Es completamente desagradable.
El joven de hebras esmeralda y ojos de menta se limitó a esbozar una ínfima sonrisa, cruzando la mirada con la persona que profesaba tan penetrantes palabras. Esta persona sólo pensó que el adolescente estaba de acuerdo con lo que había dicho.
Qué asco.
Expresó con repulsión otra persona…El joven simplemente cerró los ojos.
No deberían existir, ¿acaso no se pueden morir?
Así nos ahorrarían el tener que verlos en la calle, agarrados de la mano o peor, ¡besándose!
¿Creen que hay personas así que “luchan” por el matrimonio?
¡Ya lo sabía! Pero no sé qué tienen en la cabeza, por supuesto se les va a negar el matrimonio.
—Esperen —anunció con calma, inmediatamente todos fijaron su vista en ella —, todavía no sabemos qué opina nuestro invitado. Adelante cariño, dinos qué piensas.
Los presentes dejaron de observar a la persona que mencionó tales palabras, dirigiéndose al muchacho de orbes esmeralda y cabello de menta. Este evitó encogerse sobre su asiento al sentir las miradas en él.
—No sé —susurró con la voz vacía —No lo sé.
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Entraron a su habitación con pesar, cada paso era un suplicio enloquecedor, cada respiro eran dagas adentrándose en lo profundo de su ser…Cada palabra sin profesar causaba un gran nudo en su garganta y un dolor en su pecho.
Había hecho su elección, no se arrepentiría, no cedería ante la ferocidad de las personas…Pero no sabía qué haría Murasakibara…No sabía cuál era su elección y temía saberla, temía no ser lo que él decidiera.
Si eso llegara a suceder…Terminaría de quebrarse.
Giró con abatimiento, fijando su vista en la persona de hebras moradas, no le sorprendió en absoluto el ceño fruncido que mantenía. Lo que sí le sorprendió fue el silencio sepulcral que se había instalado, normalmente Atsushi lo habría roto con alguna de sus sandeces y él lo regañaría…Las palabras no fueron dagas sólo para él. Después de todo eran sus padres.
Los humanos son seres crueles.
Siempre están envueltos en falacias.
Y ellos no eran la excepción.
—Mido-chin, tengo sueño~ —arrastró las palabras con pereza, sentándose sobre la cama —, ven conmigo —palmeó el lugar a su costado
Caminó con recelo, oscilando en sus pasos. Ese día había sido fatal para su mente, tantas reprimendas, palabras que dolían peor que cuchillas, pero no cedería ante ellos.
Finalmente, se sentó en la cama, en el lugar señalado por su amante. Quien en un acto de osadía lo empujó para, de esta manera, quedar encima de él. Lentamente Murasakibara acercó su rostro, el cual aparentaba mantenerse impasible, fingiendo que las palabras no le dolieron, pero intentaba alejar la opresión en su pecho con los labios de su pareja, en sus brazos.
Sus belfos encajaban a la perfección, el movimiento de ambos estaba coordinado.
Fue entonces cuando Midorima dejó de dudar.
Sabía que él era su elección, sin importar las palabras de sus padres o hermanos.
—Atsushi —susurró entre besos, imponiendo una distancia, cuando sintió las lágrimas de Murasakibara cernirse sobre su rostro —, todo estará bien.
Lo envolvió en un abrazo, el cual se negarían a romper. A pesar de todo, ellos serían fuertes.
—Entonces —habló entrecortadamente, en un vano intento por no sollozar —, ¿Por qué lloras tú también?