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Q U I E N [ Falsas y reales motivaciones] por Blume QR

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Debes saber que... 
El ganador no es siempre el que recibe los elogios y que todos tienen una manera personal de hacernos entender. 
Corre por nuestra cuenta el tiempo que nos tome ver ambos aspectos.

 

Un crujir, similar al de la cerámica tras romperse, ajeno a todas las casas de la calle excepto a una, se escuchó fuertemente en la zona seguida de constantes gritos que se intercalaban entre una mujer mayor y un niño que con una evidente rabieta grita ¡Galletas! La gente del lugar, sabiendo lo que ocurriría a continuación, se acercó tanto a puertas como ventanas, impulsados por el morbo de ver como la vecina sacaba tirando de brazo a un pequeño de ojos hinchados de llorar.

-¡No puedo aguantarte! ¡Siempre haces lo mismo!- reclamaba  la señora jalando al niño hasta un poste de madera en el jardín, cuando llegaron, tomó una soga y lo ató al mismo por la cintura evitando que este volviera a la casa. -¡Deja de llorar!- pidió la mujer al borde del llanto también.

La historia de esos dos era bastante triste, lo que se sabía eran sólo rumores que no estaban del todo lejos de la realidad.

El niño era huérfano, sus padres murieron en un accidente automovilístico en dónde el pequeño de puro milagro se salvó, tras el luto, se cedió la custodia a la abuela paterna que, alegre, aceptó a su nieto como un ángel en su hogar, sin embargo, con forme este creció, se terminó volviendo un demonio.

Se malcrió aún sin nadie que lo consintiera debido a que la mujer era ante todo disciplina, no obstante, cualquier técnica, regaño o llamada de atención que utilizara para reprimirlo por sus travesuras era simplemente ignorada por el pequeño cuyo único talento visible era llorar. Harta de intentarlo todo sin resultado alguno,  lo sacó al patio para sujetarlo con una cuerda cual perro mientras este se revolvía en sus brazos intentado liberarse, al terminar, lo dejó allí sin prestarle mayor interés hasta que el niño simplemente dejó de llorar para más tarde entretenerse desamarrando el nudo que lo tenía prisionero.

Por otro lado, la abuela sonreía para sus adentros, aún sabiendo que no era la mejor solución, le ilusionaba haber encontrado al fin una manera de tranquilizar a la fiera por un escaso lapso de tiempo.

-Es que tú no sabes lo que es vivir con ese niño- argumentaba la señora cuando se veía acosada por las preguntas de los vecinos. -Intenta un día ponerle alto sin golpearlo -enfatizaba esa parte ya que ni ella se atrevía a ponerle un dedo encima-ya verás que en menos de una hora vas a devolverlo justamente allí...-añadía señalando el tan famoso poste.

Dicho y hecho, cada persona que se animó a controlarlo terminó rindiéndose dejándolo atado en el jardín al poco rato. La abuela reía ante las acciones e incluso, en algunas ocasiones, premiaba a su nieto por ayudarle a demostrar su punto...

Sin embargo, por más risas que aquello acarreara no dejaba de sentirse amargo. Lo que más deseaba la señora, viuda de Huang, era que su pequeño Tao entendiera que lo único que ella quería para él era lo mejor, pero a esa edad, el percatarnos de esos detalles es difícil e incluso imposible en la mayoría de los casos.

Por eso mismo el niño lloraba abiertamente en el jardín tirando del extremo de la soga buscando soltarse, mientras se removía como un loco en el suelo clamando por galletas hasta que, algo ocurrió.

-Soy Sehun...

Otro infante se puso frente al prisionero que, impresionado, dejó de llorar, usualmente nadie se le acercaba en esos momentos a no ser que fuese para burlarse. Hostil, el atado se hizo a un lado dejando una agradable distancia de 30 centímetros entre él y el observador.

-¿Quieres que te ayude?- cuestionó el recién llegado poniéndose de rodillas y sujetando la soga envuelta en la cintura del chico. Su intento de buena acción sólo fue premiada con un empujón que le dejó con el trasero en la tierra.

-¡No! Yo puedo sólo. - respondió el pelinegro.

-Nunca he visto que lo logres.- contestó el otro con inocencia.

-¡¿Qué sabes tú?!

-No sé. -levantó los hombros escondiendo después sus manos en los bolsillos de sus pantalones- Siempre te veo desde mi ventana y mi mamá también, de hecho ella está allá...-señaló al pórtico de la casa de alado en donde una mujer joven saludaba alegre. -Queremos que vayas a comer galletas con nosotros.

Desde abajo, el contrario lo observaba sorprendido, al girar en la dirección señalada se sonrojó lo suficiente como para ya no querer ir con ellos. Estaba avergonzado de que lo viesen llorando y atado como si fuese un perro, agregando también la suciedad que le cubría de pies a cabeza. Se sintió inferior al otro niño tan contrario a él, tan limpio.

Tragó duro. Curiosamente, fue la primera vez que le importó lo que pensaran de él...

-No puedo ir...-contestó rápidamente dándole las espalda- Estoy castigado- se excusó.

-¿Y cuando acaba tu castigo?- ese niño hablaba mucho. Tao quería que se fuera ¡Ya!

-Cuando me suelte.

-Ya veo...- Sehun tomó asiento a su lado y le observó atento.- En ese caso, me quedaré aquí hasta que lo logres.

-¿Y si no lo hago?

-Hace un momento dijiste que...

-¡Vete! ¡Ya vete! ¡No quiero verte!- explotó el moreno golpeando y pateando el suelo. -Nunca voy a soltarme...-las lágrimas comenzaron a brotarle de los ojos enjuagando sus mejillas cubiertas de mugre. -Nunca.

-En ese caso, volveré mañana también.

•  •

La señora Oh hizo a un lado la delgada cortina en ventana de la sala, sosteniendo su taza de té con la mano contraria, llamó a su hijo en un peculiar susurro para avisarle que la vecina había sacado a Tao nuevamente, al parecer peleaban por que el menor no se comió los vegetales.

Desde que se comenzó con aquella rara rutina, madre e hijo,  tendían a jugar a los espías observando al pequeño en el poste que no les daba más que lástima. Siempre sucio, llorón y con mocos intentaba huir hasta quedarse dormido en la tierra, sólo entonces, la abuela salía a desatarlo con lágrimas en los ojos gritando ¡Perdón! A todo pulmón. Era una pareja bastante singular en la que un cariño extraño se presentaba.

Pero de alguna manera lo entendían.

Sehun curioso y lleno de energía deseaba acercarse al prisionero para hacerlo su amigo ya que en el colegio no tenía ninguno. Argumentaba que eran muy tontos y que, al contrario de Tao, no necesitaba de alguien como él a su lado. No porque fuera menos, sino porque se consideraba demasiado para niños tan groseros mientras que, por otro lado, Tao emanaba algo que él ignoraba; provocaba acercarse.

Soledad.

-¿Irás hoy también?- preguntó la mamá observando al niño con una sonrisa de lado.

-Sí- respondió éste guardando un par de galletas en su pantalón.

Sehun llevaba tres semanas, sin falta, acercándose al pequeño con problemas, intentando ganarse su confianza estando simplemente a  su lado; aguardando a que se liberara para que al fin pudiesen jugar juntos, no obstante, los nudos eran difíciles de desatar y ni siquiera le permitía ayudarle.

El pequeño Oh salió de la casa dejando a su madre reflexionar todo respecto a la situación, desde que Sehun intentaba hablar con Tao, la gente se empeñaba en hacerle entender algo que ella creía nada más y nada menos que una estupidez.

"Se volverá loco igual que Huang"

"Comenzará a ser malcriado"

"Tú pequeño ángel lo perderemos"

"Deberían encerrarlo en una jaula como el animal que es" oyó decir a alguien que segundos después dejó con su palma marcada en el rostro. ¿Qué sabían ellos de vivir sin padres? Nada.

Pero ella ignoraba todo comentario sabiendo que el pequeño, lejos de que ser excluido, necesitaba de  alguien que lo hiciese sentir parte de algo y nadie mejor para dicha tarea que su hijo al cual no le negó volverse amigo del niño que siempre observaba con asombro a través del cristal.

• •

Al pasar las semanas, la abuela notó a su nieto más tranquilo, incluso le pedía que lo atase al poste aún si no hacía nada malo. Quien tiraba del otro ahora no era ella sino él que, de igual modo, insistía en que lo anudará de la manera más retadora posible ya que algún día lograría saltarse para al fin irse a jugar con Sehun.

La señora, pensando que se trataba de un amigo imaginario, decidió observar desde el pórtico la escena que venía después de dejar a Tao en el jardín. De la casa vecina un niño de cabello corto y sandalias salía corriendo para simplemente observar como el prisionero buscaba su libertad.

Sorprendida ante tan buena amistad -que supuso influenció en el comportamiento de su nieto- pasados ya varios días, fingió hacer el nudo más difícil y complicado de su vida cuando realmente no lo fue, hizo parecer de esa manera la soga que con sólo un tirón lograría deshacerse.

Y así fue...

En el momento en el que Tao pudo ver como la cuerda caía de su cintura al suelo se sintió tan feliz que lloró, no sólo ella sino ambos niños también ya que, Incrédulos, creyeron que aquello nunca sucedería.

Sehun comenzó a tirar de Tao en dirección a su casa pero este, se resistía diciendo que debía hacer algo antes, tomó la cuerda y corriendo llegó donde su abuela y con una sonrisa en el rostro, le dijo:

-Mira abuelita, lo logré. Ya nunca estaré castigado...-comentó el pequeño alegre dando saltitos.- Ahora... ¿Puedo ir a jugar a casa de Sehun?

La mujer sorprendida por aquella pregunta derramó aún más lágrimas tomando la soga entre sus manos. Tao nunca le había pedido permiso para nada hasta ese día, por lo que, llena de júbilo, le dijo que "Sí" antes de lanzarse hacia él y abrazarlo. El niño no supo reaccionar, no estaba acostumbrado a tales muestras de afecto o a ninguna otra, sin embargo, antes de irse, correspondió el abrazo para finalmente correr a lado de su nuevo y único amigo...

Notas finales:

Gracias por leer ouo)/


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