Los gorros volaban por todo el cielo, y mi mirada estaba en el mismo.
Nunca había tenido muchos ánimos de seguir esta carrera, aunque también nadie me obligó a hacerla, pero era lo único que llamaba verdaderamente mi atención.
El primer año transitó muy rápido, sin muchas dificultades y mucho trabajo. Entraba y salía una y otra vez de hospital en hospital. Daba atención a pacientes, adultos y niños, a familiares, hasta a los mismos colegas.
Un día, conocí la historia de una niña de tan sólo diez años que presentaba síntomas psicóticos graves, llámese Ezquisofrenia. De medicina, lo que más me gustaba era la parte de psicología, así, que decidí tratar ese caso con toda responsabilidad. Día a día, iba viendo los cambios, los síntomas y sobre todo, sufría los ataques, pues es muy triste ver a una niña llevando el peso de su enfermedad.
De esta manera, cambié radicalmente mi postura de 'médico' a 'psicólogo'. Pasó un tiempo en el que estudié todas las patologías, transtornos y enfermedades psicóticas. Al pasar los días, me llamaron de un hospital psiquiátrico en el centro de la ciudad.
Y allí estaba, de frente al gran hospital. Respiré profundo y dispuse a entrar.
— Buenos días.
— Buenos días.
— Soy el Doctor Murasakibara.
— ¡Oh, bien!, lo está esperando el Doctor Lee en su despacho, segundo piso hacia la izquierda.
— Muchas gracias.
Subí hasta el segundo piso, estaba tembloroso, pues era mi primera vez en un hospital de tal complejidad. Al llegar, había una atmósfera de suma paz y tranquilidad, lo que hizo que me relajara un poco. Caminé por el pasillo dándole atención a las paredes, pisos y luces de color blanco. Toqué la puerta.
— Pase.
— Con permiso, ¿Doctor Lee?.
— ¡Ah, que sorpresa Doctor!, a llegado temprano, muy bien.
— Sí ... supongo porque estoy un poco nervioso.
— Suele suceder, tranquilo - dijo reposando una mano en el hombro del contrario - asi que ... cuéntame un poco sobre tu experiencia en hospitales.
— Pues ... nunca en un hospital psiquiátrico, aunque traté pacientes con algunas patologías.
— Bien, y dime, ¿cómo han sido esas experiencias?.
— Bueno, bastante ... 'alocado'.
Sonrió — buen sentido del humor, ¡ven!, quiero presentarte tu primer caso — dijo mientras caminaban por el pasillo hasta una sala — esta historia es bastante simple, aunque ello no quiere decir que no sea complicada. Paciente con transtorno bipolar, dieciocho años, Japonés, vida fluctuosa : padres ricos, vida apestosa.
— ¿Hace cuánto tiempo está aquí?.
— Desde hace tres años.
— Es bastante tiempo.
— Sí en teoría con tratamientos debería estar en su hogar, pero ya sabes, no en todos los casos el paciente presenta los mismos problemas — abrió la puerta — Sei, voy a entrar.
Sentado frente a la ventana había un chico de tes blanquesina, más blanca que la nieve misma, cabellos rojizos que resaltaban el color de su piel y muy delgado.
— Buenos días — dijo el chico levantandose con tal finura, para mirar a los que recién entraban.
— Sei, quiero presentarte a tu nuevo Doctor, Murasakibara.
— Bienvenido, mi nombre es Akashi Seijuro — se presentó con delicadeza. Sus ojos también eran de color rojizo, atrayentes, uno se perdía en esa mirada tan brillosa.
— Gracias, es un gusto, yo soy Murasakibara Atsushi.
— El placer es mío Doctor.
— Sei, desde ahora será quien va a estar a cargo de tu salud.
— No hay problema.
— Doctor Mura, ¡ah!, lamento llamarte así.
— Está bien.
— Más tarde pasa por tu listado, para hacer el seguimiento, los dejo.
— Muchas gracias Doctor, más tarde paso.
La sala se había quedado en un silencio absoluto, Seijuro lentamente acomodó la silla en su lugar, parecía dopado por su actitud. De la misma manera, se sentó en su cama, colocando la anterior frente a su cama.
— Siéntese Doctor —. Esa tranquilidad se transmitía, así que de esa manera me senté en el lugar — aquí tiene una lista personal, con mis fármacos y el tipo de psicoeducación que sigo a diario.
— Gracias ... em ...
— Puede decirme Sei.
— Bien ... ¿estás medicado?.
— Hace unos minutos — dijo recostándose en su cama. Verdaderamente era muy delgado y sobre todo blanco, como aquella habitación.
— Entonces vuelvo más tarde, así descansas.
— Me gusta estar acompañado.
Me perdí profundamente en sus aquellos ojos brillosos — me quedaré hasta que te duermas.
El tiempo se detuvo por esos instantes en que nuestras miradas se cruzaron, despaciosamente Seijuro cerró sus ojos y se quedó completamente dormido. Pasaron unos minutos en el que no me dí cuenta que lo miraba con tanto detenimientos, siguiendo las curvas de su cuerpo, dándole atención a su piel. De un salto volví en mí y me dirigí hacia la puerta, no sin antes echarle una última mirada.
Pasé a buscar la primer hoja de seguimiento, y con la primera anotación empezó el seguimiento.
***
Todos los días madrugaba y me dirigía tempranamente al hospital, tocaba la puerta, y daba a Seijuro sus medicamentos. Salía de la habitación y me quedaba en la puerta siguiendo cada uno de sus comportamientos, era un chico muy tranquilo, seguía al pie de la letra el tratamiento ... todo parecía normal.
Una semana transcurrió de la misma manera.
— Sei, voy a pasar.
— Adelante.
Como todas las mañanas su silla estaba mirando hacia la ventana — te gusta el jardín.
— ¿Es una pregunta?.
— De echo no — respondí con una sonrisa — tu mirada lo dice.
— Me recuerda a mi infancia.
— ¿Tus padres ...
— No quiero hablar de ellos, no es una parte buena de mí.
— Pero ...
— Nada, ¡vete! — se exhaltó repentinamente.
Esa semana fue muy fluctuosa, su estado de ánimo no era nada bueno y tuve que intervenir una vez para calmar su euforia. Desde ese día comprendí que hablar de su familia no era bueno para él, pero ... ¿por qué?