Para ser sincero me siento algo patético estando sentado aquí nuevamente con el simple propósito de ver al alto chico de piel blanca y cabello negro que toma esta ruta hacia su casa, he de suponer.
Lo vi por primera vez hace un año, aunque no sabría decir cuándo exactamente, sólo recuerdo que era un día de primavera, hacia mucho calor y yo tomaba un café helado tratando de refrescarme un poco.
Me encontraba sentado al aire libre. Adentro era más fresco pero nunca me ha gustado el aire acondicionado, así que preferí sentarme fuera y ver a la gente pasar. Era entretenido, ver como cada persona pasaba ensimismada en pláticas o pensamientos, todas eran personas normales, excepto él. Ese chico alto lleno de una energía que parecía contagiosa.
Y desde ese día comencé a venir todos los miércoles, los días que después de observarlo averigüé eran aquellos que tomaba esa ruta a la hora que yo iba a esa pequeña cafetería cerca de mi trabajo, me siento en el mismo lugar, cuando es posible, y pido lo mismo.
Es ridículo, porque jamás me le acerco y sólo lo miro de reojo, es ridículo porque soy un hombre adulto enamorado de un chico de preparatoria y es ridículo porque no tengo ni la más mínima oportunidad con él.
Me encuentro sentado en mi lugar favorito y algo de la lluvia que cae salpica mi rostro. Lo he decidido, éste es el último día que vendré, es hora de seguir adelante, me hubiera gustado ver a ese alto chico una vez más, pero con el clima no creo que sea posible; tal vez así esté destinado a ser, tal vez tenga que despedirme de él silenciosamente sin haberlo visto por última vez.
Me paro y tomo mis cosas cuando siento a alguien chocar contra mí con fuerza, como si hubiera ido corriendo, volteo a ver a la persona, que seguramente se ha caído y grande es mi sorpresa cuando me encuentro con un par de enormes ojos negros mirándome.
–Lo siento.– le digo, y le tiendo la mano para que se levante.
Al tomarla me sonríe. Es él.
–Discúlpame tú a mí. Iba corriendo sin ver por donde iba.
–No te preocupes.
Lo miro y pienso que quizá aún no es hora de renunciar a él, y que es momento de tomar esta oportunidad.
–Me llamo Junhong.– me dice.
–Yo soy Yong Guk.
Nos quedamos un momento en silencio, pero tomo valor.
–¿Quieres ir a comer algo?– le pregunto.
–He estado esperando esa invitación desde la primera vez que te vi.
Lo miró sorprendido, pero el sólo me sonríe.
Hace frío, pero no lo siento, sólo siento el cálido sentimiento que me brinda su sonrisa.
Caminamos bajo una sola sombrilla, la mía, muy cerca el uno del otro. Junhong parece feliz, como si hubiera estado esperando mucho tiempo por esto.
–¿Puedo preguntarte algo?– le digo.
–Claro.
–¿Cuándo fue la primera vez que me viste?
–Te lo diré, si me dices por qué me invitaste a comer.
Entro en pánico, pero creo que es hora de dejar de ser un cobarde.
–Me gustas desde hace un año. Ya sé que suena ridículo puesto que nunca habíamos hablado, pero cuando te vi por primera vez vi en ti mucha energía, de esa que contagia a los demás.– le digo, y me sorprendo de lo fácil que es hablar con él, incluso de algo tan vergonzoso.
–¿Dónde me viste?
–Frente al café donde te caíste ahorita–le digo riendo.
También ríe conmigo y me dice.
–Yo te vi antes.
–¿Qué? Eso no es posible, lo recordaría.
–No lo recuerdas porque tu no me viste.
–¿Dónde fue?– pregunto con curiosidad.
–En una tienda de discos en el centro. La más grande que hay, creo.
–Es mi tienda favorita.
–Fui la primera semana que me mudé. Buscaba discos y te vi en una sección de rap. Creí que era sólo una coincidencia, pero no podía apartar mi vista de ti, creo que me gustaste desde esa vez. Luego, pensé que no te volvería a ver, y un día estabas fuera de esa cafetería todos los miércoles; se convirtió en mi día favorito de la semana.– me confiesa lo último con una ligera risa.
Me quedo sorprendido con lo que me ha contado, pero eso no me impide sacar mi mano del bolsillo de mi abrigo y tomar la suya. Me mira con los ojos muy abiertos pero no se suelta de mi agarre.
Quizá sea algo apresurado o quizá no, al fin y al cabo nos hemos estado observando por más de un año, la espera ha terminado.