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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del capitulo:

la decisión de Kenma... muy difícil, ¿eh? Elegir a Kuroo *le pega al pj*

CAPÍTULO 13

 

 

 

No volveré a hacerlo. Tocarte, abrazarte… no volveré a hacerlo.

 

Aquella tarde de verano, tres años atrás, también llovía. Una fuerte tormenta rugía en el cielo, descargando su furia con potentes truenos y relámpagos, mientras ventiscas ululantes agitaban los árboles y la lluvia caía como una cortina. La naturaleza parecía decidida a destruir el orden del mundo ese día, o al menos ponerlo patas arriba por unas horas. Y, de alguna manera, lo hizo.

 

Kenma y Kuroo, que por aquel entonces tenían catorce y quinces años respectivamente, se encontraban en la habitación de este último, ambos sentados en la cama, frente a frente. Kenma jugaba con su PSP mientras Kuroo le pasaba una toalla por la cabeza, para secarle el cabello. La tormenta los había sorprendido de camino a casa después de practicar pases de volley en el parque.

 

—Si no te secas bien el pelo te vas a resfriar —le había advertido Kuroo a su amigo, que se había limitado a dejar caer la toalla sobre su cabeza para continuar concentrado en su juego. Como Kenma siguió sin hacerle caso, Kuroo chasqueó la lengua y se encargó él mismo de la tarea.

 

Kenma lo dejó hacer. Era normal que Kuroo se hiciera cargo de él hasta en esos mínimos detalles, cuando perdía la paciencia ante la falta de proactividad del chico. Su relación era así desde que se conocieron de pequeños, cuando Kenma erá aún más reacio a relacionarse con la gente y Kuroo, ignorando la reticencia del chico, se impuso como su amigo más cercano sin pedir permiso ni perdón.

 

El mundo siempre había sido un lugar algo incomprensible para Kenma. Un lugar agresivo, vertiginoso, lleno de ruidos confusos y voces estridentes, demandantes. Un lugar donde todos parecían correr a todos lados, apurados en todo momento; apurados en crecer, en vivir, apurados en morir. Un lugar donde no encajaba, donde su ritmo jamás alcanzaba al resto; donde su personalidad no se adaptaba a las expectativas. Un lugar que no era su lugar, y sentía que jamás lo sería. Por eso prefería aislarse, no molestar ni ser molestado, evitarse la ansiedad y el nerviosismo. Sin embargo, cuando lo conoció a Kuroo, el mundo de pronto se volvió un sitio menos hostil.

 

Así habían crecido, siempre uno al lado del otro, uno cuidando y el otro dejándose cuidar. No obstante, más allá de la comodidad de ser atendido, Kenma había descubierto que le resultaba muy agradable el tacto de su amigo, y aunque nunca lo había dicho en voz alta, no perdía oportunidad para ser tratado así. De lo que no era consciente era que Kuroo tampoco dejaba pasar ninguna oportunidad para hacerlo.

 

Y allí estaban esa tarde lluviosa de verano, sentados uno frente al otro. Estaban casi en penumbras, el cuarto a penas iluminado por el último resplandor de la tarde y los fugaces destellos de los relámpagos que se filtraban por la ventana. Aún concentrado en su juego, Kenma movió la cara para que su mejilla rozara el brazo de Kuroo, frotándolo como un gatito que busca mimos. Era un acto casi inconsciente, simplemente le gustaba el calor de la piel de su amigo. Las manos de Kuroo entonces se quedaron quietas sobre su cabeza, y todo él pareció permanecer estático de golpe. Su cuerpo irradiaba la misma tensión acumulada que las oscuras nubes de tormenta en el cielo, contenedoras de un potencial eléctrico a punto de explotar.

 

Kenma levantó la vista con curiosidad ante la súbita quietud de su compañero, y encontró que Kuroo se inclinaba sobre él, acercando su rostro. Sus labios se encontraron en un roce tan ligero como el aleteo de una mariposa, mientras los iluminaba un repentino relámpago. Se miraron un instante en penumbras, dubitativos, expectantes, con la electricidad recorrieron su piel, durante el tiempo exacto en que le tomó llegar al trueno y hacer retumbar los vidrios. Entonces la boca de Kuroo capturó los labios de Kenma con más ímpetu, y la tormenta se desató puertas adentro.

 

A esa tarde le siguieron muchas otras; tardes de besos en un principio inexpertos, a veces tímidos, temerosos, de pronto voraces, insaciables; tardes de caricias torpes pero anhelantes, de palabras no dichas y abrazos cargados de significados silenciosos. Con el tiempo, y cuando por fin alcanzaron una intimidad total, Kenma aprendió que todo aquello que no lograba expresarle a Kuroo en voz alta, podía hacerlo a través de su cuerpo. A través del roce de su piel, del encuentro de sus cuerpos, le transmitía todo lo que su voz no era lo suficientemente valiente para expresar.

 

De haber tenido mayor coraje, Kenma le habría dicho a Kuroo que el mundo seguía pareciéndole hostil e incomprensible, pero que por fin había encontrado su lugar en él… y ese lugar era a su lado. Creía que de alguna manera le había transmitido ese mensaje durante todas aquellas tardes de verano, esos momentos robados en los rincones, esas interminables noches a escondidas… Sin embargo, parecía que aquello no había bastado.

 

No volveré a hacerlo. Tocarte, abrazarte… no volveré a hacerlo.

 

Kenma sabía que su actitud por demás tranquila y su falta de expresividad verbal eran algo que podía generar malos entendidos, pero confiaba en que Kuroo lo entendía de todas formas. La complicación surgió cuando la época de estar juntos todo el tiempo llegó a su fin.

 

—Me mudaré con Bokuto en primavera —anunció Kuroo un día.

 

A partir de entonces, ya no hubo contacto físico cotidiano que pudiese reemplazar las palabras. Ya no hubo quien estuviera pendiente de Kenma todo el tiempo, retándolo, motivándolo, cuidándolo. Aunque jamás dijo nada a nadie, para Kenma aquel primer tiempo por su cuenta resultó particularmente difícil, lleno de ansiedades e incertidumbre. No obstante, la única forma en que lo demostró fue siendo más reservado y antisocial que de costumbre, cosa que a nadie le pareció algo raro. Otra vez albergó ganas de abandonar el club de volley, como le había sucedido en primer año. Aquella vez había sido Kuroo quien lo convenció de no rendirse, pero ahora no estaba allí para contenerlo o motivarlo. Y a pesar de que sus compañeros de equipo eran todos amables y simpáticos con él, ninguno era Kuroo.

 

Kenma permaneció en aquel limbo existencial durante todo el primer mes desde que Kuroo se fue, hasta que un día, no supo muy bien ni cómo ni por qué, algo hizo click en su cabeza. Kuroo no lo había abandonado ni dejado atrás, solo era él mismo, Kenma, quien no podía seguir adelante, no avanzaba; y si no lo hacía, nunca lo alcanzaría. Kuroo se alejaría cada vez más, en múltiples aspectos. Kenma podía dejar que las cosas siguieran su curso de esa forma, o podía esforzarse en cambiar la suerte. Y por primera vez en su vida, decidió que avanzaría por su cuenta, por mucho que le costase. Decidió tomárselo como si se tratara de un juego RPG y tuviera que ir juntando experiencia y derrotando jefes para subir de niveles.

 

El primer jefe a derrotar era el club. Ir día a día a los entrenamientos de volley le resultaba tremendamente agotador y desgastante (sobre todo por los nuevos miembros), pero se motivaba diciéndose que si no podía con aquello, mejor era darse por vencido en alcanzar a Kuroo. Poco a poco su coordinación con Lev fue mejorando, a medida que el entusiasta rematador pulía sus propias habilidades. Kenma lo visualizaba como un pokemón al que iba entrenando hasta trabajar a la perfección juntos, y de ese modo descubrió que un parte de él, por pequeña que fuese, empezaba a disfrutar del club.

 

El siguiente jefe era la interacción social. Era consciente de que jamás sería la persona más carismática y sociable del planeta, ni aspiraba a serlo, pues no le interesaba. Pero si pretendía crecer y sobrevivir en la sociedad sin depender de la intervención constante de Kuroo, más le valía aprender a desenvolverse mejor. Fracasó continuamente en sus intentos de entablar conversación con compañeros de curso, no lograba encontrar el momento ni el tema adecuado; tampoco le fue mejor tratando de no apartar la vista cuando la gente lo miraba a los ojos. Finalmente descubrió un modo de ir acostumbrándose a tratar con la gente: practicando con Hinata y Lev. Era un método realmente obvio, en verdad. Los dos chicos eran totalmente opuestos a su personalidad, pero por alguna razón lograba conectar con ellos y no le resultaba tan difícil interactuar con ambos. Lev jamás notó que era un conejillo de indias, él aprovechaba alegremente la oportunidad de compartir el tiempo con su sempai y aprender más de volley. Hinata, igual de ignorante que Lev, no reparó nunca en que Kenma comenzó a iniciar charlas por mensaje más activamente, hablando de todo.

 

Así pasaron los siguientes dos meses, y Kenma fue avanzando paso a paso, a ritmo lento, pero avanzando al fin. Cuando estaban por llegar las vacaciones de verano le propuso a Hinata que se quedara en Tokio unos días, después de que terminaran con el campamento de entrenamiento de verano. Su idea era que aquella fuese la prueba final de la socialización. Mientras esa parte de su vida parecía ir asentándose, crecían en su interior la ansiedad y la expectativa por el regreso de Kuroo a su casa, quien solo se quedaría la primera semana de vacaciones.

 

Sin embargo, el día anterior al regreso de Kuroo, Kenma recibió una llamada repentina de Hinata, pidiéndole si podía quedarse en Tokio una semana antes del campamento de entrenamiento, y no después. En verdad Kenma tenía más ganas de dedicarle aquellos días a Kuroo, pero Hinata sonaba casi desesperado, y se dijo que con su nueva política social, no podía abandonar a un amigo en apuros. Así pues, Hinata llegó antes de lo previsto. Se mostraba alegre y charlatán como siempre, pero Kenma detectaba un dejo de nerviosismo en sus gestos.

 

—¿Estás bien? —le preguntó en un momento, cuando Hinata paró con su cháchara interminable de dudas sobre Tokio.

 

—¡Sí, claro! —repuso el chico con una sonrisa brillante.— No, en verdad no, yo… ¡KENMA-SAN!

 

—¿Q-q-qué sucede? —se preocupó al ver que Hinata caía de rodillas al suelo, sosteniéndose la cabeza.

 

—¡Kenma-san, yo… yo… ! ¡UWAAAHHH! —se restregaba los pelos como un loco.— ¡ME DECLARÉ!

 

Kenma parpadeó, sin entender.

 

—¿Qué declaraste?

 

—¡Me declaré! —repitió Hinata.— ¡A la persona que me gusta!

 

—Oh… ¡Ah! —asintió.— Ya veo. ¿Felicidades? Supongo —se felicitaba a la gente en situaciones así, ¿verdad?

 

—¡No, no me felicites! —el chico se había dejado caer hacia adelante, apoyando las manos en el piso.— ¡Fue un desastre!

 

—Oh, lo siento, ¿te rechazó?

 

—¡Sí! ¡No! ¡NO LO SÉ!

 

Kenma estaba cada vez más confundido, y ya no sabía qué decir. Pero no hizo falta que dijera nada porque Hinata continuó hablando, desesperado.

 

—Estábamos practicando, no recuerdo ni por qué empezamos a discutir, gritándonos de todo, y entonces… entonces… ¡Fui y lo dije! ¡LO DIJE!

 

—¿El qué?

 

—¡QUE ME GUSTA!

 

—Ah, cierto —asintió, pensativo.— ¿Y eso es malo?

 

—¡Demasiado! ¡Porque también lo besé! —empezó a rodar por el suelo.— Encima el imbécil me ignoró y siguió insultándome por el volley ¡Qué vergüenza! ¡Ahhhhhh! ¡Qué vergüenzaaaaaa! —rodó con más ganas.— ¡Oh, Dios, de todas las personas, por qué justo él!

 

—¿Por eso quisiste venir antes?

 

Hinata paró de rodar y se sentó abrazado a sus rodillas.

 

—Sí… lo siento si me impuse, Kenma-san.

 

—No pasa nada —lo miró con curiosidad.— Pero tú no eres de las personas que huyen, Shouyo, es raro.

 

—No estoy huyendo para siempre, solo no sabía cómo enfrentarlo por ahora —hizo un mohín.— Yo y mi gran bocota incapaz de callarse.

 

Kenma sonrió un poco.

 

—Creo que eso es algo bueno —recogió las piernas sobre la cama y también se las abrazó.— Quisiera poder decirle las cosas con tanta facilidad a esa persona.

 

Hinata levantó la vista con los ojos muy abiertos.

 

—¿Te gusta alguien? —preguntó muy asombrado. Cuando el chico asintió, se entusiasmó.— ¿Se lo dijiste? —Kenma negó con la cabeza.— ¿Por qué no?

 

—No lo sé —encogió un hombro.— Siempre di por sentado que lo sabía…

 

—¿Entonces sabes si le gustas a esa persona? —cuando Kenma asintió. Hinata volvió a rodar por el piso pero gritando triunfal por su amigo.— ¡Debes decírselo!

 

—E-eso quiero intentar…

 

—¡Ve y grítaselo en la cara!

 

—Hum… no, bueno, no creo que… —dejó la frase inconclusa. A tanto no podría llegar.

 

—Cierto, no es bueno gritar esa clase de cosas en la cara —dijo Hinata recordando su propio exabrupto.— ¡WAHHH, LA VERGÜENZA VUELVEEE! ¡AHHHH!

 

Pasaron el resto de la noche charlando de todo y nada y jugando videjouegos. A la mañana siguiente llegó Kuroo. Kenma se creía preparado para tratar de demostrarle su nuevo yo ligeramente mejorado; quizá todavía no era una versión 3.0, pero al menos se había actualizado a la 1.5. Sin embargo, al momento de verlo parado allí enfrente suyo después de todo ese tiempo, el nerviosismo le ganó y se encerró en su impasibilidad habitual. Hinata, ajeno totalmente al hecho de que Kuroo era la persona de quien hablaba Kenma, no ayudó demasiado.

 

Así pasó esa semana sin que Kenma pudiera decirle nada a Kuroo, mientras el muchacho le robaba besos repentinos y caricias fugaces por los rincones, siempre que Hinata no estuviese atento. Sin embargo, había algo inusual en sus acercamientos, algo escondido, una especie de incomodidad contenida. Kenma pensó que sería solo su imaginación sobrealimentada por la preocupación últimamente. Días después Kuroo se fue y los más jóvenes tuvieron el campamento de volley. Llegado el siguiente fin de semana, Kenma estaba tan agotado que solo tenía ganas de recluirse en su habitación y no existir durante días.

 

—Vendrás a la playa, ¿verdad? —le preguntó Hinata muy animado, la última noche del campamento.

 

—No, no me gusta el sol…

 

—¡Oh, por favor, ven, será divertido! —insistió el chico.— ¡Daichi-san avisó que se pasaría por la playa junto con los demás ex capitanes!

 

Entonces estaría Kuroo.

 

—Iré —cambió de parecer Kenma al instante.

 

Sin embargo, durante el día en la playa nuevamente no fue capaz de decirle nada a Kuroo, ni de mostrarle los pequeños progresos que había hecho. Cuando Hinata lo quería arrastrar al agua y Kuroo intercedió para que no lo presionara, Kenma pensó en mostrarle que ya no era tan débil como antes, y que ahora podía enfrentarse a esas pequeñas molestias cotidianas. Pero no usó las palabras correctas y el resto del día Kuroo no se volvió a dirigir a él. Y no solo eso, Hinata terminó discutiendo con su compañero por su culpa, aunque no entendiera muy bien por qué.

 

Había algo en el aire que no auguraba nada bueno, Kenma de algún modo presentía que debía hablar ahora o callar para siempre. Durante el resto de la tarde se armó de todo el valor que pudo, el estómago le dolía de anticipación. No pudo encontrar un momento en que Kuroo estuviese a solas o desocupado hasta que cayó la noche y empezó el show de fuego artificiales. Lo divisó caminando solo hacia una zona apartada de la playa y lo siguió, repitiéndose mentalmente que no era tan difícil, que solo se trataba de palabras, que Hinata lo había animado toda la semana para que hiciera aquello. Inspiró con fuerza al ver que Kuroo se detenía y apuró el paso para alcanzarlo, pero al llegar a pocos pasos de él, lo que se detuvo fue el tiempo.

 

Kuroo abrazaba a Tsukishima, refugiándolo contra su cuello mientras murmuraban algo. Kuroo era una persona de bastante contacto, no era raro para él abrazar seguido a sus amigos y hasta conocidos. Pero aquel gesto que estaba viendo Kenma no era como los demás… era como lo tocaba a él. Solo a él. Con cuidado, con preocupación, con intención de proteger. Con intimidad.

 

Kenma sintió que algo se quebraba en su interior y solo atinó a pronunciar el nombre de Kuro; el resto era historia.

 

No volveré a hacerlo. Tocarte, abrazarte… no volveré a hacerlo.

 

Si en aquel momento Kenma le hubiese dicho lo que había planeado durante semanas, quizá la realidad actual fuese otra. Pero en ese instante su mente estaba bloqueada con la imagen de Kuroo abrazando a alguien más que no era él, y nada bueno salió de su boca. En lugar de avanzar y acercarse a Kuroo, había retrocedido veinte casilleros.

 

Las vacaciones pasaron sin que volvieran a hablarse salvo por escasos mensajes sin gran contenido. Se reanudaron las clases y Kenma volvió a su ostracismo previo. Hinata, en cambio, parecía haber tenido más suerte sentimental y le mandaba mensajes sumamente emocionado, contándole todo. A través de él también se enteró que el rubio de Karasuno y Kuroo se habían vuelto amigos, o algo así, y se mensajeaban seguido, razón por la cual ellos le tomaban el pelo a Tsukishima. Hinata le contaba todo esto totalmente ignorante de lo que sentía su amigo, claro.

 

Pero la gota que rebalsó el vaso fue aquella foto del cumpleaños de Tsukishima que vio en las redes, a finales de septiembre. Por alguna razón el chico había estado en Tokio y pasó por el departamento de Kuroo y Bokuto. En la foto aparecían ellos tres y los otros chicos, todos sonriendo, salvo Tsukishima. Él estaba serio, pero Kuroo lo rodeaba con un brazo y con la otra mano le apretujaba la comisura de los labios para forzarle un gesto gracioso. No supo cuánto tiempo estuvo observando aquella imagen, inmóvil, hipnotizado. Volvió a la realidad cuando una gota cayó sobre la pantalla del celular, y tardó en darse cuenta que era una lágrima suya, propia.

 

No volveré a hacerlo. Tocarte, abrazarte… no volveré a hacerlo.

 

Los siguientes días los vivió como anestesiado, ajeno a todo, hasta al dolor propio. Iba y venía, cumplía su rutina, incluso se desempeñaba bien en club, pero el tiempo pasaba sin que él lo registrara. Su lugar en el mundo se había destruido o, lo que era peor, había sido tomado por alguien más. Y él no había hecho nada para impedirlo.

 

Hasta que no pudo contenerse más. Aquel día de octubre, cuando se desató una tormenta de proporciones similares a la de aquella tarde en que se besaron por primera vez, Kenma se decidió por fin. Su mente lo frenaba con miles de dudas y temores, pero su cuerpo, mucho más honesto, tomó el control de la situación. Casi no fue consciente de cuándo salió corriendo de su casa y atravesó media ciudad en tren, sin paraguas y aún en pantuflas. Tampoco fue consciente de las miradas de la gente. Su mente estaba concentrada en un solo objetivo.

 

Y allí estaba ahora, frente a Kuroo una vez más, con la firme intención de recuperar el lugar en el mundo que le pertenecía solo a él.

 

—¿Te perdiste? —repitió Kuroo sin acercarse.— Y en pantuflas.

 

—Sí —asintió.— Pensaba venir a verte, pero después recordé que nunca supe la dirección exacta de tu departamento y… —encogió un hombro.

 

—Pudiste usar el celular, ¿no se te ocurrió?

 

—No lo tengo.

 

En verdad Kenma no usaba su celular hacía semanas. Lo había dejado a un lado sin batería desde que había visto aquella foto...

 

—¿Y pensabas quedarte aquí parado para siempre? —se impacientó Kuroo, pero aún así no se acercó ni lo tocó.— Vamos.

 

Unos minutos después estaban en el departamento que el chico mayor compartía con Bokuto.

 

—Ve a darte un baño antes de que te resfríes —le ordenó Kuroo, señalándole la puerta del baño. Kenma no se movió. Kuroo le dio la espalda y empezó a caminar para buscar unas toallas.— En serio, ¿qué demonios sucede contigo? ¿Pasó algo? ¿Perdiste la cabeza? ¿Hay alguien mol… ?

 

—Te quiero.

 

—… estándote? —se detuvo.— ¿Qué?

 

—Te quiero —volvió a decir Kenma, esta vez un poco más alto. Se apresuró hacia él y lo abrazó con fuerza por la espalda, rodeándole la cintura con los brazos — Te quiero. Te quiero. Te quiero —repetía con voz amortiguada.

 

Kuroo permaneció paralizado unos instantes, sin atinar a reaccionar. Cuando quiso girarse para poder mirar a Kenma a la cara, el chico presionó sus brazos con más fuerza, deteniéndolo, mientras escondía la cara en su espalda.

 

—¿Kenma? —trató de moverse una vez más, pero el pequeño seguía empeñado en esconderse detrás suyo.

 

—No te vayas —pidió Kenma, angustiado, tras unos segundos de duda.— No me dejes.

 

—No pensaba hacerlo —respondió Kuroo, aún un poco aturdido. Puso su mano sobre las de Kenma, que se entrelazaban sobre su estómago.— Kenma…

 

Pero el chico lo interrumpió, soltando una catarata de palabras juntas.

 

—Prometo hablar más y depender menos —hablaba sin tomar aire—, y prometo hacer las cosas por mí mismo y decir las cosas que pienso…

 

—Calma, oye, tranquilo…

 

—… y no dar por sentado las cosas, y repetirte que te quiero todos los días, o todas las semanas, por lo menos. Pero no me dejes atrás, por favor. No te vayas.

 

—No me voy a ningún lado, sigo acá, contigo.

 

Por fin logró girarse entre los brazos de Kenma para quedar frente a frente. Lo abrazó un largo rato, mientras el chico se calmaba. Estuvieron así, casi sin moverse, hasta que Kenma estornudó. Habían olvidado que seguían empapados. Entonces Kuroo lo obligó a que se se duchara primero, en tanto él se ponía ropa seca y preparaba algo caliente de beber. Mientras hacía el té, una parte de Kuroo todavía pensaba que se acababa de imaginar la reacción de Kenma…

 

Cuando Kenma volvió a la sala, ya seco y con ropas demasiado grandes para su cuerpo menudo, Kuroo le sirvió el té.

 

—Toma el té caliente —le indicó mientras Kenma se sentaba.— Lo último que me falta es que te resfríes de pronto y quedes afónico y no puedas responderme.

 

Kenma ahuecó las manos en torno a la humeante taza.

 

—Gracias —musitó.— No vine para que siguieras cuidándome, lo siento…

 

—¿ Y cuándo me he quejado por tener que cuidarte? —quiso saber Kuroo, sentándose en el cojín a su lado.— Me gusta hacerlo, me gusta que dependas de mí, me gusta que me necesites.

 

—Bueno… entonces también quiero cuidarte —lo miró con gesto decidido, pero al mismo tiempo de no tener idea cómo hacer aquello. Inquieto, se tapó la cara con la taza, bebiendo.

 

Kuroo apoyó un codo en la mesa y descansó la barbilla sobre su mano, contemplándolo.

 

—Tienes el pelo más largo —observó, pasando los dedos por el cabello del chico. Era algo que ya había notado en el verano, de hecho.

 

No sólo lo tenía más largo, si no que también se lo había secado apropiadamente después de ducharse y en parte se lo había atado en una pequeña coleta.

 

—Y lo llevas atado —comentó con curiosidad. Sabía que su razón principal para no cortarse el pelo ni tampoco recogérselo, era que lo ponía ansioso que su visión panorámica fuese muy amplia.

 

Kenma se encogió de hombros.

 

—Supuse que era hora de extender mi visión del mundo aunque sea un poco…

 

Kuroo sonrió levemente y le tomó un mechón que se le había escapado para acomodárselo detrás de la oreja. Mientras Kenma tomaba su té, Kuroo le fue sonsacando algo de información. Le agradó enterarse que Kenma estaba disfrutando del club de volley aún en su ausencia, a pesar de que una parte suya quería estar en el lugar de Lev. Además lo sorprendió con sus esfuerzos por socializar un poco más. Lo atacó un sentimiento extraño, mitad celos y mitad diversión, saber que las personas con las que ahora contaba Kenma, eran Lev y Hinata. Una parte de él se alegraba de saber que el chico expandía de a poco su mundo, otra parte quería retenerlo solo para sí mismo.

 

—Entonces, ¿ya tomaste tu decisión? —quiso saber Kuroo cuando Kenma terminó su té.

 

Hubo un silencio. Afuera todavía llovía con fuerza y el viento aullaba entre los árboles.

 

—Creo que es bastante obvio —repuso Kenma, ruborizado y evasivo.

 

—Quiero escucharla en voz alta, de nuevo —esbozó una sonrisa torcida, pasándole un dedo por el cuello. Lo vio estremecerse un poco.— Haz adelgazado… ¿no estás comiendo bien?

 

—Sí —asintió, inclinándose hacia el tacto de Kuroo.— Pero a veces me olvidó de almorzar.

 

—Siempre te distraes jugando y no comes —cuántas veces había tenido que esconderle el PSP para que se alimentara.

 

—Pues estaba distraído pensando en ti —aclaró Kenma con los ojos entrecerrados, disfrutando de las caricias en su cuello. Quizá ni fue consciente de lo que acababa de admitir.

 

Kuroo paseó la mano hasta su nuca y le soltó el pelo, que cayó cubriéndole parte del rostro. Entrelazó los dedos en su sedoso cabello.

 

—Ahora no necesitas ver el resto del mundo —murmuró acercándose para besarle el cuello, y lo sintió estremecerse de nuevo.— Solo tienes que mirarme a mí.

 

Lo empujó hasta dejarlo recostado sobre el suelo, bajo su peso, y lo beso con fuerza, invadiendo su boca con la lengua de inmediato, probando, saboreando lo que tanto había extrañado durante el último tiempo. Alzó la cabeza cuando a ambos comenzó a faltarles la respiración.

 

—¿Y bien? —lo miró fijo a los ojos.— ¿Tu decisión?

 

El pecho de Kenma subía y bajaba, agitado. Tenía las mejillas rosadas y los labios rojizos por el roce; sus ojos se veían velados de deseo.

 

—Te quiero —volvió a decir en voz baja; tragó saliva.— Quiero estar contigo…

 

Kuroo le separó las piernas para ubicarse mejor encima suyo, luego se agachó y comenzó a lamerle y mordisquearle el cuello una vez más. Kenma echó la cabeza hacia atrás, casi ronroneando.

 

—¿Y quieres que te toque? —preguntó Kuroo contra su piel, pasando una mano por el contorno del cuerpo del chico.

 

—S-sí… —musitó con los ojos cerrados.

 

—¿Dónde? ¿Aquí? —los dedos de Kuroo se pusieron a juguetear con los pezones del chico, que asintió a penas mientras se retorcía.— ¿O aquí? —frotó su dura entrepierna contra la pelvis de Kenma.

 

—Tócame en… todas partes —jadeó mientras Kuroo lo arrastraba con él de costado; le bajó un tanto la ropa para dejar al aire su erección, e hizo lo mismo con la suya, frotándolos uno contra otro.— Kuro…

 

—Tócame tú también —murmuró Kuroo con voz ronca, guiando su mano hacia sus miembros húmedos y en contacto, al tiempo que le mordisqueaba los labios con fuerza y volvía a hundir la lengua en su boca.

 

Tras unos minutos más de besos agresivos y caricias frenéticas, Kuroo se puso en pie, arrastrándolo consigo.

 

—Me hiciste esperar mucho, ¿sabías? —murmuró mientras le mordía el cuello una vez más. Sabía que era el punto más sensible de Kenma; el chico gimió por lo bajo, sin dejar de frotarse contra él.— Voy a tener que castigarte un poco…

 

Le quitó el pantalón y lo alzó, haciendo que le rodeara la cintura con ambas piernas mientras se besaban. Sus manos se cerraron con fuerza sobre el trasero de Kenma, y una se fue deslizando hasta introducirle un húmedo dedo sin previo aviso. Kenma se quejó y trató de apartarse, pero Kuroo no se lo permitió, capturándole la nuca con la otra mano para que no pudiese escapar de su beso, y hundiendo otro dedo más dentro suyo. El chico se retorcía de incomodidad al principio, pero en pocos segundos Kuroo encontró ese lugar especial para presionar, y pronto lo tuvo gimiendo de placer contra su boca. Cargándolo así lo llevó hasta su habitación, porque allí tenía los condones. Lo dejó sobre su cama y le ordenó a Kenma que le pusiera el condón mientras él se quitaba la camiseta y pateaba el pantalón a un lado. Las pequeñas manos del chico se movían con confianza sobre su miembro, pues ya había hecho lo mismo varias veces antes. Entonces Kuroo lo volteó boca abajo sobre la cama y lo hizo alzar la cadera, ubicándose detrás suyo.

 

—Extrañaba esta vista —murmuró mientras comenzaba a penetrarlo.

 

Aunque estaba acostumbrado y Kuroo acababa de prepararlo, Kenma se encogió un tanto ante la repentina invasión, y gimoteó contra las sábanas, con ojos llorosos. Aquello solo sirvió para que Kuroo embistiera con más fuerza, abriéndose paso dentro suyo sin delicadeza.

 

—¿Tú también lo extrañabas? —murmuró inclinándose sobre su espalda para morderle la oreja, mientras seguía empujando rítmicamente contra su cadera y comenzaba a masajearle la erección.

 

—S-s… ¡Ah!… Sí…

 

—Separa más las piernas…

 

Kenma lo obedeció y Kuroo se hundió aún más profundo en él. La cadencia de sus embestidas fueron aumentando frenéticamente, junto con los gemidos y los jadeos de Kenma, hasta que ambos alcanzaron el punto culminante. Sin aliento, Kuro se desplomó de costado, abrazando a Kenma por la espalda, aún sin salir de él.

 

—No voy a permitir que me dejes nunca —le susurró, agitado. Por toda respuesta, Kenma presionó su cuerpo contra el suyo, casi podía oír sus ronroneos.

 

Voy a comprar ese maldito collar y se lo pondré”, pensó Kuroo entonces.

 

 

Notas finales:

Nada. Eso. Qué bien por ellos (?) JAJA


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