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"No tengo miedo" por Crimson

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Notas del fanfic:

Tardé una año en publicar esto. El internet y la inspiración me abandonaron cuando más les necesité.
 

Notas del capitulo:

¡Conchatumare!
Esta es la segunda vez que participo en un desafío, y ya no quiero más guerra. En este ocasión vengo con un Uruta, ojalá les guste.

Adiconal: En esta historia, Uruha tiene una voz medianamente afinada. 

 

I. Lindo y estúpido. 

La noche de mi décimo sexto cumpleaños, él se atravesó en mi camino. 

Desde la más tierna infancia, fui un chico callado; los grandes tumultos de gente no lograban levantar mi mirada de los libros, y la música me era más atrayente que cualquier payasada juvenil que mis hormonados amigos quisiesen hacer para impresionar a las chicas. Aún así, Yutaka, el mayor de mis primos, logró convencerme de visitar uno de los tantos antros que poblaban las afueras de la ciudad.  

El ambiente desconocido se mostró ante mí como una fantasía futurista; estruendosa música electrónica, coloridas luces viajando a gran velocidad por las gruesas murallas de concreto, y bizarros videos reproduciéndose una y otra vez en gigantes pantallas a las que nadie parecía poner un ápice de atención. El pestilente aroma a alcohol contaminando el poco oxigeno existente en la subterránea discoteca turbo mi sentidos que nunca habían conocido vicio alguno. Los cuerpos sudorosos danzando al ritmo de la morbosa melodía que los parlantes  escupían era una imagen difícil de ignorar.  

Con aprehensión sujeté el brazo de mi experimentado primo, quién me condujo con soltura hasta la barra, donde rápidamente el alcohol me fue ofrecido. El primer trago de cerveza pasó como ácido por mi garganta acostumbrada a recibir solo gaseosas y comida casera.  

Poco tiempo transcurrió hasta que el aburrimiento llegó a mí. Yutaka me había abandonado hace ya varios minutos, y ahora la castaña de baja estatura con la que bailaba parecía ser su único centro de atención. 

Con un suspiro inaudible y un vaso de wiski, él me ofreció compañía. Uruha, un apodo cuyo significado desconocía había sido su única presentación. Su anatomía alta y escuálida era perfectamente escondida bajo un conjunto de vistosas ropas oscuras. Anillos, cuyos diseños nunca había llegado siquiera a pensar existiesen, adornaban cada uno de sus dedos largos y huesudos; nudillos lastimados se escondían bajo vendas cuya  finalidad aparentaba ser únicamente ornamentaria.  

Como la luz a una polilla, Uruha me había deslumbrado. 

Mi primo había parecido olvidar la responsabilidad de mi presencia cuando me vio en compañía del pelirrojo muchacho, mas no me importó en lo más mínimo; yo solo quería conocer más de aquel misterioso ente lleno de emocionantes relatos y chistes de mal gusto. 

Una sonrisa torcida, una seña, y ya le seguía hasta la hacinada pista de baile. Le tenía cerca, muy cerca. Su colonia se impregnaba más y más en mis sencillas ropas cada vez que él se acercaba a mi rostro para soltar una que otra de sus frases cargadas de doble sentido.  

Mi corazón bombeaba acelerado en un vano intento por acompasarse con el frenético ritmo de la música electrónica. Una mano juguetona paseó con libertad por mi cintura. Una lengua calurosa buscó mi cuello. Ebrio por las sensaciones que Uruha despertaba en mí, dejé que me condujera hasta los sucios baños del concurrido antro.  

Un espacio grande y descuidado, tal como tantas otras veces los había imaginado. Restos de la música distorsionada taladraban las paredes rebosantes de garabatos y humedad. Allí, en medio de grifos goteantes e inodoros en mal estado, Uruha buscó con desespero mis labios. Mi primer beso, un contacto húmedo y con sabor a tabaco barato. En su paladar remanencias de lo que meses más tarde conocería como cocaína, y sus manos frías jalando de la tela floja de mis pantalones auguraban lo que sería el punto culmine de mi noche. Mi cuerpo acostumbrado solo a la propia estipulación vibró bajo su lengua viscosa, mientras la niñez escapaba como vaho desde mis labios. 

Una noche especial, una noche de nuevas experiencias. 

El tiempo pasó; las estaciones cambiaban su elegante escenario una y otra vez, pero Uruha seguía a mi lado. Él, cuatro años mayor que yo, fue la llave que me abrió a un nuevo mundo, algo más allá de la tierra húmeda bajo nuestros pies. El placer de la carne corrupta, el suave beso de la gloria enfrascado en una simple píldora, la ira y rebelión tras el acorde violento de un vieja guitarra.  

Mis padres no era capaces de comprenderlo. Ellos se oponían a nuestro amor. 

En mi décimo séptimo cumpleaños llegó aquella solución que prometía un futuro de basta felicidad. Esa misma noche, huí de casa; huí junto a Uruha. El instituto inconcluso, el dinero escaso, mi familia; todo perdía su importancia junto a él.  

Uruha era la más hermosa constelación en la diminuta vía láctea de mi vida.  

 

II. Amor descontrolado. 

La luz del ocaso bañaba toda la habitación con su natural elegancia, enmarcando su figura en delicadas líneas doradas. Vencido ante el alcohol en su sangre, Uruha yacía desfallecido sobre nuestro viejo colchón; su espalda desnuda lucía con vulgar descaro aquel durmiente dragón de protección que la tinta había grabado en su piel. Con delicadeza acaricié el extenso tatuaje, anhelando conocer algún día el origen del complejo diseño.  

Junto a Uruha todo poseía un significado.  

Las horas corrieron tranquilas entre somnolientos pestañeos. Pronto el frío velo de la noche cubrió la cuidad. Una a una, las mariposas nocturnas emprendían el vuelo. Las camelias debían florecer, e impregnar la noche con su aroma hipnotizante.  

Compartíamos la última de nuestras cervezas sentados frente a la televisión cuando Rich, un americano amante del mal vivir, llamó al teléfono de Uruha. Esta noche el nuevo dúo de música electrónica, una parejita salida de los suburbios, daría un espectáculo en la fabrica abandonada. 

Con una sonrisa en el rostro vestí la chaqueta de cuero que Uruha me había obsequiado, la misma que lucía el diseño de su tatuaje y el kanji de su nombre en la parte trasera.  

Nadie debía olvidar que yo le acompañaba. Nadie debía poner sus ojos en mí. 

Caminamos las pocas calles que nos separaban de la estación de tren levantando miradas de espato por nuestra estética vulgar. Los callejones vacíos incitaban a curiosidad morbosa, mientras el parpadeante alumbrado público atraía mi mirada perturbada por el alcohol. Drogadictos y vagabundos se refugiaban tras los basureros en busca del calor que abandonaron en el hogar. 

Anduvimos con tranquilidad por la desérticas calles que llevaban a la estación. La mano de Uruha envolvió sin miramientos la mía cuando la temperatura invernal se hizo notar, y compartimos un cigarro bajo los prejuicios perpetuos de los pocos transeúntes que, a media noche, retornaban al hogar luego de una extenuante jornada laboral. 

Nuestros amigos nos esperaban fielmente fuera de la estación, Rich también los había invitado. Ruki, un muchacho de estatura baja, cabellera artificialmente pelirroja, y cara de pocos amigos, fumaba tranquilamente mientras Aoi, el mayor de nosotros, portador una mirada tan fría como sus pálidas manos y sentimientos sinceros escondidos bajo su ropa oscura, observaba el móvil con su característico rostro carente de expresión. Les saludamos con un gesto mezquino, y nos encaminamos hasta el corazón del barrio rojo; una de las zonas más peligrosas de Tokio.  

Los salaryman recorrían como asustadas y pequeñas ratas las callejuelas en busca de alguna muchacha con la cual sacear sus más bajos instintos de dominación. Adultos asalariados que temían ser atacados por nosotros. Nosotros temíamos convertirnos el adultos asalariados.  

Nunca veríamos un verdadero diamante en nuestra vida, pero el sueño de la cannabis nos ofrecía la aurora boreal derretida en las paredes. 

El ritmo sintetizado se desbordaba por los maltratados cristales de las ventanas. Resguardados por el juego de sombras en que las calles se habían convertido, entramos al deteriorado edificio. Los pasillos inmundos lucían manchas de humedad en sus paredes y, tras las puertas de lo que antes fueron oficinas, sonaban sin pudor gemidos femeninos. Un mundo de demonios y monstruos, dónde los ángeles se vuelven groupies incógnitas y la inocencia es olvidada en la caja de cosas perdidas. 

Protegido como un tesoro, Uruha me llevaba prendado bajo el  alero de sus largos brazos, con Aoi siempre detrás, igual que un lobo con los dientes afilados para atacar.  

Luces inquietas vagaban por la primera planta bajo el embrujo de la consola, mientras un festival tántrico se vivía en el piso de arriba. 

Andaba tras la espalda de Uruha, dejando que su mano firme me guiase entre la multitud enloquecida por los coros distorsionados que los artesanales parlantes vomitaban. No tardamos en encontrar a Pierre, un africano afamado en las calles por la calidad de sus productos. Se saludaron con soltura, como amigos de niñez. Él le debía un favor a Uruha, y saldó su deuda con media onza de cocaína. 

Desequilibrados. Desquiciados. Drogados. 

La sangre parecía efervescer al correr por nuestras venas. La música ahogaba nuestras gritos de júbilo. Ruki había desaparecido hace varios minutos tras los pasos de una bella pelirrubia. Uruha hablaba de ‘negocios' con Pierre, dejándome como ya era costumbre bajo el cuidado de Aoi.  

Girando y girando bajo una discoteca de estrellas.  

Mis ojos se movían buscando alcanzar a todas las luces que atravesaban el lugar. Sollozaba mi piel empapada de anhelos en forma de sudor frío. Una llamarada se ahogaba contra las paredes de mi organismo. Pronto me hallé perdido en un mar de cuerpos vacíos, y entonces unas manos ya conocidas sujetaron mis caderas.  

Sonreí, embelesado por las chispas que destellaban tras cada encuentro de nuestras pieles. 

 

III. Amor de colores. 

La fina lluvia invernal coronaba lo que sería el paisaje de una tarde gris. Abrazando las sábanas sudadas visitaba el paraíso de mis sueños, mientras sentía mis cabellos, ahora artificialmente rubios, siendo acariciados por la tierna mano de mi amado. Un beso fue dejado en mis sienes, antes de sentir su calor desaparecer a mi espalda.  

"Bohemian Rhapsody" sonaba a todo volumen en el estero. Uruha hacía gala de aquella voz que le hizo vocalista de la banda que había formado con sus amigos. Minutos pasaron hasta que el suave aroma a comida llenó el departamento; una receta sencilla cuya preparación Uruha conocía de memoria.  

El sofá fue testigo de la caricias que se robaron nuestra atención de la película ochentera que los canales locales transmitían. Y bajo la mirada intensa de la luna y sus hijas, vimos la lluvia golpear la ventana y el humo del un cigarrillo desaparecer en la nebulosa de un pensamiento nostálgico. 

Ni la oscuridad de la noche, ni el gris de la lluvia importaban. Nuestro amor estaba en colores, tantos que podíamos pintar el universo.   

 

IV. Ebrio y celoso. 

Las hora parecían minutos perdidos en la corriente de una vida descontrolada. 

Nuevamente su banda había sido llamada para presentarse en algún bar perdido entre las callejuelas de la zona roja. Llegamos tarde, aún con nuestros cuerpos bajo el efecto de la cocaína que habíamos consumido durante la tarde. Los muchachos estaban enfadados, Aoi, guitarrista principal, caminaba por toda la pequeña estancia que habían adaptado como camerino con un vaso de vodka en la mano.  

Sus compañeros intentaron golpearle, pero desistieron cuando estúpidamente yo, entre lágrimas, le defendí. 

Con sonrisas alcoholizadas en el rostro, salieron a interpretar aquellos covers de famosas bandas punk, que a través de su inexperiencia y fuertes emociones hacían suyos. El show había sido un éxito; y el dinero no tardó en llegar, una suma minúscula luego de una equitativa división, que no tardó en ser gastada en  más alucinógenos.  

Todos juntos celebramos en el pequeño departamento que Uruha y yo compartíamos; los Sex Pistols sonaban a todo volumen en el artesanal estéreo, pronto Yuu sacó pequeñas pastillas que en contacto con la lengua causaban efervescencia. Reímos y gritamos como jóvenes descontrolados hasta más allá de la media noche. 

El reloj marcaba las cinco de la madrugada cuando comenzó mi pesadilla.  

Impulsado por los múltiples ácidos que había consumido, Yuu se inclinó hacia mí; mi rostro fue tomado con brusquedad por sus dedos ásperos y sus labios se encontraron violentamente con los míos en un contacto indeseado. 

Uruha ya no reía. 

Uno de los tantos vasos que descansaban sobre la mesa de centro fue a dar contra las murallas de hormigón. “Fuera” gritó con esa voz profunda, que ahora parecía de ultratumba. Sabiendo de lo impulsivo que Uruha podía llegar a ser, los tres salieron sin decir una palabra; escapando de lo que sabían sería una escena violenta. 

Aún desde el suelo, observé como en cámara lenta la metamorfosis de su rostro enfurecido. Su mano, enjoyada con gruesos anillo de plata, impactó con fuerza contra mi mejilla descubierta, siendo seguida por más y más golpes que parecían no querer terminar. 

Caí rendido entre latas de cerveza vacías y colillas de cigarros. Sin entender por qué aquel que había prometido cuidarme ahora arremetía contra mí. “Tú eres sólo mío, y no dejaré que lo olvides” gruñó antes de tomar uno de los tantos cristales que habían regados por la sucia alfombra de color borgoña, y deslizarle por mi rostro con escalofriante facilidad. Grité y sollocé buscando piedad. Enumeré argumentos inútiles, pensando que aún no estaba todo perdido.  

Él solo vio lo que sus ojos quería ver, y ahora yo estaba marcado como una traidor. 

Durante los días siguientes intenté revivir la admiración devota que sentía por Uruha, pero sus golpes habían hecho trizas mi corazón y ahora estaba desperdigados por toda la habitación, al igual que las diminutas manchas que mi sangre había dejado para la eternidad en el desgarrado papel tapiz. Casi diez puntos adornaban mi nariz y parte de mi mejilla; dolía, pero él no hacia más que acariciar aquella cicatriz que me marcaba como suyo. 

Cada noche, sollozaba en silencio al sentir su opresivo agarre en torno a mi cuerpo, el mismo que antes me hacía sentir acunado en un manto de seguridad.  

 

V. Miénteme, y buenas noches. 

El tiempo no espera por nadie, y el sol seguía con sus perpetuo juego de las escondidas, ignorando por completo el temor que me inundaba cada vez que desaparecía en el artificial horizonte que los edificios habían construido. 

Cada noche, palabras de amor eran gruñidas por mi amante, sin quitar su mirada morbosa de la cicatriz que a cada segundo calaba más hondo en mi piel. Uruha era un criminal silencioso, una bacteria que cada día mataba un poco más de mi magullado espíritu. Mientras él dormía, rogaba porque al amanecer no tuviese que despertar; rogaba porque mi vida llegase a la línea final. 

“Nacemos para morir”, balbuceábamos entre risas y groserías cada vez que nuestros cuerpos sucumbían ante el alcohol en medio de las fiestas que ya eran parte de nuestra rutina diaria. Ahora más que nunca, deseaba que esa frase fuese una de las tantas mentiras de Uruha. 

Yo no quería morir como un insecto entre sus manos. 

Solo una semana bastó para que me armase de valor para luchar contra mí mismo.

Uruha dormía, con su respiración pesada tensando el osado mapa que dibujaba su desnudez. Pudoroso aún bajo la vista de la oscura nada que adornaba nuestro dormitorio, vestí mis ropas más sencillas y guardé mis últimas monedas. Era tiempo de dejar el círculo vicioso; ese dónde el amor y el temor se mezclaban en agridulces recuerdos de tono sepia, dónde mi dignidad moría ahogaba bajo mis sentimientos, y Uruha siempre salía ganador. 

Mis pasos pesados parecían retumbar por el pequeño corredor que llevaba a la salida, y sentía la valentía esfumarse junto al vaho de mi respiración. Su voz somnolienta llamó mi nombre, y mis músculos lacios se tensaron bajo un golpe de electricidad. 

Mi mente incrédula solo deseaba que todo fuera una pesadilla. 

Adiestrado por el miedo, volví sobre mis pasos dudosos. Ahí, frente a mí, Uruha sostenía aquello que Pierre le había pedido ocultar. Su mirada desencajada, victima de la ira, escudriñaba mi cuerpo con tal  fiereza que le sentía desgarrar mi carne. 

Una lágrima acarició su mejilla antes de caer al suelo frío. 

— Ibas a dejarme. 

Una afirmación dolorosa que resonó en el vacío de la sala. El viejo revolver danzaba con atemorizante maestría entre sus manos siempre seguras. 

Quise suplicar en un vano reflejo humano por la supervivencia. Podía hacerlo. Mas no fue necesario, ya no tenía miedo a morir. Había conocido tantas sensaciones como para morir por ellas; la fuerza de un padre guiándote al mañana, el dulce calor de una madre que te acuna en su pecho, el amor descontrolado, la  pasión animal, la amarga decepción, la angustia desgarradora. Todo lo que la caja de pandora escondía de los frágiles humanos. La muerte era la única forma de acabar con todos los pecados que mis lágrimas no podía borrar.

Mis sentimientos entumecidos bajo la máscara que los días habían creado murieron con la lentitud de una vela abandonada que se consume en la garras de la noche.  

Como tantas otras veces me perdí en el prisma de sus ojos.  

La bala trazó su camino entre mis sienes. 

—Te amo. 

Quise murmurar, pero ya no podía. Como una ceniza, mi espíritu vago por la habitación tras la flama destructora de su amor. 

 

 

El amor es tan complejo, tan diverso e inexplicable, que antes de darme cuenta ya estaba siendo arrastrado. Uruha, pusiste lágrimas en mis ojos y borrosos los colores de mi vida. Vi el cielo, y entre las estrellas ya no supe que buscaba. Quise gritar mis sentimientos ante el mundo. Lo hice, y por ello estoy marchito. 

Aún después de todo, continué arrastrándome, arrastrándome hacia mi descenso; hacia ti. 

Te entregué mi amor cobarde, y seguí creyendo que sería suficiente. ¿Fue tan débil este sentimiento?  

Es hora de dejar este mundo en un suspiro, y no puedo hacer nada contra eso. Soñaré con el futuro; uno en el que soy libre para escapar y  recuperar todos los sentimientos que enterré. 

Fue cuando yo dejé este mundo, que me di cuenta. Tú no me amabas. 

Buenas noches, mi amor. Mi error 

 

 

Notas finales:

La primera idea para relacionar el título era una mala relación y el temor a amar, pero decidí ocupar el miedo a la muerte, pues es de los temores más universales que hay. 

Quiero aclarar, ya que parece ser una duda recurrente, que todo el fic es de mi autoría, hasta la parte "lírica", como lo bautizó una amiga.

No lo revisé, así que no sé qué tal está. Faltó tiempo y medios. Creo que ya no tengo forma de ganar.

¡Gracias por leer!

Au revoir.


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