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Fatalidad y cerezos en flor por Baal

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Notas del fanfic:

Esta obra fue originalmente posteada en Watppad bajo el username @valshee.

Obra registrada y protegida en Safe Creative bajo la autoría de Anna Maria.

© Todos los derechos reservados.

Notas del capitulo:

Enjoy!

Escena Primera.

 

—¿Extranjero? —pregunta Momo, la geisha. Noburo asiente—. Lo tenían bajo llave. Me siento un poco mal, a decir verdad. Mi cliente favorito es prácticamente un desconocido. ¿Chino, acaso?

Noburo ríe con ganas.

—Coreano —Y corrige por ChanYeol.

ChanYeol hace mucho que ha dejado de prestarles atención a ambos y a su parloteo incesante. Esta noche en especial, Momo se ha encargado a lo largo de la velada de llenarle seis veces el vaso con sake[1] y eso le está cobrando la cuenta.

Se siente nauseabundo e irritable.

—Maldita sea.

El salón de té se ha vuelto hacia la oscuridad y sólo un par de linternas blancas de papel iluminan el lado que tiene suerte de escenario, en donde una geisha, de kimono rojo fiesta y dragón magistral bordado en hilos de oro, les da la espalda a los comensales. ChanYeol la reconoce, la vio antes servirle el té a un hombre vestido de occidental y envuelto en aires importantes. Había tomando la tetera de porcelana, mirando a su interlocutor, y luego la inclinó dejando entrever apenas un retazo de su muñeca derecha. A ChanYeol se le antojó la mujer más hermosa y delicada del lugar. Al lado de ella, una niña sentada sobre sus rodillas con meticulosidad se cierne sobre un kotō[2]. Es regordeta y su rostro a ChanYeol le da risa, sin embargo, no está a mucho tiempo de comprender que la gracia de la niña está en crear lugares con sus dedos y no en su apariencia.

Comienza como un susurro sobre los párpados. Con sus dedos gráciles la maiko[3] toca dos cuerdas en la base del kotō de forma simultánea y se detiene por momentos. Los transporta a una majestuosa cascada de cristalinas y gélidas aguas protegida por un bosque invernal. Luego se hace el silencio, pero si se agudiza el oído, se puede oír como una ligera brisa mece los cerezos deshojados, ahí, tranquila y desapercibida. La geisha de kimono rojo con dragón dorado gira con parsimonia y los mira a todos. Su boca es un rictus profundo, serio y rojo, y las hebras medianoche le perfilan el rostro. Se mueve apenas, muy floja, al ritmo del viento que hace oscilar las ramas, convirtiéndose en sólo una prolongación de ellas.

Silencio.

La maiko mueve con frenesí los dedos sobre las cuerdas más cercanas a la esquina de la base y crea una tormenta. Sin aviso, la tranquila brisa se transforma en un torbellino impío que sacude las ramas de los árboles con cruenta violencia. La geisha yergue la cabeza, hay una flama de convicción en sus ojos. Alza una sombrilla que ChanYeol nunca vio sostenerla, y la abre de cara al público, mostrando cómo las ramas del cerezo se despiden de sus hojas que son llevadas lejos a merced del viento sobre aquel fondo rojo. Acomoda la sombrilla en su hombro y la hace girar desde el mango. La maiko sigue en su labor de crear tormenta, con la mano izquierda tira de una cuerda a la vez, sin dejar el movimiento flemático de la mano derecha. Y nieva. El viento se vuelve más voraz y le arrebata súbitamente a la geisha su sombrilla, que, calculada, cae tranquila a los pies del hombre de traje occidental. La mujer sigue con la vista la trayectoria de la sombrilla y extiende el brazo, dejando ver su mano, delgada y larga, para ir a cogerla. Se le dificulta la movilidad, sin embargo, trata de abrirse paso por entre la tormenta, pero ésta no quiere dejarla y enfurece. Y por haber osado a desafiarla le remece con fuerza. A la geisha se le cae el hombro del kimono y se le descubre el propio, pálido, exquisito, ofrecido, que no tarda en ocultar tras una persiana negra y lacia, moviendo apenas la cabeza.

La maiko vuelve más rápido los movimientos de la mano derecha. Es una tormenta feroz. El viento ruge y hace caer a la delgada geisha con lentitud. ChanYeol lo ve todo con detalles. Ella estira los brazos con gracilidad hacia un lateral, formando una perfecta línea recta hasta llegar al dedo índice medianamente alzado. Su cuerpo forma una curva sensual mientras cae con la tela ondeando hacia atrás. Tiene la boca abierta en una mueca de terror, le grita al firmamento con la expresión de sus ojos, que han comenzado a derramar lágrimas amargas: «¡Amaterasu[4], soy yo, tu mujer! No me dejes morir en esta tormenta hambrienta de mi».

El miedo se cierne sobre ChanYeol cuando su mirada se conecta con la de la artista por apenas un eterno segundo, siendo capaz de sentir el desamparo, el miedo, la incertidumbre y la angustia: la vorágine oscura que se han vuelto los pensamientos de la mujer en la tormenta. A él se le oprime el estómago.

 La geisha cae y no se oye ruido alguno, como si hubiese caído una pluma en vez de una mujer de carne y hueso.

Silencio.

Como el íntimo beso de alguien que ama, dulzón y calmo, mueve las cuerdas la maiko y las hace vibrar. Es el viento sereno. Es la primavera. Amaterasu la ha escuchado. La diosa no permitió la muerte de su mujer y por eso ha obrado a su favor.

La geisha se cierne sobre sus rodillas y los mira a todos con ojos cansados y agradecidos. El silencio a gobernado todo, su kimono es un desastre, ella respira con arritmia. Y cuando todos creen que ha terminado la presentación, la maiko vuelve de crear la primavera con sus dedos. La geisha, repentinamente, mueve un brazo haciendo oscilar la manga del kimono cual ala de garza, y lo sitúa frente a su estómago. Crea un ángulo recto que compromete su mano, su muñeca y sus uñas rojo sangre, que apuntan hacia arriba. Repite el proceso con su otra extremidad, pero esta vez el brazo lo acomoda frente a su rostro, quedando sus dedos paralelos a su nariz. Y se echa hacia atrás, sorprendiendo a todos. Se dobla y se deja caer, despojada de huesos, y su cabeza toca el suelo. Su cuerpo le habla a la diosa: «Soy tuya. Haz de mi lo que quieras». Un último suspiro. Terminan con una cuerda que vibra infinita.

La tormenta se vuelve a desatar y una avalancha de aplausos, silbidos y gritos llena el lugar, alabando a la geisha y a su protegida. Las dos se levantan y, elegantes y al unísono, se inclinan con respeto.

ChanYeol lo único que quiere es ignorar a la geisha y a su protegida, a Momo y a Noburo, y salir al patio de la casa de té porque ha comenzado a sentirse mal. Tiene un nudo en la garganta y en la boca del estómago. Se siente angustiado. Algo cambió dentro de él al ver directo a los ojos de la geisha de rojo.

Apenas baja de la escalera de madera y pone un pie en el karesansui[5] de la casa de té Hajime, su vista se ajusta a la figura que está ahí en la calle, aferrada al pilar de la casa de en frente como si fuese la única tabla en medio del océano. Tiene el uchikake[6], negro y con neblina roja a los pies, desatado y sostiene el obi[7] color niebla en la mano derecha, con la cual abraza también el pilar. Trata de cubrir su torso desnudo a como dé lugar con su única mano libre, pero falla torpemente. Así deja que ChanYeol recorra con descarada libertad toda la longitud de su pierna, delgada, tersa a la vista, de destellos plateados a causa de la luz y desnuda, ofrecida. ChanYeol se asia los cabellos y traga con dificultad, acalorado. Sube la vista hasta encontrarse con el rostro de la mujer: una mueca de angustia, ojos aterrados y cejas fruncidas. Respira por la boca, agotada, como si hubiese corrido mucho, mucho. Quizá demasiado. Hay dolor en esos ónixs negros que tiene por ojos; son dos pozos de sufrimiento acumulado. Ojos suplicantes por piedad. Ojos ígneos, flamantes de deseo y ardientes en convicción, también.

—¡Señor ChanYeol! Lo estábamos bus... —Momo grita y la magia se esfuma— ...cando—ChanYeol, casi por inercia, voltea y mira con recelo a la geisha, pero extraña a la mujer del pilar y su mirada la busca.

Sin encontrarla.

Sólo cuando el hechizo de la mujer se rompe es cuando se da cuenta de que está nevando, al igual que en el mundo onírico que las manos de la meiko y la interpretación de la geisha de kimono rojo y dragón dorado crearon.

Y vuelve a sentirse nauseabundo. Todo da vueltas, en el exterior y el interior de él. Rauda y advertida, Momo no tarda en llegar a su lado y pasar el brazo ajeno por sobre sus hombros antes de que ChanYeol caiga. Él descansa todo su peso sobre la joven y se dobla para devolver.

—¡Ah! —Momo se queja, apartando el rostro hacia un lado—. Eso es para aprender, señor Park, no me acepte más de cuatro copas de sake en el futuro.

Como puede, la geisha lleva al hombre a cuestas de regreso a la casa de té. Él va medio consciente, perdido en sus propias divagaciones, pensando y recordando, aún atrapado en la negrura de los orbes de la mujer. Ladea con lentitud la cabeza para encarar a Momo, quien lo mira expectante.

—¿Cuál es el nombre de esa geisha? —pregunta, con un hilo de voz.

—¿Geisha? ¿La mujer de allí afuera? —Momo sonríe, condescendiente—. Ella no es una geisha, señor Park. Es una tayū[8]. Aunque a ella le gusta más llamarse oiran[9]. Ya sabe, para aparentar más categoría —ChanYeol la mira con desconcierto —. Prostituta —aclara luego.

— ¿Cuál es su nombre?

—Byun.

 

Escena Segunda.

 

ChanYeol no es tonto. No por nada le conocían como erudito[10] en sus tierras. Así que reconoce de inmediato el nombre Byun como un apellido propiamente Coreano, cosa que el buen amigo Noburo, siempre dispuesto a brindar una mano amiga, confirma al aclarar que no es un nombre japonés.

—Pero suena bonito,ChanYeol. Puede que por esa razón se haga llamar de ese modo —comenta—. Las maikos cambian su nombre cuando son convertidas a geishas. Puede que las tayūs pasen también por el mismo ritual.

—Puede que sí —responde ChanYeol, sin convicción alguna.

Él sigue firme en su convicción: ése es un apellido coreano, no un conjunto de letras que suenan, sencillamente, armoniosas.

Se despide de su amigo y toma su abrigo de piel de zorro del perchero. Ha decidido vestir hoy ropas occidentales, le parece más formal para realizar negocios, además puede vestir abrigos y es eso lo que se requiere en medio de un invierno tan crudo como el que se está viviendo. Noburo lo despide desde la puerta y lo invita a la casa de té Hajime, pero ChanYeol no quiere volver allí al menos por un tiempo.

Desde su llegada a Kioto, ChanYeol no deja de sentirse incómodo y frustrado al andar por las estrechas calles abarrotadas de puestos de verduras, comida rápida -los cuales la mayoría pertenecen a langostas asadas-, alhajas y telas de mala calidad de la cuidad; por no sumar niños y carretas tiradas por hombres que van de aquí hasta allá. Todo es un verdadero caos. Y piensa que si para arreglar este desorden se necesita ser un poco más como occidental, no está en desacuerdo de modernizar la nación. Aunque, qué voto va a tener él, un coreano que huye de la guerra Sino-Japonesa y trabaja con opio importado desde la India.

Respira hondo y sigue su andar como de monarca, de importante, de consejero real, para que se aparten los demás cuando él está pasando. Y le funciona bien porque tiene el porte, tiene la mirada, tiene el traje occidental y el abrigo de pelo, y tiene también un cigarrillo en la mano que le hace parecer, incluso, algún presidente de alguna empresa cualquiera.

En síntesis, nadie le se atreve a ofrecerle ni una sola especia. Y eso le agrada porque no compra cualquier baratija. Y tiene prisa, además.

—¡Maldición!

ChanYeol baja la cabeza para ver al flacucho y andrajoso muchacho que se aferra a su abrigo de pelo como si fuera madera en la inmensidad del mar. El desconocido los hace girar, desapareciendo él de la vista de aquellos hombres que giran y le buscan con la mirada.

—Ayúdeme —susurra, bajito.

ChanYeol varía su atención desde el cervatillo, menudo e indefenso que se esconde tras él, hasta los dos tigres que le quieren dar caza algunos metros más allá. No sabe qué es lo que debe hacer. Baraja posibilidades en su mente, veloz. Puede que el pequeño ciervo termine por resultar un lobo y si así es debería entregarlo. Pero el asunto es que no quiere hacerlo. Prefiere creer que el cervatillo es, en realidad, un cervatillo y se despoja de su abrigo de pelo, sintiendo la brisa helada colisionar con su espalda, y se lo echa sobre los hombros al pobre muchacho.

Ambos esperan, muy juntos, la marcha de los depredadores. En algún momento el cervatillo alza la vista para encontrarse con los ojos de su salvador, inquietos. ChanYeol se siente extraño, siente una extraña desazón que comienza a anidar su alma al ver los ojos medianoche del cervatillo, tristes y culpables.

Se siente... Hechizado.

Pronto la gente comienza a murmurar acerca del pobre diablo con abrigo de pelo y del hombre importante con traje occidental que están innecesariamente juntos en la vía pública, como si aquella no fuese la vía pública, sino que una galaxia completamente diferente sólo para ellos dos. Y ChanYeol lo siente y los escucha, así que lleva sus grandes manos hasta los hombros del cervatillo para alejarlo de sí.

—Te obsequio el abrigo —ofrece, mirando distraído a su alrededor—. Lo necesitarás si quieres pasar desapercibido —Desde interior del saco extrae un reloj y lo analiza—. Bueno, te dejo.

No avanza siquiera diez pasos y voltea. Voltea y no sabe por qué. Quizá da la vuelta porque quiere asegurarse de que no siguen los tigres rondando acechantes por ahí, o a lo mejor porque quiere ver aquellos ojos por última vez.

Y ahí estaba el cervatillo, flaco y hecho un ovillo dentro del abrigo de pelo, viéndole marchar. ChanYeol se permite sonreírle antes de reanudar el paso.

Corre, porque gracias al cervatillo va atrasado.

 

Escena Tercera.

 

Ha vuelto a la casa de té Hajime. En el karesansui nota que han plantado un nuevo árbol.

ChanYeol asiste con la esperanza de que la geisha de kimono rojo y dragón dorado, que hoy es blanco y una garza lo atraviesa entero, vuelva a bailar en compañía de las melodías que la maiko crea. También alberga la esperanza de volver a ver a la oiran de ojos negros y tristes. Sin embargo, ninguna de los dos escenarios parecen próximos a ocurrir y ha comenzado ya a irritarse de la compañía de Momo y de su voz estridente.

—Bien —Carraspea antes de continuar—. Creo que mi tiempo libre se ha agotado. Nos vemos en otra fecha, Momo.

Al salir de la casa de té, ChanYeol siente las presurosas pisadas de la geisha tras las suyas. Gira los ojos hacia el cielo; no quiere lidiar con Momo y su insistencia ahora, tampoco nunca. No recuerda desde cuándo Momo le parece, en exceso, molesta. Admite que desde hace meses se siente más irritable de lo usual, quizá sea porque extraña sus tierras y a su gente, o porque sus negocios flaquean y eso, sea como fuere, se traduce en intolerancia pura hacia la geisha. Y le apena, porque sabe que Momo es agradable. En el pasado, incluso, la geisha había llegado a ganarse una parte de los pensamientos del joven coreano. Sin embargo, nadie sospecha los límites en que Momo le es desagradable hoy en día.

Reúne paciencia. Paciencia y dominio propio porque no quiere alzarle la voz a ninguna mujer en lo que dure su vida, por muy longeva que pueda llegar a ser y por muy molestas que éstas le parezcan.

—Momo, te dije ya que debo marchar —excusa, con voz cansina.

—Ésa es una verdadera lástima, señor Park —ChanYeol se detiene porque esa voz, aterciopelada y suave como una caricia de seda, no le pertenece a Momo.

Gira sobre sus talones, con cautela, para ser preso de una sorpresa tan grata que podría incluso sonreír hasta mostrar las encías y saltar como una cabra endemoniada. Frente él, la geisha de kimono blanco atravesado por una garza, baja despacio los escalones de madera mientras le regala una sonrisa roja.

—Soy Kumiko, señor —habla con voz serena. ChanYeol quiere reír porque le parece ridículo que incluso la venia que le ofrece la mujer sea así grácil—, y tengo un mensaje para usted.

—¿Un mensaje? —inquiere.

—Pero debe que prometer que éste será un secreto entre tres.

«¿Tres?».

—Lo prometo.

La geisha asiente, satisfecha.

—Byun quiere encontrarse con usted. Me ha pedido ayuda para reunirles a ambos en secreto. Acompáñeme —ordena.

ChanYeol sigue a Kumiko de vuelta a la casa de té Hajime aunque la inseguridad no le abandone. La geisha le explica en el camino que nadie sabe que un salón será ocupado y le pide discreción y rapidez, porque no quiere verse envuelta en problemas en la casa que supone su principal fuente económica. Pasan de largo el salón principal, que estalla en risotadas y voces demasiado exaltadas, hasta uno de los últimos. Kumiko desliza la puerta y luego franquea el paso para ChanYeol. Él avanza, pero gira y la mira con interrogación, con duda, con ésa inseguridad que repiquetea en sus nervios. Ésa inseguridad que dura hasta que una linterna ilumina el lugar y logra acaparar su atención por completo. Byun le espera, enfundada en un uchikake burdeo, sentada sobre el tatami[11]. El sonido seco de la puerta corrediza cerrándose lo obliga a adentrarse.

"No es bueno fiarse de esa mujer", le había susurrado Kumiko antes de abandonarle a su azar.

—Park ChanYeol —pronuncia ella.

Park ChanYeol. Dicho por ella. Con su voz de seda o tercipelo, quizá.

Con un movimiento de manos, Byun le indica que tome asiento frente a ella, él obedece de inmediato, hipnotizado. Byun toma una pequeña tetera de porcelana ocre y le sirve una infusión de té verde aromática sin parsimonias; no le muestra un poco de piel, no hay delicadeza en sus movimientos. Sin embargo, mientras lo hace, le mira directo con ojos de depredadora, sensual. Él traga con dificultad, sintiéndose repentinamente incómodo. Acobardado, baja su mirada incapaz de sostenerla hasta la taza cuando Byun se ha alejado, y toma de su contenido a duras penas.

El silencio a ChanYeol le resulta tan extraño como toda esta situación en la que se ha visto envuelto. No deja de ser incómodo, claro está, pero hay algo, algo tan sutil y que le resulta tan embriagador, que le tiene hechizado. Y que le gusta, en cierto modo. Una combinación agridulce entre la fascinación y la inseguridad, porque siente que de quedarse más tiempo bajo el hechizo de la oiran su vida podría cambiar por completo. De todos modos, al oír el suave y vibrante ronroneo del shakuhachi[12] acompañado de un tímido kotō, ése malestar se disipa como nubes besadas por la brisa.

La oiran se levanta y con sencillez camina hacia el área desocupada, tomando lugar frente a él. Se escucha la música desde la otra sala. La melodía del shakuhachi y el kotō en unidad resulta sensual. Los cascabeles que suenan cada cierto tiempo marcan un compás monótono que la oiran cree oportuno copiar con un contorneo de caderas. A ChanYeol le parece exótica y prohibida. La oiran gira con lentitud tortuosa sobre su eje, alzando floja sus manos hacia el cielo y bajándolas luego. Se desata el obi porque no puede moverse con libertad y lo deja en el suelo. Crea luego un arco con su brazo y pasa bajo el. Se mueve simulando el oleaje sereno y a ChanYeol comienza a gustarle aquel baile, porque el mar siempre ha tenido sobre él un efecto casi esotérico, o espiritual, no lo sabe bien. Pero es así mismo como le parece toda la reunión con Byun, que gira y bate las mangas del kimono en ahora un mar bravo. 

Y la odisea sigue. ChanYeol se siente como un pequeño y viejo barco perdido en la inmensidad del mar que Byun es y representa; ChanYeol es el pescador, fascinado por la influencia demoníaca que los ojos de aquella sirena danzante destilan en una llamarada prohibida.

Gracias.

 

Escena Cuarta.

 

—Pareces una mantis.

ChanYeol, después del encuentro con la oiran Byun en la casa de té Hajime, ha dejado de concurrirla. No sabe el porqué, sin embargo, entiende que no quiere ir allí más. En lugar de eso, se dedicó por semanas a buscar un lugar para visitar periódicamente como buen hombre nómade que dice ser. Ha visitado desde teatros hasta salones de juego, reuniones políticas y ha pasado por cafés también, pero nada le parece suficientemente bueno, ni mucho menos agradable. El teatro le aburría porque nada superaba a la geisha de kimono rojo y dragón dorado. Descartó los salones de juegos porque los hombres de allí le desagradaban aún más que Momo, y como no tomaban en cuenta las opiniones de un coreano en las reuniones políticas no lo intentó demasiado allí tampoco. En los cafés, donde creía que podría encajar, se sentía el hombre más solitario del mundo.

—¿Una mantis? —pregunta—. ¿Por qué?

Pero un día, en su incansable búsqueda por un refugio en donde pasar las tardes, vio pasear por las calles un abrigo de pelo de zorro rojo que le era bastante familiar. Convenciéndose de que quería ver cuál era la fortuna que sufría su abrigo y no a dónde se dirigía aquel chiquillo, decidió seguirlo. Recorrieron calles y calles, el cervatillo delante y ChanYeol atrás, por lo que pareció ser una eternidad. Varias veces se vio en la obligación de hacer el ridículo al ocultarse tras de alguien, de algún puesto ambulante, o de alguna columna de una casa cualquiera, porque el cervatillo volteaba a ver hacia atrás siempre, sospechando sus pasos. Al final, el viaje desembocó a las afueras de la cuidad. El cervatillo notó la presencia de la mantis en el inicio de un puente viejo que cruzaba un riachuelo congelado.

—Porque cuando te sientas pones las piernas en ángulo y tus manos las apoyas en las rodillas, en ángulo también. ¿Has visto a las mantis, con sus miembros en ángulo? Además, tienes ojos grandes y eres delgado y largo a comparación de la demás gente. Tal como la mantis de los demás bichos. Ambos son distinguidos, y contando.

El cervatillo resultó arisco cual gato y no quiso compañía alguna en tan idílico paraíso invernal. Pero ChanYeol, discípulo de Momo, no tomó muy en cuenta los deseos del muchacho y asistió de igual manera, a diario y sin faltar una sola tarde. Tuvieron que suceder nueve días antes de que ChanYeol fuera bienvenido en aquel puentecillo y le oyera presentarse como BaekHyun, dando a entender su procedencia. Aquel puente se convirtió, desde ese entonces, en un lugar de reunión para ambos. Lo abordaban a las seis en punto de la tarde, y desembarcaban a las ocho en punto de la noche. En el transcurso del ocaso, conversaban cosas varias, a veces sólo permanecían en silencio y contemplaban el paisaje níveo. Sólo adivinando que aquella podría ser una gran amistad.


—No creo que debas compararme con una mantis, BaekHyun. Esos bichos son fuertes, sabios y perseverantes. Es mucho honor para mí.


Y el cervatilló le contó su historia, sentados ambos en aquel puente ya olvidado:

»A pesar de que mi nombre sea coreano yo soy oriundo de Japón, no así mis padres. Nací aquí porque mi madre, obedeciendo a los deseos de mi padre, dejó la nación Coreana para instalarse en Osaka. Allí crecí mis primeros cuatro años, pero tuvimos que trasladarnos a comienzos de la Era Meji porque el daimyō[13] para el cual trabajaba mi madre debió entregar sus tierras al Emperador. Nos vinimos a Kyoto.

—Tú me pareces fuerte. Si te lo propusieras, podrías conquistar el mundo.

»Aquí tampoco corrimos con mucha suerte. Creo que estábamos malditos. Al mes, el poco dinero que mi madre había guardado, desapareció y ya no teníamos alimentos que comer ni hogar donde vivir. Nos fuimos a las afueras de la ciudad y mi madre construyó una casa a base de madera y barro nada más asquerosa. Asquerosa como el trabajo que comenzó a ejercer a espaldas mías. Comenzó a prostituirse un tiempo después, ChanYeol, para darme de comer.

—¿Qué dices? —ChanYeol ríe, jovial—. Soy sólo... Alguien común.

»Yo la observaba observar a las geishas y tayūs por igual y aprender de ellas. Veía cómo se hacía de cualquier cliente que pudiera pagar su demanda. ¿Sabes algo? Mi madre era una mujer preciosa, poseía una belleza mística casi destructiva. No corrió demasiado tiempo antes de que los burdeles la quisieran y pasara de ser una simple hashi[14] a una tayū bastante codiciada. Poco a poco los hombres la fueron llamando La última Oiran, porque era diferente a las demás. Quizá, en alguna vida pasada, mi madre fue una princesa, o hasta una deidad. En realidad lo creo porque, ChanYeol, óyeme, su belleza era ridícula.

—Te das muy poco crédito, ChanYeol. Sé que eres capaz de cosas grandes.

»Por más años que cumpliera, mamá nunca confió lo suficiente en mí como para relatarme sus penas. O puede su deseo de que viviera encerrado en mi burbuja para siempre le impedía contarme sus penurias, haciéndome creer que por fin las cosas iban bien. Pero yo sabía... No. Yo intuía sus problemas. Ella fue perdiendo su peculiar belleza, le salieron arrugas en el entrecejo porque siempre lo llevaba fruncido, tenía la mueca de tristeza plasmada en su rostro y el rastro de lágrimas tatuadas en la piel. Adelgazó. Era lógico que algo no iba bien, yo tendría que haber sido estúpido para no notarlo. Y así las cosas iban tomando un rumbo secreto que no pude adivinar del todo... Hasta que un día llegó un hombre a nuestra casita escondida, que después de desenvainar su katana[15] le abrió la garganta a mamá. Cuando ella se desplomó, yo aparecí como una visión tras de ella y él, empecinado en no dejar testigos, me dio con el mango del arma en la cabeza. No sé cuántos días fueron los que pasaron creyéndome muerto.

—Me ves con ojos idealizados, BaekHyun. Lo único que hago bien es regalar abrigos de pelo a muchachos en aprietos.

»Después de eso traté de llevar una vida normal. No sabía hacer nada porque de lo único que se ocupó mi madre fue de tener algo con que llenarme el estómago y hacerme vivir de mentiras; pero no la culpo. Así que más opciones que robar no tenía. Pero al tiempo de deambular por las calles me di cuenta de que yo debía de haber muerto. Claro que todos conocían a La última Oiran y a su hijo varón también, pero nadie parecía reconocerme. En en las calles se murmuraba y especulaba sobre la muerte que sufrió la tayū más hermosa que conoció Japón junto a su hijo, el bastardo sin suerte. Yo claramente quería desmentirlo todo, decir que estaba vivo y buscar al culpable para hacerle pagar, pero al darme cuenta de quién me arrebató la única cosa que tenía en la vida paseaba junto al Emperador, decidí que estaría mejor muerto.

Gracias.

 

Escena Quinta.

 

El invierno se iba de forma paulatina. Ya no había nevadas y el frío poco a poco amainaba.

Noburo comenzó a frecuentarlo con más regularidad e insistía en que volviera a asistir a la casa de té Hajime junto a él. Él no quería volver, pero además de BaekHyun, Noburo era su único buen amigo y no se le olvida que fue él quien le ayudó por casi medio año a acomodarse y acostumbrarse a tan extraña Nación. Así que fueron, para pasar un buen tiempo juntos.

ChanYeol, antes de ese invierno, no creía que el destino de los hombres estuviera trazado desde incluso antes del nacimiento del mundo, como sus ancestros creían antes que él. Él tenía la convicción de que, más bien, cada hombre tejía su destino de acuerdo a sus propios actos y decisiones. Pero ese día, en donde el sol se asomaba temeroso por entre la neblina pesada, como queriendo decir: «Ya viene mi reinado», cambió de parecer.

—Qué bueno tenerlo de vuelta, señor Park —saludó Kumiko antes de tomar asiento a su lado, robándole el lugar que todos y la misma Momo creyeron que le pertenecería por siempre a ella.

—Qué bueno verla, Kumiko.

—Tengo una sorpresa para usted.

—¿De qué podría tratar?

—A las nueve en punto vaya a la sala donde se encontró con Byun última vez, ella le estará esperando allí.

Si ése no era el destino moviendo de sus hilos y manifestándose ante él, no sabía qué era. Ni sabía tampoco por qué el destino le quería junto a la oiran. ¿Será que él debía permanecer al lado de tan misteriosa mujer? ¿Acaso debía ser él quien secara sus lágrimas cada noche antes de entregarse al mundo onírico? ¿Acaso debía ser él quien cincelara en una sonrisa esos labios curvados siempre en mueca triste? ¿Sería él quien asesinara los demonios que cree que posee?

—Pero déjeme advertirle de nuevo: No se fíe de Byun.

Cuando a las nueve en punto de la noche desliza la puerta del salón y ve a Byun esperándole, sabe que ese es su destino y lo saborea dulcemente.

Esta vez la tayū no baila. Le sirve el té a su invitado y luego a ella misma, y conversan. Lo hacen del clima al comienzo, luego sobre el té y exportaciones.

—¿Qué es lo que hace un coreano aquí, en Kioto? Debo confesar que siempre quise saberlo.

—Huyo de la guerra.

La tayū ríe y muestra una hilera de dientes pequeños. ChanYeol, cuando deja de ser cautivo de la melodía que le parece su risa, frunce el ceño porque no entiende cuál es el motivo de ésta.

—Es sólo que has huido al lugar menos indicado —responde, cuando ChanYeol pregunta—. Ya sabes, con el Edicto Haitōrei[16] ya circulando, la guerra civil no tardará en estallar. Japoneses alzados contra japoneses, ¿eh?

—¿Lo dices por los samuráis?

—En parte. La gente está molesta, saben que este es el paso definitivo para abrirle las puertas a la modernización occidental. Hay una minoría que está de acuerdo, sin embargo, los japoneses en general son gente muy tradicionalista.

—No creo que un poco de modernización le haga mal a Oriente entero.

—No del todo.

—Pero a ti no te interesa demasiado, ¿no? —inquiere ChanYeol. Byun niega con un suave movimiento de cabeza y baja la vista, sonriente—. Porque eres coreana también —afirma, sonriendo como espejo—. Debo confesar que siempre quise saberlo.

— Déjame contarte una hermosa y triste historia, Park ChanYeol.

»Erase una vez una mujer que, a raíz de su belleza tan destructiva, causaba discordia allí donde batía sus pestañas. Ella vivía en un país no muy lejano a éste, gobernado por un Rey que, apenas verla, quiso a este ejemplar de hermosura para sí mismo, encerrarlo entre sus dos manos grandes y pesadas, sin detenerse a pensar que ella apenas era un pétalo de cerezo frágil y quebradizo, a pesar de su belleza tan fiera. Sin tomar en cuenta que ése pétalo pertenecía ya a una flor, y ésa flor a una rama. Y que la rama era un hombre.

»El hombre al cual tan bello pétalo pertenecía era un yangban[17] primo paterno del Rey, y una persona en extremo humilde y bondadosa. Y por lo tanto no apta para ése estilo de vida tan lleno de codicias y total dejación a demonios internos, como el mismo Rey era ejemplo. El Rey Injo, como le aclamaba el pueblo, en especial, fue incapaz de mantener sus demonios a raya, deseando fervientemente así a una mujer ya tomada por su primo y amigo. Y no sirvió de nada el amor tan grande que rama y pétalo se profesaban, el Rey no entendía de razones, ni de amores, y segado de pasiones, reclamó a esa bella mujer sólo para él, para esconderla en una bóveda de oro y no dejarla huir en todo lo que la eternidad durase. Sin embargo, ninguno de los dos enamorados iba a ceder ante los deseos impuros del Rey.

»El hombre ordenó a su mujer cruzar el mar y buscar asilo para ella y la vida que llevaba en la nación vecina. La mujer sabía que separarse de la flor y su rama no le traería nada más que fatalidades, pero sabía también que aquello protegería a la tierna vida que crecía en su interior. Así que obedeció al mandato de su amado, y una vez allá, se desvivió por la criatura. Se mantuvo trabajando para un daimyō. La viera usted —Byun sonrie—. Trabajaba sin descanso y de la mejor manera que era posible para tan delicada mujer. Todo para olvidar, pero su vida seguía siendo un invierno continuo, de cerezos desnudos y sin flor, hiciera lo que hiciera e intentase lo que intentase.

»Una vez más, la bella mujer y su hijo debieron huir, esta vez a la capital de ése reino tan distinto y confuso. Allí aprendió el arte de la seducción y gracias a sus maneras sofisticadas y a su belleza tan filuda, por primera vez el sol parecía atraer la primavera en su vida... Sólo tras un espeso velo de nubes grises que amenazaban con llevarse cualquier atisbo de felicidad que floreciera en sus vidas.

»La mujer nunca le contó a su pequeño pétalo los pormenores y penurias de su vida. No quería hacerlo partícipe de su propio calvario. Pero eso no significaba que su hijo no cayera en cuentas, sin embargo. Él veía, lo hacía. Veía sus heridas físicas y espirituales, allí en sus hombros, en su cuello, en sus pómulos y en su corazón. Él también sabía cómo eran los hombres: todos pasionales, posesivos, impulsivos; más aún si se trataba de aquel pétalo que clamaba por cuidado, frágil, quebradizo, precioso. Ellos deseaban resguardarlo entre sus manos y quizás así acostumbrarlo al calor de sus palmas, a sus asperezas, al dolor que le propinaban cuando apretaban demasiado fuerte, sin saber que ella ya se había acostumbrado a unas palmas muy diferentes, cándidas y cuidadosas. Lejanas. En todos los hombres que la veían estaba el atisbo del Rey, acechante y a la espera de cumplir su anhelo.

»El destino estaba trazado. Lo está para todos. Lo estaba para ella. Estaba planeado por las estrellas que su aliento último se escapara por entre el filo de la katana del Consejero Real, Masato Harada —Saborea el nombre, con detenimiento tétrico—, poseedor del espíritu del Rey Injo. Él quería a ése pétalo para sólo su deleite. Verla sólo él. Hablarle sólo él. Que ella respirara el oxígeno que su aliento le daba y que no pudiera vivir sin él. Y quizá, también estaba destinado a que el pequeño protegido de la mujer muriera junto a ella, pero los dioses son, a veces, caprichosos e intervinieron en el que no era su trabajo para permitirle al pequeño pétalo abrir sus ojos hacia el cielo una vez más.

ChanYeol estaba rígido como tronco y helado como un témpano glacial. Tenía la mirada fija en esos pozos de tristeza, tratando de descifrar las dudas que le atacaban una tras otra. Una tras de la otra, inundando su mente como los relámpagos inundan la inmensidad ónix negra de la noche, desgarrándola y partiéndola en dos. La oiran era consciente de ello, pues en los ojos del coreano se desataba una tempestad, donde el oleaje de aguas oscuras golpeaba con frenesí sus pupilas.

ChanYeol iba a pedir explicaciones, pero fue interrumpido por la bella trovadora.

—Dígame usted, señor Park, ¿qué posibilidades tiene un niño, tan frágil como un pétalo de flor de cerezo, de subsistir en tierras tan hostiles? —ChanYeol guarda silencio— ¿Cuántas son las oportunidades que tiene un niño, que no aprendió oficio, de comer un plato de arroz todos los días? —ChanYeol oculta su vista—. Ninguna. Señor Park, míreme, preste atención, que esto le concierne. Nuestro niño aprendió una cosa, sin embargo.

—El arte de la seducción —susurra él.

—El arte de la seducción —repite ella—. El arte del placer.

—Byun BaekHyun.

 

Escena Sexta.

 

ChanYeol entiende algunas cosas, pero no comprende otras. Por ejemplo, entiende que sus labios, ahora mismo, están siendo acariciados por los de Byun BaekHyun; Sin embargo, no comprende el porqué.

¿Byun BaekHyun le gusta?

BaekHyun le agrada, es un muy buen compañero y gran amigo, además de ocurrente, gracioso y poseedor de una lengua, quizá, demasiado viperina, pero que le hace reír; Sin embargo, nunca creyó sentirse atraído físicamente por él.

BaekHyun sólo le era agradable.

Por otro lado, Byun le intrigaba. De ella le atraía su misterio, el misticismo de sus ojos, su aire a deidad, la fuerza que irradiaba cuando encajaba la mirada con una contraria; Sin embargo nunca se sintió atraído espiritualmente hacia ella.

Byun sólo le intrigaba.

Ahora los dos, Byun y BaekHyun en conjunto, como el ying y el yang, es otro asunto.

Byun BaekHyun le agrada y le intriga.

Al parecer Byun BaekHyun le atrae. Y con cada roce, aún más.

ChanYeol es inexperto, así que aprende de Byun BaekHyun, y aunque siempre fue alumno de papiro, el aprendizaje en terreno no le sienta del todo mal. Los labios del tayū encajan con los suyos y se mueven con lentitud, acariciándole casi con ternura, enseñándole aquel arte que tan bien se le da. Es un beso húmedo y seductor, embriagante. Siente en su pecho miles de estalactitas enterrársele con placentero dolor. Con ardiente dulzura. Como cuando Byun le muerde apenas el labio inferior, tomándolo como rehén.

— Al señor Park no se le da mal, para ser una primera experiencia—ChanYeol quiere volver a unírsele, pero BaekHyun se le niega, volviendo a tomar una postura recatada—. No queremos montar un escándalo aquí, ¿no es así, señor Park? Porque será la buena Kumiko quién sufra consecuencias.

Y eso basta para convencerlo. Por muchas ansias que sienta por la idea de montar un escándalo con Byun BaekHyun, quiere cuidar de los intereses y de la imagen de Kumiko que tan buena geisha es, con kimonos rojos y dragones dorados, o blanco y atravesado por una garza, bailando o sirviendo el té. Reuniéndolo con Byun. Y piensa en lo conveniente que fue declinar la oferta de su buen amigo Noburo hace tiempo atrás de quedarse a vivir en su residencia junto a él y su familia. En la vida que no tuviera hogar propio no podría disfrutar de las enseñanzas del joven tayū en soledad privada.

— ¿Tiene abrigo?

La oiran aguarda por una respuesta, pero no llega porque ChanYeol no la oye. Él está perdido en la lejanía del tiempo ya transcurrido, en la turbiedad del pasado y de un viento voraz. De ramas sin hojas y cascadas tormentosas. Está perdido en el limbo que se crea entre la ida del invierno y la llegada de la majestuosa primavera; entre cuerdas y sedas rojas.

—Kumiko lo sabía —susurra.

«Claro que sí».

ChanYeol no responde porque se ha dado cuenta. Y ríe.

Kumiko lo sabía. La geisha de kimonos con dragones y garzas le había advertido, a su manera, sobre Byun BaekHyun. Kumiko era una suerte de pitonisa, de esas en las que creen los que habitan más allá de la India. Kumiko es su kami[18], que entre danzas le recita el futuro.

Deja de divagar porque siente unas manos finas y fuertes abrazarle desde atrás. Las mangas del kimono le acarician el mentón y oye una risa frágil, como el prendedor de cristal que adorna el cabello del hombre a sus espaldas.

—¿ChanYeol? ¿Estás bien? Sabes que tengo que estar de a puntitas para abrazarte así. Fue algo que no calculé, pero quién te diseñó tan colosal.

Ese es BaekHyun. ChanYeol ríe.

Salen de la casa del té Hajime con sigilo, y los cánticos infantiles del salón reservado abandonan y seden su tarea de paje al ronroneo tranquilo del viento. ChanYeol cree extrañar la nieve y las lluvias, pero sabe que, en el fondo, aquello no es nada más que un pretexto para no sentirse cómodo con la primavera que se asoma a la vuelta de tres semanas. Y no sabe por qué le teme a la estación, pero lo hace. Y ahora que recuerda a cierta geisha de kimono rojo y dragón dorado doblada y agradeciéndole al cielo con su último aliento en lo que es el comienzo tímido de la primavera, es cuando quiere detener su tiempo en lo crudo del invierno.

El comportamiento de Byun BaekHyun tampoco le calma demasiado. Es más, le turbia el pensamiento. Ese desasosiego que le causó descubrir que él cubría su rostro para la seguridad de ambos al oír un ruido pequeño, crece con cada zancada presurosa que da. Rápidas. Byun BaekHyun se molesta, cubierto bajo el abrigo, por su presuroso andar. Pero es que él no le entiende, no entiende su necesidad de encontrarse en la seguridad que esas cuatro paredes que son suyas le entregan. Y quiere estar ahí con él, para protegerle, no sabe de qué. Del emperador, de su amigo o mano derecha, ya no recuerda qué, de su pasado y de su futuro.

Quiere encerrarle para siempre.

—Puede montarme el escándalo cuando desee, señor Park —Y ese es Byun BaekHyun haciéndole olvidar todos sus temores y ocurrencias peligrosas al entrar en la seguridad de su casa.

La luna les cuida desde arriba y les entrega esa luz tan preciada que le permite a ChanYeol ver los labios pequeños y de minino que Byun BaekHyun tiene, y que se le antojan en demasía. Así que no lo piensa mucho y los muerde y lame y marca como suyos aunque tiene la certeza de que por ellos han pasado y pasarán muchas otras lenguas más. Pero no le importa porque, esta noche y en el corazón del tayū más hermoso que ha conocido Japón, esos labios son propiedad del comerciante de opio que viajó desde corea huyendo de la guerra Sino-Japonesa, y lo serán hasta que su cuerpo se quiebre y le crezcan flores, y él sea flores, y finalmente eternidad. Byun BaekHyun da un respingo cuando siente el ataque en sus labios y ríe ante la ansiedad que apresa a su hombre, entonces no tarda en susurrarle palabras tranquilizadoras, que no surten efecto deseado, al oído.

ChanYeol está feliz porque se ha vuelto muy bueno con las clases de Byun, y porque ahora puede ver a Byun BaekHyun sin tapujos, divino, maravilloso, desnudo. Entregado. Porque puede apreciar con gustoso detenimiento su cuerpo delgado y su pecho firme. Sus hombros anchos y sus caderas estrechas. Y esa clavícula que llama a ser destrozada a mordiscos. Y desea, mucho más que nada, poseerle y luego quedarse por siempre ambos dentro de casa, que podría ser sin problemas su propia jaula de oro, amor y pasión. Porque Byun BaekHyun despierta en él eso: Pasión.

Se acercan con sigilo el uno al otro. ChanYeol cree que la llama que hay en los ojos de Byun BaekHyun ha cambiado, que ya no es determinación ni deseo, ni siquiera excitación; Parece, más bien, miedo. Un miedo irracional y terrorífico que le hiela la sangre que corre por sus venas. Su mueca triste es ahora más melancólica y desolada que nunca, y con cada paso de reconocimiento que da parece titubear. A estas alturas es BaekHyun a quien tiene en frente, el vestigio lejano de un cervatillo que corrió a sus brazos en busca de ayuda. A ChanYeol le molesta verle así y se le encoje el corazón que palpita desbocado dentro de su pecho cuando al abrazarle, su cervatillo se aferra a él como nunca antes lo ha hecho, desesperado, aterrado. Y cree que en cualquier momento su cervatillo romperá en lágrimas amargas, pero en cambio se mantiene fuerte y lo besa.

Es un beso tierno, casi un roce fantasmagórico sobre los labios, como una melodía serena que un kotō entona para invocar la primavera. Una técnica nueva que le enseña BaekHyun a ChanYeol. Le explica de forma muda que son, precisamente, besos como aquel los que debe darle cuando su espíritu esté débil como ahora. Y ChanYeol entiende muy bien.

—ChanYeol...yo —habla, entre besos rápidos y húmedos— fui... No, soy un impulsivo. Esto nos puede traer... —El comerciante de opio no quiere que su cervatillo siga hablando, quiere que calle y que disfrute, quiere estar abrazado a él sobre las sábanas desordenadas y bajo la luna plateada que les hace guardia, así que lo calla a besos, dejando un marco aún más pequeño de espacio para que hable— muchos problemas. De seguro nos vieron, ChanYeol. No. ¡ChanYeol! —BaekHyun se revuelve bajo su abrazo—. Por favor. Ey, Llévame contigo lejos.

«Huyamos juntos de aquí».

 

Escena Séptima.

{ Fatalidad }

 

La casa de ChanYeol no era un hogar, sin embargo, se convertía en uno cuando Byun, BaekHyun o Byun BaekHyun pasaba las tardes o las noches junto a él. Aunque era verdaderamente difícil que Byun o Byun BaekHyun entrara a su casa, usualmente quién cruzaba el umbral de la puerta era el cervatillo.

Por esos tiempos el puentecillo idílico a las afueras de la ciudad se convirtió, también, en un hogar.

Porque Byun BaekHyun era el hogar de ChanYeol.

Sin embargo, y a pesar de todo, toda la felicidad que sentía junto al cervatillo en cualquiera de sus dos hogares se disipaba cuando ya no había vientos potentes ni días nublados.

Y como ninguno de sus peores temores, la primavera se materializó frente a él a finales de marzo, como un némesis resultante de los pecados cometidos a lo largo de sus treinta años. Y a la mente de ChanYeol acudía la última instancia de la danza de la geisha de kimono rojo y dragón dorado, donde suspiraba por última vez en primavera.

Por mucho que fuera el desprecio que ChanYeol comenzaba a sentir contra la estación y al cambio que su vida había sufrido en menos de un año, en el fondo sigue siendo el mismo treintañero entusiasmado con las celebraciones de cualquier índole. Así fue que, con su poder temible de persuasión, cometió el peor error de su vida: Lograr que BaekHyun asistiera junto a él al festival Hanami[19].

Noburo le había hablado sobre el festival apenas pisó tierras niponas, diciéndole que era un festival realmente hermoso. Consistía en ver los cerezos germinar, quizá sentado sobre una manta en compañía de los suyos o solo, quizá comiendo algún aperitivo o tomando alguna bebida. Y fue aquella simpleza y la belleza que escondía tras de ella la que enamoró a ChanYeol y le hizo aguardar ansioso la llegada de la primavera por muchos meses antes de la llegada de Byun BaekHyun a su vida.

Por esta ocasión se permitía mostrar a su cervatillo en público. Ya después podría encerrarle por todo el tiempo que quisiese.

Y allí estaban, el hombre que trabaja con opio y un pobre diablo, sentados frente a un cerezo cualquiera con raíces en el parque Maruyama[20], disfrutando de la gastronomía de Himeko, la esposa de Noburo.

—Es una pena —le habla su cervatillo, guardando distancias—, se nota en tus ojos que quieres ir a las tiendas. Debiste venir solo con Noburo, es un hombre divertido, además no tiene reparo en caminar entre la gente: Está limpio. Lo siento muchísimo, si fuese por mí, ChanYeol, caminaríamos juntos sobre el sol — Chasquea la lengua. Sonríe. Está angustiado  —. Lo haremos en alguna otra vida. Prométeme que sí.

—Caminaremos sobre el sol en nuestra próxima vida. Lo prometo.

—Porque me seguirás amando no importa cuántos siglos pasen.

—Porque te amaré no importa cuántos sean los siglos que pasen.

Y siguen contemplando los botones de cerezos que tímidos y uno a uno abren, perdidos en sus propios universos, divagaciones y constelaciones.

El comerciante de opio se siente inquieto, y no es que aquella sea una novedad cuando se encuentra junto a su cervatillo, no. Esta inquietud es inusual, ésta trae consigo resignación. Resignación porque ChanYeol comprende de pronto que tiene que dejar las cosas pasar, porque no puede cambiar nada, porque todo está escrito. Entonces se resigna a pasar una velada tranquila junto al cervatillo, esperando que los cinco últimos botones del cerezo en el árbol frente a ellos abran al fin.

Pero, ¡al lo más profundo de los abismos! ChanYeol quiere estar seguro.

—Iré al templo a ver mi suerte, ¿vienes conmigo?

El cervatillo lo piensa.

—Bien. Pero entonces me das tu sombrero —sentencia y ChanYeol asiente, obedeciendo.

Vestidos de occidentales caminan hacia la casa de ChanYeol para guardar sus pertenencias y coger otro sombrero que ChanYeol ocupa, y luego pagan una carreta hacia el Santuario Kamigamo[21].

—¿Qué eres? —pregunta ChanYeol de pronto.

—¿Eh? —BaekHyun lo mira de reojo, sin entender demasiado—. ¿Horóscopo? —Se aventura, acertando—.Dragón. ChanYeol, ¿crees demasiado en esas cosas?

Pero no recibe respuesta de él, que sonríe y piensa en cuán acertadas eran todas esas cosas esotéricas y místicas, y que cómo no iba a creer en ellas. Byun BaekHyun, su cervatillo, su amatista, era sin dudas un dragón. Magnánimo y carismático como nadie y, sin embargo, había observado que también ambicioso.

—La rata y el dragón son compatibles —comenta, tiempo después.

El Santuario Kamigamo no tiene tantos visitantes como esperaban, aunque intuían que así sería por la poca cantidad de gente a pies y a carretas recorriendo el camino, así que no deben esperar mucho tiempo en la cola para ver qué tipo de fortuna los dioses les han deparado a los enamorados. Ambos depositan cien yenes como ofrenda en una caja, remecen otra mientras piden un deseo, y sacan una varilla enumerada.

—Quince —indica BaekHyun.

—Veinticinco.

Sacan el omikuji[22] correspondiente y se alejan del lugar para dejar que la fila avance detrás de ellos. El cervatillo despliega la hoja con escepticismo, él no cree en esas cosas. Sin embargo, ChanYeol como buena rata, presiente que algo no está en orden, en el orden en que él desearía que fuera.

« 中吉 »

Buena suerte media, reza el omikuji del cervatillo.

ChanYeol suspira con alivio.

—La primavera —recita— ha venido por sobre las montañas. En las ramas de los árboles, pequeñas flores brotan. Sé gentil con otros... Feliz... Feliz —Lee sin prestar demasiada atención—. General: Buena suerte si piensas positivo. Deseos: Quizá se haga realidad. ChanYeol, ¿de verdad crees en estos juegos de fantasía?

Dobla el omikuji sin cuidado y lo guarda en el bolsillo de su saco.

ChanYeol lo mira con el ceño fruncido, porque aún teniendo su cervatillo buena suerte, no deja de sentir una presión calurosa en todo lo que es su pecho. Se aventura y desdobla su hoja y lee su fortuna, inquieto.

« 大凶 »

Maldición.

ChanYeol no quiere seguir leyendo en silencio, quiere desplomarse, así que bajo la preocupante mirada del cervatillo se aleja hacía los pinos y ata su fortuna a ellos, alzando en voz baja una plegaria, con temor.

—Ojalá la maldición espere allí atada hasta el final de los días —desea una vez fuera del santuario.

—Volvamos a pie.

—¿Qué?

—ChanYeol, quiero contarte una historia trágica.

—BaekHyun... —advierte, con sonrisa cansina.

Caminan, por muy cansado que ChanYeol esté, sin embargo.

—Hay un cuento, muy antiguo y anónimo, que ha rondado entre las tayūs y las geishas, y que es el favorito, además, para interpretar. A Kumiko en especial le gusta mucho interpretarlo —ChanYeol busca su mirada con urgencia y el pulso acelerado. El cervatillo, sin embargo, sigue con la vista al frente, entregado a su relato—. Hay una mujer que cae desde el cielo, una extranjera. Apenas comienza a asentarse en tan desconocido y diferente lugar, viendo que al cielo no volverá jamás, fatalidades comienzan a atormentar su pacífica vida.

»Una mujer perdida reconoce el lugar. Es invierno. Es crudo. Es ventisca, Es nevada. Es feroz. Es un invierno feroz. Son fatalidades. Pero fatalidades pequeñas. ¿Entiendes, ChanYeol? —pregunta—. ¿Lo relaciones con la interpretación de Kumiko?

ChanYeol asiente.

—La vida en la tierra se vuelve demasiado difícil para la mujer, que después de intentarlo todo no haya más solución que pedirle a la diosa Sol que le ayude a encontrar alguna manera de superar los obstáculos que aparecen en su vida. Es así como la mujer conoce a otro ser humano, cayendo ambos de inmediato en las garras del amor. Si bien aquella persona llegó a la vida de la mujer como respuesta de la diosa a sus plegarias, Amaterasu jamás pensó que la mujer podría olvidarla y comenzar un nuevo romance. Ella puso a aquella persona en su camino para hacerle compañía en tan desolado lugar, para que no sufriera la crueldad de la soledad. Es por eso que la diosa está herida. ¿Cómo ha podido su amante olvidarla con tanta facilidad y descaro? El orgullo duele y la enfurece, entonces es ella quien interviene enojada en la vida de la mujer como un tornado destructivo.

»La sombrilla representa el nuevo amor de la mujer. ¿Recuerdas la tormenta? Sí, representa a la diosa y su furia. Después de un tiempo la sombrilla cae al suelo, el nuevo amor muere. La mujer vuelve a estar sola y, entonces, se pierde entre las fauces de la cruda tormenta. Es la venganza de Amaterasu que cobra el olvido. Es el némesis que debe vivir la mujer a causa de su ingratitud.

»La mujer comprende su error y vuelve a rezarle a la diosa, arrepentida, desolada, llena de dolor y amargura porque ya la situación se le ha vuelto insoportable. Pide perdón. Y como Amaterasu la sigue amando, la perdona. Perdona, pero no olvida, sin embargo. Y entonces le otorga días llenos de paz y gozo, donde descubre las maravillas que esta tierra puede entregar. Se deleita con el cantar de las aves, se maravilla de los distintos lugares, se enamora de la brisa y los rayos solares, de la hierba y los animales. Y entonces, cuando ya no hay más alegrías y amaneceres que descubrir, muere.

—La primavera —Comprende ChanYeol—. Vive la primavera y sin embargo muere en ella. Y le agradece a la diosa por permitirle ver lo hermosa que puede llegar a ser la vida. Por mostrarle un lado amable, un lado que no había visto nunca antes. Pero debía pagar su pecado... Porque todos debemos pagar nuestros pecados.

BaekHyun, a su lado inhala hondo, asiente y le besa con dulzura en los labios.

ChanYeol comprende.

Y ya no teme.

BekHyun es su dios sol. Y él, un simple errático.

 

Escena octava y final.

{ Y Cerezos en flor }

 

Lo sabía.

Apenas tocó la tierra nipona de Kioto, vino a él en forma de ventarrón y neblina, que le volaron el único gak[23] que había traído consigo y que le habría mantenido inquieto durante días, aquel presagio:
Su estancia en el Imperio del Sol Naciente estaría marcada por la Fatalidad.

Su madre le había apretado la mano en ese entonces, confirmando que su estancia en la tierra del Sol Naciente no sería idílica, ni muchos menos fácil. Lo extraño era que aquel presagio no hiciera honores a la horrible historia que había marcado la vida de su madre y su más tierna infancia.

Potentes y primaverales rayos solares le abofetean el rostro al colarse por entre las persianas de papel. Se talla los ojos y, desparramado como está sobre el futón, prisionero de un sólo enredo de sábanas, gira la cabeza.

Comprende que todo se ha ido al caño cuando se encuentra con un cuerpo a su lado. Lo observa en vilo, desnudo, laxo y pálido, sobre un charco de sangre espesa y pegajosa al tacto.

Se lamenta. Nunca quiso aquello.

Cuando por fin se ha puesto sus ropajes, se acerca a ChanYeol y besa su frente con cuidado. Besa sus orejas, que siempre le parecieron graciosas. Besa su boca, dos pétalos de cerezos suaves. Besa sus párpados, que ocultan dos ágatas negras, y besa también las bolsas bajo éstas. Besa su mentón, que pica porque ChanYeol tenía planes de dejarse crecer la barba. Y se traga las lágrimas que le queman la garganta.

Afuera es el día más brillante en todo lo que va de primavera. El sol brilla allí arriba, majestuoso, con fuerza. El cielo está enmarcado por árboles rosas y pequeñas bolas de algodón corren lento entre su celeste perpetuo. Los pasos serenos y sin prisa guían a BaekHyun al parque Maruyama. Se instala a observar el cerezo que algún día había observado junto a la compañía ChanYeol.

Aquel había sido un día precioso, a pesar de todo.

—Qué tal, Akira —saluda al árbol rosa—. Vaya, así que ha terminado por abrir ese último botón. Ha costado un montón, ¿no es así? Sin embargo, te has esforzado. Vamos a nombrarle.

« Ai[24] », piensa.

—Ai me parece apropiado. Pero vamos a decirle ChanYeol. No te molesta, ¿cierto? Es que ya le estoy extrañando un montón y necesito llenar este vacío que me deja. Así, si tengo alguna cosa para recordarle me sentiría menos culpable. Quizá me puedas ayudar, Aki, no seas malo. Deja que prevalezca en ti.

«Deja que ChanYeol sea mi pétalo eterno».

Sonríe, sin abandonar la mueca triste y sus ónixs melancólicos.

—Porque nos amaremos no importa cuántos sean los siglos que pasen.

 

Notas finales:

GLOSARIO

[1] Sake: Es una bebida alcohólica japonesa, constituida a base de arroz.

[2] Kotō: Instrumento de cuerda japonés.

[3] Maiko: Aprendiz de geisha.

[4] Amaterasu: Diosa japonesa del sol.

[5] Karesansui: Jardín japonés. Es un campo de arena poco profunda, contiene también gravas y rocas.

[6] Uchikake: Vestimenta de las oiran y las tayū.

[7] Obi: Faja ancha y de tela fuerte que se lleva sobre el kimono o el uchikake.

[8] Tayū: Prostitutas japonesas.

[9] Oiran: Antiguo nombre de las tayū.

[10] Erudito: Sabio. Conocedor de materias.

[11] Tatami: Estera. Puede traducirse a alfombra.

[12] Shakuhachi: Flauta japonesa.

[13] Daimyō: Soberano feudal con más poder en Japón.

[14] Hashi: Una prostituta vulgar.

[15] Katana: Sable japonés.

[16] Edicto Haitōrei: Edito que prohibía el uso de armas por los habitantes en la vía pública.

[17] Yangban: Nobles coreanos. Administradores y burócratas.

[18] Kami: Dioses japoneses.

[19] Festival Hanami: Festival que da inicio a la primavera.

[20] Parque Maruyama: Parque asentado en Kioto. En tiempos de festivales, es el más concurrido.

[21] Santuario Kamigamo: Santuario sintoísta asentado en Kioto.

[22] Omikuji: Tiras de papel que ofrecen la fotruna en santuarios sintoístas.

[23] Gak: Sombrero tradicional coreano.

[25] Ai: Nombre japonés que significa amor.

 


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