¿Qué podría decir? Nada en absoluto. Cada vez que lo veo siento como si una llamarada estuviera consumiendo mi cuerpo, no tengo ni el valor para mirarlo a los ojos. Ya en muchas ocasiones me ha visto, nota mi presencia, pero no puedo resistirme y termino huyendo intentando evitar cualquier contacto, me avergüenzo de mí mismo, no puedo hacer nada al respecto.
Siempre he querido acercarme más y hablarle, pero mi voluntad no es suficiente, lo único que puedo hacer es verlo desde cierta distancia, a veces oculto o disimuladamente, cada vez que nos cruzamos caminos comienzo a temblar, cuando me mira, alarmas se encienden en mi interior y mi corazón se acelera y desearía que la tierra me tragase.
Nunca me ha dirigido la palabra, y yo mucho menos, creo que ni siquiera conoce mi nombre, y no me molesta, pero aun así me hace sentir incompleto.
Quizá nunca podamos intercambiar palabras, quizá nunca nos presentemos, y quizá nunca me amará como yo a él.
Le conocí desde que comencé la adolescencia, estudia en el mismo instituto que yo, un día mi curso hacía preparativos para inicio de semana santa, me habían enviado a buscar algunos papeles para hacer invitaciones, y cuando regresaba por el descuido me choqué con él, haciendo que las hojas de papel se esparcieran por todo el suelo del pasillo, él apenado quiso ayudarme a recogerlas, al final le agradecí y él me dedicó una sonrisa que atesoraré siempre en mis recuerdos, y sus ojos zafiros penetraron hasta el fondo de mi alma, abriendo puertas hacia lo desconocido, no puedo creer que me haya enamorado de esa manera tan simple. Al final de ese día los de mi curso se habían molestado porque me había tardado bastante en llevar las hojas, pero no me importó en lo más mínimo, solamente me importaba él.
Desde ese día no volví a ser el mismo, comencé a distanciarme de los demás, dejando de tener amigos, solamente mi única compañía era mi mejor amiga, me convertí en una persona callada, siempre evitaba meterme en conversaciones, hubieron ocasiones en las que los profesores creyeron que me había vuelto mudo. Me convertí en la persona más tímida que se pudiera conocer, siempre evitaba el contacto con los demás, hasta el punto en que llegué a difundir miedo, pero realmente no me importaba. Ya nada me importaba, parecía como si algo se estuviera apoderando de mí, algo que me hace sentir como si millones de mariposas se liberaran en mi interior.
El fin del año escolar se acercaba y el invierno vendría pronto, los vientos azotaban contra las ramas sin hojas de los árboles llevándose consigo las pocas que podrían quedarles. En mi Instituto tenemos la tradición de hacer una fiesta entre todos los cursos para celebrar la próxima navidad y el fin de los estudios, normalmente me encargan a mí en hacer algunas guirnaldas y después me ponen a repartir unas galletas que hacen algunas chicas del curso y darle a todos los que se nos acerquen. Cada curso crea su “carpa” con eventos diferentes, este año en la nuestra repartiremos galletas y chocolate caliente y en nuestro salón haremos un “tour” enseñando el origen de la navidad y sus historias.
Yo no me esforzaba en hacer que nuestra carpa fuera la mejor, solamente hacía lo que me pedían y eso era todo, algunos me pedían que le sonriera a las personas que iban a recibir las galletas o el chocolate, pero nunca lo hacía, incluso me sentía ridículo al tener que estar ahí todo el tiempo de pie esperando a que alguien se acerque para mirar la decoración y decirle “feliz navidad” antes de obsequiarle la galleta o el chocolate.
Nunca me gustaba participar, pero era literalmente obligatorio hacerlo, así que no podía hacer nada al respecto, pero tampoco me quejaría por atender por aproximadamente una hora hasta que alguien más alegre decide reemplazarme.
Mañana comenzaban los eventos, así que hoy todos estábamos ocupados en terminar las decoraciones, realmente habían varias cosas por hacer.
—Nate, ¿podrías ayudarme? —Preguntó Linda, mi única amiga.
— ¿Qué necesitas? —Pregunté intentando mostrar interés.
—Se están acabando las esferas azules, ¿Podrías ir a traer más? Hay algunas cajas con millones de ellas en la sala de los profesores.
—Está bien.
Me encogí de hombros y salí del aula en ruta hacia la sala de los maestros, mi salón queda en el tercer piso en el lado sur, y el de los maestros queda en el segundo en el lado norte, así que sería bastante fácil confundirse y terminar haciendo el ridículo dando vueltas y vueltas hasta preguntarle a alguien en donde está la sala de los maestros, pero para mí no hay ninguna molestia, conozco el instituto como la palma de mi mano.
Después de varios pasos y perder el tiempo observando la decoración finalmente doy con la puerta a la sala de los maestros, estaba cerrada, miré a ambos lados del pasillo, no había nadie cerca, toqué la puerta, y ésta se abrió.
Entré al salón y no había nadie, divisé las cajas con las esferas sobre un escritorio, tomé una asegurándome de sostenerla con firmeza y evitar que alguna se cayera. Di media vuelta para regresar a mi aula, la puerta se había entrecerrado, así que maniobré para intenta abrirla, pero alguien desde afuera la empujó con un tanto de fuerza haciéndome retroceder. Asustado perdí el agarre de la caja y algunas esferas cayeron al suelo, algunas rebotando y otras rompiéndose.
—Maldición —Murmuré al ver el desastre en el suelo. Por suerte no se me había volcado la caja completa.
— ¡Oh! Pero cuanto lo siento, no sabía que había alguien aquí —Me dijo apenada aquella persona.
Le miré seriamente, pero mi expresión había desaparecido al mirarla fijamente, era él.
—N-no te preocupes, f-fue mi culpa por no fijarme en la puerta —Tartamudeé.
—Déjame ayudarte a limpiar este desastre.
—N-no es necesario —Se agachó para recoger las esferas que no se habían roto y las colocó en la caja nuevamente, comenzaba a temblar sin control y podía jurar que mi rostro ardía al rojo vivo.
— ¿Te sucede algo? Estás un poco colorado —Me estremecí al saber que él notaba mi sonrojo, me sentía patético.
—N-no es nada, solamente estoy un poco resfriado, ya sabes, el invierno…
Sonreí torcidamente para intentar convencerlo, él seguía mirándome de una manera curiosa aunque interesada a la vez, sentía que en cualquier momento me iría a desmayar, mis piernas comenzaban a temblar tanto que casi perdía el equilibrio.
—Lo siento, m-me gustaría quedarme pero tengo mucha prisa —Balbuceé rápidamente, no quería seguir en esa habitación que hacía que sintiera mucho calor, me sofocaba.
—Oye… ¡Espera!
Le oí llamarme, pero ya era demasiado, hui de esa sala lo más rápido que pude, escuchando aún su llamado en mi cabeza, me mareaba.
Desearía poder haberme quedado…