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El vals del silencio por Neshii

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Notas del fanfic:

Todos los personajes son propiedad de Tadatohsi Fujimaki.

Este fanfic pertenece al reto del grupo de Facebook: *KagaKuro is Love* [Español]

 

ADVERTENCIA: Por asuntos que NADA tienen que ver con el fanfic, NO acepto reviews. Comentario que me llegue, comentario que BORRARÉ, sin importar de quien sea. Están advertidos.

Notas del capitulo:

Bien, yo dije que no era buena idea que abriera el reto porque mis fanfics son… raros xD Sobre advertencia no hay engaño.

De antemano pido una disculpa por la muy posible horrorografía, no me dio tiempo de revisar el escrito u.u

Disfruten la lectura n.n

¿Dónde están las cámaras ocultas? Porque esto debe de ser una jodida broma.

Miro a todos lados esperando que en cualquier momento una panda de personas aparezca riendo y dando aplausos. Mis ojos viajan al chico de cabello rubio que mantiene esa expresión entre picardía y amabilidad… ¿en qué momento va a sonreír y decir que es una broma?

Todo se mantiene calmado, en silencio. Empiezo a preocuparme. Volteo a ver a Aomine que está peleándose con la cafetera ajeno a lo que sucede y a lo que este chico rubio me ha dicho. ¿Es verdad? No me jodan. Vuelvo a mirar al joven; abro la boca, sigo escéptico, pero ya existe un atisbo de duda. Parece que el chico se ha dado cuenta de ello, sonríe confiado.

—¿Disculpa? —le pregunto. Mi léxico deja mucho que desear, en mi defensa diré que la jodida estupidez que me ha soltado no me deja pensar con claridad.

—Tengo una cabeza humana real dentro de mi bolso —repite igual de calmado que la primera vez, como quien habla del clima.

¿Qué mierda se hace en estos casos?

 

Uno pensaría que pocas cosas te pueden sorprender cuando eres un joven de veinticinco años, nacido en Japón, criado en Estados Unidos, que ha viajado por gran parte del mundo, aventurero y sin el sentido común que el miedo te puede brindar; por lo tanto, he hecho cosas que no cualquiera haría, estado en situaciones peliagudas, poniendo en peligro mi integridad y viviendo siempre al máximo. Sí, soy adicto al subidón que da la adrenalina; esa sensación de poder y valentía que ayuda a lograr cualquier meta o enfrentar impensables obstáculos. ¿Pero algo que me sorprenda, que en verdad me deje asombrado? Lo último que recuerdo me dejó anonadado fue la declaración de Kuroko y más porque me dijo que me amaba entre besos, y no a mí boca; nunca imaginé que pudiera hablar, lamer y poner una expresión de tierno enamorado al mismo tiempo. En ese momento sí me asombre, una sorpresa que disfruté con creces. En esta ocasión la sorpresa se combina con incredulidad y una pizca de miedo, para qué negarlo. Si es verdad lo que el chico rubio dice, estoy parado frente a un asesino y loco. Tal vez sea el momento adecuado para pensar en correr por mi vida. Insisto en que debe de ser una broma… o más bien quiero que sea una broma.

Y pensar que minutos antes había estado peleando con Aomine para atenderlo. Maldita falta de dinero, si no estuviera corto de ingresos no necesitaría propinas y le hubiera dejado el problema a Ahomine. Me retracto. Tampoco lo hubiera hecho, es mi amigo, no puedo hacerle eso por mucho que sea un amigo desconsiderado, vago, confianzudo, revoltoso, me saque de quicio, burlón y depredador sexual, en el fondo es un buen chico… quiero creer. Me estoy distrayendo. Aunque es mejor eso que ponerse a pensar si hay sangre saliendo del bolso deportivo que el chico puso en el suelo, al lado de la mesa. Si de pura casualidad fuera verdad lo que afirma, ¿qué está haciendo en la cafetería que Aomine y yo administramos? ¿Quiere algo de nosotros? ¿Por qué me soltó semejante declaración nada más lo saludé? La idea de que viene a matarnos se cruza por mi mente junto a una buena dosis de adrenalina; pero no es la adrenalina de siempre, esa que te da frente algo excitante; esta es amarga, casi paralizadora, combinada con un miedo espeso que no permite pensar con claridad, sólo saca a relucir ideas fatalistas, resultados morbosos y pensamientos nada gratos.

Bien, es oficial, ya estoy asustado. Todas mis alarmas empiezan a sonar. Le creo a este chico rubio de expresión amable, un rostro que sería la envidia de cualquier modelo y un cuerpo simplemente perfecto. ¿Qué hago ahora?

El chico baja la mirada por primera vez y señala la pequeña fotografía de un humeante capuchino en el menú.

—Quiero éste, sin azúcar, por favor.

Por segunda vez en menos de cinco minutos estoy alucinado. ¿Cómo es posible que alguien pueda poner semejante sonrisa tan radiante? Parece un sol: luminoso, cálido, atrayente, y como tal también es peligroso, asesino.

Sin embargo me dirijo detrás de la barra para hacer el pedido. Estoy trabajando mecánicamente para distraer un poco la confusión, para no hacer enfadar al chico y porque una parte de mí siente que debo de hacerle caso. Aomine se me acerca sonriendo como siempre seguro a la espera de contarle todos los detalles, al fin él quería atenderlo porque le gustó, ligárselo era su meta.

—¿Y bien? ¿Qué tal? —me pregunta. Debo de estar todavía entero por mucho que sienta mi corazón desbocado o sino Aomine no estaría tan calmado. Qué buen actor soy.

Por extraño que parezca tuve que reprimir mentalmente la única palabra que se me vino a la cabeza para responderle: «sorprendente». De manera literal así es, me ha dejado asombrado dos veces seguidas, pero no de buena manera y eso es lo que debería de decirle a mi amigo. Sin embargo, serán las decenas de películas de suspenso, algún instinto de supervivencia o simple sentido común sé que no debo de hablar y menos cuando me doy cuenta que el chico rubio me observa con detenimiento como si estuviera esperando el momento en que cometa un error para que mi cabeza pelirroja se una a su colección. No pienso darle el gusto.

—Es… amable —contesto.

—¿Sólo eso? —alza la ceja al contestar— Joder, Kagami, el tipo está como quiere, tiene una sonrisa de infarto y desde aquí me di cuenta que te pusiste nervioso, no puedes decir simplemente que es amable.

Terminando de hacer la bebida la pongo sobre un platito de vidrio y busco las cucharas cafeteras; acomodo el café, azúcar, endulzante y unas cuantas galletas en la charola para llevarlo. Lo que dice Aomine me irrita bastante, tiene al tipo sobre un pedestal y no ha cruzado palabra con él; por el contrario, yo tengo que utilizar todo mi autocontrol para que no me tiemblen las manos. Debemos salir de aquí.

—Aomine —empiezo, si lo mando al almacén, podrá salir por la puerta trasera y pedir ayuda, o en su defecto usar cualquiera de los móviles que están en nuestras mochilas. Prefiero lo primero, que esté lo más lejos posible. Un suave tamborileo me impide continuar, observo al chico rubio de reojo, su expresión es un claro reto a atreverme ha hablar; se recarga en la silla y mete las manos en los bolsillos del pantalón, ¿y si tiene un arma? Sólo es cuestión de segundos para que nos haga unos bonitos y dolorosos agujeros en el cuerpo. No puedo arriesgar la integridad de Aomine y tampoco la mía—, después platicamos —concluyo cogiendo la charola y saliendo de la barra. Mi amigo chasquea la lengua, malhumorado; mientras se encuentre bien no me importa cuánto se enoje.

Al llegar con el chico rubio dejo las cosas en la mesa; no puedo evitar un temblor en mis manos que hace tintinear la taza de vidrio sobre el plato. El chico sonríe como si fuera la persona más inocente y pura del mundo, murmura un «gracias» y saca del bolsillo de su pantalón un móvil que deja sobre la mesa, al lado de la taza; cierra los ojos al oler el aroma a café, parece que estuviera  disfrutando uno de los mejores placeres que existen, la expresión de satisfacción que pone no tiene precio, y me pregunto nuevamente qué tan ciertas son las palabras que me dijo antes; veo el bolso intrigado por su contenido. Parado a su lado por más tiempo de lo usual al entregar un pedido no sé qué hacer, ¿me regreso con Aomine, me quedo aquí, me le aviento encima para inmovilizarlo? Quizá lo último sea lo más conveniente.

—Kagami Taiga, ¿verdad? —habla. Todas mis alarmas suenan, ha dicho mi nombre cómo si fuera lo más insignificante del mundo, como si me estuviera haciendo un favor al pronunciarlo. Y sin embargo, me siento intimidado. Cierro la boca justo antes de preguntar cómo sabe mi nombre, la placa que cargo a la altura de mi pecho, parte del uniforme, es la respuesta—. Soy Kise Ryouta, un placer —se presenta. Cómo si me importara o no hubiera sentido la indiferencia y repulsión en su forma de hablar; qué a alguien más le regale esa sonrisa de modelo en comercial de dentrífico, yo no me lo creo, y comienza a importarme menos. La idea de que todo sea una broma vuelve a asentarse en mi cabeza.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto. Verlo hacia abajo me da una sensación de valentía, poder sobre él; en caso de ser real y estar ante un jodido psicópata me siento con una ligera ventaja. Estoy en perfecta forma, soy ágil y veloz, poseo excelentes reflejos; a no ser que este chico sea experto en alguna clase de defensa personal presiento que puedo ganarle y si tiene un arma todo se reduce a la velocidad. Estoy cerca de él, mínimo puedo darle tiempo a Aomine para que huya. Doy gracias al dios que me escuche y me hizo el favor de tener la cafetería vacía; son vacaciones y la mayoría de nuestros clientes, estudiantes estresados y profesores cansados, están en algún otro lugar ajenos a esta situación.

Maldito y jodido dios que me escucha y no me hizo el favor. Una pareja entra a la cafetería, clientes asiduos en la temporada escolar y que de vez en cuando se pasan por estos rumbos; lo único bueno es que no se quedan a tomar el café dentro, es una venta rápida y buena propina.

—Hola, Kagami —me saluda la chica al pasar a mi lado. Asiento con la cabeza y sonrío como todo un profesional, levantar sospechas queda descartado, lo que quiero es que se vayan cuanto antes.

—No quiero nada de ti —escucho a Kise por sobre las voces de la pareja mientras hacen su pedido. Esta vez lo oigo resentido, molesto, como si estuviera tratando de aplacar una furia incontrolable. No lo entiendo, es la primera vez que lo veo, jamás podría olvidar un rostro como el suyo, aun así me hace sentir como el villano de cuento. Sé que demuestro confusión y la ligera nota de burla que hay en su mirada me dice cuánto está disfrutando tenerme así. El enojo dentro de mí aumenta como fuego sobre hojas secas; se está burlando, verdad o mentira, está jugando conmigo y lo peor es que su provocación surge efecto.

—Eres un jodido loco. Estás mal de la cabeza, así que, te pido de favor: levanta tu culo y lárgate a la mierda antes que te saque a patadas —susurro agachándome a su altura. Puedo ser bastante intimidante si me lo propongo, mis amigos me lo han dicho, mis enemigos lo han vivido en carne propia y yo he sido testigo de sus expresiones de miedo. Sin embargo este chico ni se inmuta, coge la taza de café y le da un pequeño sorbo, tan plácido y relajado que a mí me saca más de quicio.

Antes de poder gritarle o hacer efectiva mi amenaza la pareja pasa a mi lado; la chica parece querer despedirse se de mí, pero algo en mi postura o expresión la detiene, disimula llevándose el vao térmico a la boca. Al verla me contengo, debo de controlarme, un paso en falso podría desencadenar una tragedia. Mantén la cabeza fría, Kagami.

—Eres valiente, o estúpido —habla Kise mirando su taza de café, sigue igual de imperturbable, inclusive parece más tranquilo. Dejó de lado el tono de burla que usó en la última palabra; no puedo dejar que me afecten sus provocaciones—. Cualquiera esperaría que estés tratando de buscar la manera de alejarte de mí después de haberte hablado sobre el pequeño regalo que guardo en la bolsa —una ligera sonrisa curva sus labios, el muy maldito parece complacido—. Tal vez creas que es una broma, y no te culpo; es difícil considerar cierto el hecho de estar frente a un asesino que decapitó a su víctima y pasea con su cabeza por toda la ciudad. Yo no lo creería a menos que fuera testigo con mis propios ojos de la verdad que hay ahí dentro —señala con uno de sus largos dedos hacia el bolso. Trago saliva mientras el miedo se asienta en mi estómago; la posibilidad de ser cierto se abre paso nuevamente entre el enojo y la valentía.

Doy un paso atrás cuando sus ojos dorados alcanzan los míos. Dios, el que sea, éste chico dice la verdad. Su mirada depredadora, nihilista, me escuece hasta lo más hondo de mis huesos; me arranca a jirones la piel de seguridad y confianza en mi mismo; con la profundidad de su mirada desangra todo sinónimo de cordura bañando mi cuerpo en miedo, poniendo a cien mi instinto de supervivencia. Este chico, Kise Ryouta, si ese es su nombre verdadero, fue capaz de asesinar a una persona, decapitarla y pasear con su cabeza por toda la ciudad.

¿Qué mierda hago ahora?

Trato de ver a Aomine de reojo, saber dónde está. A estas alturas poco me importa la seguridad, quiero correr, sin precaución ni advertencias, correr todo lo máximo que mis piernas puedan dar, ponerme a salvo para vivir otro día. No quiero morir en manos de este chico.

No quiero morir.

El terror me aguijonea el estómago, se alza como amarga bilis por mi garganta e inyecta adrenalina a todas mis venas; siento las piernas débiles, ligeras, sin embargo sé que en el momento de necesitar correr serán más veloces que nunca en mi vida para poder escapar y resguardar mi integridad física. La nube de pavor, negra, densa y oscura galopa velozmente por mi cerebro haciendo nulo mi uso de lógica y sentido común. Estoy a nada de un ataque de pánico o, lo que es peor, a paralizarme como un gato asustado y sumiso ante la locura y fuerza asesina del par de ojos dorados que me observan como una víctima más, como carne maleable bajo sus manos, como una insignificante vida que le daría placer arrebatar.

—Pero no serás testigo de ello —dice en una exhalación. Vuelve a ser el mismo chico «amable» que entró en una cafetería cualquiera a tomar una bebida caliente.

—¿Qué quieres? —mi voz es un susurro, yo mismo me asombro de lo frágil que se escucha. No pensé las palabras, simplemente las dije, de ahí que ni siquiera intenté disimular el miedo.

—Ve atrás, Kagami, coge tú móvil y llámalo; asegúrate que esté bien, escucha su voz, siente el placer del alivio por unos segundos, tortúrate con la duda y piensa en cómo salvarlos: a él, a tu amigo y a ti. No pienso herirte, al menos no mientras sigas dentro de estas cuatro paredes y no hagas estupideces, si sales lastimado será por tu culpa.

No comprendo sus palabras. ¿Qué clase de juego es éste? Sin darme tiempo a razonar de sus labios se desliza un nombre en forma de adoración, de tortura y salvación.

«Kuroko Tetsuya.»

No pienso en nada más, corro. Corro, lo más rápido posible; aviento sillas y trato de mantener el equilibrio cuando tropiezo. Es el mismo recorrido de unos cuantos metros que he hecho desde hace meses, un par de años quizá; lo conozco al derecho y al revés, me toma segundos recorrerlo cuando llevo prisa, sin tropiezos o descuidos. Pero ahora me es imposible procesar las cosas y hacer un uso correcto de mi movilidad; eso no tiene importancia cuando es posible que Kuroko esté en peligro, nada importa más que él. Creo ver la expresión extrañada de Aomine. Él tampoco importa, es un amigo de la infancia, un hermano prácticamente, mi confianza en él es ciega; aun así no es suficiente, Kuroko siempre estará por delante. Las prioridades son un asco por mucho que las tenga bien definidas.

Apenas cruzo la barra entro al pequeño pasillo, paso por la oficina de nuestra jefa y dueña, Alexandra García, quien nunca se encuentra, por eso Aomine y yo somos los administradores y trabajadores; enfrente está el almacén o más bien una pequeña bodega que usamos para guardar todos los trastos que no utilizamos, adelante le sigue el baño, mucho más chico que los demás cuartos; del otro lado la habitación que usamos para cambiarnos y dejar nuestras pertenencias, ahí es adonde me dirijo. En sí todo es pequeño es este local, lo suficientemente íntimo para sentirse como en un segundo hogar, me siento a gusto aquí. Hasta hoy; ahora me siento como un extraño donde lo pequeño se convirtió en enorme, las distancias interminables y la seguridad desbaratada por un pavor doloroso.

Entro en la pequeña habitación y sin perder el tiempo busco en mi mochila, cojo el móvil al localizarlo, marco el número con dedos temblorosos, si pudiera me sorprendería por recordar a la perfección la sucesión numérica, costumbre de hacerlo mínimo una vez al día quizás. Al poner el aparato en mi oreja escucho el primer tono. Los latidos en mi corazón me golpean en el pecho como tambores tribales anunciando un final funesto. Es una especie de música que retumba en mi interior y exclama por la esperanza de que todo este bien, a la vez que es un discordante preámbulo de una realidad fatídica. No me gusta ni quiero escucharla.

Segundo tono. Tercero. Cuarto. Trago saliva inexistente. No. No puede ser. No quiero creerlo. «Contesta» me digo. «Contesta» repito. «Contesta» deseo. ¿Debo rezar? Si con ello escucho su voz soy capaz de rezar por el resto de mi vida, de creer en misericordia y en alguien inexistente.

—Contesta —susurro. O al menos eso supongo, no reconozco mi voz. ¿Desde cuándo soy tan débil y frágil? Cierto, desde que Kuroko se volvió mi fuerza.

Creo que hay lágrimas cayendo de mi rostro, no estoy seguro, ya no estoy seguro de nada. Ni me importa. Sólo quiero enterrar la idea de mi subconsciente, aquella que me aterroriza y envenena: ¿De quién es la cabeza que supuestamente Kise carga?

¡Contesta, maldita sea!

—¿Kagami-kun?

Mis pulmones cogen el aire que necesitaban, ahogo el sollozo que amenazaba con delatarme al oír su voz del otro lado de la línea; me he quitado tal peso que mi cabeza punza por el cambio brusco de presión, me dejo caer en el suelo imposibilitado de mantenerme en pie. Gracias. Muchas gracias.

—Estás bien —no es una pregunta.

—¿Eh?... Sí. ¿Pasa algo? —su voz denota confusión, al parecer no tiene ni idea de lo que sucede. ¿Será todo una mentira? No debo de arriesgarme, hay demasiado en juego ahora que ese bastardo de Kise mencionó a Kuroko.

—No, sólo… quería escucharte. Me siento más tranquilo ahora.

—¿Seguro que todo está bien, Kagami-kun? —pregunta después de unos momentos de silencio. Kuroko no es tonto ni despistado, es obvio que dude ante mi extraño comportamiento.

¿Debo decirle?

—Hey, Kagami, ¿todo bien? —La voz de Aomine me sobresalta, si no pego un brinco es nada más porque aún me siento débil pasada la adrenalina—. Kise pregunta por ti —comenta al verme en el suelo.

Trato de mantener la expresión neutra, la sola mención de Kise me recuerda su amenaza; debo de mantenerme callado, al menos de momento hasta que encuentre la manera de tener un poco de control en la situación. No estoy solo, Aomine me acompaña y existe la posibilidad que Kuroko esté siendo vigilado, por algo lo mencionó y me dio la posibilidad de saber que se encuentra bien, en cualquier momento eso pude cambiar. Piensa, Kagami, piensa con la mente fría.

—Sí, todo esta bien, sólo me olvidé de algo —contesto tratando de poner la mejor sonrisa fingida de mi vida. Al ver como Aomine frunce el ceño me doy cuenta que fracasé—. En seguida voy, Ahomine, salgo en un minuto.

La duda de Aomine cambia a un matiz de enojo al escuchar el mote que le dedico; es mejor así: enojado a preocupado. Sale de la habitación mientras me vuelvo a sumergir en la miseria de no saber cómo actuar.

—Kuroko, regresaré lo antes posible, mientras cuídate mucho y no le abras a los extraños —suelto con la esperanza de volver a verlo pendiendo de un hilo. Definitivamente no es la última vez que escucharé su voz, pero la duda me juega malas pasadas.

—No soy un niño pequeño, Kagami-kun —lo oigo un poco molesto por mi sobreprotección. Sonrío, una sonrisa sincera. Parece que se debate en continuar preguntado por mi extraño comportamiento, al final desiste— Tú también cuídate. Aquí te espero.

—Te amo.

—Te amo.

Corto la llamada con una fuerte opresión en el pecho. Cierro los ojos con angustia y rezando para que todo se resuelva de la mejor manera posible.

Me levanto, meto el móvil en el bolsillo trasero del pantalón y antes de salir tomo una decisión arriesgada. No debo de hacerlo, si me equivoco podría ser fatal y no sólo para mí; pero tampoco puedo quedarme de brazos cruzados esperando a la siguiente orden de Kise, necesito romper su juego si quiero tener una oportunidad de ganar. Trago saliva y saco el móvil; la policía la tengo descartada, llamaría demasiado la atención y puede que Kise esté a una señal de herir a Kuroko quien está  a decenas de kilómetros de distancia. A Kuroko tampoco le puedo decir lo que sucede, lo conozco mejor que nadie, en vez de ponerse a salvo es capaz de venir a tratar de protegerme, es lo que yo haría en su lugar; no puedo ponerlo en un peligro mayor. Así que… marco el número y espero a que contesten.

—Taiga, ¿cómo has estado? —La voz de mi hermano se escucha relajada como siempre. Una punzada de culpa me apuñala el corazón; no debo de meterlo en esto, no debo, lo pongo en peligro. Pero, es lo único que me queda.

—Tatsuya, disculpa por llamar de repente, necesito un enorme favor —hablo lo más rápido posible sin dejar que me conteste, así las palabras fluyen sin que la culpa me carcoma y termine arrepintiéndome—. ¿Puedes ir a ver a Kuroko? He estado llamándole pero no me contesta y me dijo que estaría toda la tarde en casa. Estoy preocupado. Yo, en cuanto pueda iré, pero… estoy preocupado —repito como la única verdad en este abominable favor.

—Claro, voy para allá. —Silencio— Todo está bien, Taiga, nada malo le pasó a mi cuñado.

La culpa se hace más dolorosa, punzante al escuchar el consuelo de mi hermano. ¿Qué clase de persona soy al meterlo en este aprieto?

—Gracias. —Me debato entre hablar o no—. Puedes llevar a Murasakibara si quieres.

Ahí está, mi condena. No sólo meto a mi hermano en una situación riesgosa sino también a otro amigo. En mi defensa diré que Murasakibara es alguien de temer, puede defender a Tatsuya. Mientras yo me quedo con un remordimiento que es posible jamás olvidaré; lo mejor es que no lo haga, puede ser un buen castigo por haber tomado esta decisión, una penitencia para toda la vida.

—Lo haré. Te marco después.

El intermitente pitido de la llamada cortada resuena dentro de mi cabeza como el insistente recordatorio de todas las malas decisiones que tomo y tomaré esta noche; penetra hasta lo más hondo de mis neuronas abriéndose paso como un cincel martillado por mi responsabilidad. Aun así debo mirar al frente, no perder el objetivo del porqué estoy mandando a mi hermano y amigos al matadero cual rebaño. Sigo sin entender la razón y así debo enfrentarlo.

Salgo de la habitación y miro el reloj colgado en la pared: las siete treinta de la noche. Desde que Tatsuya entró a trabajar en una empresa farmacéutica tuvo que trasladarse a este distrito; entre él y Murasakibara financiaron una pequeña pastelería administrada por el gigante; siempre hacen bromas de que son nuestra competencia directa por mucho de que tengamos un par de kilómetros de distancia. Murasakibara es el más cercano a Kuroko, a tan sólo veinte minutos caminando, pero no creo que Tatsuya le avise de inmediato, irán en cuanto se reúnan, eso suma alrededor de media hora. Treinta minutos para que vuelva a sentir un poco de alivio. Cuadro los hombros, alzo la frente, desplazo toda culpa y miedo lo más lejos posible en si consciente, dejo que el instinto animal tome el control de parte de mi cuerpo. Debo de arriesgarme, pero dentro de una lógica fría. Debo de encontrar la diferencia que me permita ganar en el juego de Kise, y si no la encuentro, debo de crearla. Dejo el pasillo atrás, esperando encontrarme con la mirada burlona del bastardo intentando provocarme, y con lo que me encuentro es una especie de jodida reunión de amigos cercanos: el malnacido de Aomine está riendo y conversando en la misma mesa que el bastardo de Kise, ambos con sendos capuchinos en la mano. No me jodan. Ahora que lo recuerdo Aomine me dijo que Kise preguntaba por mí, es lógico pensar que no perdió el tiempo y apenas los dejé solos el malnacido se puso a ligar. En serio, no-me-jodan.

—¿Todo bien? —Kise me pregunta cuando me ve acercarme. Aomine, sentado a espaldas de mí, se gira para verme, sigue teniendo una expresión preocupada, ahora combinada con triunfo. Sí, claro, se siente el ganador al haber hecho buenas migas con el rubio, lo que me hace suponer que el regalito en su bolsa sigue siendo un secreto entre ambos. Le dedico una mirada de reproche y me concentro en Kise.

—Sí, todo bien.

—Es bueno oírlo —asiente—. ¿Llamaste a alguien más? —me mira como si ya supiera la respuesta y está esperando a que mienta para dar rienda suelta al castigo que tiene preparado.

—¿Aomine, no deberías de estar trabajando? —pongo mi mano sobre su hombro al preguntar. Kise aprieta los labios al sentirse ignorado. No puedo evitar un dejo de placer ante mi diminuto triunfo ante él.

—¿Trabajar en qué? Esto está muerto —hace un ademán a todo el salón. Ciertamente somos los únicos, algo que puede cambiar en cualquier momento. ¿Será mejor tener gente presente para que Kise no nos degolle a la vista de todos o es sería contraproducente?

—Siempre hay algo que hacer atrás —le digo intentado poner un tono disimulado de advertencia en la voz.

—Pues vete tú a trabajar, yo me quedo —me reta. Genial, tener una posible conquista hace que salga a relucir su lado arrogante. A veces te odio Aomine Daiki.

—Te necesito atrás, Aomine —repito un poco más lento, severo. Espero que tome la advertencia de mi voz como una precaución y no como un duelo de testosterona. Me mira confundido, chasquea la lengua y se levanta. Puedo sentir su orgullo herido cuando no se despide de Kise. Tendré que disculparme después, será difícil que entienda que fue por su propia seguridad.

—Eso fue severo…

—¿Qué quieres? —interrumpo a Kise. Si me dejo amedrentar ahora todo estará acabado. Hay sorpresa en su rostro, no se esperaba que fuera capaz de enfrentarlo, otro pequeño triunfo.

—Ya te lo dije: de ti nada.

—¿Entonces por qué estás aquí hablándome de… muerte?

—No muerte, asesinato es la palabra. Decapitación, tortura, sufrimiento. —Está loco y es peligroso.

—¿Por qué?

—Porque quise y quiero hacerlo. —Doy un paso atrás— Siéntate, Kagami.

MI cuerpo se mueve por sí solo, no quiero acatar sus órdenes pero la prudencia lo hace. Enojar a Kise es una sentencia de muerte, por ¿primera vez? pienso que no hay salida, no tengo forma de afrontarlo. Todo se reduce a una batalla perdida; una en la que ni siquiera sabía que estaba involucrado.

Kise se inclina sobre la mesa, hace un lado su café junto al de Aomine, recarga sus brazos sobre la superficie gris oscuro con jaspeados negros, junta sus manos al centro encima de su móvil. Vuelve a tener la expresión de chico amable como si fuera la persona más compasiva del mundo. Por un momento me tranquilizo aunque sea una falsa calma. Todo es un engaño, una máscara que tiene perfeccionada al punto de lograr persuadir el instinto básico de supervivencia, ése que me grita que corra, huya. ¿Es un psicópata o un malnacido hijo de puta? Da igual, estoy dentro de sus redes cual mosca en telaraña esperando a que me inocule el veneno que me paralizará para ser comido mientras sigo con vida. Kise lanza un suave suspiro y usa su celular; se mueve entre aplicaciones hasta dar con lo que busca, gira el móvil en mi dirección y se recarga en el respaldo de la silla, creo que quiere darme espacio para poder asimilar lo que me muestra.

No hay necesidad de ello, el miedo, agrio y espeso, no me deja procesar lo que mis ojos ven. No, me equivoco, lo proceso de manera tan perfecta que el shock me paralizó. El mundo se redujo a esa fotografía. Kise se mueve hacia delante, con lentitud mueve su dedo para deslizar las imágenes; una serie de fotografías cada vez más explícitas. Trato de apartar la mirada, ¡lo intento! Es imposible hacerlo, mis ojos no se mueven, como si estuvieran anclados de principio a fin en el dolor que representa lo que observo. Llega un punto en donde no puedo más y, al fin, mis ojos viajan hacia el bolso a los pies de Kise. No puede ser cierto. No estoy viviendo esto.

Quiero llorar. Aunque las lágrimas no salgan, quiero llorar, dejar salir los sollozos que inundan mi garganta, o tal vez sea la bilis que amenaza con hacerme vomitar; siento que mi labio tiembla y cada uno de los músculos de mi cara tensos como piedra. Miro a Kise en busca de respuestas como si con ello pudiera sentir alivio; tal ves sí, quizá saber la razón por la que lo hizo me ayude a aceptar, como un náufrago abandonado a su suerte en medio del océano que se encuentra con una tabla de madera, no sirve de nada, pero afianza la esperanza por pequeña o estúpida que sea.

Kise tiene una expresión indescifrable, parece que estuviera viendo a un niño perdido siendo él su única salvación. Es un rostro ambiguo, paternalista y arrogante a la vez; es como si estuviera mostrando las verdades del universo a un ignorante con la paciencia y el cariño que una madre puede darle a un hijo, en combinación con la severidad y orgullo de un maestro ante el alumno que menos cariño tiene en clase. Más que tener miedo ante su mirada me siento estúpido, insignificante. Mi primer impulso es bajar la cabeza, sumiso, al saber de lo que Kise es capaz. Una vez más tengo que recordarme que no debo bajar la guardia; tal vez sea una batalla perdida, aun así no estoy dispuesto a dejarlo ganar de forma tan sencilla, no puedo llegar a ser más patético de lo que me he visto. Eso es algo que Kise nota en mí: después de una leve nota de asombro, sonríe; no parece satisfecho, mi resistencia le perturba y regocija a partes iguales.

—Vas a morir y lo sabes. Tú amigo va a morir y lo sabes. Hacerte el valiente sólo hará las cosas más difíciles, pero no marcará una diferencia. Te apuñalaré hasta desangrarte y te cortaré la cabeza —Kise se inclina nuevamente al frente—. Tu amigo correrá la misma suerte, aunque, si te portas bien, es posible que me lo coja antes de matarlo, será como cumplir una de sus fantasías; y claro, le diré que fue gracias a ti. No puedes recibir mejor oferta, Kagami, se buen chico y no hagas estupideces.

La campanilla de la puerta suena, mis ojos viajan al grupo de cinco jóvenes que entran despreocupados y buscando una buena dosis de cafeína; nunca he hablado con ellos, pero los reconozco como clientes habituales. Kise permanece serio hasta que se gira para poder verlos.

—Disculpen, por causas de fuerza mayor cerramos antes de tiempo. Ya no hay servicio. —Me imagino que tiene la expresión de chico bueno al ver el sonrojo de las dos chicas que lo miran embobadas. Trago saliva al ver que somos tres hombres, todos con buena condición física; yo tengo a Kise de espaldas, su móvil puesto en la horrorosa fotografía, Aomine a tan sólo unos metros de distancia. Podría intentar acabar con esto, se vislumbra una posibilidad.

—Hey, Kagami, ¿es cierto? —uno de los chicos me pregunta. Dudo un instante, tiempo suficiente para que Kise se gire a verme.

Regresa la música en mi interior, la danza tribal en agónica armonía que representa los latidos de mi corazón: golpeteos veloces, constantes, sonidos que sólo yo escucho y siento. No puedo dejar de observar a Kise como si fuera el maestro de una orquesta guiando la música que va en crescendo hasta el filo de un precipicio y que, como acto final, me llevará al fondo donde habita el silencio y la oscuridad. Completamente controlado por éste asesino las palabras resbalan de mi boca.

—Sí, ya hemos cerrado.

El grupo de jóvenes se miran confundidos y salen desconcertados del local. Ahí va, quizá, la última verdadera oportunidad de, ya no salir ileso, sino con vida. Kise me sonríe satisfecho y me atrevo a decir que encuentro un tirante dejo de orgullo en las comisuras de sus labios; pareciera que me quiere dar una palmada en la cabeza por haber hecho algo bien, como una recompensa ante un acto aprendido en un animal amaestrado. La humillación hierve en mis venas; es indignante la forma en que puede ver a una persona como si fuera un objeto o un animal. Tan poco le vale la vida ajena, ya sea la mía o la de…

Mi mente se queda paralizada ante los recuerdos de las fotografías. El subidón de adrenalina entre miedo y enojo se agolpa de forma tan espesa en mi cabeza que me cuesta trabajo no poner una mueca de dolor. Yo puedo estar bajo amenaza, ser una víctima más de éste psicópata por las razones que sean, si es que tiene alguna, no me importa. Pero al recordar el dolor que mi mísero intento de empatía quiere mostrarme al ver las imágenes de grotesca tortura, no puedo pensar en otra cosa que no sea venganza, en infligir más daño y lastimar a este chico; hacerle pagar diez, cien veces el daño que causó. De forma cruel y humillante, despojarlo de toda dignidad y orgullo que pueda tener.

Pero no lo hago.

No cuando tengo precisamente las imágenes en mi cabeza, tan vívidas que me es posible escuchar los gritos de dolor, las súplicas para seguir viviendo, la esperanza de tener al menos una idea del porqué se sufre. No, cuando sé lo que éste chico puede hacernos a mí, a Aomine… a Kuroko. No puedo ponerlos en peligro.

—Has sido un buen chico, Kagamicchi —habla. ¿Qué mierda es el mote con el cual me habla? No estoy seguro de qué me molesta mas: la forma de llamarme o la burla con la que lo dice—, sabes cuándo detenerte por mucho que quieras golpearme. Te voy a confesar un secreto —se acomoda en el asiento entusiasmado—: yo juraba que ibas a golpearme en el momento que te hablé de esto —patea la bolsa— ¡En serio! Estaba preparado para defenderme, pero no lo hiciste. Tuve que hablarte de Kuroko en un intento de que perdieras los estribos, y volviste a detenerte; eso sí fue una sorpresa, rompiste todas mis expectativas. Me obligaste a enseñarte mi trabajo, esto no era para ti —golpea con un dedo la pantalla del celular—, era para Aominecchi. Me obligaste a improvisar, debo de felicitarte por ello, con tu historial era imposible que te mantuvieras tan calmado. ¿Eso se debe a Kuroko? ¿Él ha logrado aplacarte? Se lo haré saber cuándo lo vea…

Me levanto de golpe dispuesto a darle lo que según desea: perder el control y golpearlo. Toda su ristra de estupideces me parece insulsa; qué importa el hecho de haberle echado a perder sus planes, eso no va a cambiar las cosas; cualquier efímera satisfacción que pude haber tenido con los pequeños triunfos sin sentido es mínimo comparado con el control que Kise siempre ha tenido desde el momento que entró por la puerta. No. Desde antes, mucho antes de conocernos, de haber asesinado, de investigarnos para conocer nuestras debilidades. ¿Desde cuándo? ¿Cuál es la raíz del motivo por el que me tortura? Y no sólo a mí, cuando Aomine se entere, cuando Kuroko lo haga… ¿Algunos de ellos será su objetivo principal? No creo que Aomine lo sea, hace poco estaban hablando como si fueran amigos, incluso coqueteó con él al no tener la idea de la clase de persona que es Kise. Eso deja a ¿Kuroko? ¿Él tiene algo que ver con esto o sólo es un medio apara torturarme? Kise quiere matarnos, y todos nosotros nos relacionamos con Kuroko…

—Kagami, contesta. —La voz de Kise me saca de mis pensamientos dejando ir el resultado que mi línea de ideas me dio. Lo miro confundido hasta que escucho el sonido de una llamada entrante en mi móvil; lo reconozco de inmediato, es Tatsuya—. Creí que no tenías permitido cargar con el móvil en horas de trabajo. Eres un chico malo, o puede que sea una llamada esperada. Si no me equivoco es tu hermano; venga, contesta.

Preguntar cómo sabe de Tatsuya a estas alturas es una estupidez; me tiene completamente estudiado, a su merced. Sin dejar de mirarlo saco el celular y deslizo la pantalla, apenas acerco el aparato al oído la voz de Tatsuya resuena preocupado.

—Taiga, le pedí a Atsushi que fuera a ver a Kuroko; me llamó preocupado porque no lo encontró en casa, pero la puerta estaba abierta e incluso dice que había comida servida, intacta y todavía caliente. Parece que salió de improvisto y con mucha urgencia. ¿Tienes alguna idea de qué está sucediendo? Primero el favor que me pides y ahora esto, ¿qué pasa, Taiga?

Dejo caer el celular escuchando el sonido del golpe tan lejano; mi cabeza está embotada, se niega a pensar con claridad. Creo que Tatsuya me sigue llamando, no lo sé, no puedo procesarlo. Debería de hacerlo: pensar. Pero, todo ha sido tan rápido, inclemente. Los hechos pueden ser una sucesión de estúpidas coincidencias llenas de humor negro y cruel; existe la posibilidad de que Kuroko no tenga nada que ver con este chico y se encuentre en perfectas condiciones; aún así la agria sensación de terror se asienta tanto en mi cabeza como en mi estómago. Quiero caer junto al móvil, quiero que esto se acabe. Quiero ver a Kuroko.

—¿Kagami?  —Dentro de mis sentidos adormilados escucho la voz de Aomine y su mano jalándome del hombro. Está preocupado, se le nota a leguas—. ¿Qué tienes? Estás muy pálido —me habla sin que entienda muy bien lo que dice— ¡¿Qué le hiciste?! ¡Contesta!

¿Me habla a mí? No, está mirando a mi espalda, a Kise. Su preocupación se combina con enojo; no es bueno, Aomine es capaz de hacer alguna locura en esas condiciones, lo conozco bien. Debo de reponerme, debo de sacarnos a los dos de aquí y buscar a Kuroko. Esa es la prioridad.

—Está un poco preocupado por Kuroko —Kise habla igual de calmado mientras se levanta—. No hay razón para estarlo.

—¿Tetsu? ¿Qué tiene que ver él? —Aomine intercala su mirada entre los dos. Me gustaría contestarle, pero no tengo respuestas.

—¿Con ustedes? Nada. Así debería de ser.

Por fin logro moverme cuando veo que Kise levanta el bolso y lo coloca sobre la mesa. Cojo todo el aire que puedo, si abre la bolsa, si revela su contenido todo estará acabado. En un estúpido y vano intento me interpongo entre la mesa y Aomine; ahora no hay forma humana de sacarlo de aquí, pero no puedo dejar que lo vea. No hay tiempo para pensar; lo más rápido que puedo agarro el borde de la mesa y se la aviento a Kise; con el peso de la bolsa tiene que perdernos de vista para no caer al suelo, es el tiempo que ocupo, cojo a Aomine e intento llevarlo detrás de la barra a escondernos. Aomine no coopera mucho, trastabillamos con las sillas que encontramos en el camino, intenta detenerse, pero no lo permito. Sin mirar atrás sigo tratando de ocultarnos.

Escucho primero un tenue silbido, luego siento algo parecido a dolor.

Ocupo la mano con la cual jalaba a Aomine para recargarme en la barra; por la brusquedad del movimiento caen cestas de sobres de azúcar y servilletas al piso. Estoy cayendo al suelo, una distancia de menos de metro y medio, pero que en mi perspectiva parece infinita como si jamás pudiera llegar al fondo terminando deambulando en la oscuridad, fría y angustiosa oscuridad. No caigo porque Aomine me sujeta, habla en mi oído, aun así no puedo escucharlo. Tengo una sensación caliente en mi abdomen y espalda baja, uso mi otra mano para tantearme; me encuentro con algo pegajoso y espeso, mi palma está roja. Ya entiendo. El silbido era un disparo, me atravesó limpiamente el abdomen y ahora estoy en shock. Compongo una mueca de dolor ante el fuerte jalón de Aomine, da un pequeño salto rodeando la esquina de la barra, se deja caer en el suelo y me lleva con él. El golpe en el costado me duele más que la herida misma; es como si todos mis músculos estuvieran entumecidos, tensos y adoloridos a cualquier movimiento por pequeño que sea. Es lacerante respirar.

—¡Kagami! ¡Mírame, Kagami! ¡¿Estás conmigo?! —Aomine me toma por ambas mejillas y me obliga a mirarlo; nunca lo había visto tan preocupado. Me sorprendo al encontrar una pizca de pena por él, algo que aumenta y se transforma en compasión al saber que no tiene anda que ver con esto. No se lo merece.

—Lo siento —la compasión habla por mí. Él deja salir un suspiro, su aliento pega contra mi cara, huele a café. Trago saliva al pensar que tal vez deba de despedirme de él.

—¿Kagamicchi, sigues vivo? Dile a Aominecchi que salga a jugar conmigo, ahora sí tengo ganas de follar con él. —La voz burlona de Kise llena poco a poco mis sentidos desplazando todo rastro de compasión o pena que pude haber tenido; en su lugar hierve el enojo, la furia de querer matarlo con mis propias manos.

Escuchamos como camina por el salón bajando las cortinas de metal en las ventanas y encendiendo las luces. El arma lleva un silenciador, con lo que posiblemente nadie alrededor se dio cuenta. La única esperanza es que Tatsuya haya escuchado lo suficiente para llamar a la policía, pero eso también puede ser un arma de doble filo: si llegase a venir para ver con sus propios ojos lo que está pasando las cosas se complicaran mucho más.

—¿Quién demonios es ese hijo de perra? —susurra Aomine claramente afectado.

—No lo sé. Llegó y me dijo… —debato entre contar todo lo sucedido, no quiero causarle más penas al mismo tiempo que guardar silencio me llevó a tener un lindo agujero en el estómago. Suspiro, o al menos trato ya que el dolor no me deja tomar más aire del necesario y siento, con horrenda precisión, como la sangre quiere subir por mi traquea—. Me dijo que lleva una cabeza humana en el bolso, habló de mí y de Kuroko, me ordenó que le llamara para saber que se encontraba bien. Lo hice y también le pedí a Tatsuya que fuera a verlo… No lo encontró en casa, Aomine, parece que Kuroko salió precipitadamente o tal vez… —no me trevo a decir lo que pienso. Tan sólo imaginar que fue secuestrado como parte del «plan» de Kise hace que pierda todo rastro de enojo y fuerza.

—Si no te golpeo es porque suficiente tienes con esa herida. Si no te grito es porque tenemos a un psicópata armado a metros de distancia de nosotros —la voz de Aomine destila ira contenida. Lo miro lo más enfocado que puedo, en serio parece que quiere golpearme—. ¡Nunca se te ocurrió decirme lo que sucede! ¡No te pareció lo suficientemente importante para hacerlo! Eres… un idiota —exclama lo más bajo que puede.

—No encontré el momento —me excuso. ¿Algo habría cambiado si le hubiese contado todo desde un principio? Mis sospechas sobre el arma eran ciertas, quizá sólo hubiéramos adelantado el ataque de Kise. De nada sirve pensar en ello ahora.

Aomine aprieta los labios hasta formar una línea, lo veo pálido y preocupado; nada que ver con el chico valiente, orgulloso y pagado de sí mismo que suele ser. Bueno, yo tampoco he de estar en mi mejor momento. La sensación caliente de la sangre mojar mi ropa es inquietante, quiero vomitar y la cabeza me da vueltas; debo de agradecer no sentir tanto dolor si evito moverme. No sé cuántos órganos tengo dañados, eso es lo más agobiante: no saber cuánto tiempo me queda, puede que no sea grave si la bala atravesó limpiamente, puede que sólo tenga un par de minutos.

—Los encontré. —La voz de Kise nos cayó como un balde de agua fría. Ambos miramos hacia arriba donde se asoma por encima de la barra, sonriente y radiante, con la expresión de amabilidad, de parecer un sol. Me provoca náuseas esa actitud.

—Hijo de perra. —Aomine se levanta dispuesto a atacar.

—Quieto o en esta ocasión recibirá el disparo en la cabeza —le dice, lo mira directamente, pero me apunta a mí con el arma. La sonrisa se vuelve más delicada y da unos cuantos pasos atrás, esta vez apuntando a Aomine—. Sal de ahí, despacio. Deja a Kagamicchi, no se va a morir… espero. Venga, siéntate aquí, hay que hablar.

Cada vez los escucho más lejanos hasta el punto de no entender lo que dicen. No puedo quedarme aquí a al espera de ser torturado tampoco puedo dejar que el bastardo de Kise le enseñe lo que lleva en el bolso. Omití ese aspecto al confesarme a Aomine en un afán inútil de protegerlo, ahora tengo que actuar para seguir haciéndolo. Intento levantarme tratando de soportar lo más posible el dolor y la sensación de creer que en cada movimiento sangro con más intensidad acortando las posibilidades de seguir con vida. Tengo que detenerme con una rodilla en el suelo, un fuerte mareo me ataca de golpe, todo el cuerpo me pulsa al ritmo de los latidos de mi corazón cada vez más rápido y fuerte, es como si la música tribal ahora me inundara por completo, hasta el más recóndito lugar durante el clímax de la melodía, antes de detenerse y quedar sólo en silencio.

Muevo la cabeza al escuchar el sonido de la campanilla de la puerta al moverse, alguien entró. Por favor, que sea la policía. Dentro del mutismo pesado en el que cayó el lugar oigo mi propia respiración agitada; no hay sonido alguno y eso me angustia al punto de querer gritar, me contengo hasta que la voz suplicante de Kise rompe el silencio:

—Kurokocchi…

—¿Kise-kun?

La voz de Kuroko le contesta, puedo reconocerla a la perfección, es él, está aquí. Mis peores sospechas se volvieron realidad, no sólo al hecho de tenerlo aquí sino también a saber que se conocen. Tengo que levantarme, salir, actuar y proteger a mi pareja, al amor de mi vida. Reprimo otra arcada, en su lugar me apoyo en la rodilla con una mano, la otra la sujeto a la orilla de la barra y me alzo; trastabillo un poco, me cuesta trabajo encontrar equilibrio, con el mareo no puedo enfocar libremente, tengo que mantener fija la vista por unos segundos para poder controlarme. Me aprieto la herida del estómago, con cada segundo me siento más débil. Esto no es bueno.

—¡¡Taiga!! —Kuroko me llama. En contadas ocasiones dice mi nombre, siempre es «Kagami-kun», tan formal y educado. Trato de sonreír al verlo, demostrar un poco de la seguridad que no tengo, oírlo tan angustiado me parte el corazón. Kuroko intenta acercarse, pero se detiene cuando Kise me apunta con el arma.

—Kurokocchi, disculpa no poder arreglar este problema antes de que vinieras, pero Kagami es más imbécil de lo planeado. —Kise habla de forma tan dulce y amable que parece otra persona, nada que ver con el chico que me apunta con un arma y dice mi nombre como si fuera lo más repulsivo del mundo.

—¿Es cierto lo que me dijo, Tetsu? —Apenas reparo en Aomine sentado muy cerca de Kise, esta pálido y ojeroso, con el cuerpo tenso, no sé si por el miedo o por cólera— ¿Este hijo de perra es tu hermano?

¿Qué?

Debo de estar alucinando. Me recargo en la barra con la mano que no intenta detener la hemorragia, hago lo posible por tragar el vómito de sangre que amenaza con salir. ¿Hermano… de Kuroko? No es posible. Insisto, esto debe de ser una jodida broma.

—Lo es, mi hermano adoptivo —concede. Por un instante el silencio vuelve a reinar—. ¿Kise-kun, cómo es que…?

—Me dejaron salir —lo interrumpe, parece orgulloso de sí mismo—. Fue fácil engañarlos: un buen comportamiento, tomar el medicamento, ese tipo de cosas, ser la persona que ellos querían que fuera. Si trataron de engañarme yo también pude hacerlo.

—Kise-kun, no es un engaño, estás enfermo…

—No. Ustedes quieren hacerme creer que estoy enfermo. Pero me conozco: yo sólo quiero ser feliz contigo, Kurokocchi, eso no pude ser una enfermedad, es amor.

Quiero vomitar, no por la herida sino por las abominables palabras de Kise. Es un jodido loco. Observo a Kuroko, parece aterrado, pero algo me dice que ha escuchado esa declaración muchas veces más.

—Eres un maldito chiflado —susurra Aomine

Kise por fin deja de ver a Kuroko y se concentra en mi amigo. La expresión de adoración que tenía segundos antes muta a algo vacío, nihilista, como sí, a excepción de Kuroko, todos perdiéramos valor, fuéramos tan insignificantes y sinsentido que ni aborrecernos mereciera la pena.

—Le va a disparar —murmuro y trato de acercarme. Sabrá Dios, si es que existe, cómo pude moverme sin hacer caso al dolor o al mareo. Al contrario, es como si estuviera en una película y redujera la velocidad: pude notar con toda claridad la forma en que Kise movió el arma y apuntó a la cabeza de Aomine; como éste compone una mueca y trata de apartarse; soy totalmente capaz de sentir mis largas zancadas y el salto que doy para proteger a Aomine. Kuroko también se acerca, pero él hacia Kise.

—¡Para! ¡No lo hagas, Kise-kun! —le grita y lo coge del brazo para desviar el tiro.

Nuevamente el silbido. Por un momento pienso que es parecido a una avispa dispuesta aguijonear sin piedad alguna. Obvio sería así, las avispas atacan por instinto; un arma es sólo un medio para cumplir un cometido, en este caso el de matarnos. No existe piedad, y pensar que podríamos encontrar algo parecido son esperanzas infantiles.

El disparo se pierde en la pared atrás de nosotros. Aomine y yo terminamos en el suelo, tirando unas cuantas mesas y sillas en nuestra caída. Me duele todo el cuerpo, aun así giro lo más rápido que puedo y busco a Kuroko; mis ojos conectan con los de él. Desde que Kise cruzó la puerta hace ya varios minutos he estado viviendo una constante sensación de temor, cada vez más horrorizado con cada mirada de Kise, advertencia sobre Kuroko o amenaza hacia mí o Aomine; pero nada se compara con la sensación de pavor que me aguijonea cada parte de mi cuerpo, un escalofrío que recorre mi espina y paraliza mis células. Es algo siniestro y desconocido, gélido y doloroso. ¿La herida de bala? Me río ante eso. Nada comparado con el desasosiego y la angustia que puedo ver en Kuroko. Daría lo que fuera por verlo a salvo lejos de aquí, sin torturas ni asesinatos, sin hermanos enfermos o la posibilidad de fallecer. Lo daría todo, mi vida incluso. Qué irónico es el destino: estoy dejando la vida y Kuroko lo que menos está es a salvo. Sería maravilloso volver a abrazarlo sin tener preocupación alguna, susurrarle un sincero «te amo» y volver a besarlo. Lo hubiera hecho antes de salir de casa, en la mañana al despertar, anoche, ayer, el día anterior, lo hubiera hecho muchas más veces. De haber sabido que esto ocurriría lo hubiera amado con mayor intensidad hasta quedarme sin aliento.

Creo escuchar un gruñido de parte de Aomine; trata de levantarse, pero al percatarse que le he llenado la camisa de sangre se detiene. Susurra mi nombre e intenta detener la hemorragia. Cada vez me siento más débil, sin embargo eso no es impedimento para intentar levantarme al ver que le hijo de puta de Kise abraza a Kuroko por la espalda. Me niego a aceptar semejante abominación, cómo se atreve a tocarlo con sus sucias y corruptas manos.

—Kagami, quédate quieto. —No importa cuántas veces me lo pida Aomine, no lo voy a consentir. Tengo que alejar a Kuroko y protegerlo. Y es el mismo Kuroko quien me detiene con una mirada suplicante. Sé que lo hace por mí, para evitar agravar la hemorragia, pero, pareciera que acepta el abrazo de Kise, su cercanía, le da la esperanza de aceptar sus enfermizos sentimientos.

—Kurokocchi, disculpa, no quería alterarte. —Kise se nota claramente afligido. Si antes sentía aversión por este chico ahora es asco. La ira me carcome, me muerdo la lengua para intentar aplacarla un poco. Estamos dentro del juego de Kise, totalmente controlados. Es humillante y cruel, tan inhumano—. Te dije que no hicieras nada estúpido —se dirige a mí—, ¿tendré que recordarte lo que le hice a tu amiga?

La sola mención me provoca náuseas. Parece que Kuroko capta enseguida el mensaje del que está hablando, lo mira de forma indescifrable, como si estuviera suplicando para que todo sea una broma.

—Hey, Aominecchi, abre la bolsa —ordena Kise. Aomine parece totalmente confundido, pero con un asesino armado frente a él tiene que obedecer. Me deja recargado en una de las tantas mesas que tiramos. Coge la bolsa y desplaza el ziper con lentitud; el sonido rasposo es como un preámbulo del caos que se avecina.

—No… No lo hagas Aomine —suplico. Las tripas se me revuelven de pensar en el dolor que sentirá al verlo.

Aomine se detiene al ver un par de hebras color rosa, abre la boca sin emitir sonido alguno. Lo que alcanzó a ver son los mechones de cabello ensangrentado, un poco de piel, parte de una oreja.

—¿Qué hiciste…? —pregunta Kuroko sin poder creer lo que sus ojos ven.

—¿Ah, eso? Tenía que hacerlo. Todos son una molestia para nosotros, Kurokocchi. Solamente debemos de ser tú y yo para ser felices. Ella estorbaba.

—Momoi-san…

—Aomine —trato de llamarlo, alejarlo de la locura que el dolor puede crear. Sin embargo Aomine no responde, coge el cabello rosa manchado en sangre entre sus dedos; parece ido, perdido ante la aflicción e incredulidad.

—Satsuki. —Alcanzo a escuchar que susurra. No es el mismo Aomine que conozco, algo dentro de él se resquebrajó junto a Momoi. Suelta los cabellos, se levanta para encarar a Kise; parece un animal salvaje, un depredador dispuesto a despedazar a su presa. Es completamente intimidante tanto que un escalofrío recorre mi espalda al verlo, hierve en furia, todo ello canalizado a Kise.

Un nuevo silbido.

—Él estorbaba. —La voz impasible de Kise corta el silencio  que se formó por un instante. No lo puedo creer. No quiero creerlo. Que alguien me despierte de esta jodida pesadilla.

El cuerpo de Aomine cae al suelo, a un lado del bolso. Una mancha rojiza se hace cada vez más grande debajo de su cabeza. Me arrastro hacia él mientras gruesas lágrimas bajan por mis mejillas. La sangre le ensucia el rostro, humedece sus cabellos, la vida y presunción que habitaban en su mirada como una perfecta simbiosis ha desaparecido, dentro de sus ojos azules ya no hay nada, están vacíos.

—Aomine… Daiki… —lo muevo para que me conteste aunque sé bien que no volveré a escucharlo hablar. Era como un hermano para mí, mi mejor amigo, y ahora sólo es un cadáver.

—Aomine-kun… —el susurro de Kuroko logra sacarme de mi ensimismamiento. Me giro para verlo y poder compartir un poco de la tristeza y el dolor que ambos sentimos. Aomine también había sido muy cercano a Kuroko, más que cualquiera de sus amigos, al igual que Momoi.

No me sorprendo al ver que Kise me apunta con el arma; ya no me queda fuerza física para intentar hacer algo. Estoy consciente que moriré pronto ya sea por un nuevo disparo en la cabeza o por desangramiento. Mi deseo de hacer pagar a Kise sigue intacto, o más bien ha aumentado con cada horroroso acto; sigo queriendo molerlo a golpes, despedazarlo como lo hizo con Momoi, inflingirle daño como me lo hizo a mí… devolver todo el sufrimiento que le ha hecho pasar a Kuroko aumentado a cien, mil veces… matarlo, asesinarlo de la peor forma posible, aunque no merezca ni mi odio por mucho que me hierva la sangre en ira. Pero a mi cuerpo ya no le quedan fuerzas.

—Kuroko, ¿recuerdas la vez que te declaraste? —le pregunto consciente de no ser el momento adecuado, sin embargo si son mis últimos minutos prefiero pasarlos recordando los mejores momentos de mi vida y no cayendo en el juego de un psicópata. Kise se tensa al escucharme y hace amago de disparar en cualquier momento. Da igual si lo hace—. Fue antes de que me fuera a una excursión con Aomine al otro lado del mundo. ¿Hace cuántos años? Cinco, creo. Ha sido el único viaje que no disfruté porque lo único que quería era regresar contigo. Fastidié a Aomine todo el tiempo diciéndole cuánto te extrañaba y lo mucho que me arrepentía de no haberte dicho antes que te amaba…

—Cállate —el murmuro de Kise es aterrador, la frialdad en su voz provoca que se me ericen los vellos de la nuca.

—Después Aomine me amenazó con golpearme si no conseguía ser feliz contigo el resto de nuestras vidas. Dijo que eso era el pago mínimo por haberlo hartado en ese entonces —sonreír me cuesta trabajo. No consigo tomar el aire necesario, mis pulmones no responden bien.

—Cállate…

—Me hubiera gustado decirte… no, demostrarte todos los días cuánto te amo —continuo ya sin poder enfocar bien a Kuroko, lo último que logro ver con claridad es su rostro bañado en lágrimas. No es el retrato de él que quiero llevarme al dejar este mundo, pero, ya no queda tiempo ni vida para cambiar el escenario. Al menos agradezco poder despedirme de él—. Ser correspondido también, soy inmensamente feliz de saber que me amas, Tetsuya… hubiera sido maravillosos poder seguir juntos.

Tengo que detenerme. La sangre brota por mi boca a tal grado que resbala por mi barbilla en un pequeño y constante riachuelo; ya no lo puedo detener, no tengo control para ello.

—No, Taiga… No…

Intento sonreír al escuchar la voz de Kuroko, no le doy importancia a su tono suplicante y febril. Es su voz la que me llena, aplaca el dolor y me brinda la satisfacción de saber que, poco o mucho, pudimos estar juntos, felices, compartiendo alegrías y tristezas, fue saborear la vida plena y perfecta a su lado. No cambiaría nada ni un solo segundo; cada instante, pequeño recuerdo y experiencia vivida fue maravilloso. Sin arrepentimientos, sólo viviendo.

—¡No! ¡Taiga! ¡Contéstame! ¡Háblame!

La voz de Kuroko se escucha lejana. Ya no sé si tengo los párpados abiertos o cerrados, si aún respiro o ya he dejado este mundo. La danza tribal, música que vive dentro de mí convertida en latidos de mi corazón prosigue lenta, pausada, suave…

—Te amo, Tetsuya. —Mi epitafio.

Y la música termina con un silbido.

Silencio.

*

*

*

Su labio inferior tembló mientras trataba de encontrar la forma para evitar ahogarse; Kise lo estrechó con más fuerza después de bajar el arma. Sintió como aspiraba sobre su cabello y pensó en cuánto asco podía sentir por una persona, más concretamente por su hermano. Relegó esas ideas hasta el fondo de su consciencia, por ese instante nada valía más que Kagami, el cadáver de Kagami que yacía frete suyo con una herida de bala en la cabeza y una enorme mancha rojiza sobre su abdomen. ¿Murió antes de que Kise le disparara? Por primera vez Kuroko rezó para que así haya sido.

—Seguía diciendo todas esas incoherencias, no se callaba —fue la explicación que Kise le dio, sus motivos para haber arrancado a Kagami de su lado, permanentemente.

—Ka…gami-kun…

No se percató de cuánto había llorado hasta que las lágrimas le recorrieron el cuello desapareciendo entre los pliegues de la ropa y los brazos de Kise. Sin pensar, Kuroko, se arrojó sobre el cuerpo de su pareja; ni la fuerza de los brazos que lo aprisionaban pudo detenerlo, cayó el suelo gritando el nombre de la persona que más amaba, llamándolo, tratando de aplacar un poco el agobiante dolor de saber que jamás volverá a tenerlo a su lado.

Se manchó con la sangre de Kagami; sus lágrimas se tornaron rosas como los ojos de Satsuki; la cólera en su interior aumentó a tal grado que simpatizó con el odio de Aomine; el sufrimiento le quemaba las entrañas, era una tortura visceral, ¿Kagami había vivido semejante tormento?

—Kurokocchi, ahora podemos ser felices los dos juntos. Sólo tú y yo.

Un pensamiento se asentó en su cabeza: la realidad de saberse solo.

Kise le arrebató todo.

Kuroko alzó su mirada llorosa hacia su hermano, aquel que le juró amor eterno cuando apenas eran unos niños, que lo sobreprotegió, cuidó, acosó hasta el punto de ser internado en un psiquiátrico, y que ahora asesinó, mutiló y torturó a las personas que más apreciaba. Kise era el culpable de todo. Kise debía de pagar.

Venganza.

Eso era lo único en lo que pensaba.

Venganza.

Le sonrió como alguna vez le llegó a dedicar: con esa amabilidad y comprensión fraternal, dulce y tierno, lleno del amor que Kise ansiaba probar. En el fondo lleno de furia y desprecio. Kise, ingenuo, le devolvió la sonrisa y lo abrazó con mayor ímpetu. Kuroko se aferró a su nuca, le acarició el cuello, los hombros, siempre sonriendo; bajó por los brazos, entrelazó sus dedos. Sentía las lágrimas de felicidad de Kise empapando su ropa; sonrió satisfecho. Le susurró palabras tiernas, cariñosas. Cogió el arma que Kise cargaba mientras lloraba con él. Kise, extasiado por sentir que al fin su mayor deseo se volvía realidad se encerró en su propio mundo, en la burbuja de su sueño, un hermoso sueño.

—Ryouta —Kise tembló de emoción al escuchar su nombre—, me alejaste de ellos, me arrebataste lo que más amaba, es tiempo de devolverte el favor.

Un último silbido como punto final. Kise quedó en shock al sentir las gotas de sangre caliente salpicar su rostro. El cuerpo de Kuroko cayó inerte al suelo; la sangre agolpándose en el piso formando un charco que se fundió con el cuerpo de Kagami.

Silencio. Un mutismo tan cruel y tormentoso como el grito de Kise.

Silencio. Sin sonido alguno más que las sirenas de la policía acercándose.

Silencio. Silencio y soledad.

Notas finales:

Se los dije, esto fue raro xD

Gracias por leer.


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