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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del capitulo:

Futuro y ansiedades

 CAPÍTULO 38


 


El hogar de Kuroo siempre olía a granos de café molidos por la mañana, a las hojas de los libros nuevos la primera vez que los abres para impregnarte de su contenido, y a madera añejada y recién barnizada. Al menos así era para Kenma. Allí donde fuera y percibiera esos aromas, automáticamente lo transportaban a la casa de su mejor amigo desde la infancia. Quizá se debía a que la primera vez que un pequeño Kuro lo arrastró hasta su casa para jugar, el padre del muchacho molía sus adorados granos de café importado, como lo seguiría haciendo siempre en el desayuno, y la madre de Tetsuro depositaba un sinfín de libros en las estanterías de la sala, llenándolas desde piso al techo, como ávida lectora y profesora que era. Además, la casa a la que se acababa de mudar la familia Kuroo estaba recién reciclada y aún olía a barniz. Aquella primera visita quedó fuertemente impresa en la memoria de Kenma, pues fue la primera vez que se sintió cómodo en un lugar que no era su propio hogar. Y así hubiese querido que fuese por siempre…


Iniciaba la última semana de Agosto en Tokio y el calor resultaba agobiante aún al caer el sol. Aquella noche Kenma estaba cenando en casa de la familia de Kuroo, invitado a comer allí porque sus propios padres se habían ido de viaje hacía una semana atrás y el chico no quiso acompañarlos. Aunque la noche continuaba demasiado cálida, la sala estaba fresca gracias al aire acondicionado. El fuurin o campanilla de viento, que estaba colgado en la ventana, a penas se movía por la brisa exterior; su suave tintineo metálico quedaba ahogado por las estridentes voces provenientes de un programa cómico en el televisor, acompañando los sonidos de la cena.


—¿Quieres más ensalada? —La madre de Kuroo se dirigió a Kenma con una sonrisa.


Él denegó con la cabeza.


—No, gracias, estoy bien así.


—Pásamela a mí, por favor —pidió Kuroo estirando un brazo; se sirvió más ensalada en su plato y luego hizo lo mismo en el plato de Kenma. Tanto él como su madre solían ignorar las negativas del chico en cuanto a comer más de una porción.


—Sigues sin engordar un gramo, cariño —comentó la mujer observando a Kenma, al tiempo que le servía más empanadillas gyoza, cuyo aroma a ajo mezclado con carne de cerdo impregnaba el aire alrededor de la mesa.— Me gustaría tener tu metabolismo.


—No es su metabolismo, solo come mal —replicó Kuroo.


El gesto de Kenma se veía un poco hastiado pero no dijo nada, pues estaba acostumbrado a que lo regañaran seguido por sus malos hábitos alimenticios. Continuaron comiendo mientras la madre de Kuroo les preguntaba por sus vidas en la universidad, en tanto el padre del chico miraba la TV y se reía del diálogo de los cómicos. En un momento dado todos guardaron silencio al escuchar el estridente sonido de una ambulancia que se detenía frente a la casa; a través de las cortinas de la ventana se podían apreciar las intensas luces de emergencia del vehículo.


—Ya es la tercera vez en este mes —se lamentó la madre de Kuroo, y su marido chasqueó la lengua.


—¿Qué sucede? —Quiso saber Tetsuro mirando hacia la ventana como sus padres. Kenma aprovechó la distracción y le pasó a su plato sus propias empanadillas.


—La señora Furukawa está con algunos… problemas de salud —le explicó su mamá.


—Oh, qué mal…


—¿Problemas de salud? —El marido miró a su mujer con sarcasmo.— ¡Es todo culpa de ese condenado hijo suyo!


—Querido…


—Todo porque es un desviado y una deshonra para su decente familia.


—¿Desviado? —Repitió Kuroo con los palillos a medio camino de tomar una gyoza.


Ni él ni Kenma habían compartido mucho con el hijo de la familia vecina, los Furukawa, porque el chico era algunos años menor que ellos y además lo mandaban a un colegio internado; pero siempre que lo veían parecía un muchacho tranquilo y promedio.


El padre de Kuroo resopló con disgusto.


—Resultó ser un maricón y estaba liado con un trabajador de su familia, fue un escándalo —expuso en tono de desagrado.— El señor Furukawa lo echó de su casa, por supuesto.


—Y desde que el chico se fue, la señora Furukawa se descompensa seguido —añadió su esposa.— Siempre sufrió del corazón, pobre.


—Y cómo no sufrir del corazón, si tiene un hijo así.


—No digas eso, querido, sigue siendo su hijo…


Kuroo masticó su empanadilla sin comentar nada, observando por el rabillo del ojo que Kenma tenía la vista clavada en su plato y su mano casi imperceptiblemente mientras movía los palillos, jugueteando con los restos de comida. Mientras tanto, su madre se veía muy indignada ante la actitud de su marido, pero parecía no querer ahondar en la charla para no arruinar la cena.


—El problema está en la crianza —dictaminó el hombre.— Por suerte nosotros criamos hijos decentes y respetuosos de su familia.


—Basta, no es un tema para tratar durante la comida —sentenció su mujer.


Su esposo hizo una mueca pero dejó estar el tema, entonces se dirigió a su propio hijo.


—¿No es hora de que nos presentes una novia, campeón? —Le dijo con una mueca cómplice.


Kuro tomó un largo trago de su vaso antes de responder con calma.


—Estoy estudiando para llegar a obtener un doctorado, papá —esbozó su típica sonrisa felina.— No tengo mucho tiempo de sobra para tener novia.


—Por supuesto, es comprensible. Y tu esfuerzo será recompensado, ¡serás un gran profesional! —Sonrió orgulloso y pasó su vista hacia Kenma.— Tus padres me contaron que también te está yendo bien en la uni, ¿eh, pequeño?


—Sí, señor —Kenma asintió un poco, aún con la vista gacha y los hombros tensos, pero el otro hombre no se percató de ello y también le sonrió con aprobación.


—Por cierto, traje tarta de manzana de esa tienda que tanto te gusta, Kenma-kun —siguió diciendo el padre de Kuroo mientras su mujer retiraba los platos vacíos y traía el postre.


—Oh, muchas gracias, no hacía falta...


—Bah —hizo un gesto con la mano para restarle importancia al asunto—, tú disfrútala.


Desde siempre, todos en la familia Kuroo solían consentir a Kenma y lo hacían sentir uno más del círculo familiar. En un principio Kenma había estado un tanto desconcertado ante tanta atención recibida, sin entender por qué podían interesarse tanto en él cuando la mayor parte de las personas solo lo ignoraban (lo que agradecía, no era algo que lo deprimiera). Sin embargo, con el tiempo se acostumbró con agrado a tener aquella especie de “segunda familia”; quizá el instinto de cuidarlo era algo genético de los Kuroo.


—¿Seguro no quieres quedarte a pasar la noche? —Le preguntó la madre de Tetsuro un rato más tarde, cuando Kenma anunció que volvía a su hogar luego de dar las gracias por la comida.


—Sí, así la casa no queda a solas mucho tiempo —repuso Kenma con voz apagada.


—Mmhh… —ella no parecía muy convencida.— Bueno, pero ven a desayunar con nosotros, ¿de acuerdo?


Kenma asintió.


—Si no es molestia.


—¿Qué dices? Nunca lo es —le sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro a modo de despedida.


Kuroo estaba a un lado, apoyando el hombro sobre la pared y con gesto serio. En cuanto su madre se retiró a lavar los platos, aprovechó para decir:


—Más tarde iré a tu casa.


Kenma se inclinó para calzarse los zapatos de calle y al erguirse asintió en silencio, sin mirarlo. Justo entonces lo sobresaltó una repentina carcajada del padre de Kuroo, que se había trasladado al sofá de la sala para seguir viendo la comedia en la TV.


—Te veo en un rato —murmuró Kuro pasando un dedo por el cuello del otro chico, antes de darse la vuelta y dirigirse a la cocina para ayudar a su madre a secar los platos.


Kenma salió y lo recibió una oleada del cálido ambiente nocturno, contrastando con el refrescante interior de la casa de Kuroo. El barrio estaba en calma, un perro solitario aullaba a lo lejos y unos cuantos bichos revoloteaban alrededor de la luz de calle. El aire olía a finales de verano, a calor y plantas marchitas bajo el intenso sol del día terminado. Con gesto ensimismado y paso desganado, Kenma se dirigió a su hogar, el cual quedaba a pocos metros. Al llegar a la puerta de su casa y sacar las llaves para abrirla, un ronroneo suave llamó su atención y bajó la vista al tiempo que Mochi, la gata gorda y parda de la familia Kuroo, aparecía entre las plantas del patio y se acercaba para restregarse contra sus tobillos.


—¿Estabas de paseo? —Susurró el muchacho, inclinándose para rascarle detrás de la oreja; la felina ronroneó y presionó con más ganas contra sus piernas.— Hoy puedes quedarte si quieres.


A Kenma le gustaban los gatos pero su padre era alérgico a ellos, por lo que estaban descartados como mascotas. En la casa de Kuroo, en cambio, tenían tres gatos; Mochi, la única hembra, solía infiltrarse por la ventana de la habitación de Kenma siempre que podía, para dormir acurrucada a sus pies. Las primeras veces que sucedió aquello el chico fue regañado, pero con el tiempo su madre comenzó a cubrirlo, y con el correr de los años se volvió una secuencia habitual.


El interior de la casa de la familia Kozume estaba fresco y oscuro. Kenma encendió una sola lámpara y su tenue luz amarillenta bañó la sala, aquella donde predominaba un característico y dulzón aroma a vainilla, ya que la señora Kozume adoraba las velas perfumadas con esa esencia. Kenma se dejó caer en el sofá más amplio y tomó el PSP que allí había dejado, mientras Mochi se acomodaba en su falda. El sonido de encendido de la consola portátil fue la señal que la mente del chico requería para desconectarse y evadirse. Necesitaba hacerlo, realmente. Así fue como pasó la siguiente hora, totalmente abstraído de la realidad.


—No le echaste llave a la puerta de entrada —dijo la voz de Kuroo de pronto.


—Dijiste que vendrías luego —repuso Kenma sin apartar la vista de su PSP.


—Aún así debes cerrar con llave, no sabes si puede venir alguien más y aprovechar la falta de seguridad.


—Mmhh…


El sofá se hundió bajo el peso de Kuroo, que se dejó caer allí todo despatarrado. El celular de Kenma sonó en ese momento y el chico pausó su juego un instante para leer el mensaje recibido y contestarlo.


—Qué afortunado Chibi-chan —comentó Kuroo con sorna, espiando de reojo el mensaje.— Nunca antes te vi pausar el juego para contestarle a alguien —Kenma se encogió de hombros.— Déjame reformular la frase: nunca parabas tu juego cuando yo te hablaba.


—Porque siempre estábamos juntos y no me hacía falta pausarlo para escucharte al lado mío —respondió Kenma en tono cansino, mientras acariciaba distraídamente el suave pelaje de Mochi.


Kuroo hizo una mueca y entonces le sonó su propio celular. Puso los ojos en blanco un momento, imaginando de qué se trataba, y lo sacó para leer el septuagésimo mensaje de Bokuto en el día, lloriqueando porque extrañaba a Akaashi y porque no habían estado ni Ushijima ni Oikawa en el entrenamiento del seleccionado de esa jornada.


Todos me abandonan, bro”.


Ojalá también te abandonara la estupidez”.


Todo lo que amo perece”.


Todos siguen vivos, deja de hablar estupideces


Exasperado, Kuroo dejó su celular a un lado y se echó de costado hasta apoyar la cabeza sobre la falda de Kenma, obligando a su propia gata a que se corriera de allí. El animal bufó indignado y saltó al suelo, donde se puso a lamerse una pata delantera.


—La echaste —se quejó Kenma.


—Yo también quiero que me hagas cariños detrás de la oreja —y puso gesto de cachorrito apenado. El otro chico solo suspiró y usó la mano libre para acariciarle la oreja, mientras retomaba el PSP con su otra mano.— Oye, Kenma.


—¿Mmhh?


—Lo siento por lo que dijo antes mi padre —silencio; solo se escuchaban los agudos sonidos del juego.— ¿Kenma?


—Está bien, ya sabía que él piensa así.


Kuroo frunció el ceño, extrañado. Él mismo no tenía idea qué opinaba su padre sobre la homosexualidad, puesto que no era un tema que jamás hubiesen tocado en la familia hasta esa noche; aunque tampoco lo sorprendía demasiado descubrir su postura conservadora.


—¿Te dijo algo? —Se preocupó Tetsuro.— ¿Sabe algo?


Kenma negó un poco con la cabeza, aún con la vista clavada en la pantalla de su consola portátil.


—No, pero lo escuché charlar con mis padres cuando sucedió lo del hijo de los Furukawa —explicó en tono circunspecto.— Parecía muy… disgustado con el tema —pausa.— Y mis padres también.


Esta vez fue el turno de Kuroo para suspirar. Su padre no era un mal hombre, pero tenía un carácter muy fuerte, locuaz y obstinado, sobre todo cuando se trataba de algo que le desagradaba. Lo que le chocaba un poco más era descubrir la postura del matrimonio Kozume ante el tema; pero suponía que, teniendo un hijo único, la posibilidad de que fuese homosexual les generaba aún más recelos. Kuroo, al no vivir más en el barrio durante el año, no se había enterado de todas aquellas cosas sucedidas, pero ahora comprendía de dónde había salido aquel interrogante de Kenma ante la posibilidad de que sus padres se enteraran de lo suyo...


—Bueno, era de esperarse que no todos lo entendieran —dijo Kuroo alzando una mano para acomodar un mechón de pelo detrás de la oreja de Kenma.


—Lo sé.


—Pero no dejes que te afecte demasiado.


—Estoy acostumbrado a que la gente no me entienda —repuso Kenma con apatía.


—¿Pero…? —lo instó Kuroo, percibiendo un leve tono de duda en su voz.


Kenma continuó observando el juego atentamente.


—Pero tú no estás acostumbrado a ello —respondió al fin.


Permanecieron en silencio unos momentos, mientras Kuroo procesaba aquellas palabras. Tenía muy presente que su relación no iba a ser bien vista por una gran cantidad de gente, no obstante, no era algo que lo preocupara demasiado, salvo que ello los llevara a alguna situación que aumentara la ansiedad social de Kenma. Sin embargo, la desaprobación familiar era otro tema bien distinto. Estaba casi seguro de que su madre lo apoyaría sea cual fuere su decisión de vida, pero su padre era un hombre mucho más tozudo de ideas. Y al parecer tampoco contarían con el apoyo de la familia Kozume. El futuro no pintaba precisamente color de rosa si decidían sincerarse con sus parientes. De cualquier manera no había por qué revelarles la verdad aún, podían conservar el status quo familiar por un buen tiempo más, manteniendo las cosas como las llevaban hasta ahora. Nadie sospechaba nada todavía.


—Descuida, lidiaremos con eso cuando llegue el momento —Kuroo sonrió con confianza, pero Kenma no le devolvió el gesto.— Vamos, no te deprimas por algo que aún no sucede.


—No me deprimo —denegó el otro chico.— Solo… me incomoda la situación.


El hogar de Kuroo era uno de los pocos lugares, además de su propia casa, donde Kenma se sentía a gusto. La familia vecina siempre lo había acogido con cariño y él los apreciaba mucho, a pesar de que no lo expresara en palabras. El padre de Kuroo, sobre todo, siempre había compartido tiempo con ellos mientras jugaban y les había enseñado muchas cosas, entre ellas a andar en bicicleta, a construir una casita del árbol y a atrapar los mejores insectos. Finalmente Kenma siempre iba sentado detrás de Kuro en la bicicleta, siendo llevado, y todo su interés en la casita del árbol residía en que allí podía aislarse de los irritantes niños del barrio que lo molestaban siempre que lo veían; cazar bichos, por otro lado, nunca fue su fuerte, demasiado esfuerzo. Los mejores recuerdos de su infancia y crecimiento incluían a Kuroo y su familia, y no resultaba nada agradable haberse convertido en la posible astilla que generara tensiones familiares entre ellos.


—¿Acaso piensas hacer algo estúpido como dejarme por mi propio bien, para evitarme problemas con mis padres? —Preguntó Kuroo de pronto, interpretando bien el silencioso conflicto emocional de Kenma, aunque la expresión del chico no demostrara nada.


Los ojos de Kenma seguían fijos en su consola portátil.


—Mmhh… no —murmuró quedamente.— Sería problemático.


Kuroo puso los ojos en blanco.


—Alabada sea la flojera que te mantiene a mi lado —ironizó.


—Quedarme contigo también es problemático —señaló Kenma en tono ecuánime.


—¿Y entonces qué? —resopló.


Kenma apartó la vista un momento de su PSP y lo miró a los ojos.


—Si voy a tener problemas con cualquier opción que elija —empezó a decir—, prefiero tenerlos contigo a mi lado.


Y volvió a fijar la vista en su juego.


Kuroo se quedó muy quieto unos segundos, entonces giró bruscamente sobre la falda de Kenma y lo abrazó por la cintura, enterrando la cara en su estómago.


—Dilo de nuevo —le pidió.


—Estás pesado... —se quejó Kenma en cambio, un poco sofocado por el fuerte agarre. Su celular sonó una vez más y lo tomó para leer el nuevo mensaje entrante.


—Queda una semana para que el enano vuelva a Tokio —rezongó Kuroo, aumentando la presión del abrazo—, ahora préstame atención a mí.


Hinata ahora iba a la misma universidad que Kenma, al igual que Kageyama y Yamaguchi. Kuroo solo exageraba unos celos que en verdad no sentía tan así, porque le agradaba saber que Kenma tenía más gente a su alrededor con la que se sentía a gusto (descartando, quizá, a Kageyama, pues él lo ponía nervioso).


—Hinata es mi amigo —dijo Kenma entonces, tecleando con dificultad debido al forcejeo con Kuroo, que trataba de tumbarlo en el sillón.


—Yo también soy tu amigo —replicó Kuroo con una sonrisa torcida, al tiempo que tomaba el PSP y lo depositaba a un lado con cuidado para no dañarlo (hacerlo equivalía a un divorcio emocional con Kenma).— Y además tu novio.


—Mmmhh... —musitó el otro chico. Terminó de enviar la respuesta a Hinata y también dejó el celular a un lado, al tiempo que cedía ante el peso de Kuroo y se echaba de lado sobre el amplio sofá.


Kuroo se acomodó a su lado, abrazándolo y apoyando la barbilla sobre su cabeza. Estuvieron un buen rato así, abrazados en un tranquilo silencio; solo se escuchaba el rítmico ronroneo de Mochi, que amasaba una chaqueta de Kenma que el muchacho había dejado sobre otro sofá. Con el correr de los minutos Kuroo sintió cómo Kenma se relajaba y su cuerpo se aflojaba entre sus brazos. Sabía que la ansiedad lo comenzaba a atacar de nuevo, lo había podido notar en sus gestos desde hacía algunos días, y especialmente esa noche durante la cena en su casa. Hacía tiempo que no veía expresiones de nerviosismo e incomodidad de parte de Kenma, parecía haber hecho grandes progresos al respecto, y lamentaba verlo así nuevamente; pero ahora conocía parte de la razón. Sin embargo, de momento no había nada más que pudiera hacer por él, salvo permanecer a su lado. Sabía que era lo único que estaba a a su alcance, y aún así lo frustraba mucho saberse todavía un crío inútil y sin recursos para proteger lo que quería, para hacerle frente a los problemas de adultos.


El celular volvió a sonar por un mensaje recibido, pero esta vez Kenma no hizo movimiento alguno por alcanzarlo para responder. Tenía el rostro cerca del cuello de Kuroo, y cerró los ojos para respirar con calma el aroma que desprendía su compañero. Olía un poco a jabón, pues se había bañado antes de la cena, y otro poco como los aromas de su casa, todos entremezclados en su ropa; pero también tenía esa esencia característica de él mismo impregnada en la piel. A pesar del calor, Kenma se acurrucó más contra Kuroo, aferrándose a él.


Seguramente con el tiempo muchas cosas cambiarían, muchos lugares confortables dejarían de serlo. Quizá llegaría el día en que el olor del café, el papel de libro y el barniz, mezclados con el dulce aroma a vainilla, dejarían de ser esencias que le transmitieran sensación de seguridad, de calidez, de hogar. Tal vez, en cambio, pasarían a evocar recuerdos de nuevos rechazos y ansiedades, de nuevos miedos y preocupaciones. El futuro era incierto para todos, pero especialmente para Kenma; siempre lo ponía nervioso echar un vistazo al posible porvenir, con sus complicaciones y dificultades. Pero sobre todo este nuevo porvenir aumentaba su ansiedad, porque el camino que tenía por delante se iba alejando de la vida de un adolescente aislado en su burbuja, y se adentraba poco a poco en los enrevesados senderos de la vida adulta, con todas sus nuevas complejidades.


A pesar de todas esas tribulaciones mentales, Kenma se relajó lo suficiente gracias al abrazo de Kuroo y terminó durmiéndose casi sin darse cuenta, deseando que el futuro juntos, así como el pasado compartido, también tuviese aroma a felicidad.


Los días avanzaron, calurosos y agobiantes, y por fin llegó el último fin de semana de Agosto, previo al reinicio de las clases. En otra zona de Tokio, Akaashi se dirigía a la casa de Bokuto para encontrarse con él allí, antes de ir juntos de salida. Las últimas dos semanas Keiji las había pasado de viaje con sus padres por el sur de Japón y, en cuanto regresó a la región, Bokuto le propuso reunirse desesperadamente.


—¡AKAASHEEEE!


Todavía faltaba media cuadra para que Akaashi llegara frente a la casa de la familia Bokuto, pero Kotaro, que lo esperaba afuera y lo había divisado a lo lejos, ya gritaba su nombre luego de dos largas semanas de abstinencia sin poder llamarlo así en vivo y en directo. Ni siquiera tuvo la decencia de esperarlo quieto, pues salió corriendo a abrazarlo con todas sus fuerzas.


—Bokuto-san, no grites en la calle, por favor… —le pidió Keiji en cuanto lo soltó.


—¡Han pasado ochenta y cuatro años sin verte!


—Fueron solo dos semanas.


—¡Es lo mismo!


—¿Boku-tan?


Bokuto abrió mucho los ojos y bajó la vista hacia la vocecita que acababa de pronunciar su nombre a media lengua. Escondido detrás de las piernas de Akaashi estaba Hayato, apodado Momo, el pequeño hijo de su prima al que ambos habían cuidado un fin de semana.


—¡Momooo! —Exclamó Bokuto, inclinándose hasta su altura y extendiendo los brazos.


El niño soltó la pierna de Akaashi y de un salto echó los bracitos sobre los hombros de Bokuto, que lo alzó al instante.


—A ti sí hacían ochenta y cuatro años que no te veía, Momo —sonrió Kotaro con alegría, y el niño asintió seriamente.


—Estaba con su madre de visita en mi casa —comenzó a explicar Akaashi—, y en cuanto escuchó que venía a verte quiso acompañarme... Se puso bastante insistente —hizo una mueca.— Espero que no te moleste que lo haya traído.


—¡Para nada! Si somos mejores amigos, ¿verdad, Momo? —Bokuto volvió a sonreír y el niño asintió una vez más.— ¿Y Chizu-chan? ¿Dónde está tu hermanita?


—Fiesta cumpluanios —le explicó el pequeño en tono formal.


—Ya veo —de golpe la sonrisa de Kotaro vaciló y se transformó en una mueca incómoda.— De hecho, Akaashi, ehhh... tampoco vengo solo.


—¿Ah?


—¿Qué significa esto, Kotaro?


Sumire acababa de salir de una casa vecina, vestida muy bonita, y miraba indignada la escena ante sus ojos. Bokuto abrazó con más ganas a Momo, poniéndolo por delante suyo como si fuera un escudo.


—Pues, ehhh… Bueno, verás, Sumire-chan —balbuceó Bokuto—, tenía acordada una cita con Akaashi...


—¡Hace una semana me prometiste que hoy me acompañarías de compras! —Se indignó la muchachita.


—¡Pero hoy volvió Akaashi!


—¡Pero lo prometiste!


Parecía que ninguno de los dos iba a ceder en su capricho, así que Akaashi no tuvo más remedio que ser razonable e interceder.


—Ya te habías comprometido con otros planes, Bokuto-san —indicó en tono tranquilo.— Nosotros podemos vernos más tarde.


—P-pero, Akaaasheee...


Sumire observaba a Keiji con ojos suspicaces.


—¿No te molesta que salga a solas con Kotaro? —Preguntó, calculadora.


—¿Por qué debería molestarme? —Replicó Akaashi sin alterarse ante la pulla velada.


Sumire entrecerró los ojos un momento y por fin se encogió de hombros, para luego cruzar su brazo con el de Bokuto.


—Nos vamos, entonces... ¡Auch!


Momo acaba se pellizcarle el brazo a Sumire.


—Mala —le dijo el niño mirándola muy serio. Luego puso sus manitas sobre las mejillas de Bokuto, estirándolas torpemente para que el muchacho sonriera de nuevo.— Boku-tan no triste.


—Bokuto-san...


—No iré a ningún lado sin Akaashi —se enfurruñó Bokuto.— Si no va él, no voy yo.


Akaashi suspiró. En realidad tampoco tenía muchas ganas de esperar hasta más tarde para pasar tiempo juntos, pero tampoco le parecía educado faltar a un compromiso.


—Muy bien, entonces los acompañaré —dijo Keiji al fin.


Sumire no se veía muy feliz con la idea, pero como parecía ser la única forma de mover a Bokuto, no lo quedaba otra opción. La sonrisa alegre regresó al rostro de Kotaro con la velocidad de un rayo y los cuatro se encaminaron hacia el centro comercial.


Primero pasaron por una tienda de artículos deportivos, ya que Sumire quería comprarse nuevos protectores para jugar al volley, y los chicos aprovecharon a conseguir algunas cosas para ellos también. A Akaashi no le pasaba desapercibido que Sumire se la pasaba del brazo de Bokuto siempre que podía, rozándolo o inclinándose encima suyo, y a Kotaro no parecía importarle, pues ella siempre había sido así con él.


—Aquí tiene su bolsa y la de su novia —sonrió la mujer que los atendió en la caja a la hora de pagar por los artículos.


Bokuto pareció muy desorientado ante esas palabras, mientras que Sumire, aún colgada de su brazo, se mostró complacida.


—Gracias —dijo en tono ufano, mirando de reojo hacia Akaashi.


Pero Keiji en ese momento estaba concentrado leyendo la etiqueta de un frasco de suplemento alimenticio para deportistas, y no les prestaba atención. Una vez que salieron de allí pasaron por varias tiendas más, y terminaron en una de ropa femenina.


—¿Qué te parece, Kotaro? —Preguntó Sumire saliendo del probador para modelar un vestido.


Bokuto, Akaashi y Momo estaban sentados en unos sofás cerca de los probadores, los tres con cara de hallarse perdidos en la Dimensión Desconocida.


—¡Te ves bien! —Asintió Bokuto automáticamente.


—Sé más específico, tonto —replicó ella y giró sobre sí misma; como era alta y bonita, otras chicas la observaban con envidia mal disimulada.— ¿Te gusta cómo me queda este color?


—¡Seguro!


—¿No me hace ver muy pálida?


—Eh…


—Pero realza el color de mis ojos, ¿no te parece?


—Pues, eh… —Bokuto miró a Akaashi en busca de apoyo, pero el otro chico entendía tanto como él de moda femenina.


—Tengo hambre —fue todo lo que replicó Akaashi.


—Bonito —opinó Momo entonces, señalando a Sumire.


Finalmente el niño obró de asistente de modas, calificando como “Bonito” o “Feo” cada prenda que Sumire modelaba. Bokuto y Akaashi solo querían huir de allí, pero se demoraron una hora en verse libres de aquel martirio, cargando un montón de bolsas.


Luego fueron a comprar algo de comer y terminaron paseando por el parque. El día estaba muy soleado pero corría una agradable brisa que resultaba refrescante, en tanto la gente buscaba la sombra bajo los árboles para sentarse y descansar. La zona estaba llena de jóvenes en grupos, alguna que otra parejita por aquí o por allá, y muchos niños jugando por todos lados. En un momento dado Akaashi y Sumire quedaron solos en el banco donde se habían sentado a comer, pues acababa de llegar un señor con un puesto de helados a la zona infantil y Bokuto se había ido hacía allí con Momo, para comprarle una paleta helada. Ni Keiji ni la muchacha dijeron nada durante un largo momento; él masticaba un onigiri con parsimonia y ella no podía terminarse el suyo.


—No sabía que a Kotaro le gustaban tanto los niños —comentó Sumire de pronto, observando al muchacho en cuestión, que se divertía con los más pequeños.


—Se entiende bien con ellos… —repuso Akaashi, y quedó flotando tácitamente la terminación de la frase: “porque él mismo es un niño grande”.


—Sería un buen padre.


—Sí, lo sería —a lo lejos Bokuto cargaba a Momo sobre sus hombros y pretendían ser Godzilla, mientras otros niños los perseguían.— Aunque seguramente se pondría celoso de sus propios hijos si recibieran más atención que él.


—Competiría con ellos por todo…


—Y se asustaría más que ellos con los cuentos de terror…


Sumire largó una risita al imaginarlo.


—Y si tuviese una hija —conjeturó también—, el día que apareciera con su primer novio, Kotaro se pondría de duelo por perder la atención de ella.


—Y sus padres se burlarían de él por eso —Akaashi sonrió sin darse cuenta y Sumire lo observó asombrada unos instantes, pero en cuanto Kejiji la miró a su vez, ella volteó la vista hacia Bokuto rápidamente.


—Es un lindo futuro para Kotaro —dijo Sumire entonces.— Ojalá lo consiga.


—Sí…


—Pero no puede conseguirlo contigo —pareció darse cuenta de golpe de lo que acababa de decir y miró a Akaashi un tanto incómoda, frunciendo el ceño.—No quise ser grosera, lo siento, es solo que…


—Lo sé, entiendo —la atajó en tono suave.— Es la verdad, conmigo no puede tener ese futuro.


Y volvieron a sumirse en un tenso e incómodo silencio. Akaashi masticaba tranquilamente el último bocado de su cuarto onigiri, con la vista fija en Bokuto y Momo. La gente a su alrededor charlaba animada, los niños correteaban divertidos y el aire olía al algodón de azúcar que preparaba un hombre en su máquina ambulante. Era una tarde agradable, de un soleado día cualquiera, demasiado luminosa y amena como para ponerse a pensar en futuros truncados. Pero resultaba inevitable.


—¿No me odias? —Preguntó Sumire de pronto.


—¿Por qué te odiaría? —Replicó Akaashi, tranquilo.


Ella infló un poco las mejillas, ofuscada.


—Ya sabes por qué.


—Solo odiaría volver acompañarte a comprar ropa —puntualizó Keiji.— Pero si es por tu interés en Bokuto-san… —la miró a los ojos.— ¿Por qué odiaría a alguien que se interesa sinceramente en él?


Sumire frunció el ceño.


—¿No te dan celos? —Quiso saber.— ¿No te molesta verlo con alguien más?


Akaashi lo consideró unos instantes. Era realmente difícil sentir celos cuando Bokuto nunca le había dado motivos para ello; sin embargo, comprendía la postura de Sumire. Ella también había estado enamorada de Kotaro durante varios años, sin que el otro pelmazo se diera cuenta de ello (como le había sucedido a Akaashi mismo), y de golpe el objeto de su afecto era arrebatado por alguien más. Akaashi suponía que se sentiría igual que Sumire si alguien más se hubiese llevado a Bokuto delante de sus narices. Por otro lado, no sería cortés decirle a la jovencita que ella no le despertaba desconfianza alguna, porque le resultaba muy difícil dudar de los sentimientos de Bokuto hacia él.


—Si hay algo que me da celos —empezó a decir a Akaashi—, es el futuro que sí podría tener contigo, pero no conmigo.


Sumire se quedó en silencio, mirando a Bokuto y Momo, que se acercaban haciendo una carrera.


—¿Te vas a comer eso? —Le preguntó Akaashi a la chica, señalando el onigiri a medio terminar que sostenía en la mano.


—¿Eh? Ah, no, no puedo más —repuso.


—¿Me lo pasas?


Ella pareció un poco sorprendida, pero le pasó el medio onigiri en cuestión.


—Tienes arroz en la cara —le dijo Sumire al observarlo.


Pero antes de que Akaashi pudiese limpiarse, otra mano se acercó a su rostro y le quitó los pocos granos de arroz que tenía a un lado de la boca.


—¿Nos extrañaron? —Preguntó Bokuro alegremente, comiéndose los granos de arroz que acababa de limpiarle.


Momo parecía exhausto por la breve carrera que acababan de echarse, y se había dejado caer en el banco junto a las bolsas de Sumire, todo lánguido.


—¿Estás bien? —Le preguntó Akaashi; el niño meneó la cabeza ambiguamente.— ¿Te duele algo? —el pequeño asintió.— ¿Qué te duele?


Con mirada muy seria, Momo se llevó las manos a las rodillas y se las palmeó.


Menstuación.


La jornada terminó, como no podía ser de otra forma, con la familia de Bokuto casi obligando a Akaashi a pasar la noche en su casa. Incluso Sumire cenó con ellos antes de volver a su propio hogar, y la madre de Momo pasó a buscarlo con el auto por allí mismo.


Aquella noche, mientras Bokuto roncaba a su lado con un brazo atravesado sobre el estómago de Akaashi, Keiji lo observaba dormir mientras se sumía en sus propios pensamientos. Futuro. Incluso alguien tan centrado como él tenía sus propias dudas y preocupaciones sobre el devenir. Qué lejanos parecían aquellos días en Fukurodani, cuando la mayor de sus preocupaciones era mejorar su rendimiento en el volley y pasar todo el tiempo posible junto a Bokuto, empapándose de sus alegrías y sus tristezas en la cancha, aprendiendo cómo entender su alocada forma de ser. En aquel entonces el futuro era solo un concepto lejano, una realidad intangible que no preocupaba a ningún adolescente sano y feliz. Pero el tiempo pasaba y el concepto se volvía más cercano, menos ajeno, y más abrumador. Por fin, vencido por el cansancio, Akaashi también se durmió.


Había sido un día cansador pero agradable, esa clase de día que termina con una calma tan pacífica que casi asusta. Porque toda calma suele anteceder al huracán, y esta vez no sería la excepción.


 


 

Notas finales:

Hola :v sí, me tardé mil años xD perdón. Para variar quería hacer un capítulo más serio (?), pero nunca me terminaba de gustar y di mil vueltas y bueno, acá está xDDD sigue sin convencerme pero al menos me da pie a lo que sigue. Hurra por los capítulos puente (?) ajajja

Perdón si no he respondido algún review o comment aún, me he liado horriblemente con eso @_@ pero sepan que los amodoro por dejarlos :3 Y nada, eso por ahora, me caigo a pedazos de sueño. Me despido hasta la próxima, love para todos y gracias por leer!


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