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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del capitulo:

Reunidos en Miyagi. Días de verano, juventud, inicios y finales.

CAPÍTULO 42


 


Hay inicios que no ocurren al principio, si no que se toman su tiempo para empezar. Hay inicios que ocurren sin que nadie se entere, ocultándose de los sentidos, evadiendo la razón, dejando tras de sí la incertidumbre del cuándo, y le certeza del qué.


Si les preguntaban cuándo se enamoraron uno del otro, Oikawa e Iwaizumi no podría precisar la fecha exacta; darían, en cambio, una aproximación vaga del qué, de la época en la que tímidamente comenzaron a ser conscientes de sus sentimientos por el otro, a reconocer que aquello que sentían trascendía la amistad.


Sin embargo, nunca sabrían que para ambos todo había cambiado el mismo día, a la misma hora, y en el exacto mismo lugar.


A penas tenían diez años y estaban jugando hasta tarde en la pequeña plaza que había cerca de sus casas, en una cálida noche de verano. Mientras Hajime tenía los codos pelados de haber estado arrastrándose por los árboles para cazar escarabajos y cigarras, Tooru desplegaba su telescopio nuevo, regalo reciente por su cumpleaños. La pelota de volley con la que habían estado jugando toda la tarde descansaba a sus pies, compañera fiel de sus aventuras diarias.


—¡Creo que cayó la primera estrella! —Exclamó Hajime mirando al cielo con la boca abierta.


—No son estrellas de verdad, Iwa-chan —repuso Tooru en tono didáctico—. Son los restos que va dejando un cometa al pasar, que se transforman en meteoros al atravesar la atmósfera de la Tierra.


—Bah, son estrellas que caen —refunfuñó Iwaizumi torciendo un poco el gesto.


—¡Ojalá cayera un meteorito aquí cerca, podría llevármelo a casa!


—Ojalá te cayera en la cabeza, sí —rió.


—¡Iwa-chan!


Dejaron sus mochilas y la pelota de volley junto a la base de la estructura metálica para trepar que había en la zona de juegos, y la escalaron hasta su parte más alta, acarreando con cuidado el telescopio. Luego se sentaron allí, a esperar en un apacible silencio que la lluvia de meteoros diera comienzo en todo su esplendor. Aún a esa corta edad de su amistad, no necesitaban rellenar los silencios para sentirse a gusto en compañía del otro; desde el principio habían confluido con una naturalidad tal que parecía que se conocían desde antes del inicio mismo.


Las luces comenzaron a atravesar el cielo de a poco, lentamente, mientras Tooru ajustaba el lente de su telescopio para observarlas, y con el correr de los minutos eran tantas las estrellas fugaces que atravesaba el cielo, que a los niños les faltaban ojos de más para poder observar todo el espectáculo. Oikawa estaba extasiado, su mente infantil sobredimensionaba la escena que ocurría en la bóveda celeste sobre su cabeza, conjurando ideas alocadas de alienígenas bajando en meteoritos y las infinitas posibilidades que ello conllevaba. Su manito tironeaba del codo raspado de Iwaizumi para señalarle tal o cual meteorito más brillante al caer, explicándole sus teorías sobre invasión alienígena y sus ganas de tener un meteorito. La sonrisa emocionada le iluminaba la cara como si fuera una de aquellas luces que atravesaban el firmamento, y Hajime no pudo si no contagiarse de su exaltación al contemplar su rostro.


—Te conseguiré una estrella —soltó de pronto.


—Un meteorito, Iwa-chan.


—Lo que sea —murmuró—. Te traeré uno para ti.


Recién ante esas palabras Tooru apartó la vista del telescopio con el que observaba el cielo y miró a Hajime, esta vez sonriéndole a él y no a las estrellas.


—¿En serio? ¡Fantástico! —Sus expresión brilló—. Si lo haces serías demasiado genial, Iwa-chan, serías como un cazador de meteoritos, y debería casarme contigo.


—¿Qué? No, entonces no te consigo nada.


—¡Iwa-chan!


Ambos se rieron con diversión cómplice e infantil, sin prestar atención al cosquilleo que sentían en el estómago; aún demasiado inocentes para entender que ese pequeño calor que sentían en el pecho era algo especial y profundo, bautizado por la lluvia de meteoritos que brillaba sobre sus cabezas.


Un inicio que se daba mucho después del inicio, y que todavía se haría esperar varios años más para, por fin, empezar.


 


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El paisaje pasaba a toda velocidad a través de los cristales, a medida que el tren avanzaba por agrestes escenarios rumbo a la Prefectura de Miyagi. El intenso sol de finales de Julio brillaba en todo su esplendor, dominando un azulino y despejado cielo.


—¡Akaashi, nuestra relación está llegando más lejos! —Kuroo alcanzaba a oír los fuertes cuchicheos de Bokuto en el asiento al otro lado del pasillo—. ¡Estamos saliendo juntos de la Región de Kanto!


El suspiro mental de Akaashi fue prácticamente audible. Daichi iba sentado frente a ellos y esbozó una media sonrisa mientras mantenía la vista fija en el paisaje.


—¿Estás bien? —Le preguntó entonces Kuroo a Kenma, ubicado a su lado.


—Sí, hay aire acondicionado —repuso el otro chico; su mirada estaba clavada en la pantalla de su consola portátil.


—No me refiero al calor —aunque cierto era que prácticamente debió arrastrarlo aquella mañana hasta la estación de trenes, porque el calor en Tokio había estado insoportable desde temprano—. Hablo de esto —y señaló el 3DS con el que jugaba.


—¿Qué hay con esto? —Murmuró Kenma mientras sus dedos se movían a toda velocidad por los mandos de la consola, contrastando con la inercia total del resto de su cuerpo.


—Que siempre vuelves a jugar el “The Legend of Zelda: Ocarina of Time” cuando estás preocupado —indicó al tiempo que se inclinaba sobre Kenma para apoyar la cabeza sobre la suya y ver cómo jugaba.


—No es cierto.


—Sí, lo es.


—No, no lo es.


—Sí, lo es —le hundió un dedo en la mejilla—. Aunque también sueles jugar al “The Legend of Zelda: Majora’s Mask”, pero eso es cuando estás más bien triste.


—¿Acaso tienes un listado de mis humores respecto de lo que juego?


—Básicamente…, sí —y le quitó un audífono para ocuparlo él, pues le gustaba la banda sonora de aquel juego.


Kenma se enfurruñó pero no volvió a hablar, y continuó jugando como siempre, sin mostrar un ápice de preocupación o tristeza que no fuera ocasionada por el calor que le estaba provocando tener a Kuroo medio tirado encima.


El viaje duraba poco más de dos horas, y antes de que se dieran cuenta ya habían llegado a destino. Como siempre, en cuanto el tren arribó a la estación, Daichi comenzó a rebuscar entre las caras del gentío intentando localizar a Suga. Por supuesto, el muchacho estaba allí esperándolo, pero esta vez estaba acompañado por Oikawa y Ushijima. Parecía charlar con ambos, sonriendo entretenido ante algo que estaba diciendo Tooru.


—¡Hemos llegado a Shiratorizawa! —Exclamó Bokuto en cuanto se bajó del tren, lanzándose a abrazar a Ushijima.


—Te llevaré a que conozcas la Academia —asintió Wakatoshi con un brillo emocionado en los ojos a pesar de la expresión seria.


Oikawa, a su lado, ponía los ojos en blanco.


—Dios los cría… —Murmuraba con desagrado.


Daichi ignoró por un momento las tonterías de sus amigos y se acercó a Suga; su sola presencia era como un remanso de paz aún en medio de la ajetreada estación.


—Estoy de vuelta otra vez —anunció Daichi, sonriendo.


—Bienvenida otra vez —Koushi le correspondió la sonrisa con dulzura.


No hizo falta que se tomaran de las manos, se dieran un abrazo o dijeran algo más, pues la calidez de la mirada que compartieron transmitía más sentimientos de los que se podían expresar de otras formas.


—Alguien que me traiga la insulina, por favor —comentó Oikawa entonces, rompiendo la momentánea burbuja de intimidad que se había creado entre Daichi y Suga.


—Que sean dos —añadió Kuroo.


—¿Y Hinata y los demás? —Preguntó Suga tras largar una risita.


—Viajan en el próximo tren, no quedaban más pasajes para este —le explicó Daichi.


—Ya veo, quería saludarlos también… ¡Oh, hola, chicos! —Dijo mirando en dirección a Kenma y Akaashi, que se habían mantenido a una distancia prudencial del punto de reunión de los otros cinco desquiciados.


Mientras los demás terminaba de saludarse y acomodaban su equipaje para ponerse en marcha, Ushijima miraba en dirección al tren en el que habían viajado sus amigos, vigilando a los rezagados en bajarse del transporte.


—Shirabu-kun también viajará en el próximo tren —le informó Kuroo entonces.


Ushijima lo miró y asintió.


—Comprendo.


—Y parece que viene con Hongo-chan —canturreó Oikawa, que encontraba sumamente gratificante la expresión que ponía Ushijima cada vez que le decía algo parecido.


—Deja de inventar cosas raras —lo regañó Daichi—. Goshiki-kun es un buen chico y es el nuevo as de nuestro equipo, no quiero que termine como…, como… —Dudó.


—¿El casillero de los vestuarios? —Aventuró Kuroo, y todos compartieron un gesto de complicidad. Bueno, todos salvo Ushijima y Bokuto; el primero porque no tenía idea de lo que hablaban y el segundo porque siempre captaba tarde las indirectas.


Avanzaron en grupo a través del gentío que se agolpaba en la estación, la mayoría recién llegados que retornaban a casa a disfrutar de unas reparadoras vacaciones de verano. Al salir del recinto Oikawa los guió hasta una amplia camioneta, donde Iwaizumi los esperaba sentado al volante.


Kuroo largó un silbido.


—¡Vaya! ¿Es tuya, Iwaizumi?


—Claro que no, es del cuñado de Oikawa —replicó Hajime—. Pero Tontooru no tiene licencia de conducir, así que tuve que venir de chofer.


—Mi propio “Transportador” —sonrió Tooru. Si por él habían visto y revisto mil veces las películas de Alien, por Iwaizumi habían vuelto a ver cientos de veces todas las referentes a autos—. Solo te falta usar traje y raparte la cabeza, porque la falta de estatura y los brazos musculosos ya los tienes… ¡Auch! —Hajime había extendido una mano para pellizcarle la cintura.


—Vamos yendo, hay espacio para ocho —Iwaizumi les hizo señas a Daichi y Suga—. Puedo alcanzarlos hasta su barrio si quieren.


—Pero somos nueve —indicó Kenma sin necesidad de alzar la vista de su consola.


—Es cierto —gruñó Hajime al hacer un rápido conteo—. Bueno, por uno más no hay proble…


—No, todos los pasajeros deben ir con cinturón de seguridad —lo interrumpió Ushijima con su afición a atenerse a las normas hasta las últimas consecuencias—. No hace falta que me lleven, voy en otro sentido.


Acordaron que se encontrarían luego en casa de Oikawa, que era donde pararían los chicos venidos desde Tokio. Mientras los demás acomodaban su equipaje en el maletero de la camioneta, Tooru se acercó a Ushijima y le dio un ligero codazo en las costillas.


—Espero que ese otro sentido en el que vas sea de vuelta a la estación a esperar el siguiente tren —le dijo por lo bajo.


Ushijima lo miró con expresión invariable y respondió:


—Por supuesto.


Oikawa levantó un pulgar aprobador.


Minutos después el motor de la camioneta vibraba al ponerse en marcha antes de enfilar por las calles, mientras en el estéreo del vehículo comenzaba a sonar “Sweet Child O’ mine”, de los Guns N’ Roses.


—“She's got a smile that it seems to me, reminds me of childhood memories…” —La voz de Oikawa se superponía a la de la música—. “Where everything was as fresh as the bright blue sky…”


Antes de que la camioneta se alejara Ushijima pudo escuchar claramente los regaños de Iwaizumi para que Oikawa bajara el volumen de la música, al tiempo que la mitad de sus pasajeros se ponían a hacerle el coro a Tooru.


Wakatoshi se dio media vuelta y enfiló nuevamente hacia la estación de trenes, donde buscó el andén indicado. Esperó a penas media hora a que llegara el siguiente tren desde Tokio, y gracias a su imponente altura no le hizo falta estirar mucho la cabeza para vigilar y ubicar a quien estaba esperando.


Shirabu iba caminando mientras leía algo en una pequeña libreta. Delante de él iban Goshiki y Hinata, charlando entusiasmados; Kageyama iba a un lado y fue el primero en divisar a Ushijima y señalarlo al resto.


—¡Japón! —Sonrió Hinata—. Es decir, ¡Ushijima-san!


—¿Ya están los demás senpais aquí? —Quiso saber Goshiki, que estaba al tanto del viaje de Kuroo, Bokuto y compañía hacia Miyagi durante el verano.


—Sí, se fueron hace un momento a casa de Oikawa —repuso Wakatoshi con la vista fija más allá de ellos.


—¿Y tú no vas, Ushijima-san? —Inquirió Hinata, curioso—. ¿Esperas a alguien más?


—Así es —su mirada seguía clavada en Kenjiro, que recién estaba llegando a la altura de ellos, aún concentrado en su pequeña libreta—. Shirabu.


El otro chico se quedó quieto y solo alzó la vista por encima del borde de su libreta, con una expresión mas insoldable que de costumbre.


—Buen día, Ushijima-san —repuso Shirabu con una tranquilidad totalmente pretendida.


El pequeño grupo congregado se quedó sumido en un incómodo silencio que ni Hinata, Kageyama o Goshiki lograban entender, mirándose uno a otro pero sin querer decir nada que empeorara el extraño ambiente.


—¡Hinata, Kageyama! —Se escuchó la voz de Yamaguchi; él y Tsukishima habían bajado de otro vagón del tren y Kei ya se alejaba hacia la salida, sin esperar a nadie —. ¡Vengan, Akiteru-san nos espera afuera para alcanzarnos hasta nuestras casas!


—¡Oh, claro! —Hinata hizo una profunda reverencia que Kageyama acompañó menos exageradamente—. ¡Nos vemos luego, Ushijima-san!


Mientras los demás se marchaban, Goshiki quedó allí varado en medio de una extraña tensión que no comprendía. A los pocos segundos Yamaguchi volvió sobre sus pasos y le ofreció llevarlo a él también. Así pues, Ushijima y Shirabu por fin quedaron a solas y estáticos, rodeados por un gentío de desconocidos que iba y venía sin que ellos les prestaran atención.


—Pensé que estarías con los demás —comentó Shirabu luego de que salieran de la estación sin decir palabra.


—Luego me reuniré con ellos de nuevo —explicó Ushijima con simpleza—. Quería verte.


Las orejas de Shirabu se pusieron coloradas pero mantuvo la expresión tranquila, pues estaban rodeados por muchas personas allí en el paradero de buses. Tomaron el transporte sumidos aún en un pesado silencio que ninguno de los dos sabía cómo romper; el bus estaba lleno y los dos iban de pie, uno junto al otro, con los brazos rozándose ante el movimiento del vehículo. Allí donde su piel se encontraba parecía que la temperatura aumentaba aún más que la del caldeado ambiente veraniego; sin embargo, ambos muchachos sostenían el gesto sereno estoicamente. Shirabu volvió a sacar su libreta para tratar de distraerse con la lectura, pero las palabras danzaban ante sus ojos de forma inconexa, incapaz de concentrarse en la sintaxis ni la semántica de las frases escritas.


—¿Estás estudiando inglés? —Preguntó Ushijima de pronto, al fijarse en el texto de la libreta que sostenía Shirabu.


—Así es.


—Ya veo —asintió—. Yo aprendí mucho durante este último año.


—Me imagino que sí.


—Podría enseñarte —pausa prolongada—. Si quieres.


No hizo falta añadir más para que la mente de Shirabu corriera libre y salvaje por escenarios fantasiosos, en los cuales se veía como estudiante de Ushijima, y no precisamente aprendiendo idiomas. Aunque, a decir verdad, le agradaba más la idea de enseñarle él mismo unas cuantas cosas a Wakatoshi…


—¿Estás bien? —La voz de Ushijima lo sacó de sus ensoñaciones repentinas—. Estás muy rojo, ¿te dio un golpe de calor? —Lo contempló un tanto preocupado.


—No, no —carraspeó—. Es decir, sí, estoy bien —el golpe de calor era en sus partes bajas, a decir verdad.


A pesar de que le quedaba a trasmano de su propio camino a casa, Ushijima se bajó del bus junto con Shirabu y lo acompañó caminando hasta su hogar. En el trayecto prácticamente no hablaron, y cuando por fin llegaron junto a la entrada de la casa de Kenjiro, se detuvieron mirándose cara a cara. El barrio estaba tranquilo en esa soleada hora del mediodía; una señora barría la vereda en la esquina y unos chiquillos pasaron corriendo, jugando y riendo.


—¿Cuándo nos veremos de nuevo? —Quiso saber Wakatoshi.


Ahora mismo, echo a mis padres de casa y pasas a mi habitación para que te ate a mi cama por siempre”, hubiese querido responder Shirabu.


—Pues… no lo sé, cuando puedas —repuso como si no fuera la gran cosa—. Estarás ocupado con los chicos, después de todo.


—Estaré con ellos —asintió Ushijima—. Pero también quiero verte a ti.


Si los vecinos no estuviesen despiertos a esa hora, regando sus jardines y pegados a las ventanas de sus cocinas mientras preparaban el almuerzo, Shirabu se hubiese colgado del cuello de Ushijima para besarlo y arrastrarlo escaleras arriba.


—De acuerdo —aceptó—. Después arreglamos por mensaje para que vengas a…, enseñarme inglés.


Wakatoshi volvió a asentir.


—Muy bien —entonces sus labios se curvaron en aquella sonrisa que raramente prodigaba, y alzó una mano para acariciar la mejilla de Shirabu. No obstante, a último momento pareció recordar que estaban a la vista de los vecinos y optó por palmearle la coronilla de la cabeza, deslizando los dedos por su suave cabello antes de dejar caer el brazo. Hizo un breve gesto de despedida y se alejó sin más, dejando a Shirabu con todo el calor del verano hirviendo en el rostro y el pecho.


En otra zona de Miyagi, Daichi ya había arribado a su hogar, el cual se encontraba a solas pues su padre estaba trabajando y su madre andaba pasando unos días en otra ciudad vecina, visitando a su hermana. La casa estaba fresca y silenciosa, tan solo llegaba el sonido del aspersor de un jardín vecino a través de las ventanas abiertas. El equipaje había quedado olvidado en el recibidor, mientras escaleras arriba Daichi y Suga se entretenían dándose la bienvenida sin reparos.


—Es raro estar haciendo esto en tu casa —murmuró Koushi, aprisionado contra la puerta de la habitación de Daichi mientras el otro chico le besaba el cuello.


—Lo sé… —los músculos de su abdomen se tensaron cuando sintió las manos de Suga recorriendo la piel de esa zona.


—Se siente un poco prohibido hacerlo aquí —musitó al tiempo que se oía el sonido sordo de la tela cayendo cuando las prendas de ambos fueron a parar al suelo.


Daichi le mordisqueó la boca.


—No creo que sea más prohibido que haberlo hecho en el edificio de la preparatoria —murmuró contra sus labios—. Eres una mala influencia, ¿lo sabías?


Suga sonrió con malicia, pasándole los brazos por el cuello.


—Pues deja que te siga llevando por el mal camino —dijo en tono coqueto, y largó una exclamación mezclada con risa cuando Daichi lo alzó en brazos, haciendo que le rodeara la cintura con las piernas.


Pasaron el resto del día dándole rienda suelta a su reencuentro, y terminaron almorzando pasadas las cinco de la tarde, cuando el hambre por fin pasó a ser la prioridad en sus necesidades. Después de darse un baño juntos, Daichi acompañó a Suga hasta su casa para pasar a saludar a la familia del chico; allí la abuela Kameko le hizo prometer que llevaría a sus amigos de Tokio para que la conocieran en persona.


 


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Al día siguiente bien temprano, cuando Daichi y Ushijima llegaron a la residencia Oikawa, pudieron escuchar desde afuera los sonidos de las risas y las charlas. La familia de Tooru era simpática y agradable, y sus padres habían encontrado muy entretenido poder compartir anécdotas vergonzosas sobre su hijo con otros amigos que no lo conocían desde la infancia, como Iwaizumi. Kuroo, especialmente, había hecho buenas migas con la señora Oikawa mientras ambos se burlaban de Tooru por sus extravagancias. Todos tuvieron un acceso de risa que les duró media hora cuando la señora Oikawa les enseñó el álbum de fotos familiar y descubrieron a un pequeño Tooru de cuatro años, disfrazado de conejo mientras miraba a la cámara tomando de la mano de un también pequeño Iwaizumi, disfrazado de flor. Por su parte, Takeru, el sobrino de Tooru, estaba simplemente fascinado por poder hablar con Bokuto, un jugador de volleyball profesional que salía en la TV, y también con Ushijima, una de las grandes promesas para el seleccionado nacional (claro que esta última admiración el chico trataba de mantenerla en secreto, sabiendo que su tío lo desheredaría si se enteraba).


Aquel mismo día la mitad de la familia Oikawa se iría en un viaje de campo por algunos días, por lo cual la casa de ellos era la más cómoda para que los cinco amigos se reunieran a pasar tiempo juntos. Mientras ellos decidían qué hacer aquella jornada, Kenma le anunció a Kuroo que iría a pasar algunas horas con Hinata, cuya madre lo había invitado a visitarlos en compensación por haber recibido a Shouyo en Tokio hacía tiempo.


—Ten cuidado en el camino, no te vayas a perder como la última vez —le advirtió Kuroo—. Y si te pierdes, me avisas.


—De acuerdo…


Kuroo se quedó observando la puerta por la que había salido Kenma, pensando que seguía encontrando algo raro en él. Algo que ninguno de los demás veía, pues cuando lo consultó con sus amigos todos estuvieron de acuerdo en que Kenma se mostraba tan calladamente apático como siempre. Sin embargo, aquellos días no eran para ocuparlos con preocupaciones de más, y Kuroo pronto se distrajo con los planes para aquel día.


Finalmente decidieron hacer un poco de vida de turistas yendo a visitar los lugares más emblemáticos de Sendai, incluyendo por supuesto la visita a Aobajo, el castillo feudal de la zona. Mientras se sacaban fotos y deambulaban por la zona de los restaurantes, Oikawa empezó a emocionarse al ver que los trabajadores comenzaban con los preparativos del Tanabata Matsuri en Sendai, el colorido festival en honor a las festidades de Tanabata, que se celebrara a inicios de Julio, pero allí se llevaba a cabo entre el cinco y ocho de Agosto por cuestiones de calendario.


A pesar de la negativa de Oikawa, de regreso pasaron por las preparatorias de Karasuno, Aoba Josai y Shiratorizawa, para que los chicos de Tokio las conocieran. Había pocos estudiantes en todos los recintos, solo los que debían tomar clases de refuerzo en verano y los que debían seguir entrenando por sus clubes. Por supuesto, la perla del día fue lograr maniatar a Tooru para poder sacar una foto grupal frente a la entrada a Shiratorizawa.


Aquella noche volvieron rendidos a casa de Oikawa. Cenaron y se quedaron viendo películas mientras charlaban de tonterías y planificaban sus siguientes paseos. Kenma volvió bastante animado del hogar de Hinata y a Kuroo le agradó ver que él también disfrutaba de sus primeras vacaciones lejos de casa.


 


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Uno de aquellos días en las que decidieron no salir hasta que bajara un poco el sol, Ushijima no bajó directo desde su casa hasta la de Oikawa. Primero, en cambio, pasó por la casa de Shirabu, que le había pedido ayuda con inglés…


—¿Debería comenzar a llamarte “Ushijima-sensei”? —Preguntó Shirabu en un momento dado.


—Pero aún no te enseño nada.


Wakatoshi estaba tendido en el suelo de la habitación de Kenjiro, con la camisa abierta y el marcado abdomen al aire, mientras el otro chico estaba sentado a horcajadas sobre él. El rítmico sonido del ventilador de techo era el único ruido que se escuchaba en toda la casa, vacía a no ser por ellos dos. A su lado en la mesita estaban extendidos los libros y textos de inglés que, por supuesto, ni habían pensando en tocar. Al menos Shirabu, porque Ushijima sí pretendía enseñarle bien inglés, aunque no había tenido tiempo de instruirlo en nada antes de ser casi atacado y tumbado.


—¿Cómo se dice “anteojos” en inglés? —Preguntó Kenjiro, a pesar de que lo sabía, mientras le colocaba unas gafas sin aumento a Ushijima. Uno de sus fantasías desde siempre era verlo usando anteojos, y aquel deseo hecho realidad no lo decepcionaba para nada, si a eso además se le sumaba que estaba despeinado, semi-desnudo y debajo suyo.


—Después te enseño —murmuró Ushijima, tratando de erguir el torso para llegar hasta el rostro de Shirabu, con intención de besarlo, pero el otro chico le puso una mano en el pecho y lo obligó a mantenerse tendido en el suelo.


—Pues te quedan bien los “después te enseño” —repuso Kenjiro mientras se inclinaba para lamerle el abdomen.


Todavía no habían aclarado la situación real de su relación, en qué habían quedado, cómo continuaría, pero tampoco estaban apresurados por tocar el tema. De momento la urgencia era física, como si por medio del contacto corporal pudiesen transmitirse todos aquellos complejos sentimientos que ninguno de los dos era capaz de explicarle al otro con las palabras justas. Lo que la voz se negaba a expresar se convirtió en desesperación y pasión a través de la piel; y en aquel intenso mediodía de verano, volvieron a experimentar el cuerpo del otro con torpe ternura mezclada con hambre casi animal. Ushijima se preocupó cuando Shirabu se quejó adolorido, pues mucho tiempo había pasado desde su última vez, pero nada pudo hacer por aliviarlo porque el otro chico lo amenazó prácticamente de muerte si se detenía. Había un dolor mucho más desgarrador que el físico, y él ya lo había experimentado. Ahora solo quería que su piel y su cuerpo enteros quedaran impregnados de Ushijima, con una intensidad tal que le sirviera de recuerdo vívido por los meses que vinieran, cuando la memoria fuese su única compañera ante la distancia.


 


 


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La tarde caía con parsimonia. El sol bajaba perezoso por el firmamento, mientras su rayos teñían de dorado y naranja el paisaje. Una cigarra solitaria cantaba en el patio de la residencia Sugawara, cuyo ambiente estaba impregnado del aroma a lavanda y jazmines. Las puertas y ventanas que daban al patio estaban completamente abiertas, para que su fresco y aromático aire discurriera por la casa. Y allí, junto al enorme ventanal que daba al florido jardín, la abuela Kameko sonreía alegremente a los cinco chicos que habían ido a visitarla. A Daichi ya lo conocía, por supuesto, así como también a Ushijima, pero era la primera vez que veía en persona a Oikawa, Kuroo y Bokuto. Kenma y Akaashi no estaban presentes porque Hinata y Kageyama los habían invitado a una salida.


La anciana estaba simplemente extasiada por la visita de jóvenes tan guapos y con tan interesantes historias por contar.


—Entonces, Wakatoshi-kun, ¿haz adoptado un gatito? —Preguntó la mujer mientras se llevaba su vaso de té helado a los labios.


—Pues no, Kameko-san —repuso el chico, confundido por el tema repentino.


—Vaya, ¿y qué clase de animalito te dejó esas marcas, querido? —la anciana sonrío con picardía, y recién en ese momento los demás repararon en que el cuello de la camisa de Ushijima no alcanzaba a esconder las huellas de unas uñas en su piel.


—Fue una paloma, señora —intervino Oikawa—. Ushijima es aficionado a la colombofilia.


—¡Oh, qué encantador, palomas mensajeras!


—Más bien una paloma asesina —murmuró Oikawa.


La anciana se divirtió un buen rato escuchando las historias sentimentales de los chicos, las cuales había pedido expresamente que le contaran. A pesar de su presencia de ánimo, se notaba que Kameko estaba un tanto más demacrada que en la última foto que habían visto de ella, esa que les envió rodeada de los amigurumis que tejieron para ella; las figuras tejidas, de hecho, descansaban en una repisa detrás de ella. La señora cargaba con aplomo sus casi ochenta años, pero las hospitalizaciones le cobraban vitalidad, y de a ratos los chicos tenían que repetirle la misma información, o ella se ponía a contarles la misma anécdota reiterada. Sin embargo, ninguno se angustió ante ello, y le contaron lo mismo las veces que fuera necesario. Sobre todo Bokuto, pues él no se cansaba jamás de hablar de Akaashi.


—Pues con todo lo que me cuentas de este chico Akaashi —dijo Kameko—, parece un partido casi tan bueno como mi querido Daichi —y le sonrió al chico en cuestión, que se hallaba sentado junto a Suga.


—¡Akaashi es el partido de los partidos, el Akaashi de Akaashis! —Asintió Bokuto.


—Y por eso tu declaración fue pedirle matrimonio.


—Sí, aunque creo que Akaashi no tomó en serio esa parte —Kotaro se rascó la sien, dubitativo—. ¡Pero le di el anillo porque no podía permitir que me lo robaran!


—Me agrada cómo piensa este chico —rió la abuela—. Mi marido también se propuso cuando nos conocimos.


—¿Ah, sí? Y usted aceptó al instante, ¿verdad?


—Pues no, lo mantuve en la incertidumbre un tiempo —la mujer volvió a reír—. Era entretenido divertirme a su costa.


—Pobre hombre —se apiadó Bokuto.


—Pero después estuvimos juntos por cuarenta años —Kameko miró en la dirección en que tenían hecho el altar familiar en honor a su marido fallecido—. Ojalá estés cuarenta años y muchos más junto a tu Akaashi, querido Kotaro.


—¡Eso quiero!


—La duda es si Akaashi lo soportará por tanto tiempo —comentó Oikawa entonces, y los demás rieron.


—Pues si a ti te soporta Iwaizumi, Bokuto también tiene esperanzas —opinó Kuroo, malicioso.


—No es como si Kenma te soportara mucho más a ti —replicó Tooru a su vez.


—Pues apostemos a quién de ustedes tres lo soportan por más tiempo —sugirió Suga entonces, sonriente. Los demás lo miraron con gesto contrariado.


—No es una mala idea… —Daichi se rascó la barbilla, sonriendo para sus adentros ante la expresión mortificada de sus amigos.


Continuaron contándole sus historias a la abuela Kameko y tomándose fotos con ella. Cuando por fin llegó la hora de que se marcharan, le pasaron unos presentes que le traían cada uno. La abuela recibió un pijama con motivo de búhos, una pintoresca cajita de madera con té artesanal de variados sabores, unas galletas hechas a mano con forma de gatitos (Kuroo le había pedido permiso a la señora Oikawa para usar su cocina), un set de cremas para la piel y una bonita maceta con heliotropos.


—Son del jardín de mi casa, no le traje un ramillete para que no se marchite —le explicó Ushijima, muy serio—. Así puede plantarlas en su jardín y siempre volverán a florecer.


Kameko le ofreció una cálida sonrisa al tiempo que se inclinaba sobre la maceta, para sentir la agradable fragancia como a vainillas que desprendían los heliotropos.


—Mi marido solía decir lo mismo —explicó con expresión nostálgica—. Nunca me regaló un ramo de flores porque decía que era tonto verlas marchitarse con el correr de los días, que era una fea analogía del amor. Ese hombre… —meneó la cabeza, rememorando—. La primera maceta que me regaló a penas y tenía un brotecito, pero hoy sigue aquí conmigo —y señaló hacia un rincón del jardín, donde se erguía un hermoso arbusto de camelias rojizas. Luego miró a sus jóvenes invitados—. Muchas gracias por sus regalos, queridos, son chicos muy amorosos.


—Miyuki también le envió un presente, abuela —dijo Oikawa entonces, sacando de su bolso unos cuantos libritos para pasárselos a la anciana—. Dice que no se conocen en persona pero que igual están conectadas por algo especial.


—¡Oh, qué maravilloso! —La expresión de la anciana se iluminó—. Mira, Koushi, cariño, ¡por fin alguien me vuelve a regalar mangas yaoi!


Suga se llevó una mano al rostro, medio escondiendo una sonrisa. El manga que le había enviado Miyuki a la abuela Kameko era el que ella misma estaba publicando, contando las aventuras y desventuras amorosas de un grupo de amigos…


—¿Son cinco los protagonistas? —Se extrañó Kuroo al echarle un ojo a uno de los tomos—. Qué sospechoso…


—¿No lo sabías? —Replicó Oikawa quien, por supuesto, seguía y coleccionaba la historia de su amiga. Sin que ninguno de los demás amigos supiera, incluso le había encargado a Miyuki algunas comisiones dibujadas de una de las parejas de la historia.


Un rato más tarde los chicos habían regresado a casa de Oikawa, en tanto Ushijima y Daichi habían retornado a sus respectivos hogares, para pasar la noche allí al menos y compartir un poco de tiempo con sus propias familias. Los padres de Daichi se habían abierto bastante al tema de su relación con Suga, sobre todo su papá; si bien no le pedía detalles de su relación, sí le importaba el tema como a cualquier padre lo haría, interesado en la felicidad de su hijo. De vez en cuando incluso se le escapaba alguna broma sobre el tema. Daichi estaba muy agradecido de que su familia hubiese optado por confiar en él y ponerse de su lado, aunque les hubiese costado un importante esfuerzo personal. En el otro extremo, Ushijima no tenía un diálogo del todo afectuoso con sus parientes, quienes estaban complacidos con su regreso pero les interesaban más los resultados y triunfos de Wakatoshi que su felicidad personal; para ellos la felicidad residía en el éxito, por lo cual no dudaban de que Ushijima fuese feliz dado su currículum actual.


 


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Al día siguiente el grupo de amigos no tenía planeado nada por hacer aún, pero Ushijima recibió un llamado a primera hora de la mañana que lo hizo reunir a todo el equipo bien temprano. Era una mañana húmeda y muy cálida pero un poco nublada. Kenma caminaba arrastrando un tanto los pies, pues aún estaba algo dormido; Akaashi iba a su lado, un poco retrasado del grupo para poder comer en paz los restos de onigiri que no había alcanzado a zamparse durante el desayuno. Iwaizumi y Kuroo iban unos pasos por delante, charlando sobre autos y apodos nuevos para burlarse de Tooru, mientras Oikawa y Bokuto encabezaban la procesión. Tooru le iba dando a Kotaro consejos de insultos sofisticados para lanzarles a sus compañeros de club, si es que volvían a meterse con él. Entonces llegaron al punto de reunión acordado con Ushijima. Daichi y Suga ya se hallaban allí, así como Wakatoshi y Shirabu también (Oikawa le hizo la señal de la victoria con los dedos en cuanto lo vio ahí). Pero había un par de invitados que ninguno de los demás esperaba y causó conmoción.


El tiempo pareció detenerse. Una nube grisácea cubrió el sol, a la vez que una potente brisa revolvía algunas hojas caídas en la calle. En algún lugar un relámpago hendió el cielo, seguido de un ensordecedor trueno, preludio de un proverbial evento de la naturaleza a punto de desencadenarse. Nadie dijo nada, nadie se movió; los segundos pasaban con estático estupor. Hasta que dos voces rompieron el atónito silencio, como si fueran una sola:


—¡Tú! —Dijeron al mismo tiempo.


Bokuto y Tendou acababan de verse cara a cara por primera vez en la vida, y aquel era un evento que iba a quedar grabado en lo registros de la historia de la humanidad. O eso consideraban ellos, mientras los demás se cansaban de esperar a que terminaran de admirarse entre ambos, dadas las similitudes físicas.


—¿Y si nos separaron al nacer? —Se horrorizó Bokuto cuando por fin todos se pusieron en marcha de una buena vez.


—Gracias a Dios si fue así —murmuró Akaashi, aunque solo Kenma lo escuchó.


No era difícil imaginar su martirio al pensar en la idea de tener que soportar a Bokuto y Tendou juntos desde pequeños. Semi Eita, no muy lejos de ellos dos, asintió de acuerdo con las palabras de Keiji.


Mientras Kotaro y Satori no paraban de hablar como si realmente fueran hermanos reencontrados después de años, incluso compartiendo ambos el orgullo por los progresos de Goshiki y la afición de llamar a Ushijima de cualquier forma menos por su nombre, el grupo entero tomó un transporte que los llevó hacia las afueras de la ciudad. Allí se hallaba un centro de juego de paintball al que Tendou hacía tiempo quería asistir, y por eso tuvo la brillante de idea de pedirle a Wakatoshi que invitara a sus nuevos amigos. Les tomó un buen rato adquirir el equipo necesario y ser instruidos de las normas básicas para los encuentros, antes de que los dejaran salir al campo para poder enfrentarse al fin. La primera contienda se decidió hacerla por grupos de dos, sin complicarse demasiado eligiendo las parejas.


El cielo estaba cada vez más encapotado y la humedad del ambiente se volvía más y más agobiante, al tiempo que los chicos se desperdigaban por el campo en parejas. Por fin el árbitro dio la señal de inicio de la partida, y pronto todos comenzaron a moverse por la zona con sus propias estrategias de combate. Bokuto tenía buena puntería, pero era tan ruidoso que para Akaashi era imposible idear una emboscada metódica y silenciosa.


—¡Akaashi, a la derecha! —Gritaba Kotaro—. ¡Oh, no, a la izquierda! ¡OYAAA! —Se desaforaba cuando comenzaba a enfrentarse a Kuroo, quien evadía con agilidad felina las bolas de pintura que le arrojaba Bokuto.


—¡Oya, oya, bro!


—¡Oya, oya, oyaaa, bruuuh! —Se escuchó otro disparo y Bokuto chilló como alma en pena—. ¡NOOO, ME DIERON, ME MUERO! ¡AGAASHEEE! —Se miró la mancha de pintura en el peto protector y abrió los ojos muy grandes al reconocer la tonalidad amarilla—. ¡N-no, NO! ¿Fuiste tú, Akaashi? ¿Me traicionaste? ¿POR QUÉ?


Akaashi aún le apuntaba con el arma marcadora y la bajó con expresión tranquila.


—No lo sé, siempre quise hacerlo —explicó sucintamente.


—¿El qué? ¿Traicionarme?


—No, dispararte para que te calles.


Bokuto se quedó helado, pero Akaashi lo tomó del codo y se lo llevó a la zona de las bancas donde debían esperar los eliminados mientras la partida seguía en pie. Él también se quedó ahí, pues por los gritos de Bokuto lo había alcanzado un ataque sorpresa. Pero mayor fue la sorpresa de encontrarse a Kuroo y Kenma también en la zona de bancas, el primero con una enorme mancha roja en el peto y gesto contrariado.


—Tuve que hacerlo —comentó Kenma señalando su marcadora, la cual goteaba un poco de pintura roja.


—Comprendo —asintió Akaashi, solemne.


Oikawa e Iwaizumi habían ideado una sólida estrategia con el solo propósito de eliminar a Ushijima. Sin embargo, aunque ellos lograron emboscarlo, la bola de pintura que impactó sobre Wakatoshi resultó ser naranja, de modo que Daichi y Suga se llevaron el tanto de aquella baja. Shirabu quedó solo y logró cargarse a Semi e Iwaizumi, pero cayó ante la fuerza aunada de Oikawa y Tendou, complotados momentáneamente para vengar a sus parejas caídas en batalla. No obstante, en el calor de su venganza olvidaron cuidar sus espaldas, por lo que Daichi y Suga resultaron ganadores de ese primer encuentro.


Continuaron jugando el resto de la mañana, dividiéndose de diferentes formas: grupos de a tres, seis contra seis, nuevamente grupos de a dos pero variando las parejas. Pronto surgieron alianzas y enemistades. Oikawa e Iwaizumi querían derrotar a los cuatro ex-alumnos de Shiratorizawa, y Kuroo unió fuerzas con ellos, en venganza porque Tendou se había llevado a Bokuto hacia su bando. Daichi y Suga les ayudaron, pero la clave del éxito fue Kenma; el chico pronto se convirtió en un integrante estrella que todos querían para su equipo. No se debían subestimar las capacidades de un gamer a pesar de la muy poca apariencia atlética que tuviese, eso les quedó claro a todos.


Por fin pararon de jugar cerca del mediodía, y enfilaron hacia unas cabañas comerciales donde servían comida. Mientras esperaban el almuerzo todos charlaban entusiasmados sobre los enfrentamientos, riéndose particularmente del momento en que Bokuto quedó atascado entre unos arbustos y luego lo encontraron con los pantalones a medio bajar y una frase escrita en su trasero con pintura celeste y roja: “El Alien Alfa y el Gato Callejero estuvieron aquí”. Luego de almorzar tomaron el transporte de regreso a su ciudad, y a mitad del trayecto el cielo se abrió en una repentina e intensa lluvia de verano. En cuanto bajaron del bus todos quedaron empapados y rápidamente se dispersaron hacia sus respectivos hogares para reencontrarse más tarde.


El diluvio no duró demasiado, y pasado un rato el sol volvió a asomar entre las nubes que se iban abriendo de a poco. El aire olía a tierra mojada y calor, y ese fue el aroma veraniego que quedó impregnado en la memoria de Shirabu quien, lejos de correr hacia su casa, se había escabullido con Ushijima bajo el amparo de los árboles de un parque. Refugiados por el ruido del aguacero y los truenos, se entregaron a una sesión de besos que sabían a lluvia. Cuando la naturaleza volvió a la calma de su cauce, ambos chicos se separaron sin decir nada y cada uno salió en una dirección distinta.


 


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Ese mismo día por la tarde, el variopinto grupo que se había reunido en la mañana volvía a congregarse para ir juntos hasta Sendai, y así asistir al famoso festival de Tanabata que se llevaba a cabo en aquella época. Las calles estaban adornadas con coloridas banderolas de papel, e incluso habían luces arregladas de manera tal que simulaban la Vía Láctea. Los puestos de comida y atracciones se extendían por doquier, mientras la multitud se agolpaba en torno a los bambúes para colgar sus papelitos con deseos.


—Lo siento, Iwa-chan —dijo Oikawa en un momento dado.


—¿De qué hablas? —Replicó Hajime, que estaba leyendo un cartel con los precios de los platos que ofrecía un puesto.


—Pues que no hemos podido pasar mucho tiempo a solas.


Los chicos de Tokio recién se irían a mitad de Agosto, y ya finalizando el mes Tooru también debería viajar a la capital para retomar sus actividades allí.


—Pero estamos juntos —repuso Iwaizumi sin darle mayor importancia al tema. Para él en verdad era así, no le molestaba pasar el tiempo rodeado de los amigos de Oikawa, solo le importaba aprovechar para compartir todos los momentos posibles con Tooru antes de que debieran distanciarse de nuevo.


—Estás misteriosamente tolerante, Iwa-chan —sonrió Oikawa entonces.


Hajime lo contempló de reojo.


—Te recuerdo que salgo contigo —le dijo—. Mis niveles de tolerancia tienen que ser estratosféricos o si no ya te hubiese matado.


—¡Iwa-chan!


Frente a otro puesto, Akaashi tenía los brazos llenos de bocadillos que acababa de comprar, mientras Bokuto alzaba sobre sus hombros a una pequeña niñita para que alcanzara a atar su papelito de deseo en lo alto de un bambú. Kuroo contemplaba unos recuerdos para llevarle a su familia, con Kenma pegado a sus talones y sujetándole el borde de la camisa, pues tanta gente alrededor lo tenía un poco agobiado. Con la enorme multitud agolpada nadie notaría nada, por lo que Kuroo bajó la mano y entrelazó sus dedos a los de Kenma, tratando de transmitirle algo de tranquilidad a través de su contacto, y pronto lo sintió más relajado a su lado.


—¿Qué estás escribiendo? —Le preguntó Daichi a Suga al verlo esconder una sonrisa mientras rellenaba el papel con su deseo.


—Se supone que es algo personal —replicó Koushi en tono remilgado.


—¿Estabas pidiendo algo indecente? —Se burló Daichi entonces.


Suga alzó una ceja.


—Pues no, pero ya que lo insinuaste… —sacó otro papel y comenzó a deletrear en voz alta mientras escribía—. “Que Daichi… use pronto… una… yukata o… kimono… le queda… muy… sexy” —alzó la vista con gesto descarado—. ¿Qué te parece mi deseo?


—Inspirador —asintió—. Yo pediré algo similar.


—¿Ah, sí?


—Sí —bajó la voz—, que te incluya a ti pero con falta de ropa.


Y ambos rieron por lo bajo.


Un poco más allá Ushijima y Shirabu contemplaban a sus compañeros en silencio.


—Semi-cielo, cariño, deja que te preste mi chaqueta… —Tendou trataba de convencer al otro chico.


—No, hace un calor de los mil demonios, Tendou —denegó—. Ni siquiera entiendo para qué trajiste una chaqueta.


—La traje para cubrirte porque me imaginaba que vendrías pésimamente vestido —la mirada rabiosa que le echó Semi fue suficiente para aplacarlo, y así el otro chico continuó recorriendo el festival con su desatinada combinación de animal print y cuadros.


Shirabu se había quedado observando un enorme tejido sobre un mural, que explicaba en imágenes la historia del Tanabata y los amantes del cielo, simbolizados en las estrellas Vega y Altair. En realidad estaba pensando en otras cosas y su vista se había fijado allí, y de pronto frente a sus ojos apareció una brocheta de bolitas dango.


—Para ti —dijo Ushijima; él sostenía otra brocheta para sí mismo.


—Oh, gracias —respondió Shirabu.


—Es una historia extraña —comentó Wakatoshi al fijarse en el tapiz tejido.


—¿Por qué?


—Porque los separaron por descuidar sus deberes —frunció el ceño, incapaz de entender un enamoramiento tan idiota que te hiciera perder de vista los objetivos personales.


—Sí, también encuentro un poco estúpida esa parte —concordó Kenjiro—. Aunque puedo entender el resto de la historia.


—¿Cuál?


—Esa en la que viven separados por un ancho río y solo se pueden ver una vez al año —explicó con gesto serio, y le dio un mordisco a una de las bolitas dango.


La música tradicional de un desfile que pasaba por la calle inundaba el aire, acompañada por los gritos de los puesteros ofreciendo sus productos. Ushijima apartó la mirada del tapiz para observar el perfil de Shirabu un momento y luego volvió a contemplar el tejido, muy serio.


—Si eran tan flojos con su trabajo, no me extraña que igual fuesen perezoso para conseguir estar juntos de nuevo —comentó entonces e hizo una breve pausa—. Pero nosotros no somos flojos.


Shirabu trató de esconder una sonrisa detrás de la brocheta dango.


—No, no lo somos.


El festival siguió su curso y los chicos fueron pasando por diferentes puestos. Kuroo, Bokuto y Oikawa se enfrascaron en un letal duelo en el puesto del Yoyo Sukui, donde debían pescar globos de agua con un anzuelo. Ninguno de los tres conseguía capturar un maldito globo sin que se les cayera al estanque, mientras unos niños de siete años ya llevaba media docena de globos en su haber. En un momento dado Bokuto casi consiguió sacar uno, pero a último momento Kuroo y Oikawa se lo pincharon al mismo tiempo con sus anzuelos. Daichi, que estaba parado detrás suyo observándolos, les pegó a ambos en la nuca.


—¡Dejen de molestarme! —Rezongó Kotaro, enfurruñado como una criatura—. ¡No abusen de su derecho alienígena!


Inalienable —le recordó Kuroo.


—Lo que sea.


En el puesto del tiro al blanco con corchos, Ushijima causaba furor entre las jovencitas que lo observaban, porque había conseguido darle a los premios más altos. Varias parecían entusiasmadas con que Wakatoshi les regalara alguno de sus muchos premios, pues no había ninguna chica allí que proclamara ser su novia.


—Sus premios, señor —dijo el puestero, pasándole una enorme bolsa llena de peluches, chocolates y accesorios del festival.


—Gracias.


—¿La conseguiste? —Preguntó Shirabu, que acababa de volver del aseo.


—Sí —Ushijima asintió y sacó de la bolsa una pelota de volleyball hecha de peluche, con una carita incluida; la había querido en cuanto fijó sus ojos en ella—. Toma, para ti —y le pasó la bolsa con todo el resto del contenido, incluyendo otra pelota de volleyball de peluche a juego con la suya, pero específicamente para Shirabu.


—¡Yo también quiero un regalo, Waka-kun! —Terció Tendo apareciendo detrás suyo de la nada; hizo el intento de quitar algo de la bolsa pero Shirabu la escondió detrás suyo con celo.


—¡Ahhhh, yo quería ese, era el último que quedaba! —Se indignó Oikawa al llegar junto a ellos aocmpañado por Iwaizumi; señalaba un peluche alienígena que asomaba por la bolsa que sostenía Kenjiro.


—Pues llegaste tarde, Oikawa-san —replicó el chico con una mueca maliciosa.


—Debiste venir al puesto de tiro al blanco —le dijo Ushijima en tono práctico.


Iwaizumi se llevó una mano a la frente y Oikawa plantó un billete sobre el mesón frente al hombre del puesto.


—Señor, déjeme utilizar eso —señaló la escopeta que disparaba corchos—. Pero permítame dispararle a mi amigo.


El hombre pareció entre confundido y divertido, pero asintió. Al instante Oikawa le apuntó a Ushijima.


—Me llamaste “amigo” —dijo Wakatsohi en ese momento.


La vena en la sien de Tooru comenzó a palpitar.


—Hasta la vista, amigo.


Así Ushijima pasó el resto del festival con un círculo enrojecido en la frente.


A medida que avanzaba la tarde y caía la noche, los chicos fueron colgando los papelitos con sus deseos escritos en las ramas de los bambués que adornaban la zona, para luego contemplar las hogueras en las que serían quemados. Esperaron hasta que inició el espectáculo de fuegos artificiales y luego tomaron el transporte de regreso, mientras Bokuto y Tendo improvisaban a dúo la canción: “Baki baki ni ore, nani wo? Kokoro wo dayo…”, mezclada con ocasionales “Oya, oya”.


 


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El sol ascendía a través de un cielo prístino a medida que la mañana avanzaba. El grupo de amigos caminaba a paso constante pero sin prisa a través del follaje que rodeaba la zona del monte Zao, ubicado en la frontera entre las Prefecturas de Miyagi y Yamagata.


—¿Hasta dónde tenemos que llegar? —Preguntó Bokuto cuando llevaban ya dos horas y media de caminata.


—Allí —Iwaizumi señaló un punto indefinido del paisaje, pero que sin duda se veía lejos. Wasabi, que venía con ellos, ladró feliz—. Ahí está el área de acampe de la zona.


—Yo los espero aquí —anunció Kenma, dejándose caer sobre una roca que le servía de asiento. Como los demás, estaba sudado y cansado pero, a diferencia del resto, no tenía espíritu aventurero ni senderista.


—¿Nos esperarás aquí por tres días? —Rió Kuroo—. Vamos, ponte de pie.


—Descuida, nosotros dos podemos ir a un ritmo más lento —le sugirió Suga con una sonrisa. Él también era de los rezagados en el grupo de caminata; ser de los pocos que no continuaba con una rutina deportiva en su vida diaria le cobrara su precio en cuanto a rendimiento físico.


Habían organizado aquella salida de acampada casi de improvisto, cuando Oikawa se enteró de que aquel año la lluvia de meteoros de las Perseidas sería particularmente intensa y activa. Iwaizumi y él solían irse de acampada seguido, solos los dos o en compañía de Hanamaki y Matsukawa, que esta vez no habían venido porque ambos andaban de viaje por la playas de Okinawa; de “Luna de Miel”, según Tooru. A su vez, antes de regresar a Tokio, Kuroo quería conocer la zona del monte Zao y también Okama, un lago formado naturalmente en el cráter de un volcán. Así, mezclando ambas ideas terminaron optando por acampar en aquella zona, donde la lluvia de meteoros se vería a la perfección.


Continuaron recorriendo los senderos de la zona durante un largo rato, deteniéndose por momentos para descansar y admirar el paisaje antes de reanudar la marcha. Oikawa encabezaba la procesión y pronto empezó a divagar sobre que eran la Comunidad del Anillo de camino al Monte del Destino, en Mordor. Por supuesto, él se adjudicó el papel del elfo Legolas y a Iwaizumi le otorgó el lugar de Gimli, el enano. Pronto todos se sumieron en una acalorada discusión sobre el papel que le correspondía a cada uno.


—¿Y yo quién soy? —Preguntó Bokuto al final, confundido ante la discusión por el reparto.


—Arwen —replicó Kuroo al instante.


¿Qué? ¡¿Por qué?!


—Porque también la llaman “Undómiel, Estrella de la Tarde” —explicó su amigo—. Y tú eres una estrella, eres nuestro As, bro.


—Oh, bro.


—Bruh.


Poco después por fin llegaron al área delimitada para el acampe e ingresaron. Kenma se dejó caer sobre la mochila que cargaba y ahí quedó, hecho una bolita en el suelo.


—¿Estás bien? —Quiso saber Kuroo, al tiempo que todos a su alrededor iban soltando las mochilas y comenzaban a preparar las cosas para levantar las tiendas.


—La línea con la que se ha comunicado está temporalmente fuera de servicio —musitó Kenma con los ojos cerrados—. Por favor, reintente más tarde.


Entonces Wasabi se acercó a lamerle la cara con entusiasmo. Kenma se erizó completo y Kuroo se largó a reír a carcajadas, al tiempo que llegaba Suga para darle algo de bebida isotónica a Kenma; también le propuso entre ambos hacerse cargo de ordenar las provisiones que habían traído para aquellos días, porque eso podían hacerlo tranquilos y sentados. Al cabo de un rato ya tenían las tiendas levantadas y las cosas organizadas.


—¡AHHH, BROOOO, CUCARACHAAA!


El grito repentino de Bokuto los sobresaltó a todos, mientras el chico corría en círculos. Wasabi fue el único que hizo causa común con él, correteando a sus pies y lloriqueando a la par para no dejarlo solo.


—Tranquilo, es solo un escarabajo —le avisó Iwaizumi—. No te hará na…


—¡LA NATURALEZA ME ATACA! ¡HAY NATURALEZA SOBRE MÍ! ¡QUÍTENMELA!


Cuando lograron calmar a Bokuto, Oikawa lo miró con las manos en la cadera y una ceja alzada:


—¿Naturaleza “sobre ti”? —Repitió en tono irónico señalando hacia Ushijima, quien tenía tres mariposas posadas en la cabeza, una cigarra en el hombro y hasta una hilera de hormigas pasando por su pie, de camino a su hogar bajo tierra.


—Creo que más que la “Comunidad del Anillo” somos el reparto de “Blancanieves y los Siete Enanitos” —comentó Kuroo entonces—. Ushijima es Blancanieves, Oikawa es la Reina Malvada, Shirabu es el Príncipe No Encantador, y el resto somos los siete enanos.


—Tiene sentido, de un modo extraño —asintió Daichi—. Sobre todo en lo de la Reina Malvada…


—¡Iwa-chan, defiéndeme!


—Estoy de acuerdo con Daichi —replicó Hajime.


—¿Tú que tienes para decir, Vacatoshi? ¿No tienes nada que objetar? —Oikawa recurrió al único estúpido que solía ponerse de su lado sin darse cuenta siquiera.


Ushijima lo miró con gesto solemne.


—Sí —asintió—. Que Shirabu sí es encantador.


Pasaron el resto del día descansando de la larga caminata, y luego de comer salieron a recorrer un poco de nuevo. Como en casi todos los días que habían pasado juntos, sacaron muchas fotos y, por supuesto, la mayoría eran en poses grupales muy ridículas.


Por la noche todos quedaron pasmados ante la cantidad de estrellas que se podían apreciar en el cielo, acostumbrados como estaban a la contaminación lumínica de la ciudad. Mientras charlaban alrededor de la fogata, pudieron observar unos cuantos meteoros atravesando la cúpula celeste, aunque la lluvia alcanzaría su auge durante la tercera noche que pasarían allí. Pronto empezaron a jugar juegos tontos con prendas incluidas, y Kuroo sacó el alcohol que había traído estratégicamente escondido. Las prendas que al inicio habían consistido en cantar, recitar poemas o hacer alguna pirueta estúpida, pronto fueron virando hacia connotaciones más subidas de tono conforme iban tomando. Primero empezaron por deshacerse de partes de la vestimenta, luego pasaron a que alguien le quitara la ropa a otro con los dientes; ese fue el caso de Suga, que tuvo que quitarle la camisa a Akaashi. Después tocó el probador de besos, en que el castigado debía tener los ojos vendados mientras tres personas lo besaban, y debía descubrir quién era su pareja real de los tres besadores. Ese castigo le tocó a Oikawa. Kuroo y Bokuto ambos le besaron cada una de las comisuras, mordisqueándolo un poco; Iwaizumi, en cambio, le chupó un ojo, y así fue como Tooru lo descubrió. Otra penitencia fue dejar que uno de los perdedores comiera usando el estómago del otro castigado; de esa forma Akaashi terminó comiendo duraznos almibarados (que habían traído en una lata) sobre el estómago de Kenma. A Daichi y Ushijima les tocó, entre ambos, tomar la misma manzana con la boca y llevarla entre los dos hasta una de las tiendas; la diferencia de altura no les ayudó para nada, claro. A Shirabu, en lugar de comida, le tocó tomar un trago directo del ombligo de Oikawa.


—Espero que te hayas bañado bien o te mataré mientras duermes —balbuceó Kenjiro, con la punta de la nariz enrojecida.


Aquella noche casi ninguno durmió dentro de las tiendas, salvo Kenma, Akaashi y Suga, que conservaron la suficiente coherencia como para meterse en una de las tiendas antes de caer rendidos. Los demás a penas y alcanzaron a desplegar sus bolsas de dormir.


Por la mañana los despertó el sol a primera hora, con los rayos despuntando a través de las sierras. Todos se sentían un poco debilitados y les tomó mitad de mañana reponerse antes de salir a excursionar de nuevo. Después del almuerzo decidieron seguir descansando un rato, y cada quién se fue por su lado para tener un momento de paz en medio de la naturaleza. Daichi se dedicó a dormir una siesta con la cabeza apoyada sobre la falda de Suga, que leía un libro con la espalda apoyada sobre un cómodo árbol. Bokuto y Akaashi fueron a dar una vuelta por la zona, simplemente para encontrar un lugar apartado en el que poder dedicarse a besarse y tocarse por un largo rato. Oikawa e Iwaizumi se llevaron a Wasabi con ellos y también salieron a recorrer, pero de verdad, pues querían averiguar algunas cosas. Kenma estaba jugando recostado en su tienda, al reparo del sol, usando el estómago de Kuroo como almohada mientras este último escuchaba música.


—¿Me vas a contar qué te ha estado preocupando? —Quiso saber Kuroo de pronto, quitándose uno de los audífonos.


Kenma suspiró, resignado.


—¿Nunca pararás con eso?


—No, al menos hasta que me digas.


El otro chico volvió a resoplar y, para sorpresa de Kuroo, pausó el juego. ¡Pausó el maldito juego! Tetsuro tuvo ganas de echarse a llorar pero se mantuvo calmado para no estropear el momento.


—¿Y bien? —Lo apremió.


—Pues… —Kenma dudó—. En serio, mejor te cuento cuando volvamos a Tokio.


—Quiero que me lo cuentes ahora.


Hubo un breve silencio y finalmente Kenma asintió.


—De acuerdo —aceptó a regañadientes—. Me peleé con mis padres.


Kuroo hizo una mueca y comenzó a acariciarle el cabello.


—¿Por qué?


—Por ti —se hizo una pausa incómoda—. No quieren que te siga viendo, no tan seguido, al menos.


La mano de Kuroo se detuvo, tensa.


—¿Se enteraron? —Murmuró con voz contenida.


—No exactamente, pero sospechan algo… —encogió un hombro—. Después de aquello con el hijo de los Furukawa, han corrido chismes y rumores por el barrio —se removió, inquieto—. Desde siempre me han considerado un poco extraño, pero ahora muchos piensan que puedo ser aún más “raro”.


—No les hagas caso.


—No lo hago —respondió Kenma con honestidad—. Pero mis padres estaban preocupados de que tu familia pensara lo mismo y me pidieron que te viera menos, que ya no éramos amigos adolescentes para estar pegados todo el tiempo…, que debía madurar.


Kuroo tragó saliva.


—Espero que tampoco les hagas caso a ellos.


—¿No quieres que madure?


—Sabes a lo que me refiero.


Kenma volvió a removerse inquietamente.


—Dijiste que te “peleaste” con ellos —recordó Kuroo entonces—. ¿A qué te refieres?


—Dijeron algunas cosas de ti que no me gustaron y… bueno, no me gustó y se los hice saber —dudó—. Al final me pusieron horarios y exigencias para que no te viera tan seguido —aunque, a decir verdad, últimamente pocas era las veces que podían coincidir juntos—. Lo siento.


Kuroo dejó escapar un largo suspiro y se movió para poder abrazar a Kenma por la espalda, recostados sobre los sacos de dormir.


—Descuida, lo arreglaremos de algún modo —le aseguró—. Pero, ¿cómo te dejaron venir a este viaje?


—Les dije que venía a visitar a Shouyo, y no sabían que tú también viajarías con tus amigos —volvió a tomar su consola y le quitó la pausa—. Aunque supongo que a estas alturas tus padres ya se lo deben haber contado —cuando volviera a Tokio seguro se ganaría otra buena sesión de reprimendas, algo que nunca antes le había sucedido.


Mientras Kenma reanuda su partida de juego, Kuroo se sumió en sus pensamientos. Por momentos quería que el tiempo pasara volando para graduarse y por fin pasar a ser un adulto independiente, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Pero el futuro no llegaba a la velocidad que a uno le gustaría, por supuesto.


Afuera, bajo la fresca sombra de un enorme pino, Suga y Daichi también hablaban sobre el futuro, cuando este último por fin despertó de su siesta.


—Entonces, ¿en Tokio? —Preguntó Daichi.


—Me gustaría quedarme en Miyagi, cerca de mi familia —sobre todo de la abuela Kameko—, pero es preferible una ciudad grande —sonrió quedamente—. Allí nos molestarán mucho menos, a nadie le importa lo que haga el vecino.


—No sé, Oikawa vive metido en lo que hacen Kuroo y Bokuto en su departamento —replicó Daichi, haciendo reír a Koushi. Alzó una mano y le acarició una mejilla—. Yo prefiero poner algo de distancia con mi familia —había descubierto que se llevaba mejor con sus padres cuando los veía en sus visitas esporádicas; en esos momentos no había tiempo para reclamos ni situaciones incómodas, si no solo para disfrutar del reencuentro y pasarla bien en familia—. Pero nos quedaremos donde tú prefieras.


Suga asintió con expresión seria pero sonriendo.


—Bueno, aún tenemos más de medio año para decidirnos…


A unos cuantos metros de allí, sentados sobre una roca desde la que se apreciaba una hermosa vista panorámica del lago en el cráter volcánico, Ushijima y Shirabu también charlaban de sus propios temas.


—Supongo que volverás el próximo verano recién, ¿verdad? —Quiso saber Kenjiro, con la vista clavada en el lejano y hermoso paisaje que se extendía ante ellos. El canto de los mirlos y la suave brisa que refrescaba el ambiente resultaban muy relajantes.


—Es probable —contestó Ushijima, apreciando también las vistas desde allí arriba.


—De acuerdo —el otro chico asintió, serio.


—¿Me esperarás?


Shirabu quitó la vista del paisaje un momento y clavó sus ojos en Ushijima.


—Esa es una pregunta ridícula, ¿no crees? —Repuso—. Llevo esperándote desde los quince años, un año más no me matará —volvió a apartar la mirada—. La pregunta aquí es si tú esperarás por mí.


Wakatoshi lo miró frunciendo un poco el ceño.


—¿Y por quién más esperaría? —Replicó.


—No sé, alguien más, tal vez —Shirabu hizo un gesto vago—. Alguien que te convenga más… como una chica, probablemente —hizo una pausa—. Una rubia desagradable que sepa hablar bien en inglés y se pegue a ti como una peste —murmuró todo aquello rápidamente.


—Quien me conviene eres tú.


Los arbustos a su alrededor sonaron suavemente ante la brisa que los remecía, mientras Shirabu tragaba con dificultad.


—Ya veo… Me alegro que pienses eso —carraspeó—. Pero quizá tú familia no piense lo mismo —Ushijima pareció dudar un momento—. Y si es así, si piensan mal, entonces, ¿qué? Sé que tu familia espera grandes cosas de ti, Ushijima-san, y…


—Conseguiré grandes cosas, y lo haré contigo —sentenció Wakatoshi en tono firme—. Ellos solo quieren lo mejor para mí, pero yo decido qué es lo mejor.


Se sumieron en un silencio pensativo pero apacible, rodeados por el canto de los mirlos. Shirabu recogió las piernas y se rodeó las rodillas con los brazos.


—Bueno, un año no es tanto —comentó casi para sí mismo, como convenciéndose—. Estaremos ocupados, se pasará rápido.


—Podríamos vernos antes —dijo Ushijima de pronto.


—¿Cómo?


—Podrías optar a un intercambio trimestral, tus notas son muy buenas.


Shirabu parpadeó, comenzando a ilusionarse, sobre todo porque hacía meses había empezado con clases extra de inglés con aquella misma idea en mente: postular a un intercambio internacional.


—Deberías hacerlo —siguió diciendo Ushijima, mirándolo con seria intensidad—. Deberías venir a Estados Unidos.


Al tiempo que Shirabu parecía convertirse en la roca sobre la que estaba sentado, los arbustos detrás de ellos se movieron fuertemente y de golpe empezó a sonar la canción “Hallelujah”, mientras varias personas saltaban de su escondite entre el espeso follaje.


—¡Aleeluyaaaaaa, aleeeluyaaaaaa! —Cantaban Oikawa, Kuroo y Bokuto mientras hacían una danza-ritual muy extraña alrededor de la roca sobre la que se hallaban Ushijima y Shirabu; incluso Daichi se les unió, aunque tratando de conservar cierta dignidad; sin éxito, claro. Wasabi correteaba en torno a ellos, saltando alegremente y ladrando.


—¡Se lo dijo, no puedo creerlo! —Oikawa se dejó caer de rodillas al suelo, extendiendo las manos al cielo mientras el celular en su bolsillo seguía reproduciendo la canción en inglés—. ¡Aleluya, por fin se lo dijo! —Wasabi aulló para agregar dramatismo.


—¿Qué pasa? —Se extrañó Ushijima—. ¿De qué hablan?


—¡Paloma-chan no reacciona, creo que lo perdemos! —Bramó Bokuto entonces, tomando a Shirabu por los hombros para sacudirlo con fuerza—. ¡Resiste, Ternero-Paloma-chan!


—¿Qué le sucede? —Se preocupó Wakatoshi, girándose al instante para examinar los signos vitales del chico.


Shirabu solo estaba muy quieto porque no estaba muy seguro de cómo reaccionar ante el montón de cosas que acababa de suceder en el espacio de pocos segundos.


¿Qué le sucede? —Repitió Oikawa con gesto teatral—. ¡Pues que casi lo matas, Ushivaca!


—No le hice nada malo.


—¡Le dijiste: “Deberías venir a…”! —Exclamó el otro—. ¡¿Sabes lo que eso significa para él?! ¡Shirabu está alcanzando el Cielo ahora mismo! —también se acercó para sacudir al chico en cuestión—. ¡Paloma-chan, si ves la luz al final del túnel no vayas hacia ella! ¡Deberías volver a la vida y viajar a Estados Unidos y aprender a domar toros!


Kenma, Akaashi, Iwaizumi y Suga observaban toda la escena desde un costado, y el último incluso la estaba filmando con su celular. Después de todo aquel alboroto, el grupo volvió a la zona de sus tiendas y se dispusieron a cenar. Tras la comida, Oikawa e Iwaizumi les informaron que había una zona de pruebas de valor en el área de acampada, organizada por la administración del lugar, y que los habían apuntado a todos para aquella noche. Bokuto desapareció un buen rato tras aquella noticia, escondido en su tienda y dentro de su bolsa de dormir. Llegada la hora de partir hacia la zona de la prueba, Bokuto empezó a poner todo tipo de excusas poco creíbles tales como: dolor de ovarios, síndrome pre-menstrual, depresión post-parto (había ido al baño), menopausia temprana, entre otras.


—Si vas a inventar excusas ridículas, ¿puedes al menos utilizar alguna dolencia de tu género, por favor? —Se impacientó Oikawa mientras lo arrastraban entre él y Kuroo.


Había una larga fila de espera, pues antes que ellos llegaron muchas más personas del camping que se había apuntado a la prueba, la cual consistía en recorrer el interior de una cueva y salir por el otro lado. Podían pasar de a dos o tres personas y decidieron dejar al azar la conformación de los grupos. Así, mediante el “piedra, papel o tijeras”, terminaron yendo Bokuto, Kenma y Shirabu en el primer grupo, después Suga, Oikawa y Ushijima; por otro lado Kuroo iba con Akaashi, y luego Daichi con Iwaizumi.


—¡Ellos me matarán dentro de la cueva! —Berreaba Bokuto, señalando a sus dos compañeros de equipo.


—No exageres, Bokuto-san, todo estará bien —respondió Akaashi—. Kenma no gastará energías en asesinarte y Shirabu… Bueno, él sí lo haría, pero parece perdurarle le nube de felicidad, no creo que se ponga agresivo —le dio unas palmadas en el hombro—. Todo estará bien.


—¡Broo, cuida de mi Akaashi! —Le pidió entonces a Kuroo—. ¡Que no se lo lleven los fantasmas!


—No te preocupes, bro —le puso una mano en el hombro—. Tú procura calmarte así Kenma y Shirabu no te convierten en fantasma a ti… —El lloriqueo de Bokuto se intensificó.


El recorrido por el interior de la lúgubre cueva, a penas alumbrados por unas linternas que les proporcionaban, duraba poco más de media hora. Por supuesto, en el medio los organizadores habían colocado algunas trampas caseras y gente disfrazada para asustarlos. Los primeros en llegar al otro lado de su grupo fueron Daichi e Iwaizumi. Luego llegaron Kuroo y Akaashi, que se habían tomando el camino con tanta calma mientras hablaban de Bokuto, que olvidaron que se trataba de una prueba de valor. Suga, Oikawa y Ushijima llegaron luego, retrasados porque a mitad de camino Tooru se habían enfrascado en una disputa con Wakatoshi sobre qué bifurcación tomar. Bokuto, Kenma y Shirabu se demoraron una hora y media en salir de la cueva; habían intentado dejar abandonado a Bokuto en más de una ocasión, pues con sus gritos y correteos los había hecho perderse. Finalmente colmó la paciencia de Shirabu, que usó el arma definitiva: amenazarlo con los videos editados de Akaashi, donde lucía antenas y patas de cucaracha mientras decía “Bokuto-san padre”.


Después de aquella actividad retornaron a las tiendas para dormir, pues estaban todos muy agotados. Al día siguiente solo pasearon hasta el onsen cercano que había por la zona, donde se relajaron en sus baños de aguas termales naturales. Limpios, refrescados y relajados, retornaron a la zona de camping para esperar la noche, en cuya madrugada la lluvia de meteoros alcanzaría su punto más álgido. Antes de que bajara el sol buscaron un lugar lo suficientemente abierto de vegetación para tener una amplia visión del cielo nocturno, y todos se recostaron en suelo cómodamente, esperando el espectáculo de aquella noche.


—¿Y si cae cerca una estrella, Iwa-chan? —Le susurró Oikawa, rozándole la rodilla con la suya.


—Un meteorito —le corrigió Hajime al instante.


—Veo que lo recuerdas —sonrió Tooru—. ¿También recuerdas que prometiste conseguirme una estrella?


—Un meteorito —insistió Iwaizumi, burlón—. Sí, me acuerdo. Y también recuerdo haberme negado a hacerlo, porque pretendías casarte conmigo si lo conseguía.


—¿Aún vas a negarte por eso? —Musitó Oikawa haciendo un mohín.


Iwaizumi solo lo miró de reojo y no respondió nada, señalándole el cielo que iba virando rápidamente del añil al azul profundo, hasta oscurecerse por completo. La bóveda celeste brillaba sobre las cabezas de los chicos como si de la cúpula de un planetario se tratase, tan inmensa, nítida y brillante, que las estrellas parecían casi al alcance de la mano. La caída de los meteoros comenzó a hacerse más notoria cerca de la medianoche, y pasada esa hora ya era todo un espectáculo de luces que atravesaban el cielo para perderse en algún rincón secreto del firmamento.


Bajo aquel cielo nocturno de verano, amparados por uno de los eventos naturales más bonitos de contemplar, cada uno de los chicos se sumía en sus propios pensamientos, sobrecogidos por sentirse tan pequeños ante la inmensidad de un cielo que había visto pasar bajo sus estrellas a millones de jóvenes con sus sueños y anhelos, sus preocupaciones y sus miedos, sus pasados y futuros. Aquella última noche juntos bajo los astros nocturnos, cada uno de ellos sentía que algo se iba acabando, que un ciclo llegaba a su término, mientras nuevos comienzos bullían de fondo, gestándose de a poquito, cimentándose en los cierres de otros inicios anteriores. Había un dejo a nostalgia en el aire, pero también a complicidad, amistad y esperanza.


 


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Los cuatro chicos de Tokio regresaron a la ciudad a mitad de Agosto. Bokuto lloriqueaba por no poder pasar más tiempo con Ushijima hasta que este debiera regresar a Estados Unidos, pero Kotaro debía volver sí o sí a Tokio para atender sus obligaciones en su nuevo club. Lo mismo le ocurría Kuroo, que debía regresar para encargarse de sus labores como asistente de laboratorio. Prometieron reunirse todos una vez más en Tokio, la noche anterior a la fecha del vuelo de Ushijima.


Aquella despedida en la estación de tren era solo una más de varias, el grupo de amigos de a poco se había ido acostumbrando a las partidas y reencuentros, pues la vida misma era una sumatoria de aquellos momentos. Pero a pesar de que esta vez la sensación de separación no era tanta después de haber pasado aquellas dos entretenidas semanas juntos, sí se sentía como el inicio de un cierre que no tenía vuelta atrás. Muy probablemente aquel era el último verano en que podrían relajarse por completo como estudiantes todavía, a las puertas de entrar a las responsabilidades y obligaciones de la vida adulta.


Así pues, los días en Miyagi volvieron a su rutina habitual. Daichi ayudaba en su casa y luego pasaba el tiempo con Suga; juntos fueron a conocer el nuevo departamento al que se había mudado Asahi y organizaron una mini fiesta de inauguración allí, junto con el resto de los ex-miembros de Karasuno.


Ushijima y Shirabu también se veían todo el tiempo que podían, sobre todo para tomar “clases de refuerzo de inglés”.


Oikawa e Iwaizumi, en cambio, no estaban compartiendo tanto tiempo como a Tooru le hubiese gustado. Repentinamente Hajime tuvo que ayudar en su trabajo para cubrir a un compañero accidentado, y cuando no estaba trabajando se ausentaba para hacer recados. Si bien pasaban todas las noches juntos, Tooru había comenzado a impacientarse de nuevo. Faltaban pocos días para que retornara a Tokio y aquello le generaba sentimientos encontrados; por un lado quería volver a su rutina habitual, en compañía de su grupo de amigos y en su propia universidad una vez más, pero por otra parte aquel mes y medio junto a Iwaizumi se le había pasado volando. Para colmo, su mente no dejaba de maquinar con ideas absurdas pero que lo preocupaban de todas formas. Había escuchado a Daichi y Suga conversando sobre sus planes a futuro, pues ambos se graduarían en un semestre más y podrían ponerle un fin a la distancia obligada que los mantenía separados. Iwaizumi también se graduaría en a penas seis meses, pero Oikawa aún tenía dos años más por delante de estudios universitarios, y por el momento Hajime no había hecho ninguna insinuación al respecto de irse él mismo a Tokio, o si, por el contrario, iban a continuar como ahora hasta que Tooru se graduara.


La noche anterior a que Oikawa volviera a Tokio, Iwaizumi debía trabajar y su turno terminaría tarde. Tooru aguardaba por él mientras preparaba los bolsos en su habitación, enfurruñado; sin embargo, recibió un mensaje de Hajime en el que le pedía que lo esperara en un lugar específico.


El reloj de la plaza marcaba casi las once de la noche. Los grillos cantaban a la distancia y casi nadie deambulaba por la zona a esas horas. Tooru se hallaba subido en lo alto de la estructura metálica para trepar que había en la zona de juegos para niños, contemplando el entorno con impaciencia, esperando ver llegar a Iwaizumi de un momento a otro.


—Hasta que por fin apareces —se quejó Tooru desde lo alto, en cuanto Hajime llegó a la base de la estructura metálica.


—¿Me extrañabas, Tontooru? —Hajime alzó la vista hacia él y esbozó una sonrisa torcida.


—Todo el tiempo, y lo sabes —se cruzó de brazos componiendo un mohín ofendido—. ¿Y bien? ¿Qué clase de cita es esta? ¿Nos vamos a columpiar hasta que me deba ir a Tokio? —Pero Iwaizumi no le prestaba atención, pues estaba concentrado leyendo la pantalla de su celular mientras buscaba algo allí—. Oye, ¿qué…? —Tooru se interrumpió al escuchar que comenzaba a sonar “Nothing’s gonna change my love for you”, de George Benson.


If I had to live my life without you near me, the days would all be empty, the nights would seem so long…”, se escuchaba desde el celular de Iwaizumi, al tiempo que él volvía a alzar la vista hacia lo alto donde se hallaba Tooru.


—No te pude conseguir una estrella…, —comenzó a decirle.


—Un meteorito, Iwa-chan.


Iwaizumi hizo una mueca misteriosa.


—Pero eso sí pude —y lanzó algo al aire que Tooru alcanzó a sujetar por acto reflejo—. No es un meteorito en sí, pero está hecho con el metal de uno.


Our dreams are young and we both know, they'll take us where we want to go… Hold me now, touch me now… I don't want to live without you”.


Tooru contempló la cajita que sus manos acababan de atrapar y parpadeó, demasiado desconcertado para que su mente hiciera las conexiones necesarias, negándose a creer lo evidente. Abrió la pequeña caja y encontró un par de anillos plateados con unos detalles oscuros, como rocosos. Iban acompañados por una pequeña tarjeta que explicaba que aquellas joyas estaban forjadas a partir del metal de meteoritos caídos en el desierto de Atacama, en Sudamérica, previamente certificados y catalogados por profesionales de la NASA antes de ser usados para motivos comerciales.


Nothing's gonna change my love for you. You ought to know by now how much I love you…”.


—Iwa-chan… —murmuró Tooru, aún demasiado pasmado.


—Pensaba hacer algo más vistoso para este momento —siguió explicando Hajime, que de golpe parecía demasiado serio y presa de alguna emoción incómoda—. Algo memorable, ridículo y vergonzoso como bailarte una coreografía delante de todo el mundo antes de darte los anillos… —carraspeó—. Pero no tuve tiempo y quería dártelos antes de que te vayas a Tokio —hizo una pausa; Oikawa seguían sin decir nada mientas la música continuaba sonando en el celular de Iwaizumi—. Pero, después de todo, estábamos aquí solo nosotros dos cuando prometí regalarte una estrella… —silencio—. Oye, ¿piensas decir algo? Estoy, ya sabes, algo nervioso aquí abajo.


Sin embargo, lejos de responder nada, Tooru extendió los brazos y saltó desde lo alto del juego infantil.


—¡¿Q-qué haces, idiota?! —Exclamó Hajime al tiempo que Oikawa le caía encima y ambos se despatarraban bruscamente sobre el suelo—. ¡¿Estás loco?! Bueno, qué pregunta obvia la mía… —Sostenía a Tooru con ambos brazos y de golpe sintió que el otro chico comenzaba a temblar, pues se estaba riendo.


Por primera vez en su vida Tooru se había quedado sin palabras para responder. Es decir, su respuesta a la propuesta implícita de Iwaizumi era mucho más que obvia, pero las palabras se atascaban en su garganta hinchada de emoción. Por eso le dio un ataque de risa hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas de tanto reír. Iwaizumi finalmente no tuvo más remedio que unirse a sus carcajadas, mitad nervios y mitad alegría, mientras la canción en su celular cambiaba y empezaba a sonar “I’ve got my mind set on you”, de George Harrison.


It's gonna take time, a whole lot of precious time. It's gonna take patience and time, um, to do it, to do it, to do it, to do it, to do it… To do it right child… I got my mind set on you…”.


Iwaizumi apoyó el rostro sobre el suave cabello de Oikawa, contento de volver a escuchar su risa estridente y ser la causa de ella. Supuso que podía hablarle de algunos detalles luego, para no arruinar el momento. Detalles que incluían su nulo conocimiento de español.


Cuando buscó alguna empresa que hiciera joyas en base a meteoritos, le pareció adecuado elegir aquella pequeña empresa que hacía joyas con meteoritos caídos en Atacama, Chile, donde estaba el observatorio ALMA, uno de los tantos lugares que quería visitar Tooru desde que era pequeño. Introduciéndose en el tema, Hajime descubrió que los meteoritos eran nombrados de acuerdo al lugar específico en el que habían caído, y aquellos encontrados en Atacama eran denominados “Vaca Muerta Mesosiderite”, porque el exacto lugar donde cayeron se llamaba… Vaca Muerta. Pero supuso que podría esperar a que Tooru descubriera por él mismo que su anillo de compromiso para todo la vida se llamaba así…


Y allí se quedaron un largo rato, riendo, abrazados en el suelo bajo el mismo cielo estrellado que hacía más de diez años había augurado el inicio de algo más profundo entre ellos.


 


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Notas finales:

NOTA: Quien dice Domingo, dice Martes… JAJAJA perdón, no tuve feriado, debí trabajar y todo se me complicó. ¡Pero acá estoy! :D


 


Ahora, en la nueva sección “Recomendaciones” (?), les paso el dato de algunas historias escritas por gente con la que hablo mucho :3 gente que no ha tenido aún la suerte loca de que un montón de gente cayera a leer su fic (porque lo mío ha sido pura suerte, lo admito xD no sé ni cómo llegaron tantos a leerme, pero muchísimas gracias por hacerlo). Así que, aprovechando esta pseudo-fama que me ha tocado en suerte, aprovecho para promocionar a gente del fandom que también merece una oportunidad de ser leída y recibir sus comentarios para enkokorarse y/o mejorar :3 Ahi va:


 


1- Tenemos a “Bienvenidos a la Academia Fukurodani”. Solo lo publican en AO3 y, a grandes rasgos, trata sobre un triángulo BokuAka/KuroAka. Es una traducción que hace la bella Yui Makino, he aquí el link!: http://archiveofourown.org/works/6357541/chapters/14564629 (dato importante para los que no conozcan esa pag, en esa plataforma hay muy buenos fics pero la mayoría en inglés xD apoyen a los pocos que suben en español allí!)


 


2- Tenemos a otra traductora, Karen, que también publica en AO3 y se encarga de traernos al español unos bellos KageHina para el fandom. He aquí el link de “Pink polka dots”: http://archiveofourown.org/works/10509051 y también el de “La estúpida cara de Hinata Shouyou”: http://archiveofourown.org/works/10546652/chapters/23291188


 


3- Por otro lado tenemos a BabyMephista, mi partner in crime de la Leche Condesada (larga historia, suena tan mal como fue la conversa xD), que escribe en Wattpad “Indispensable”, un songfic IwaOi/OiIwa: https://www.wattpad.com/story/89859249-a33;-indispensable-a33;-songfic-a33;iwaoi-oiiwaa33;


 


4- Luego tenemos a Xavi en Wattpad con “Tsukimi”, un KuroTsuki sobre los infortunios de la pareja para “concretar” su amor xD https://www.wattpad.com/story/102842545-tsukimi-kurotsuki


 


5- Y por último pero no menos importante (no recuerdo si ya lo recomendé pero merece la reiteración xD), tenemos a mi bro del mundo mundial, Omnisciente Sensual, que me regaló este hermoso omegaverse KuroAka (sí, yo sé lo pedí porque soy una maldita infiel y qué xD). Se llama “Un café para ti” y está en Wattpad: https://www.wattpad.com/story/100738515-un-café-para-ti-kurooakaa


 


Ojalá a muchos les interesen las historias y pasen a leerlas :3 espero que sean de su agrado, que dejen coments, votos, estrellas, msj, porras, canciones (?), porque es bello cuando sucede eso :B


 


En fin, sin más que decir, me retiro hasta el 2025 JAJAJAJAJAJA -no doy más, en serio-.


 


Una vez más, mil gracias por leerme, espero que les haya gustado este popurrí loco de capítulo, y nos leemos de nuevo pronto en lo poquito que queda hasta el final! Los loveo!


 


Ushicornio off ~


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