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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del capitulo:

Estaciones.

CAPÍTULO 43

En una dorada y destemplada mañana otoñal, las hojas que se desprendían de los árboles caían con desgana ante el irremediable cambio de estación. Shirabu abrió los ojos tres minutos antes de que sonara la alarma de su reloj, y contuvo las ganas de insultar al aire. Miró las manecillas con rencor y se preparó mentalmente para levantarse. No era alguien particularmente dormilón, siempre se levantaba con el primer sonido de la alarma y no necesitaba posponerla para que se repitiera cada cinco minutos. Pero le gustaba disfrutar del descanso en forma plena, y esos tres minutos de menos para el sueño ya indicaban un día complicado por delante. Con fastidio estiró la mano para desactivar la alarma antes de que comenzara a chirriar, luego apartó las mantas y se sentó en la cama, apoyando los pies en el suelo. El frío bajo sus plantas le indicaba que la estación por fin había cambiado del todo, y atrás quedaban los vestigios de los últimos cálidos días de verano. Al otro lado de la ventana el paisaje del campus se veía en tonos ocres, con un parsimonioso sol alzándose entre las copas de los árboles en pleno deshoje. Parecía un día perfecto para quedarse debajo de las mantas e ignorar la realidad fuera de la cama, pero habían cosas que no se podían evitar.

Shirabu se puso de pie y tomó lo necesario para ir a asearse al baño, mientras Goshiki, en su propia cama en el otro extremo de la habitación, aún roncaba plácidamente. Quince minutos más tarde, cuando Kenjiro volvió a la habitación listo y con el pelo ligeramente húmedo, encontró a Tsutomu despierto y parado frente al escritorio, como absorto.

—¿Qué haces? —Lo increpó Shirabu mientras guardaba sus cosas—. Si no te alistas pronto, llegarás tarde a la práctica.

—No sé si quiero llegar a la práctica —murmuró el otro chico, cabizbajo.

—¿De qué rayos hablas? Siempre quieres entrenar, eres exasperante.

Goshiki no respondió nada; siguió hundido en sus pensamientos, aún en pijama, y tomó algo del escritorio de forma casi inconsciente. Entonces la voz de Shirabu brotó fría y autoritaria a sus espaldas:

Suelta eso.

Suspirando, Goshiki dejó nuevamente sobre el escritorio el pequeño pulverizador de agua que había agarrado.

—¿Cuántas veces debo repetirte que no te metas con mi jodido Bonsai? —Se soliviantó Kenjiro.

—Solo quería ayudar…

—Vuelves a desobedecerme, y el próximo remate nuevo que aprendas lo harás con el muñón de tu muñeca —lo amenazó—, porque te arrancaré la mano de cuajo.

Sobre el escritorio que debían compartir, ubicado frente a la única ventana de la habitación, descansaba un pequeño arbusto Bonsai en su maceta. Era un tallo de camelia japónica, cuyas ramitas de momento se veían algo delgadas y solo poseía hojas verdes, pues aún no llegaba su época de floración. Shirabu había llegado con aquella maceta luego del verano y cuidaba la planta celosamente, lo cual despertaba la curiosidad de Goshiki, ya que su senpai nunca se había mostrado muy afecto por cuidar ningún ser viviente, fuese planta o animal (siendo la excepción Ushijima-san, único ser a quien parecía dispuesto a servir).

—Alístate de una maldita vez —lo urgió Shirabu a Goshiki de pronto.

—¡S-sí, ya mismo!

Mientras Tsutomu se apresuraba a ordenar su bolso y salía disparado a darse una ducha rápida, Shirabu se encargó cuidadosamente de rociar con agua las hojas de su querido Bonsai. Ushijima se lo había obsequiado antes de regresar a Estados Unidos, explicándole que hubiese querido regalarle la planta en estado natural para que pudiese plantarla y hacerla crecer donde quisiera, pero era algo que no resultaba práctico viviendo en un campus universitario. Así pues, le regaló uno de los tallos de Bonsai que su propia abuela en casa le había enseñado a cultivar, ya que era la afición favorita de la señora. Debido a ello, a menudo Shirabu se preguntaba qué opinaría la matriarca de la familia Ushijima si supiera que su nieto le había obsequiado uno de los Bonsais a otro muchacho…

Media hora más tarde, luego de haber pasado por el comedor a desayunar algo rápido, Shirabu y Goshiki llegaban al gimnasio donde siempre se realizaban las prácticas matutinas. Dejaron sus cosas en los casilleros y se apresuraron a reunirse con el resto, quienes ya estaban haciendo ejercicios de calentamiento. Las siguientes dos horas transcurrieron como siempre, entrenando técnicas específicas y terminando con un pequeño partido entre el equipo titular y los suplentes. Cuando llegó el momento de finalizar la práctica, el entrenador los reunió a todos en el centro del amplio gimnasio y alzó la voz para hacerse oír, aunque no era necesario dado el silencio cerrado del grupo. Todos los presentes estaban sudados y algo cansados, pero su expresión gacha no se debía al agotamiento físico.

—Bueno, muchachos, otra vez llegamos a esa época del año en que toca despedirnos de algunos compañeros —comenzó a decir el hombre mayor—. Kuroo, Sawamura, adelante —ambos muchachos dieron un paso al frente en la formación—. Sus firmes habilidades se echarán de menos en el equipo, señores, pero les damos las gracias por haber contado con ustedes en el equipo durante estos últimos cuatro años.

—Gracias a usted por lo aprendido —replicó Daichi, inclinando un poco la cabeza.

—Y al equipo entero —añadió Kuroo, imitando el gesto de su amigo.

A un gesto del entrenador, todos los demás presentes se inclinaron para dar su muestra de respeto y despedida a los mayores. Shirabu tuvo que codear a Goshiki para que se inclinara también, pues el chico estaba muy ocupado tratando de contener las lágrimas. Primero se había ido Ushijima del equipo, a quien siempre tuvo como modelo a seguir y superar, y luego Bokuto, el primer As que lo había elogiado y le había enseñado generosamente todas sus técnicas "owltra" secretas. Y ahora se marchaban otros dos senpais más que también lo habían ayudado y elogiado cuando era necesario.

—La defensa del equipo no será lo mismo sin ustedes, muchachos —les dijo el entrenador a Kuroo y Sawamura, al tiempo que les palmeaba los hombros a ambos—. Que el éxito los acompañe en esta nueva etapa, tienen lo necesario para conseguirlo.

Los dos chicos debían retirarse de sus actividades deportivas porque necesitaban dedicar su último semestre a sus proyectos de tesis. Daichi, además, tenía que comenzar dentro de poco con la cacería laboral, postulándose a entrevistas para asegurar un puesto donde desempeñarse luego de la graduación. Kuroo, por su parte, terminaría su carrera de grado pero continuaría con el posgrado para conseguir un doctorado, y para eso necesitaba presentar una tesis sublime que sentara las bases para su siguiente nivel universitario. Ninguno de los dos tenía tiempo para actividades extracurriculares.

Mientras el resto del equipo saludaba a Kuroo y Sawamura, algunos burlándose de la sensiblería de Goshiki y otros riéndose de las exageraciones que planteaba Oikawa, disfrazando su pesar con palabras tontas, Shirabu contemplaba la copa del árbol que se veía por los ventanales altos del gimnasio.

Dos hojas doradas más se desprendieron de una rama, arrastradas por el viento otoñal hacia nuevos rumbos.

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.

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Aquella noche Bokuto llegó un poco tarde al apartamento, pues se habían extendido algunos eventos de publicidad luego del entrenamiento en su club; sin embargo, al abrir la puerta encontró a sus amigos reunidos como siempre. Incluso estaban conectados en una videollamada con Ushijima.

—¡Traje el pastel! —Anunció Koutaro felizmente, alzando la bolsa en la que traía el producto.

—Te pedimos que compraras pizzas —puntualizó Daichi.

—¡Ah! —Bokuto vaciló un momento—. ¡Bueno, es pizza de merengue!

—Bro, tu cerebro es de merengue —comentó Kuroo al tiempo que Daichi se disponía a hacer la llamada al delivery.

—¿Dulce y esponjoso?

—Sí, esponjoso sobre todo —asintió Kuroo—. Lleno de aire y burbujas.

—¡Ushibrooo! —Sonrió Bokuto de pronto, situándose frente al laptop para que Ushijima pudiera verlo en la cámara—. ¿Cómo estás? ¿Ya nos echas mucho de menos? ¿Volverás pronto?

—Se fue hace un mes, déjalo donde está —refunfuñó Oikawa.

—Ohhh, así que nuestro Alien Pasivo aún habla —comentó Kuroo en ese momento—. Ya pensaba que tu cerebro también se había vuelto de merengue.

Oikawa había pasado buena parte de la tarde algo callado y enfurruñado, a penas y contestando con monosílabos. Ante las palabras de su amigo, Oikawa volvió a sumirse en un silencio ofendido y se concentró en cambiar los canales del TV.

—¿Sucede algo malo? —Preguntó Ushijima desde la pantalla del laptop.

—No, solo se suponía que era nuestra noche de consuelo por habernos ido del equipo —repuso Kuroo, señalándose a sí mismo y a Daichi—, pero al parecer tendremos que reconfortar al bebé ochentero —estiró una mano y tomó a Oikawa del brazo, arrastrándolo hacia él mismo—. Venga, bebé, no llore, venga que le doy un poquito de tetita.

—¡No estoy llorando! —Tooru forcejeó para soltarse.

—Kuroo… —Daichi lo observó con gesto cansino.

—¡Ah, es verdad! —asintió Tetsuro, aún luchando con Oikawa para obligarlo a enterrar el rostro en su pecho, mientras pretendía acunarlo—. Daichi tiene mejores pectorales y es más paternal, ¿prefieres tomar de su tetita para consolarte, bebé alien?

—¡A mí nunca me ofrecieron tetita! —Se indignó Bokuto.

—¡Ya suéltame!

—¿Oikawa está falto de lactosa? —Preguntó Ushijima entonces.

La sonrisa de Kuroo se acentuó aún más.

—Yo diría que sí —repuso, malicioso—. Hace poco más de un mes que volvió de Miyagi, pero la angustia oral por falta de lactosa lo está comenzando a afectar.

—El calcio es importante, Oikawa —indicó Waatoshi, quien reflexionaba sobre los nutrientes necesarios para fortalecer los huesos y articulaciones de un deportista, dada la tendencia a las lesiones de su amigo.

—Ya oíste a la vaca, Tontooru —dijo Kuroo, alzando las cejas sugestivamente—. Y es una vaca lechera, no es una vaca cualquiera…

Tooru solo bufó y por fin se soltó del agarre de su amigo, para luego acomodarse en su asiento y volver a quedar silencioso. Los demás lo contemplaron unos momentos y entonces Kuroo le hizo señas con la mano a Bokuto.

—Bro, hay que traer el objeto.

Bokuto abrió mucho los ojos.

—El Único, Bro —asintió y se puso en pie como un resorte para rebuscar algo en una de las repisas.

—Chicos, está por llegar la pizza —les recordó Daichi, suspirando, aunque obviamente fue ignorado.

—¡Aquí está! —Bokuto tomó algo de la repisa y lo escondió entre sus puños cerrados, alzándolos al cielo.

—Ushijima, tu entrada —indicó Kuroo.

Desde la pantalla del laptop, Wakatoshi carraspeó y comenzó a narrar con voz profunda una versión personal del prólogo de "El Señor de los Anillos":

—"El mundo ha cambiado… lo siento en el agua, lo siento en la tierra… lo huelo en el aire…" —mientras Kuroo de fondo murmuraba frases en un idioma inteligible, supuesto élfico aunque más bien parecía pársel, Bokuto rodeaba la mesa con movimientos exagerados, aún escondiendo algo entre sus manos unidas—. "Mucho de lo que una vez fue, se perdió, porque ya no queda nadie que pueda recordarlo…"

En ese momento sonó el timbre de la entrada y Daichi se levantó para ir a atender el llamado, no sin antes poner los ojos en blanco ante las ridiculeces de sus amigos; fue hasta la puerta y la abrió para recibir las cajas que traía el chico del delivery. Mientras Daichi se iba a buscar las monedas necesarias para darle el dinero justo al muchacho, este último se quedó observando el interior del departamento, donde dos chicos parecían danzar una especie de ritual alrededor de otro que estaba sentado con cara de fastidio, al tiempo que una voz salida de no sabía dónde iba narrando:

—"Todo comenzó con la forja de los Grandes Anillos… Tres fueron para los Gatos Callejeros, los inmortales y más sabios de todos los seres… Siete para los señores Cuervos Estoicos, grandes deportistas y competidores de las salas nacionales… y nueve anillos para los Búhos Bipolares, que por sobre todas las cosas, ansían Akaashis… En estos anillos estaba la fuerza y la voluntad para gobernar a cada Raza, pero todos fueron engañados…"

—Aquí tienes —Daichi volvió a aparecer en la puerta, bloqueándole la visual al joven del delivery.

—Eh, muchas gracias —titubeó, tratando de estirar el cuello para ver sobre el hombro de Sawamura.

—… "Pues fue forjado otro Anillo".

—Muchas gracias a ti —replicó Daichi a su vez, y cerró la puerta con suavidad pero con firmeza antes de darse vuelta hacia sus amigos—. La comida está aquí, ya corten sus locuras.

—… "el Señor Alien Oscuro forjó en secreto un Anillo Maestro para poder controlarlos a todos, y en este anillo vertió su crueldad, su malicia y su voluntad de dominar a todos los deportistas… Un Anillo para gobernarlos a todos".

—"One ring to rule them all" —recitaron Kuroo y Bokuto al unísono, y entonces miraron a Sawamura.

Daichi, que todavía sostenía las cuatro cajas de pizzas extra grandes, torció un poco el gesto pero liberó una de sus manos y la alzó, dejando sus dedos extendidos hacia arriba. Bokuto y Kuroo trasladaron su danza ritual hacia él, mientras hacían girar un pequeño objeto entre sus manos, hasta depositarlo sobre el dedo anular de Daichi. Se trataba de un anillo improvisado con cartón, sobre el que habían escrito con tinta flúor: "Anillo de Compromiso Vaca Muerta".

—"Muuuu" —añadió Ushijima al concluir su narración.

Todos se quedaron quietos y sin decir nada, contemplando a Oikawa. Este, por su parte, tenía los brazos cruzados y pretendía mirar la pantalla del Tv, aunque estaba sin sonido. Pasaron unos cuantos segundos hasta que una de sus comisuras se torció en el atisbo de una sonrisa que no quería dejar aflorar.

—Los odio —murmuró finalmente.

—¡Ya ríete, bebé llorón! —Le ordenó Kuroo, al tiempo que él y Bokuto se lanzaban a hacerle cosquillas a Oikawa. Mientras ellos forcejeaban por un lado, Daichi se iba encargando de traer las cosas que faltaban a la mesa para poder comer de una buena vez.

En cuanto se reunieron de vuelta en Tokio, Oikawa no perdía oportunidad de presumir acerca de su anillo regalado por Iwaizumi. Sus amigos estaban alegres por él, aunque Bokuto se había enfurruñado tratando de idear un anillo aún más genial para regalarle a Akaashi, porque el que ya le había obsequiado era solo una baratija comprada por Internet. Durante días lo más novedoso del tema era que se trataba de una joya hecha con el material de un meteorito; pero Kuroo, siempre curioso, se metió a investigar sobre el tema y descubrió el secreto del nombre real del anillo, bautizado en honor a su meteorito madre. A partir de allí Oikawa empezó a evitar el tema de su anillo de compromiso, porque enseguida sus amigos comenzaban a mugir y fingir que morían, o se ponían a decir: "Debiste venir a comprometorizawa".

Cuando por fin los tres chiflados terminaron con sus cosquillas y tonterías, todos se sentaron a comer la pizza y charlar de todo y nada. Ushijima se marchó pasada una hora, porque debía entrar a una clase ya que al otro lado del mundo era casi mediodía, y los chicos guardaron el laptop apagado.

—Bueno, ya solo quedas tú en el equipo —comentó Kuroo en un momento dado, dirigiéndose a Oikawa.

—Gracias por recordármelo, te juro que no tenía idea —ironizó su amigo.

—Es extraño no entrenar y jugar todos juntos —opinó Bokuto entonces.

—Hace un año juegas en otro club, cerebro de merengue.

—Lo sé, pero se sigue sintiendo extraño… —hizo una pausa, dubitativo—. Me pidieron que me mude.

—¡¿Qué?! ¿Adónde?

Bokuto encogió un hombro.

—A un lugar más lujoso, más cerca del club… —Frunció el gesto—. Según ellos puedo dejar los estudios para dedicarme plenamente al deporte y ya.

—No quiero que te vayas, Bro, pero suena algo práctico.

—Los estudios nunca fueron tu punto fuerte —acotó Tooru—. Y ahora tienes la posibilidad de dedicarte al volley de lleno.

—Pero no quiero que sea así —se empecinó Bokuto con gesto contrariado.

Sus amigos sabían que Koutaro no la pasaba bien anímicamente con su nuevo equipo, y que eso pesaba en contra de toda su proyección profesional en el deporte al jugar para aquel club, porque de otro modo Bokuto nunca hubiese dudado en tirar los libros por la ventana para dedicarse exclusivamente al volleyball. Sin embargo, el tema de fondo era complicado y ninguno de ellos podía hacer nada por solucionarlo; lo único que les restaba era estar ahí para apoyar a su amigo siempre que lo necesitara.

Y así continuó aquel anochecer del día en que por fin se terminó de disolver el extraño equipo deportivo, ese que habían formado al reunirse en su primer año universitario. Había una sensación extraña en el ambiente, una que ninguno de ellos quería poner en palabras, mezcla de nostalgia, complicidad y nervios ante el porvenir. Entre charlas, dudas y bromas sobre el futuro, las horas siguieron avanzando hasta que la noche se tornó en madrugada.

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El otoño avanzó a una velocidad vertiginosa para los chicos. Entre los apretados horarios de estudio, las clases, los preparativos para sus primeras entrevistas (en el caso de Daichi) y los entrenamientos exhaustivos, Diciembre llegó sin que casi se percataran del cambio en el calendario. Fue como si un buen día se despertaran de un largo sueño y de golpe todas las tiendas hubiesen empezado a colgar sus adornos navideños. Kuroo y Daichi, sobre todo, estaban sumamente agobiados. Debido a su apretada agenda académica, ninguno de los dos podía siquiera pasar algo de tiempo con sus respectivas parejas. Suga también se hallaba preparando su proyecto de tesis y postulando a entrevistas, por lo que ni él ni Daichi tenían tiempo de sobra para escapadas de fin de semana. Kuroo se pasaba la mitad del día encerrado en clases o en el laboratorio, y la otra mitad encerrado en su sala frente al laptop, traspasando datos y redactando informes; en tanto Kenma se hallaba normalmente atareado con sus horarios académicos, pero fuera de allí sus padres habían subido el nivel de restricción con sus horarios sociales, por lo que escasamente podía dejarse caer por el departamento de los chicos.

—¿Acaso cortaste con el chico pudín, Kuroo? —Le preguntó Oikawa durante un almuerzo en el comedor universitario.

—Claro que no, ¿de qué hablas?

—De esto —y le enseñó la pantalla de su celular, donde en una de las redes sociales de Miyuki la chica había subido un montón de fotos del día, y en muchas aparecía Kenma…

—No lo puedo creer —Kuroo dejó caer su tenedor sobre la bandeja.

—Cortarse el pelo es un claro indicador de ruptura amorosa —asintió Tooru—. Yo en tu lugar estaría preocu… Claro, cómo no, deja a tu amigo hablando con la nada —refunfuñó mientras Kuroo salía corriendo para hacer una llamada fuera del comedor, donde el bullicio era mucho menor.

—¡¿Estás cortando conmigo?! —Bramó Kuroo en cuanto al otro lado de la línea escuchó a Kenma atendiendo.

—No sé de qué hablas, Kuro…

—¡Tu cabello!

—Ah, eso —pausa—. Miyuki lo cortó, se siente raro… ¿Qué te parece?

—¡Te queda hermoso, pero ese no es el punto! —Según su propia escala personal de belleza, Kenma podía aparecer con mierda de elefante por peinado y le quedaría precioso—. ¡Hace casi diez años que no te cortabas tanto el pelo!

—Pues creo que ya era hora de un cambio, ¿no? —Murmuró Kenma, y pudo percibir la sonrisa en su tono de voz.

Kuroo se sentía contento y frustrado al mismo tiempo. Le encantaba saber que Kenma estaba haciendo esos pequeños progresos personales que, en su caso, más que pequeños eran inmensos, pero le molestaba estar tan ocupado que no podía estar presente para ir compartiendo sus cambios y avances. Ni siquiera lo pensaba como pareja, si no como amigos. Lo alegraba saber que ese pequeño y tímido gatito que una vez adoptó bajo su casi exclusiva amistad, de a poco iba abriéndose al mundo. No obstante, si quería volver a pasar más tiempo con Kenma y compartir un futuro juntos, primero debía asegurar su propio futuro académico, para así barrer algunos de los obstáculos de la vida adulta.

—Quisiera dormirme y despertar cuando mi tesis esté terminada, expuesta y aprobada —comentó Kuroo una fría tarde en la que solo se hallaba reunido con Daichi en el departamento, ambos enfrascados en sus respectivos proyectos pero haciéndose compañía mutua.

—Yo igual —asintió Daichi, restregándose los ojos. Por aquella época era normal que anduvieran ojerosos y demacrados—. Ojalá mañana me despertara y ya tuviese mi título, un trabajo, y a Suga en Tokio.

Kuroo tomó la taza de café caliente que tenía frente a él (la octava de aquel día) y la alzó.

—Brindo por ello, amigo mío —dijo en tono solemne.

Daichi sonrió de lado pero tomó su propia taza de café y la chocó con la otra.

—¿Así que ya está decidido que Suga llegará a Tokio la próxima primavera? —Preguntó Kuroo entonces.

—Es la idea, aunque todo dependerá de las aceptaciones laborales que consiga.

—Ya veo.

Se quedaron en silencio unos momentos, cada uno concentrado en lo suyo, hasta que Kuroo retomó la charla.

—Oye, Daichi…

—Dime.

—¿Cómo lidiaste con lo de tu familia?

Sawamura dejó de prestar atención a sus textos y alzó la vista, concentrándose en su amigo. Sabía que Kuroo y Kenma tenían alguna clase de dificultad familiar en cuanto a su relación, pero la verdad era que Tetsuro no solía ventilar demasiado sus propios problemas personales con su grupo de amigos; era más bien el amigo que ayudaba al resto con sus dificultades, pero no pedía ayuda con las propias.

—No fue fácil —admitió Daichi—. Realmente pensé que todo terminaría mucho peor… —hizo una mueca al recordar aquel sentimiento de desasosiego absoluto al creer que debería cortar para siempre un lazo, fuese con Suga o con su familia. En el calor del momento había tomado su decisión, pero la increíble incertidumbre que siguió a eso no fue nada agradable.

Kuroo se sacó los lentes de descanso que usaba para estudiar y quedó pensativo.

—¿Y si tu familia hubiese decidido cortar contigo si no terminabas con Suga? —Quiso saber entonces.

Daichi ahuecó las manos entorno al calor de la taza de café que sostenía.

—Pues hubiese respetado su decisión de no respetar mi elección, pero no hubiese cambiado de idea —hubo una pausa—. ¿Lo tuyo es tan grave?

Dejando escapar una gran bocada de aire, Kuroo le dio un sorbo a su café.

—No lo sé, parece que habrán objeciones, pero quizá no sean tan duras como pienso… —sonrió sin alegría—. En el peor de los casos me echarían de mi casa y cortarían el apoyo financiero para mis estudios —hizo unos cálculos mentales rápidos—. Pero aún así podría conseguir apoyo académico para las cuotas mensuales. En cuanto a la comida y donde dormir…

—Siempre tendrás un plato de comida en mi casa —dijo Daichi entonces, parafraseando lo que había dicho Kuroo tiempo atrás.

El otro chico esta vez sonrió con más ganas.

—¿Y un lugar en tu cama? —Insinuó.

Daichi compuso una expresión de pretendida seriedad.

—No fuerces tu suerte.

—¡Hey, yo te ofrecí un lugar en mi cama también!

—Te contentarás con el sofá.

Ambos rieron un poco pero pronto retomaron la expresión seria por el tema.

—Supongo que lo mejor es ser honesto —dijo Kuroo entonces.

—Siempre lo es —asintió Daichi—. Pero no estás tú solo en este problema… ¿Qué hay con Kenma?

—No hemos podido hablar mucho al respecto últimamente —admitió con desazón.

Aún con su ansiedad social, Kenma era más decidido de lo que podía creerse. Cierto era que sus decisiones siempre decantaban por la opción del menor esfuerzo y menor conflicto, pero todas sus decisiones partían de su calmada mentalidad observadora y analítica, por lo cual la elección final siempre era la que más beneficios podía reportarle. Tiempo atrás Kuroo hubiese pensado que, entre él y la seguridad y comodidad de su entorno familiar, Kenma hubiese elegido lo segundo. Ahora, en cambio, confiaba más en que el chico se arriesgaría a salir de su zona de confort por él, por seguir juntos. Sin embargo, para ninguno de los dos era justo tener que decidir entre su relación personal y su familia. La expectativa era que tu familia estuviese feliz de tu felicidad, aunque viniera en el formato que fuera…

—Supongo que pospondré la charla familiar para después de la graduación —dijo Kuroo entonces.

Daichi asintió y extendió un puño por encima de la mesa.

—Sea como sea que resulte, sabes que no estás solo.

Kuroo también asintió y chocó el puño con el de su amigo. En momentos así, aquella frase cliché y cursi sobre que los amigos son la familia que uno elige, se le antojaba muy cierta a Kuroo.

—Si la vida tiene instrucciones, esto de llegar a adulto viene en la letra pequeña que nadie lee —comentó Tetsuro de pronto, compartiendo una sonrisa cómplice y burlona con Daichi.

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Durante la semana que separaba Navidad de Año Nuevo, Oikawa huyó de regreso a Miyagi para pasar tiempo de calidad con Iwaizumi, Daichi hizo lo mismo que él pero por Suga, y Bokuto debía viajar con su club a otras ciudades por compromisos deportivos.

En la víspera de su viaje, Bokuto y Akaashi se habían reunido para salir a comer juntos, ya que seguían coincidiendo poco y esta vez ni siquiera podría pasar Navidad juntos.

—He estado pensando… —Comenzó a decir Koutaro mientras esperaban que les trajeran la comida a la mesa.

Akaashi se tensó de forma casi imperceptible en su silla. Si de por sí era complicado lidiar con un Bokuto cabeza hueca, la situación se tornaba impredecible cuando sus neuronas entraban en la marcha forzada "pensante".

—¿En qué, Bokuto-san?…

—Primero, en que deberías dejar de llamarme "Bokuto-san".

Keiji mantuvo el gesto tranquilo.

—Ya tuvimos esta charla, no pienso llamarte "senpai".

—¡Akaaasheee! —Compuso un mohín que no le sirvió de nada—. Da igual, no pensaba pedirte que me llamaras así.

—¿Entonces?

—Podrías empezar por llamarme "Koutaro" —sugirió entonces. Aún estaba conflictuado por el hecho de que Akaashi lo llamara como a su padre—. ¿Qué te parece? —Silencio—. ¿Akaashi?

El otro muchacho seguía sentado inmóvil y con expresión tranquila, pero sus mejillas se habían sonrosado un tanto. Bokuto lo observó embelesado unos cuantos segundos, pues solo lo veía ruborizarse cuando estaban en la cama…

—Dejemos ese punto para después, Bokuto-san —pidió Akaashi en cuanto recobró la compostura, tomando su vaso de bebida para darle un sorbo—. ¿Qué era lo segundo que estuviste pensando?

Koutaro cerró la boca y se estrujó los sesos un momento para retomar el hilo de la conversación.

—Pues estuve pensando que es bueno que no podamos tener hijos —soltó sin más.

Keiji se atragantó un poco con la bebida.

—¿Disculpa? —Se extrañó, carraspeando.

—¡Pues solo imagínalo, Akaashi! —Los ojos de Bokuto se abrieron como platos—. Imagina que pudiésemos tener hijos, y uno es igual a ti, sea niño o niña… ¡No podría soportarlo!

—¿No podrías soportar que haya alguien parecido a mí?

—¿Qué? ¡No! ¡No podría soportar que un día se enamore de alguien más y se vaya! —Se llevó las manos a la cara, horrorizado—. Ya me conmociona pensar que el pequeño Momo algún día conseguirá pareja, y solo es tu sobrino aunque se te parezca… ¡Imagina con un hijo! ¡No, jamás!

Akaashi sonrió suavemente mientras lo observaba exponer sus conflictos internos.

—También podríamos tener un hijo parecido a ti.

—¡Tanto peor! —Exclamó Koutaro—. ¡Si se pareciera a mí no querría dejarte por nada del mundo, y me pasaría la vida peleando con mi propio hijo por tu atención! ¡Qué terrible!

Keiji tuvo que contener la risa que pugnaba por brotar de su garganta, pensando que algo así había charlado aquella vez con Sumire, sobre Bokuto como posible padre.

—¿Así que por eso es mejor que no podamos tener hijos? —Inquirió Akaashi.

—Exacto —Bokuto asintió muy serio—. La Naturaleza es sabia, ya lo ves.

—Mucho.

El camarero llegó con su pedido en ese momento y se dispusieron a comer mientras seguían charlando de trivialidades, al tiempo que afuera comenzaban a caer los primeros copos de nieve navideños. No tuvieron tiempo para mucho más que cenar juntos, pues el vuelo de Bokuto partía aquella misma noche y debía irse rápido, pero prometieron pasar los días de Año Nuevo juntos, y tal vez presentar a sus respectivas familias.

Al otro lado de la gran ciudad, Kuroo se rendía ante lo inevitable. Había querido seguir avanzando su tesis, pero estaba fuertemente engripado y, entre la fiebre, los estornudos y la congestión nasal, concentrarse en complejas fórmulas químicas se volvía imposible. Bokuto se había marchado preocupado a su cita con Akaashi, pues nunca antes había visto tan enfermo a su amigo, pero Kuroo lo convenció de que una gripe no lo mataría. Probablemente debido al estrés, el mal descanso y la mala alimentación, su castigo era aquel estado gripal que parecía querer arrastrarlo al infierno mismo. El departamento se sentía solitario y silencioso, pues ni siquiera se lo podía escuchar a Oikawa en la casa vecina, tarareando sus antiguas canciones mientras trasteaba, pues también estaba de viaje. Kuroo supuso que se debía a su estado debilitado por enfermedad, pero de golpe se sentía un poco sensible ante tanto cambio inminente, ante tan próximas partidas y despedidas. Quizá era alguna clase de crisis de los veinte años, aunque supuestamente la crisis atacaba cerca de los treinta…

Un ruido en la sala llamó su atención y salió envuelto en las mantas de la cama para regañar a Bokuto por haberse regresado de su cita.

—Bro, te dije que no… ¿Kenma? —Lo miró un tanto alelado, como si contemplara un espejismo.

El chico en cuestión estaba parado en la sala, con unas bolsas a sus pies y quitándose el abrigo de calle, luciendo su nuevo corte de pelo.

—Supuse que Bokuto exageraba con eso de que parecías un cadáver —replicó Kenma—, pero realmente te ves muy enfermo.

—¿Qué haces aquí? —Barbotó Kuroo, confundido.

—¿No es obvio? Vine a cuidarte —levantó una bolsa y miró su contenido—. No tengo idea para qué sirven la mitad de las cosas, pero todo el mundo me dio consejos… —Sacó una cebolla—. Algo saldrá.

—¿Y qué pasa con los horarios? —Quiso saber Tetsuro—. ¿Y tus padres?

Kenma lo contempló con gesto fastidiado.

—¿Puedes, por una vez, dejar que sea yo quien te cuide? —Lanzó un pequeño bufido—. Cuando te mejores ya podrás volver a ser el que se encarga de todo mientras yo flojeo.

Sin embargo, aún en el vaho mental producto de la gripe, Kuroo se negaba a dejar que Kenma hiciera todo sin supervisión, sobre todo porque conocía su ineptitud culinaria (solo equiparable a la de Bokuto). Así pues, envuelto en gruesas mantas y con un té medicinal entre las manos, Kuroo vigiló cada movimiento de su compañero mientras este preparaba una sopa de verduras y gachas de avena. Se cortó un par de dedos mientras pelaba la verdura, desperdició un poco de esto y lo otro aquí y allá, se quemó varias veces con el vapor de la olla hirviendo y no sazonó bien los platos, aunque Kuroo había perdido el sentido del gusto debido al resfrío, por lo que no dijo nada al respecto.

—Ughh —se quejó Kenma cuando probó su propia creación.

Estaba sentado junto a Kuroo en la cama, mientras este último tenía acomodada la bandeja con la comida sobre su falda.

—No importa el sabor, no siento nada —puntualizó Kuroo.

—Qué suerte —frunció la nariz.

Kenma se puso a rebuscar algo en su mochila mientras el otro chico comía de a poco, teniendo que detenerse de a ratos cuando le daba un acceso de estornudos y congestión. Kuroo le había comentado a Kenma que estaba enfermo como algo normal de contar sobre el día a día, pues últimamente se comunicaban más por mensaje que cara a cara, pero jamás imaginó que se presentaría a cuidarlo. Cuando eran más pequeños y alguno de los dos se enfermaban, tenían a sus padres para el cuidado, y entre ellos solo se dedicaban a hacerse compañía mientras el otro se mejoraba. Con el primer resfrío fuerte de Kenma se habían pasado un fin de semana entero los dos juntos, dando vuelta el primer juego de "Silent Hill". Después se les volvió costumbre jugar alguna franquicia de survival horror cuando alguno de los dos caía enfermo y el otro lo acompañaba en la cuarentena.

—Traje el "Resident Evil: Revelations 2" —anunció Kenma mientras sacaba el juego de su mochila y señalaba el PlayStation 4 que había en la habitación—. Es el único que nos falta jugar juntos.

—Es verdad, no nos hemos enfermado desde que fue estrenado —comentó Kuroo con la voz tomada, sonriendo.

Como si hubiesen retrocedido en el tiempo, pasaron las siguientes horas cobijados bajo las gruesas mantas mientras jugaban en modo multijugador. La medicina había ayudado a la congestión nasal de Kuroo, aunque todavía se sentía afiebrado y débil.

—Deberías dormir un poco —indicó Kenma cuando el reloj marcó casi las once de la noche.

—Estoy bien, sigamos —repuso Kuroo, que no pensaba desperdiciar por nada del mundo aquella oportunidad de relajarse junto a Kenma, después de todo lo atareado y estresado que se había sentido el último tiempo.

—Me quedaré a pasar la noche, está bien si duermes —replicó—. Seguiré aquí cuando despiertes.

En ese momento sonó el celular de Kenma, que llevaba un buen rato en silencio, y el chico lo tomó para revisar el mensaje sin apartarse de las mantas que lo cubrían a él y Kuroo.

—Oh, vaya —murmuró al leer el mensaje.

—¿Qué es?

En lugar de responder, Kenma le enseñó la pantalla de su celular, donde un mensaje enviado por Hinata ("Shouyo", según lo tenía agendado) mostraba a Tsukishima, Yamaguchi y Tanaka, los tres vestidos con trajes formales de fiesta. Solo los últimos dos sonreían a la cámara, mientras el primero mantenía un gesto fastidiado.

—La hermana de Tanaka y el hermano de Kei se casarán en unas semanas—explicó Kenma entonces—. Esta foto es de la prueba de los trajes.

—Qué interesante —ya luego se encargaría de molestar a Tsukishima al respecto, quien convenientemente nunca le había mencionado la inminente boda de su hermano con la hermana de Tanaka—. Pero, ¿podríamos detenernos un segundo en tu facilidad para llamar al resto por su primer nombre?

—¿Mmhh? —Kenma le respondía con un sticker a Hinata.

—Lo de Shouyo puedo entenderlo, a Lev siempre lo hemos llamado así, incluso Yuu y Miyuki pueden pasar… —Fue enumerando—. Pero, ¿Tadashi? ¿Kei? —Se extrañó—. Solo falta que a Kageyama también lo llames por su… Oh —la expresión de Kenma lo confirmaba todo—. ¿En serio?

—No me parece algo tan importante —Kenma se encogió de hombros.

—No te parece importante —repitió Kuroo—. Entonces, ¿por qu…?

—Tetsuro —lo interrumpió pronunciando su nombre con calma—. ¿Eso querías? ¿Que te llamara por tu nombre?

Kuroo sintió que su fiebre volvía a aumentar. Soltó el control de la Play y abrazó al otro chico, hundiendo el rostro en su cuello.

—Demonios, si no estuviese enfermo… —murmuró, sonriendo derrotado contra su piel.

—Pero lo estás.

—Lo sé, lo sé —suspiró—. Aún así, me alegra escuchar que tus amistades se incrementan.

—Es extraño —admitió Kenma—. Pero agradable.

Llegar a la Universidad había sido un cambio trascendental para Kenma no solo por el ámbito académico, si no por el social. Nunca había intentado encajar en ningún grupo, o adaptarse a lo que otros esperaban de él para poder entablar una relación; no se esforzaba en ello pero aún así en épocas de la media o la preparatorio, lo preocupaba lo que otros pensara de él. Sin embargo, en la vida universitaria era todo más libre y caótico y extraño; la gente se seguía juntando por grupos, pero atrás quedaban las discriminaciones infantiles y adolescentes por tonterías; era como si todo se ampliara, como si el horizonte se expandiera, como si no hiciera falta amoldarse para encajar, pues todo el mundo se entendía en su cúmulo de imperfecciones propias del crecer. Poco a poco Kenma fue perdiendo la ansiedad ante una visión más amplia del mundo y, en cambio, la curiosidad comenzó a crecer en él; curiosidad por conocer, por avanzar. Su extraño grupo de amigos en la Universidad era eso, extraño, pero ninguno de ellos le exigía adaptar o modificar su personalidad a cambio de su amistad. Lo entendían y aceptaban así como era: poco sociable, introvertido la mayor parte del tiempo, cerebral y analítico. Hubo una época en que pensó que Kuroo sería, para toda la vida, la única persona que podía aceptarlo tal cual era, pero resultó no ser tan literal. Kuroo siempre sería su primer amigo, su persona más importante y cercana, pero ahora sabía que también habían otras personas con las que podía contar, con las que podía ser él mismo y sentirse cómodo. El mundo seguía siendo un lugar algo vertiginoso e incomprensible para Kenma, su ritmo personal seguiría siendo demasiado lento para el ritmo del mundo en general, sin embargo ahora sabía que no estaba tan solo ni era tan dependiente como se había llegado a concebir a sí mismo.

Aquella noche no alcanzaron a terminar el juego y guardaron la partida para el día siguiente. Kuroo durmió plácidamente abrazado a Kenma, y aquello le sirvió más que toda la medicina que había ingerido. Pasaron aquellos días navideños dando vuelta el Resident Evil y, aún contra toda medida de salubridad, Kuroo terminó contagiándole su gripe a Kenma a través de los besos que no pudo resistirse a darle.

—¿Tus padres no se pondrán pesados? —Preguntó Kuroo al tercer día, mientras se duchaban juntos.

—No creo que les importe más —repuso Kenma mientras dejaba que Kuroo le lavara el cabello.

—¿A qué te refieres? —Sus manos se quedaron quietas.

—No viviré más con ellos.

—… ¿Qué?

La voz de Kenma se mantuvo calma al responder:

—A partir de Abril me iré a vivir con mi abuelo.

Kuroo permaneció inmóvil, procesando la información unos minutos, hasta que lo tomó por los hombros para darlo vuelta y mirarlo a la cara.

—¿De qué rayos hablas? Tu abuelo vive en un campo en Saitama.

—Lo sé.

—Kenma…

Con una calma casi irritante, Kenma le contó que por fin se habían sincerado con sus padres, después de demasiadas tensiones y discusiones por sus horarios y restricciones. Ninguno de los dos se tomó muy bien la noticia y, finalmente, decidieron que lo mejor sería que Kenma se alejara por un tiempo. Sin levantar sospechas ni habladurías en el barrio, habían arreglado todo para que su único hijo se fuera a vivir con su único abuelo vivo, a una localidad alejada y casi rural. Si Kenma no accedía a ello, le cortarían todo beneficio de apoyo financiero mientras terminaba sus estudios. Por supuesto, tendría que cambiarse a estudiar a la Universidad de la zona.

—Esto es una broma, ¿verdad? —Murmuró Kuroo—. Dime que es una broma.

—No te alteres, no es tan grave.

—¡Te mudarás de Prefectura! ¡Te cambiarás de Universidad! ¡Te alejarás de mí y de todos! —Lo sacudió por los hombro y el agua chapoteó alrededor suyo—. ¿Cómo eso no es grave?

La expresión de Kenma solo vaciló un instante.

—Kuroo, la mitad de tus amigos se fue al otro extremo del mundo por un año —le recordó—. Y eso no modificó ni sus amistades, ni sus parejas —la voz le tembló a penas—. Nosotros seguiremos dentro del mismo país.

—¿Y por cuánto será?

—¿Hasta que me gradué? —Replicó—. Solo falta un año más, no será tanto…

—No, no, no —se negó Kuroo—. Te vienes conmigo.

—Kuro…

—En Marzo ya tendré mi título, y aún no están cerradas las postulaciones laborales —comenzó a planificar las cosas así desnudos como estaban, hundidos en el agua del baño—. Conseguiré un buen trabajo, mis notas me alcanzan para eso, y vivirás conmigo y…

—Kuro, quieres seguir estudiando para sacar un Doctorado.

—Puedo posponerlo.

—No —Kenma sacudió la cabeza—. No es justo.

—¡Tampoco es justo que te saquen de tu casa y tus lugares de esta forma!

Justo cuando Kenma había encontrado un lugar al que pertenecer, un lugar en el que se sentía a gusto con otra gente, todo se rompía por su relación con Kuroo. Este último no estaba dispuesto a ser la excusa por la que le arrebataran nada a Kenma, quería sumar en su vida, no restarle.

—Si fui honesto con mis padres era porque me sentía listo para lidiar con las consecuencias, no para que tú te hagas cargo de ellas —explicó Kenma—. Es un poco incómodo el desenlace, sí…

¿Incómodo?

—…, pero dentro de un año también me titularé y podré volver —terminó de decir.

Se quedaron en silencio, ambos aún congestionados y un poco afiebrados, envueltos en el vapor que emanaba del agua caliente de la tina, que poco a poco iba enfriándose.

—Deberíamos salir del agua ya —indicó Kenma.

—Muy bien —asintió Kuroo—. Hablaré con mis padres.

—No es necesario.

—Lo es, y es justo —insistió—. No tienes por qué cargar tú solo con las consecuencias de que seamos una pareja —recalcó la frase—. Vamos a la par, ¿lo sabes? Si mis padres deciden actuar como los tuyos, ambos lo afrontaremos juntos —lo envolvió con una toalla para secarlo—. Y si por milagro aceptan lo nuestro, pues contaremos con alguien de nuestra parte y no tendrás por qué irte lejos.

Kenma siguió objetando, pero finalmente no tuvo más remedio que aceptar una tregua hasta la graduación de Kuroo. Y así, con esa pequeña conciliación sellada, se aislaron del mundo hasta fin de año, ocultos bajo las mantas, jugando de a ratos y entrelazándose en besos por momentos, como si pudieran extender aquella semana por toda la eternidad, evadiendo los embates de una realidad en constante cambio y conflicto.

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El invierno continuó avanzando, el frío se intensificó, y las desnudas ramas de los árboles se cubrieron de escarcha durante semanas. El grupo de amigos estaba sepultado en tareas y horarios apretados, pero nada de ello impidió que se pusieran a planear una estrategia de escape.

—¡Puedo mudarme al piso que me ofreció el club y te vienes conmigo! —Le propuso Bokuto—. ¡Y Kenma también!

—Antes no querías aceptar mudarte.

—Si es por ti me mudo a la Luna, Bro.

—Bro.

—Bruh.

—Pero no es necesario, también podemos vivir aquí mismo y resultaría más barato.

—¿Es su hijo único y se deshacen así de él? —Se indignó Oikawa—. Esa gente debería mudarse al campo, su pensamiento es casi de la época Feudal.

Kuroo hizo una mueca. Los padres de Kenma eran buenas personas, pero su mente estrecha había quedado en evidencia recién ahora.

—Hablando la gente se entiende —intervino Daichi—. No te estreses de más ahora, termina tu tesis y luego ya tendrás tiempo de conversar con tus padres y los de Kenma.

—Pase lo que pase, estamos para cubrirte la espalda —asintió Oikawa y alzó su celular, donde se veía un mensaje de Ushijima—. La vaca dice que tu tampoco eres un inútil como los amantes de la festividad de Tanabata —compuso una mueca—. Sus modos de apoyo son cada vez más extraños. Occidente lo afecta mal, creo yo.

Kuroo rió.

—Gracias, chicos, no sé qué haría sin ustedes.

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A pesar de la presión y el estrés de la época, la llegada de San Valentín supuso un cambio de aire para el ánimo de los chicos. Si bien solo Oikawa y Bokuto se verían con sus parejas (Daichi y Suga habían acordado no viajar por esa fecha porque ambos estaban con los últimos detalles antes de la presentación de su tesis, mientras que Kuroo y Kenma no se habían visto desde fin de año para mantener a sus padres tranquilos por un tiempo más), aquella fecha marcaba el inicio del final. A penas dos semanas los separaban de Marzo y, para bien o para mal, todo habría concluido para ese entonces.

A pesar de haber dejado de entrenar con el equipo de volley, Kuroo retomó el hábito de salir a trotar por las mañanas, acompañando a Oikawa en sus rondas diarias. Era la única forma que tenía de liberar tensiones en ese momento. En épocas más felices aquellas corridas matutinas las hacían en compañía de Bokuto y Daichi también. Ushijima, aunque se sumaba, siempre iba demasiado por delante de ellos como para considerar que los acompañaba en la corrida.

—¡Iwa-chan llega en dos díaaaaaaaas! —Exclamó Oikawa aquella mañana, al llegar hasta el parque habitual donde descansaban antes de emprender el regreso.

—¿Lo esperarás disfrazado de Cupido? —Se mofó Kuroo, agitado, mientras le daba un trago a su botella de bebida deportiva.

—No es mala idea —Tooru entrecerró los ojos, considerándolo.

—¿Cupidokawa?

—Me sienta bien el apodo —se ufanó—. Después de todo, fui yo quien unió al denso de Ushiwaka con Shirabu.

—Seguro, seguro.

—¿Kuroo?

—¿Mmhh?

—Te presto a mi familia si la tuya decide rechazarte —propuso de la nada—. Ya sabes, mi madre es casi una fujoshi no asumida, otro hijo gay no le sorprendería. Y le caes bien —miró a los lados—. Pero no menciones que te dije esto, porque Bokuto quiere que te unas a su familia porque también le agradas a sus padres, y pretendo ganarle si llega el caso. Así que, shhh —se llevó un dedo a los labios en señal de silencio.

Kuroo se inclinó para ajustarse un cordón que no se le había desajustado, solo para esconder su rostro un momento. Ushijima hasta se había ofrecido a recibirlo en su casa familiar en Estados Unidos, e incluso la abuela Kameko le había mandado un mensaje de apoyo. Casi estaba agradecido de que el matrimonio Kozume se hubiese opuesto a su relación, porque lo había hecho apreciar cuánta gente sí lo hacía, y de forma incondicional.

—Está por cambiar la estación de nuevo —observó Kuroo al erguirse de nuevo, contemplando la escarcha de un árbol que comenzaba a gotear levemente.

Emprendieron la corrida de regreso mientras Oikawa no dejaba de alucinar con la inminente llegada de Iwaizumi, y Kuroo lo escuchó disertar todo el camino sobre los brazos de Hajime sin interrumpirlo, porque su amigo estaba feliz. Sin embargo, la nube de alegría idiota de Tooru se fue disipando a medida que avanzó el día y llegó el siguiente.

—Iwa-chan no me contesta —se lamentó la noche previa a San Valentín.

—Estará ocupado —lo tranquilizó Daichi mientras le servía otra porción de arroz para la cena—. Ahora come.

—Pero hace casi dos días que no me contesta —insistió Oikawa—. Ni siquiera figura que haya leído mis mensajes…

—Habrá perdido el celular por ahí mientras te prepara una súper sorpresa de San Valentín —opinó Kuroo—. ¿Qué será esta vez? ¿La reserva del salón para el casamiento? Apuesto a que arrienda el salón de actos de Shiratorizawa, para ir a juego con el anillo de compromiso… ¡Auch! —Oikawa le había lanzado una pantufla por la cabeza.

—No se juega mientras se come —los reprendió Daichi.

—Sí, lo siento.

—Disculpa.

—Yo a veces también me olvido el celular por días —intervino Bokuto con la boca llena de arroz—. Pero Akaashi no se preocupa.

—Creo que se alivia, en todo caso —dijo Oikawa entonces.

—¡Daichi-bro, Oiwaka está siendo malo conmigo de nuevo!

Sawamura los miró con expresión adusta.

—Ya tuvimos esta charla, chicos, basta de bullying mientras comemos.

Aquella noche Tooru durmió mal, dividido entre la ansiedad y un nerviosismo inexplicable. Por la mañana del día de San Valentín lo primero que hizo al abrir los ojos fue revisar su celular, pero sus mensajes a Iwaizumi seguían sin ser leídos, como hacía casi dos días. Trató de contactarse con la madre de Hajime, para preguntarle si el chico había salido en viaje ya, pero lo atendió el buzón de voz. Cada vez más inquieto, Tooru se preparó para salir hacia la estación de trenes, pues cerca del mediodía debía llegar Iwaizumi. No obstante, el número de tren en el que debía llegar Hajime llegó sin él a bordo, así como todos los trenes siguientes que venían desde Miyagi. Recién a las tres de la tarde recibió un llamado al fin, y no se trataba de Iwaizumi, si no de Hanamaki.

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Kuroo y Daichi se hallaban ambos en el departamento luego de almorzar. Amparados por el calor del kotatsu y sendas tazas de café, se ayudaban mutuamente con la exposición de la tesis y ajustaban los últimos detalles. Entonces escucharon ruidos contundentes en el departamento vecino: muebles corriéndose bruscamente, cosas cayendo, y el inconfundible sonido de las quejas y sollozos de Oikawa. Ambos muchachos saltaron de sus cojines y corrieron a ver qué le sucedía a su amigo. Lo encontraron poniendo la casa patas arriba porque no encontraba su billetera; estaba fuera de sí, parecía un animal desbocado.

—Oye, tranquilo… Tranquilo, Oikawa, escúchame —Daichi trató de sujetarlo para que dejara de botar cosas.

—¡Necesito mi dinero! —Exclamó el chico, con la cara congestionada y los ojos rojos—. ¡Ese maldito estúpido!

—Cálmate un poco, por favor, y dinos qué sucede —le pidió Kuroo, alcanzando a sujetar un par de vasos usados que casi se cayeron de la mesa mientras Tooru revolvía todo.

—¡Ese estúpido de Iwa-chan, eso sucede! —Repuso en tono estridente.

—¿Qué hay con él? ¿Al final decidió no venir?

Oikawa quiso responder, pero la voz no le salió y, en cambio, unas gruesas pero silenciosas lágrimas cayeron de sus ojos. Sus dos amigos se alarmaron entonces.

—¿Está bien? ¿Le pasó algo? —Inquirió Daichi.

Cuando lograron que Tooru dejara de hipar, se enteraron que a Iwaizumi lo estaban operando de urgencia en Miyagi, dado un repentino cuadro de gravedad. En cuanto Hanamaki lo había contactado, Tooru quiso partir hacia Miyagi ya que se hallaba en la estación de trenes, no obstante recién entonces reparó en que no llevaba su billetera; estaba sin dinero ni credenciales.

—De acuerdo, cálmate un poco —le indicó Daichi, pero Oikawa seguía balbuceando acerca de su billetera—. ¡Tooru, que te calmes! —El otro chico pareció reaccionar al fin—. Kuroo, busca su billetera mientras voy por mis cosas.

—Creo que está en nuestro departamento —respondió Kuroo—. ¿Irás por tus cosas?

—Sí, acompañaré a Oikawa hasta Miyagi.

—¿Chicos? —Les llegó la voz de Bokuto desde la puerta—. ¿Qué pasa?

Media hora más tarde estaban los cuatro en la estación de trenes, esperando por la formación en la que viajarían Oikawa y Daichi.

—Lo siento, Daichi, me volví loco por un rato —murmuró Tooru—. No hace falta que vengas, tienes cosas que hacer…

—No pedí tu permiso —lo interrumpió Sawamura—. Te acompañaré y punto.

Por la información que les había dado Hanamaki, Iwaizumi estaba siendo operado de una apendicitis aguda que se había roto, lo cual agravaba el riesgo. Hacía dos días que Hajime había empezado con molestias y dolores en el abdomen, pero había tenido una gastritis pasajera hacía un tiempo y pensó que se trataba de lo mismo. Sin embargo, a medida que las horas pasaban el dolor aumentó hasta que tuvieron que trasladarlo de urgencia al hospital. En medio de todo aquello, Iwaizumi se había olvidado el celular en el trabajo y nunca pudo pasar a recuperarlo. Oikawa sabía lo suficiente de medicina para entender que una apendicitis perforada podía resultar fatal si no se trataba a tiempo.

—Todo saldrá bien —le aseguró Kuroo, apretándole un hombro a Oikawa.

Bokuto estaba serio y sin palabras, solo se limitó a abrazar con fuerza a su amigo antes de que partieran en el tren. Ni Daichi ni Oikawa dijeron nada durante todo el trayecto, y cuando por fin llegaron a Miyagi, el sol se perdía en el horizonte. Las calles estaban frías y ajetreadas, Tooru se dejó guiar como un autómata por Sawamura, que lo llevaba sujeto por un codo. Hacía un rato Hanamaki le había avisado que la operación había terminado, pero ellos no llegarían a tiempo para el horario de visita. No obstante, Daichi hizo que tomaran un taxi hasta llegar frente al hospital, en cuya entrada los esperaba Suga, que corrió a recibirlos.

—Ya hablé con mi mamá —les dijo cuanto antes—. Puedes estar tranquilo, Oikawa, todo está bien —el otro chico asintió, aún enmudecido—. Ella puede hacerte entrar en un rato más, pero habrá que esperar, ¿de acuerdo? —Tooru volvió a asentir y siguió a la pareja.

Mientras esperaban sentados en una sala tranquila y silenciosa, Tooru trataba de recuperar el normal funcionamiento de su cerebro. Todo parecía haberle hecho cortocircuito hacía cinco horas atrás, no tenía idea dónde estaría parado ahora mismo de no ser por sus amigos. Estudiaba medicina, estaba preparado para enfrentarse a crisis de salubridad y pacientes graves, pero toda la teoría se había ido al demonio en cuanto supo que el paciente esta vez era Iwaizumi, y que él nada podía hacer a través de la distancia que los separaba. Hacía pocas horas atrás fantaseaba con la noche de San Valentín que compartiría con Iwaizumi, y ahora se hallaba agradeciéndole a los dioses que Hajime no se hubiese muerto repentinamente por septicemia. La familia de Hajime no se hallaba allí porque hacía rato había finalizado el horario de visitas. Sin embargo, una hora más tarde apareció la madre de Suga, que trabajaba como enfermera allí, y con señas silenciosas hizo que Tooru la siguiera.

—El paciente está despierto y estable, pero no causes ninguna conmoción —le indicó la mujer en tono severo.

—Por supuesto que no, señora, solo quiero verlo.

—Vendré a buscarte en un ratito.

—De acuerdo.

Oikawa abrió la puerta de la habitación de Iwaizumi y entró sintiendo los latidos del corazón taladrándole los oídos.

—¿Tooru? —Se extrañó Hajime. La madre de Suga le avisó que le traería visitas, pero supuso que dejarían pasar a su propia madre.

Oikawa se acercó hasta la cama, donde Iwaizumi se veía tan saludable y bien como siempre. El único indicio de su estado era el suero pegado a su muñeca y unas profundas ojeras bajo sus ojos, aunque últimamente en época de exámenes era normal verlo así.

—Muy propio de ti, Iwa-chan —dijo Oikawa entonces, tomando la mano que Hajime le había extendido. Hablaba en tono calmo y burlón, pero se notaba el ligero temblor en su voz—. Planeando dejarme viudo antes si quiera de casarnos, y en pleno San Valentín.

Hajime esbozó una sonrisa torcida.

—¿Qué puedo decirte? Mi apéndice era parte mía, se ve que también le gustaba la idea de trastornarte un poco —el asomo de una risa murió en sus labios con un gesto adolorido, y se llevó una mano al abdomen. Respiró con dificultad unos momentos—. Descuida, estoy bien y me darán de alta en pocos días, no iba a morirme por una simple apendicitis. A mi papá lo operaron de lo mismo y ya lo ves tan vivo como siempre —estrujó sus dedos entre los suyos—. Vamos, cambia el gesto.

Oikawa asintió y se sentó junto a la cama, apoyando la cabeza sobre el borde en un claro indicio de que quería que acariciaran su cabello.

—¿El recién operado soy yo y debo consolarte a ti? —Se mofó Iwaizumi mientras su mano libre se paseaba por el suave pelo de su compañero.

—A ti te estaban sacando el apéndice, Iwa-chan, pero yo sentí que a mí me estaban sacando el corazón —murmuró Tooru dramáticamente y en tono ahogado contra las sábanas de la cama—. Así que sí, consuélame.

—Ya, ya, comprendo —continuó acariciándole la cabeza—. ¿Mejor?

—No —replicó al instante—. De ahora en más odiaré todos los San Valentines de mi vida porque me recordarán este horrible día —meneó la cabeza para que lo siguiera acariciando—. Deberás hacerte responsable, Iwa-chan.

—Bueno, yo detesto esta fecha desde los trece años, aproximadamente —repuso Hajime a su vez—. Te llevo ventaja en eso, deberías responsabilizarte tú.

—¿Ah? —Tooru giró el rostro sin levantar la cabeza, para poder observarlo por el rabillo del ojo—. ¿Y por qué la detestabas?

—¿Por qué sería? Por ti, por supuesto —contestó sin vacilar—. Cada jodido catorce de Febrero había una horda de chicas esperando por darte sus chocolates y conseguir tu atención —hizo una mueca de dolor mientras se acomodaba en la cama—. Es un día de mierda desde hace tiempo, si quieres mi opinión.

—¡Iwa-chan!

Mientras ellos terminaban de consolarse allí, Daichi y Suga charlaban por lo bajo en la sala de espera.

—Lo siento, acordamos no viajar en esta fecha porque ambos estábamos ocupados —decía Daichi en ese momento—. Y al final terminé viajando por Oikawa.

—San Valentín está sobrevalorado —replicó Suga sin darle importancia—. Pero una buena amistad nunca está lo suficientemente sobrevalorada —le sonrió con calidez—. Si no hubieses acompañado a Oikawa, no serías el Daichi que me gusta, así que no se hable más del asunto.

—Se nota que estudias para abogado, siempre sabes qué decir en mi defensa —se inclinó para besarle la sien.

Suga sonrió brillantemente y apoyó la cabeza en el hombro de Daichi, mientras ambos esperaban en aquella silenciosa y casi vacía sala, al tiempo que al otro lado del ventanal dejaba de nevar.

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Era un despejado y soleado día de Marzo cuando se llevó a cabo la ceremonia de graduación. El salón universitario de ceremonias estaba repleto de estudiantes con sus togas especiales, y de familiares formalmente ataviados. Todo el mundo fue tomando asiento hasta que por fin el evento dio inicio. Dieron sus respectivos discursos tanto el rector como así también algunos de los profesores y estudiantes destacados. Entre ellos estaba Kuroo Tetsuro, presentado como graduado con honores en el área de Química. Cuando pasó al estrado para hablarle al público lo hizo con porte erguido y seguro, aunque por dentro se estaba muriendo de los nervios. Era una estupidez, lo sabía, pero aquel día se agolpaban tantas cosas en su cabeza, que sus emociones eran un nudo amañado en su garganta desde que se había despertado en la mañana. Parado allí frente al enorme auditorio de gente expectante por escucharlo, de pronto Kuroo se sintió enorme y a la vez minúsculo, divido entre lo que él mismo era, lo que ese día dejaría de ser, y lo que sería a partir de entonces. Tomó aire y comenzó a dar su breve discurso, pues no pensaba extenderse. Inició con la parte formal, los agradecimientos y respetos debidos, dejando para el final lo más importante.

—… citando a Bernardo de Chartres, en su época Isaac Newton supo decir: "Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes" —recitó entonces—. Él hablaba de otros genios, cuyos estudios y descubrimientos habían propiciado los suyos propios —hizo una pausa—. En estos últimos cuatro años en la Universidad me he topado con montones de gigantes que me han ayudado a ver más lejos, a llegar más lejos: profesores, ex-alumnos, compañeros de carrera y de laboratorio. Mis "honores" al graduarme no serían posibles sin el aporte de todos ellos a mis conocimientos, y por ello les estoy humildemente agradecido —volvió a pausar, pasando la vista por el público hasta divisar al pequeño grupo de personas al que quería dirigirse, rejuntados allí por el fondo pero inconfundibles en su altura—. Pero el paso por la Universidad no es solo de crecimiento académico e intelectual, si no también personal. Hay otros gigantes que conocí gracias a mi paso por esta institución; gigantes en cuyos hombros me subieron cada vez que me caía, cuyas experiencias, las buenas y las malas, ampliaron y enriquecieron las mías; gigantes cuya sola compañía a lo largo de estos años aumenta los honores de haberme graduado aquí. Y a esos gigantes los llamo Amigos.

El público aplaudió tras su discurso y Kuroo hubiese jurado escuchar un "Oyaaaaa" mientras volvía ubicarse en su asiento, a la espera de recibir su diploma. Un buen rato más tarde, cuando la ceremonia de entrega de diplomas concluyó, los graduados por fin pudieron reunirse con amigos y familiares. Tras saludar a sus propios padres, Kuroo se acercó a sus amigos. Incluso Ushijima estaba allí, que había viajado a Japón para pasar el breve receso de Marzo en el país.

—¿Qué tal estuvo mi discurso? —Les preguntó, sonriente.

—Bokuto estaba llorando —lo expuso Oikawa.

—¡Yo no lloraba, tú llorabas, Oiwaka!

—Los dos lloraban —los delató Ushijima con simple franqueza.

Kuroo y Daichi, ambos con sendas túnicas, se echaron a reír mientras los otros discutían acerca del no llanto. Kenma también estaba allí presente, y Kuroo se acercó a él cuando por fin terminó de recibir las felicitaciones de otros compañeros y profesores.

—¿Estás listo? —Preguntó Tetsuro.

—Listo para reencarnar en un cactus y ahorrarme todos los conflictos humanos de la socialización y sus derivados —repuso el otro chico, pálido, pero tomó con decisión la mano que le extendía.

—Papá, mamá —los llamó Kuroo, acercándose a ellos. Sus padres sonreían, felices y orgullosos de su hijo—. Tengo que hablar con ustedes de algo importante.

A pocos metros de Kuroo, a espaldas del muchacho, sus amigos cruzaban los dedos por él, listos para salir corriendo en su ayuda si era necesario.

Mientras tanto, sobre las cabezas de los recién egresados y sus familiares, las ramas de los árboles volvían a estar cubiertas de vivaces hojas, con los primeros brotes preparados para la floración inminente que le daría la bienvenida a una nueva estación.

 

 

Notas finales:

Una vez más, lo siento por la demora. No es un graaan cap pero ya se empieza con algunos de los cierres para el final, así que espero que les haya gustado, al menos :3 Trataré de no desaparecerme tanto para la prox actu, a menos que la gripe de hoy acabe con mi vida de una vez xDD
Como siempre, gracias por seguir leyéndome hasta aquí, estaré respondiendo sus reviews en cuanto pueda. Los amodoro.

Ushicornio Engripado Off.


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