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El club de los 5 por Ushicornio

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Notas del capitulo:

Maldita vida adulta.

CAPÍTULO 45


 


 


La única ventana que había en el departamento dejaba filtrar los radiantes rayos del sol de finales de Agosto. Una campanilla fuurin con un diminuto cuervo colgaba junto a dicha ventana, tintineando suavemente ante la suave brisa que se colaba hacia el interior del hogar; en el alféizar descansaba una pequeña maceta con lavandas que se extendían hacia la luz solar que añoraban, regalando su agradable aroma generosamente. Y a través del cristal se apreciaba el amanecer de un día cálido y despejado en Tokio.


 


El departamento era pequeño pero cómodo. La reducida cocina, atestada de todo lo necesario y aún así ordenada, se mezclaba con el diminuto comedor, cuya mesa con dos sillas se ubicaba junto a la única ventana de la vivienda. Dos pasos más y uno se tropezaba con el minúsculo living, que se resumía a dos puf apretujados en el suelo de tatami, frente al televisor de pared. Media vuelta a la derecha y se chocaba con la puerta corrediza que daba al único dormitorio, con el espacio suficiente para desplegar dos futones. Y allí, enredados entre unas sábanas ligeras por el calor, dormían Daichi y Koushi.


 


La alarma del celular de Suga sonaría en treinta minutos más, sin embargo, el chico ya se hallaba despierto. Contemplaba con plácido embeleso el semblante dormido de Daichi, quien todavía estaba sumido en un sueño profundo y respiraba de forma acompasada. La habitación estaba casi a oscuras, pues no poseía más iluminación que la luz artificial de la lámpara cuando la encendían. No obstante, cada noche antes de dormir dejaban la puerta corrediza abierta, para que los rayos del sol mañanero alcanzaran parte del dormitorio. Así se filtraban dorados haz de luces entre los que se vislumbraban motas de polvo suspendidas en el aire, haciendo retroceder la penumbra y permitiendo que Koushi disfrutara de su escenario matutino.


 


Más de un mes había pasado desde que él y Daichi por fin comenzaron a vivir juntos, en aquel pequeño apartamento que sus amigos les habían ayudado a conseguir, a buen precio y a pocas cuadras del departamento de los chicos. A los dos muchachos el trabajo les quedaba un poco retirado de la zona, pero el valor del lugar era lo bastante bajo y era lo único que se podían permitir de momento, ambos recién empezando sus carreras profesionales. Sin embargo, aunque fuese diminuto y retirado, en un pequeño y antiguo edificio a medio restaurar donde habían innumerables goteras y la mitad del tiempo se cortaba el agua caliente, aquel lugar era su pequeño paraíso personal para dos.


 


Embebido en su estado contemplativo y de forma casi inconsciente, Suga extendió una mano para acariciar suavemente el cabello de Daichi. Le gustaba mimarlo mientras dormía, era su pequeño placer personal. A veces, mientras lo observaba descansar tranquilo y murmurar cosas entre dormido, Koushi pensaba que parecía tan lejano aquel día, casi siete años atrás, en que se habían conocido en el ingreso a la preparatoria y luego reencontrado en las prácticas de volleyball. No hubo un flechazo a primera vista entre ellos, no. Y, si bien fue Suga el primero en desarrollar sentimientos románticos por Daichi, estos no surgieron instantáneamente. Fue algo que se estuvo gestando de a poco, a fuego lento y a su propio tiempo, como las mejores comidas, aliñado por un montón de momentos compartidos; momentos de risas y tristezas durante los entrenamientos, momentos de sonrisas cómplices y entendimiento tácito entre clases, de esfuerzo aunado y apoyo uno al otro. Un buen día Koushi no pudo seguir ocultando que aquello que sentía excedía el compañerismo y la amistad y, contra todos sus más fúnebres pronósticos, su torpe enamoramiento fue correspondido. Casi siete años más tarde, con distancias, crecimientos y desencuentros de por medio, aquel incipiente amor adolescente había brotado y madurado. No obstante, habían veces en que Suga aún se preguntaba si aquello no era más que un sueño demasiado bueno para ser cierto, una realidad alternativa con la que su mente lo engañaba para no afrontar una verdad demasiado incómoda de digerir.


 


—¿Espiándome desde temprano otra vez?


 


La voz adormilada de Daichi lo sacó de sus ensoñaciones diurnas.


 


—Si estuvieses desde mi lugar sabrías apreciar mucho mejor las vistas —sonrió Suga contra la almohada, palpándole un pectoral desnudo.


 


Los labios de Daichi se curvaron, soñolientos.


 


—Pues las vistas desde aquí me agradan bastante —repuso a su vez, pasando un brazo alrededor de la cintura de Suga para arrastrarlo hasta su futón y ubicarlo encima suyo, sobre su pecho.


 


—Daichi…


 


—¿Mmhh? —Su voz sonó ahogada contra el cuello de Koushi mientras le besaba la base del pulso repentinamente acelerado.


 


—Tenemos que levantarnos en… —estiró una mano para verificar la hora en su celular—. En veinticinco minutos.


 


—Tiempo más que suficiente —replicó sin preocuparse, al tiempo que deslizaba hacia abajo el bóxer de Suga para exponer al aire un redondeado glúteo que tapó con toda su palma, manoseando a gusto.


 


—Eres imposible —murmuró Koushi, quejándose más por gusto que por convicción, y cerró los ojos al sentir que los besos escalaban por su mandíbula hacia su boca.


 


—Es tu culpa por provocarme con tu lunar sexy tan temprano en la mañana —Daichi sonrió contra sus labios y sus dos manos se cerraron sobre el trasero de Suga, presionando su cadera hacia abajo para que la excitación mañanera de ambos se rozara con fuerza.


 


—Claro, culpa mía —asintió Suga, embotado por el aliento cálido que discurría entre sus bocas hambrientas.


 


Entre besos y roces, ambos se despojaron de la ropa interior. Koushi estiró una mano para tomar algo de un cajón cercano.


 


—¿Se declara culpable, señor Abogado? —Preguntó Daichi en tono formal, pero su voz sonaba ronca.


 


—Así es, para reducir mi condena —Las manos de Suga se movían con agilidad sobre el miembro de su compañero, colocándole el condón—. ¿Cuál es mi sentencia?


 


—Estás condenado a cadena perpetua —respondió al tiempo que lo sujetaba con firmeza de la cadera, ubicándolo encima suyo.


 


—¿Sentenciado para toda la vida? —Murmuró por lo bajo, concentrado en acomodarse sobre la erección de su compañero.


 


—Exacto, toda la vida conmigo —confirmó, juguetón. Luego se incorporó para rodearlo con sus brazos y dando una firme embestida se abrió pasó dentro suyo. Koushi profirió un fuerte jadeo ante la invasión, pero Daichi selló sus labios con un profundo beso.


 


Veinticinco minuto después la alarma del celular comenzó a sonar y la apagaron al instante. Daichi insistió en bañarse juntos.


 


—No entramos juntos allí, nuestro baño es una caja de zapatos —replicó Suga, negando con la cabeza.


 


Daichi no tuvo más remedio que resignarse ante aquella verdad. Ya habían probado las dimensiones del baño y no precisamente para ducharse, pero la proeza había sido imposible. Mientras él se duchaba, Koushi se encargó de preparar lo necesario para el desayuno.


 


Al poco rato Daichi reapareció en la pequeña cocina-comedor con el cabello aún húmedo y abrochándose los puños de la camisa. Lo recibió la misma imagen que le gustaba contemplar cada mañana: Suga bebiendo su taza de té sentado junto a la ventana, con el sol matutino bañando su rostro y las fragantes lavandas de fondo, esas que Ushijima le había regalado en una maceta por su mudanza. La campanilla fuurin con un cuervito que colgaba de la ventana había sido obsequio de Bokuto, así como los dos bowls de arroz a juego eran de parte de Kuroo. Oikawa, siempre práctico pero perverso, les había regalado una caja de condones temáticos de esos que trajo de Estados Unidos.


 


La convivencia de casi-casados no está libre de precaución en la salud sexual”, le había dicho su amigo. “También puedo conseguir anticonceptivos orales y pastilla para el día después… Aunque ni tú ni Suga tienen útero, así que no es un dato útil. Olvídalo”.


 


Koushi lo miró llegar a la cocina y le sonrió.


 


—Está todo listo, come tranquilo mientras me ducho —le indicó alejándose de la mesa donde estaba servido el desayuno para dos. Su porción ya estaba terminada.


 


—De acuerdo, te como tranquilo mientras te duchas —replicó Daichi, extendiendo un brazo frente a él para bloquearle el paso.


 


Koushi puso gesto malicioso y le mordió el hombro, para luego alejarse riendo en dirección al baño al tiempo que Daichi refunfuñaba, frotándose el hombro mientras se sentaba a desayunar junto a la ventana.


 


Media hora más tarde los dos chicos salían juntos del edificio y se encaminaban codo a codo hacia el metro, donde compartirían viaje hasta el centro de la ciudad y luego cada uno partiría por rumbos distintos, para atender sus diferentes trabajos.


 


Así discurrían aquellos primeros tiempos de convivencia para Daichi y Suga. Más allá del ardiente deseo físico al que ahora podían darle rienda suelta siempre que quisieran, lo significativo de aquellos días estaba en los detalles. Eran días simples y cotidianos; compartían el desayuno o la cena siempre que podían, se turnaban para realizar los quehaceres y planificaban sus días libres para disfrutarlos juntos, ellos dos solos o con amigos. Aunque pasaban la mayor parte del día separados por sus respectivos trabajos, aquella distancia no significaba nada para lo que estaban acostumbrados, por lo que se mensajeaban en los ratos libres solo para charlar del día a día laboral y compartir chismes de oficina. Detalles pequeños, gestos cotidianos, algo tontos pero significativos, todo entretejiendo sus vidas unidas.


 


Después de cuatro años de distancia real, parecía que esa época alejados nunca hubiese existido. Su relación ya no era un torrente de emociones incontenibles, un constante revuelo de mariposas en la panza, algodones de colores en la cabeza y fuegos artificiales en el pecho. No, el tiempo calmaba todo, y lo forticaba. Lo que en un inicio había sido un volcán en erupción, desbordante de lava ardiente, el transcurso del tiempo lo había solidificado como el agua de mar al magma, formando las bases cálidas e inamovibles sobre las que surgían los continentes y la estabilidad emocional.


 


Sin embargo, incluso las relaciones con los cimientos más sólidos se remecen ante un sismo emocional repentino. Y ellos no estarían exentos de comprobarlo.


 


.


 


.


 


.


 


Al inicio los cambios fueron casi imperceptibles, camuflados entre la rutina diaria y la agenda profesional de cada uno. Sin embargo, Daichi comenzó a estar cada vez más concentrado y absorbido por el trabajo. Su jefe de grupo parecía tenerle una confianza especial en formarlo para que consiguiera una pronta promoción, y Daichi la retribuía con horas extra a sol y sombra. Así comenzaron a acortarse los días en que él y Suga podían compartir el desayuno o la cena, y ni siquiera podían coordinar su horario de almuerzo para comer juntos en el distrito comercial porque Daichi siempre parecía tener reuniones y almuerzos ejecutivos con superiores. De pronto lo único que compartían en las semanas era la hora de dormir, y Daichi solía estar tan molido que sus encuentros sexuales comenzaron a espaciarse, pues se desmayaba con tan solo apoyar la cabeza en la almohada. Las primeras semanas Suga no tomó muy en cuenta aquellos cambios en su rutina, pensando que sería algo temporal y comprensible por el trabajo, pero a medida que alteración se mantuvo en el tiempo, empezó a resentirse.


 


—¿Daichi tampoco vendrá hoy? —Se extrañó Kuroo el segundo viernes en que su amigo no se presentó en la reunión grupal de la semana.


 


—Sigue bastante ocupado —repuso Suga, sonriendo con suavidad.


 


—¡Pero los viernes de pizza y karaoke son sagrados! —Rezongó Oikawa, indignado.


 


Todo el grupo de amigos tenía horarios bastante incompatibles, y durante aquel mes habían encontrado que las noches de los viernes era el único momento en que todos coincidían libres para pasarlo juntos.


 


—Bueno, Daichi siempre ha sido bastante adicto al trabajo duro —comentó Kuroo entonces, mientras analizaba una veintena de botellas de bebidas alcohólicas que tenía desplegadas delante suyo—. No me extraña que esté tan empeñado en conseguir ascender.


 


—Sí, pero no me fío de su superior —objetó Oikawa, tomando una de las botellas y abriéndola para olisquearla.


 


—Ya vas a empezar de nuevo… —Murmuró Iwaizumi, quien se hallaba recostado sobre el sofá grande mirando una carrera de la “Fórmula 1” en la TV. Kenma estaba sentado al lado suyo con el laptop sobre la falda, enfrascado en una partida de juego online.


 


—¡¿Qué?! ¡Es cierto! ¡Daichi no deja de hablar glorias del tal Sawada-senpai! —Oikawa se giró hacia Suga—. Tú también lo encuentras sospechoso, ¿verdad?


 


Suga hizo una mueca ambigua y no respondió nada. Realmente Daichi parecía bastante entusiasmado con las enseñanzas y la guía que le daba su superior, se alegraba de verlo tan motivado y sabía que sería una tontería sentir celos por algo así. Pero tampoco podía negar que le despertaba cierto rencor oculto.


 


—Deja de meterle ideas raras a Suga, Mierdakawa —insistió Iwaizumi sin apartar la vista de la carrera—. Tú eres el único paranoico con los celos.


 


—¿Y alguna vez me equivoqué? ¿Eh? —Tooru canturreó el nombre “Takahashi”. Iwaizumi solo lo ignoró.


 


—Pues sí, te equivocaste con Tsugimoto-san —intervino Kuroo entonces, mientras empezaba a verter diferentes bebidas alcohólicas en una coctelera—. Pensaste que iba detrás del trasero de Ushijima, y en realidad quería tu pasivo y gordo culo.


 


Iwaizumi siguió contemplando el televisor en silencio, pero su gesto se había ensombrecido un poco durante unos segundos. Oikawa miró mal a Kuroo.


 


—Gracias por recordárselo —murmuró por lo bajo, ofuscado. No era el tema favorito de Hajime.


 


—De nada —sonrió Tetsuro—. Esta noche te toca castigo doble —y le guiñó un ojo.


 


Los ojos de Oikawa brillaron un momento ante la perspectiva de una Iwaizumi castigador, pero se recompuso al instante y carraspeó.


 


—Volviendo al tema… —dijo en tono serio—. Daichi está siendo un padre y esposo abandonador.


 


Suga soltó una risita.


 


—Solo está muy concentrado en su objetivo —expuso con simpleza—. Ya saben cómo es, cuando algo se le mete en la cabeza, es imposible desviarlo de ello.


 


Esa tozuda obstinación de Daichi era la que había mantenido a flote al equipo de volleyball de Karasuno durante la preparatoria, y a Koushi le gustaba ese rasgo de su personalidad.


 


—Bueno, pues ya que Daichi desperdicia este momento… —Oikawa le hizo unas señas a Kuroo y los dos se ubicaron a ambos lados de Suga.


 


—Hay que aprovecharnos de las mejores mejillas de setter, ¿eh? —Sonrió Kuroo.


 


—¡Llegó la pizza! —Anunció de golpe la estruendosa voz de Bokuto, que acababa de llegar al departamento cargando varias cajas de pizza junto con Akaashi, seguidos por Ushijima y Shirabu—. ¡AHHHH!


 


Akaashi y Shirabu se sobresaltaron por su grito.


 


—¡Infidelidad! —Bokuto señaló con un dedo acusador hacia Kuroo y Oikawa, que se sacaban una foto para enviársela a Daichi, plantándole un beso en cada mejilla a Suga mientras lo mantenían apretujado entre ambos.


 


—Bokuto-san, Suga no le es infiel a Daichi por eso —comentó Akaashi al tiempo que se frotaba el oído.


 


—¡Suga no, pero ellos sí! —Koutaro siguió señalando a Kuroo y Oikawa—. ¡Se supone que ese lugar entre ellos es mío, para que me besuqueen a mí y tú te pongas celoso, Akaashi!


 


—¿Que nosotros qué? —Preguntaron Tooru y Tetsuro.


 


—¿Y que yo qué? —Inquirió Keiji a su vez.


 


Bokuto compuso un gesto enfurruñado al tiempo que descargaba las cajas de pizza sobre la mesa y se iba a ubicar en el sillón, dejándose caer ente Iwaizumi y Kenma, ambos concentrados en sus respectivos pasatiempos.


 


—¡Ajá! —Anunció Koutaro—. ¿Ahora sienten celos?


 


—¿De ti? —Se rió Tooru; Kuroo a su lado también lanzó una carcajada.


 


Keiji solo alzó una ceja escéptica. Bokuto estaba a punto de desinflarse emocionalmente, pero entonces Kenma se recostó sobre su hombro, aún concentrado en su partida online, e Iwaizumi estiró los brazos dando un gran bostezo, con la vista fija en la carrera, para luego pasar uno por los hombros de Koutaro.


 


Hubo un breve silencio general.


 


—¿Voy por agua fría? —Ofreció Shirabu de pronto, mirando a Oikawa y Kuroo—. Digo, para aplicar en esas quemaduras —y por lo bajo profirió un prolongado: “Buuurn”.


 


—¿Quién se quemó? —Se preocupó Ushijima entonces—. Iré por el botiquín de primeros auxilios.


 


—Shirabu, tú estás a cargo de la vaca ahora —se quejó Oikawa—. Otra vez olvidaste encender el interruptor de su detector de sarcasmo.


 


Mientras todos se molestaban y se hacían burlas entre ellos, Suga solo sonreía sentado junto a la mesa, largando la carcajada cuando era inevitable. Así habían sido los últimos cuatro años para Daichi, rodeado de aquella panda de locos a los que había llegado a llamar mejores amigos. Suga siempre había estado un poco envidioso de los buenos momentos que pasaban juntos y que él no podía compartir con ellos. Y sin embargo, ahora que estaba en Tokio y podía hacerlo, el que faltaba en la ecuación era Daichi. Koushi sacudió la cabeza tratando de descartar los pensamientos derrotistas, recordando que Daichi se estaba esforzando por un propósito bastante loable como era la promoción laboral, y él la estaba pasando bien con sus amigos.


 


—¿Quién será el perdedor de esta noche que deba beber mi cóctel explosivo? —Rió Kuroo mientras agitaba la coctelera en la que había mezclado bebidas de todo tipo y procedencia, incluso con algunas sustancias extras…


 


—¿Estás seguro que eso es humanamente bebible? —Desconfió Akaashi, previendo un futuro inmediato complicado si Bokuto terminaba bebiendo aquella mezcla rara.


 


—A ver, ¿quién es el que está por sacarse un Doctorado en Química aquí? —Se ufanó Kuroo—. Sé lo que hago.


 


Precisamente eso preocupaba al resto, porque bien podía estar haciéndolos beber los componentes de la bomba de hidrógeno y ninguno se enteraría hasta explotar en vómitos nucleares sobre el inodoro. Finalmente decidieron que esa noche sería prueba de resistencia etílica y todos tomarían aquella invención de Kuroo; el ganador sería el último en quebrarse.


 


—Disculpen la demora, pero por fin llegué —se excusó Daichi al llegar al departamento cuatro horas más tarde.


 


El escenario que lo recibió era, como siempre, una especie de cuadro de Dalí recreado en la vida real. Iwaizumi, Kenma y Keiji estaban sentados en el sillón grande, observando el despliegue musical de Oikawa, Kuroo y Bokuto, que cantaban a trío parados sobre la mesa.


 


—“Why do you buuuild me up…” —entonaban los tres.


 


—“Build me up” —en voz grave, Ushijima les hacía el coro desde un costado.


 


—“Buttercup, baby, just to let me down…


 


—“Let me down”.


 


—“And mess me around...


 


Mientras ellos le dedicaban a viva voz “Build me up, Buttercup” de The Foundations a sus respectivas parejas, Suga filmaba la escena en el celular y Shirabu seguía tratando de emborracharse y perder la memoria con el cóctel de Kuroo. Lo extraño de toda la escena era que todos estaban sin pantalón y tenían pedazos de cinta adhesiva adherida en varias partes de las piernas. La prenda de la noche había sido que, cada vez que perdían en un juego o apuesta, se les sumaba un pedazo de cinta adhesiva y después los demás se las iban arrancando al azar, repentinamente.


 


—Llegas tarde —se quejó Suga cuando Daichi se acercó para ubicarse a su lado.


 


—¡Tarde, Daichi! ¡Ven, Suga, canta conmigo! —Oikawa le dio un caderazo a Kuroo y Bokuto para empujarlos fuera de la mesa, y tomó de un brazo a Suga, arrastrándolo con él—. “No hay naaada más difíiicil que vivir sin tiiiiiii… sufrieeeendo en la espera de verteeee llegaaaar…


 


Tooru cantaba en español, cortesía de las enseñanzas de karaoke etílico de Carlos, su compañero de cuarto en Estados Unidos, y Suga trataba de seguirle la letra de forma bastante pobre. El alcohol hacía que ambos arrastraran las palabras y se tambalearan.


 


—Como castigo deberíamos envolverte como momia en cinta adhesiva, Daichi —propuso Kuroo, cuyas mejillas también estaban encendidas por la bebida.


 


—Traje sushi para compensar —se atajó Daichi, señalando el par de bolsas que había dejado en la cocina al pasar.


 


—¡Seeeh, susheeeh! —Bokuto alzó los brazos al cielo y se tuvo que sostener de Ushijima para no perder el equilibro—. ¡Comeremos sushe...sushi... Sushijima… Susheshemaabroooh!


 


—Nadie comerá Sushijima —denegó Shirabu, mirando su propio vaso con el ceño fruncido y los ojos bizcos—. Nadie más que… yo… —y cayó de frente sobre la mesa.


 


—¡AHORA SE NOS MURIÓ EL TERNERO! —Exclamó Oikawa, llevándose las manos a la cabeza con gesto dramático.


 


Después de que Ushijima le diera los primeros auxilios a Shirabu y se lo llevara en andas, Oikawa, Kuroo y Bokuto terminaron cantando a trío “Un-break my heart”, de Toni Braxton.


 


—“Un-breaaaaaak myyy heaaaarttt, sayyyy you’ll love me agaaaain” —entonaban con dramatismo, nuevamente ante sus respectivas parejas, quienes parecían querer cavar un hoyo en el suelo y desaparecer—. “Undo this hurt you caused when you walked out the doooorrr…


 


Daichi y Suga decidieron que ya era hora de regresar a su propio departamento. Quedaba a pocas cuadras de allí y, al ser bien entrada la noche y haber poca gente, caminaron tomados de la mano sin problema para mantener el equilibrio entre los dos, sobre todo Suga.


 


—Lo siento por llegar tarde, hoy nos invitó a cenar el gerente y no podía escaparme —se disculpó Daichi después de caminar una cuadra en silencio, demasiado concentrados en dar un paso delante del otro de forma correcta.


 


—Está bien, el próximo viernes estaremos los dos a tiempo —sonrió Suga, y por mirar a Daichi tropezó y trastabilló. El otro chico lo abrazó para que no cayera y ambos terminaron riéndose a carcajadas.


 


—Lo prometo, el próximo viernes ahí estaré —aseguró Daichi mientras ingresaban a su pequeño departamento.


 


Suga solo sonrió una vez más en respuesta y trató de desvestirlo sin éxito, pues al llegar a los futones de la habitación ambos cayeron profundamente dormidos.


 


.


 


.


 


.


 


No solo Daichi y Suga estaban teniendo problemas para ajustar sus horarios, el resto de sus amigos estaba en la misma situación. Todos ellos debían ingeniárselas para repartir su tiempo entre sus responsabilidades, sus amistades (se reunían siempre que podían, pero mucho menos que antes) y sus respectivas parejas.


 


Bokuto y Ushijima tenían que hacer frente no solo a los entrenamientos con sus respectivos clubes profesionales, si no también a otro montón de compromisos aparejados a su estrellato deportivo: entrevistas, sesiones de fotos, eventos sociales de sponsors, etc. Y eso se les juntaba con sus deberes académicos. Bokuto tenía un poco más simplificado aquello gracias a su cambio por una carrera corta y sencilla, pero aún así para él cualquier esfuerzo académico resultaba casi titánico. Ushijima, por su parte, tenía que conjugar sus responsabilidades deportivas con su internado en Medicina. Oikawa consideraba que Wakatoshi era una maldita máquina, pues nunca lo veía cansado ni decaído. Tooru, en cambio, hacia malabares entre sus prácticas con el club universitario y el internado, y la mayor parte de los días terminaba tan molido que a penas y recordaba su razón para respirar y existir. En el caso de Kuroo, el chico se pasaba los días encerrado en el laboratorio, y a veces incluso las noches, pues la nueva sede donde cursaba su Doctorado quedaba muy lejos y, en ocasiones, se quedaba sin trenes que lo llevaran de regreso a su departamento. No obstante, la buena fortuna le sonrió con la presencia de uno de sus compañeros de doctorado: Yaku Morisuke. Fue una sorpresa para ambos reencontrarse allí, ya que Yaku se había ido a estudiar en una Universidad de otra Región, pero había vuelto para sacar su siguiente grado académico. Como él vivía cerca de la sede, Kuroo había comenzado a quedarse a menudo en el departamento de Yaku, cuando se hacía demasiado tarde y el único transporte que lo devolvería a su propia casa era un taxi, lo cual significaba un suicidio económico.


 


Una de esas noches, luego de haberse reunido a tomar con compañeros de clases, Kuroo se quedó donde Yaku. Mientras su amigo se duchaba, él releía unos informes en el living, con la toalla alrededor del cuello pues él ya se había bañado primero. Mientras leía y releía una y otra vez un problema al que no le podía encontrar solución hacía semanas, su celular sonó y vio que era un mensaje de Kenma. Solo le había enviado el sticker de un gatito muerto. Kuroo sonrió y marcó su número para llamarlo.


 


—Odio el Calentamiento Global —fue el saludo de Kenma al responder el llamado.


 


—Hola, ¿cómo te va? También te extraño —repuso Kuroo.


 


—También odio la humedad. Y la sensación térmica —siguió quejándose el otro chico—. Y no haber nacido con un sistema de refrigeración líquida incorporado, como una computadora.


 


—Veo que estás disfrutando el viaje.


 


—¿Es viable inyectar nitrógeno líquido en las venas de un ser humano?


 


Hacía unos días, Kenma se había ido de viaje con Yuu, ni más ni menos que a Seúl, Corea del Sur. Ambos chicos habían quedado seleccionados para uno de los torneos de E-Sports (Deportes electrónicos, lo que cualquier mortal conoce como videojuegos) y habían ganado pasajes y estadía pagos al otro lado del Mar del Japón. Se quedarían allí toda una semana mientras se sucedían las diferentes fechas de competencia por equipos en un MOBA (Multiplayer Online Battle Arena) y, si su equipo ganaba, también tendrían recompensa monetaria. Hasta allí todo bien para Kenma, pero Yuu lo arrastraba a todos lados para hacer turismo durante el día, y había una inusual ola de calor a inicios de otoño, por lo que terminaban acalorados, sudados y agotados después de recorrer la ciudad con aquel clima.


 


—Odio el calor —insistió Kenma.


 


—También odias el frío —le recordó Kuroo—. Y las aglomeraciones de gente. Y los ruidos fuertes. Y la mañana. Y que te hablen demasiado cuando estás recién despierto. Y que en un videojuego te salga el cartel: “¿Quiere reintentar este nivel en Modo Fácil?” —Kenma bufó al otro lado de la línea y Kuroo largó una carcajada—. Ya sabes, lo sé todo de ti.


 


—Yo también sé lo que odias.


 


—Pero no tienes una lista detallada de ello —replicó mientras resaltaba con marcador unos números en la hoja del informe que repasaba.


 


—No me hace falta, lo sé de memoria —aseguró con calma—. Odias no poder hacer nada con tu postura para dormir y el resultado de tu pelo todos los días. Odias el café mal hecho en las mañanas, por eso lo haces tú mismo. Odias que la gente se meta con tus gustos. Odias que los demás menosprecien a tus amigos. Odias que un amigo tuyo esté mal y no poder hacer nada por ayudarlo. Odias cualquier cosa que afecte a un amigo tuyo, así sea una mota de polvo metida en su ojo.


 


Kuroo se echó hacia atrás en la silla, pasándose una mano por el pelo todavía húmedo.


 


—Pues ya que sabes tanto de mis odios… —dijo en tono malicioso—. ¿Qué es lo que estoy odiando ahora mismo?


 


Hubo una pausa al otro lado de la línea.


 


—¿Que te esté dando las quejas por teléfono? —Sugirió Kenma tranquilamente.


 


—Sabes que no es eso.


 


—Odias que no esté ahí a tu lado y que mi primer viaje fuera del país no fuese contigo —dijo Kenma al fin.


 


—Exacto —Kuroo sonrió para sí mismo—. Pero el poder de nuestro entrelazamiento cuántico es más fuerte que la distancia que hoy nos separa.


 


—Eres tan… —suspiró—. No entiendo por qué la gente piensa que eres tan genial todo el tiempo, si en verdad eres un nerd cursi.


 


—Pero soy tu nerd cursi —e hizo ruidos de enviarle besos, riendo al casi poder visualizar la cara de hastío de Kenma al otro lado del Mar del Japón.


 


—¡Kenma, por Dios, si ya te bañaste ponte algo encima! —Kuroo de golpe escuchó la voz lejana de Yuu, que al parecer acababa de llegar a la habitación que compartían.


 


—Hace calor —repuso Kenma.


 


—¡Está el aire acondicionado encendido!


 


—Por eso, quiero disfrutarlo —aclaró a su vez. La distante voz de Yuu rezongó algo más y se oyó el sonido de una puerta cerrándose.


 


—Un momento… —musitó Kuroo—. ¿Hace diez minutos tenemos esta charla telefónica mientras tú estás desnudo?


 


—Hace calor —repitió Kenma.


 


—Agrega a mi lista de odios el hecho de que olvidas darme información importante para mis fantasías personales —masculló Kuroo.


 


Minutos después se despedían, al mismo tiempo que Yaku aparecía en el living, ya duchado y bebiendo jugo de una botella. Le lanzó otra botella a Kuroo y el chico la atrapó en el aire.


 


—¿Qué tal le va a Kenma? —Preguntó Morisuke mientras sacaba su propio informe del bolso y se sentó a la mesa.


 


—Odiando la ola de calor —repuso con una sonrisa.


 


Yaku largó una carcajada.


 


—Puedo imaginarlo —asintió y revisó su propio celular, donde no habían llamadas ni mensajes nuevos.


 


—¿Aún esperas que te hable? —Quiso saber Kuroo, dándole un trago a su botella—. Esa estúpida no vale la pena.


 


Con una sonrisa ambigua, Morisuke dejó su teléfono a un costado y se puso a leer su propio informe. Había estado saliendo con una chica durante los últimos seis meses, Kuroo incluso había llegado a conocerla en persona, pero un buen día la joven empezó con dudas y vueltas, y finalmente parecía haber terminado con Yaku solo porque se había dado cuenta que le gustaban chicos “más altos”. Tetsuro esperaba no haber tenido nada que ver con esa extraña e imbécil epifanía de la chica.


 


—Piénsalo así —continuó diciendo Kuroo para animar a su amigo, que se veía un tanto cabizbajo—: ustedes tenían un enlace químico débil.


 


—¿Nos unían las fuerzas de Van der Waals? —Dijo Yaku a su vez, componiendo una mueca.


 


—Claro, algo así —para Kuroo era increíble no tener que explicar un chiste o analogía química a un amigo; gajes de convivir tantos años con Bokuto.


 


—O quizá mi electronegatividad no era la suficiente para atraerla…


 


Kuroo torció el gesto.


 


—Pues ahora te ves tan electronegativo que podrías desplazar al Flúor de su puesto en la tabla periódica.


 


—¿Tan atrayente estoy?


 


—No, solo negativo —le aclaró entonces—. Solo necesitas salir un poco más y conocer otras personas.


 


—No es como si tuviese mucho tiempo para ello —Yaku señaló el grueso informe que tenía delante suyo.


 


—Ya, lo sé, pero siempre hay un modo.


 


—Tienes suerte de estar con Kenma —comentó con una sonrisa—. Aunque nunca dijeran nada durante la preparatoria, la mayoría sabíamos que seguirían juntos.


 


Fue el turno de Kuroo para sonreír.


 


—La mayor parte del tiempo tenemos un enlace iónico, y de a ratos se vuelve covalente —explicó—, pero siempre es un enlace fuerte.


 


Yaku volvió a componer una mueca contrariada.


 


—Quisiera tener esa clase de relación, tener alguien así de especial.


 


Kuroo se rascó la barbilla, meneando la cabeza de forma pensativa.


 


—Quizá ya la tienes, y no lo sabes —argumentó—. Quizá es como el Unbipentio —el elemento número 125 de la tabla periódica, hipotético pero aún no confirmada su existencia.


 


Yaku se largó a reír con ganas.


 


—Por culpa tuya le diré Unbipentio a la próxima persona con la que salga


 


Mientras ellos dos seguían bromeando al respecto, el Unbipentio de Yaku se encontraba a solo cuatro estaciones de metro de allí, entrenando su remate de látigo junto con Hinata y Kageyama en una cancha pública.


 


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Casi sin que los chicos se dieran cuenta del transcurrir del calendario, las copas de los árboles se tiñeron de dorado y poco a poco comenzaron a deshojarse. Como el ánimo de Koushi, pues no estaba del todo feliz en su entorno laboral.


 


Trabaja para una consultoría legal de empresas y, si bien su ocupación era simple de momento porque todavía era un asistente en entrenamiento, el problema no era el trabajo en sí, si no sus compañeros. Había un grado de competitividad poco sano entre ellos; aunque mantuvieran las apariencias corteses en todo momento, las habladurías por detrás y las malas intenciones veladas siempre discurrían de fondo. Suga sentía que le caían bien solo dos compañeros, un chico y una chica que habían entrado junto con él y que parecían igual de incómodos con aquella clase de ambiente laboral. Al final del día llegaba a su casa más cansado por la presión emocional dentro de la oficina que por el trabajo en sí mismo. Lo triste era llegar a su casa y que Daichi no estuviera allí para poder desahogarse con él sobre las quejas del día. La mitad de las tardes Suga terminaba yéndose al departamento de Kuroo y Bokuto, si había uno u otro de ellos en el lugar, y Oikawa también daba vueltas por allí siempre que no tuviese horario de internado o prácticas. Otras veces, Koushi simplemente se quedaba en su propio y pequeño departamento y charlaba con su abuela a través de videollamada, pues la hija del nuevo marido de su madre le había enseñado a la anciana a usar la tecnología.


 


—Internet es un mundo peligroso pero maravilloso —le dijo Kameko a Koushi aquella tarde—. Hay tantas cosas fabulosas por leer…


 


—Abuela —Suga rió, imaginando los sitios que frecuentaría su abuela.


 


—Hablo de blogs sobre jardines y botánica, cariño, no me malinterpretes —añadió la señora en pretendido tono remilgado. Koushi se carcajeó una vez más.


 


A través de la pantalla, la anciana se veía más delgada y demacrada que antes, aunque siempre conservaba el semblante alegre y la sonrisa fácil.


 


—¿Está todo bien, cielo? —Quiso saber ella tras unos segundos de silencio por parte de su nieto.


 


—Sí, abuela, solo estoy un poco cansado.


 


—Mmmm —murmuró ella sin dejarse engañar—. Dime si hay que eliminar a alguien, querido, iré a atropellarlo con mi silla de ruedas. A esta edad y con mi enfermedad, soy inimputable —dudó un momento—. O como mucho me darán prisión domiciliaria, no cambiaría demasiado mi estado actual.


 


Suga volvió a reír con ganas y sintió que el molesto peso en la boca de su estómago se aligeraba.


 


—No me faltes nunca, abuela loca —dijo con cariño.


 


—Y a mí que no me falte nunca el Internet —dijo llevándose una mano al pecho—. Lo conocí tarde pero ya siento que es una relación para toda lo que me quede de vida.


 


Siguieron hablando un rato más y, cuando por fin se despidieron, Kameko le encargó que mandara sus cariños a Daichi, a quien hacía tiempo no podía saludar por video-llamada ya que el chico llegaba tarde seguido. Tras finalizar la llamada, Suga fue a calentarse las sobras para cenar algo; mientras el disco del microondas daba vueltas, el muchacho se apoyó contra el cristal de la ventana, observando la fría y oscura noche al otro lado del cristal. Durante años había anhelado llegar a la gran ciudad por fin, cumplir aquella meta que le había quedado truncada al salir de la preparatoria. Sin embargo, en ese preciso momento, Tokio le pesaba un poco sobre el ánimo.


 


Daichi llegó una hora después, cansado pero contándole entusiasmado sobre sus progresos del día en el trabajo. Suga lo escuchó con calma, sonriendo ante su emoción sin comentarle su pequeño desánimo de aquella semana; no era necesario empañar el buen ánimo de Daichi con tonterías así. Media hora más tarde se hallaban ambos bañados y acostados, rendidos ante el cansancio. Y, aunque no esperaba un encuentro fogoso aquella noche, Suga hubiese querido dormir abrazado a Daichi, pero el otro chico se desmayó en su propio futón en cuanto su cabeza tocó la almohada. Suspirando, Koushi sacó una mano entre las mantas y la entrelazó con la mano inerte de Daichi, cuyos dedos se cerraron sobre los suyos aún en la inconsciencia.


 


Un par de días más tarde, después de una jornada particularmente estresante en la oficina de la consultora legal, Suga aceptó ir a tomar algo con los únicos dos compañeros de trabajo con quienes se llevaba bien. Eligieron un bar de la zona de oficinas y se entretuvieron un buen rato compartiendo las penas a las que los tres se sometían día a día, soportando desaires de superiores y falsedades de otros compañeros.


 


Suga reía ante el chiste de un colega y estaba a punto de responder con otra pulla, pero las palabras se le enredaron en la punta de la lengua cuando alzó la vista y sus ojos se cruzaron con los de Daichi. El otro chico, tan sorprendido como él de encontrarse por casualidad en el mismo lugar, acaba de entrar al bar con una decena de compañeros, hombre y mujeres de su propio trabajo. Suga sabía que esa tarde tenía el festejo de promoción de un compañero, pero no pensó que coincidirían allí.


 


—Daichi —sonrió Koushi, ya que el muchacho iba pasando junto a su mesa.


 


—Suga —le sonrió a su vez, y saludó con un gesto a las otras dos personas en la mesa.


 


—¡Sawamura! —Uno de sus propios compañeros se recargó sobre su hombro—. ¿Quién es, eh? ¿Tu novia? —Miraba a la única mujer sentada allí, colega de Suga.


 


—¿La novia de Sawamura? —Repitió otro, acercándose también para fisgonear; lo siguieron un par más.


 


—No, no, a ella la acabo de conocer —aclaró Daichi—. Estaba saludando a Suga —señaló al chico en cuestión—, mi…


 


Y la duda se le atoró en la punta de la lengua. Fue una milésima de segundo, un titubeo que duró lo mismo que el aleteo de un colibrí, pero Suga pudo apreciar la indecisión que bailaba en la mirada de Daichi, y que se clavó en su propio corazón como un puñal certero, ponzoñoso. Antes de que el silencio se prolongara y diera pie a sospechas, tomó la palabra.


 


—Soy su amigo desde la preparatoria, Sugawara Koushi —se presentó a sí mismo con una sonrisa encantadora y extendiendo su tarjeta de presentación para el tipo más cercano.


 


Compartieron un par de formalidades más y después el grupo de Daichi se fue a buscar una mesa. Suga lo observó alejarse sintiendo un nudo molesto en la garganta.


 


—¿Estás bien? —Le preguntó su propia compañera.


 


—Sí, sí, solo nos hace falta más cerveza —repuso Koushi con una amplia sonrisa.


 


Cuando llegó la hora de irse, Suga no pasó por la mesa de Daichi para despedirse, pero diez minutos después lo vio llegar a la estación de metro a toda velocidad.


 


—Podrías haberme avisado que te ibas —le reprochó Daichi.


 


—Pensé que te quedarías en la reunión hasta más tarde —Koushi se encogió de hombros al tiempo que la formación del metro llegaba al andén.


 


Hicieron el viaje hasta el departamento sin decir nada. No obstante, en cuanto cerraron la puerta tras ellos, Daichi tomó el brazo de Suga.


 


—Discúlpame por lo de antes, por favor —le pidió con sinceridad.


 


—¿Por qué pides disculpas? —Quiso saber, suspirando con cansancio.


 


El semblante de Daichi mostró incomodidad.


 


—Pues, ya sabes… por dejar que piensen que solo eres mi amigo de la preparatoria.


 


Suga no dijo nada durante unos segundos, luego solo esbozó una sonrisa conciliadora.


 


—Descuida, sé que no puedes ir anunciando a los cuatro vientos nuestra relación —repuso calmado—. No esperaba que les dijeras otra cosa, menos delante de tu querido Sawada-senpai —no recordaba si se lo presentó, porque casi no prestó atención a los nombres de los compañeros de Daichi.


 


—Igual estás molesto.


 


—Bueno, sí, es algo tonto pero también un poco triste tener que ir ocultándose según la ocasión —asintió Suga—. Pero lo entiendo, no te preocupes —su gesto se puso algo mustio—. Japón aún no avanza lo suficiente en materia de derechos civiles, no es tan fácil aceptar ser gay en el mundo laboral.


 


Aquel día, de hecho, Suga había tenido que revisar el papeleo de un caso por juicio a una de las empresas que tenían por cliente. Uno de sus trabajadores había terminado cometiendo suicidio, y los querellantes alegaban que el sujeto había sufrido acoso y discriminación laboral por su condición sexual, pero no habían suficientes pruebas a favor. Leyendo declaraciones, testimonios y entrevistas, Suga quedó asqueado al ver que los implicados no pensaban para nada en la vida que acababa de perderse, sea cual fuere su preferencia sexual o el problema que lo llevó a tomar aquella decisión, si no en la ganancia o pérdida monetaria que ello podía aparejar. Lo triste del caso era que, de momento, solo en Tokio existían regulaciones laborales ante la discriminación sexual y de género en el trabajo, pero este caso había sucedido en una sede de la empresa ubicada en otra Región.


 


Daichi y Suga estaban en Tokio, pero de la Ley al hecho hay un largo trecho, y no quería que Daichi sufriera ninguna clase de obstáculo laboral solo por ascenderlo públicamente de “amigo de la preparatoria” a “pareja conviviente”. Le contó todo aquello a Daichi mientras se preparaban para ir a dormir.


 


—Así que, ya ves, entiendo completamente nuestra situación —le aseguró Suga—. No tienes que disculparte por ello —sonrió y se dio la vuelta para ir a lavarse los dientes.


 


—Eres un ángel, ¿lo sabías? —Murmuró Daichi abrazándolo por la espalda.


 


—Pues soy abogado —le recordó Koushi, acurrucándose entre sus brazos—. Ya sabes, la mitad del tiempo trabajo para el Diablo.


 


—En ese caso, vamos a pecar un rato —y lo besó sonriendo contra sus labios.


 


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Octubre llegó a su fin sin que el grupo de amigos se apuntara a ninguna celebración conjunta por Halloween, pues cada uno tenía que atender eventos personales. Oikawa y Ushijima, por su parte, participarían en una pequeña fiesta para entretener a los niños internados en el hospital donde hacían sus prácticas. El problema estribaba en que Ushijima no era demasiado diestro en el trato con los niños, su fuerte era el trato con los pacientes de la tercera edad. Las ancianas se la pasaban felizmente cada vez que a Ushijima le tocaba hacer rondas de rutina, y la mitad de ellas querían anotarlo en su registro familiar como nieto adoptado. Oikawa, en cambio, se llevaba bien con los niños, así que su amigo iba en búsqueda se consejo para mejorar sus habilidades en pediatría.


 


—Ushiwaka, tienes la inocencia de un crío de ocho años, si no menos —le dijo una tarde en la que tomaban el consabido café en la sala de descanso, durante los pocos minutos que podían escaparse de sus tareas—. Deberías entenderte con ellos mejor que yo.


 


—Pero se ponen nerviosos en mi presencia —comentó Ushijima, frunciendo el ceño.


 


—Y es justamente por eso —le dio un golpe en el entrecejo—. Siempre tienes cara de ogro, cualquier niño se asusta de un gesto así —hizo rodar los ojos—. Sonríe un poco más y asunto solucionado. Y cuéntales que apareces en la televisión, eso les gustará.


 


Ushijima, como Bokuto, ahora jugaba en uno de los grandes equipos profesionales, y los partidos eran televisados. Por ese trabajo y su participación en la Selección Nacional, sus horarios de internado eran menos.


 


—Entonces no me disfrazo de zombie para la tarde de Halloween en el Hospital —analizó Ushijima, que pretendía reutilizar el atuendo que le había aportado Miyuki para aquella lejana fiesta de disfraces que había terminado de forma desastrosa.


 


Oikawa lo consideró un momento.


 


—Déjamelo a mí, tengo en mente el disfraz perfecto para ti.


 


Ushijima asintió, confiando en él plenamente. Sin embargo, aquella noche Oikawa recibió un mensaje de amenaza por parte de Shirabu: “Como disfraces a Ushijima de Teletubbie o del dinosaurio Barney, te lo haré pagar”. Tooru se largó a reír ante la justificada desconfianza de Kenjiro, porque aquellas ideas habían pasado por su mente.


 


—¿De qué te ríes solo? —Le preguntó Iwaizumi. Ambos estaban en el departamento de sus vecinos, sentados a la mesa junto con Kuroo, Kenma, Daichi y Suga para ver en televisión el partido que jugaría Bokuto con su equipo.


 


Si embargo, el partido comenzó en aquel preciso instante y se concentraron en ello. Bokuto ya había ganado la titularidad en el equipo, pero de momento no era reconocido como el As principal del mismo, pues ese título le pertenecía a otros de sus compañeros quien, de hecho, solía molestar a Koutaro cuando no estaban en la cancha. Al parecer no le gustaba la posibilidad de que le arrebataran su puesto de estrellato, y carecía de espíritu deportivo para afrontar la situación. Kuroo y Daichi querían ir a esperarlo a la salida de los vestuarios para golpearlo, mientras que Oikawa era más partidario de contratar un sicario y que lo eliminara. Ushijima nunca aportaba ideas asesinas al respecto, pero se notaba en su gesto que detestaba al tipo en cuestión.


 


De hecho, Ushijima no tenía partido aquella noche pero estaba en la tribuna del recinto, y durante el entretiempo lo abordaron un par de periodistas para ametrallarlo a preguntas sobre su paso por la Selección Nacional y su reciente ingreso a un equipo deportivo.


 


—Recién entras en el ámbito competitivo nacional, pero muchos ya te señalan como la gran promesa de la temporada —lo alababa una de las periodistas—. ¿Cuál consideras que es tu gran rival a vencer?


 


—Todos —respondió Wakatoshi con simpleza. Las entrevistas no le gustaban y él solo quería ver jugar a Bokuto en paz, pero el manager de su equipo le había repetido mil veces que debía cuidar su imagen pública y ser cordial con los entrevistadores.


 


—Bueno, pero debe haber UN gran rival que quieras vencer, ¿verdad? —Insistió la mujer, toda sonrisas—. Muchos señalan a Miyamoto como tu contrincante directo a derrotar para conquistar el escenario competitivo.


 


—¿Quién? —Inquirió Ushijima con gesto invariable.


 


—Miyamoto Shinichi, el gran rematador del torneo y de esta noche —le explicaron entonces. Ese era el compañero de Bokuto que detestaba. Algunos rieron ante su despiste—. Lo acabas de ver jugando en la cancha.


 


—Ah, ¿estaba jugando? No lo noté —replicó en tono inflexible—. Estaba ocupado viendo las jugadas de Bokuto, él es el As esta noche. La cancha no es lugar para mediocres —y giró la cara dando por terminada la entrevista. La pantalla pronto cambió a los comerciales antes de regresar al partido.


 


En el departamento de los chicos todos se quedaron en silencio unos instantes.


 


—Esperen un momento… ¿Ushijima acaba de ser sarcástico y despreciable “a propósito”? —Se extrañó Oikawa, boquiabierto.


 


—Se ha juntado demasiado con ustedes dos —Iwaizumi señaló a Kuroo y Oikawa.


 


—¡No es nuestra culpa! Al menos, no toda —se atajó Tooru—. ¡Se le ha pegado la maldad de Shirabu! ¡Por fin, mi creación está terminada! ¡La Vaca Maligna 5G! —Y largó una carcajada exagerada y malvada.


 


Después de que terminara el partido, todos se fueron a sus respectivos hogares. Oikawa e Iwaizumi solo debían atravesar la puerta vecina para ello y, veinte minutos más tarde, ambos se hallaban sentados frente a frente en la bañera llena de agua caliente, charlando de todo y de nada mientras se relajaban. En un momento en que se quedaron en silencio, mientras el vapor se escapaba por la superficie del agua y lo único que se escuchaba era el suave goteo del grifo, Oikawa dijo de pronto:


 


—Tal vez deje de jugar al volleyball.


 


Iwaizumi, que había cerrado los ojos mientras disfrutaba del agua caliente distendiendo sus músculos cansados del trabajo, abrió los párpados de golpe e irguió la cabeza.


 


—Claro, y los cerdos vuelan —replicó Hajime secamente.


 


Tooru sonrió a penas.


 


—Hablo en serio, Iwa-chan —insistió—. Llevo un tiempo pensándolo…


 


Iwaizumi lo miró fijamente, sin decir nada, durante varios segundos. Oikawa tenía la mirada posada en sus propios dedos, que chapoteaban en el agua formando ondas concéntricas.


 


—Explícate, Oikawa —le pidió Hajime entonces.


 


Inspirando con fuerza, Tooru se armó de valor para contarle todo lo que había pasado por su cabeza ese último tiempo. Le contó cómo se había enganchado y comprometido con su carrera en Medicina, le contó de sus ganas de seguir adelante con ello y conjugarlo con el volleyball, pero tal vez no como jugador dentro de la cancha; le explicó su complicación horaria entre el internado y las prácticas, cómo aquello hacía que sus intereses se dividieran dolorosamente. Le contó sobre el viejo Palmer, como llamaban a su entrenador en Estados Unidos, que lo había inspirado especialmente, pues el hombre había estudiado Medicina y había sido jugador profesional de volleyball, pero dejó su lugar estelar en la cancha para ayudar a otros a alcanzarlo, sobre todo deportistas lesionados o con impedimentos.


 


—Amo el volleyball —dijo Tooru, aún jugueteando con los dedos en el agua mientras hablaba un tanto nervioso—. Siempre lo haré, pero quizá por miedo me estoy limitando a una sola forma de amarlo —se mordió el labio—. Como contigo, Iwa-chan, durante mucho tiempo me aferré solo a amarte como amigo, por miedo a perder ese vínculo. Y cuando por fin me permití amarte de otras formas, todo fue mucho mejor aún —sonrió—. Bueno, fue mejor porque me correspondiste al final, si no lo hubieses hecho no creo que hubiese sido todo tan mejor —farfulló, perdiendo el hilo un momento.


 


Iwaizumi suspiró y chocó su rodilla con la de Oikawa, para traerlo de vuelta al presente.


 


—¡Ah! —Tooru alzó la vista de nuevo—. Quizá jugar en la cancha no sea la única forma que tenga de disfrutar el volleyball, quizá hay otras formas mejores para mí —continuó diciendo—. Cuando me lesioné vi todo negro a mi alrededor, pensaba que si no me recuperaba, aquel sería mi final definitivo con el volleyball, para siempre —tragó con fuerza—. Estaba tan triste que no pensé en más opciones, no alcazaba a verlas siquiera, pero hay miles, ¿sabes? El viejo Palmer entrenaba a la selección de volleyball de los Juegos Paralímpicos —explicó, asombrado—. ¿Sabías que existía esa disciplina?


 


—No, no realmente —aceptó Iwaizumi, escuchando con atención.


 


—Bueno, pues eso, son jugadores con ciertos grados de discapacidad, ¡y aún así juegan al volleyball! —abrió mucho los ojos—. De acuerdo, juegan sentados, pero el punto es que esa gente, con discapacidades reales y permanentes, no dejó de disfrutar el deporte que amaban solo por tener que abordarlo desde otra perspectiva. ¡Y yo estaba todo emo por un simple esguince de rodilla! —En ese momento Iwaizumi estiró una mano y la posó sobre la rodilla de Tooru, acariciando la piel y delineando la forma de los huesos y las articulaciones allí reunidos—. Y es eso, me gusta mi carrera médica, me gusta el volleyball, y quisiera buscar la manera de combinarlos y disfrutar de ambos, sin que uno le quite tiempo al otro.


 


Iwaizumi esperó para asegurarse que Oikawa había terminado de hablar, y tomó la palabra él.


 


—Lo que sea que decidas hacer, sabes que cuentas con mi apoyo —le aseguró, serio—. Pero si solo dejarás de jugar por lo apretado de tus horarios, eso también tiene solución —indicó.


 


Ambos sabían que podía tomar menos horas de internado para poder entrenar sin estar tan cansado, como hacía Ushijima, pero eso significaría estirar el tiempo de su carrera hasta la graduación, y eso implicaba muchas cosas, entre ellas más gasto económico. Pero Iwaizumi le borró las dudas al respecto alegando que ahora vivían juntos, y que él tenía un buen trabajo en la empresa automotriz que serviría para mantenerlos a ambos el tiempo que hiciera falta.


 


—Así que, no decidas presionado —dijo Hajime—. Dentro o fuera de la cancha eres brillante e irritante de igual forma.


 


—¡Iwa-chan!


 


—Solo quiero verte feliz con el volleyball —añadió en tono tosco—. Tanto si es dando los mejores pasases dentro de la cancha, como si es desde afuera guiando a un equipo de pubertos a ganar.


 


—Eso es, entrenaré mi propio equipo de volleyball —rió Oikawa—. Los formaré desde pequeños, ¡y le ganaremos al equipo que entrene Ushivaca! —Iwaizumi rodó los ojos al escucharlo—. ¡En serio! También puedo entrenar un equipo de lesionados, ¡y ganarle al equipo de lesionados de Ushijima!


 


—Estás loco —rió Iwaizumi.


 


—Loco por ti.


 


—Eres un maldito cursi.


 


—Me amas así.


 


—Ya lo sé —le plantó las manos con fuerza sobre las mejillas y se las estiró un rato antes de besarlo—. Vamos, salgamos del agua antes de que se enfríe.


 


—Mmm, pues las cosas no parecen muy frías aquí dentro —canturreó Oikawa, al tiempo que estiraba un pie bajo el agua y lo posaba sobre la entrepierna de Iwaizumi, que estaba de todo, menos fría.


 


Hajime dejó escapar una larga bocanada de aire y le dio el gusto allí adentro de la bañera, aunque luego tuviesen que trapear todo el piso porque dejaban inundado el maldito cuarto.


 


Al día siguiente, antes de ir al hospital, Oikawa pasó por el departamento de sus amigos para entregarle el disfraz correspondiente a Ushijima.


 


—Pues parece que anoche hubo otra fiesta de disfraces —comentó Kuroo mientras bebía una taza de té, mirando significativamente a Oikawa e Iwaizumi. Los dos chicos evitaron mirarlo.


 


Kuroo, de hecho, los había encontrado in fraganti en más de una oportunidad, pues tenía por costumbre entrar a la casa de Oikawa siempre que faltara algo en su propia cocina. La primera vez los encontró con la ropa por los tobillos y encaramados sobre el mesón de la cocina, en otra oportunidad los halló a Iwaizumi vistiendo el uniforme de médico interno de Oikawa, y a Tooru luciendo el overol industrial de Hajime, mientras se sacaban las prendas uno al otro.


 


—Oh, no se detengan por mí, solo veía por algo de salsa de soya, sigan con lo suyo —solía decirles Kuroo—. De hecho, ¿necesitan una mano extra?


 


En el mediodía presente, en cuanto Ushijima entró al departamento de los chicos, donde ya estaba reunidos el resto de sus amigos, Oikawa lo recibió al grito de:


 


—¡Mis lisiados serán mejores que los tuyos, Ushivaca!


 


Salvo Iwaizumi, ninguno de los presentes entendía de qué demonios estaba hablando. Pero Wakatoshi respondió sin titubear:


 


—No, no podrás ganarle a los míos.


 


—Vaya, su grado de competencia ha alcanzado niveles telepáticos —rió Kuroo.


 


—¡No me lean la mente! —Exclamó Bokuto entonces, pues uno de sus miedos era ser víctima de manipulación mental.


 


—No hay nada que leer ahí, bro, tranquilo.


 


—Oh, bruh.


 


—¿Y cuál es el disfraz que elegiste para Ushijima? —Quiso saber Suga, quien estaba allí sin Daichi.


 


Oikawa esbozó una ancha sonrisa y rebuscó en la bolsa que traía.


 


—Pues… ¡TADÁN!


 


Medía hora más tarde, Oikawa y Ushijima se dirigían al hospital para cumplir con el evento infantil del día por Halloween. Tooru iba vestido como un simpático alienígena con nave espacial incorporada alrededor de la cadera, lo que le daba aspecto de bailarina intergaláctica. Y Ushijima iba con el traje de Baymax, el robot inflable de atención hospitalaria de la película “Big Hero 6”.


 


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Llegado Diciembre, el buen humor de Bokuto iba en franco aumento. Primero y principal, su desempeño deportivo era mejor que nunca y todos lo felicitaban por ello, segundo y no menos importante, podía pasar mucho más tiempo con Akaashi gracias a los horarios flexibles de la carrera corta que estaba cursando, en la cual también le estaba yendo muy bien. Y en tercer puesto, se acercaba el cumpleaños de Akaashi y Navidad, y Koutaro simplemente adoraba esas fechas.


 


Akaashi, por su parte, estaba un poco agobiado porque se hallaba en la recta final de su propia carrera, preparando la tesis y sus últimos exámenes. Sin embargo, no faltaba a uno solo de los partidos que jugaba Bokuto y siempre estaba allí, alentándolo desde la tribuna. Junto a él solía estar Sumire, su eterno amuleto contra las malas lenguas, y cerca también solía estar el grupo de niños que asistía a los partidos con sus respectivos padres, y que idolatraban a Bokuto. Extasiado ante sus pequeños fans, Koutaro incluso había conseguido que uno de ellos y sus amigos pasaran a una de las prácticas privadas como regalo de cumpleaños. Keiji estaba contento de ver a Bokuto volando en la nube nueve de la felicidad deportiva y profesional, y le hubiese gustado que nada empañara esa alegría.


 


Todo se precipitó en la semifinal del torneo de temporada. Bokuto jugaría nuevamente como titular y la prensa deportiva ya lo consideraba la estrella indiscutida de su equipo, por presencia y desempeño. Si ganaban aquel encuentro y pasaban a la final, Bokuto tenía posibilidades de enfrenarse a Ushijima en la última instancia, pues el equipo de Wakatoshi disputaría la otra semifinal al día siguiente. Ambos amigos ambicionaban enfrentarse cara a cara en la final, midiéndose a la par ya no como compañeros en la cancha, si no como dignos rivales. Sin embargo, dos días antes del encuentro deportivo de Bokuto, por las redes se filtraron fotos y videos que lo mostraban a él y Akaashi en sus salidas a escondidas. No había nada especialmente fuerte en las imágenes, más que besos y abrazos, pero habían sido tomadas por alguien que había estado siguiéndolos y esperando el momento exacto. La confirmación de los rumores que una vez supieron acallar con la ayuda de Sumire, ahora se extendió como la pólvora por las redes sociales y los medios dedicados al chisme se hicieron un festín con la noticia. Surgieron defensores y detractores en todos los medios, y se reabrió el arduo debate de la diversidad sexual en diferentes ámbitos, sobre todo en el deportivo. Todo por unas cuantas fotografías y un par de videos subidos en las redes.


 


Por supuesto, Bokuto se vio asediado por reporteros que quería conocer su versión de los hechos, pero su club deportivo le prohibió dar entrevistas. Puertas adentro, los directores y encargados de imagen de la institución planeaban cómo usar aquel “escándalo” a su favor, cómo convertirlo en publicidad positiva. Hubo quien se atrevió a proponer que el club decidiera apoyar la causa LGTB de las minorías deportivas, pero era un paso demasiado grande para darlo de golpe y no tomaron en cuenta esa opción.


 


Bokuto, por su parte, no sabía qué hacer con su propia humanidad. Toda la alegría acumulada durante los últimos meses se desinfló de golpe, como un globo de cumpleaños pinchado por un niño mayor y malintencionado. Trataba de solo concentrarse en los partidos que tendría por delante, pero los comentarios que escuchaba o leía por aquí o allá, minaban su ánimo de ratos. Sabía que sus amigos lo apoyaban, sabía que su familia también lo apoyaba, pero de cualquier forma no era nada agradable ser el foco de críticas por algo que no debería ser tema de debate público.


 


—Lo siento, Bokuto-san —le dijo Keiji en la mañana del día en que jugaría el partido en semifinales.


 


—¿Por qué lo dices, Akaashi? —Le preguntó extrañado, mientras preparaba su bolso.


 


—Porque fui descuidado en nuestros encuentros y eso ahora te afecta.


 


Akaashi sabía que un acto “desinteresado y heroico” como irse del lado de Bokuto por su propio bien, no sería útil. Koutaro solo terminaría de derrumbarse emocionalmente por completo. Sin embargo, seguir junto a él también le acarreaba problemas, y Keiji tampoco sabía qué hacer con su propia humanidad, con sus propias dudas, con sus propias frustraciones. No era fácil ser, al mismo tiempo, la fuente de alegrías y tristezas de la persona que se ama, sin poder hacer nada al respecto para protegerlo. Akaashi siempre se había considerado a sí mismo capaz de cuidar de Bokuto, de ayudarlo a levantarse cada vez que se cayera, de forma literal o emocional, se sabía poseedor del temple necesario para estar a su lado. Y ahora, no obstante, se sentá atado de pies y manos, inutilizado totalmente para cuidar los sentimientos de Koutaro.


 


—¡No es culpa tuya, Akaaasheeee! —Bokuto soltó su bolso y lo envolvió con fuerza entre sus brazos—. Tarde o temprano pasaría, ¡y lo bueno es que ya no tengo que fingir no quererte! —Esbozó esa sonrisa amplia que le desbordaba alegría por el rostro y se le desparramaba hasta el brillo en los ojos, pero Akaashi lo conocía bien y podía vislumbrar la ligera angustia que se escondía detrás de su expresión—. Irás a verme esta noche, ¿verdad?


 


—Por supuesto, todos iremos.


 


Sus amigos habían decidido asistir todos en persona al partido, dispuestos a partirle la cabeza a cualquiera que se metiera con Bokuto aquella noche. Así pues, al caer la noche todo el grupo de amigos se reunió para dirigirse al estadio donde se disputaría el encuentro deportivo. El lugar estaba repleto de gente, luces y ruidos, y algunas personas incluso reconocieron a Akaashi por la imágenes en los medios; los murmullos no se hicieron esperar. Keiji los ignoró lo mejor que pudo y caminó por las tribunas hasta llegar junto a dos personas conocidas: Akinori Konoha y Yukie Shirofuku.


 


—Gracias por haber venido —les dijo Akaashi luego de saludarlos.


 


—No me he perdido un solo partido por televisión —replicó Konoha—, ya era hora de ver uno en vivo y en directo.


 


—¿Quieres un poco , Akaashi? —Yukie le ofreció la mitad de un onigiri que la chica estaba comiendo con regocijo.


 


Keiji negó con la cabeza y solo sonrió, clavando la vista en las manos entrelazadas de sus dos antiguos compañeros de equipo.


 


El partido por fin dio comienzo y todas las miradas se concentraron en ello. Bokuto jugó bien, pero se lo notó menos sólido que en otros encuentros, y cada vez que la tribuna rival silbaba o gritaba algún comentario mal intencionado, su desempeño parecía tambalear. Kuroo, Oikawa, Ushijima y Daichi no dejaban de animarlo a voz en cuello, cantando y gritando más fuerte cada vez que se oían silbidos rivales. Al final del encuentro, los cuatro amigos estaban prácticamente afónicos. El equipo de Bokuto había ganado el partido, aunque con muchas pifias de parte del chico. Antes de que el equipo pudiese retirarse a los vestidores para ducharse, tuvieron que aceptar una ronda de preguntas rápidas ante periodistas que los abordaban por el camino. La pregunta a Koutaro, por supuesto, no ayudó a su estado de ánimo.


 


—Bokuto, debido a todo el escándalo que te rodea durante estos días, ¿qué tienes para decirle a los niños que te siguen? —Le preguntó un hombre de forma apresurada; era bien conocida por todo el mundo la pequeña “tribuna infantil” que solía apoyar a Bokuto partido tras partido—. ¿Qué tienes para decir del ejemplo que les das a esos niños?


 


Las cámaras no alcanzaron a captar cómo el corazón de Bokuto se estrujaba por dentro, mientras por fuera solo exponía la sonrisa cortés que había estado practicando hacía días por consejo de su manager, quien se precipitó a llevárselo hacia los vestuarios antes de dar una respuesta.


 


Pero Bokuto no podía dejar de pensar en aquella pregunta, sobre todo porque había sido plenamente consciente que ninguno de los niños que solía ir a todos los partidos había asistidos aquella noche. Quizá sus padres no habían querido traerlos, quizá solo era coincidencia… sea como sea, aquel hecho se clavó en el pecho de Bokuto, justo entre los pulmones, y la respiración se volvió dolorosa.


 


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El desánimo por la situación de Bokuto había empañado a todo el grupo en general, como si fuese el problema privado de cada uno de ellos. Suga, que no había pasado todos esos años junto a ellos, de igual forma se sentía atacado personalmente por todo lo acontecido. Lo único que pudo hacer fue leer el contrato deportivo de Bokuto y darle consejos legales, tranquilizándolo porque no podían despedirlo o degradarlo por cuestiones de discriminación sexual; sin embargo, sabía que sí había otras formas de complicarle la carrera profesional, aunque solo las mencionó ante Akaashi. No parecía necesario hundir aún más el ánimo de Koutaro.


 


Suga tenía sus propios motivos también para andar con el ánimo apedreado. Su abuela había sido hospitalizada varias veces durante la última semana y, por otro lado, sentía que Daichi se distanciaba cada día un poco más. Tal vez solo era paranoia personal debido al desaliento, pero había un montón de inquietudes que se le atravesaban en la garganta, a punto de estallar en cualquier momento. Después de una desabrida Navidad que pasó sin Daichi, pues cada uno asistió a la fiesta de su respectiva empresa, Suga solo quería encontrar el momento de sentarse a hablar con Daichi para aclarar todas las dudas que le surgían.


 


Un tarde de finales de Diciembre, cuando el sol ya se había ocultado hacía rato y las nubes blanquecinas dejaban caer fríos copos de nieve, Suga volvía a casa después de haber pasado a hacer algunas compras tras terminar el horario de trabajo. Grande fue su sorpresa al descubrir una mujer parada frente a la puerta de su departamento.


 


—¿Puedo ayudarla en algo? —Se ofreció Koushi amablemente, ya que debía haberse confundido de número de apartamento.


 


Ella sonrió, temblando ligeramente pues llevaba una chaqueta muy elegante pero poco abrigada. Era joven y guapa.


 


—No, gracias, espero a… —observó a Suga apuntar las llaves hacia la puerta frente a la que ella esperaba, y titubeó—. ¿Aquí no vive Sawamura?


 


La mano de Suga quedó quieta en la cerradura.


 


—Así es, soy su… compañero de piso —sonrió—. Sugawara Koushi.


 


—Oh, sí, te ha nombrado bastante. ¡No sabía que vivían juntos! —Su tono era jovial y despreocupado—. Mucho gusto, soy Sawada Yukari.


 


La sonrisa se congeló en los labios de Suga, pero se las ingenió para no demostrarlo. Las palabras de Oikawa retumbaron en sus oídos como si las estuviera diciendo en ese preciso instante. “Habla demasiado de ese tal Sawada-senpai”. Aunque nunca habló lo suficiente como para contarle el detalle de que se trataba de una joven y hermosa mujer.


 


—Mucho gusto —repuso Koushi a su vez—. ¿Buscabas a Daichi por algo?


 


—Oh, no, solo estaba por la zona y decidí “sorprenderlo” —su tono lo decía todo. Ella volvió a sonreír y alzó una bolsa donde traía cervezas y otras botellas de alcohol—. Disculpa, no sabía que compartía piso, no quería molestar.


 


—Oh, no, descuida, no es molestia —En ese momento Daichi apareció caminando al final del pasillo—. De hecho, estarán a solas y a gusto —esbozó su sonrisa más encantadora y falsa—. ¡Daichi, tienes visitas!


 


—¿Suga? —Daichi abrió mucho los ojos al verlo allí de pie frente a la puerta, junto a su superior del trabajo—. ¿Sawada-san?


 


Suga pasó al departamento y fue directo hacia la habitación. Escuchó que Daichi y Sawada ingresaban al living, cuchicheando algo que no alcanzó a escuchar bien.


 


—¿A dónde vas? —Preguntó Daichi al ver que Suga salía de la habitación con un pequeño bolso colgado al hombro, despidiéndose al pasar de la visita.


 


—A Miyagi —le respondió sin inflexiones en la voz—. Pasaré el feriado de Año Nuevo allí.


 


Daichi lo siguió hasta la puerta, mientras su visita ya se había acomodado en la cocina.


 


—Suga, ¿qué es esto? —Inquirió en voz baja—. No habías dicho nada de ir a Miyagi.


 


—Lo tenía en mente, pero lo acabo de decidir —replicó con sequedad—. La abuela ha estado mal, quiero ir a verla.


 


—¿Por qué no me dijiste? Iremos juntos.


 


—No, tienes visitas que atender —lo miró con intención—. Que la pasen bien juntos.


 


—Suga, no es lo que piensas… —Lo retuvo del brazo.


 


—¿Y qué estoy pensando? —Se soltó de su agarre.


 


Daichi trataba de mantener la calma, su semblante estaba serio.


 


—No te vayas de Tokio así.


 


Suga hizo una mueca.


 


—He comenzado a pensar que quizá ni siquiera debí venir a Tokio —se dio la vuelta—. Que tengas un buen Año Nuevo, Daichi —faltaba un día hasta entonces—. Tu regalo de cumpleaños está guardado en la habitación, por si te interesa.


 


Sin darle tiempo a replicar, Suga se apresuró escaleras abajo y se subió al primer taxi que pasaba por allí, esperando llegar a tiempo a la estación para tomar el último tren a Miyagi.


 


Con una mezcla de pesar, desconcierto y rabia hacia sí mismo, Daichi ingresó de nuevo al departamento, donde Sawada ya tenía las bebidas listas. Sus piernas querían salir corriendo detrás de Suga, pero la mente le avisaba que sería inútil de momento. De pronto fue plenamente consciente de un montón de detalles que hasta entonces no había notado, demasiado concentrado en otras cosas.


 


Y lo primero que notó fue que, junto a la ventana de la cocina adornada con lavandas, no era Suga quien le sonreía esta vez.


 


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Notas finales:

NOTA: ¡Hola! ¿Me extrañaron? :3 -le llueven piedrazos-. Lo siento por la enooorme demora hasta esta actu, una vez más no tengo más excusa que algunos problemas personales y un desánimo del tamaño del Everest (por si no se notó en este cap el temita del desánimo xDDDDD). Pero bueno, dejando esos detalles de lado, no se preocupen que no pensaba irme a hiatus indefinido, solo necesitaba encontrar las ganas de escribir D:

Este cap va especialmente dedicado para MaryJane 3 a quien le debo su relato de cumpleaños y, en su momento, me dijo que prefería que le dedicara un cap :B disculpa porque no sea el cap más feliz de la historia, pero va con love 3

También va con amor para Tin 3 gracias por ser mi Servicio de Atención a la Queja Nocturna jajaja

A partir de aquí solo quedan tres caps más hasta el final, gente bella :3 por suerte me serán más fáciles de escribir que este cap actual, así que prometo no demorarme otros 2 meses xDD jajaja

Lo siento si hay pifias y dedazos, literalmente acabo de terminar de escribir el cap antes de subirlo (odio mucho mi manía de editar y reeditar mil veces lo que escribo).

¡Que tengan un bello domingo! Nos leemos en la próxima actu :B

Ushicornio off ~


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