Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Remembranza por karan

[Reviews - 32]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola! ¡Sorpresa he regresado! ¡Y muy pronto! 

Y dirán, pero ¿cómo si ha pasado un mes? Pues sí, considerando el hecho de que no había planeado subir nada por al menos una década, es muy pronto. Estoy mejor que flash. jaaja 

No es cierto, la realidad es que la única razón por la que estoy posteando esto es porque ya estaba listo de antemano, sí y no crean que estoy feliz con ustedes. Porque si consideramos la cantidad de reviews con su nivel de interés y, que acuerdo con ello dependería la cantidad de tiempo que me tomaría actualizar, diría que jamás habrían logrado un segundo capítulo. Nunca. Dicho esto, los invito a leer este lindo capítulo. 

Aquí debería poner una advertencia, pero siendo honestos, ¿dónde está la diversión en eso? :B

 

______2______

 

 

Blanco…

Blanco y brillante…

Cierro los ojos. He perdido la noción del tiempo…

Lanzo un suspiro lánguido. La luz fluorescente en el techo empieza a aturdirme.

Hace un par de horas has ingresado a emergencias y no me han permitido acompañarte. Sentado en el incómodo sillón de la sala de espera, aguardo por noticias. Siendo presa de la desesperación y el miedo, arremetí contra el doctor exigiéndole me permitiera permanecer a tu lado, pero éste haciendo caso omiso de mis requerimientos, me obligó a permanecer en éste lugar, sumido en la incertidumbre, pues nadie ha tenido la mínima consideración de acercarse para informarme de tu estado.

El sonido de pasos apresurados que emiten, al parecer, un par de tacones; hacen eco por todo el pasillo y se detienen justo a mi lado. Alzo la vista encontrándome con dos pares de ojos oscuros llenos de preocupación.

—Sasuke, cariño ¿Te encuentras bien? —Escucho una melodiosa voz. Se trata de mi madre y mi hermano, éste último permanece a sus espaldas. Ella hace un gesto lleno de pesar, probablemente al notar mi deplorable estado, pues llevo puesta mi ropa de trabajo: Una camisa blanca de botones manga larga que ahora llevo remangada, y un pantalón azul oscuro, pero todo está hecho un lío, puesto que me disponía a irme cuando noté tu terrible semblante y luego acaeció tu desvanecimiento en mis brazos. Después de un largo rato sumido en la desesperación, llamándote con furor, tratando de traerte de nuevo a la conciencia y viéndome como un inútil sin saber qué hacer; me obligué a salir de aquel trance, pues no daba crédito a lo que acontecía: Estabas desvanecido, no reaccionabas y a cada minuto podía notarte más pálido, de manera que con la poca determinación que una situación como esa me permitía, aún con el cuerpo temblándome y las lágrimas cayendo sin parar, logré dejarte con cuidado en el suelo y me acerqué al teléfono para pedir ayuda. Pasaron minutos que a mí me parecieron una eternidad. Permanecí cada segundo a tu lado hasta que llegaron los paramédicos, aunque tus signos vitales eran muy débiles, todavía seguías con vida y eso me daba una chispa de esperanza. Luego te habían asistido y después te subieron a la ambulancia. Yo me coloqué a tu lado hasta que llegamos al hospital; entonces, miles de médicos se atiborraron a tu alrededor y te perdí de vista. Desde entonces me hallo aquí, a la espera de noticias tuyas.

No supe el momento en el que me abracé con fuerza a mi madre, ella me acaricia el cabello con cariño. Itachi ha encontrado un lugar en una mesa frente al sillón que ocupamos y me dedica una mirada cargada de preocupación.

—Sasuke… —pronuncia él, mientras acerca su mano para tomar la mía—. Sabes que estamos aquí para lo que necesites.

Hago un ligero asentimiento. Noto que Itachi está siendo amable y comprensivo, dejando las diferencias de lado. Está dispuesto a apoyarme en lo que sea posible.

—¿Qué ha pasado, querido? —pregunta mi madre.

—Se desvaneció entre mis brazos —hablo con dificultad al recordarlo, tengo la voz rasposa y posiblemente los ojos hinchados, así que reposo la cabeza sobre el respaldo y me sobo el puente de la nariz—. Hace semanas que estaba sintiéndose mal, pero se negaba a asistir al médico. Fue mi culpa, debí haberlo obligado.

—No es tu culpa —afirma ella, su voz es suave y dulce, tranquilizadora—. Sabes que Naruto es bastante terco y un tanto adicto al trabajo. No había manera de convencerlo. ¿Cómo se encuentra?

—No lo sé, el médico no me ha dejado pasar y se han negado a darme información.

—¿Hace cuánto que han llegado? —pregunta Itachi.

—No lo sé con certeza. Habrán pasado unas cuatro horas.

—¡Tanto! —exclama mi madre, escandalizada. Veo que en un impulso se pone de pie con un semblante cincelado de indignación e inconformidad, luego se arregla las ropas y se dirige a la recepción a paso decidido. Por sus gestos parece estar discutiendo con la enfermera a cargo. Después, observo una pisca de satisfacción cruzar por sus ojos y una sonrisa agradecida se forma en sus labios.

—¿Qué te ha dicho? —pregunto ansioso, incorporándome.

—El doctor vendrá en seguida.

—Eres imponente, madre —comenta Itachi con orgullo—. Seguro la has intimidado —Mikoto agita la mano con elegancia y se gira para sonreírme.

—Gracias —murmuro agradecido.

Un par de minutos después, aparece el médico preguntando por los familiares del Señor Uzumaki. Me acerco con rapidez a su lado.

—Soy su esposo —respondo ansioso—. ¿Cómo está? ¿Puedo verlo? ¿Qué tiene? ¿Está mejor? ¿Está consciente…?

Las preguntas continúan y el médico boquea tratando de articular palabras que yo no le permito emitir hasta que siento la mano de Itachi sobre mi hombro indicándome que me calme, y así lo intento.

—Tenemos que hacerle un par de estudios más. Su estado es delicado. —Percibo que se acelera mi respiración—. En estos momentos está en terapia intensiva, y nadie puede verlo. La buena noticia es que hemos logrado estabilizarlo. Sus signos vitales han mejorado. Estará en observación hasta que notemos una mejoría y tengamos los resultados de los estudios para dar un diagnóstico y tomar las medidas necesarias. Por lo pronto solo queda esperar. Haremos todo lo que esté en nuestras manos.

—Todo saldrá bien, cariño. —Mi madre me envuelve en un cálido abrazo, pero un estremecimiento en el pecho no me dejará tranquilizarme hasta que escuche por boca del médico que todo estará bien y que estás fuera de peligro.

El doctor se retira y volvemos a nuestra antigua posición en la sala de espera. Itachi ha ido a por comida y trata por todos los medios de persuadirme para hacerme ingerir bocado. Pero no tengo hambre, realmente tengo ganas de nada.

La presencia de Kakashi y demás amigos no se hace de esperar. Están igual de preocupados por tu estado. Por mi parte, la incertidumbre me carcome a cada minuto. Pasan de las once de la noche. La mayoría de las personas en la sala se han acercado para despedirse y solamente quedamos Hatake, mi madre y yo, puesto que Itachi tuvo que resolver asuntos de la empresa, así que se ha ausentado. Mikoto se encuentra cansada pero se rehúsa a dejarme solo al igual que Kakashi, quien te tiene un inmenso afecto, siendo su ahijado te considera como a un hijo.

Las horas pasan y sigo sin recibir noticias. Me he tomado tantos cafés que ya he perdido la cuenta. Mi madre se ha quedado dormida en un sillón y Kakashi se pasea por los pasillos en busca de alguna distracción que amortigüe la ansiedad que causa la espera.

La mañana llega al fin y pido a Mikoto que vaya a casa a descansar, pues la presencia de mi hermano la reemplaza. Aunque en un inicio se muestra renuente a dejarme solo, al final termina accediendo. Hatake se resiste a abandonar el recinto, pero se necesita de su presencia en la oficina, así que se disculpa y abandona la estancia con pesar, prometiendo volver cuanto antes y pidiendo que se le informe de inmediato si hay noticias sobre ti.

Por mi parte, he perdido dos días de trabajo, de tal manera que llamo a la universidad para excusarme y explicar la situación por la que atravieso, pues por ningún motivo estoy dispuesto a marcharme y dejarte. Ellos se muestran comprensivos y me brindan su apoyo, sin embargo, tendrán que buscar un suplente en mi ausencia.

Horas después, el médico aparece, pregunta por mí exclusivamente e indica que necesita hablar conmigo a solas. Me conduce a su oficina y pide que me ponga cómodo en un asiento frente a su escritorio. Por su actitud puedo percibir que no me esperan buenas noticias, así que tomo todo el valor posible para escuchar lo que sea que tenga para decir. Toma unos documentos y los observa con detenimiento, después de unos minutos en silencio, finalmente alza la vista y me dedica una sonrisa amable.

—Señor… —Lee el papel—, Uzumaki. —En Japón se acostumbra que al casarse se tome un único apellido, y debido a las disputas con mi padre, decidí adoptar el tuyo y no me molesta, pero generalmente dejo las formalidades de lado y continúo utilizando mi apellido de soltero, así que afirmo con la cabeza y el doctor continúa—: Tengo los últimos estudios que le realizamos a su esposo. Los primeros mostraban algunas irregularidades. Por lo tanto, mandamos a realizar otros exámenes y revelaron ciertas anormalidades principalmente en el hígado. No quiero apresurarme a los hechos, pero sugiero que comencemos a tomar medidas desde ahora. Debemos tomar una muestra de algunos abultamientos en las paredes del órgano a mención, y como consecuente, realizar una biopsia. Patología tendrá los resultados en un par de días, pero necesitamos de su consentimiento. —Acerca unos documentos—. Si accede, firme.

Me embarga el miedo, esas noticias no parecen prometedoras, así que sin pensarlo dos veces, coloco mi firma y pido al doctor que me mantenga al tanto de todo.

—¿Puedo verlo? —pregunto esperanzado. El doctor me mira por unos segundos y asiente.

—Se le concederán unos minutos. Una enfermera lo acompañará.

Camino por los largos y angostos pasillos hasta llegar al área de terapia intensiva. Me detengo ante la puerta blanca que la enfermera me indica.

—Diez minutos —conviene ella.

Acuerdo con un ligero movimiento de cabeza y giro el pomo. La habitación está apenas iluminada por la tenue luz que se filtra por las rendijas de las ventanas, es relativamente amplia: Tiene un sillón ancho a un lado, una silla y la enorme cama en la que permaneces con los ojos cerrados y un semblante pacífico. Mi corazón da un respingo. Miles de máquinas y cables te rodean, tienes una mascarilla de oxígeno y sigues inconsciente. Me acerco con cuidado a tu lado, acaricio tu cabello desarreglado con los dedos y me inclino para besar tu frente. Está cálida y sudorosa.

—Naruto… —susurro mientras deslizo el dorso de mi mano en tu mejilla—. Prométeme que estarás bien, dobe. —Me obligo a no mostrar debilidad, aunque me siento tan impotente porque no soy capaz de hacer algo por ti.

Acerco la silla hasta un lado de la cama y me siento, luego tomo tu mano izquierda y me aferro a ella reposando mi rostro sobre la misma. Cierro lentamente los ojos y pierdo conciencia de mi entorno…

Cuando espabilo, los colores cálidos se cuelan por las ventanas ampliamente abiertas. Puedo sentir la calidez que emana tu cuerpo y la caricia sobre mi cabeza. Alzo el rostro y me encuentro con tu mirada fija en mí. Ya no tienes la mascarilla de oxígeno puesta y me sonríes.

—Teme… —susurras con dificultad. Estás despierto, ¡completamente despierto! En un impulso, me incorporo y me abrazo a tu cuello con cuidado, pero sin esconder la alegría que me embarga al saber que estás consciente. Minutos después te remueves incómodo debido a la presión que ejerzo sobre tu cuerpo.

—Lo siento. —Me aparto rápidamente—. Es solo que… me alegra que hayas despertado.

—Lo sé. —Acaricias mi mejilla—. Lamento haberte asustado. —Yo volví a mi sentarme en la silla.

—¿Cómo te sientes? —pregunto mientras entrelazo mis manos con la tuya.

—Mejor, un poco mareado.

—¿El dolor de cabeza se ha ido? —Coloco mi mano sobre tu frente.

—Sí, todo estará bien. No debes preocuparte…

—Es tan fácil para ti decirlo. —Cambio mi tono a uno severo—. No eras tú quien tenía mi cuerpo inerte entre tus brazos.

—Sasuke…

—De eso nada, dobe. Te pedí mil veces que visitaras el médico y siempre me evadías. De haberme escuchado, habrías evitado todo esto.

—Sasuke, hay cosas que no se pueden evitar, tan solo retrasar. —Me miras, parco.

—¿Qué quieres decir con eso?

Tu semblante se suaviza y esbozas una sonrisa tranquilizadora que no tiene ningún efecto.

—No pasa nada, son los narcóticos. —Mientes, pero noto tu cansancio. No es momento de discutir, así que lo dejo pasar por alto.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? Parece que me quedé dormido.

—Era de esperarse, se nota que has permanecido despierto mucho tiempo. Te ves muy cansado —aseguras palpando las marcas bajo mis ojos—. Debes ir a descansar a casa.

—Olvídalo. —De ninguna manera estoy dispuesto a abandonar el hospital.

Suspiras profundamente y te dejas caer con pesadez sobre la almohada.

—La enfermera vino hace algunas horas. Pero le pedí que no te despertara, pues no me estabas incomodando de ninguna manera… Tu compañía me hace bien. —Te volteas para dedicarme una sonrisa arrebatadora—. Me parece que han pasado semanas sin verte.

—Exagerado. —Muestro la mía, más discreta—. Has estado inconsciente desde ayer. Me tenías realmente preocupado. Te han hecho muchos estudios y tendrán el diagnóstico en unos días.

—¿Qué te dijo el médico? —Puedo notar la inquietud en tu voz.

—Encontraron algunas irregularidades en el hígado.

—Ya veo… —murmuras con desgano, pero tu reacción es inesperada, pues no pareces nada sorprendido.

El toque de la puerta nos interrumpe, se trata de la enfermera, quien me indica es tiempo de salir y dejarte solo, porque debes descansar. Por tanto, me despido con un rápido beso en los labios y salgo prometiendo volver al día siguiente.

La espera es larga, mi hermano y mi madre se turnan el tiempo a mi lado, me están brindando su apoyo incondicional y es algo que agradezco profundamente. Necesito compañía porque prácticamente estoy viviendo en el hospital. Me presionaron con tanta insistencia hasta lograr que abandonara la estancia por un par de horas cada día para ir a casa, dormir un poco y asearme, así luego podría volver con mejor cara.

Me permiten verte todos los días durante un tiempo rigurosamente vigilado. Kakashi y Shikamaru, tu mejor amigo, preguntan siempre por tu estado y cuando les es posible, visitan el hospital. Todos estamos muy angustiados. Ha pasado una semana y me veo de nuevo sentado impaciente frente al doctor, quien sostiene los resultados entre sus manos. Estoy afligido, siento una fuerte opresión en el pecho, algo me dice que no serán buenas noticias. No se debe a que yo sea una persona fatalista, por el contrario, deseo con todas mis fuerzas que me diga que no tienes nada grave; pero yo no soy un tonto, su semblante sombrío y su sonrisa forzada, me indican que espere lo peor. Estrujo mis manos, nervioso, mis palpitaciones son frenéticas. Estoy al borde del colapso y todavía no habla.

—Tengo los resultados que ha arrojado la biopsia que le practicamos a su esposo —dice con calma—. Se presentaron anomalías en el hígado. Se encontraron ciertos abultamientos, así que hicimos exámenes de sangre que nos ayudaran detectar la causa. El problema radicaba en el páncreas, hicimos un estudio y detectamos un tumor, esto es conocido como tumor primario. Dicho tumor ha pasado a la sangre en su punto de origen y se ha trasladado por los vasos sanguíneos depositándose en el hígado formando metástasis hepática. Ahora es un tumor avanzado que requerirá de algo más que la cirugía del tumor primario para su tratamiento.

—¿Qué quiere decir con esto? —pregunto temeroso.

El doctor toma aire y me habla pausado:

—Hemos detectado células malignas. —Enmudece un momento, me mira fijamente a los ojos, parece meditar mucho sobre lo que tiene que decirme, como si no se atreviese a hacerlo. No obstante, le veo tomar una bocanada de aire y prosigue—: Lo que trato de decir es que su esposo tiene cáncer en el páncreas en un nivel avanzado que se ha propagado al hígado.

—¿Cáncer avanzado? —repito sin poder asimilarlo. Esto no es lo que temía… Es mucho peor.

—Eso quiere decir que, lamentablemente no ha sido detectado a tiempo. Lo cual indica que su esposo ha estado sintiendo diversos síntomas a lo largo de unos meses y no se hizo un chequeo médico. ¿Detectó usted alguna anomalía?

Claro que había notado muchos cambios, pero no les di la importancia que debía. Me sentí miserablemente culpable.

—Sí, el sufría de dolores fuertes de cabeza, fatiga, cansancio, pérdida de apetito, y últimamente, de mareos y vómito.

—Bueno, muchos de ellos son síntomas claves de afectaciones en los órganos a mención. Fue un gran descuido, por parte de ambos.

—¡¿Se puede hacer algo para sanarlo?! —pregunto exaltado. Tengo los puños cerrados con fuerza y siento como si el corazón se saldrá de mi boca por lo rápido que late.

—Tenemos que tomar medidas cuanto antes —asevera—. Pero necesito que tenga una cosa en claro: No hay garantía de que se cure por completo. Puede ser un cáncer agresivo y reincidente. Podemos darle una mejor calidad de vida en el tiempo que le quede, incluso alargar el mismo. La metástasis es un caso muy delicado de tratar, podríamos recurrir a una cirugía para extraer el tumor primario que ha invadido las paredes del páncreas, y tratar la metástasis con sesiones frecuentes de radioterapia. Pero debo advertirle de los efectos secundarios.

—¿De qué habla?

—Los medicamentos radioterapéuticos funcionan mejor en células que se dividen con frecuencia para producir nuevas células. Esto es típico de la mayoría de las células cancerosas. Sin embargo, algunas células normales, incluyendo aquéllas que se encuentran en la sangre, el cabello y el revestimiento del tubo digestivo, también se dividen muy rápidamente. La radioterapia también puede dañar o destruir estas células sanas.

Cuando se presenta este daño, puede haber efectos secundarios: Perdida de cabello, su sistema inmune se ve debilitado, por lo que son más propensos a adquirir enfermedades o virus. También pueden presentarse sangrados nasales, vómitos, diarrea, entre otros.

—¿Debe quedarse todo el tiempo en el hospital?

Él suspira.

—Generalmente, sólo tendría que asistir a las sesiones de radioterapia y luego, regresar a casa para descansar. Pero para ser completamente honesto, el estado de su esposo es delicado. Sería mejor tenerlo aquí y observar los cambios que se produzcan. Por supuesto, es su decisión y sea cual sea, nosotros acataremos. Puede llevarlo a casa si desea y traerlo únicamente para las sesiones de radiación, también contratar una enfermera para que le asista…

—No —intervengo, escueto—. Se quedará en el hospital, si así está más seguro, no hay nada qué discutir.

Él me mira comprensivo y asiente.

—Estará en buenas manos, se lo aseguro. Pasará a una habitación independiente y tendrá un riguroso control de visitas. Como le mencioné anteriormente, entre los efectos secundarios está el debilitamiento del sistema inmune, así que debemos evitar bacterias, virus y demás agentes externos que puedan causarle enfermedades. Por lo tanto, las visitas serán cortas, una persona a la vez.

—Entiendo —susurro tratando de no desmoronarme ahí mismo—. Existe la posibilidad de que el tratamiento lo salve, ¿verdad?

—El pronóstico no es favorable —advierte apenado. Tragó dificultosamente, comienzo a aterrarme —. La probabilidad es de un cuarenta por ciento, pero sepa con seguridad que haremos todo lo que esté en nuestras manos para sanarlo.

—¿Por qué le ha pasado esto? —hablo en un hilo de voz, más para mí mismo, pero el médico me ha escuchado y responde de igual manera:

—No lo sabemos con certeza, las células cancerígenas se pueden formar por infinidades de razones, pero trataremos de averiguar qué las ocasionó en su esposo.

Asiento levemente con la cabeza.

—Para este tratamiento, también necesitaremos de su autorización.

Una vez firmé el documento, salí del consultorio. Ahora me dirijo como autómata en dirección al baño. Trato por todos los medios de entender lo que está pasando. Asimilar lo que las palabras del médico significan, lo que acontecerá después. El infierno al que te verás sometido, al cual yo acordé con un sólo objetivo fijo en mente: Salvarte a todo costo. Entonces me encierro en el sanitario, dejándome llevar por el sinnúmero de emociones que me embargan. Por el tormento que representaba para mí verte sumido en este sufrimiento. Tal vez me odiarás, pero si es el costo que tengo que pagar para salvarte, lo asumiré. Porque tienes que sanarte y yo no permitiré que te alejes de mi lado. ¡Yo no puedo perderte! Mi visión se nubla llenándose de lágrimas y no lucho por retenerlas. Necesito sacar todo este dolor que empieza a carcomerme por dentro, la impotencia que siento. Cierro los ojos con fuerza y mis mejillas se humedecen. Me derrumbo. Lloro como nunca antes lo he hecho, como nunca pensé hacerlo, pero no puedo detenerme, sé que lo necesito. Lo haré hasta cansarme. Lloraré hasta que mis ojos se sequen, hasta que no sea capaz de derramar una lágrima más, quizás hasta el borde de la deshidratación. Porque esto tan terrible no puede estarte pasando. ¿Por qué a ti? ¿Por qué tienes que ser tú quien atraviese por tan terrible enfermedad? ¡¿Por qué, si tienes tanta vitalidad?! Me niego a aceptarlo.

Seco mi rostro y lo enjuago con agua fría. Trataré de actuar con toda la firmeza y la fortaleza que necesitaré de ahora en adelante porque no permitiré que veas mi debilidad y mi sufrimiento, tendrás suficiente con el tuyo propio; así que debo ser fuerte por ambos. Salgo del baño y me dirijo a la sala encontrándome con las preguntas incesantes de todos los presentes. Suspiro profundamente y les hablo sobre el diagnóstico de tu enfermedad, de tu condición y el tratamiento al que te verás sometido de ahora en adelante. Las reacciones no se hacen de esperar: mi madre cubre con sus manos su boca, ahogando su llanto. Kakashi se deja caer en el sillón más cercano, perplejo. Tu amigo Nara se toma la cabeza con las manos y puedo ver como reprime sus emociones. Itachi se acerca hasta mí, sereno y me abraza con fuerza, incitándome a permanecer firme ante la adversidad, fuerte como un roble y animándome con palabras de aliento sobre tu bienestar. Por mi parte agradezco su gesto, se ofrece a ayudarme en lo que sea necesario y puedo notar la sinceridad y la tristeza que desprenden su oscuros orbes.

Me excuso un momento, pues debo verte. No puedo retrasar más esta visita y necesito hacerlo ahora, antes de desmoronarme de nuevo. Camino por los largos y blancos pasillos, me detengo frente a tu puerta, giro el pomo y entro. Tienes los ojos fijos en algún punto lejano de la ventana y te volteas al percibir mi presencia, entonces me sonríes, y siento un calor agradable en mi pecho.

—Hola, teme. Pensé que ya no vendrías.

—Lo lamento, tuve un retraso. —Me acerco hasta ti y me inclino para darte un rápido beso, pero no puedo evitarlo, es como si mi cuerpo tuviese voluntad propia. Profundizo aquel contacto, apegándome a tu pecho, buscando con desespero el sabor de tu boca, la calidez de tus manos en mi espalda y la placentera sensación que tu tórrida piel emana. Cuando logro apartarme, noto tus mejillas sonrojadas y tus ojos muy abiertos, sólo atino a disculparme por mi arrebato y me incorporo fingiendo que eso no ha pasado.

Pero como es típico en ti, presiento que no vas a permitirlo.

—¡Vaya! —Sonríes con sorna—. Me has extrañado, ¡¿eh?! —exclamas, jocoso.

—De ninguna manera. —Muestro una sonrisa ladeada.

—Siéntate a mi lado. —Indicas un lugar a la orilla de la cama. Me acomodo y tomas mis manos—. Dime qué ha pasado.

—¿De qué hablas? —pregunto confuso—. No ha pasado nada.

—Entonces, ¿por qué has estado llorando?

—No he llorado —respondo lo más convincente posible.

—Sasuke, puedes engañar a cuantos quieras menos a mí que te conozco… Mejor que a mi mano derecha —bromeas alzando la parte mencionada.

—No creo que la conozcas tan bien —espeto con tono burlesco.

—Durante mi estancia aquí, seguro la conoceré mejor. —Comienzas a reír, yo pongo los ojos en blanco y resoplo—. Pero si no me dices lo que te pasa, harás que me levante de esta maldita cama y lo averigüe por mis propios medios —amenazas.

Sé que eres capaz de eso y mucho más, así que exhalo como una señal clara de derrota.

—He hablado con el médico sobre tu estado.

—¿Te lo ha dicho todo?

—¿Sabes tú lo que ha tenido que decirme? —inquiero aprensivo, pues no pareces interesado o sorprendido.

—Siempre he estado preparado para lo peor, Sasuke. No esperes que me sorprenda.

—Otra vez con eso, ¿qué quieres decir?

—No sé si quiero saber lo que te ha dicho. —Cambias súbitamente de tema.

—No sé si quiero decírtelo —hablo muy en serio, no me siento preparado para darte semejante noticia. No quiero ver tu reacción.

—Entonces, ahora sí quiero saberlo. Saca todo eso que te tiene tan mal. ¡Venga, compártelo conmigo que para eso estamos los esposos! ¿No?

—Deberías dejarte de tanta tontería, que no me hace ninguna gracia —sentencio irritado.

Empiezo a sobarme el puente de la nariz, no sé ni cómo comenzar. Tu mirada es como una lanza atravesándome, tratando de ver a través de mí, escudriñándome y obligándome a escupir las palabras de una vez.

—No estás nada bien, Naruto…

—Eso no es novedad, puedo sentirlo.

Volteo a verte, asustado.

—¿Te sientes mal?

—Conozco mi cuerpo, Sasuke. Sé cuando algo está mal. Continúa.

—Tendrán que hacerte un tratamiento que te hará sentir peor. Tendrás náuseas, mareos, debilidad. Probablemente perderás el apetito…

—¿Qué tipo de tratamiento?

Lo medito por unos minutos, si lo digo lo sabrás al instante.

—Serás sometido a sesiones continuas de radioterapia…

—Ya veo… —Guardas silencio por unos minutos, te apoyas en la almohada y suspiras pesadamente con la mirada fija en el techo, pensativo—. ¿Qué tipo de cáncer es?

—Comenzó en el páncreas y se extendió al hígado.

—Tú autorizaste el tratamiento, ¿cierto? —asiento levemente—. Debiste haberme preguntado primero. Lo hubiese rechazado. ¿Cuánto tiempo me queda de vida?

—¿Cómo puedes preguntar algo así con tal despreocupación?

—Sasuke, comprendo que te duela todo lo que está pasando, pero el dolor que tienes ahora no será nada comparado con el que vendrá cuando la esperanza que aguardas se vea destruida en mil pedazos porque al final no hay manera de que pueda vivir.

¡No puedo creer lo que me estás diciendo! ¡Renuncias de antemano, sin luchar! ¡Sin saber con certeza si vas a vivir o no!

—Y tú, ¿desde cuándo eres adivino? ¿Ahora juegas a ser Dios? —gruño furioso.

Me hieres y eres consciente de ello. Con tu negativa, con tu anticipada derrota. Con las pocas ganas que tienes de vivir.

—¡Si estás dispuesto a dejarte morir, yo no te lo pienso permitir, escuchaste usuratonkachi!

—No se trata de eso. Estoy siendo realista, Sasuke. Si voy a morir, al menos voy a hacerlo con dignidad.

—¿De qué hablas?

—¿Me seguirás amando cuando no tenga un solo cabello? ¿Cuando mi aspecto sea deplorable? ¿Cuando no quede de mí, más que un fantasma de lo que solía ser? Porque voy a enfermar, estaré demacrado, y mi aspecto será lo más parecido a un zombi. ¡¿Te lo puedes imaginar?!

—¡¿Todo esto es por tu maldita inseguridad?! ¡¿Crees que te amo por tus músculos, tu cabello y tu linda cara?! —grito con un tono cargado de sarcasmo y un rastro de amargura—. ¡Si piensas eso, no eres más que un estúpido que me cree un superficial de mierda!

—Lo único que quiero es que me recuerdes en mi mejor momento, Sasuke. No en mi lecho de muerte con los restos de lo que solía ser, cuando lo único que inspire será lástima —explicas más calmado.

Me limito morderme la lengua y tratar de apaciguar mi ira, pues me encuentro muy exaltado. Me acerco más a ti y coloco mis manos en tus mejillas para mirarte fijamente.

—Tú no vas a morir. Y si tengo que recordarte, será como la persona a quien más he amado en la vida, más allá de cómo luzcas, lo único que me importará será lo que haya aquí. —Señalo con mi dedo tu pecho, el lugar donde se encuentra tu corazón—. Mi único objetivo es salvarte para que permanezcas a mi lado soportándome —finalizo con una sonrisa burlona.

—¿Aun cuando sea calvo? —sonríes con ese azul centellante lleno de ilusión.

—Aun entonces, recogeré tu cabello y con un poco de pegamento lo devolveré a su lugar.

—Eso me tranquiliza —comentas satírico—. Teme, puedes ser gracioso si te lo propones. —Luego me atraes en un fuerte abrazo y me besas con anhelo, ansioso y necesitado.

—¿Aceptas el tratamiento? —pregunto recostado sobre tu pecho.

—Sí, pero solo lo hago por ti.

—¿Acaso no quieres vivir?

—No se trata de eso. Solo no quiero que guardes esperanzas vacías y al final quedes destrozado. No quiero verte sufrir por mi culpa.

—Entonces, lucha por vivir. —Alzo la vista encontrándome con tu mirada triste.

—Haré todo cuanto me sea posible.

 

***

Los días pasan y han iniciado con el tratamiento. He permanecido a tu lado a cada instante. Al principio era un poco complicado hacerte entender lo necesario de la medicación, pues comenzaste a portarte como un niño pequeño y berrinchudo. Te negabas a permanecer en la cama, comenzaste a quejarte de las enfermeras y su poco tacto para suplir tus peticiones. Y encima te oponías a ingerir los alimentos que el hospital te ofrecía.

—¡Teme! —Entro por la puerta con cara de pocos amigos.

—¿Qué pasa, Naruto? Es la cuarta vez que me mandan a llamar hoy.

—No quiere comer y estuvo a punto de arrojar toda la comida —explica con irritación la enfermera.

Suspiro profundamente y me acerco para sentarme a tu lado en la cama.

—¡Odio esa comida insípida, fría y asquerosa, teme! —Haces un mohín de repulsión.

—¿Prefieres morirte de hambre? —agrego calmado.

—Quiero ramen, un poco… —Haces un puchero infantil y pones ojitos brillosos.

Resoplo y tomo la gelatina sinsabor que está sobre la bandeja. Meto la cuchara y la acerco a tu boca.

—Ábrela —espeto como una orden. Mi miras ceñudo y te cruzas de brazos—. Hazlo o dejaré que te ceden y te alimenten por una sonda. No te daré ramen, ya lo tienes advertido.

Gruñes inconforme.

—¿Qué vas a darme a cambio? —sonríes con malicia.

—No te daré ramen —repito con firmeza.

—Un beso por cucharada.

Alzo las cejas, pues esperaba más pelea de tu parte con respecto al ramen.

«Eres tan fácil» —cavilo.

—Está bien. Si te comes todo pueden ser dos.

—No intentes embaucarme, teme.

Amplío mi sonrisa.

—Arreglaré traerte algo con más… preparación. ¿Trato? —Me miras con desconfianza por unos segundos y luego asientes. Abres la boca y comes sin más arrebatos. Acuerdas comer todo lo que te ofrezcan siempre y cuando yo esté presente y de vez en cuando podrás disfrutar de uno que otro platillo preparado con suma precaución y cuidado en casa, pues tus defensas han comenzado a bajar.

Pasan las semanas y puedo notar, de a poco, tu deterioro físico. Es difícil de presenciar, es demasiado doloroso para ti. Trato de sacar toda la fortaleza posible y en tu presencia lo consigo, pero cuando no puedes observarme me desmorono. Por suerte, Itachi y Mikoto son mi soporte.

Estás más delgado, has comenzado a perder el cabello. Mientras duermes yo me encargo de recoger los restos que dejas en la almohada y los guardo. No sé por qué lo hago, quizás simple nostalgia. Después de las sesiones te encuentras débil y somnoliento, es complicado conseguir que te alimentes, pues te falta el apetito. En ocasiones eres víctima de vómitos y sangrado nasal, tal y como lo predijo el médico. Yo te asisto todo el tiempo, tratando que regalarte siempre una sonrisa de ánimo, y tú intentas corresponderme, mas no sale sino una mueca forzada y frágil cargada de tristeza. A veces me cuestiono si he tomado la decisión correcta. Si no existe una alternativa diferente que te evite tanto sufrimiento y desazón. Puedo notar que odias sentirte de esa forma. Algunas veces finges dormir solo para no mirarme. Tengo la certeza que todo se debe a que te sientes inseguro y enclenque, pero yo continúo viéndote de la misma forma de antes. Mis sentimientos no han cambiado en absoluto, y mis ganas de salvarte a toda costa son cada vez más vehementes.

—¿Qué es eso, usuratonkachi? —Te pregunto una mañana mientras entro a tu habitación a saludarte.

—Hola, teme. —Te tocas la cabeza y sonríes—. Mikoto-san ha venido y me lo ha arreglado. Dice que es de Hermès o algo así. —Alzas los hombros quitándole importancia. Pongo los ojos en blanco. Tienes una mascada azul con tonos naranja amarrada alrededor de tu cabeza, cubriendo la falta de cabello.

Mi madre te tiene un gran cariño, siempre acude a visitarte y te consiente con regalos y mimos.

Me acerco para besarte y me correspondes gustoso.

—Hueles a… ¿vainilla? —Me dedicas una mirada coqueta—. No me digas, mi madre…

—Me ha llenado de cremas y lociones para hidratar mi piel.

—Estás hecho todo un metrosexual, dobe —bromeo y logro sacarte una risa. Una dulce melodía para mis oídos. Cuanto he extrañado escucharla.

Un profundo silencio reina por minutos y al alzar la vista me encuentro con una mirada tuya llena de curiosidad. Es como un escáner analizándome con detenimiento de pies a cabeza.

—¿Qué pasa? —pregunto, tú parpadeas varias veces para salir de tu ensimismamiento.

—Sasuke, ¿cuánto tiempo llevo en éste lugar? —cuestionas sereno.

Comienzo a recordar el día en que ingresaste…

—Dos meses, ¿por qué la pregunta?

—Estás más delgado —contestas.

Sí, he perdido peso; es que tengo ánimos de nada desde que has enfermado. Apenas duermo y sólo ingiero bocado porque mi madre e Itachi me obligan, tal y como yo lo hago contigo.

“¿Quieres morirte antes que él?”, me dijo Itachi un día, dejándome completamente helado. “Porque entonces no estarás para cuidarlo”, trató de arreglarlo bajo la férrea mirada que le dedicaba mi madre. Sí, él podía ser un completo imbécil cuando se lo proponía, pero sus duras palabras me habían hecho entrar en razón. Debo cuidarte y no podría hacerlo si me debilito y enfermo.

—Puede ser, quizás he bajado un par de libras.

—Estás hinchado —afirmas pensativo en un tono apenas audible, pero eso no evitó que te escuchara, así que frunzo el ceño y me cruzo de brazos.

—Estoy perfecto, dobe —gruño con un tono grave, lleno de indignación.

Alzas la vista y me sonríes, una amplia y deslumbrante sonrisa.

—Por supuesto, pero ahora lo eres todavía más.

¿Estoy hinchado y así me veo mejor? ¿Qué tipo de lógica es esa?

Sentado en la cama, abres los brazos y me invitas a acercarme, así que me siento a tu lado y me acoges en un fuerte abrazo para quedar recostados sobre la cama.

—No te estás alimentando bien, y tampoco durmiendo como se debe —dices convencido.

—¿Ahora eres médico?

—No, pero te conozco, Sasuke. —Tienes el ceño ligeramente fruncido y me miras con desaprobación—. Necesito que me prometas algo, y lo digo muy en serio.

—¿De qué se trata?

—Te alimentarás como es debido y dormirás lo necesario, sin rebatir —sentencias antes que logre objetar—. Deja de preocuparte tanto por mí, tengo doctores y enfermeras para asistirme. Estaré bien y necesito que tú también lo estés. ¿Lo prometes? —Me tomas por el mentón para obligarme a verte. Tienes los ojos entrecerrados y la mirada afilada. Me encojo de hombros y asiento—. ¡Quiero escucharte!

—Como quieras, lo prometo —digo con desgano.

—Bien.

Nos quedamos en silencio por un largo rato, disfrutando del íntimo contacto. Me acomodo mejor para poder observarte y te encuentro con la mirada perdida, inmerso en tus pensamientos.

—Naruto —parpadeas pausadamente y me miras—. ¿En qué piensas?

—En mi vida... —Siento el anhelo en tu voz—, contigo. —Y sonríes con amplitud, pero hay tristeza en el intenso azul de tus ojos—. ¿Recuerdas el día de nuestra boda? Tu hermano quería matarme —comentas con sorna.

—Siempre ha querido matarte, dobe —concluyo con una sonrisa suficiente, pero el tono juguetón de mi voz indica que no voy con autentica malicia.

—Sí, pero ese día fue muy literal.

Sonreí al recordarlo. El comportamiento de Itachi siempre ha sido despectivo y agresivo con respecto a tu existencia, pero ese día estaba hecho un energúmeno, y tú eras su objetivo.

 

—¡¿Dónde está ese imbécil?! ¡Voy a matarlo! —gritaba mientras se dedicaba a dar vueltas como león enjaulado dentro de la pequeña habitación que prestaban a los “novios” en el registro civil.

—Itachi, querido. ¿Quieres sentarte y calmarte?

—¡No puedo creerlo! ¡¿Cómo es que estás tan calmada, madre?! ¡Tu hijo va a casarse con un ese mequetrefe! —continuaba gritando—. Y tú, ¿cómo es posible que estés tan tranquilo? ¡Vas a casarte con alguien que no conoces! ¡Entiéndelo, Sasuke!

Yo permanecía del otro lado de la habitación, mirando con aburrimiento la escena que montaba mi hermano, ahogándose en lamentaciones infundadas, mientras yo me arreglaba la corbata frente al gran espejo que permitía verme a cuerpo completo.

—¿A qué has venido, Itachi? —pregunté con desdén.

—Es una desconsideración de tu parte que no me invitaras a tu maldita boda con ese rubio imbécil.

—¿Tienes algo en contra de los rubios, Itachi? Ten cuidado, puedes terminar involucrado con uno…

—No te hagas el gracioso, Sasuke. ¡Estamos al borde de la desgracia!

—Exageras. No te invité porque conozco a la perfección tu negativa. Te advertí que no te entrometieras. Como sigas así, te dejaré encerrado aquí y no podrás sentirte feliz al verme firmar el documento que acepte como mi adorado esposo a Naruto —expresé divertido.

—¡Estás siendo un insensato, Sasuke! ¡Lo has presentado como tu prometido hace apenas un mes y ahora te casas! ¡¿Por qué te urge tanto casarte?! ¡¿Tienes algo que esconder?!

—Eres ridículo. No voy a repetirte por enésima vez mis razones. ¡Me caso y punto! —suspiré profundamente para tranquilizarme, pues él no lograría amargarme el día—. Madre, ¿por qué se lo has dicho? Sumido en la ignorancia estaría tranquilo. Sólo míralo, está a punto de infartarse. —Itachi tenía toda la cara roja de furia y su respiración era frenética.

—Es tu hermano, cariño. Tenle un poco de paciencia, a la larga… lo comprenderá —finalizó Mikoto, dudosa.

Itachi se acercó a paso decidido y me acorraló contra la pared, en sus ojos podía notar su decepción.

—Te ha deshonrado, ¿cierto?

¡¿Deshonrado?! ¡¿Qué diablos significaba eso?!

—Si es así, ¡juró que voy a matarlo y a limpiar tu nombre!

Sentía como si un enorme trozo de hielo caía sobre mi cabeza ¿Eso no podía ser en serio? A ésas alturas de mi vida cuidando de mi virginidad. ¡Tremendo pedazo de idiota!

—¡¿No hablarás en serio?! ¿Eres consciente de que no soy una doncella en apuro? ¡No seas ridículo!

Tocaron a la puerta, la cual estaba cerrada con llave para impedir que mi hermano, en un acto psicótico, me dejara viudo antes de tiempo. `

—Sasuke, ¿estás listo? —escuché tu voz.

Me acerqué a la puerta para poder hablarte.

—Sí, solo tenemos un pequeño problema de metro ochenta y cara de mustia por aquí. —Itachi rodó los ojos—. No puedo abrir la puerta o saldrá a asesinarte.

Escuché tu risa del otro lado.

—Ahora entiendo los gritos —dijiste divertido.

—¿No tendrás una soga para asegurarnos que no va a interferir… Mi amor? —pronuncié burlesco y vi como la cara de Itachi se contraía de disgusto.

Te quedaste en silencio unos minutos, noté tu desconcierto, pues nunca nos llamábamos de forma tan asquerosamente cursi, pero captaste mis intenciones y retomaste el hilo de la conversación.

—Vale, abre la puerta. Seguro que arreglamos las diferencias hablando civilizadamente y luego estará feliz de acompañarnos al altar. —Fue mi turno de fruncir el ceño. Pues habíamos decidido tener una pequeña ceremonia civil para evitar toda la parafernalia de las bodas convencionales, entre ellas: un altar, un sacerdote, flores, docenas de invitados, palomas y miles de tonterías innecesarias. Con firmar un papel y saber que eras mi esposo, me era suficiente—. Se hace tarde —apremiaste.

—Itachi, te lo advierto. —Le dediqué la mirada más amenazante posible y luego abrí la puerta con cautela.

Me encontré con tu centelleante mirada azulina invitándome a perderme en ella. Tenías el cabello arreglado, llevabas puesto un smoking negro, camisa blanca y corbatín del color del traje, y desprendías un olor atrayente, embriagador. Simplemente perfecto. El empujón que me hizo tambalear me sacó de mi estupor. Itachi se abalanzó sobre ti como una fiera y te tumbó cayendo ambos al suelo.

—¡Voy a matarte, maldito aprovechado! —gritaba mi hermano mientras te tomaba de las solapas e intentaba golpearte contra el suelo. Tú esquivabas sus golpes, lo sostenías de las manos tratando de alejarlo y poder así quitártelo de encima. Pero Itachi no era ningún debilucho y sabía defenderse bastante bien.

—¡Oh Dios, Itachi! ¡Detente! —gritaba Mikoto, histérica.

—¡Ten cuidado, es nuevo! ¡No lo arrugues! ¡Quiero verme guapo en las fotos! —Te quejabas mientras forcejeabas con Itachi quien no quería ceder—. Sasuke, ¿puedo noquear a tu hermano el día de nuestra boda? —preguntaste agitado. Yo me acerqué y lo jalé con fuerza pero era imposible quitarlo de encima, parecía una roca.

—No te la creas, imbécil. ¡Quien va a matarte soy yo! —gritó Itachi enfurecido.

—¿Crees que podrás? —pregunté preocupado, pues tenías las de perder.

—¡Vamos, cielito! ¿Acaso no confías en mí? —respondiste con sorna, y yo gruñí por el apelativo. Me miraste sonriente y me guiñaste un ojo, pero eso cambió cuando el puño de Itachi se estampó contra tu estómago, entonces emitiste un quejido sordo. Después te tomó del cuello y comenzó a asfixiarte, eso me preocupó porque la pelea no parecía acabar.

—¡Itachi, imbécil! —grité furioso y di un rodillazo en el costado haciendo que se arqueara y se quitara de encima. Luego te levantaste con dificultad y le tomaste desprevenido propinándole un golpe en el estómago, seguido de un codazo certero en la nariz haciéndole desvanecer, y lo sostuviste antes de que cayera desplomado al suelo.

—¡Asunto resuelto! —exclamaste triunfal—. No se preocupen, despertará en un par de horas. Aunque sería mejor que tuviera a mano unos analgésicos —agregaste al ver nuestros rostros contrariados, luego te pasaste su brazo por el hombro y lo arrastraste de regreso a la habitación, donde lo dejaste recostado sobre un amplio sillón—. Listo, ya no tendremos problemas. —Te volteaste y me escudriñaste con la mirada—. Estás hermoso. —Sonreíste con una mirada de ensueño haciéndome sentir satisfecho, acrecentando mi ego. Llevaba puesto un traje a medida de color negro, una camisa blanca, encima un chaleco y una corbata de color gris oscuro, y un pañuelo a juego.

—¡Oh Dios, qué terrible! —exclamó mi madre.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—¡Naruto, vete! ¡No debes ver al novio antes de la boda, es de mala suerte! —gritaba mientras te sacaba a rastras de la habitación.

—¡Te veo luego! —Te despediste antes de que mi madre cerrara la puerta en tus narices.

—Bien, ¡a prepararse! —exclamó ella con júbilo.

 

***

Caminaba por los pasillos a paso apresurado, pues mi madre estaba al lado mío apurándome.

—Te tardas más que una novia, Sasuke —gruñí levemente. Nos habíamos atrasado debido que ella se empecinó en dejar a su desvalido hijo con todas las comodidades posibles mientras se hallaba inconsciente, y ahora se excusaba con que era mi culpa.

Nos acercamos a la amplia sala y pude escuchar una armoniosa música de fondo.

—¿Estás segura que es aquí, madre?

—Por supuesto, querido. —Vi como ella se adelantaba y asomaba la cabeza por la puerta ampliando una sonrisa complacida—. ¡Perfecto! Naruto te está esperando ansioso —dijo con tono animado, juntando sus manos con un gesto de emoción.

Rodé los ojos y suspiré pesadamente.

—Yo no pedí música —refunfuñé y entré al salón. Fue cuando mi seguridad se vino abajo al observar el lugar—… y tampoco flores —susurré perplejo. Pues la sala estaba decorada con cortinas azules y flores de color durazno— ¡Madre! —rumié entre dientes.

—Tranquilo, cariño. Si te sientes inseguro, yo te guio al altar —repuso con una sonrisa en el rostro.

¡¿Altar?! Miré rápidamente al frente encontrándome con una mesa adornada con más flores y colores pasteles.

—¡Te dije que no te entrometieras! ¡Esto parece la boda de una mujer, y yo soy un chico!

—Me queda claro, cariño. Pero deja el escándalo. No iba a permitir que la boda de mi hijo pareciera una ceremonia fúnebre. Además, a Naruto le ha encantado. Ya deja de hacerlo esperar tanto. Sólo míralo, está deslumbrante. —Hizo un ademán con la cabeza incitándome a mirar al frente. A tan solo unos metros, a un lado de la horrible mesa, te encontrabas tú con una sonrisa centellante—. Qué suerte tienes. Tendrás un esposo muy guapo.

—Parece el muñeco del pastel —murmuré con una sonrisa.

Mikoto rió bajito.

—¡En ese caso, te encantará! ¡Sólo espera a verlo!

Eso me dio muy mala espina.

—¡Ahora camina! —Me dio un leve empujón y me recompuse para dar pasos lentos pero seguros. Observé el lugar, en un costado se encontraban: Kakashi, Kiba, Sai, otros compañeros de trabajo y amigos tuyos. También Suigetsu, su pareja Karin; Sakura, mi amiga de la universidad y su novio, un chico extraño e hiperactivo de peculiares cejas. A la par estaba Temari, la novia de Shikamaru y pude notar a éste último a tu lado porque sería tu testigo.

Llegué hasta ti y me ubiqué a tu costado izquierdo, luego te acercaste para toma mi mano dejando un beso en mi mejilla. Me sonreíste y miramos al frente, el lugar donde se encontraba el juez: Un vegete de baja estatura —seguramente reposaba sobre un taburete—, de cabello blanco (el poco que le quedaba) y la barba larga. Una nariz prominente, y por lo que pude notar, bastante gruñón. Mi madre se colocó a mi lado izquierdo, pues oficiaría como mi testigo. Empezó con el discurso de introducción seguido de un sermón largo y tendido sobre la vida de casados, la fidelidad y demás cosas monótonas. Después asumió la identidad de nosotros “los futuros esposos” y nos recordó las obligaciones mutuas mediante la lectura de algunos pasajes del Código Civil.

A continuación, se dirigió a ti pronunciando tu nombre y te preguntó con voz clara y pausada:

—¿Quiere contraer matrimonio con Sasuke, y efectivamente lo contraes en este acto?

Te volteaste y me miraste con un brillo especial en los ojos y una sonrisa encantadora. Contuve el aliento.

—Sí —pronunciaste con claridad y no pude evitar sonreírte de igual manera. Mi cuerpo temblaba ansioso, me sentía emocionado, pero esa simple respuesta hizo que me relajara.

Luego el juez se dirigió a mí y preguntó si quería contraer matrimonio contigo. Te observé, tenías una sonrisa cariñosa y me mirabas expectante. Esbocé una sonrisa ladeada y pronuncié con claridad: “Si”.

Entonces empezó a sonar una melodía diferente, más animada y vi como Shikamaru se acercaba, nos volteamos para observarle, llevaba un cofre plateado, lo abrió con cuidado y dejó ver un par de anillos de oro blanco con nuestros nombres grabados en ellos.

—Ahora pueden proceder al intercambio de alianzas —dijo el juez.

Tomé uno de los anillos, luego agarré tu mano izquierda. Pude sentir la calidez que desprendías y, al igual que yo, lo nervioso que te encontrabas, eso me hizo sonreír. Con delicadeza deslicé la joya en el dedo anular y luego elevé la mirada hasta entrelazarla con la tuya para repetir las palabras que el juez indicaba:

—Yo, Sasuke, te tomo a ti, Naruto, como esposo y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida. —Nuestras manos permanecieron juntas y temblaban ansiosas. Escuché los sollozos de mi madre a mis espaldas y suspiré. ¡¿Qué es una boda sin llanto?! Tú lo notaste, y volteaste a verla, también sonreíste.

Asiste el anillo restante y lo colocaste lentamente en mi dedo sin apartar tu mirada de la mía, proseguiste a pronunciar las mismas palabras dedicándome una radiante sonrisa, pude sentir el calor emergiendo lentamente de mi cuerpo y centrándose en mi pecho. Una vez finalizaste, el juez continuó:

—Yo, Matsumoto Onoki, juez de la prefectura de Kantō, en virtud de los poderes que me confiere la legislación del estado Japonés, los declaro unidos en matrimonio. Enhorabuena, pueden besarse.

No aparté mis ojos de ti ni un solo segundo, había estado deseando que ese momento llegase desde un inicio. Miraste al juez y después de un leve asentimiento, una enorme sonrisa llena de gozo apareció en tu rostro, y giraste hasta que tus ojos encontraron los míos; entonces nada más importó, fue como si todos desaparecieran a nuestro alrededor. En tu mirada pude notar un brillo que podría cegarme: era atrayente, hipnótico. Te acercaste lentamente, sentí tu mano rozar tímidamente mi mejilla, mientras la otra rodeaba mi cintura y juntaste tus labios con los míos. Primero fue un roce, un suave y cálido roce.

Los agudos chillidos de las féminas presentes acompañados por un compás de aplausos no se hicieron de esperar. Tus labios entreabiertos temblaban, así que me aventuré a probarlos con la punta de mi lengua, delineándolos lentamente y luego me decidí a jalar con suavidad tu labio inferior, incitándote a participar. Te aferraste a mi cintura, apegándome a tu cuerpo, acortando la mínima distancia que nos separaba, y después colaste con furor tu lengua hábil y descarada, en mi boca. Invadiendo cada rincón de mi cavidad, invitando a la mía a danzar entrelazadas. El calor comenzaba a subir por todo mi cuerpo, mis mejillas ardían. Era sofocante, mas no quería que terminase. Mis manos que habían permanecido en tu pecho, se deslizaron hasta llegar a tu rostro y luego me aventuré a acariciar tu cabello, enredándome en las suaves hebras, que ahora se encontraban endurecidas por algún producto fijador haciéndome gruñir internamente; prefería tu desordenado y rebelde cabello para poder jalarlo y jugar con él, sin impedimentos. De repente, comenzaron a escucharse los carraspeos de los presentes, pero eso no representaba una molestia para nosotros que seguíamos inmensos nuestro mundo, mas los ánimos empezaban a caldearse y podía sentirlo. La temperatura subía y sentía que necesitaba más, mucho más. Una luz enceguecedora me hizo parpadear, luego le siguieron otras, obligándonos a separarnos. Abrí los ojos y resoplé resintiendo la falta de contacto: tu calor, tus besos, tu olor, todo.

Sin embargo, me obligué a sonreír lo más convincente posible para la oleada de flashes que nos atacaban. Una vez hubo terminado la sesión de fotos procedimos a firmar el libro de actas acompañados de nuestros testigos. De nuevo, una música animada comenzó a sonar, me tomaste de la mano y comenzamos a caminar hasta el final del pasillo. Gran sorpresa, nada grata he de decir, la que me llevé al encontrarme bañado por un montón de papeles de colores chillones. Suspiré resignado, no había manera de parar a Mikoto, cuando se empeñaba en organizar algo, lo convertía en algo memorable.

Subimos al auto en dirección a la casa de Kakashi, quien se había ofrecido amablemente a prestar el lugar para que se llevara a cabo la recepción. No debí haberme sorprendido, pero aquello me superaba, pues a pesar de ser pocos invitados mi madre se había empeñado en organizar una gran fiesta. Más flores, más cortinas, más adornos con el mismo patrón de colores que los de la sala en el juzgado.

Las mesas permanecían alrededor de la enorme piscina en el patio de Kakashi. Era una casa ostentosa combinando perfectamente con la aparatosa decoración. Mi madre pretendía que fuera una gran fiesta, de eso no cabía duda.

Me quedé absorto observando el lugar. Sin mover un solo músculo hasta que sentí un leve apretón en mi mano. No supe cuánto tiempo llevaba inmóvil, pero debió haber sido mucho, pues nuestras manos entrelazadas comenzaban a sudar. Me giré para verte a los ojos. Tenías una leve sonrisa y me mirabas… curioso, como esperando alguna reacción de mi parte.

—Sasuke… Si esto te incomoda, podemos irnos al hotel —murmuraste muy bajo, para que solo yo fuese capaz de escucharte—. Por mí no hay problema. —Rozaste mi mejilla con cariño.

Yo no estaba seguro de quedarme, aquello era excesivo para mi gusto. No me esperaba una fiesta, a lo sumo una pequeña reunión. Pero en aquel momento, no me sentí capaz de dar marcha atrás. Sería un desaire para los invitados y, a pesar de habérselo advertido, también sería una desconsideración para con Mikoto. Ella se había esforzado mucho en darnos una reunión… inolvidable.

Irme al hotel contigo era una propuesta tentadora, pero tampoco quería privarte de disfrutar de aquella celebración. Sabía que a ti no te molestaba, sino todo lo contrario. Aunque yo no estuviera del todo de acuerdo, era nuestra boda, de ambos. Quería que tuvieras un lindo recuerdo, más allá de habernos encerrado en un cuarto de hotel. Decidí llenarme los pulmones de aire, y con firmeza accedí a quedarme y obligarme a poner mi mejor cara.

—¡Sasuke! ¡Naruto! —se acercó mi madre agitada—. ¿A qué esperan? Todos se han acomodado menos ustedes. Por allá está su mesa. —Nos dirigió al lugar. No me sorprendió descubrir que era la más llamativa de todas. Pedía a gritos atención. Se encontraba justo en frente de todos, por tanto, desde ahí podíamos observarlo todo. Me senté en la silla que me ofrecía y luego te acomodaste al lado lanzando un largo bufido inconforme.

—¿Pasa algo? —pregunté extrañado por tu reacción. ¿Acaso no estabas a gusto?

Me miraste por leves segundos y luego volteaste, interesado en otra parte. Gruñí internamente, se suponía que deberías prestarme toda tu atención.

¿Qué podía ser más importante?

Guié mi mirada al mismo lugar, sorprendiéndome al encontrar el causante de tanto interés. Y no era para poco, si se acercaba a paso amenazante, con el ceño fuertemente fruncido y los puños cerrados.

Antes de que dijera nada, y sabía que comenzaría a despotricar sin importar los presentes o el escándalo, me abalancé contra él obstruyéndole el camino hacia su objetivo: Tú.

—¡Estamos casados! —exclamé con un tono demasiado agitado para mi gusto—. No armes otra pelea —casi le rogué—. Está hecho.

Itachi tenía sus furibundos ojos fijos en ti. Lo tomé de las solapas obligándolo a verme, por leves segundos desvió su mirada para clavarla en mí, pero siguió ignorándome.

—¡Uzumaki! —gruñó incitándote a enfrentarlo. Te miré de soslayo: Estabas inclinado sobre la mesa, con las manos cruzadas a la altura del rostro. Permanecías aparentemente inmutable, aunque tus ojos demostraban un fuego que amenazaba con emerger.

Se me escapó un suave jadeo cuando te levantaste con parsimonia. Tuve que moverme por instinto e interponerme antes de que se acercaran… demasiado.

—Naruto —esperé que el mensaje llegara como señal clara de advertencia. Pero a ninguno le importó. Se miraban fijamente, altivos y amenazadores. El exceso de testosterona era asfixiante, tanto que necesitaba una máscara de oxígeno.

—Itachi, Itachi —canturreaste con una sonrisita burlona en el rostro—. Pensé que habías tenido suficiente esta tarde.

Noté el cuerpo de mi hermano tensándose. Mala señal. Gruñí, pues la escena no pintaba nada bien.

—¡¿Podrían dejar de comportarse como cavernícolas?!

—¿De qué hablas, amorcito? —pronunciaste en tono meloso, demasiado—. Traté de ser civilizado, pero a tu hermanito le gusta jugar rudo.

«Amorcito». Una vena amenazaba con mostrarse en mi frente. ¿A qué jugabas? Provocando a Itachi, y ese tonito condescendiente tan molesto.

—Por cierto, ¿te pusiste hielo? —Colocaste un dedo sobre tu nariz—. Comienza a ponerse feo.

Itachi apartó con brusquedad mi mano que los separaba. Lo miré, nervioso. Comenzó a acercarse y tú no te quedabas atrás.

—¡Basta los dos, par de idiotas! —Los empujé con todas mis fuerzas. Ambos se tambalearon y lograron alejarse un poco—. ¡Tú! —grité dirigiéndome a ti—. ¡¿Tan poco te importa que sea la fiesta de nuestra boda que piensas arruinarla?! —Soné bastante melodramático, pero era necesario. Apreté la mandíbula tan fuerte que los dientes rechinaron. Luego me volteé y miré a Itachi con desdén—. Si continúas con tus reclamos, tus pataletas y niñerías tratando de arruinarme la vida. No te lo voy a perdonar, Itachi. ¡Nunca!

El rostro de Itachi se contrajo de disgusto, y en sus ojos pude notar su pesar. Me sentí ligeramente mal, pero era necesario aclarar las cosas y trazar mis límites para que ese tipo de situaciones no continuaran sucediendo. Porque de algo estaba completamente seguro, no iba a dejar que me separara de ti. Unos brazos me apresaron por la espalda. Me rodearon golpeándome con una oleada de un agradable calor. Reconfortante.

—Lo siento, teme —reposaste tu frente contra mi cabeza—. No volverá a suceder. —Te miré por sobre el hombro, alzando una ceja, incrédulo—. Voy a comportarme —dijiste rápidamente—, lo intentaré —finalizaste con un tierno puchero. Rodé los ojos, ¿cómo es que podías pasar de ser una bestia incontrolable a comportarte como un niñito indefenso?

Mi hermano nos observaba con los ojos entrecerrados.

—Sabes que no confío en él.

—Es porque no te has dado la oportunidad de conocerlo —aseveré—. ¿Cómo sabrás si es sincero, si no le conoces?

—No quiero conocerlo —repuso cortante. Te escuché soltar un bufido. Esa situación no parecía mejorar, y para colmo, podía sentir todos los ojos puestos sobre nosotros. Eché un rápido vistazo alrededor: En la pista de baile improvisada del otro lado de la piscina, bajo las luces de colores, se encontraban algunos disfrutando de la música, el sonido era alto; por lo tanto, ignoraban nuestra discusión, pero los demás veían con disimulo en nuestra dirección.

—¿Qué tengo que hacer para que comprendas que lo amo? —preguntaste aún aferrado a mí. Me encogí incómodo, no era momento para ponerse cursis.

Itachi dudó por unos segundos.

—¿Lo amas tanto como su apellido? Supongo que no hay nada más que pueda hacer. —Alzó los hombros y te miró retador—. Dime, Naruto —pronunció tu nombre con tanto desdén que me irritó—. ¿Qué se siente ser un Uchiha?

Un gorgoteo comenzó a sentirse en mi espalda, supe que provenía de tu pecho y cerré los ojos, cansado, esperando por la risa escandalosa que vendría segundos después, y la furia que provocaría en Itachi al pensar que te burlabas de él, aunque estaba en lo correcto.

—¿Sabes, cuñado? —Te dirigiste a él, severo—. Tienes una fijación malsana con tu apellido—. Itachi te miró furioso, podía ver que contenía las ganas de golpearte.

»A mí tu apellido, me importa una mierda —gruñí y te miré de soslayo. Me enviaste una sonrisita, indicando que te dejara continuar—. No me importa si Sasuke es un Uchiha, o cualquier otro apellido. Es más, hasta podría ser hijo del presidente. Ni siquiera me interesaría si no tuviera nombre, porque seguiría siendo él, su forma de ser y sus sentimientos. Entonces, si él continuara aceptándome, yo sería feliz y le correspondería sin miramientos. Porque aunque algunos le considerarán un “Don nadie”, para mí lo sería todo. Él sería mi vida entera.

«Tan cursi»

Volteé mi rostro avergonzado, intentando sin éxito, ocultar mi extremo bochorno.

—¡Hermoso! —exclamó con júbilo una voz muy conocida. De hecho, ya se me hacía muy extraño que al ver semejante revuelo, no se hubiera acercado para intervenir—. Naruto, eso fue muy hermoso. —Tú te encogiste apenado, luego se acercó y te miró como si admirara una obra de arte—. Cariño, ¡tienes tanta suerte! —agregó dirigiéndose a mí con los ojos muy brillosos. Resoplé por lo bajo, su adoración hacia ti era muy molesta y extraña. —Itachi, pensé que esto había quedado claro —dijo seriamente—. No puedo creer que seas tan egoísta como para negarle la felicidad a tu hermano y armar este numerito el día de su boda. ¡Eres una vergüenza! —exclamó indignada—. No deberías preocuparte porque Naruto lleve el apellido, después de todo lo ha rechazado.

La mirada de Itachi se afiló.

—¿A qué te refieres con eso?

Mikoto nos miró fijamente en busca de una respuesta.

—¿Acaso no se lo han dicho?

Resoplamos cansados, ese tema comenzaba a ser fastidioso. Te acercaste a mi oído —: ¿Bailamos? —susurraste muy bajo. Sabía que querrías huir de aquel asunto y lo cierto era, que yo también. Afirmé con un movimiento de cabeza.

—Madre, será mejor que se lo expliques tú.

Acto seguido te tomé de la mano y te arrastré lejos de ahí. Saber que no eras un Uchiha le iba a alegrar mucho a mi hermano, sin embargo, el hecho de que ahora yo era un Uzumaki, le haría berrear.

 

—¿Crees que estará bien? —Giré mi rostro en dirección al lugar donde hablaban mi madre e Itachi. Éste parecía pasar rápidamente de la perplejidad a la furia.

—Si no se suicida o intenta asesinarte pasada la media noche, lo estará.

Dibujaste una sonrisa torcida y negaste de forma desaprobatoria.

—Esperemos que esta noche no termine en tragedia. —Apresaste mi cintura y aprisionaste mis labios con los tuyos. Un gemido satisfactorio murió en mi garganta y me aferré a tu cuello correspondiendo a gusto.

—Si llegas a morir esta noche, no será por mano de Itachi —hablé cuando nos separamos, perdiéndome en ese intenso azul que me miraba con una chispa de picardía.

—Si llego a morir esta noche… —Te acercaste misterioso para susurrarme al oído, tu aliento cálido y tu voz ronca llena de sensualidad me hicieron jadear—. Será de placer… entre tus piernas. —Pude sentir la sangre subiéndome vertiginosamente a la cabeza y acumulándose en mis mejillas.

—¿Me permites un baile? —Fuimos interrumpidos por un inoportuno Suigetsu con una sonrisa tonta en los labios.

—No, Sasuke no baila con nadie más que conmigo —aseveraste tajante.

—¡¿Qué?!, ¿por qué? Ni siquiera tuvimos una despedida de solteros —chilló con dramatismo. Rodé los ojos, Suigetsu no iba a cambiar jamás.

—En primer lugar, la despedida de soltero era para mí, así que habla en singular. Y segundo, a mí no me gustan ese tipo de cosas.

—Eres un amargado, Sasu-chan. —Te tensaste, odiabas que me tratara con tanta confianza—. ¿Sabes qué? Tenía preparada una noche inolvidable: Hombres grandes, guapos y musculosos. Movimientos de cadera, bailes sensuales. Todas tus fantasías cumplidas. Si tan solo hubieses dicho que sí, habrías tenido a esos sementales como quisieras. ¡Solo imagina los bailes eróticos con ese vaivén de pelvis! —exclamó con ilusión.

Suigetsu era un hombre bastante libertino y libidinoso. Si bien sostenía una relación estable con su pareja: Karin, tenía gustos bastante variados. Así que ella se encargaba de mantenerlo limitado, aunque de vez en cuando éste lograra escabullirse.

—Naruto. —Coloqué mi mano en tu pecho—. Yo me encargo. —Volteé a encarar a Hozuki—. Suigetsu, lárgate —lo dije en un tono severo, una clara advertencia.

Él se encogió de hombros, decaído.

—Bien, ya entendí. Cero despedida de soltero, y tampoco puedes bailar conmigo.

Cuando pensé que finalmente nos habíamos librado de él, se giró para clavar su mirada en ti.

—¿Qué dices, Naruto?, ¿me concedes un baile? —¿Eso fue un guiño? ¡Un guiño! A mí no me engañaba, ¡estaba seduciéndote!

—¡¡NO!! —grité tan alto que seguro todos voltearon a mirarnos, pero no me importó. Él levantó los brazos en señal de rendición.

—Lo siento, Suigetsu. Hoy solo quiero estar con mi esposo —respondiste con cierto retintín.

—Hmp. —No era necesario verte para saber que tenías una enorme sonrisa satisfactoria en el rostro.

—Es una lástima —dijo apesadumbrado—. ¡Ouch! —se quejó.

—¡Pedazo de idiota! —gritó su pelirroja novia—. Te dije que no les molestaras. ¡Están casados! ¡Casados! Eso debería significar algo para ti, ¡¿que no tienes sentido común?! —La chica nos observó pidiendo una disculpa—. Lo lamento Naruto-san, Sasuke-kun. No volverá a suceder. —Hizo una pequeña reverencia y se alejó llevándose a su novio de las orejas.

Suspiré. ¡Qué noche!

—¿Cansado? —inquiriste observando mi rostro. Negué suavemente con la cabeza.

—¡Vamos! ¡Acérquense! —exclamó mi madre empujándonos hacia algún lugar.

—¿Qué pasa? ¿Adónde nos llevas? —pregunté con desconfianza.

—¡Hora del pastel!

 

***

¡¿Cómo no tener el rostro contraído de disgusto?! Esto era inadmisible. Ahora comprendía lo que había dicho temprano sobre el famoso pastel. Era enorme, contaba con al menos seis pisos y otros mini pasteles alrededor. El merengue de color blanco con decoraciones demasiado femeninas para mi gusto en colores azul claro y durazno. Comprendí que ese era el tema de todo el evento: La ceremonia, la boda… esperaba no volver a ver esos jodidos colores en mi vida. Pero eso no era lo peor, no. En la cima del afamado dulce se encontraban los tradicionales muñequitos que representaban a los novios, sólo que éstos eran una réplica exacta de Naruto y yo, incluyendo las vestimentas.

—Madre. —Fue lo único que pude bramar antes de ser obligado a partir la torta y posar con una enorme y forzada sonrisa mientras lo hacía.

Después de la cena, que fue todo un lujo, los invitados parecían divertirse. Fue entretenido observar a Kakashi flirteando cada vez que veía una oportunidad. Pasando por chicas menores que lo espantaban aseverando estar en un noviazgo serio con un tipo de exagerada estatura y musculatura, o jóvenes solteros que le miraban con cara de viejo pervertido y se alejaban. Mi madre como anfitriona del evento, se tomó muy en serio su papel como organizadora de boda para coordinarlo todo, así que no se dio un respiro en toda la noche. Por otro lado, mi hermano permanecía en una mesa, bastante lejos y solitario. Acompañado nada más que por una botella de alcohol y sus asquerosos cigarrillos. Después de todos los enfrentamientos y la conversación que había sostenido con Mikoto, parecía resignado. Más interesado en embriagarse hasta sufrir un posible coma etílico, a divertirse y socializar.

Yo estaba impaciente, sí. Necesitaba dejar la fiesta lo más pronto posible. Nosotros nos habíamos entretenido un rato, había sido una ambiente agradable, debía admitirlo. Pero estábamos casados e imperaba un poco de intimidad. Mikoto se había acercado infinidades de veces a separar nuestros fogosos besos y descarados roces  apelando a la buena moral y recordándonos que teníamos público y debíamos respeto a los invitados. Pero eso ya empezaba a cansarme. Me acerqué lentamente a ti y coloqué mi mano sobre tu pierna, muy cerca de una zona que te hizo dar un respingo. Comencé a rozar distraídamente la extremidad consiguiendo con ello tensarte.

—Sa-Sasuke, ¿qué haces? —titubeaste nervioso por el contacto. Te miré dedicándote una sonrisa sugerente.

—Estoy cansado, y si no nos vamos ahora me quedaré dormido. —Esperaba que comprendieras mi indirecta. Segundos después me vi siendo llevado a rastras hasta la salida. Pediste una rápida disculpa a los invitados y diste una tonta excusa sobre agotamiento que nadie creyó. Sin embargo, sonrieron con complicidad incluyendo a mi madre que nos dio un fuerte y caluroso abrazo antes de vernos marchar por la puerta.

Nos dirigimos al hotel, decidiste alquilar una habitación a pesar de que Kakashi se ofreció amablemente a hospedarnos en su casa, pero te negaste rotundamente y explicaste que el hotel quedaba más cerca de lo que sería nuestro destino de viaje.

Cuando te pregunté el por qué de tu negativa, aseveraste que Hatake era un viejo pervertido, que dudabas de sus buenas intenciones y preferías prevenir cualquier altercado. Era posible que hasta tuviera cámaras en todas las habitaciones para poder espiar a sus huéspedes. Esa revelación no me sorprendió en absoluto, pues para nadie era un secreto que se trataba de un pervertido declarado.

Llegamos a la puerta de la suit, introdujiste la tarjeta y cedió dando lugar a una oscura habitación. Titubeaste por unos segundos. Luego te volteaste y me sonreíste de una forma un tanto extraña. Por mi parte, me sentía muy nervioso, o bien podría ser que moría de ansias de estar contigo, por fin a solas, sin nadie que nos interrumpiera.

—¡Sasuke, mira! —Giré en dirección a la que señalabas, pero tal fue mi desconcierto al no encontrar más que el pasillo vacío y de repente ser sujetado por tus brazos en un estilo que hería mi orgullo.

—¡Bájame, idiota! —Pataleé cuanto pude, pero no sirvió de nada, ya habíamos atravesado el umbral de la puerta y me colocabas con un cuidado excesivo sobre la cama.

—Es la costumbre, teme. No ibas a quitarme ese gusto.

Rodeaste la cama y prendiste una lámpara de mesa. Con los brazos cruzados sobre el pecho, expresaba mi inconformidad. Escuché el sonido de la puerta cerrándose y después el ruido de una botella abriéndose.

—¿Champagne? —Me acercaste una copa que rechacé—. Vamos, Sasuke. ¿No puedes concederme tan solo un capricho? —preguntaste con un tono que no me gustó, no me hacía sentir bien. No era un reproche, más bien sonaba a desilusión. Alcé la vista encontrándome con tus ojos, que tal y como había pensado, me miraban entristecidos.

«Maldición»

Agarré la copa y decidí olvidar el hecho de que me hubieras cargado como a una princesita. Dibujaste una sonrisa complacida y te inclinaste para juntar las copas en un brindis.

—¡Salud!

Por primera vez eché un vistazo a la habitación: Era amplia, de colores térreos, el piso de madera decorada con algunos muebles del mismo material y gama de color. Sentí la suave alfombra de color blanco bajo mis pies y observé la ancha cama cubierta por sábanas blancas y muchos almohadones; sencillo, pero acogedor. Sin embargo, eso no fue lo que llamó mi atención. A la tenue luz de la lámpara del buró le acompañaban una serie de diminutas luces esparcidas alrededor de toda la recámara, proporcionando un ambiente muy íntimo.

—¿Qué es eso? —inquirí curioso. Aquello comenzaba a ponerse interesante.

Te rascaste la parte de atrás del cuello y respondiste abochornado:

—Son velas, pensé que te gustarían. No te preocupes, son eléctricas. No quiero provocar un incendio. —Te acercaste lentamente con una aire misterioso y luego te inclinaste hasta quedar a pocos centímetros de mi cara—. Es para armonizar el ambiente...

Tu aliento me llegó, caliente y embriagador. Sonreí ladino y reduje la corta distancia para juntar nuestros labios. Fue un rápido roce porque enseguida te levantaste para dejar la copa sobre una mesa. Vi que tomabas una fresa con chocolate que reposaba en un recipiente al lado de la botella. Me incorporé pausadamente de la cama y me acerqué hasta ti. Con un gesto insinuante colocaste la fruta entre tus labios. Yo alcé una ceja sabiendo lo que te proponías; si bien no soy un gran fanático del chocolate, no podía evitar pensar en lo apetecible que se miraba en tus labios; así que conteniendo mis ansias de devorarte, me aproximé lo más serenamente posible: mordí la frutilla y lamí los restos que resbalaban por tus labios. Me regocijé al ver tu reacción, fue suficiente estímulo para prenderte. En un arrebato me tomaste por la cintura y cazaste mi boca, invadiéndola con tu lengua: sabor a chocolate, fresa, champagne y a ti.

Palpé tu cuello con un poco de desespero, en busca de desatar el corbatín. La ropa comenzaba a estorbar. Tú hiciste lo mismo con mi corbata y ambas cayeron al suelo. Desabotonamos las camisas mientras acariciaba tu pecho, fuerte y firme. Jadeaba en busca del oxigeno que tu fogosa boca me robaba, estaba expectante por lo que se aproximaba. Bajé con mis manos hasta quitarte el saco y la camisa juntos, luego me deshice de mi propia ropa y te escuché reír.

Alcé la vista, ¿qué era lo divertido? Te acercaste a mi oído, susurrando:

—¿Ansioso?

Bufé, por supuesto que lo estaba. Había aguantado todo el maldito día queriendo, deseando vehementemente arrancarte las molestas prendas que, al mismo tiempo, te hacían ver tan atractivo.

—Cállate y continúa. —Podía observar unos orbes atrayentes y una mueca socarrona. Tuve que presionar los labios para no mostrarme débil y ansioso.

Levantaste una ceja viéndote aun más seductor, y luego tomaste otra fresa acercándola con una mirada centellante y sugestiva, hasta dejar resbalar el líquido de color marrón sobre uno de mis pezones. Sentí un escalofrío que me hizo estremecer seguido de una calidez placentera…

Un suspiro…

Un beso…

Un gemido…

Una febril y húmeda caricia…

La pérdida de la cordura.

Resbalé hasta caer de rodillas al suelo. Recorrí con mi mirada el bronceado natural de tu piel hasta centrarme en tus hermosos ojos fijos en los míos que no perdían detalle alguno de mis movimientos. Tratando de ignorar el escrutinio, procedí a desabrochar con apuro el pantalón y bajé la bragueta haciendo que éste se deslizara por las fornidas piernas. Tragué saliva, la vista era un deleite: El ajustado bóxer de color azul marino se ceñía perfectamente mostrando la abultada erección. Me mordí los labios, anhelante.

Acaricié tus piernas y después me coloqué a la altura adecuada. Miré hacia arriba, observé una chispa de rojo vadeando un intenso azul. Saqué la lengua y comencé a lamer con gula sobre la tela, humedeciéndola en un acompasado y, por según vi tu semblante impaciente, tortuoso ritmo. Podía sentir las ansias en mis bajos, mi propio miembro comenzaba a doler necesitando atención y liberación, pero me concentré en ti, en llenarte de placer. Tu mirada era intensa, penetrante. Me atravesaba como una lanza. Ese par de iris quemándose de pasión, en llamas, me incitaron a seguir. Mordisqueaba suavemente la punta y con mi mano comencé a bajar la prenda hasta dejar al descubierto el prominente y completamente erguido pene. No esperé más, me abalancé a degustarlo y darte un insufrible placer con mi legua, jugueteando a su vez, con los testículos.

Tu respiración se agitaba y tenías los ojos fuertemente cerrados. Sentí como tus dedos se enredaban en mis cabellos y jalabas con suavidad guiándome en la felación. Lo introduje completamente en mi boca y comencé un vaivén. Los gemidos no se hicieron de esperar. Aceleré el ritmo alternando succiones y lamidas, besos y jugueteos en la punta hasta sentir como comenzaba a humedecerse. Sabiendo que estabas cerca de llegar al orgasmo, detuve todo movimiento presionando con mis dedos, evitando así que te corrieras y protestaste descontento. Te miré con una sonrisa burlona en los labios y me apoyé para levantarme. Me tomaste con ambas manos el rostro y me besaste con intensidad, robando todo resquicio de mi voluntad.

Tu mano comenzó a bajar despojándome de mis pantalones y ahogué un quejido cuando presionaste con una mano mi erección. Rompí el beso y gemí tan fuerte que dolió. Estaba tan sensible. Sentía mi cuerpo temblar y tu mano aprisionaba dolorosamente mi miembro.

Balbuceé tu nombre, porque apenas lograba articular palabra. Sentí una humedad recorrer mi mejilla y luego jalaste suavemente el lóbulo de mi oreja, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

De repente, me vi aprisionado entre la fría pared y tu tórrida piel. La tela que me cubría se deslizó por mis piernas. Tu respiración irregular golpeteaba sobre mi cuello y la opresión que se cernía en el contorno de mi hombría, limitaban mi razonamiento. Tu mano ejercía un tortuoso vaivén. Tenía los ojos cerrados, respiraba por la boca y disfrutaba de la calidez que se unió a tu mano. Masajeabas con pericia ambas erecciones y cada movimiento acababa con la poca razón que me quedaba. Mis rodillas temblaban amenazando con dejar de sostenerme, así que me aferré a tus hombros temiendo caerme.

De un momento a otro, todo se detuvo. Separaste mis piernas para colarte entre ellas e inmediatamente tus manos aprisionaron mis nalgas, enterrando tus dedos tan fuerte que quedarían marcas. Me embargó una descomunal descarga de placer y la cercanía de nuestros cuerpos conforme iniciabas un rápido movimiento de pelvis, rozando los miembros con vestigios de humedad, duros y palpitantes, llevándome a la locura.

—Naru…to —jadeé por más.

Te detuviste, fatigado. Tratando de recuperar el aliento y me miraste: Iris azules, penetrantes, llenos de pasión, de deseo, de fuego. Te atraje en un impulso saciando la necesidad de probar tu boca, pero segundos después rompiste el contacto y te alejaste. Me sostuve de la fría pared, evitando colapsar por los múltiples espasmos en mi cuerpo. Abriste el cajón del buró y sacaste un frasco. Volviste a situarte frente a mí y con una sonrisa ladina untaste el contenido en tus dedos. Después te acercaste, pusiste el bote a un lado y me besaste jalando con saña mi labio inferior. Te mordí de igual manera y te quejaste; pero continuaste invadiendo mi cavidad con tu descarada lengua. Batallando por el dominio, incitándome a ceder, enmudeciéndome, dopándome con tu sabor dulce y adictivo, tu olor a cítricos y canela, tu calor: abrasador y reconfortante, y tus manos hábiles que comenzaron a jugar con mi hombría, distrayéndome y haciéndome perder la voluntad. Cogiste mi pierna izquierda obligándome a alzarla y la colocaste en torno a tu cintura. Sentí que deslizabas las puntas de tus dedos por mi pierna hasta llegar a mi trasero, lo estrujaste con ímpetu y tuve que aferrarme a tu cuello buscando oxígeno desesperadamente.

—Deja de jugar, usuratonkachi —protesté sin mucha convicción. Ronroneaste cerca de mi oído y depositaste un beso en mi sudorosa mejilla.

—¿Qué quieres, Sasuke?

—Sabes muy bien lo que quiero…

—No, tienes que decírmelo —canturreaste, jocoso.

«Idiota aprovechado»

—¡Quiero que me folles de una maldita vez! —bramé enardecido. Escuché el gorgoteo de una risa.

—No seas impaciente…

Intenté refutar pero apretaste la punta de mi pene, acallando mis objeciones. Me mordí el labio y luego sentí algo frío muy cerca de mi entrada. Comenzaste a masajear el contorno con tus dedos y después introdujiste el primer dígito. El dolor que causó la intromisión era aplacado por el estímulo en mi erección. Recosté mi cabeza sobre la pared, respirando entrecortadamente. Empezaste a moverlo en mi interior, ensanchándolo para permitirle la entrada a algo más grande, mucho más grande. Traté de enfocar mi mirada en tu rostro, tenuemente iluminado, encontrándome con una sonrisita burlona. Estabas disfrutando tenerme a tu merced, gimiendo para ti y en un estado de absoluto éxtasis.

Eso ameritaba una pequeña venganza.

Haciendo uso de mi poca entereza, quité una de mis manos de tu cuello y comencé a bajar por tu torso, rasguñando tu pecho en el proceso, hasta llegar a tu carne, apresándola fuertemente con mi mano.

—¡Ah, Sasuke! —gruñiste por la sorpresa. Comencé un insufrible movimiento, estaba complacido al tenerte disfrutando ante mí, escuchando los sonidos guturales que se escapaban de tu boca, hasta que colaste un segundo y un tercer dígito en mi interior. Mi cuerpo rechazó instintivamente la intromisión, el dolor había aumentado—. No te tenses —susurraste en mi oído. Claro, era tan fácil decirlo. Me sentí incómodo por la invasión hasta que tocaste ese punto que sabías me haría olvidar.

—Mgh —presioné la mandíbula. Golpeabas una y otra vez en el mismo lugar hasta que el dolor fue reemplazado por un insufrible placer. Minutos después, me vi moviendo las caderas al ritmo de tus dedos, en busca de más contacto. Retiraste los dígitos y gruñí internamente, resintiendo el vacío. Pero pronto fueron reemplazados por algo mayor. Pude sentir que rozabas con el glande el orificio, torturándome, pero poco a poco lo fuiste introduciendo en mis entrañas. Un rugido casi animal se escapó de tu boca, a la vez que yo arañaba la pared y me aferraba a tu espalda.

Gemidos entrecortados y jadeos irregulares se escabullían de mis labios que intentaban mitigar –sin éxito–, los indecorosos sonidos. Sentía como tu pene me invadía a cada paso hasta llegar a toparme con el calor proveniente de tus piernas, avisándome que me habías llenado por completo. Te quedaste quieto, esperando a que me acostumbrara a la inminente intromisión. El sonido de tu respiración era ruidoso, apretabas los dientes debido a la estrechez y sabía que la paciencia no era una de tus virtudes. Buscaste con desespero mi boca y te correspondí gustoso.

Después de varios minutos, me sentí listo, las ansias me invadieron y moví mi pelvis, así que comenzaste a moverte: Dentro y fuera, lento y acompasado, húmedo y cálido, profundo, muy profundo. El ritmo comenzó a acelerarse y te embelesaste con mi piel expuesta: mis labios, rojos e hinchados por los feroces besos. Mi cuello, siendo marcado por mordiscos y succiones. Así mismo como mis hombros y mis pezones.

—Sa-suke, ¿te gusta? —Los embates eran más fuertes y más certeros. Ya no era consciente de mis actos, sólo podía sentir el indescriptible goce que me llenaba y los espasmos que recorrían cada parte de mi cuerpo. Los pensamientos eran efímeros y las palabras impronunciables. Solo gemidos inestables, frases ininteligibles y sonidos obscenos se escuchaban en la habitación.

Me sentía tan cerca. De repente noté que era levantado, ahora ambas piernas reposaban alrededor de tu cintura. Lancé un gemido estridente, las penetraciones eran más profundas y mi espalda golpeaba contra la pared.

—Nar…  —quise avisar que estaba muy cerca. Mis músculos se contraían estrujando tu miembro, haciéndote gruñir extasiado.

—¡Joder, Sasu...ke! No hagas eso… o- o me correré —advertiste pero ya no tenía control de mi cuerpo ni de mi mente.

Me alejaste de la pared y sentí que me dejabas caer sobre la cama. Te alejaste dejándome vacío, y de nuevo resentí la falta de tu carne en mis entrañas.

—Naruto —protesté descontento. Te observé desde mi posición, estabas jadeando y tenías todo el cuerpo cubierto de sudor. Las mejillas acaloradas y los labios igual de hinchados.

—Voltéate —me pediste después de compartir un húmedo beso. Besaste mi frente con cariño y no pude evitar sentirme regodeado y un poco abochornado. Con dificultad me puse sobre mis rodillas y tomé una almohada para reposar mi cabeza. El roce tórrido de tu carne en mi hendidura me hizo dar un pequeño respingo de sorpresa, pero fue reconfortante. En una brusca estocada me penetraste sin consideración.

Quise apartarte y propinarte una buena zurra, pero no podía negar que me había gustado.

—¡Ahhh…! —un largo quejido se escapó de mis labios temblorosos y volví a morderlos tratando de mitigar la sensación. Encogí mis dedos de los pies con fuerza. Habías golpeada directo en mi próstata y fue una mezcla de placer y dolor. Llevaste tu mano a mi erección y la masajeaste, pronto me abandonó el malestar y se acompañó el deleite, así que comencé a mover mis caderas.

—Lo lamento, pero ya no pude contenerme —sonaste realmente apenado.

Te colocaste sobre mi espalda, sosteniéndote de la cama con una mano. Tu cabello lleno de sudor, me hacía cosquillas en la nuca. Repartías besos y suaves mordiscos en mis hombros y la parte de atrás de mi cuello mientras te movías a un ritmo frenético. Me giré un poco para pasar mi brazo detrás de tu cabeza y poder así besarte sin cambiar de posición. El calor en mi espalda era abrasador y los jadeos eran cada vez más ruidosos. El sonido de nuestras carnes chocando entre sí, era morboso y excitante. Tu mano abandonó mi pene y se dirigió a mi trasero, apretándolo con vehemencia. Solté un rugido placentero y de soslayo observé que tu sonrisa se ampliaba, capturaste mis labios y sonreí, me estabas haciendo perder la razón.

—Sasuke… ¡Eres delicioso! —Me mordí los labios y suspiré. Mi pecho se ensanchó, orgulloso. Acariciaste mi pierna y te aferraste a la parte interior de mi muslo acelerando las embestidas. Estocadas certeras, más profundas, una y otra vez haciéndome alucinar. Era un éxtasis total. Las rodillas comenzaban a fallarme y sentía que me desplomaría de placer en cualquier instante. El final estaba cerca. Las gotas de sudor caían sobre la cama y ésta hacía un ruido estruendoso, como si estuviera a punto de partirse.

Un escalofrío bajó por mi columna y recorrió todo mi cuerpo haciéndome arquearlo. Un calor brotó en mi vientre y descendió hasta materializarse en una explosión que nubló mi visión, entorpeció mis sentidos y terminó manchando las sábanas. Contraje por inercia todos los músculos. Después de una dificultosa penetración y un ensordecedor rugido: un calor invadió mis entrañas, llenándome por completo. Dos embestidas más, rendido, me derrumbé sobre el mullido colchón y tú encima de mí.

Respirar se hacía difícil y más que nunca me faltaba el aire, pero no quería que me privaras de tu calor, ese agradable contacto.

Suspiré pesadamente lleno de satisfacción y me dejé caer en un profundo sopor.

 

—Teme… —Tengo la impresión que es la enésima vez que me llamas. Tu dedo se hunde suavemente en mi mejilla.

—¿Qué sucede?

—Oh, hasta que me prestas atención.

—Lo lamento, estaba… —Dejo escapar un suave suspiro—, recordando.

—¡¿Ah, sí?! ¿Y se puede saber qué recordabas exactamente? Porque tienes las mejillas rojas. —Suenas burlesco. Seguramente me he ruborizado todavía más.

—Nada. ¿Ibas a decirme algo?

—Sí. —Dejas de abollar mi mejilla y rozas mis labios con los tuyos. Cierro los ojos instintivamente y me permito disfrutar de ese breve momento de calidez—. Es tarde y lamento decirte que tienes que ir a descansar.

Exhalo cansadamente y afirmo con la cabeza. Me levanto de la cama y te doy un último beso antes de partir.

—¿Estarás bien? —pregunto con el pomo de la puerta en mano, dispuesto a salir.

Asientes levemente con la cabeza y una amplia sonrisa surca tu rostro. Tu estado anímico ha cambiado, te noto más animado que de costumbre.

—Sasuke, ¿podrías decirle a Mikoto-san que venga un momento? Necesito hablar con ella. —Hago un gesto afirmativo y abandono la estancia.

En el pasillo me encuentro con mi madre y le expreso tu pedido, luego salgo por la puerta para dirigirme a casa, necesito dormir y estoy famélico.

Los días transcurren y poco a poco voy notando el cambio en tu estado, cada vez más decaído. Paso todo el tiempo posible contigo pero me es difícil asimilar ésta situación. ¿Cómo es que no ha habido mejoría?

Me acerco al consultorio del médico a cargo porque me ha mandado a llamar. Me sorprendo al abrir la puerta y encontrarme con mi madre e Itachi, tienen muy mala cara. Esto no puede ser nada bueno.

—¿Qué sucede? —hablo una vez dentro.

—Siéntate, querido —pide Mikoto con una tono más amable que de costumbre—. El doctor tiene noticias que darte.

Lo hago, desconfiado y espero a que alguno hable, pero solo se limitan a verme con cautela.

—Tenemos noticias sobre el avance de la enfermedad de su esposo. —Siento como mi madre toma mi mano y no puedo evitar aferrarme a ella temiendo que algo vaya mal—. No ha respondido al tratamiento como esperábamos. Desafortunadamente, el cáncer del Señor Uzumaki no quiere ceder. De hecho, ha pasado lo que nos temíamos, es muy agresivo. Debido al tratamiento pudo ser controlado y tuvo una disminución momentánea. Pero ha regresado con más fuerza.

—¿Q-qué quiere decir con eso? —demando lleno de ansiedad—. ¿El tratamiento no ha servido de nada?

—La radioterapia no ha tenido el efecto deseado. La salud de su esposo se ha ido deteriorando. Su lucha contra la enfermedad ha sido incansable, sin embargo, es algo que el cuerpo reciente.

—¡Debe haber algo más que podamos hacer! ¡No piensan en darse por vencidos, ¿verdad?!

El médico se queda callado, parece meditarlo por un par de minutos, luego decide hablar:

—Podemos probar con otro tratamiento, quimioterapia vía intravenosa. Pero debo advertirle que la salud de su esposo cada vez se verá más afectada puesto que éste tratamiento es igual de agresivo que el anterior, atacando directamente las células, tanto cancerígenas como saludables.

Siento que el cuerpo comienza a temblarme y me muerdo el labio de impotencia.

—Calma, Sasuke —dice mi hermano tomándome por los hombros.

—¿No hay otra alternativa? —cuestiono con dificultad.

El doctor con pesadumbre, niega con la cabeza.

—Está demasiado débil, sus defensas están muy bajas. El dolor será insoportable, pero es la única opción. Además, hay otro detalle.

Le miro a los ojos.

—¿Otro detalle? —El médico hace un ademán afirmativo.

—Hemos encontrado el origen del las células cancerígenas en el cuerpo del señor Uzumaki. Hicimos un estudio a fondo sobre el caso de su esposo.

»El cáncer es una enfermedad que ocurre debido al funcionamiento anormal de los genes. Los genes son un componente del ADN (ácido desoxirribonucleico) y contienen las instrucciones sobre cómo elaborar las proteínas que el cuerpo necesita para funcionar, cuándo destruir las células dañadas, y cómo mantener las células en equilibrio. Los genes controlan aspectos como el color del cabello, el color de los ojos y la estatura. También pueden afectar la probabilidad de que se presenten ciertas enfermedades, como el cáncer. Al cambio anormal en un gen se le llama mutación. Los dos tipos de mutaciones son las heredadas y las adquiridas (somática).

Las mutaciones génicas o heredadas pasan de padres a hijos a través del óvulo o del esperma. Estas mutaciones se encuentran en todas las células del cuerpo.

Cuando una persona ha heredado una copia anormal de un gen, sus células ya comienzan con una mutación. Esto hace que sea mucho más fácil que se acumulen suficientes mutaciones para que una célula dé origen a un cáncer. Es por eso que un tipo de cáncer heredado tiende a ocurrir más temprano en la vida de una persona que un cáncer del mismo tipo que no sea heredado.

Hemos revisado el historial clínico de su esposo. Su madre tenía una enfermedad difícil de tratar, la sufrió por años. Se trataba de un cáncer agresivo de seno que terminó con su vida. La padeció a muy temprana edad y falleció a los veinticinco años. Todo porque no fue detectada a tiempo. Así mismo murió la abuela materna de su esposo. Esto no es un caso aislado. Estos tipos de cáncer pueden ser causados por una mutación heredada del gen, se les conoce como síndromes de cáncer familiar. Sospechamos que es lo que ha afectado al Señor Uzumaki —explica.

Siento que la cabeza comienza a darme vueltas, ahora todo calza.

“Sasuke, hay cosas que no se pueden evitar, tan solo retrasar”

¡Lo sabías, todo el tiempo estuviste consciente del peligro que corrías!

—Las mutaciones heredadas en esos genes causan síndrome de cáncer hereditario de seno y de ovario. Junto con éste, el síndrome puede también conducir al cáncer de seno masculino, pancreático, de próstata, así también como a algunos otros tipos de cáncer.

De haber sido detectado a tiempo, las posibilidades de exterminarlo hubiesen sido mayores. Pero lo hemos encontrado en una etapa muy avanzada, cuando ya ha invadido otros órganos y formado metástasis —finaliza su explicación.

Siento como si me arrancasen cada parte de mi cuerpo sin piedad alguna. De repente, me veo sumido en un abismo, en un vacío lleno de desesperanza y desolación. De dolor y desesperación. No puede ser cierto, tú no puedes morir.

—¡El se va a recuperar! —grito con todas mis fuerzas, tratando de convencerme a mí mismo, no a ellos. Me muevo con dificultad para salir de la oficina ignorando el llamado mi familia. Camino por los pasillos y me detengo frente a tu puerta, no puedo creer que esto esté sucediendo, me niego a aceptarlo. Reposo mi frente en la fría pared y dejo que las lágrimas corran libres, ya no puedo soportarlo, no puedo aguantarlo más. Permito que me embargue el llanto, estoy lleno de dolor e impotencia, de rencor e ira. Una infinita ira. Estoy furioso con todos: Contigo por haber sido un maldito despreocupado, desconsiderado contigo mismo, conmigo y con todos quienes te queremos y a quienes les importas. Enfurecido conmigo por descuidado, por ciego, por no haberte obligado a cuidar de ti, a preocuparte por tu salud. Y principalmente con la vida por ser tan jodidamente injusta.

Contengo mis sollozos y seco las lágrimas. Miro la puerta y me armo de valor para entrar en la habitación. Te encuentro cabizbajo, la vista fija en lo que parece ser algún videojuego. Suspiro y apoyo mi espalda en la puerta. Estás tan ensimismado que no te percatas de mi presencia. Te observo con detenimiento, deseando capturarte en mi mente para siempre; cada parte de ti, cada gesto, cada movimiento…

Otro suspiro. ¿Desde cuándo respirar duele tanto?

Doy unos pasos y distraídamente me detengo frente a una mesa con una pila de revistas encima. Agarro una, pero se me resbala de las manos haciendo un ruido sordo cuando toca el piso. Escucho que se detiene el sonido de los botones…

—¡Teme!

Esperaba por tu saludo. Levanto la revista y la coloco en su lugar. Tenso los labios pues mi cabeza está hecha un lío, es tan agobiante que no me atrevo a voltear para encararte. Aún no proceso lo que pasa y temo que en un arrebato no sea capaz de controlar mis emociones y… diga algo que no deseo.

—¿Teme? —vuelves a llamar, ésta vez con un tono lleno de vacilación.

—¿Qué pasa, usuratonkachi? —Jugueteo con las revistas buscando una distracción.

—¡Mírame! —demandas. Escucho tu agitación, y me debato entre girarme o no, pero decido dejar la cobardía de lado, voy a enfrentarlo ahora. Lleno mis pulmones de aire y decido encararte. Para mi sorpresa te encuentras sentado al borde de la cama con claras intenciones de levantarte. Me apresuro a detenerte, estás tan débil que podrías sufrir una caída y romperte un hueso.

—¿Qué haces? —Te tomo por los hombros, impidiendo que te muevas. No me atrevo a mirarte a los ojos, sin embargo, siento tu mirada fija en mí.

—Lo sabía —murmuras y veo que levantas su mano. Un suave roce en mi mejilla—. ¿Qué ha sucedido?

Trato de sonreír lo más convincente posible, me esfuerzo, pero seguramente no lo he conseguido.

—No pasa nada. —Intento darte calidez, pero no consigo más que un timbre quejumbroso.

—Detesto que llores… —Me tomas de la barbilla obligándome a bajar mi mirada, me permito verte y deseo más que nunca perderme en ese intenso azul, olvidar todo lo que me atormenta y fingir que no es más que una terrible pesadilla. Una lágrima traicionera se escapa y moja mi mejilla—, sobre todo si es por mi culpa. —Secas mi rostro y ha bastado para traerme de regreso a la cruel realidad—. Sasuke… ¿Me veo tan mal que te hago llorar?

Tu broma no me ha hecho la mínima gracia. Doy media vuelta y me alejo.

—Vamos, no te enojes y dime qué ha sucedido. ¿Qué te tiene tan mal?

Un conjunto de cosas, terribles, dolorosas, nada alentadoras. Si tan solo…

Cierro los puños con fuerza.

—¿Por qué no me lo dijiste? —te pregunto en un tono que no podía ser otro que sombrío.

—¿De qué hablas?

—Tu madre… Ella murió de una enfermedad terminal…

—¿Qué con eso, Sasuke? Ya te lo había dicho.

—Sí, pero lo que no me dijiste fue que ella murió de cáncer, y lo mismo pasó con tu abuela —me volteo. Tienes el rostro endurecido.

—¿Cómo lo sabes?

—Eso no tiene importancia, lo único relevante es que tú lo sabías. Eras consciente del peligro que corrías, y no trates de negarlo —interrumpo antes de que digas nada. Mi rostro se contrae de dolor y me niego con todas mis fuerzas a llorar.

—Sasuke… —dices lastimero—. No quería esto, entiéndelo.

—¡¿El qué?! —grito exasperado.

Te veo suspirar.

—Verte sufrir de esta manera.

Me abalanzo sobre ti tomándote de las solapas, no quiero hacerte daño, solamente… Bueno sí, un buen puñetazo es lo que te mereces pero me contengo.

—¡¿Y cómo lo ibas a evitar?! Me daría cuenta tarde o temprano, y si no fueses un maldito inconsciente, egoísta, estúpido; hubiese preferido que me lo dijeses desde un inicio. Sabes que… —Mi voz comienza a entrecortarse. Las palabras cuestan—. El tratamiento hubiese sido un éxito. Estarías bien. —Mi tono comienza a bajar, no quiero desmoronarme aquí, no quiero.

—Sasuke. —Intentas reconfortarme.

—¡Eres un estúpido! Tu madre murió cuando eras pequeño. Sufriste mucho, ¿no? ¡¿Esperabas que lo tomara con naturalidad o qué?! —Suelto tu bata y doy un paso atrás. No puedo contenerme más y las peligrosas lágrimas luchan por salir.

—Sí, sufrí —respondes con pesar—. Mucho. Yo era apenas un niño y observaba como mi madre se deterioraba cada día. También presencié el sufrimiento de mi padre, a cada momento. Le escuchaba llorando por las noches mientras ella dormía. Pensando que nadie le veía, pero yo podía ver su sufrimiento. Fueron largos meses de tratamiento, mejoras y desmejoras. Diagnósticos inestables. En la etapa final, no me dejaban entrar a verla. Mi padre se negaba a llevarme al hospital y me era prohibida la entrada debido a que el estado de salud de ella, era delicado. Minato siempre me sonreía diciendo que todo estaría bien, que mi madre se iba a recuperar. En mi inocencia, yo creía en él. Un día finalmente me dejaron acceder a su habitación, ella quería verme. Me sentí tan triste. Su estado… —Estrujas las sábanas. Veo el dolor en tu rostro y lo que te está costando contarme esto—. Su estado era deplorable, Sasuke. —Alzaste la cabeza para mirarme—. Lo que ves ahora, no es nada. Días después, ella murió y jamás había sufrido tanto. Yo amaba a mi madre, pero no pude estar a su lado en sus últimos momentos de vida. —Tus manos, fuertemente cerradas comienzan a temblar—. Quería evitar esto. Las falsas esperanzas, la espera interminable, el dolor, la incertidumbre. Todo el sufrimiento que causa esto. Si me preguntas la diferencia entre la ignorancia y el conocimiento. Es que con la primera, mis últimos días los hubiese pasado a tu lado, disfrutando de tu compañía, haciéndote enfadar con mis tonterías. Degustando de un buen ramen… —Sonríes soñador y yo me acerco instintivamente para tomarte del rostro. Nuestras miradas se cruzan y veo tus ojos llorosos—. Compartiendo cada minuto a tu lado sin preocuparme por algo que no puedo controlar porque no está en mis manos hacerlo, así como tampoco puedo controlar el tiempo que me queda. Es algo que no me preocupaba, porque cuando llegara el momento de partir, sé que estaría listo.

»Tienes razón, te oculté la verdad sobre mi enfermedad. Sabía que las probabilidades de heredar el gen cancerígeno eran muy altas. Sin embargo, no dejé que eso me detuviera, no viviría mortificándome, Sasuke. Quería disfrutar de una vida libre de preocupaciones, ser feliz el tiempo que me fuese posible. ¿Y sabes qué? No me arrepiento de nada. Porque pude conocerte en vez de pasarme la vida entera en un hospital, preocupado por si moriría pronto, o me llevaría años. La vida que quería la he tenido, he sido muy feliz a tu lado. —Mi cuerpo se estremece y tengo la necesidad de abrazarte, me inclino para aferrarme a tu cuello y tú correspondes rodeándome con tus brazos.

—Eres un egoísta. —Mi voz suena triste, pero no quiero ocultar mis sentimientos ahora. Necesito que sepas cómo me siento.

—Lamento haberte ocultado esto, teme. Pero no lo hice con malicia.

Tu bata se moja con mis lágrimas y no quisiera romper el abrazo porque tenerte así de cerca me reconforta pero me obligo a recomponerme. Te tomo por las mejillas y junto nuestras frentes. Veo tus ojos afligidos y algo dentro de mí, se quiebra.

—Te vas a recuperar… Te vas a recuperar —asevero y no sé si trato de convencerte a ti o a mí mismo, pero lo repito con furor. Tú me respondes con una cálida sonrisa, una que intento grabar en mi alma. Luego, me incorporo quedando de pie frente a ti y te veo aferrarte a mi cintura impidiendo que me aleje. Viéndote así tan vulnerable me inspiras ternura. Coloco mi mano sobre tu cabeza, cubierta por una mascada, y la acaricio con cariño. Te frotas en mi vientre como si fueras un pequeño gato y seguido, te veo depositar un suave beso con tanto cuidado que me hace sonreír.

—¿Sabes? Últimamente me he sentido muy mal, y creo que cada día empeoro. —Presiono los labios sabiendo las razones—. Teme… —Alzas la vista buscando con desespero la mía, y aunque trato de rehuirla, no sirve de nada. No hay nadie que me conozca mejor que tú, y nadie puede ver a través de mi máscara como tú—. ¿Cuánto tiempo me queda? —Trago grueso, sabía que pronto vendría la pregunta que no quiero responder.

—Van a iniciar un nuevo tratamiento —digo en un hilo de voz. Vuelves a acomodarte como antes y te noto tranquilo, no dices nada—. ¿Por qué te lo tomas tan a la ligera?

Escucho un suspiro, pero sigues sin moverte.

—Desde hace mucho tiempo estoy preparado para lo peor, Sasuke. Solo aguardando el momento. La vida es un ciclo, y yo estoy a punto de cumplirlo. La muerte es algo natural, no debemos temerle, algún día a todos nos llegará. La diferencia recae en que a algunos más pronto que a otros. Pero al final, nadie es eterno.

—Yo no puedo renunciar a ti, tú tampoco deberías conformarte con esto.

—Te lo dije una vez: Todo lo hago por ti. Tú me lo pediste, y voy a cumplir mi palabra. Teme, ¡lucharé hasta que mi corazón deje de palpitar ´ttebayo!

Me siento decaído, mentalmente y físicamente agotado, pero de cierta forma, tus palabras me dan un vestigio de esperanza; sobre todo porque utilizas esa muletilla, indica que vas en serio.

—Tres meses —pronuncias sacándome de mis cavilaciones.

—¿Hmp?

Volteas hacia arriba y me sonríes.

—Tres meses y aún no te enteras. —Te veo cerrar los ojos y dejas un largo beso en mi… ¿estómago?

—¿De qué hablas, dobe?

Niegas lentamente con la cabeza mientras muestras una sonrisa burlona.

—Habla claro, a mí no me pasa nada. —Pero no dices una palabra.

Espero una respuesta que no llega, te quedas largo rato en silencio, tanto que pienso te has quedado dormido hasta que siento algo raro. Se humedece mi camisa y me doy cuenta de que estás llorando. Me aparto asustado para mirarte y tienes los ojos enrojecidos. Acaricio tu mejilla, preocupado. Tan solo verte así, hipando como niñito, algo dentro de mí se rompe y no sé por qué pero me entran unas imperiosas ganas de llorar, pero sacudo mi cabeza y me niego hacerlo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo? —Te atiborro con preguntas a las que solo obtengo respuestas difusas.

—“Me duele porque no lo voy a conocer”.

Me costó mucho descifrar esa frase que de igual manera, no comprendí. Después de minutos de interminable llanto, veía un verdadero sufrimiento en ti y eso me hizo sentir muy mal. Ahora parece que estás listo para hablar, sin embargo, vuelves a aprisionarme entre tus brazos. Te pido que te recuestes, pues debes estar muy cansado y me haces un espacio para que permanezca al lado tuyo, y así lo hago. Acaricias distraídamente mi cabello, luego mis mejillas, después bajas por mi pecho y dejas tu mano reposar sobre mi abdomen.

—Prométeme que le hablarás de mí, teme —agregas de repente con aire soñador. Te observo confuso, pues sigo sin comprender lo que me dices. Supongo que es culpa de la medicación y si a eso le sumamos el cansancio, es comprensible. Entrelazas tu mirada con la mía y sonríes—. ¿Sabes? Cuando lloras mucho te pones tan rojo que pareces un lindo tomate. —Entrecierro los ojos por la comparación.

—¿Eso quiere decir que soy delicioso? —Me permito un pequeña broma.

Te ríes y agregas asintiendo—: Por supuesto, es por esa razón.

Recordando tus palabras, reclamo:

—Yo no he llorado… tanto.

Dibujas una sonrisa condescendiente y te acercas para besar mi mejilla.

—Deben ser las hormonas.

¿Hormonas? Ni que fuese un adolescente en pleno desarrollo como para andar con cambios drásticos de humor. Intento objetar pero se me olvida cuando me plantas un imprevisto beso.

Nos quedamos recostados en la cama, hablando de nada en particular. Te veo bostezar y decido que es hora de marcharme. Me acerco y te doy un casto y suave beso en los labios, pero tu mano viaja rápidamente situándose detrás de mi cabeza, incitándome a un contacto más duradero, segundos después me sueltas y te doy una última mirada antes de salir por la puerta.

Camino por el pasillo y me encuentro a mi madre, ella me mira comprensiva y preocupada, pero no quiero hablar más sobre el tema; así que trato de poner mi mejor cara, esa que no demuestra emoción alguna, me niego a seguir lamentándome por la mala suerte y los designios del destino o lo que sea que ha confabulado en mi contra. Dispuesto a olvidar el asunto, tan siquiera por un momento, me despido de ella; demasiado agotado como para lidiar con ello, y me dirijo a mi casa.

Pido un taxi porque soy incapaz de conducir en mi estado somnoliento. Cuando llego inmediatamente me dirijo al refrigerador, pero he olvidado hacer el súper y es muy tarde para salir a comprar algo o pedirlo a domicilio. Reviso la alacena y no me sorprende encontrar nada más que ramen instantáneo. Lo observo con detenimiento, quizás si solo pruebo un poco. No es un alimento del que disfrute, de hecho, su sabor no me parece nada apetecible y sigo sin comprender por qué te gusta tanto. Pero viendo que no me queda otra opción, saco uno y me dispongo a prepararlo.

Minutos después…

Miro la mesa con asombro. No sé las razones de esto, dudo que pueda encontrar alguna. Con los ojos desmesuradamente abiertos, no doy crédito a lo que reposa sobre la mesa: Cuatro botes de ramen instantáneo completamente vacíos, y no los he echado a la basura ni mucho menos, ni siquiera me percaté del momento en el que los ingerí. Supongo que tenía mucha hambre. Éste es un hecho del que probablemente nunca te darás por enterado, sin duda, te burlarías de mí.

Después de limpiar el desastre en la cocina, me dirijo a la habitación, cambio mi ropa ajustada ropa —culpa de Mikoto que en los últimos días me ha atiborrado de comida más allá de la saciedad, justo al borde la glotonería—, por un suave y cómodo pijama. Me meto entre las sábanas y cierro los ojos tratando de conciliar el sueño, desafortunadamente lo único que consigo es ser atormentado por los acontecimientos del día: Las palabras desalentadoras del médico, las miradas compasivas, el dolor, la impotencia, la tristeza… Abro los ojos tras un desdeñoso resoplo. Me remuevo incómodo en la cama, incapaz de encontrar una posición placentera. Mi visión se fija en el extremo opuesto: vacío, frío, desolado. Me acerco y acomodo mi cabeza sobre la almohada, inhalo profundamente llenándome los pulmones de ese olor agradable que desprende la tela…tu aroma. Los párpados me pesan, así que cierro los ojos y caigo en los brazos de Morfeo...

 

***

 

Camino por los pasillos a toda prisa, llego más tarde de lo normal porque me he quedado dormido.

—¡Sasuke! —Escucho un llamado y volteo para enfrentar a mi hermano, tiene el rostro contraído y me mira con preocupación.

—¿Qué sucede? —digo con fastidio.

—¿Te encuentras bien?

Honestamente, no me siento en condiciones de abordar el tema de tu salud. ¡Qué más quisiera yo que olvidarme de todo y pensar que ha sido una pesadilla! ¡Una muy cruel! Pero el que no afronte la realidad, no significa que ésta vaya a esfumarse. Asiento a su pregunta con desgano.

Escucho un bufido que demuestra que no ha quedado convencido, sin embargo, no insiste.

—Necesito hablar contigo, Sasuke.

—Mira, si es sobre lo que pasó ayer, yo…

—Es sobre Naruto, y te interesa.

Le miró con fijeza y no puedo evitar sentir cierto temor.

—¿Naruto? ¿Qué pasa con él? —Giro en dirección al pasillo porque de repente tengo las imperiosas ganas de correr a verte.

Itachi nota mi tensión y coloca su mano sobre mi hombro para tranquilizarme.

—Fui a verlo esta mañana, está bien.

—¿Qué le dijiste? —pregunto con desconfianza. Él se ríe y niega con desaprobación.

—Sería incapaz de hacerle daño, porque eso implica dañarte a ti.

—¿Entonces?

—Solo quería ver cómo estaba, y aprovechar para llevarle algunos juegos, ya sabes que le gustan mucho y comprendo que debe morirse de aburrimiento encerrado en esa habitación —explica con naturalidad.

Escucho sus palabras con cautela, si bien es cierto, en el pasado su relación era pésima, ahora su actitud para contigo ha cambiado súbitamente. Se ha encargado de estar al pendiente de tu salud y de alguna extraña manera, se podría decir que también te consiente facilitándote medios de entretenimiento, en éste caso, los videojuegos.

—Bien, ¿de qué quieres hablarme?

Itachi pregunta si he desayudando, y con la falta de alimentos en casa, le miento con que no he tenido tiempo de hacerlo, porque para ser sincero, no me apetecía comer ramen. Así que después de un inevitable sermón, me lleva a la cafetería del hospital y tomamos un café acompañado de un uno que otro panecillo.

—Sasuke, es sobre el estado de Naruto. Me preocupa que tú…

—No voy a desistir, Itachi —le interrumpo y hablo con firmeza—. Tú mejor que nadie sabes todo lo que hemos luchado, y no voy a darme por vencido, no ahora.

Él suspira y asiente conforme.

—Me lo imaginaba. Pero, lo que ha dicho el médico... —Intento refutar pero me levanta un dedo indicando que le deje continuar—: El tratamiento ha sido un fracaso, lo sabes. Sin embargo, estoy dispuesto a ayudarlo.

—¡¿Cómo?!

—Siempre podemos buscar una segunda opinión. Buenos médicos, sobran en éste país.

Me doy cuenta que él tiene razón, jamás había sopesado la opción de buscar segundas opiniones.

—¿Se te ocurre alguien?

Él sonríe y afirma, noto su rostro lleno de satisfacción.

—He hecho un par de llamadas, y bueno, contacté a algunos. Están dispuestos a estudiar el caso de Naruto. Vendrán en cuanto lo autorices.

—¡Por supuesto! Que sea cuánto antes.

—Entonces, así será. —Veo que saca su móvil, hace un ligero movimiento indicándome que le disculpe, se levanta y escucho sus murmureos. Después de unos minutos acaba la llamada y se sienta. Muevo las piernas, impaciente. En espera de su respuesta que no llega, solo se limita a verme con una sonrisa burlona.

—¡Habla de una maldita vez, Itachi! —le apremio con desesperación. El amplia su sonrisa y ríe—. ¿Qué es tan gracioso?

—El que te hayas comido tres donas, y un pedazo de pastel. —Señala las migajas sobre la mesa—. ¿Desde cuándo te gusta lo dulce?

Abro los ojos desmesuradamente. ¡Yo no me he comido eso, ¿o sí?! Ni siquiera me percaté de momento en que lo hice.

—Eso… ¡Deben ser los nervios! ¡Habla! —le exijo.

—Bien. —Suspira—. Harán una visita esta misma tarde. Tienes suerte de tenerme, tonto hermano menor. —Golpea mi frente con sus dedos. Es su costumbre desde que éramos pequeños para presumirme sus hazañas, y su superioridad. Honestamente, es molesto— ¿No me dirás nada? —dice con cierto retintín. Gruño.

—Gracias, tonto hermano mayor —expreso con sorna.

—Bien, de nada —resopla—. Tu rubio idiota debe estar esperándote. Así que corre a verlo, sé que mueres por hacerlo.

No era necesario ser un adivino para deducir eso.

—Por cierto, ¿necesitas que te ayude con algo? —Lo medito por un par de segundos.

—Sí, necesito que hagas el súper. —Me despido rápidamente de él sin detenerme a escuchar su réplica, y salgo de prisa.

Abro la puerta y te encuentro recostado sobre la almohada con los ojos cerrados. Pienso que duermes, así que me acerco en silencio y me detengo a orillas de la cama. Observo tu rostro, sereno, y lo acaricio con el dorso de la mano. Noto que te estremeces, fue casi imperceptible pero me acerco para comprobarlo. Respiro sobre tu rostro y de nuevo noto un movimiento en los párpados. Arrugo el ceño porque sé que finges dormir. Pero contrario a lo que te imaginas, me quedaré y te obligaré a reaccionar. Así que reduzco la poca distancia que nos separa y aprisiono tus labios con los míos. No los muevo demasiado, solo ejerzo la presión necesaria que te haga reaccionar y dejar esta farsa. Segundos después, me percato de tu rigidez, respiras con dificultad, pero te niegas a ceder. Bien, pues yo tampoco voy a rendirme. La presión aumenta, deslizo mi lengua sobre tus labios y siento tu estremecimiento.

No te das cuenta que si en realidad estuvieses dormido, ya hubieses despertado, o tan siquiera, mostrado alguna reacción.

Comienzo a jalar tus labios y mis manos recorren tu pecho. Entonces, abres los ojos y te apartas. Te veo voltear el cuerpo, rehuyendo mi mirada. Suspiro con cansancio, realmente pensé que tus inseguridades habían desaparecido.

—¿Qué te pasa, dobe?

No respondes y deslizo mis manos por mi cara, llenándome de paciencia.

—Así que te niegas a verme… Perfecto. Me largo —sentencio con indignación y doy media vuelta, dispuesto a irme. Giro el pomo de la puerta, pero tu voz me tiene.

—Sasuke… —Llega a mis oídos como susurro lamentable. Giro la cabeza y has cambiado de posición, ahora me miras sin querer hacerlo. Avanzo a pasos lentos y me sitúo justo en frente. Esquivas mi mirada y la centras en un punto lejano.

En tus ojos puedo notar un tormento y una tristeza que me angustia. Me obligo a reprimir mis propios sentimientos y trago grueso para entrelazar tu mano con la mía y me inclino para besar tu mejilla. Finalmente sostienes mi mirada.

—¿Cómo te sientes?

—No mucho peor que ayer. —Tu respuesta es tajante. Decido cambiar de tema, es evidente que no estás del mejor humor.

—¿Sabes? Itachi habló con un especialista y estudiará tu caso. Vendrá a verte ésta misma tarde. —Me muestro entusiasta, pero tu semblante es indiferente. Sueltas mi mano y te quedas de espalda al colchón, fijando tus ojos en el techo.

—¿Crees que con cambiar el médico, cambia el diagnóstico?

—No está de más buscar la opinión de alguien más. Además, si es capaz de aconsejar un tratamiento diferente, no tenemos nada qué perder.

—¿Qué te parece tiempo y dinero? Tu hermano no estará muy complacido en gastar su fortuna en alguien como yo.

Comienzas a irritarme, tienes una actitud insoportablemente pesimista.

—Volveré luego. —Decido que retirarme es lo mejor. Acaricio tu frente y deposito en ella, un beso suave y cálido. Te observo cerrando los ojos y sonrío. Luego beso tu mejilla y te susurro al oído—: Te amo, idiota. —Me incorporo y me alejo, pero me lo impides tomando mi mano. Noto el brillo de tus ojos, suplicantes, y en seguida te apartas haciendo una invitación muda para que me quede a tu lado. Me recuesto y colocas tu cabeza sobre mi pecho—. ¿Te encuentras bien? —Acaricio tu rostro con suavidad.

—Perdóname —murmuras en un tono apenas audible.

—No te preocupes…

—Teme, sabes que te amo demasiado. —Te aferras más a mi cuerpo —. Es solo que…

—Lo sé. —Comprendo lo que estás sintiendo, quizás no con la misma intensidad, pero la situación por la que atraviesas es abrumadora. Y cualquiera estaría emocionalmente desmoronándose.

—Es increíble que seas tan optimista.

—No veo el por qué. Se trata de ti, de salvarte. Recuerda que te dije que lo haría a cualquier costo.

—Lo sé, es solo que no contaba con que tuvieras ayuda. Tu hermano lo está haciendo bien…

—¿El qué?

Te apartas un poco para mirarme a los ojos y esbozas una pequeña sonrisa.

—Está siendo un gran hermano.

Afirmo con la cabeza, tienes toda la razón. Itachi está haciendo las cosas bien, y todo es para ayudarme.

—¿No querrás decir que está siendo un gran cuñado? —Señalo con un movimiento de cabeza la mesa en la que reposan consolas y juegos.

Amplias tu sonrisa y asientes.

—Por supuesto, está haciendo un gran esfuerzo.

—Eso significa que le importas…

—Sabes que lo hace por ti, pero le agradezco.

—Entonces, debes corresponderle el gesto dejando de lado esa actitud derrotista. —Fijas tus ojos en mi, y yo te miro con desaprobación—. Acepta su ayuda.

Pareces meditarlo y después de un largo suspiro, asientes.

 

***

 

—¿Quieres tranquilizarte? ¡Me estás mareando!

Itachi se acerca para tomarme de los hombros y obligarme a que me siente.

—¡No puedo calmarme, llevan mucho tiempo con él!

Él lanza un bufido como respuesta.

—Han sido tan solo un par de horas, no seas impaciente. Recuerda que ha venido desde Kagoshima, sólo para verle. Debe hacer una revisión completa y varios estudios.

—Lo sé, es solo que me inquieta esta incertidumbre… —Realmente me pone nervioso que me vayan a dar una mala noticia—. ¿Y si el diagnostico…?

Al parecer, Itachi deduce lo que me preocupa y me manda a callar.

—Todo saldrá bien, ¿si tú no confías en esto, quién más lo hará? Es tu esposo, te necesita fuerte y positivo.

¿Cuándo mi hermano se ha convertido en alguien tan comprensivo y optimista?

—Ya viene —escucho las palabras de mi madre, que a su vez se ha levantado y precipitado al pasillo para encontrar al doctor.

Mi hermano me permite levantarme, y ambos nos acercamos a él.

El doctor es un hombre alto, poco menos que mi hermano. De mediana edad, su piel es blanca con peculiares ojos grises y su semblante es serio.

—¿Cómo está? —El médico sólo mueve sus ojos y los clava en lo míos, severo. Nuestras miradas se conectan por un par de segundos que me han parecido una eternidad. Finalmente alza la vista y se concentra en mi hermano.

—El diagnóstico de su médico es acertado. —Enmudece de nuevo.

Dejo caer la mandíbula, estupefacto. ¿Es lo único que dirá?

—¿Alguna sugerencia, Doctor Hyūga? —pregunta mi madre, también ansiosa.

Él hace un intercambio rápido de miradas con Itachi, que me parecen extrañamente cómplices y luego se enfoca en Mikoto.

—Continúen el tratamiento quimioterapéutico, les dará más tiempo para arreglar los servicios funerarios.

«¡¡¿Qué?!!»

De un momento a otro me veo abalanzándome encima del médico de cuarta y propinándole una buena tanda de golpes.

—¡Atrévete a repetir lo que dijiste, maldito! —le grito en la cara. Lleno de furia le doy un puñetazo en el estómago haciéndole expulsar un quejido.

Él trata de esquivarme y quitarme de encima. Escucho a mis espaldas, los gritos histéricos de Mikoto. Unos brazos me toman con fuerza y me arrastran lejos del bastardo.

—¡Suéltame, maldita sea! —Forcejeo para soltarme con la mirada fija en mi objetivo, quien tiene el rostro desencajado, puesto que lo he pillado con la guardia baja.

—Cálmate, Sasuke estás armando un escándalo. No ganas nada con golpearlo.

—¡Suéltame, Itachi! ¡Voy a matarlo!

El tipo se levanta y acomoda sus ropas mientras vuelve a poner su semblante impertérrito.

—No debió haber dicho eso —recrimina mi madre con mala cara.

—¿Hubiese preferido que le mintiera?

—¡Hizashi! —grita mi hermano, con una mirada de advertencia.

Él levanta los hombros y exhala.

—Lo lamento. —Hace una pequeña reverencia—. Pero no está en mis manos hacer algo por el Señor Uzumaki. —Enmudece por unos segundos y de nuevo puedo observar una furtiva mirada dirigida a Itachi. Inmediatamente, aclara su garganta y ésta vez, me mira directamente—. Lamentablemente, su esposo está en etapa terminal.

Presiono los puños con fuerza. Itachi lo nota y refuerza el agarre que mantiene sobre mis hombros.

—Mis condolencias… —El tipo comienza a caminar, pero antes de salir se detiene y voltea por sobre el hombro—. Itachi, debemos hablar.

Alzo la cabeza y miro a mi hermano, pidiendo una explicación.

Él asiente hacia el sujeto y éste continúa su camino.

—Honorarios —explica Itachi.

—Es un estafador —gruño.

—Tal vez, pero aún así, tengo responsabilidades que cumplir.

Lanzó un bufido inconforme. Mi madre se acerca y posa sus manos en mis mejillas.

—¿Estás bien, cariño? —Niego lentamente con la cabeza y me acerco para rodearla con mis brazos mientras reposo mi cabeza sobre su hombro. Ella corresponde con su cariño tan propio y acaricia mi espalda. Entonces, los sollozos hacen aparición.

«Nunca me he sentido peor»

 

 

***

 

—¡Teme, bájate!

—¡Olvídalo, usuratonkachi!

—¿Podrían dejar de gritar? Este es un hospital —pide amablemente la enfermera.

—Hazme caso, Naruto.

Me miras con el ceño fruncido y tuerces los labios.

—No me gusta —refunfuñas como niñito.

—No te estoy preguntando. Abre la boca.

Estoy de rodillas sobre la cama, obligándote a comer. Titubeas un segundo y suspiras derrotado. Sonrío triunfal, cuando finalmente terminas todo el plato.

Minutos después…

—Odio esto —dices con voz apagada.

Intento mostrarte mi mejor cara mientras escucho las arcadas.

—Lo sé.

Cada día se hace más difícil tu alimentación, no solo el hecho de que detestes la comida del hospital, sino el problema que representa que el tratamiento te impida mantener bocado y tus vómitos sean persistentes. Es la razón por la cual te pones como niño voluntarioso y te niegas a comer.

Tu salud cada día es peor. Estás débil, cada minuto es una lucha constante por sobrevivir. Tú lo notas y eso te deprime.

—La depresión no es un efecto colateral del cáncer, Sasuke. —Me siento en la cama y me atraes para recostarme en tu pecho. Escucho los lentos latidos de tu corazón y el mío propio se estremece. Alzo la cabeza y beso tu mejilla. Tú entrecierras los ojos y sonríes, una sonrisa triste que me sobrecoge—. La depresión es un efecto colateral de morir.

Cierras los ojos y una pequeña lágrima recorre tu mejilla, me apresuro a limpiarla con mi dedo y la llevo a mi labio con congoja.

—Tú no vas a morir.

Abres los ojos y me miras. Las bolsas bajo ellos son profundas, cada vez más oscuras.

—Tú eres el único que aún no lo ha aceptado. —Mueves la cabeza con desaprobación—. La verdad te golpea duramente a la cara, ¿por qué te niegas a verla?

—Tú no vas a morir. —Me aferro a tu pecho y repito mentalmente las palabras como un mantra. Convenciéndome de que yo soy quien tengo la razón.

Tu mano se desliza entre mis cabellos y los peinas con delicadeza.

—Vete a casa.

Me rehúso a dejarte—. Puedo quedarme ésta noche contigo —No tengo la mínima intensión de separarme de tu lado. Ni siquiera estoy seguro de la razón, pero no tengo un buen presentimiento, así que me apego más a tu cuerpo.

—De ninguna manera, tú te vas a casa y descansas —Me tomas de la barbilla y me lanzas una mirada significativa. Contraigo el rostro de disgusto y me presionas las mejillas para que separe los labios, entonces cuelas tu lengua haciéndome ahogar un gemido de sorpresa que a los pocos segundos se transforma en uno de placer cuando entrelazo la mía para juguetear con la tuya y me aferro a tu cuello para profundizar el beso.

El contacto inocente se ha tornado descarado y me descubro rozándome atrevidamente sobre tu cuerpo, cuando tus manos recorren mi espalda, doy un respingo placentero al notar el calor en mi trasero siendo estrujado por debajo del pantalón.

—¡Naruto! —Me separo en un impulso y mi cara comienza a arder de vergüenza cuando me miras con una ceja alzada y una sonrisa burlona.

—Vete a casa. —Mi cuerpo se estremece al escuchar tu voz con un tono bastante ronco. Asiento como autómata y me despido rápidamente con un beso en la frente. Salgo de la habitación y respiro profundamente para tranquilizar mis agitados latidos, cuando lo consigo salgo rumbo a casa.

 

***

Los días pasan a un ritmo verdaderamente exasperante. Visito al doctor a cargo de tu caso, con la clara esperanza de que me dé buenas noticias. Sin embargo, no recibo más que repetitivas opiniones que me enfurecen y me hacen sentir inútil. ¿Por qué no puedo hacer nada para salvarte?

Tu salud cada día está más deteriorada, tu semblante es enfermizo, te encuentras debilitado, inclusive para comer y lo peor es de todo es que estás odiándome, no necesitas decírmelo, lo sé. Me basta con verlo en tus ojos. Me detestas por mantenerte vivo en contra de tu voluntad, según tú, manteniéndote como un despojo humano. Es que ni siquiera eres capaz de comer por ti mismo. La fiebre te ha producido llagas en la garganta y tuve que autorizar que fueras alimentado por un tubo G. No puedes hacer nada solo y me reprochas haber perdido lo que temías, tu dignidad.

Suelo visitarte solo cuando me aseguran que duermes. De lo contrario, cierras los ojos para no tener que ver lo he convertido para ti, tu verdugo. Quizás estoy siendo egoísta, si tan solo pudieras entender que te amo tanto que no puedo dejarte ir.

—“Si tú mueres, yo también moriré”

Cuando te lo dije, arrojaste el control del televisor haciéndose añicos en la pared. Estabas furioso y me gritaste que si no podía ser una persona sensata, pedirías que alguien más tomara las decisiones. Desde entonces, te niegas a enfrentarme.

—“¡Has perdido la cabeza, Sasuke! ¡Lárgate, quiero dormir y tu presencia me molesta!”

Tuve que morderme los labios para no derrumbarme ahí mismo y salí de aquel lugar con el corazón destrozado.

Durante la noche tuviste una crisis y ahora permaneces conectado a una serie de máquinas, entre ellas: Un electrocardiógrafo y un respirador artificial.

Cuando lo supe, estaba aterrado, sobre todo porque no me lo notificaron y al entrar al hospital me advirtieron que no debía exaltarte o podrías tener una recaída. Decidí darte un pequeña visita que solo duró un par de segundos porque tuve que salir corriendo siendo víctima de una crisis nerviosa. Era demasiado para mí, y esto ha comenzado a superarme.

Mikoto me ha acompañado a casa porque no estaba en condiciones de conducir. Me siento pésimo, soy un inútil que lo único que hace es preocupar, inclusive más, a la gente a mi alrededor. Ella exige que coma, prepara un especie de caldo y me obliga a sentarme en la mesa, apenas e ingerido bocado cuando tu imagen aparece en mi mente y comienzo a sollozar de nuevo. Verte tan vulnerable, incapaz de valerte por ti mismo, dependiendo de una máquina para respirar y que tus latidos sean cada vez más lentos, es demasiado para mí. Mikoto se acerca para auxiliarme y entre tropezones me lleva a la cama. Prepara un té y me obliga a tomarlo, no me doy cuenta del momento en que dejé de llorar y me he quedado dormido.

 

***

Me levanto de la cama con pesadez, y me dirijo al baño para asearme dispuesto a ir directo al hospital. Me siento terrible, la cabeza me duele y tengo unas náuseas insoportables. Una vez hube terminado, tomo una taza de café, puesto que me apetece nada más y salgo por la puerta. Es un día muy frío, así que ajusto la bufanda en mi cuello y me dispongo a salir. Alzo la vista al cielo, no hay ni un solo rayo de luz, es un día gris. El móvil en mi bolsillo vibra. Lo saco y me doy cuenta que es un mensaje de texto de Itachi.

“Apresúrate, está muy mal”

Siento una presión en mi hombro y resulta ser mi madre, quien me observa con preocupación.

—¿Qué sucede, querido? —No digo nada, con mi mano temblorosa rebusco en el bolsillo de mi abrigo y saco las llaves del auto. Se las doy y apenas puedo balbucear:

—Conduce…

Llego al hospital y me muevo a toda prisa por los pasillos. Justo en la puerta de tu habitación, me encuentro con mi hermano, tiene los brazos cruzados y permanece cabizbajo. Nota mi presencia y clava sus oscuros ojos en los míos, puedo notar algo que me desgarra el alma: Compasión.

—No me digas que…

—Entra —me interrumpe—. Te está esperando.

Se aparta de la puerta y giro el pomo con temor. Trago sonoro e inspiro profundamente tratando de llenarme de un valor que no consigo cuando mis ojos se topan con ese par de orbes azules, opacas y tristes.

Escucho un quejido, eres tú. Me acerco para tomar la mano que dificultosamente me extiendes y me aferro a ella depositando un beso.

—¿Cómo estás?

¡Qué pregunta la mía! Tienes la mascarilla de oxigeno que te impide hablar y haces intento de quitarla pero no te lo permito. Entonces, te veo hacer un ligero movimiento de cabeza, me indica que necesitas decirme algo, así que la aparto.

—Tan solo un momento —te advierto.

—Teme… —Sonrío y acaricio tu mejilla con suavidad—. Perdóname por tratarte así…

—Shh… —Coloco mi dedo sobre tus labios—. No es necesario.

—Me voy. —Niegas con la cabeza. Tu voz es rasposa y apagada—. Me voy…

Comienzas a sonar desesperado y no puedo evitar sentirme de igual forma. Intento que mi voz salga tranquilizadora:

—No, vas a estar bien. —Pero solo consigo que salga quebrada.

—Sasuke… necesito que me prometas algo.

—¡No! ¡Tú vas a estar bien! —Comienzo a sonar exasperado. Te veo negar con la cabeza. Te ves triste, derrotado y sin fuerzas—. ¡Tienes que luchar, Naruto! ¡Lo prometiste!

—No, ya no puedo más —susurras entrecortadamente. Entonces no puedo evitarlo más y mis lágrimas escapan surcando mis mejillas—. Tienes que dejarme ir…

—¡Cállate! ¡No quiero oírte! ¡Sí puedes! —Siento el corazón desbocado y una desesperación jamás antes experimentada. Cierro los ojos con fuerza y me aferro a tu bata, colocando mi cabeza sobre tu pecho.

—Sasuke… —El contacto en mi cabeza me hace sentir desconsolado.

—Eso no me consuela, no puedes dejarme. —Intento decir entre sollozos.

—Mírame, teme —Me obligas a levantar la cabeza y me encuentro con tus ojos llenos de lágrimas—. Sé que duele, pero tarde o temprano llegaría éste momento.

—¡No! ¡No! —Te tomó de los hombros e intento hacerte entrar en razón—. No puedes dejarme solo, dobe. ¡No lo permitiré! —Me abalanzo sobre ti y capturo tus labios. El contacto fue tan estrepitoso que seguro te he hecho daño, pero poco después me correspondes.

No logro entenderlo, ¿cómo es posible que de un momento a otro te hayas puesto tan mal?

Me aparto y trato de limpiar mis lágrimas, pero no sirve de nada porque continúan saliendo.

—Escúchame —hablas con dificultad—. Necesito que me prometas algo, tómame en serio, Sasuke.

Me acomodo a un lado de la cama y te miro. Tu mano limpia mis mejillas, mientras las tuyas continúan húmedas.

—Prométeme que vas a seguir con tu vida. —Me muerdo el labio, mi mandíbula comienza a temblar—. Prométeme que serás fuerte. —Expulso el aire que hasta hace poco había logrado sostener y no puedo evitar el llanto—. Prométeme que serás feliz. —No puedo detenerme, todo mi cuerpo tiembla de dolor. Siento que acaricias mi espalda tratando de reconfortarme, pero no funciona.

¿Qué siga con mi vida cuando toda mi vida eres tú? ¿Qué sea fuerte para qué, si no me queda una razón? ¿Qué sea feliz? ¿Feliz mientras ya no te tengo? ¡¿Te das cuenta de las estupideces que me pides?!

Tomó un pañuelo de la mesa y limpio mis lágrimas, entonces logro encararte. Sigues manteniendo esa mirada compasiva.

—¿Sabes lo único que puedo prometerte, Naruto? —Te veo negar ligeramente con la cabeza. Me acomodo para sentarme más cerca y mirarte de frente. Entonces, acerco mi rostro al tuyo y te miro directamente a los ojos—: Te prometo que nunca… Jamás en la vida… voy a olvidarte. Y voy a amarte hasta que llegue el día en que deje de respirar.

Esbozas una pequeña sonrisa y un sollozo se escapa de tus labios. La fortaleza que aparentabas se derrumba y finalmente deja ver al hombre lleno de sensibilidad que siempre fuiste. Un hombre que es fuerte y decidido pero al mismo tiempo cariñoso e infantil, pero sobre todo humano, y que a pesar de haber estado siempre preparado para éste momento, en su lecho de muerte se muestra temeroso y afligido.

—Te amo, Uzumaki Naruto. —Reduzco la nimia distancia que nos separa y beso tus labios, un contacto cálido, gentil y delicado. Tu mano se cierne en mi nuca y luego me separo para besar los rastros de pesadumbre en tus mejillas. Depositas un suave beso en mi nariz y nos miramos.

—Te amo, Uchiha Sasuke —Sonríes como alguna vez lo hiciste. Esa sonrisa capaz de derretir los polos con su calidez.

—Uzumaki Sasuke —corrijo, una afirmación que te hace sonreír realizado.

—Los amo. —Besas mi frente y acaricias mi vientre. Alzo la vista y te miro confundido.

—¿A quiénes? —Pero no dices nada. Te quedas callado, simplemente viéndome. Tus facciones se suavizan y tu mirada comienza a sentirse lejana. Tus pupilas se dilatan y tu cuerpo se destensa. Aflojas el agarre en mi espalda. Tomo tus manos, pero no responden. Te miro a los ojos y el brillo se ha ido. Un sonido me hace incorporarme, es el electrocardiógrafo que emite un pitillo continúo y ahora solo se ve una simple línea.

—¡Naruto! —grito exaltado y te muevo de los hombros—. ¡Naruto! —No respondes y el sonido de la máquina, persiste. Comienzo a desesperarme. La puerta se abre de golpe y entran Mikoto e Itachi con un médico y una enfermera. Estos últimos se acercan para comprobar los aparatos—. ¡Dobe! —Te tomo de las mejillas y no siento tu respiración. Has cerrado completamente los ojos. El médico me mira pero no hace nada, tan solo niega con la cabeza y murmura algo que hace que me quiebre: “Lo lamento”. Mis latidos se disparan y trato de hacerte volver, de hacerte reaccionar. Te muevo con violencia, pero nada pasa y continúo llamándote, cada vez más fuerte. Sin embargo, nada sucede. Sigues entre mis brazos, inerte y nadie hace algo para ayudarte. Todos se limitan a verme con compasión, ¡como si yo necesitara eso!

—¡Hagan algo, maldita sea! —grito con todas mis fuerzas.

—No hay nada más que podamos hacer, Sasuke.

Mi madre comienza a llorar y yo no me he percatado del momento en que yo mismo lo he hecho, hasta que observo tu rostro bañado en ellas.

—Reacciona, Naruto. —Lo digo tan bajo que ha parecido un ruego—. Por favor, reacciona… —Comienzo a perderme. No puedo asimilarlo, no puedo. Cada segundo aumenta mi ansiedad, y empeora cuando Itachi se acerca para alejarme de tu lado. Intento aferrarme a ti, no permitiré que nos separen. Trato de forcejear pero mi hermano emplea toda su fuerza hasta doblegarme, le grito que se aparte, pero no cede. El aire comienza a escasear en mis pulmones y, apenas inteligibles son las frases que salen de mi boca. Todo se vuelve turbio, sé que he empezado a hiperventilar y lo único que logro ver es tu rostro pacífico y delicado antes de que una sábana blanca lo cubra —: ¡¡Naruto!! ¡No…! —grito aún más fuerte. Mis oídos zumban y mi cabeza comienza a palpitar, mi vista se nubla y de repente, todo se vuelve negro.

«Naruto…»

 

Notas finales:

¿Alguien necesita un kleenex? T_T

Hola guapuritas... jajaja #odioayuya

A que ha sido mejor sin advertencia,¿eh? El golpe venga sin aviso es más impactante. Aunque, sé que igual muchos lo veían venir.

Recuerdo cuando escribí este capítulo. La pantalla se veía borrosa y el teclado estaba pegajoso (puros mocos) jajaja Bueno, fue difícil y doloroso pero ciertamente satisfactorio el resultado. 

No estoy segura si este capítulo es más extenso o más corto que el anterior, yo lo he sentido más corto; no que eso sea relevante.

Confieso y declaro que no, no hay más capítulos escritos. No hay nada más escrito. This is the end... Así que si les gustó, dejenme saber en los comentarios. Sino les gustó, también. ¿Les gustó el final? ¿Se lo esperaban? ¿Qué lograron decifrar entre líneas? *muahahaha* ¿Les gustaría que hubiera otro capítulo? ¿Qué les hubiera gustado que pasara? Y si hubiera una continuación, ¿qué les gustaría que pase? Díganme todas sus impresiones, igual con mi falta de inspiración me animen a escribir...algo más. 

Podría ser el final y listo... o podría tener un conclusión diferente. Supongo que dependerá ahora sí de cuanto interés le impriman. Así que los animo a darme ánimos. jjajaja

Nos leemos en una próxima entrega. HABRÁ UN TERCER CAPÍTULO sólo que no sabría decir cuándo estará listo. Probablemente en un mes o tres. Necesito inspiración. )':

Por cierto, hace mucho que deje de leer en Amor Yaoi, o el fandom en español del todo porque pues ... ¿han visto Amor yaoi? No hay nada bueno. Está complicado encontrar buenos escritos y las autoras que escribían maravillosamente, pues desaparecieron, se esfumaron. Es terrible. Así que si tienen algún teroso por ahí que crean que me pueda gustar, así nivel Kuzay, Lady Sehkmet, o Naruko. ¡Pásenme el dato! ¡Pero sólo NARUSASU! SasuNaru ni de broma. 

Yo, por mi parte, quiero recomendar una página que es única que leo últimamente. No hay nada o casi nada en español, así que esto es sólo si saben inglés (penosamente). Se llama AO3 o Archiveofourown. Es muy buena.

También recomiendo estas autoras y/o fanfics; tambien en inglés. 

-shherie (La amodoro. La mayoría de sus fanfics son NS y son muy buenos).

_Fangirandiknowit (Esta chica escribe muy bien. Sus fanfics son NS y es maravillosa. Dense una vuelta por su perfil. "Accidental marriage"y "The sun within" son ufff recomendados".

_Gweatherwax o Weatherwax, está en FF.net. Tiene un fanfic titulado "Heatstroke" creo... es para ustedes las mentes sucias que quieren lemon en cada capítulo. Lemon guarro. Pues vayan. De paso aprenden hasta un poco de portugués  jajaja (Está en inglés pero la historia toma lugar en Brasil).

_Kizukatana. No es 100% de mi agrado porque es más SNS y eso significa que en la mayoría de sus historias Sasuke es más Activo que pasivo. Pero "The four horsement" es Narusasu. Igual pueden ojear sus otras historias, son grandes tramas pero como yo soy sensible con eso de los roles, así que si eso a ustedes les da muy igual, pues adelante.

_Y por último, hace unas semanas me encontré a Dashel. Su fanfic "The long way home", es pure gold. Deben ir a leerlo. Al igual que la autora anterior, tiende a intercambiar constantemente los roles en la cama, pero ella es NSN, es decir Sasuke estará siendo empotrado más que Naruto. Además sus personalidades son exasperantemente IC, es muy buena y ya el fanfic tiene 66 capítulos y sigue en emisión. Si tienen tiempo libre, vayan. YO no lo quería leer al principio pero terminé enganchadísima. Y está en FF.net

Creo que es todo por ahora. Tengo algunos fanfic más, pero de momento no recuerdo los títulos.

Recuerden pasar a la casilla de comentarios y digan "Hola". jaajaja

Se les quiere.

Saludos, Karan.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).