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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del capitulo:

Reunión familiar al estilo Hey, Hey, Hey! (?)

CAPÍTULO 34

 

 

 

En vísperas de fin de año Kuroo tuvo un mal despertar.

 

Había estado soñando de forma inquieta, sin poder despertarse voluntariamente aunque una parte de su cabeza quisiera salir de aquellos desasosegados escenarios que conjuraba su inconsciente. Se removía intranquilo entre las mantas, y sus brazos se extendieron para buscar de forma casi instintiva aquel calor que siempre lo calmaba. Pero sus manos no encontraron nada a lo que aferrarse. Abrió los ojos de golpe y descubrió la cama vacía a su lado. Aquello lo despabiló al instante.

 

—¿Kenma? —llamó incorporándose en la cama como un resorte.

 

No hubo respuesta. La habitación estaba en calma y no se escuchaban ruidos en el resto del departamento. El reloj en la mesita de noche marcaba las ocho de la mañana. Demasiado temprano.

 

—¿Kenma? —volvió a decir mientras apartaba las mantas de un manotazo y salía de la cama rápidamente.

 

El frío del suelo bajo sus pies desnudos lo trajo a la realidad de sopetón, dado que su mente seguía enredada en el último mal sueño que lo había agobiado hasta despertar. Suspiró con la mano en el pomo de la puerta de su habitación, despertando al todo. No pasaba nada, Kenma debía estar en el baño, o quizá había ido a la cocina por un vaso de agua. Era muy inusual que Kenma se despertara o levantara de la cama antes que Kuroo (prácticamente nunca lo hacía), pero tampoco era algo imposible de suceder. Una situación tan tonta y cotidiana no implicaba nada extraño. No obstante, su mente seguía un tanto hundida en aquellas recientes pesadillas en las que Kenma desaparecía, esfumándose como el humo.

 

Kuroo sacudió la cabeza para terminar de despejar sus ideas y salió al pasillo. Todo el departamento estaba en calma, no se oía nadie deambulando por el lugar. En ese momento se abrió la puerta de la habitación de Bokuto y por ella asomó Akaashi, restregándose los ojos con expresión muy pálida y soñolienta.

 

—Oh, lo siento si los desperté —se disculpó Kuroo.

 

—Descuida, no fuiste tú —repuso el otro chico mientras giraba la cabeza hacia la puerta del baño, que se encontraba entre abierta; no se veía nadie allí adentro.— ¿Bokuto-san está en tu habitación?

 

Bokuto solía dormir en el cuarto de Kuroo cuando estaba muy nervioso (es decir, cuando había quedado particularmente asustado por una película o serie de terror).

 

—No, sabe que tiene prohibido entrar a mi habitación si se queda Kenma —respondió Kuroo a su vez.— Además estás tú, no tenía razón para huir de su propio cuarto en mitad de la noche… a menos que hubiese una cucaracha, claro.

 

—Mmhh…

 

Al parecer ambos habían perdido a sus compañeros de cama misteriosamente. Mientras Akaashi salía en dirección al baño, Kuroo se dirigió hacia la cocina donde se quedó de piedra en la puerta. El abrupto resoplido de sorpresa que ahogó hizo que el otro chico se apresurara a acercarse.

 

—Kuroo-san, ¿qué…? —Akaashi llegó a su lado, quizá esperando ver a Bokuto asesinado por Kenma o algo por el estilo; pero el escenario era incluso más desastroso que un homicidio.— ¿Qué demonios pasó aquí?

 

Parecía que una bomba nuclear había caído en la cocina y estaba todo patas arriba, manchado, sucio, lleno de trastos y cazos hechos un asco. Unos ruidos en la entrada captaron su atención y ambos se giraron para ver entrar a Bokuto y Kenma en ese mismo instante. Traían unas bolsas y cuchicheaban algo mientras se sacaban los abrigos, hasta que repararon en los otros dos chicos recién despiertos, ambos cruzados de brazos y con expresiones muy serias.

 

—¡Juro solemnemente que nuestras intenciones eran buenas! —exclamó Bokuto tomando a Kenma por los hombros y poniéndolo delante suyo para usarlo de escudo.

 

Como Kuroo se había encargado él solo de la tradicional limpieza de fin de año y Akaashi había estado un tanto indispuesto los últimos días, Bokuto y Kenma habían decidido agasajarlos con un desayuno en la cama hecho por ellos mismos. Kenma sabía de la asquerosa habilidad culinaria de Bokuto (y no es que su propia habilidad en ese campo fuese mucho mejor, pero al menos sabía utilizar mejor el cerebro), sin embargo, subestimó la capacidad destructiva de dos inútiles culinarios combinados. Después de darse por vencidos ante su estrepitoso fallo en la cocina, decidieron salir a comprar algo preparado afuera para el desayuno.

 

—Lo sentimos, dejaremos la cocina como estaba antes —prometió Kenma. En ese momento una cacerola cayó del montón apilado en el fregadero y desparramó un líquido quemado por el suelo.

 

Kuroo suspiró sin poder terminar de enojarse con ese par.

 

—¡Mira, Akaashi, traje todo lo que es bueno para la indigestión! —anunció Bokuto felizmente, señalando una enorme bolsa llena de manzanas, piñas, ramas de canela, jengibre, hierbas varias y hasta una bolsa de bicarbonato de sodio.— ¡Te haré un batido!

 

—¡No! —denegó Keiji al instante, para luego carraspear ante la expresión herida de Bokuto.— No, está bien, tú desayuna tranquilo con los chicos, yo me encargo de eso.

 

—Pero quiero ayudar a que te mejores —refunfuñó el otro muchacho posándole una mano en el estómago.

 

—Lo sé, gracias... ¿Qué haces?

 

Bokuto le acariciaba la panza con ambas manos, inclinado como si quisiera escuchar algo allí.

 

—Eh, te hago el "Sana, sana, colita de rana..."

 

—Ah.

 

—¿Seguro no quieres ese batido?

 

—Bro, acabas de casi destruir nuestra cocina intentando hacer unos miserables hot cakes —intervino Kuroo, ubicado ya en la mesa del comedor.— Imagina lo que puede hacerle tu batido al estómago de Akaashi.

 

Bokuto lo meditó unos segundos, luego le entregó la bolsa con frutas y otras cosas a Keiji.

 

—Toma… lo mejor que puedo hacer por tu bien ahora mismo es alejarme de ti —dijo con los hombros hundidos y gesto derrotado.— No, no me detengas.

 

—No iba hacerlo.

 

—¡Akaaaashi!

 

Por la tarde los cuatro chicos salieron del departamento para volver a sus respectivos hogares a recibir el Año Nuevo. El primer día del año entrante Akaashi estaba invitado a pasarlo en casa de Bokuto, invitación que la mismísima madre de Kotaro le había hecho al llamarlo.

 

—Si sigues sintiéndote mal del estómago no es necesario que vayas, Akaashi —iba diciendo Bokuto mientras los cuatro caminaban rumbo al metro. Ya había agotado todas las excusas posibles para evitar el encuentro entre Keiji y su familia.

 

—No faltaré, Bokuto-san.

 

—Pero, pero…

 

Continuó con sus excusas incluso cuando subieron al metro, pero Akaashi persistió ignorándolo. Kenma los observaba fijamente desde el asiento de enfrente, con la pantalla de su PSP en pausa. Parecía profundamente ensimismado. 

 

—¿Qué sucede? —le preguntó Kuroo, moviendo su pierna para que chocara con la rodilla de su compañero.

 

—¿Mmhh? —la mirada de Kenma se enfocó de nuevo, saliendo de su modo pensativo. Entonces bajó la vista a su consola y continuó jugando.— Nada.

 

—Dime qué es —insistió Kuroo. Lo conocía lo suficiente para entender que, en su caso, un poco de “nada” significaba un mucho de “algo”.

 

Sin embargo, Kenma siguió jugando en silencio durante el resto del trayecto en metro. Recién habló cuando por fin se separaron de Bokuto y Akaashi, de camino a sus casas vecinas.

 

—Me preguntaba cómo sería si nuestras familias supieran de lo nuestro —dijo Kenma entonces; aunque no parecía plantear la idea con preocupación, sí parecía dudar de lo que cabía esperar al respecto.

 

Recientemente casi todos sus amigos habían sincerado su situación sentimental con sus respectivas familias, por lo que Kuroo consideró que aquello había despertado esa pregunta en la cabeza de Kenma.

 

—No lo sé, pero supongo que tarde o temprano deberán saberlo —repuso con ambas manos en los bolsillos.

 

—¿Y si se oponen?

 

Las familias de ambos estaban más que acostumbradas a verlos juntos casi todo el tiempo; la madre de Kenma incluso solía bromear diciendo que su hijo jamás encontraría a alguien que se ocupara de él como lo hacía Kuroo. Sin embargo, para todos ellos eran solo muy buenos amigos con mucha confianza mutua; y, además, no eran personas tan excéntricas y abiertas de mente como parecían ser los parientes de Bokuto. No había manera de prever lo que opinarían sus familiares una vez que supieran sobre su relación más allá de la amistad.

 

Kuroo contempló el perfil de su compañero y rememoró aquel mal sueño de la mañana, ese en que Kenma desaparecía, esfumándose de su vida sin más. Había sido solo una pequeña pesadilla, pero la sensación de vacío en su pecho persistía al recordar. Esperaba que no se tratara de un mal augurio, pues al menos no había sido el primer sueño de Año Nuevo, si no el último de Año Viejo.

 

Entonces Kuroo extendió una mano hacia el rostro de Kenma y le quitó un copo de nieve que acababa de caerle en la punta de la nariz.

 

—Será su problema —dijo al fin con gesto serio.

 

Llegó la noche de fin de año y el calendario le dio paso a un nuevo ciclo. Por la mañana del primero de Enero todos fueron al templo con la multitud que se agolpaba allí año a año, para hacer sus pedidos y deseos. Bokuto y Akaashi habían decidido juntarse en el templo y de allí partir juntos hacia la casa del mayor, donde los esperaría su familia.

 

—¿Estás mejor del estómago? —preguntó Bokuto mientras caminaban lado a lado.

 

Por la presión de los exámenes, los entrenamientos y los excesos de comida durante las reuniones con compañeros por Navidad y Fin de Año, Akaashi había contraído alguna clase de virus estomacal. No era nada grave, pero Bokuto se tomaba muy a pecho su malestar. Solía exagerar ante cada pequeña queja de dolor por parte de Akaashi, casi llamando a la ambulancia cuando el otro chico anduvo con vómitos toda una mañana. Una noche incluso salió corriendo a las tres de la mañana hacia una farmacia de turno para conseguir algún medicamento. Misteriosamente volvió con varios frascos de vitaminas y ácido fólico.

 

—Estoy mejor —asintió Akaashi. Bokuto sonrió feliz de escuchar eso y le tomó una mano mientras caminaban.— Entonces... ¿Tus padres cómo son?

 

Akaashi no era un muchacho que se preocupara excesivamente por las cosas, enfrentaba todas las situaciones que surgían con calma y seriedad. Sin embargo, esta era su primera vez presentándose ante los parientes de la persona con la que salía. Sus propios padres sabían que Keiji salía con un hombre, pero ambos eran personas de mundo y muy independientes, no tenían ninguna clase de prejuicio. Los padres de Bokuto al parecer tampoco tenían reparos ante su relación, pero aún así resultaba un tanto intimidante conocerlos.

 

—Mis padres... —murmuró Bokuto.— ¡Están locos!

 

—Pregunto en serio.

 

—¡Y yo te respondo en serio! —lo miró con sus ambarinos ojos muy abiertos.— Están locos, mi mamá siempre me hace bullying y papá compite conmigo por ella todo el tiempo —vaciló un momento.— Bueno, mamá también le hace mucho bullying a papá. Cuando yo tenía cinco años...

 

Siguió parloteando sobre todas las ridículas penurias de su infancia mientras Akaashi lo observaba de reojo, escondiendo a penas la sonrisa. Algunos de sus compañeros de universidad no entendían cómo el serio, maduro y elegante Akaashi podía salir con alguien tan exasperante, infantil y ridículo como Bokuto. Keiji no se molestaba en dar explicaciones, no le importaba si los demás lo entendían o no, él tenía sus propias razones para estar con Bokuto.

 

—¿Estás seguro de querer hacer esto, Akaashi? —preguntó Bokuto cuando, cuarenta minutos después, por fin se encontraban frente a la puerta principal de su casa.

 

—Bokuto-san…

 

—No, en serio, todavía estamos a tiempo —le puso las manos sobre los hombros y lo miró fijamente.— Podemos huir del país y radicarnos en el extranjero, nunca sabrán sobre nosotros, no podrán separarnos…

 

—Hola.

 

—Ah, hola, mamá —volvió a mirar a Akaashi.— Como te decía, podemos irnos a… ¡AHH! —se giró como un loco y trató de tapar a Akaashi con su propio cuerpo.

 

Su madre había abierto la puerta principal y los miraba con una amplia sonrisa.

 

—Kotaro, cariño, deja de hacer el ridículo en la calle por una vez y entra a la casa, esta helando ahí afuera.

 

—Sí, mamá —repuso Bokuto obedientemente.

 

Una vez adentro Akaashi le pasó a la mujer la caja de un pastel que había traído como presente.

 

—Gracias por su invitación, señora…

 

—Oh, por favor, llámame Yuko —lo interrumpió ella, sonriente. Era atractiva, menuda y de expresión vivaz, llevaba el pelo anudado en un moño bastante informal sobre la cabeza y los mechones que se les escapaban le daban aspecto de lechuza loca; Bokuto había heredado de ella sus enormes ojos ambarinos.— Y algo me dice que tu apellido está casi gastado por repetición… ¿puedo llamarte Keiji-kun?

 

—Por supuesto.

 

—¡Mamá! —refunfuñó Bokuto entonces.— ¡Yo aún no lo llamo por su primer nombre!

 

Su madre se encogió de hombros.

 

—Es tu problema si eres un lerdo, hijo.

 

Mientras ella iba a guardar el pastel en el refrigerador, Bokuto llevó a Akaashi hacia la sala; el muy ridículo iba en puntas de pie y pegado a la pared, espiando antes de entrar. Sin embargo, la sala estaba vacía.

 

—¿Y papá? —preguntó cuando su madre apareció de nuevo junto a ellos.

 

—Se fue a buscar más bebidas —le respondió.— Luego viene tu tío Satoru y ya sabes que ese hombre se bebe hasta el agua de los floreros. Pásame tu abrigo, Keiji-kun.

 

—Oh, gracias.

 

—¿Viene el tío? —se horrorizó Bokuto de pronto.— ¡Eso significa que vendrán todos los demás!

 

—Como cada primero de año, cariño.

 

—¡Pero está Akaashi!

 

—Y estarán encantados de conocerlo.

 

Bokuto se llevó las manos a la cabeza, tirándose de los pelos mientras se dejaba caer de lado en el amplio sofá de la sala. A veces creía que Akaashi se cansaría de él algún día y lo dejaría, pero el muchacho parecía contar con una amplia reserva de paciencia que lo hacía resistir sin problemas. No obstante, el poder de TODA la familia Bokuto reunida podía llegar a minar esa reserva y hacerlo huir para siempre.

 

Akaashi, por su parte, de golpe imaginaba un grupo de personas, todos clones de Bokuto pero con diferentes edades y tamaños, coreando al unísono: “AKAAASHEEEEE”. Por fortuna lo distrajo un mueble lleno de fotografías y trofeos de distintos portes.

 

—Es nuestro pequeño Salón de la Fama Familiar —le sonrió Yuko parándose a su lado.

 

La madre de Bokuto era fotógrafa profesional y allí estaban los diferentes premios que había ganado en concurso y eventos, incluso desde adolescente. Su esposo tenía premios en tiendas de comida por ganar concursos de comer hasta reventar. Y mezclados entre eso estaban los primeros premios del pequeño Bokuto, acompañados por sus respectivas fotos.

 

—Su primer trofeo fue un premio consuelo por su preciosa figura de un caballo hecha en plastilina —comentó su madre, señalando el pedazo de masa deforme que acompañaba el pequeño diploma.

 

—Tenía cuatro años —se excusó Bokuto desde el sofá.

 

—Y ya sabías retratar tan bien un caballo atropellado, cariño.

 

—Maaaamaaá…

 

Habían fotos y pequeñas medallas de campamentos de exploradores, de presentaciones de teatro infantil, de disfraces de Halloween en familia. En todas Bokuto esbozaba su amplia y genuina sonrisa de lado a lado. Las fotos más recientes lo mostraban en los torneos de volley a partir de la escuela media, festejando con su equipo. Incluso habían fotos de la época en Fukurodani, y Akaashi se vio a sí mismo en el retrato grupal del último torneo nacional de preparatoria que jugó junto con Bokuto. Parecía que habían pasado muchos años de aquello, y en verdad a penas eran tres.

 

—Oh, ven, Keiji-kun, sígueme, te mostraré el gran muro de Kotaro —le dijo Yuko al muchacho, haciéndole señas para que la acompañara.

 

Akaashi la siguió por el pasillo hasta el estudio personal de la mujer, que estaba atestado de cosas, todas relacionadas a la fotografía. Una de las paredes estaba repleta de fotos muy bellas sobre diferentes paisajes, se veían como una enorme amalgama de colores, texturas y lugares superpuestos que hechizaban la mirada. En otra pared había fotos profesionales sobre personas, retratos de gente al azar o posando; una miríada de rostros de diferentes colores y etnias observaban desde aquel muro. En la última pared reposaba el enorme puzzle de fotografías de Bokuto a través de los años, desde que era un bebé rollizo de enormes ojos, mirando a la cámara desde la cuna con el pañal puesto sobre la cabeza, hasta las más recientes fotos del torneo universitario de volley que ganó con su equipo.

 

—Aquí tienes buena parte de la historia de Bu-Bu —anunció Yuko.

 

—¿Bu-Bu? —repitió Akaashi.

 

—Así llamaba a este grandulón hasta los dieciocho años —replicó la mujer dándole una palmada en el hombro a Bokuto.— De golpe le dio la vergüenza adolescente tardía y no me dejó más que lo llamara así.

 

—Akaashi no necesitaba saber eso, mamá.

 

—Oh, vamos, al menos no te llamaba Bo-Bo —sonrió.— Era todo lo que repetías porque no podías pronunciar tu propio apellido.

 

—Maaamaaáa…

 

Akaashi sonrió mientras Bokuto le daba las quejas a su madre, y continuó observando las fotografías expuestas en el mural. Parecía que Bokuto tuvo una época de creerse abeja, porque aparecía con el disfraz de una en casi todas las fotos de ese año, sin importar la estación. En otra época parecía haberle dado el síndrome de super héroe casero, porque encima de los pantalones se ponía un enorme calzón estrellado que le había quitado a su padre y usaba una toalla con estampado de palmeras a modo de capa. Allí pudo ver que desde pequeño andaba con una pelota de volley para todos lados, y también pudo ver que siempre solía estar rodeado de amigos que sonreían contentos a su lado. Le llamó mucho la atención una foto en la que un Bokuto de unos siete años aparecía llorando a lágrima viva en la cocina, vestido de súper héroe casero y con algo viscoso y amarillo manchándole las manitos. Era una de las pocas fotografías en que se lo veía llorando, y preguntó qué había sucedido.

 

—Eso fue cuando Kotaro quería tener un pollito de mascota —explicó su madre, mientras el Bokuto actual ponía gesto apenado a su lado al recordar.— Estaba convencido de que podía nacer un pollito de uno de los huevos que sacó del refrigerador. Lo cuidó varios días, arropándolo… pero la paciencia no es lo suyo, ya sabrás —hizo una mueca divertida.— Así que quiso acelerar el proceso y tuvo la brillante idea de meter el huevo al microondas —sacudió la cabeza.— Y esa es su cara cuando el huevo explotó.

 

—¡Fue horrible, lo vi morir! —exclamó Bokuto.— ¡¿Por qué guardas una foto de ese momento?!

 

Yuko compuso un gesto forzosamente serio.

 

—Bueno, cariño, somos lo que somos gracias a los buenos y los malos momentos que vivimos —le explicó.— Ese recuerdo triste es parte del pasado que te hace ser el hijo que tengo hoy —hizo una breve pausa.— Esa es la excusa bonita, pero la verdad es que tu expresión en ese instante no tiene precio —y comenzó a reírse.

 

—Maaamáaaa…

 

—Supe que tenía que inmortalizar esa escena para la posteridad —siguió diciendo entre risas.— Aún cuando esté vieja, senil y con alzheimer y no recuerde ni tu nombre ni haberte dado a luz, estoy segura que veré esa foto y moriré de amor y de risas.

 

Akaashi sonrió para sí mismo mientras Bokuto abrazaba a su mamá, lloriqueando dividido entre las quejas por dejarlo en ridículo y pidiéndole que no se olvidara de él ni aún senil.

 

Después la mujer les dio su espacio y los dejó a solas mientras se iba a preparar lo que faltaba para la comida. Bokuto llevó a Akaashi hasta su habitación, la cual estaba bien ordenada porque él prácticamente ya no vivía allí.

 

—Tu mamá es muy agradable —dijo Keiji sentándose en el borde de la cama.

 

—No te dejes engañar, está loca de atar —murmuró Bokuto ubicándose a su lado y dejándose caer hacia atrás sobre el colchón con gesto cansado.— Y todavía no conoces a mi padre… ni al resto… oh, Dios, este día será interminable…

 

Akaashi guardó silencio mientras paseaba la vista por el cuarto, observando todas las cosas que había acumulado Bokuto a lo largo de su infancia y adolescencia.

 

—Es raro —comentó Bokuto de pronto, con las manos cruzadas detrás de la nuca a modo de almohada.

 

—¿Qué es raro?

 

—Verte aquí en mi habitación, en mi casa —aclaró.— Los otros chicos de Fukurodani han venido algunas veces, pero tú no.

 

Al estar en años separados, Akaashi obviamente no se reunía con ellos para estudiar en aquella época.

 

—Supongo que es algo bueno no haber estado aquí antes —opinó.

 

—¿Bueno? —repitió Bokuto con el ceño fruncido.— ¿Por qué?

 

—Porque si hubiese venido con los demás… —Keiji se inclinó sobre Kotaro y lo besó con calma, pasándole la lengua por los labios.— No podría haber hecho esto —terminó de decir con una media sonrisa al tiempo que se incorporaba de nuevo.

 

Bokuto lo contempló en silencio unos momentos.

 

—Tienes razón —asintió sacando las manos de su nuca.— Qué bueno que ahora estamos a solas… —lo tomó por la cintura para obligarlo a reclinarse sobre la cama, echándole su propio cuerpo encima y asaltando sus labios sin calma alguna. Akaashi no opuso mucha resistencia y le rodeó el cuello con los brazos mientras le daba libre acceso a su boca.

 

Como Keiji se había pasado la última semana y media con su malestar de estómago, no habían consumado mucha intimidad que se diga. Y para Kotaro cada oportunidad desperdiciada se convertía en una lenta agonía física.

 

—Bokuto-san… —murmuró Akaashi cuando lo sintió deslizar las manos bajo su suéter.— Estamos en tu casa… —Bokuto lo acalló con un profundo beso durante unos momentos más.— Tus parientes… —beso—, están por llegar…

 

Kotaro por fin se detuvo y hundió el rostro en el cuello de Keiji, abrazándolo con fuerza mientras ahogaba un gemido de pura frustración.

 

—Voy a morirme.

 

—Ya te dije que nadie se muere por falta de sexo.

 

—No es falta solo de sexo, es falta de ti.

 

—Pues no te falto si estoy aquí, ¿no?

 

—Pero no puedo hacerte nada —lloriqueó.— Tan cerca y tan lejos… ahora mismo me vendría bien una de las canciones ochenteras de Oiwaka…

 

En ese momento se escuchó el ruido de un vehículo entrando al garaje de la casa y Bokuto tuvo que resignarse ante lo inevitable: que Akaashi conociera a su padre. Ambos se acomodaron bien la ropa que se habían arrugado un tanto y bajaron las escaleras en cuanto escucharon un potente: “¡Estoy en casa, familia!”. El padre de Bokuto era, físicamente, una versión crecida de su hijo. Era alto y ancho de hombros, con la tez bronceada por trabajar al aire libre; su cabello tenía el mismo tono que el de Kotaro pero no lo llevaba en punta, sino más bien recortado. Los únicos signos que lo hacían ver mayor que su hijo eran las líneas de expresión en su rostro y la breve barba que decoraba el contorno de su mandíbula.

 

—Tu debes ser Akaashi, ¿eh? —dijo el hombre al verlos llegar a la sala.

 

—Así es, señor, gracias por recibirme —inclinó un tanto la cabeza.

 

—¡No hace falta tanta formalidad, Akaashi! —Bokuto padre le pasó un fuerte brazo por los hombros y le dio un firme apretón que hizo tambalear al chico.— ¡Bienvenido a nuestra casa!

 

—Muchas gracias… Bokuto-san.

 

—¡NOOOOOOOOOOOOOOO!

 

Todos se sobresaltaron ante el grito de Kotaro.

 

—¿Y a este que le pasa ahora? —preguntó el padre y miró a su esposa.— Te dije que darle el pecho hasta los cuatro años lo dejaría medio lelo.

 

—¡Akaasheeee, no lo nombres “Bokuto-san” a éeeeel!

 

Bokuto padre esbozó una sonrisa ladina, con el brazo aún reposando sobre los hombros de Akaashi.

 

—Ha llegado el día, hijo, hoy conocerás el calvario por el que pasé desde que tu madre empezó a darte el pecho más a ti que a mí.

 

—¡Papá, por todos los cielos…!

 

Siguieron discutiendo un buen rato por cuestiones de prioridad en ocupar el lado derecho de la cama junto a Yuko, por la posesión del control remoto y por el derecho legítimo a ser llamado o no “Bokuto-san” por Akaashi.

 

Al poco rato llegaron más familiares: los dos abuelos de Bokuto, un par de tíos, primos y primas con sus respectivos hijos, e incluso algunas amistades de la familia sin parentesco sanguíneo. Todos (hasta los no relacionados por ADN) destilaban la misma energía inagotable que Kotaro. La casa pronto se convirtió en un barullo de voces y conversaciones superpuestas. Todos le hacían preguntas a Akaashi sobre él mismo y lo incluían en las charlas como si lo conocieran desde siempre, incluso pidiéndole que tomara partido en algunos debates familiares (parecía tradición que todos compitieran con todos por algo).

 

Cuando llegó el momento de comer, Bokuto padre le indicó Akaashi que se sentara a su izquierda.

 

—¡Hey, pero ese es mi lugar! —se quejó Kotaro. No era que le molestara que Keiji ocupara su puesto en la mesa, si no que quería mantenerlo alejado de su propio padre.

 

—Bah, tú eres mi hijo desde que naciste, ya te tengo muy visto —repuso el hombre.— Pero a Akaashi tengo que conocerlo mejor.

 

La mesa estaba atestada con el festín de Año Nuevo; mientras todos se servían en sus platos, Yuko le recomendaba a Keiji que probara determinadas cosas.

 

—Akaashi no puede comer nada de pescados o mariscos crudos —intervino Bokuto entonces.

 

—¿Por qué no?

 

—Por su estado —dicho lo cual apoyó una mano con gesto cariñoso sobre el estómago de Akaashi.

 

Hubo un breve silencio en la mesa.

 

—¿Qué… estado? —preguntó uno de los tíos.

 

—No es nada, solo estuve un poco enfermo —se apresuró a responder Keiji.— Pero ya me encuentro bien, puedo comer de todo —y le dio un codazo disimulado a Bokuto.

 

Luego de la comida los niños insistieron en divertirse con algunos de los juegos típicos de Año Nuevo. Claro que lo que empezó como entretenidos juegos de cartas y de bádminton japonés, pronto derivó en una competencia familiar en la que Akaashi tuvo que tomar partido por el bando contrario al de Bokuto, haciendo grupo con su padre.

 

Había un primo en particular, Masato, que se parecía mucho a Kotaro, salvo porque tenía cuatro años más, llevaba el cabello bien peinado y usaba lentes. Y al parecer entre ellos dos había una rivalidad acarreada desde la infancia.

 

—Siempre me ganaba en todo —le contaba Bokuto a Akaashi mientras comían mochi preparado por su madre.— Era mi Ushibro personal si yo fuese Oiwaka, aunque comenzamos a empatar cuando crecí…

 

—¡Ajá, Kotaro! —dijo su primo apareciendo a su lado como atraído por la conversación.— ¡Esta vez sí te gané y no podrás remediarlo!

 

Bokuto puso gesto de fastidio.

 

—¿Ah, sí? —replicó.— ¿Y en qué me ganaste, supuestamente?

 

—En… ¡Esto! —y tomó del brazo a su reciente esposa, que tenia una pequeña barriga de embarazo.— ¡Hice un hijo antes que tú!

 

La expresión de Bokuto viró a la indignación.

 

—¡Ahh, no se vale!

 

La chica embarazada compuso un gesto cansino.

 

—Querido, ¿podrías dejar de usar mi capacidad reproductiva como motivo de competencia familiar?

 

—¡Yo también tendré un hijo! —anunció Bokuto poniendo las manos sobre el estómago plano de Akaashi. Hubo un breve silencio en la sala y todos rompieron a reír.— Oigan, no se rían, estoy siendo serio…

 

Entonces Akaashi dio un respingo al sentir que le palmeaban el trasero; se trataba de una tía-abuela bastante anciana.

 

—Pues tiene buenas caderas para parir, eso seguro —comentó la mujer.

 

—¿Verdad que sí? —se entusiasmó Bokuto y recibió un puntapié de Akaashi.

 

A medida que avanzaba la tarde fueron llegando más personas, amistades y vecinos del barrio que pasaban a saludar y entregar presentes. La familia de Bokuto parecía ser muy sociable y tener un sinfín de conocidos y amigos. Entre toda esa gente recién llegada había una chica muy bonita, de largo cabello negro y piel clara, quien se lanzó a abrazar a Kotaro en cuanto lo vio en la sala.

 

—Hacía mucho que no te veía —dijo la chica con un mohín, apartándose un poco de él pero sin dejar de pasarle los brazos por el cuello. Akaashi alzó una ceja.

 

—¡Ah, Sumire-chan! —la saludó Bokuto con su habitual sonrisa de oreja a oreja, sin hacer ademán de soltarse.— ¡Has crecido bastante!

 

—Tú también —repuso ella con una sonrisa coqueta.

 

Durante el resto de la tarde la tal Sumire no se separó de los talones de Bokuto, colgando de su brazo siempre que podía, rozándolo sutilmente aquí y allá. Akaashi se enteró que la chica iba en su último año de preparatoria, que era vecina del barrio de toda la vida y durante su infancia solía jugar con Kotaro. Al parecer solo él soportaba el carácter serio y altanero de la chica, así que podía contarse como casi su único amigo de la infancia. Fue Bokuto quien la introdujo al mundo del volley y, en la actualidad, Sumire era capitana del club de volleyball femenino en el internado al que asistía. No hacía falta tener demasiadas luces para darse cuenta que la chica bebía los vientos por Bokuto, aunque él mismo pareciera carecer de las luces necesarias para notarlo.

 

Akaashi no se consideraba a sí mismo alguien particularmente celoso, pero había algo en la situación que lo incomodaba mucho; quizá por ser la primera vez que veía a alguien tan abiertamente interesada en Kotaro. Y no solo eso, en algún momento entre historias y anécdotas familiares, algunos parientes de Bokuto comenzaron a bromear sobre aquella vez en que Sumire anunció que se casaría con Bokuto cuando fuesen mayores de edad. Solo los padres de Kotaro sabían sobre su relación con Akaashi, y ambos habían tratado sin éxito de llevar las anécdotas por otros temas. El resto consideraba a Akaashi un buen amigo de Bokuto, no sabían la verdad.

 

—Pues ya les queda poco para la mayoría de edad —comentó entonces una de las tías.— Pronto podrás casarte con Sumire-chan, Kotaro.

 

Bokuto, que comía un trozo del pastel que había traído Akaashi mientras Sumire estaba pegada a su brazo, levantó la vista al escuchar eso y abrió mucho los ojos.

 

—Ah, no, no podré —denegó sin malicia.

 

—¿Cómo que no? ¡Sumire-chan es una chica preciosa!

 

—Sí, lo es —asintió Bokuto y la chica a su lado esbozó una radiante sonrisa.— Pero Akaashi es más precioso.

 

Keiji se atragantó con el siguiente bocado de pastel y se puso a toser; alguien le pasó un vaso de jugo rápidamente.

 

—¿Tu amigo? —se extrañó su tía.— Es muy apuesto, sí, ¿pero eso que tiene que ver?

 

Fue el turno de Bokuto para sonreír tan brillantemente como el sol.

 

—Pues que me casaré con Akaashi.

 

Y lo dijo con tal sinceridad, que esta vez nadie lo tomó como una broma. Como ninguno de los presentes sabía qué comentar en ese momento, fue su padre el que tomó la palabra.

 

—Y cuando hagas eso ya no podrás llamarlo “Akaashi” —le indicó como si tal cosa.— Pasará a llamarse “Bokuto”, le heredarás el apellido de papá —se palmeó el pecho con orgullo.

 

—¡NOOOOOOOOOOOOO!

 

La reunión siguió su curso sin problemas, pero a partir de ese momento Akaashi podía sentir la mirada de resentimiento de Sumire pegada en su nuca. Sonrió para sí mismo, sintiéndose tontamente vencedor sobre una adolescente. Quizá pasar tanto tiempo con la familia Bokuto comenzaba a pegarle su manía extraña de competir por estupideces todo el rato.

 

La noche llegó temprano y Akaashi fue invitado a quedarse a dormir allí. Cuando todo el resto de los invitados se marcharon la casa por fin volvió a estar en calma, sobre todo porque Bokuto padre estaba roncando hacía media hora después de la competencia de beber sake. A pesar de lo ruidosos que eran los parientes de Kotaro, Keiji había disfrutado el día. En su casa no solían hacerse reuniones así y, aunque se llevaba bien con sus padres, ambos pasaban poco tiempo en casa y entre todos se relacionaban de forma mucho más desapegada en el hogar.

 

—¿Estás seguro que no estás embarazado? —le preguntó Bokuto a Akaashi en la penumbra de su habitación, luego de quitarle la camiseta y comenzar a acariciarle el abdomen.

 

—¿De qué demonios hablas? —murmuró Keiji en voz baja, cerrando los ojos al sentir el aliento de Kotaro en su cuello.— Soy un hombre.

 

—Existe el M-preg.

 

—Eso es fantasía literaria.

 

—Mmmhh… —musitó Bokuto poco convencido, mientras Akaashi le mordisqueaba los labios.— Pues la señora de la farmacia pensó que tenía una novia embarazada cuando le describí tus síntomas.

 

Akaashi suspiró. Aquello explicaba el misterioso frasco de vitaminas y ácido fólico.

 

—Pues ya que no puedo embarazarte —siguió murmurando Bokuto rodando bajo las mantas de la cama para quedar encima de Akaashi—, podemos disfrutar del proceso sin riesgo alguno.

 

—Tus padres nos oirán —susurró Keiji, pero contradijo su queja arqueándose contra la silueta de Kotaro.

 

—Mi padre está en coma hasta mañana y de todas formas su habitación está lejos de la mía.

 

—Mmmhh…

 

—Tú relájate mientras hacemos un hijo.

 

Akaashi se echó a reír contra el hombro de Bokuto.

 

Habían un montón de razones por las que estaba con Bokuto y que el resto desconocía. Pero una sola razón le bastaba a sí mismo para resumirlas a todas: estaba total e irracionalmente enamorado de aquel idiota.

 

 

Notas finales:

NOTA 1: esta vez no tardé!! :D -se auto aplaude (?) XD-

 

NOTA 2: hice pag de face a Ushicornio :B y de Tumblr (que adicción es Tumblr, Dios, tanto fan art jarmoso jajaja) No es que vayan a servir de mucho, pero así quien quiera enterarse por face cuando actualice o ver los dibujitos que mis amiwis han hecho sobre el fic, ahí estarán

 

 

Facebook: https://www.facebook.com/Ushicornio/

 

Tumblr: https://www.tumblr.com/blog/ushicornio

 

Aviso que ninguna de las dos tienen mucho contenido aún, porque… ESTUVE ESCRIBIENDO ESTE CAP COMO CONDENADA D: así que luego ya iré subiendo lo que tenga xD

 

NOTA 3: este cap va especialmente dedicado para Layla Redfox

NOTA 4: técnicamente para mí sigue siendo viernes porque aún no me duermo por actualizar a tiempo :v qué lindo va estar el trabajo hoy x’D

 

NOTA 5: la anécdota del huevo explotado en el microondas esperando que salga un pollito es verídica xDDD basada en los hechos de la vida de mi amiga-esposita Mari

NOTA 6: bueno, ya, muchos caps cursis. Winter is coming again. xDD

AVISO: a los lectores de Amor Yaoi, que por el lío que hubo con el servidor el otro día hay unos reviews que quedaron en el limbo D: me aparecen 5 sin responder pero no se visualizan. Los demás, los respondí toooodos, fíjense los que no tienen cuenta xD y si alguien dejó review y no se ve, ya saben por qué es u.u

Ahora sí, Ushicornio Off. Ushicornio dead. Ushicornio se dormirá en el trabajo :’v Yey.


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