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Modelo solitario por Fullbuster

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Kise Ryota


 


Aomine me ponía de los nervios. No podía ser que siempre estuviera buscando el modo de meterse conmigo y hacerme rabiar. Ahora prácticamente todo el instituto me tenía como a un chico facilón al que de vez en cuando en el pasillo le daban alguna palmada en el trasero y todo gracias a Aomine y sus bromitas.


No se lo había contado a nadie porque tampoco creí que tuviera importancia. Estuve esperando en la cena a que mi padre dijera algo, a que levantase la cabeza de ese plato y dijera lo que fuera, porque mañana era mi cumpleaños, creo que ni se acordaba de eso. Seguí cenando en silencio mirándole de vez en cuando manteniendo la esperanza de que me felicitase o me dijera que ya tenía un regalo para mí.


- ¿Por qué me miras tanto? – preguntó extrañado.


- Por nada – le dije algo entristecido dándome cuenta que no se acordaba.


- Te conozco… ¿Qué ocurre?


- Es que… mañana es mi cumpleaños.


- ¿Enserio? ¿Es mañana ya?


- Sí papá – le dije.


- ¿Y qué quieres para tu cumpleaños?


- Yo quiero… - me callé de golpe y es que no sabía si pedirle realmente lo que tenía en mente.


- ¿El qué?


- Quiero…


- Oh por favor Ryota… habla de una vez.


- Un balón.


- ¿Un qué?


- Un balón de baloncesto.


- No empieces de nuevo con eso Ryota, sabes perfectamente lo que pienso del deporte, tú no estás hecho para esas cosas, eres modelo y así debe quedarse. El baloncesto sólo te trae golpes y te aleja de tus deberes como modelo.


- Pero… no he dicho que vaya a jugar sólo…


- ¿Y para qué quieres un balón sino es para jugar?


- Bueno… para los ratos libres tirar un par de canastas, nada más, ni siquiera jugaría con otra gente, no llevaría golpes, ni moratones, te lo prometo.


- No Kise – me dijo.


- Por favor – le supliqué.


- He dicho que no – dijo marchándose hacia su cuarto.


- Papá… el baloncesto es lo que me gusta, es mi pasión y si me dejas te prometo que no abandonaré el modelaje.


- Claro que no lo abandonarás, el modelaje te da dinero, el baloncesto es sólo un estúpido juego que no te aporta nada.


Seguía a mi padre hacia el piso de arriba hasta llegar a mi habitación donde él buscó mi agenda indicándome que mañana tenía una entrevista para una importante revista y que no podía faltar, como siempre… él me cambiaba el tema del baloncesto a la profesión de modelo.


- Papá… estaba hablando contigo de algo.


- Sí. De la entrevista de mañana – me recalcó.


- Quiero un maldito balón ¿Por qué te cuesta tanto escucharme? – le grité ya frustrado de que nunca me hiciera caso y en su lugar en vez de atención… recibí un bofetón que me lanzó contra la ventana.


Me quedé estático unos segundos intentando asociar que me había abofeteado y sentí las lágrimas al borde de salir, algo impidió que salieran o más bien alguien, Aomine. Al levantar los ojos de la cornisa de la ventana le vi a él allí abajo en la calle mirando fijamente hacia aquí. Supe que había visto lo ocurrido y por la vergüenza cerré las cortinas lo más rápido que pude apartándome de sus inquisitorios ojos.


- Lo siento – escuché que decía mi padre preocupado – no debí hacerlo.


- Claro… puede dejar marca para la entrevista de mañana – me quejé saliendo de allí con rapidez y encerrándome en el cuarto de baño de mi habitación.


Lloré en el baño y mi padre ya no trató de intentar hablar conmigo. Cuando supe que se había marchado de mi habitación salí y cerré la puerta con cerrojo acostándome a dormir. Estaba tan cansado de toda mi vida, odiaba dedicarme en exclusiva a ser modelo, yo quería ser un adolescente más, un chico normal al que nadie conociera, que fuera al instituto, que jugase a baloncesto con otros chicos, quería ser normal.


A la mañana siguiente quise salir de casa sin ser visto, pero mi padre me llamó desde la cocina cuando ya estaba poniéndome la chaqueta y me estaba marchando.


- Acércate un momento Ryota – me llamó y me detuve con la mano ya en el pomo.


- No puedo, tengo prisa – dije abriendo la puerta.


- Ryota, ven aquí, por favor.


Al final tuve que ir cerrando la puerta de nuevo y es que no quería enfadar aún más a mi padre. Cuando llegué a la cocina había sobre la encimera un regalo y supe que no era una pelota de baloncesto, era muy pequeño para ser lo único que yo deseaba. Dudé si coger el regalo o no, mis dedos se paralizaron unos segundos y pensé si cogerlo o no y al final lo tocaron con suavidad el papel. Mi padre me insistía para que lo abriese y cuando lo hice, intenté no romper ni siquiera el papel, supongo que algunas manías nunca cambiarían, no me gustaba romper las cosas. Había una caja tras todo ese papel y al abrirla, una pulsera de acero.


- Gracias papá – le dije entristecido.


- ¿No te gusta?


- Si, es preciosa – en realidad lo era… pero no era lo que yo quería, quería algo tan simple como un balón, algo de tan poco valor…


- Ahora ve a clase, recuerda que esta tarde tienes la entrevista.


- Sí – le dije marchándome de la cocina.


Al ir hacia el hall me detuve unos segundos a mirarme en el espejo, al menos había conseguido disimular el moratón de mi mejilla como pude. Al menos mi padre no se había dado ni cuenta, creo que podía disimularlo bien si me mantenía a cierta distancia de la gente para que no se fijasen demasiado.


Caminé por las calles y sé que salía antes de la hora pero no quería cruzarme con Aomine en el camino y menos sabiendo que vivía por aquí cerca y que encima había visto lo que sucedió ayer en mi casa. Andaba y andaba sin tener clara una dirección, debía ir al instituto pero aún faltaba tanto para ir… que no sabía qué hacer, lo único que había querido era salir de aquella casa.


Llegué hasta el parque y me sorprendió que ya estuvieran allí aquellos chicos jugando ¿No se cansaban de jugar? Lo hacían antes de ir a clases y volvían en cuanto salían de estudiar. En parte me hizo sonreír porque ya me habría gustado a mí tener ese tiempo libre para poder ir a jugar a baloncesto con los amigos. Yo ni siquiera tenía amigos, tantas mudanzas me habían convertido en un chico solitario.


- Ey Kise, vamos ven a jugar – escuché que me llamaba Akashi con una sonrisa – te dejo a ti sacar primero.


- Yo… mejor otro día.


- ¿Por qué siempre me dices eso?


- Porque… no puedo de verdad.


- ¿Por qué? El otro día cuando jugaste conmigo parecía que te gustaba este deporte, te lo estabas pasando bien.


- No es un deporte para mí – le dije.


- ¿Y cuál es tu deporte entonces?


- Ninguno – le dije resignado.


Intenté marcharme pero al darme la vuelta me sorprendí al encontrarme con ese pequeñajo de cabello azulado ¿Cómo había llegado hasta mí? Ni siquiera me había percatado de él.


- Que pulsera más bonita ¿Es nueva? – me preguntó Kuroko – el otro día no la llevabas.


- ¿Te gusta? – le pregunté y sonreí quitándomela – puedes quedártela.


- ¿Por qué?


- Porque seguramente la he pagado yo, no quiero regalarme yo mismo las sorpresas.


- ¿Te la has regalado tú? ¿Por qué? – preguntó Kuroko.


- Al parecer… porque es mi cumpleaños y mi padre utiliza el dinero que yo gano para sus gastos, así que es como si yo me la hubiera comprado – sonreí entristecido.


- Noto cierto tono de melancolía en tus palabras – escuché a Akashi comentarme – no era lo que estaba pensando tu mente ¿Verdad? ¿Qué querías en realidad?


- Ya da igual, no lo tendré.


- ¿Es muy caro? – me preguntó – ¿No será un viaje o un coche, verdad?


- No, no era caro. Da igual, me voy al instituto.


- Pero si falta casi media hora. Juega con nosotros un rato.


- Yo no… tengo que irme – le dije marchándome de allí.


Caminé por el parque y me senté en un banco, en el más lejano a la cancha que encontré pero aún así, tras diez minutos allí sentado sin hacer nada, una pelota me golpeó en la espalda. Al girarme me di cuenta que allí estaba Akashi recogiendo ya la pelota con la que me había golpeado pero con una sonrisa se sentó a mi lado.


- ¿Por qué no estás jugando con los demás? – le pregunté.


- Tenía curiosidad. No respondiste al regalo.


- Era una tontería, déjalo.


- ¿Qué tienes ahí? – preguntó mirándome más de cerca y cogiendo con su mano mi barbilla girándome hacia él – tienes… un moratón – me dijo sorprendido.


- No es nada, tengo que irme.


- Espera – me dijo reteniéndome – habla conmigo, si necesitas ayuda…


- No necesito nada, estoy bien.


- ¿Es por eso por lo que nunca quieres jugar? – me preguntó señalando mi moratón.


- Algo así, enserio tengo que irme.


- Kise… es tu vida, puedes hacer lo que quieras con ella y si te apetece jugar, ya sabes dónde estamos todos los días, pásate y juega cuando quieras o cuando estés preparado para ello.


Sé que Akashi tenía razón, que era mi vida y podía hacer lo que quisiera con ella pero… en parte me sentía responsable con mi padre y no quería ser la oveja negra de la familia, quería que él estuviera orgulloso de mí, que me lo dijera, nunca lo había dicho. A veces echaba tanto de menos a mi madre. Le había pedido ir a verla también pero él siempre se negaba, decía que era imposible ir a visitarla a ese manicomio, que estaba loca y era mejor para mí no verla en ese estado. ¿Me decía la verdad o simplemente quería alejarme de mi madre? No lo entendía, yo sólo quería verla de vez en cuando.


Llegué al instituto y me iba hacia clase cuando un alumno al pasar por mi lado me dio una palmada en el trasero. Me sonrojé al momento y no supe reaccionar, todos estaban tocándome las narices desde lo de Aomine y no sabía hacer que parasen pero Aomine apareció en aquel momento cogiéndole de la muñeca al chico haciéndole daño.


- ¿Te he dado permiso para tocarle? – le preguntó frente a mí.


- No – dijo el chico con la voz temblorosa al verse frente a Aomine.


- Entonces no toques lo que es mío, ya puedes correr la voz… el próximo que toque a este chico le corto la mano. ¿Queda claro?


- Sí Aomine. Lo siento, no volveré a hacerlo.


Todos los estudiantes empezaron a circular de nuevo ahora susurrando cosas sobre el incidente con Aomine, estos rumores llegarían lejos, nadie aquí se atrevía a pasar por encima de algo dicho por ese chico. Era tan desafiante, tan enigmático… era un chico extraño, primero se metía conmigo y ahora me defendía, no entendía nada.


- Un gracias no estaría mal – me dijo sonriendo con prepotencia.


- No te debo nada – le dije.


- Yo creo que sí.


- No, tú empezaste este juego que ahora se traen conmigo, sino lo hubieras empezado no habrías tenido que detenerlo.


- Eso es cierto – me dijo sonriendo – pero habría perdido su gracia.


- Déjame en paz Aomine, sólo me traes problemas.


- No es cierto, también he alegrado tu vida.


- Me das disgustos más que otra cosa.


- No es cierto – me sonrió marchándose hacia clase.


 


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