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Literatura Universal: Marqués de Sade por Lula Mato

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Notas del fanfic:

One Shot.

 

Temática: Sadomasoquismo.

 

Leer bajo su propia responsabilidad.

 

 

Notas del capitulo:

Bueno este es un One Shot que quise hacer desde que empecé a leer el libro 120 Jornadas en Sodoma escrito por Marqués de Sade, bastante explícito y crudo. Recomendable bajo su propia responsabilidad, puede herir susceptibilidades. 

En fin quería hacerlo BangLo, tomando como pareja a dos integrantes del grupo B.A.P,  pero en realidad es un escrito creo que queda mejor como ORIGINAL, así que ólo es cuestion de imaginar.

 

 

Es para todos ustedes, amores.

 

Espero que les guste, está un poco largo pero es bueno, y sin más que argumentar, creo que es hora de que lean.

 

¡A LEER!

 

 

 

I

 

El sol se cuela despampanante por la ventana de su cuarto, la vida afuera ya empezó desde las seis en punto sino es que antes. Jueves, él ama los jueves por un simple motivo que dura exactamente dos horas; esos 120 minutos bien aprovechados en una preciosa charla magistral tan cautivante, tan sublime, tan perfecta que a cualquier ser humano con oídos podría dejar anonadado.

 

Y no sólo por el contenido, que en efecto era excelente, sino por su interlocutor. El magister que recién había sacado su doctorado en Literatura Contemporánea mención América Latina y Europa, era sin duda un hombre demasiado culto como para trabajar en una universidad pública como la suya, obviamente esa era una de los comentarios que mantenía para sí mismo puesto que aquel hombre también a su sincera opinión era un regalo de los mismos dioses.

 

Joven. Y cuando digo joven es que el hombre para sus cortos treinta y dos años era ya capaz presumir el nivel más alto de educación a comparación con los más antiguos ex profesores y colegas de su querida carrera de Lengua y Literatura.

 

Inteligente. Demasiado, su profesor tenía una mente tan perspicaz, astuta, capaz y todos los adjetivos que quisiera el mundo otorgarle, era una mina de conocimientos que enmudecía a quien quiera.

 

Elocuente. Y eso era lo que definitivamente encloquecía a todos los alumnos de la carrera y oyentes que tuvieran la oportunidad verlo en faena. La sutilidad de su voz aún por sobre el tono barítono que posee es algo que derrite los átomos del cuerpo, él, a su humilde opinión encuentra, transforma y pronuncia perfectamente cada palabra, como si las pequeñas se enrollaran en su hábil lengua y murieran en un orgasmo auditivo en los oídos del estudiante.

 

En conclusión, era el profesor perfecto. Un mentor digno de ser reconocido en toda la cuidad, la provincia, el maldito país sino es que el mundo entero.

 

Por eso el pequeño adora los jueves, porque son dos horas de clase llenas de puros sentimientos, suspiros, miradas. ¡Oh las miradas del doctor! Ésas sí que estaban llenas de emociones, y es que escucharlo es una cosa, pero en conjunto cuando su boca y sus ojos se acompasan, la vida es más bella; las letras eran disparadas con felina agilidad una tras otra por entre aquellos labios carnosos mientras que su mirada se posa en la nada con cierto brillo esplendoroso que cautiva, que te conmueve, que te hace sentir plenamente lleno.

 

II

 

Y así con la sonrisa en el rostro como la mayor parte de su curso, era capaz de soportar el acudir a clases sólo por dos horas de bella charla.

 

La semana pasada fue como cada quince días, una lluvia de versos de toda clase, todo tipo de poeta. Aún recuerda como de sus exquisitos labios bien perfilados se escapaba aquel sensual verso de un poema de Baudelaire…

 

“Y tu cuerpo se alarga y se inclina

Como una barquilla

Que de borda se inclina, cayendo

su mástil al agua”

 

Ese instante fue inevitable para él, que atento con ojos perdidos en sus belfos, pensar en un extraño doble sentido del verso. Analizarlo de la manera más sucia, dejando atrás la profundidad y sentimiento que posee en realidad. Pensar en que es un cuerpo, su cuerpo, cabalgando, estremeciéndose, perforándose el alma sobre aquel mástil fuerte de carne de ningún otro más que el doctor literato, volviendo realidad una de sus fervientes fantasías.

 

Pero así como leía versos de los poetas malditos, caracterizados por su seca pero contradictoria manera de expresar la vida y la sexualidad cubierta de palabras que a veces no lograba comprender, habían días, como la primera vez que ingresó a la clase, su maestro no encontró mejor presentación que atravesar la puerta, dejar su maleta negra en la silla y la computarora aquel escritorio viejo de madera, para luego pararse en el centro de la pequeña tarima bajo el pizarrón y  declamar un verso del gran Neruda, que vivió y trascendió desde el otro lado del mundo, la América que tanto ama y ha visitado el educador.

 

“Y desde entonces soy porque tú eres

Y desde entonces eres, soy y somos,

Y por amor seré, serás, seremos.”

 

Pero esta semana sí habrá clases normales, aunque él inicia como de costumbre con alguna frase o fragmento bien guardado en su memoria para alentar al descubrimiento de nuevos escritos y autores.

 

-¿Qué crees que nos toque hoy?- Su compañera de asiento le despierta del habitual transe pre-clase que siempre se presenta en su mente cada jueves.

 

-Oí que íbamos a pasar a algo más fuerte por eso del concurso de “Literatura erótica para principiantes”- Dijo mientras destapaba una botella de agua, la necesitaba, era la única manera de mantener sus manos ocupadas para no parecer un pervertido asqueroso.

 

Ella atinó a dar un escueto “Oh” mientras la voz del maestro, gruesa, firme y demandante con toques cálidos a veces se pronunciaba con un “Buenos días señores y señoritas”. Él sólo miraba, no había conexión cerebro-lengua los jueves de nueve a once de la mañana. Mente fuera de servicio.

 

Cuidadosamente observando desde la segunda banca frente al escritorio él se enfocaba en sus manos, aquellas manos con dedos finos como alambres que a la par de verse suaves juraba podían desgajar a una persona. Que me desgaje a mí si quiere. Del fondo de su maleta sacó una carpeta con tapa negra y de ella la nómina del curso, para ser recién egresado era chapado a la antigua, con listas de alumnos en hojas de papel en lugar de computadora.

 

Empezó. Él únicamente esperaba ver la manera en que su manzana de Adán se movía cuando pronunciaba su apellido, y pueden tomarlo como un joven patético-obsesivo pero había notado que tenía un tic con su nombre. Después de que su manzana baile tras pronunciar su apellido paterno, se humedecía los labios para luego decir su nombre, enroscando la lengua en cada sílaba, deliciosamente bien pronunciada.

 

III

 

Los cincuenta y tres alumnos completos como siempre en sus horas.

 

Entonces se puso de pie y caminó directo al final del salón haciendo que todos se den vuelta para mirarle a la vez que él miraba la cuarta pared del aula.

 

Procedió.

 

-Semiótica- Su rostro dio vuelta y miró a todos –Interpretación de signos, les daré esa materia en cuarto semestre, pero esto es un anticipo- Su voz tenía un deje de tranquilidad, amor al hablar de su trabajo -Intenten adivinar la respuesta y el título del cuento- Y volvió a mirar la pared como si fuera un alumno castigado.

 

Todos asintieron y empezó.

 

-Escena en el infierno. Sacher-Masoch se acerca al marqués de Sade y, masoquísticamente, le ruega- En aquella pausa después de hablar con parsimonia letal, todos pueden asegurar que está sonriendo -¡Pégame, pégame! ¡Pégame fuerte, que me gusta!- Su voz varonil retumba no solo en las cuatro paredes donde se encuentran, sino en cada rincón inexplorado de los estudiantes a su cargo .-   El marqués de Sade levanta el puño, va a pegarle, pero se contiene a tiempo y, con la boca y la mirada crueles, sadísticamente le dice- Y se detiene.

 

Gira su cuerpo con la sonrisa que antes adivinaban los muchachos del aula. Una ladina llena de alegría, ver los rostros de sus alumnos con la boca abierta como única muestra de expresión, es algo que categoriza como delicioso.

 

Nadie dice nada. Ni una sola palabra, sin embargo expresan su frustración en un sonoro suspiro mientras él ríe. Esa risa entre gruesa e inocente, que al alumno sentado como dijimos, en la segunda banca frente al escritorio, se le antoja al tintinar de una campana o el rasgado en las cuerdas de una guitarra. 

 

-¿Nadie?- Pregunta una vez ya sentado en su escritorio con los antebrazos en el tablero. Esos brazos marcados con un buzo de algodón negro cuello alto ceñido al torso complementando el estilo de sus pantalones rotos en las rodillas y zapatos normales, lo único formal de su atuendo es una chaqueta de casimir negra.

 

Nadie responde.

 

-Interpreten los signos, vamos no es tan difícil- Repite y cada quien va saliendo del trance en  que los ha sumergido.

 

El alumno en frente suyo abre la boca para dar una opción vaga que le ha cruzado por la mente –Título de la obra, No-

 

-Tienes una parte de la idea pero está mal organizada- Sonríe descobijando sus blancas perlas –El título en realidad es “Sadismo y Masoquismo” y la respuesta que el Marqués de Sade le da a Sacher-Masoch es, no- Todos se miran unos a otros sin entender de qué habla, él vuelve a tomar posición frente a los muchachos.

 

-Señales, ya se los dije- Camina entre las filas de alumnos -Al momento en que el Marqués de Sade se contiene de golpear a su amante, es una señal, es ahí donde te das cuenta de que, al querer ser agredido Sacher-Masoch, Sade obviamente no lo complacería. Eh ahí el “No”, es predecible- Explica claramente, como siempre, con las palabras correctas y la punta de los dedos acariciando cada extremo de las bancas.

 

-¿Es por los nombres de los personajes que se llama sadismo y masoquismo?- Pregunta la compañera del joven sentado al extremo de la fila frente al computador del profesor.

 

-Exacto- Dice y regresa al escritorio no sin pasar la yema de sus dedos “inintencionadamente” por el anverso de la mano del muchacho.

 

IV

 

-El Marqués de Sade…- Aquel estudiante de quien ya hemos hablado bastante y posiblemente tengan idea que es el mismo de toda la lectura, mira con ojos de cordero a un profesor poseedor de mirada felina. ¿Qué se le viene a la mente cuando escucha ese nombre? Fue la pregunta que el maestro le hizo.

 

-Ciento veinte…- Tartamudea. No es que sea un pervertido pero es la más conocida -Días en…- El doctor asiente con el semblante serio y continua su camino hasta el final del salón, nuevamente, como lo ha hecho desde los últimos cuarenta y ocho minutos. No es que lleve la cuenta, para nada.

 

-Ya, obviamente es la más conocida, sí- Comenta con sabiduría a la clase –Pero en realidad el título es “Ciento veinte jornadas en Sodoma”, señorito- Y la última palabra al muchacho se le clavó en lo más hondo de su anatomía a pesar de la ola de risas que se desató en el paralelo -No lo digo con malicia- Su regaño muy delicado se extiende y acalla el murmullo -¿por qué pensáis mal? Si de esa manera se trataban en aquellos tiempos- El lenguaje extremadamente formal, político, pulcro que era expresado de sus labios en esa minúscula frase realmente causaba estragos en el muchacho, y no fue otro detonante más el hecho de que el mayor descansó su mano en el hombro del joven.

 

La clase continuó de manera regular. Una introducción de lo que se iba a tratar por pedido de la directora de carrera porque en poco se realizaría un concurso de relatos eróticos para los alumnos y debían estar informados sobre cómo hacerlo. La biografía de Marqués de Sade, sus obras a parte de la única que todo el mundo conocía, y a qué época pertenecía.

 

Entonces la pizarra se iluminó con la luz del proyector y un fragmento del libro antes mencionado por el muchacho se vio en letras negras. Dando paso, según pensaba nuevamente al deleite auditivo del aula, pero no fue así en realidad porque el maestro le pidió a nuestro muchacho leer “con claridad, pausadamente y sintiendo cada letra recorrer tu lengua” el párrafo que se encontraba ante sus ojos.

 

-Somos seres de perversidad inmensa cada uno de nosotros; villanos para quienes no existe más Dios que sus deseos, más leyes que los límites de su resistencia, más cuidados que sus placeres;- Pausa de medio segundo donde pudo apreciar el silencio del salón -sin principios, desenfrenados, disolutos, ateos. Indudablemente existen muy pocos excesos que no cometamos.- Una vez hubo terminado respiró profundamente, era la primera vez que leía en voz alta, no le temblaron las cuerdas vocales pero fue un alivio acabar con la tarea.

 

Sin embargo también se dio cuenta que su maestro estaba parado en el marco de la puerta justo a su recto, mirándolo con ojos de tiburón, totalmente negros, llenos de una expresión que puede categorizarse como curiosidad, lúgubre curiosidad teñida con lujuria.

 

-Levante la mano quién ha leído o está leyendo el libro- Pregunta lanzada a todos los presentes, aún con la mirada y brazos cruzados sobre el pecho, en dirección a su frágil cuerpo sumido en la más profunda sumisión.

 

Nadie levantó la mano.

 

La pregunta fue nuevamente formulada, pero esta vez, una mano tímida ubicada en el segundo escritorio, asiento al pasillo, se vio erguida en el aire. Los murmullos volvieron.

 

-Lo lees o leíste- Esos ojos, esa voz, esa presencia animal que tenía estaba acabando al muchacho poco a poco.

 

-Lo estoy leyendo- No titubeó, es más, le miró a los ojos en un lapsus brutus de valor autoimpuesto. Sus ojos chocaron y el big bang, explosión cósmica se repitió en medio del salón.

 

-Bien- Y él apartó la mirada. Esa masa de inteligencia y salvajismo apartó la mirada de un joven con escasos diecinueve años, ¿Era eso posible? ¿No rompía eso alguna ley gravitatoria que sujetaba a la Tierra? Porque ciertamente su mundo estaba derrumbándose, un escombro sin fin de inocencia, flotaba en el aire la capa más delgada de cordura y en la mente quedaron solo los instintos, el libertinaje, como explicaba el libro.

 

V

 

Él había dejado que un niñato le intimidara, no se lo creía. Nunca en la vida, en toda su existencia, ni en las más atrevidas situaciones se amilanó ante alguien, jamás, ni siquiera cuando su padre le regañaba por no sacar las notas más altas del grado en la segundaria. ¡Nunca, jamás!

 

Por eso sintió que todo lo que creía que construyó con su fuerte apariencia, con aquella primera impresión de hombre de hielo se había ido muy a la mierda. No entendía bien si se debía a su actitud calmada, si se trataba tal vez de su inocente rostro, aunque puede que hablemos también de esa anatomía que no se convertía en un hombre completo pero tampoco seguía siendo un puberto.

 

Es que ese muchachito tenía algo dentro que le cohibía, era un lado oscuro, bastante anormal para alguien de su edad, era un total misterio que estaba dispuesto a desentrañar.

 

A como dé lugar.

 

Sabía que a partir de que su hora se terminaba y todos salían a excepción de él y su amiga, porque para ser sinceros estaba consciente de que la mayoría de la población femenina suspiraba por él y que ese muchachito también lo hacía. Y él no era nadie como para despreciar la belleza del ser humano, por eso su filosofía igual a los dioses olímpicos se arraigó en su mente desde que inició el último año de secundaria. No iba a dejar pasar la belleza por culpa de los estereotipos y estigmas de la sociedad.

 

-Hey muchacho- Dijo cuando vio que ambos alumnos estaban dirigiéndose a la puerta -Debo hablar contigo, leer a Sade puede ser bastante confuso sin una correcta orientación, quiero saber si estás comprendiendo bien la idea que transmite en su texto- Ambos muchachos se miraron y ella sonrió para luego salir del lugar cerrando la puerta tras de sí.

 

Alumno, sentado en la primera banca, centro del aula, frente al pizarrón. Maestro, de pie frente al muchacho, con porte señorial sobre la tarima del salón. Ninguno decía nada.

 

-Sabías que el Marqués independientemente de la contemplación que le tienen gracias a su obra es muy diferente lo que quiere decir a los lectores ¿verdad?- Pregunta el adulto con los brazos cruzados, las piernas al recto de los hombros y cabeza erguida.

 

-Sí- Dice quedamente el muchacho mirando sus dedos -Él era moralista y de cierta manera quería dar a conocer los adulterios, crímenes y en general la vida que se llevaba en aquella época- Culminó sorprendiendo al maestro quien lo mira con ojos impávidos.

 

-Bien, en qué grupo te incluirías- Cuestiona nuevamente, esta vez ya sin ánimos de ser maestro o superior sino conocedor, persona normal, común y corriente.

 

El muchacho regresa su mirada hasta el adulto, duda ante la pregunta pero una luz le ilumina la parte de la nuca, acabando por entender a qué es que se refiere el maestro.

 

Duda, en realidad no porque no sepa, sino porque no sabe cuál es mejor.

 

-Jodedor o algún joven secuestrado- Dice secamente penetrando los indiscutiblemente bellos orbes brillantes del mayor. -Pero creo que mejor es ser jodedor. ¿Y usted?-

 

-¿Por qué?- A sabiendas que es de muy mal gusto responder a una pregunta con otra, lo hace. Es completamente necesario tener esa información, piensa.-Responde y luego te lo diré yo-

 

El joven lo mira indignado, pero las cosas son así, la jerarquía es importante para ellos y no le queda de otra.

 

-Los jodedores pueden follar a cualquiera y más aún si eres preferido de alguno de ellos, además eso te da cierto grado de inmunidad ante los ataques, aunque nadie está excelso de nada en la obra. Su turno- Cuando se trata de hablar sobre literatura ese muchacho tiene una seguridad monstruosa.

 

-Concuerdo contigo, si pudiera elegir a un jodedor, sería Hércule, simplemente es macabro, además de apuesto y bien dotado, aparte de ser favorito del Duque, eso da un toque de superioridad adicional- Contesta relajando el cuerpo mirando directamente a los ojos de su pequeña presa. Carne que piensa devorar.

 

VI

 

¿Qué había pasado?

 

De repente, se halla acorralado contra el gran  ventanal al costado izquierdo del escritorio con la camisa tirada a un costado de su cuerpo, la cremallera abajo y una mano rozando su miembro. Y a su mente se vienen las sesiones de masturbación que leyó en su celular las noches, desde hace un mes que había empezado con el libro.

 

Sentía besos húmedos intercalados con lamidas impúdicas a todo su cuello, para cómo se encontraban las cosas, la extensión de sus hombros ya llevaban un cardinal de chupetones de una gama colorida entre rojizas y moradas. Podía sentir cómo un pecho aún vestido estaba presionado contra su espalda y más aún el bulto al recto de su trasero. Todo estaba tan mal, alguien podía ver, pero él se sentía exquisitamente bien.

 

-¿Cómo negarse al placer del dolor si no se experimenta antes?- Las palabras en barítona nota se esparcieron acariciando cada célula de su humanidad, entonces se dio cuenta de que había firmado su propio contrato de tortura el momento en que se dejó besar después de la charla sobre el libro.

 

Pero no se iba a negar, definitivamente estaba decidido en acabar. Pase lo que pase.

 

-Pégame, pégame fuerte que me gusta- Le susurró a su maestro mientras le veía el rostro por encima de su hombro, éste solo se limitó a sonreír.

 

Al contrario con el cuento de Enrique Ánderson Imbert “Sadismo y Masoquismo”, sabía que él no le iba a negar su petición.

 

La mano que tenía en su miembro fue ascendiendo nuevamente por el vientre lampiño que poseía, y mientras recorría su camino iba dejando pellizcos pequeños hechos con mucha fuerza, seguramente algunos habían creado lastimados por las uñas largas del mayor. Él, por su parte, tenía la cabeza apoyada en el hombro a su espalda, con la zurda acariciando el muslo del mismo lado y de vez en cuando yendo y viniendo en caza por el miembro del su maestro.

 

Entonces fue apoyado en el escritorio con el trasero a la vista, aún llevaba pantalones pero el doctor se encargó de deshacerse de ellos de un solo tirón. Su trasero cubierto únicamente por la tela del bóxer blanco era algo realmente tentador. Recordó una parte de la lectura, su maestro hacía exactamente lo mismo, sin tocar su entrada, por debajo de los testículos, entre las piernas, iba y venía su miembro, rozando la piel delicada aún con la tela puesta, golpeando su propio glande contra el filo frío de la mesa de madera. Y no hubo cosa más morbosa en la existencia de ambos que los gemidos que más que eso parecían ronroneos del menor, el muchacho iba transformándose paulatimante en un minino blanco, puro y casto que sería pervertido hasta la saciedad.

 

Sus yemas estaban blancas de la fuerza con la que se sostenía en la ahora caliente superficie, tenía su miembro desnudo aplastado entre la madera y su cuerpo, no sabía qué era más delicioso, la fricción de su hombría contra la mesa o que su maestro de literatura le recitara fragmentos de la novela de Sade mientras con sus finos dedos le desgajaba el trasero a bofetadas.

 

VII

 

Sade había revivido y estaba en el aula sometiendo a ese pobre estudiante. Los ojos del mayor estaban negros completamente, cegados por el libertinaje, la lujuria y la pasión desmesurada.

 

Una vez hubo abofeteado hasta dejar morada cada nalga y hacer que con solo golpes salvajes el muchacho esparciera su semilla dos veces sobre el escritorio, lo levantó e hizo que regresara a su asiento de siempre. Él, adulto viril y bien proporcionado se bajó los pantalones y con su miembro azotó el rostro del muchacho hasta dejar sus mejillas rojas y los ojos llorosos, pero no eran lágrimas de dolor sino de puro placer.

 

Pobre joven estaba ahogándose en placer cada que el glande de su profesor le rozaba la campana de su garganta. -Trata más profundo- Le dijo alentándolo a realizar algo que el pequeño creía imposible.

 

Una y otra vez hasta que se hubo acostumbrado, podía sentir cómo sus labios rozaban deliciosamente los pliegues de aquellos testículos, y el mayor pensó que no había sensación más placentera que esa, el tocar con su anatomía los labios contrarios, el sentir cómo la úvula del más joven rozaba aquella vena que se extendía por la longitud de su miembro, el saber que estaba literalmente haciendo que el menor se tragara  y atragantara de su hombría. Y para el menor, el poder llevarlo hasta el éxtasis se había convertido en su objetivo de vida.

 

Lo estaba sometiendo y aún así continuaba aceptando sumergirse en un juego del que tal vez no haya retorno ni salvación. Las posiciones se invirtieron y ahora el mayor estaba con su rostro sumergido en el trasero contrario, su lengua iba y venía, los gemidos sonoros eran exasperantes, quería hacerlo gritar, partirlo en dos para saber si un mini Sacher-Masoch se escondía en ese cuero que devoraba fuertemente. Mordía sus muslos, pero si digo morder, es que en verdad lo hacía, el menor tenía marcas negras, y uno que otro hilo de sangre escurriendo por sus piernas, era una escena hermosa.

 

Ambos se deleitaban con el sufrimiento. Se querían arrancar los labios, morder el alma, taladrarse la vida en ese mismo instante.

 

Entonces, el mayor sin preparación alguna ingresó en la anatomía estrecha del alumno. Era una sensación de asfixia, ambos con las miradas idas por culpa del placer, no había gemidos a esta altura, se les había acabado ya.

 

Su estrechez estaba causándole mareos, y para el menor, el dolor era horripilante, sentía como si le estuvieran atravesando una sombrilla y estando adentro, la abrieran para desgarrarle las entrañas. Pero quería más. Quería ser desollado vivo si era necesario.

 

Golpe tras golpe, la petición se iba cumpliendo, el muchacho tenía las nalgas moradas, era una galaxia pintada en un lienzo de pasión. Él, insaciable, entraba y salía, una y otra vez, más fuerte que la anterior estocada. Sentía su paraíso estar a una penetración de distancia y no sabía cómo lograrlo. Es así que se las ingenió como pudo y metió cuatro dedos en la entrada del menor, aprisionando su miembro a la vez que entraba y salía con la ayuda de su mano, era una doble oleada de placer. Ninguno sabía cómo carajos estaba funcionando pero servía.

 

Pasaron los minutos y el éxtasis llegó, los labios fueron casi arrancados de su lugar, la sangre lamida de cualquier parte del cuerpo y ambos exhaustos por segundos dejaron de respirar.

 

Los cuerpos regresaron a la vida de su casi desdoblamiento y las miradas se cruzaron carentes de orientación, sentido, moral.

 

-Ni una palabra a nadie- Su voz retumbó en el espacio cerrado con olor a sexo, sangre y sudor.

 

-De acuerdo- El maestro concordó.

 

¿Cómo fue que las cosas llegaron a tal extremo? Eso fue salvajismo en su máxima expresión, la sociedad renacentista de seguro ya los habría quemado vivos.

 

¿Qué había sido eso?

 

Eso no fue sólo sexo, eso fue descontrol total, fue la última flor colocada en una tumba recién hecha. Fue un contrato de por vida sin plazo ni reglamento. 

 

 

 

Notas finales:

Si llegaste hasta acá, es proque ya acabaste todo.

¿estuvo largo, verdad?

Me haces saber qué tal te quedó el ojo con este escrito, a mi en lo personal me gustó mucho escribirlo.

Ah, y dime con qué pareja te lo imaginaste. 

 

BESOS

// Con mucha mucha baba *3* :P---___ //


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