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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del fanfic:

 

 DISCLAIMER

 

    • Primero: los personajes no me pertenencen a mí si no al autor de Haikyuu!! (solo me pertenencen las ideas perversas que tengo sobre ellos y Furudate jamás publicará en la Shonen jaja)

 

    • Segundo: puede contener spoilers para los que no vayan al día con el manga o el anime. 

 

    • Tercero: La trama gira sobre todo en torno a la vida cotidiana de los chicos en la universidad, y las ridiculeces que hacen juntos. Las relaciones románticas son yaoi (abajo lo hetero (?)), pero al iniiiicio me dejo llevar más por la comedia que por el romance empalagoso (salvo algún cap ñoño por ahí, jaja). Y sí, hard habŕa. Pero no en el segundo párrafo. Sepan disculpar. Que lo disfruten en todo caso. Espero. Ojalá.  


ADVERTENCIA DE LEMON: Aviso que la historia al principio no gira en torno al lemon, hay escenas 1313 aquí y allá pero nada grave. HASTA el cap 10 xDDD en ese cap ya tenemos quemaduras de 1er grado (?) jajaja y a partir de ahí la cosa intensa se repite seguido. Por eso agrego la advertencia en la descripción de fic, pero hago este aviso para las posibles nuevas lectoras que lleguen pensando leer una historia que chorree sensualidad desde el inicio... pues no xDD lo siento. Hay!! Pero leve. Lo hard llega a partir del cap 10. Nada, eso, cuento con su compresión :B

 

Notas del capitulo:

La nueva vida de Oikawa en Tokio.

 

En el inicio de los tiempos odiaba a Oikawa. Porque hizo sufrir a Kags :( Ahora es un pj que me encanta y, si bien no es el único protagonista del fic, la mayor parte de lo que llevo de historia gira en torno a él. Maldita divakawa (?) jajaja

CAPÍTULO 1

 

La vida continuaba.

 

Eso, al menos, era lo que se había repetido Oikawa Tooru durante todo el viaje en tren que lo llevó hasta Tokio. No es que filosofara sobre la vida y el existencialismo, no, simplemente trataba de convencerse a sí mismo.

 

La vida continuaba.

 

Era una frase estúpida y demasiado usada, lo sabía, pero de algún modo le servía para reconfortarse ante el cambio repentino. Hacía pocas horas atrás su familia y algunos de sus amigos habían ido a despedirlo a la estación, por eso aún tenía vívida en la memoria la última imagen de todas esas personas agitando la mano, despidiéndolo y deseándole buena suerte, mientras el tren comenzaba a avanzar. Pero entre todos ellos faltaba la única persona cuya presencia más extrañaría: Iwaizumi Hajime.

 

Por supuesto que también extrañaría a su familia, sobre todo a su sobrino y enseñarle a jugar volley, y echaría de menos a sus amigos y las tonterías cotidianas compartidas. Pero eran sentimientos de nostalgia que podría sobrellevar, parte de la vida de todo el mundo. Lo difícil en este caso, lo que no estaba en sus planes (lo que en realidad nunca quiso ver entre sus planes, porque la realidad siempre estuvo ahí), era tener que separarse de Iwa-chan: su mejor amigo, su mejor aliado en la cancha, su eterno “Anti-Fan Nº 1”, su camarada espacial. Su primer amor, por mucho que le hubiese costado admitirlo a lo largo de todos sus años juntos.

 

Con todo eso en mente, Tooru llegó al pequeño complejo de apartamentos donde residiría de ahora en más. Quedaba a pocos minutos de la universidad y la mayoría de los inquilinos eran también universitarios. Bien podría haber optado por vivir en la residencia universitaria, pero Tooru tenía sus propios planes, los cuales no quería que fuesen interrumpidos por ningún compañero de residencia demasiado impertinente. Esos planes, por supuesto, incluían específicamente a Iwaizumi y algún futuro viaje a Tokio, durante el cual tuviese que hospedar a su mejor amigo.

 

Si es que vuelve a hablarme alguna vez en la vida”, pensó Tooru sombríamente, lo cual no era habitual en él.

 

Giró las llaves en la cerradura de su nuevo apartamento, abrió la puerta y entró los pocos bolsos que traía con él, porque el resto se lo mandarían luego con un servicio de envío. La luz del atardecer se filtraba por la ventana, tiñendo de anaranjado todo el lugar.

 

—¡Estoy en casa! —saludó a la sala vacía. La respuesta fue un silencio apacible.

 

No se molestó en acomodar las cosas que traía, ya lo haría más tarde. Ahora era momento de algo mucho más importante en la vida de todo hombre recién emancipado.

 

Un momento crucial y definitorio.

 

Era momento de hacerse bolita en algún rincón y:

 

a) Llorar hasta que los niveles de deshidratación pusieran en riesgo sus funciones renales.

 

b) Reírse histéricamente hasta que la mal función en este caso fuese de su diafragma y, con un poco de suerte, muriese sofocado.

 

c) Gritar como un loco desquiciado, tirándose de los pelos hasta que la calvicie pasara al primer puesto de sus preocupaciones actuales.

 

d) Todo lo anterior junto, por intervalos.

 

Obviamente optó por esta última opción, pero tratando de no despeinarse mucho. Si había ganado el premio al mejor Setter de la prefectura, nadie podía discutir que también merecía el premio al más dramático pero con estilo. ¿Pero por qué este despliegue irracional de emociones extrañas? Primero, porque era Oikawa Tooru y cualquier despliegue de lo que sea estaba bien en su caso, y segundo, porque no estaba seguro de haber cometido el mejor acierto o el peor error de su vida.

 

La noche anterior a su partida hacia Tokio, sus amigos y compañeros de preparatoria le habían hecho una pequeña despedida. Comieron afuera (Tooru mismo tuvo que pagar la parte de sus kohais porque perdió una apuesta con Hanamaki, así que técnicamente financió su propia fiesta de despedida), rieron a carcajada limpia en el karaoke (el recuerdo de Kyotani cantando-ladrando a dúo con Yahaba “Bella y Bestia sooon” lo hacía llorar pero de risa), y se entretuvieron en el centro comercial hasta la hora de despedirse. Después, como siempre, había vuelto a casa en compañía de Iwaizumi.

 

Hacía tiempo que Iwa-chan no se quedaba a dormir en casa de Tooru, pero esa última noche accedió misteriosamente fácil. Normalmente a Tooru le llevaba tres pelotazos en la cabeza, cuatro patadas en las espalda, dos apretones de oreja y unos treinta insultos, conseguir que su mejor amigo accediera a alguno de sus caprichos. Pero esa vez aceptó sólo con un par de insultos y unos pocos resoplidos. Tooru sabía que esa era su tosca forma de aceptar que también lo extrañaría, de algún modo.

 

Así que esa iba a ser la rutina de su última noche en casa: charlar hasta tarde con Iwa-chan, seguramente de volley, especular sobre lo que harían los más jóvenes en Aoba Johsai de ahora en adelante, hablarían mal de Ushijima y desearían que se lo lleve para siempre un plato volador (“¡No, ese es mi privilegio! ¡No permitiré que me gane en eso también!”, reclamaría Tooru); él lloriquearía sobre su futuro apartados, Iwazumi le daría un coscorrón y lo mandaría a hacerse hombre de una vez, se irían a dormir, y al otro día Hajime lo acompañaría a la estación junto con el resto. Esa era la idea original, lo que era habitual para ellos, la forma en la que discurría su relación.

 

Pero desde que Tooru había admitido ante sí mismo sus propios sentimientos por su mejor amigo, las cosas no solían salir como las planeaba, ni naturalmente como siempre. Todo se había vuelto más difícil e incómodo, temiendo delatarse de un momento a otro, echando todo a perder. Había podido disimular sus sentimientos todo este tiempo al estar siempre acompañados, justificando sus extrañas reacciones con su dramatismo personal porque se iría a Tokio solo, mientras todos los demás se quedaban en la prefectura, juntos. Sabía que Iwaizumi no creía sus pobres excusas, pero tampoco lo presionaba para indagar al respecto. De eso ya se encargaban Hanamaki y Mattsun.

 

Así pues, lo que él esperaba fuese una última noche compartida con su mejor amigo, una despedida a tantos años de amistad compartida como si fueran un combo, siempre juntos, ni tú sin mí ni yo sin ti, de alguna manera derivó en que lo estaba besando.

 

Besando.

 

A su mejor amigo.

 

Besando a su mejor amigo.

 

A su compañero, a su colega, su aliado en la cancha, su as, su todo. No supo en qué momento la conversación terminó en aquella situación, tampoco importaba. Lo que importaba era que Hajime se había quedado de piedra al inicio, producto del shock, pero luego le había devuelto el beso. ¡Estaba seguro que se lo había devuelto! No obstante, a los pocos segundos lo empujó con fuerza y le dio con el puño en la cabeza mientras le espetaba su repertorio habitual: Basurakawa, Mierdakawa, Idiotakawa, y un largo etcétera.

 

Tooru trató de explicarse, de declararse un poco tardíamente, pero declararse al fin, y todo lo que obtuvo como respuesta fue el ceño fruncido de Iwaizumi y un largo silencio.

 

—Es tarde —dijo Iwaizumi, con una fría calma mucho peor que el anterior estallido de furia. Dicho lo cual se metió en su futón de invitado y se dispuso a dormir sin decir más nada.

 

¿Tarde? ¿Tarde de horario? ¿O tarde para ellos? ¿Tarde para una relación que no fuese amistad? ¿Tarde para qué?

 

Tooru estaba desesperado, trató de retomar el tema pero a cambio solo recibió patadas por cada pregunta ansiosa, hasta que al fin decidió dejarlo estar para charlar con más calma en la mañana. Estaba seguro de que no podría dormir aquella noche, pero en algún momento cerró los ojos y al volverlos a abrir con la luz del sol, Iwaizumi ya no estaba allí. Se había levantado antes, marchándose sin decir nada, y después no fue a acompañarlo a la estación. Tooru por fin viajó hacia Tokio con el corazón en un puño.

 

¿Lo odiaría? ¿Le repugnaría? Aún si eso era cierto, Iwa-chan se había quedado aquella noche, había mantenido la promesa de pasar esa última noche en compañía uno del otro. Si realmente lo detestara se habría ido sin más… aunque la verdad era que por la mañana se fue sin siquiera decir adiós, claro. Y hasta ahora Tooru no había tenido el valor de mandarle un mail, ni hacerle una llamada. Ni tampoco había recibido ninguna de las dos cosas. Por todo eso y más, Oikawa Tooru, usualmente rebosante de confianza y siempre con una sonrisa presumida en los labios, no era ahora más que una masa de dudas e inseguridades, rodando por los rincones de su nuevo y pequeño apartamento.

 

La inercia de aquella lenta agonía se vio interrumpida por el ruido de unos golpes afuera, seguido de una estruendosa risotada y unas quejas. Seguramente se trataría de alguno de sus nuevos vecinos, y aunque no estaba de humor para ello, supuso que sería mejor presentarse cuanto antes. Así tendría algo con lo que distraerse por lo menos. Poniendo su mejor semblante, salió a cumplir con las formalidades de la convivencia.

 

—¡Soy mayor por un mes, técnicamente soy tu sempai de la vida misma, así que ríndete de una vez y acepta tu destino!

 

—Soy más alto que tú por dos centímetros, aquí el que debe rendirse, claramente, eres tú.

 

Frente a la puerta del apartamento vecino al de Tooru, dos muchachos discutían acaloradamente, con los bolsos de viaje a sus pies. Ambos eran altos, uno tenía el cabello negro y todo revuelto como si recién despertara, y el otro lo llevaba de punta, de color blanco con las raíces oscuras. Por la mente de Tooru pasó la imagen de un gato y un búho discutiendo por quién se comería primero un ratón.

 

—¡La sabiduría de la edad es más importante que la fuerza de la altura!

 

—Un mes no te hace más sabio, búho idiota. Ni un milenio entero, con ese cerebro de corcho...

 

—¡Respeta a tu…! —se interrumpió de golpe.— ¿Oya? —dijo el peliblanco al reparar en Tooru.

 

—¿Oya, oya? —replicó su compañero.

 

—¿Oya, oya, oya? —continuó el otro.

 

Tooru titubeó pero les dedicó una sonrisa encantadora, tratando de no pensar en que le gustaría vivir con Iwaizumi, tal como aquellos dos amigos parecía que iban hacer.

 

—Disculpen, no quería interrumpirlos, solo quería present…

 

—Oikawa Tooru, sí, te conocemos —repuso el moreno.

 

—¿Lo conocemos? —preguntó su compañero, estirando el cuello con los ojos como platos, lo cual le daba más aspecto de búho.

 

—Ignora a este idiota, soy Kuroo Tetsuro —le tendió la mano a Tooru.— Jugaba en el equipo de volley de la preparatoria de Nekoma, te he visto en la revista mensual de volley juvenil y algunos conocidos te han nombrado aquí y allá —explicó.

 

—Ya veo —repuso Tooru, recordando que la preparatoria Nekoma y Karasuno habían retomado su antiguo vínculo, y en el último tiempo habían compartido varios entrenamientos. No es que le agradara particularmente recordar a Karasuno, pero al menos era un tema que lo distraía bastante de su otra preocupación actual.

 

—¡Y yo soy el increíble as, Bokuto Kotaro! —se presentó el otro muchacho, balanceando el cuello de un lado al otro con más ganas.

 

Kuroo resopló con una mano en la cadera.

 

—¿Qué tienes de increíble si sólo estás entre los cinco mejores, y este chico viene de una prefectura con uno de los TRES mejores ases?

 

Parecía que Bokuto iba a replicarle algo acalorado a su amigo, con la mano en alto y el pecho hinchado, pero al instante se desinfló entero y pareció ponerse mustio como una planta disecada. Sacó su celular y se dio la vuelta, tecleando todo encorvado.

 

—Hay gente presente. ¿Qué rayos haces? —lo interpeló Kuroo.

 

—Le mando un mail a Akaashi —murmuró con un mohín.— Le diré que no me de más pases por un tiempo, no estoy de ánimo.

 

—No te dará pases nunca más, Bokuto, él sigue en la preparatoria y tú ya estás en la universidad.

 

Bokuto giró tan rápido la cabeza que Tooru hubiese jurado escuchar su cervical partiéndose, al igual que su corazón, aparentemente. Parecía que la realidad acababa de atravesarle el encéfalo como un rayo.

 

—¡AKAAAAASHIIIII! —exclamó mientras se dejaba caer junto a su bolso y parecía volverse de piedra.

 

—¿Estará bien? —preguntó Tooru, con crecientes ganas de unirse al tal Bokuto en su depresión, solo que él gritaría “IWA-CHAAAAAAAAN”.

 

Kuroo esbozó una sonrisa socarrona.

 

—Solo ignóralo, se le pasará en un rato —dicho lo cual se inclinó junto a su amigo y se lo cargó sobre la espalda, mientras Bokuto murmuraba “Akaashi. Nunca más. Pases. Akaashi. Nunca más. Pases. Akaashi. Akaashi. Akaaaaaaashi”, como un mantra.— ¿Podrías abrir la puerta por mí, por favor?

 

—Seguro —repuso Tooru, abriéndole la puerta que ya tenía la llave colgando en la cerradura.

 

—¡Hey, un momento! —exclamó entonces Bokuto, volviendo en sí de pronto.— ¡Aún no habíamos decidido quién cargaría a quién al traspasar la puerta!

 

—Resulta obvio que no tienes la altura física ni moral para cargarme en tan importante paso…

 

—¡Y una mierda! —pataleó para que Kuroo lo bajara de su espalda, sin éxito.— ¡El Bro mayor carga al Bro menor, es regla de vida! ¿Tú que opinas, Oiwaka?

 

—Oikawa —lo corrigió Tooru, haciendo una mueca ante lo parecido al apodo “Ushiwaka” con que él molestaba a Ushijima, aunque el otro estúpido mononeuronal nunca pareciera notar que le tomaban el pelo.— Opino que es bueno que el as se deje cargar por su equipo de vez en cuando —repuso, yéndose por la tangente.— Un as sabio entiende cuándo cargar y cuándo ser cargado.

 

Kuroo le sonrió disimuladamente pero no dijo nada mientras Bokuto asimilaba las palabras de Oikawa.

 

—La sabiduría del as me imbuye, por hoy me dejaré cargar, entonces —puntualizó Bokuto cruzando los brazos con aire de realeza.— Y tú, Oiwaka…

 

—Oikawa.

 

—Lo que sea, me caes bien, te invito a nuestro primer owlmelette en casa nueva.

 

—Oh, vaya, ¿la sabiduría del as abarca la cocina también? —preguntó Tooru, sonriendo.

 

—Exacto. Me mantengo sabiamente alejado de la cocina.

 

Kuroo lanzó un resoplido y se dispuso a entrar.

 

—Vamos, ven tú también, Oikawa, hay que festejar el inicio de un nuevo ciclo.

 

—¡Quiero mi owlmelette con carne! —iba cantando Bokuto.

 

—Olvídalo.

 

Tooru fue a cerrar con llave la puerta de su casa antes de volver con sus nuevos y complejos compañeros. En ese momento su celular sonó y el estómago se le fue a los tobillos al ver que se trataba de un mensaje de Iwa-chan.

 

Nos vemos” era todo lo que decía el texto, pero era más que suficiente para entender. El corazón de pronto parecía querer saltar de su pecho y salir corriendo por la calle. Tooru se apretó los ojos con la mano izquierda para no echarse a llorar como un crío, al tiempo que escuchaba gritos provenientes del otro lado de la pared.

 

—¡LA CUCARACHAAA! ¡LA CUCARACHA VOLÓ! ¡VOLÓ COMO UN AS REMATANDO, BRO! ¡AHHHHHHHHHHHHHHH!

 

—¡DEJA DE CORRER POR LA CASA!

 

—¡BLOQUÉALA! ¿NO ERES UN BLOQUEADOR CENTRAL ACASO? ¡HAZ ALGO! ¡AHHH!

 

Por supuesto. Te veo hasta en sueños ;P”, respondió Tooru en el celular, y salió hacia el apartamento de sus vecinos. Cuando atravesaba la puerta de ellos, recibió otro mensaje.

 

Ve y muérete, Mierdakawa”.

 

Tooru sonrió con ganas esta vez, entrando para ver a Bokuto enroscado en la cortina de la ventana, llamando a gritos al tal Akaashi como si la vida le fuese en ello; al mismo tiempo Kuroo seguía la trayectoria aérea de la cucaracha con ojos de concentración felina, en tanto sostenía una pantufla en una mano y un huevo en la otra, presumiblemente para el omelette. Pero a último momento lanzó el huevo en lugar de la pantufla para neutralizar al bicho, y Bokuto terminó con un omelette de cucaracha crudo en la cabeza.

 

Oikawa Tooru apretó el celular en su bolsillo y largó una sonora carcajada.

 

La vida continuaba, definitivamente.

 

 

 

 

Notas finales:

Como verán no hay mucho romance aún, pero es que me tomo las cosas con calma y humor. Quizá demasiado xDDD en los prox cap hay más amorío (?) lo prometo.  


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