Nada de dramas cocinero (Parte II)
¿Nunca han tenido la sensación de haber tomado malas decisiones, pero ninguna tan mala como esa, esa que les produce un horrible malestar a diario? Que roba el sueño y los momentos de tranquilidad…
Intentaba ignorar esa sensación, como de vértigo seguido de un nudo que le secaba la garganta. Demonios, había sido un completo estúpido.
Quería a Luffy, eso era más que seguro…entonces ¿Cuál era el problema? ¿Qué era lo que le molestaba tanto?
Ah sí, el cocinero.
No era justo lo que le había hecho a Sanji. Era ruin. Era una vil traición. Haberse acostado con Luffy había sido una falta grave a todos sus valores éticos y morales.
¿Cómo podía mirarse al espejo cada mañana?
Si era sincero consigo mismo, nunca meditó bien las cosas ni tampoco las posibles consecuencias que sus acciones acarrearían.
No pensó en el dolor que sintió aquel sujeto que era amante del que fue su mejor amigo y ahora ¿pareja? En aquel momento, simplemente miró con altanería dentro de aquellas pupilas plata que borboteaban en ira y en otro sentimiento del que no se percató, o más bien, ignoró.
Tristeza.
Una profunda tristeza. Porque Zoro le arrebataba algo importante, algo que quizá significaba para ese hombre más de lo que podía demostrar.
Y pensar en ello solo le hacía sentir peor.
Cada mañana que despertaba en aquella cama ajena, durmiendo del lado que no le correspondía, dentro de aquel departamento que no le pertenecía, lleno de objetos que significaban algo para Luffy más no para él.
Porque Luffy era una persona fantástica, rebosante de vida y terriblemente cautivador. ¡Por supuesto que todos sus días estaban llenos de color! Ridículo sería negarlo.
Pero faltaba uno.
A su vida, ahora, le faltaba un poco de azul.
Color que representaba las tristezas, la serenidad de un cielo de verano, el frío de la soledad y el cariño de alguien preocupado.
La mente de Zoro estaba llena de ausencias y su corazón, completamente vacío.
– Mi lugar no está aquí y no es contigo… –
–Espero que Sanji no te reciba de nuevo, yo no lo haría– y antes que la puerta de roble se estrellara contra sus narices, alcanzó a musitar un melancólico “lo siento”.
Una patética y sincera disculpa que ya nada podía reparar.
Porque Luffy no se lo merecía.
Y como castigo para Zoro, este seguramente vería perdida una amistad larga y real. Una en la que habían cruzado un límite.
No merecía el perdón de Luffy, o el de Sanji, o el de aquel sujeto tatuado de quien nunca supo cómo se llamaba.
–Tienes cojones para atreverte a venir aquí– y sin embargo, ahí estaba frente al hombre que fumaba como si su vida dependiere de ello.
–Supongo que si…– ¿Qué más iba a decir? ¿Qué derecho tenía para hablar? Nada, ninguno.
Y creyó que el silencio sería eterno, pero se equivocó…
– ¿Quieres pasar? Hice café–
Cuando la sorpresa y la curiosidad pudieron más con Zoro, pudo atreverse a enfrentar aquella cristalina mirada.
Pudo enfrentar sus propios miedos y su idiotez. Había cometido la peor equivocación de toda su vida. Tuvo que irse para entender que todo lo que necesitaba había estado siempre frente a sus ojos.
Y el azul de aquellos ojos nunca le había parecido tan brillante.
Y las fotografías en la pared nunca le habían hecho tanta falta.
Y nunca se había alegrado tanto de tener la oportunidad de pedir perdón.
Y el café nunca supo mejor.