocó el alivio y el dolor. Mi cuerpo y mi mente eran suyos, yo no tenía nada que ofrecer al mundo porque ya no era propietario de mí mismo.


Nunca me entregué a nada con tanta facilidad. No repliqué cuando él me dio la vuelta y siguió embistiéndome en medio de gruñidos y resoplos con esa voz suya que me llenó de escalofríos. Mordiendo mis hombros y mi espalda, pasando su lengua por mis omoplatos y rugiendo mi nombre cuando finalmente se corrió.


Agitado encontré que la sensación de tener un líquido quemante llenándome, haciéndome morder mi brazo para no gritar, provocaba que los albores del orgasmo aparecieran. No tuve que tocarme, ni siquiera hacer nada. Él simplemente me llenó con su lujuria, su desgarrante voz y sus manos delgaduchas. Un éxtasis tan gratificante como los primeros de la adolescencia, como cuando descubres algo nuevo y quieres más, probar hasta hartarte.


Eso mismo hice con Iván. Me atiborré de él, pero no encontré un punto en el que me aburriera y no deseara más. Nunca.


.. || ..


Dejé de ver a Grecia. Su presencia me resultaba chocante, porque, sin desearlo, la comparaba constantemente con Iván. Desde su forma de reír hasta el hecho de que fuera una mujer. No podía evitar sentirme fastidiado, pero también culpable. Ella no tenía nada que ver con mi desdén, ella hacia todo lo posible y yo solamente la despreciaba por no ser la persona que (ahora lo sabía) realmente amaba.


Finalmente terminamos, en medio de llantos y despedidas, Grecia me deseó las mejores de las suertes con mi nueva novia.


Siempre odié ese sexto sentido de las mujeres que las hace capaces de darse cuenta de lo que a nosotros los hombres, nos pasan desapercibidas la mayoría de las veces. Odiaba que mi madre notase que había fumado y bebido en mis primeros y únicos meses de rebeldía, que supiera cuando algo me preocupaba o me ponía feliz. De la misma forma Grecia fue capaz de entender que yo la dejaba no porque no la quisiera, sino porque no era la otra.


Yo no fui capaz de decirle que en realidad era un ‘otro’, porque eso no la haría sentir mejor por supuesto, y además, porque también era un cobarde.


Después de todo, Iván me tenía como su mascotita. Alguien para aprovecharse y sacar ventaja, tener sexo y comerse su comida. Yo estaba consciente de que Iván no me amaba, es más, no creo que me considerase siquiera algo cercano a un amigo. Así que jamás confesé mis sentimientos. Jamás busqué manera de que alguien los aprobase aparte de mí, ni él ni mi familia.


Cómo iba a decirles que probablemente era gay. Que un hombre me provocaba tantas cosas y una mujer apenas me hacía sentir algo.


Sería un secreto, que callaría hasta donde fuese posible.


.. || ..


Llegué al final de mi carrera sin darme cuenta.


Iván se puso más flaco y más demacrado, pero eso no impedía que su personalidad y su salvajismo cambiaran. No estaba en su mejor condición, duraba menos en el sexo y cada vez nos veíamos menos. Pero eso era suficiente para mí.


A pesar de mi gusto por las historias ficticias, siempre estuve bien apegado a la realidad. Sabía que el estilo de vida de Iván lo llevaría pronto a la cárcel o a la muerte. Así que cada momento con él lo aprovechaba, como si esa fuera la última ocasión en que mis ojos podrían contemplarlo. Mi amor siempre fue egoísta. Porque no me importaba la felicidad de nadie más que la mía. Incluso las necesidades de Iván a veces me daban igual. Yo cumplía sus caprichos con tal de que no se alejara de mí.


La única vez que él hizo algo considerado y por qué no decirlo, bastante tierno, fue regalarme flores y un reloj carísimo (seguramente robado) el día de mi graduación.


Grecia siempre fue muy amiga de mi madre, y como nosotros quedamos, después del dolor de la separación, como ‘amigos’, tuve que invitarla a la comida familiar. Aquella noche todos terminaron ebrios, incluyéndome.


Iván y yo no la montamos en el baño del pasillo en mitad de la madrugada. Tuvimos tanto sexo que creo que por momentos el siguió follándome cuando yo estaba medio inconsciente. Pero el júbilo del orgasmo y de la celebración quedo en el fondo cuando pude ver la shockeada cara de Grecia al abrir la puerta.


La borrachera se nos fue a los tres.


Después de unos segundos de silencio incomodo, Iván simplemente me quitó de encima, se subió los pantalones y salió de allí. Yo estaba medio vestido, pero no me molesté en ponerme decente. De cualquier forma ya nos había visto, qué más podía hacer.


Grecia y yo hablamos mucho.


La mañana siguiente fue horrible para todos, pero la cruda a mí ni me afectó. Estaba tan ensimismado, considerando la propuesta de Grecia, que apenas pude darme cuenta de que Iván no estaba en ninguna de las habitaciones, en ningún lugar de la casa.


.. || ..


Años después, me encuentro aquí, casado con Grecia. Sin hijos porque esa fue una de mis condiciones.


Ella necesitaba quitarse de encima la presión de sus padres y yo necesitaba una fachada.


Un matrimonio más o menos falso. Volvimos a pasárnosla bien y a congeniar. Ella tiene sus amoríos y yo también, cuestión que acordamos, sería completamente normal. Sin dramas.


No volví a ver a Iván nunca, ni a saber nada de él.


Mi intención al casarme con Grecia, era vivir mi sexualidad libremente, sin tener que dar explicaciones a mis padres o a todo el mundo. Pero mis deseos iban enfocados solamente a disfrutar de mi relación con él. Ese era mi anhelo, lo que yo más quería en el mundo.


Y desapareció.


No sé si está vivo o muerto. En las noches cierro los ojos y siento sus dedos recorriendo mi cuello, mi pecho, apretándome la cintura mientras entra en mí con sus bramidos que siempre lograron ponerme en éxtasis total.


Sería todo más fácil si lo único hubiese amado de él hubiera sido su forma de follarme hasta dejarme sin voz. Pero aún, hoy en día, pienso en lo frágiles que se volvían sus palabras al terminar dentro de mí. En esa mirada vacía que me permitía ver en ocasiones, cuando pensaba que dormía. Pero ningún hombre ha logrado hacer que mi cuerpo experimente tanta felicidad, que espere cada día para volver a verle, jamás volví a enamorarme.


Lo único que quizá me reconforta, es recordarlo. Saber que era un desgraciado pero igual se mantuvo junto a mí todos esos años. Fantasear con que, tal vez, remotamente sintió algo por mí.


Quisiera decir su nombre y que él me escuchara, para dejarle saber que hay una persona que lo recuerda, que sabe que existió. Que no es un efímero sueño, como aquellos que tenía cuando se metía una píldora o una raya. Que fue amado y deseado, acogido dentro de un pecho que no fue capaz de volver a sentir.


Pero no volví a pronunciar su nombre, porque dentro de mí se apoderó el miedo de que realmente pudiera haber sido un sueño, una simple fantasía labrada en los pensamientos de un adolescente solitario. Buscando ser el redentor de una causa perdida.


Iván. 

Notas finales:

Cualquier error, falla o cosa fuera de luegar hagánmela saber. 

Nos leemos, en esta vida o en esta otra. 


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