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Only Fools Fall For You por PomperYaoi

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Notas del fanfic:

¡HOLA! Luego de siglos sin venir por acá y de ser vilmente explotada por los profesores decidí que era hora de escribir algo. Espero que les guste lo que he escrito y lo que voy a escribir. 

Parejas:

SouMako

SouMomo

MakoRin

Reigisa

Los personajes no me pertenecen, la historia sí. Son autoría de Kooji Ouji

Notas del capitulo:

¡Hola de nuevo! Voy a actualizar los domingos por la tarde. O ese es el plan.  Ahora sí, a comenzar con el fanfic. ¡Espero lo disfruten tanto como yo disfrute escribiendo! :3

Se supone que me levantaría, iría al trabajo y en cuanto terminara con lo que surgiese en mi área regresaría a casa a cenar con mi amante. También se supone que seguiría estando con Makoto, que Makoto y yo nos casaríamos y que Rin sería mi leal mejor amigo hasta que fuésemos viejos y se supone que mi vida estaba yendo viento en popa, y la de mi amante también. Pero estaba aquí, sentado al borde de la cama viendo el vaivén del pecho que tenía enfrente, tratando de explicarme cómo y por qué había llegado a esta habitación, tan infantil y llena de vida, en una universidad de paga, a las 2 de la mañana, con una cerveza en la mano y mi uniforme de policía. Buscando compañía, o quizá compasión.

Makoto había terminado conmigo porque… quién sabe por qué. Esa noche traté de besarlo. Quería hacerlo mío otra vez, ¡carajo!, quería poseerlo por siempre. Y de alguna manera estaba casi seguro de que así sería, estábamos comprometidos después de todo ¿no? El anillo en su dedo anular me rectificaba aquello. Pero ese “casi” igual nos jodió, a mí y a nuestra relación, no lo vi venir, realmente no lo vi venir. Sabía lo que pasaba, lo que estaba mal, pero no creí que fuera a llevarnos tan lejos. Hasta ese punto muerto.

Intenté besarlo pero no me lo permitió. Me alejó del pecho, con los ojos más tristes que había visto en mi vida. Nunca había hecho eso. Lo odiaba, odiaba ese sentimiento. Había bajado la mirada y entre tanto sólo se limitó a decir “Lo siento, Sousuke. Lo siento”, se retiró enseguida al mismo tiempo que se colocaba la chaqueta antes de dejar las llaves de mi departamento y el anillo de compromiso en la mesa e irse. Inclusive su expresión me hizo creer que le dolía más que a mí y quise consolarlo pero era yo el que estaba siendo abandonado, sin explicaciones, sin excusas y sin peleas. Pacíficamente. No estaba preparado para ello. Vi la cena que me había dejado en la mesa, como siempre solía hacerlo. La arrojé al piso y regresé a la entrada. Caminé nervioso de un lado a otro, intentando llorar o quedarme en shock o siquiera destruir medio apartamento por la cólera pero no, nada, no había nada aparte de unas inmensas ganas de  salir de ahí. Tomé una cerveza del refrigerador y comencé a vagar. No esperaba encontrarme con Makoto, ya había pasado demasiado tiempo desde que se fue para que yo lo viera alejarse. Tenía en claro que esa sería la última vez que vería su amplia espalda.

 Caminé por horas, o por lo menos eso me pareció, cuando me di cuenta tenía enfrente de mí una puerta con un letrero escrito “Mikoshiba Momotarou”. Sabía quién era él y sabía qué hacía allí pero igual lo ignoraba. No toqué la puerta sólo la jaloneé hasta que del otro lado quitaron el seguro y pude ver el interior de la habitación. Ni siquiera lo pensé y me metí directo a la cama. Lo único que tuvo tiempo de decir Momotarou fue mi nombre, a medias.

Se sentó en la cama, tratando de descifrar la situación por mi expresión pero mis ojos cerrados y la botella tirada en el suelo no le decían nada, ni siquiera a mí. Apenas y pudo suponer que estaba durmiendo.

—    ¿Yamazaki… senpai?

Noté la confusión en su voz pero no me molesté en dar una explicación.

—    ¿Yamazaki-senpai? — Repitió.

Luego de eso el silencio se volvió unánime. No volví a abrir los ojos para verlo, no me tomé la molestia de mirarlo siquiera.

Sentí la cama hundirse cuando se metió entre las cobijas. Se había dispuesto a dormir, conmigo a un lado. Me alcé en mi brazo y traje su rostro hacía mí, obligándolo a verme a la cara. Nos miramos a los ojos un momento pero antes de que pudiera preguntarme algo nuevamente me le lancé encima para besarlo. No gritó, no se molestó, no hizo un escándalo como era normal en él, ni siquiera se hizo el difícil. Se acercó más a mí y se entregó al beso. Acaricié su espalda y luego su abdomen por encima de la delgada playera que usaba. Dejé que mis dedos exploraran por debajo de la tela. Seguramente mis dedos seguían fríos pero no escuché quejas al respecto, más que su piel erizada. Mis dedos lo recorrieron hasta sus tetillas, jugué un momento con ellas y entonces fue cuando él se separó del beso, me dio uno en la mejilla y volvió a su lugar. Sin decir nada más. Y eso me molestaba, me molestaba en serio. Quería hacerlo enojar, que me gritara, que me golpeara en la cara y me obligara a largarme, a dejarlo en paz. Pero en vez de eso se cobijó y durmió plácidamente. No podía obligarlo a que hiciera lo que Makoto no pudo hacer conmigo para dejarme tranquilo, satisfecho. Quizá si hubiésemos peleado yo estaría tan enojado centrándome en las razones de por qué yo estoy bien y él mal que no habría cabida para que doliera tanto. Pero se limitó a decirme aquello de la manera más tranquila y neutra que nunca había visto en Makoto, ni siquiera la vez que me dijo que quería casarse conmigo algún día. Carajo, se había esforzado tanto para no ponerse rojo como un tomate o que pareciese una broma. Y yo creyendo aquel desbarajuste se lo pedí sin ponerme a pensar en cómo nuestras vidas cambiarían saliendo de la universidad o cómo un día todo esas locuras de adolescentes se terminarían cuando nos convirtiésemos en adultos. Es que no éramos tan adultos todavía pero de igual manera se había terminado. Y no sabía cómo arreglarlo. No podría arreglarlo.

Eventualmente yo también caí dormido.

 

Vi la hora en mi celular; ya pasaba de mi hora de entrada. Me reportaría enfermo, era eso o que me descontaran del sueldo sin razón, aunque no la había realmente. Volví acostarme. Esta vez mi mirada se quedó quieta en la luz que entraba por la ventana. El ruido de los pasillos se abría paso por las ranuras de la puerta a pesar de que era sábado. Las risas de los chicos ya estaban del todo vivas desde muy temprano y estaba bien, de igual manera ya no podía dormir.

Momo se revolvió en la cama un par de veces y luego de la nada lanzó la almohada a la puerta, molesto. Tenía el ceño fruncido y parecía que sus parpados estaban cerrados más porque los obligaba que por gusto. Al final terminó por levantarse. Y yo con él. La botella de cerveza estaba estrellada en el piso pero no me di cuenta cuándo sucedió.

—    Momo, ¿tienes un bote de basura?

—    ¿Eh? ¡claro que tengo un bote de basura! — Frunció los labios y apuntó a una de las esquinas.

Lo tomé y puse todos los cristales rotos en el interior, esperando que no quedase ninguno pequeño en el piso y sobretodo esperando no encajarme uno.

El cabello de Momo estaba hecho un desastre total. Tenía tantos gallos como son posibles y parecía que no iba acomodarse jamás. Se puso unas bermudas y una playera amarilla con un insecto que no logré reconocer. Se me escapó una risa y Momo me lanzó una mirada asesina.

—    Tú nunca cambias ¿cierto?

—    No me dejan tener escarabajos reales. Todos los que logro meter son encontrados y regresados al jardín por Nitori-senpai. Inclusive tú devolviste algunos cuando íbamos en Samezuka.

Se me vino a la mente Pyunsuke y cómo nos había rogado tan fervientemente a Rin y a mí que se lo llevásemos a Gou, incluso el puchero que tenía en los labios era exactamente el mismo.

—    Espera, ¿no tienes más Pyunsukes por aquí, verdad? — Recorrí todo el cuarto con los ojos.

Mi celular sonó. Vi la pantalla. Era Rin.

Atendí el teléfono. Al otro lado de la bocina escuché su voz y al fondo algunas más, seguramente estaría recorriendo nuestra área. Afortunadamente era mi compañero de patrulla, o quizá no.

—    ¿Sousuke? Me dijo el supervisor que te reportaste enfermo, ¿estás bien?

Di la verdad.

—    Hey, Rin. Sí. Sólo es un resfriado. Pero preferí no ir para no contagiarte.

—    Suenas bien. Supongo que mañana ya vendrás, eh, Sousuke.

Díselo. Grítale. Reclámale.

—Sí. Hasta mañana, Rin. — Corté la llamada antes de poder escuchar su despedida.

Lo sabía, siempre lo supe, inclusive me di cuenta cuando las cosas se estaban forjando. Rin era mi compañero de patrulla, pasaba la mitad de mi día con él. Y Makoto… Makoto no era el mejor mentiroso de todo Japón. Pasaba todo el día con esos dos, y aun así se las arreglaron para hacerlo. Aun así creí que no llegarían tan lejos. Me obligué a creerlo.

 

La comida de la cafetería en la universidad sabía mejor de lo que la recordaba. Momo estaba emocionado por el udon que habían servido. Yo preferí un sándwich. A eso debería estar acostumbrado mi estómago de policía.

—¡¡¡Nitori-senpai!!! ¡Por aquí, por aquí! — Momo se levantaba y gritaba a todo volumen mientras alzaba los brazos.

Nitori se notaba avergonzado. Levanté la mano para saludarlo. Me sonrió.

—Yamazaki-senpai. ¿Qué hace aquí? — Miró mi uniforme como tratando de explicarse algo. — ¿Está patrullando aquí?

—No sabía que estabas estudiando en la misma universidad que Momo.

—    Ya sólo me falta un año para salir. Voy a ser maestro, como Tachibana-senpai.

—    Sí. — Me paré del asiento. —Tengo que ir a trabajar.

Aun estando en la puerta Momo sacudía su mano, enérgico, con una enorme sonrisa en el rostro. La energía que despedía ese chico era tanta que a veces resultaba preocupante. O vergonzante, en el caso de Nitori, que se tapaba la cara, con las mejillas sonrojadas.

Salí del lugar y me dirigí al metro. Si me reportaba enfermo por lo menos debía de estar en casa para no sentirme tan antiético al final del día.

Después de unos 25 minutos estuve en casa. La cena que había aventado al piso la noche anterior seguía, embarrada, hediendo. Al igual que las llaves de Makoto sobre la mesa de la sala. Las tomé y las lancé lejos, ¿qué importaba?, no las necesitaba. Yo tenía las mías propias y ese llavero con una aletita sólo me irritaban. Fueron a parar quién sabe dónde entre los sillones, quizá sólo debía deshacerme de ellas y cambiar la chapa de la puerta pero no estaba dispuesto a buscarlas en los rincones de la sala. Regresé a la cocina. Puse los pedazos de porcelana en la basura y con servilletas limpié la cena. La última cena que él me prepararía.

Parecía que toda la rabia que no llegó a mí la noche anterior ahora estaba haciendo presencia. Y estar en el lugar donde hablamos por última vez no ayudaba. Subí las escaleras. La cama estaba tendida y todo fastidiosamente ordenado. Me dejé caer y ahí me desvestí. Mi uniforme apestaba a alcohol, seguramente derramé algo la noche anterior y de la misma manera en que no me di cuenta de la botella rota, no me di cuenta de cuando mojé mi camisa.

Escuché que tocaban la puerta. Tuve que esperar al siguiente sonido para asegurarme que no lo había soñado. El sol ya se estaba metiendo,  no supe cuándo me dormí. Me pasé una mano por el rostro y parpadeé un par de veces antes de saltar de la cama.

Rin estaba frente a mi puerta, con una bolsa en la mano y una sonrisa entre las comisuras. Le di el pase.

Él lo sabía. Por supuesto que lo sabía. Él era parte de aquello.

 Desde que Makoto y yo nos hicimos pareja no solía procurarme, sabía que Makoto lo haría de la manera más dulce. Pero hasta para mí era descarado presentarme en la casa del ex de mi nuevo novio.

Dejé la bolsa encima de la mesa, tenía un montón de medicina y bebidas energéticas. Mi resfriado no era real así que sólo las ignoré.

—    Me alegra que ya estés mejor. — Dijo mientras yo hurgaba en la bolsa.

—    Lo peor ya pasó.

—    Hiciste bien en descansar.

—    Deberías irte, Rin. — Caminé hasta la puerta de entrada.

Rin caminó atrás de mí pero antes de que yo pudiera girar la perilla se detuvo, con la cabeza baja.

—    En serio, Rin. No quiero contagiarte o algo.

—    ¿Qué pasa, Sousuke?

Apreté la quijada y la perilla en mi palma. Se sentía tan fría.

—    Todo va bien. Nos veremos mañana, Rin.

Estaba llorando. Tan típico de él.

—    Lo siento, Sousuke. — Al fin sea atrevió a decir.

Fijé la mirada en otro punto y giré la perilla. Esperaba que saliera enseguida pero se quedó ahí.

—    No era mi intención que esto pasara.

—    Lo sé.

—    ¡Entonces no me digas que todo va bien! —su voz tembló.

Debía ser yo. Debía ser yo el que reclamara. Yo el que hiciera un lío porque se sentía traicionado. Pero como siempre, Rin era el primero que rompía en llanto.

Me acerqué a él y le sequé las lágrimas. Volví a abrir la puerta y esta vez sí caminó.

—    Lo siento, Sousuke.

—    Él dijo exactamente lo mismo. — Sonreí. Bajé la mirada.

—    No quise que esto pasara. — Se limpió la cara con el brazo.

—    Yo nunca te hubiera hecho esto, Rin.

Dejé la puerta abierta y subí a la habitación. Esperaba que entendiera que debía irse.

Estuvo un rato más llorando en la entrada. Lo sé porque podía escuchar sus sollozos y luego de un rato se escuchó un portazo en seco.

Estaba evitándolo pero de igual manera lo vería mañana y pasado mañana y el día que sigue de pasado mañana y el que sigue y el que sigue y el que sigue. Y en uno de esos, tarde o temprano, ambos explotaríamos. Y entonces me vería forzado a decirle todo lo que en este momento no le dije.

Estaba tan molesto. Estaba tan confuso.

Ver a Rin fue como un balde de agua fría.

Cuando se fue a Australia me prometí que no seguiría con esos estúpidos sentimientos y creí haberlo logrado pero luego nos volvimos a ver aquí, en Japón. Aquel verano en los regionales me di cuenta que estaba engañándome. Todo seguía ahí.

No pude decir nada cuando éramos más jóvenes, tampoco pude decir nada aquella vez. Nanase lo quería y se notaba que Rin correspondía aquello. Se separaron para la universidad y a pesar de que se seguían viendo de vez en cuando en las competencias ya no era lo mismo. Parecía que ambos habían olvidado lo que sentían. Nadie hablaba de ello. Y yo de alguna manera yo terminé con Makoto. Las cosas fueron por caminos totalmente diferentes a los que debieron haber tomado. Amaba a Makoto, en serio lo hacía y eso no me dejaba ver que aún quería a Rin, ya no de la misma manera pero lo hacía. Y luego se llevó a Makoto y cualquier atisbo de amor que le tuviera o de la que fuera consciente también se fue. 

La cosa era que no sabía si estaba enojado con Rin por haberse llevado a Makoto o con Makoto por tener lo que yo durante tantos años ansié y que al final ni fue mío, ni sería mío. Nunca.

 

Después de tomar un baño cené algo y me tumbé en el sillón a ver televisión, o a cambiar de canal cada 3 segundos porque no había nada que me interesara. De vez en cuando la presencia del anillo en la mesilla me picaba y lo veía por algunos momentos. No sabía qué hacer con él. Me gustó la idea de que no se lo llevase pero al mismo tiempo me molestaba. No podía tirarlo, aparte de que sería una idiotez porque había costado lo suficiente como para hacerme sentir que tiraba una paca de billetes a la basura y luego le prendía fuego. Tampoco podía regalarlo. Meterlo  en un cajón y dejarlo ahí por la eternidad parecía la mejor opción. Solté un suspiro. Alcé mi mano a la altura de mi cara y vi el mío. Me lo había quitado, me había bañado y en cuanto salí volví a ponérmelo; la costumbre, más que nada. Lo saqué de mi dedo,  estuvo ahí el tiempo suficiente para que dejara una marca más clara en mi piel. Lo dejé caer al piso.

Me levanté por un vaso de agua y después de tomarlo me quedé dormido en el sillón. Era tarde y al día siguiente debía trabajar.

 

Se me hizo tarde. Faltaban 20 minutos para que mi hora de entrada llegara y yo estaba batallando con los pantalones a medio poner y un pan de melón en la boca. Mi celular comenzó a sonar pero no le hice caso. Corrí casi por toda la caso haciendo más tiempo del normal. Apenas me lavé los dientes corrí con las llaves en una mano y tomé un taxi. Era demasiado tarde para el tren. Y el auto no podía usarlo en tiempo de trabajo. En cuanto me metí al taxi me di cuenta que mi placa no estaba en el bolsillo ni prendida a mi ropa. Pedí al conductor que aguardase un momento y entre la disculpa y la carrera recordé la llamada: era Momo. Y estaba seguro para qué me buscaba, ¿cómo había tirado la placa en su habitación? Me reprendí. No había tiempo suficiente para ir hasta la universidad y regresar a la estación. Regresé al taxi y le indiqué el lugar. Esperaba que ese día no fuese ningún supervisor ni nada grave ocurriese porque el ladrón, o lo que fuese, me arrastraría con él por no traer ni identificación, ni placa. Por el momento podría salvarme con la de Rin.

Ahí estaba otra vez él. Siempre buscando una excusa para llegar a él. Al parecer eso no había cambiado.

Llegué un minuto tarde. Tuve suerte de que el tráfico no fuera un embotellamiento total como solía serlo a esas horas de la mañana. Todo por no irme a dormir a la hora correcta.

Registré la hora de entrada y fui atrás de la comisaría por el auto. Rin ya estaba ahí. Con dos cafés y una bolsa con dos bollos. Alzó ambos y con la cabeza me invitó a comer algo. No sonrió. Me metí el pan en la boca y a sorbos me tomé el café a pesar que aún tenía el sabor del pan de melón rondándome en la boca. Los policías nocturnos recién entraban. Al parecer habían tenido un problema con un fisgón y eso les tomó un poco más de tiempo. Lo registraron para que fuera procesado y terminaron el turno. Nosotros salimos en cuanto ellos finalizaron con aquello.

La mañana era demasiado cálida para ser tan temprano. Pero era verano.

Nadie se molestó en hablar. Ahí estaba ese silencio incómodo y desesperante que de igual manera no iba a ser roto. Sólo quedaba esperar el momento de explotar y entonces sí poder gritarnos todo lo que se nos viniese a la mente. Rin estaba serio. Yo conocía esa mirada, entre enojado, triste y quién sabe cuántas emociones más. Pero te dejaba en claro que las cosas no iba ni poquito bien.

El día estaba yendo tan tranquilo como hacía mucho que no pasaba. Incluso pudimos comer sin interrupciones de la radio. Su obento tenía arroz, vegetales, jamón y tiras de pescados empanizadas. Makoto. Lo sabía porque sólo él ponía tanto arroz a los obentos. A mí también me lo había preparado. Por tantos años. Yo me limité a comprar un sándwich en el Veinticuatro horas. Esa mañana nadie me hizo el desayuno y yo no me di el tiempo para hacerlo con el retraso por quedarme dormido.

Tal vez debía pedir un cambio de compañero. Y tal vez me lo darían, o tal vez no. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¿Y? ¿qué tal ha ido? Ojalá les haya gustado :DDD Nos vemos la próxima semana. ¡Besos! :DDD <3 


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