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Burbujas de hielo por -drxrry

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Notas del fanfic:

Pareja: Drarry {Draco Malfoy / Harry Potter}


Extensión: Capítulo único.


Géneros: AU, Fantasía, Fluff.


Disfrutad ♥

Notas del capitulo:

Aclaraciones:


Este fanfic es un AU, Universo Alternativo. Está ambientado en el mundo muggle. Draco Malfoy fue perdonado tras los años. Ginny y Harry nunca estuvieron juntos. Sirius Black nunca murió, está vivito y coleando.

Burbujas de hielo

 

 

Los indescifrables balbuceos no tardaron mucho en escucharse por parte de Ron, quien se encontraba en un estado un tanto… lamentable.

 

Esa noche el trío de oro había querido pasar un buen rato en un bar, pero entre risas y malos chistes, las bebidas no quisieron cesar en ningún momento. Se lo habían pasado tan bien, que Ron –el muy idiota– se había dejado llevar por los efectos del alcohol, terminando como en ese instante estaba, borracho hasta los topes. El pelirrojo no había dejado de balancearse de un lado a otro hasta que salieron del mismo bar. Harry y Hermione se tuvieron que disculpar unas cuantas veces con el encargado por los gritos que había dado su mejor amigo.

 

Hermione lo había ayudado a sujetar a Ron, pero al final de cuentas, la mujer pudo con el pesado cuerpo de su novio y lo sostuvo ella, cargando una mueca de fastidio-divertido en sus finos rasgos. Hermione pasó un brazo de Ron alrededor de su cuello y lo mantuvo firmemente de la cintura, riéndose de vez en cuando por estar escuchando los graciosos balbuceos del pelirrojo.

 

—Te quiego musssho, mione… —dijo Ron con bastante dificultad, trabando su lengua en el proceso, como todo indicio de un mal bebedor—. Oh… y a ti tamben, Haggy… Soiss los mejorezz… —y al terminar de balbucear lo último, Ron no aguantó aquella carcajada que lo hizo echarse hacia atrás, provocando que Hermione ciñera más su agarre.

 

De alguna manera, el cuerpo de Ron seguía siendo pesado, miraran como lo miraran.

 

—Para ya, idiota. —se quejó la mujer, contagiada por la risa del pelirrojo.

 

Harry veía aquella escena de lo más tierna. Pero aún así… Ron tendría que haberle escuchado horas atrás. Mucho antes de entrar al bar, Harry ya le había comentado a su mejor amigo que la cerveza muggle era totalmente diferente y, hasta cierto punto, más fuerte que las cervezas del mundo mágico. Pero al parecer Ron prefirió hacer oídos sordos y quiso probarlo, sin tomar mucho en cuenta las consecuencias.

 

Harry se prometió que se reiría de la jaqueca que supuestamente iba a tener mañana Ron. No pudo evitar sonreír para sus adentros. Se veía tan gracioso.

 

—Será mejor que lo cuides muy bien esta noche, Hermione. —dijo Harry, colocándose mejor la bufanda sobre su cuello.

 

Hermione asintió con una expresión que a Harry le significó un “Posiblemente voy a sufrir esta noche” por parte de la castaña. Ella le sumó el hecho de que se estaba balanceando un poco acorde a los movimientos de Ron, pero pudo sostenerlo mucho mejor, diciéndole que bajara la voz. Ni siquiera la había dado tiempo a abrocharse bien la gabardina beis que había llevado esa noche, y temía que los tacones se le rompieran en el camino. Hermione estaba tiritando, aunque lo aguantaría por ser la primera vez que Ron bebía de esa forma.

 

—No te preocupes, Harry, podré con este cabeza hueca. —le aseguró ella, curvando sus rojos labios a un lado—. ¿Y tú, qué harás? ¿Te irás a casa? —Ron volvió a soltar una fuerte carcajada y Hermione, ahora algo molesta, le tuvo que tapar la boca con fuerza, frunciendo ligeramente el ceño.

 

Sería difícil no estresarse con un Ron sumamente escandaloso, y eso, sumándole los vómitos que seguramente tendría. Hermione no quería ni imaginarse la noche que la esperaría…

 

Harry metió ambas manos en los bolsillos de su abrigo y negó con la cabeza, esbozando una sonrisa.

 

—Aún tengo energías después de esta agradable quedada. —rió—. Antes daré un paseo por los alrededores y luego me iré a casa, Sirius podrá esperar un poco más.

 

Una vez que vio a Hermione sonreír y despedirse de él con un ademán de mano, Harry se quedó unos segundos ahí quieto, observando con una divertida sonrisa cómo Ron se tropezaba a veces. Cuando las figuras de sus dos mejores amigos desaparecieron tras una esquina, él borró lentamente aquella sonrisa y dejó caer un suspiro. No estaba cansado, sólo que aquello le había hecho sonreír tanto, que las comisuras de sus labios le dolieron.

 

Dándose media vuelta, Harry comenzó a caminar por la solitaria acera, mirando de vez en cuando cómo la nieve se había apoderado de la misma. Era una noche muy oscura y fría. Si se alzaba la cabeza, se podía ver con detalle cómo la luna llena brillaba en la hermosa cúspide. En más de una ocasión solía apreciar todas las noches las estrellas con su padrino, hablando de las diversas constelaciones…

 

Harry volvió a suspirar, encogiendo más su cuerpo para abrigarse. No sabía cuánto tiempo estuvo caminando por las calles, pero le pareció de lo más ameno –claro, estando inmerso en tus pensamientos todo era mucho más ameno– y cuando pudo alzar la cabeza, visualizó de inmediato una zona iluminada por las farolas. Éstas estaban posicionadas alrededor de unos cuatro bancos, en círculo, formando así un espacio acogedor.

 

El azabache sonrió y se acercó a esa zona, la cual estaba inundada por la blanquecina nieve. Harry se sentó en el respaldo de un banco y se quedó un buen tiempo observando sus pies, mientras los movía al mismo ritmo que su inaudible tarareo. Un poco aburrido, miró por los alrededores para saber si había algún muggle por aquel lugar, pero no había absolutamente nadie; pareciese como si todo el mundo se hubiese ido a sus cálidos hogares.

 

Tenía ganas de hacer magia.

 

Al cerciorarse de que en verdad no pasada ninguna persona por aquella zona, Harry sacó su varita –que mantuvo guardada dentro de su abrigo, en un lado– y comenzó a crear pequeñas estrellas con la nieve, convirtiéndolas en hielo. Pasados unos minutos haciendo eso, optó por crear algo nuevo, y hermoso. Harry agitó su varita en lentos y pequeños círculos, provocando que así la nieve se elevara y se transformara en burbujas como el tamaño de su mano. Congeló las burbujas y una a una, las fue agrupando al lado del banco en donde estaba sentado.

 

Estuvo así toda la noche, hasta que, bostezando, prefirió irse ya a casa y contarle a Sirius lo divertido y entretenido que estuvo aquella noche en el bar, con un Ron escandaloso.

 

///

 

Como prometió, a la mañana siguiente, Harry se rió de Ron por apreciar cómo este tenía una desagradable jaqueca. Aquella mañana había ido a visitar a la pareja a su apartamento, encontrándose con que el castaño cabello de Hermione estaba totalmente despeinado.

 

—No sabes lo gracioso que se veía Ron jugando con mi pelo, también era algo molesto. —le informó ella cuando Harry la miró con una ceja enarcada, haciéndola aquella pregunta muda.

 

Hermione rodó los ojos y rió. Harry quiso molestar un poco a su mejor amigo y se acercó a él con una amplia sonrisa maliciosa, haciendo que Ron lo mirara con temor; después de todo, no estaba para soportar… Y ahí fue, cuando Harry le gritó muy cerca de su oído y se apartó de su cuerpo tan rápido como un rayo. Ron soltó un gruñido, parecido a un grito, grave. No pudo golpear a Harry con lo primero que encontrara porque de verdad, no estaba para soportar más ruidos y movimientos bruscos. Le dolía a horrores la cabeza.

 

Harry se tuvo que disculpar con una risita, reprimiéndole después las consecuencias que había tenido Ron al beber tanto. Esta vez su mejor amigo escuchó sus palabras con una débil expresión, y Harry sonrió al ver cómo el pelirrojo le daba la razón con una afirmación de cabeza. Hermione se tuvo que peinar adecuadamente y se adentró a la cocina para prepararles a ambos un delicioso desayuno. Harry se quedaría un rato con ellos.

 

Una vez terminado aquel manjar, el azabache se despidió de ambos y salió de su apartamento, queriendo dar otro paseo por las calles. Últimamente prefería estar algunos días solo, sumido en sus propios pensamientos y sintiendo el agradable ambiente de Londres. Esos días los apreciaba, por lo relajantes que llegaban a ser para él.

 

Harry se dirigió al mismo lugar que la noche anterior, y no tardó mucho tiempo en llegar a aquella zona rodeado de farolas, como tampoco tardó mucho en… sorprenderse. Frenó lentamente sus pasos cerca del banco en donde estuvo ayer, y entreabriendo ligeramente los labios, lo vio. Era una escultura; un hermoso árbol cristalino en medio del círculo de nieve. Harry parpadeó, anonadado. La vista esa sumamente hermosa.

 

La escultura del árbol era un poco más alta que él. Con la maravillosa luz que proporcionada el sol, se podía apreciar con detalle lo brillante que se hacía ver aquel arte. El árbol poseía como decorativo unas cuantas hojas de hielo colgando de sus ramas. Una sonrisa se formó en los labios de Harry cuando escuchó el leve tintineo que hicieron las hojas por la suave y fría brisa mañanera.  Harry supo que era magia, lo sintió nada más acercarse, pero, ¿quién fue el mago o bruja que hizo tal fascinante escultura?

 

Lentamente, Harry osciló su esmeralda mirada hasta posarla al lado del banco, donde no vio las burbujas de hielo que hizo la noche anterior. Frunció ligeramente el ceño, pero luego cayó en cuenta: alguien había utilizado sus burbujas para hacer la escultura. No pudo evitar dejar caer una risa, encogiendo sus hombros para abrigarse un poco más. Era gracioso, y la magia, maravillosa.

 

Esa misma noche, también había quedado con sus dos mejores amigos para charlar y divertirse un buen rato. Se rió al escuchar cómo Ron no dejó de murmurar que esta vez no bebería, pero Hermione y Harry rodaron los ojos al saber que el pelirrojo sí que lo haría, aunque sólo fuera una mera cerveza, no más.

 

Pasado el encuentro en el bar, tras una divertida charla con sus mejores amigos, Harry y Ron se despidieron de Hermione. La mujer les comunicó que esa noche estaba un poco cansada, y que se iría a leer un buen libro al apartamento. Harry y Ron dieron un largo paseo por los alrededores, la mitad en un silencio cómodo, y la otra mitad charlando de cualquier trivialidad. De nuevo, el azabache sonrió al visualizar la zona circular, de la cual, estaba siendo su preferida hasta ahora.

 

Se acercó con Ron y ambos se sentaron en el banco que le indicó Harry. Su mejor amigo no había dejado de hablar unos largos minutos sobre Ginny y de su hermano Charlie, quien aún seguía con su trabajo y el cuidado de dragones en Rumania. Hasta le contó que hubo un día que un dragón feroz se escapó y, su hermano junto a otros de sus compañeros, estuvieron buscándolo por dos días, con el deseo de que no causara cualquier catástrofe.

 

Harry había estado distraído mientras tanto, pero con una oreja puesta en las palabras de Ron, escuchándolo. Mientras su amigo hablaba y hablaba, Harry comenzó a crear burbujas de hielo con su varita, agrupándolas a un lado del banco, como hizo la otra vez. No sabía por qué lo hacía esta vez, pero… tenía una vaga esperanza de que a la mañana siguiente, se encontraría de nuevo otra hermosa escultura. No lo sabía, pero después de todo, merecía la pena imaginárselo.

 

Sin embargo, por fortuna suya, a la mañana siguiente se encontró otra elegante y maravillosa escultura en el mismo lugar. Lo había podido ver de lejos mientras paseaba con su padrino; no pudo acercarse, pero a esa distancia, pudo apreciar que era un cuadro. Poseía un marco bien trabajado, y en su interior, había un retrato, pero aquello no pudo diferenciarlo mucho, los niños pequeños que contemplaban la misma escultura le tapaban ese detalle. No pudo evitar esbozar una sonrisa cuando se dio cuenta que, de nuevo, alguien había hecho ese arte con sus burbujas.

 

Quien fuera que sea el que estuviera haciendo algo tan hermoso como aquellas esculturas de hielo, ya había ganado toda la atención de Harry.

 

Esa noche no quedó con Hermione y Ron, porque prefirió quedarse en su hogar con un Sirius completamente emocionado por contarle los acontecimientos que le ocurrieron los días anteriores, mientras Harry estaba saliendo con sus amigos por ahí. Harry sonrió sin darse cuenta. Mucho antes de llegar a casa junto a su padrino, había vuelto a crear burbujas de hielo para agruparlas en el mismo lugar. Deseaba volver a ver una nueva escultura.

 

Pasadas unas horas, Harry no pudo dejar de escuchar los ronquidos de Sirius, aún estando ambos en distintas habitaciones, se podía escuchar claramente. No quiso utilizar la magia para insonorizar la habitación, estaba un poco cansado para hacer tal cosa. No sabía por qué esa noche tenía el sueño bastante ligero, no pudiendo conciliarlo como tanto quería. No podía seguir escuchando los ronquidos de su padrino, era agotador, pero entendía que eso no se podía evitar.

 

Dando un largo bostezo, Harry se levantó de la cama y se vistió, abrigándose bien. Prefirió salir esa noche a dar un paseo y refrescarse, para ver si de ese modo podía después dormir mejor. A pesar de ser las cuatro de la mañana, Harry no le dio mucha importancia y se dirigió a su sitio preferido. La noche era aún más oscura y fría que cuando eran las once. La helada brisa le congelaba los huesos, pero ya estaba acostumbrado a ese clima, por tanto, no dejó de caminar, hasta que…

 

Harry frenó sus pasos en seco, mirando fijamente la solitaria figura que se encontraba de espaldas a él en medio de la nieve, en el centro de aquellas farolas. No podía creerlo. No podía creer lo que estaba viendo. Reconocía a la perfección aquella formidable espalda, reconocía aquella rubia cabellera, y por supuesto, reconocía perfectamente a aquella persona. Era Draco Malfoy.

 

Sin saber que sus pies habían cobrado vida de nuevo, Harry se fue acercando al rubio y se percató de que Draco, de vez en cuando, extendía su brazo para coger… una de sus burbujas de hielo. Ahora lo entendía, y ahora lo sabía; Draco era el mago que había estado haciendo esas hermosas esculturas con sus burbujas. Era él.

 

Harry se posicionó lentamente a un lado del rubio, pero al ver que el otro aún no había notado su presencia, el azabache le dio un corto toque en su hombro, e hizo que aquella grisácea mirada se encontrara con lentitud con su verde esmeralda.

 

///

 

Tras haber sido perdonado por sus malas decisiones, Draco había deseado alejarse del mundo mágico por un largo tiempo. Se fue a vivir al mundo muggle, donde, tras saber un poco más de ellos y sus costumbres, compró un piso en donde actualmente vivía solo.

 

Durante meses ahí, Draco se aburrió un poco sin utilizar mucho la magia, pero, a la vez, era sumamente relajante, como si en verdad hubiese encontrado aquella paz interior que siempre anheló tener; cosa que nunca esperó encontrar en un mundo totalmente diferente al mágico. El ambiente frío de Londres era aún más acogedor que la Mansión Malfoy.

 

Una noche, paseando en solitario por las oscuras calles de la zona, al no poder conciliar el sueño –más de una vez le había ocurrido, teniendo como consecuencia unas ligeras ojeras– Draco se encontró con algo inesperado y, hasta cierto punto conocido, en un espacio circular, rodeado de nieve y farolas, ahí, justo ahí, percibió la magia.

 

Draco no dudó ni un instante en acercarse a un banco, donde encontró que aquello que había sentido, habían sido unas simples bolas de hielo, agrupadas a un lado, como si un mago o una bruja se hubiese entretenido un poco con la magia. Cuando lo vio, suspiró, provocando así que el vaho se deslizara por sus labios. Draco se puso de cuclillas cerca de las bolas y cogió una, pero nada más tocarla, ésta explotó, haciendo un sonido sordo y pequeño como un «¡Pop!». Entonces, se dio cuenta de que no eran bolas, sino burbujas de hielo.

 

Él, un poco aburrido por no haber podido caer en los brazos de Morfeo esa noche, sacó su varita de su bolsillo y congeló aún más las burbujas de hielo. Sabía que por esa zona no pasaba casi nadie, sobre todo cuando la luna solía esconderse tras las grises nubes que pasaban con lentitud en la cúspide. Sin esperárselo, Draco comenzó a formar una escultura con las burbujas, haciendo ligeros movimientos con su varita para lograr un acabado perfecto. Había hecho un árbol cristalino. Tal vez por los recuerdos que tenía de un pasado, no lo sabía con certeza.

 

Aquel día, después de hacer esa escultura con la magia, a la noche siguiente Draco se encontró con más burbujas de hielo agrupadas en el mismo lugar. Era bastante extraño, pero aún así, no descartó esa oportunidad para volver a crear una nueva escultura con las mismas burbujas. Esta vez hizo un cuadro, un retrato de una persona que desconocía por completo, sin embargo, lo dejó así.

 

A la noche siguiente, Draco tampoco pudo dormir, tenía el sueño tan ligero, que los brazos de Morfeo cada vez se veían más y más lejanos. Esa noche salió de su piso a altas horas, sabiendo que serían nada más que las tres y media de la mañana. No le importó, necesitaba dar una vuelta, aunque se quedase toda la noche tumbado sobre la nieve.

 

Draco no pudo evitar sonreír, al encontrarse de nuevo con unas burbujas de hielo en el mismo sitio. Es como si el mago o la bruja que estuviese haciendo esas burbujas, quisiera seguir viendo sus esculturas. Con aquel pensamiento en su cabeza –cosa que no le dio mucha importancia– Draco se puso de cuclillas sobre la nieve y volvió a congelar la burbuja que cogió, comenzando desde abajo para hacer la escultura mucho mejor…

 

Hasta que sus movimientos de varita se vieron súbitamente interrumpidos por sentir un toque en su hombro, que lo hizo paralizarse. Draco, bajando lentamente su varita, giró su cabeza de la misma forma, e hizo que su grisácea mirada se encontrara con lentitud con una verde esmeralda. Unos iris que le siguieron durante todos aquellos años en Hogwarts.

 

Se sorprendió bastante por ese encuentro inesperado con… Harry Potter. Draco se sorprendió un poco más por ver una sonrisa en los labios del azabache, quien se puso de cuclillas a su lado, con ambas manos metidas en los bolsillos de su abrigo.

 

Draco no soltó palabra alguna y se quedó observando de reojo cómo Harry había girado su cabeza para verlo, sonriéndole. Aquella sonrisa que le pareció tan cálida, a pesar de hacer un frío helado.

 

—¿Así que eras tú quien hacía esas esculturas con mis burbujas? —le preguntó Harry, dejando caer una corta risa—. No me lo hubiese esperado, Draco.

 

El nombrado, saliendo por completo del estupor de un principio, volvió su mirada hacia el frente y dejó ver su varita, curvando sus pálidos labios a un lado.

 

—Sabía que era magia, pero tampoco me hubiese esperado que fuera tuya, Potter.

 

Harry no pudo evitar sonreír más, e imitó a Draco, volviendo su mirada al frente, para poder ver cómo el rubio estaba creando una nueva escultura desde abajo, aunque aún no podía decir con exactitud lo que era. Harry miró de reojo a Malfoy, y su sonrisa se esfumó lentamente de sus labios, por imaginarse la vida que había llevado el rubio, tanto en el mundo mágico como en el mundo muggle. Esa misma noche había encontrado, por casualidad, a Draco solo a esas altas horas. Sabía que el rubio nunca tuvo a nadie en este mundo tan diferente… Aquello lo hizo sentirse un poco triste.

 

—Meses sin verte, Draco. —habló Harry en un tono bajito, casi como un apenado susurro.

 

Esta vez fue Draco quien miró de reojo el perfil de Harry, y no pudo evitar curvar sus labios en una pequeña sonrisa, volviendo su vista hacia su varita. Malfoy se mantuvo en silencio, creando su nueva escultura. La relación que había entre ambos había cambiado bastante a como fue en un principio. Ya no eran enemigos, ya no eran unos niños. Los tiempos habían cambiado, y sus vidas también. Ya no había motivos para seguir molestando y odiando a Potter, como tampoco los había para seguir la dolorosa vida que tuvo.

 

—¿Qué haces aquí a estas horas, Draco? —aquella pregunta de Potter lo había sacado de sus pensamientos en un pispás.

 

—Por alguna razón, no puedo dormir estos días. —confesó.

 

Escuchó la suave risa de Harry a su lado.

 

—Ya somos dos. —le dijo.

 

No necesitaron hablar más, porque ambos habían sonreído. Harry se quedó observando en silencio cómo Draco creaba una nueva escultura con su varita y las burbujas, quedando fascinado por lo delicado y concentrado que lo hacía. Las formas del hielo se hicieron ver y apreciar mucho más que antes; unas torres altas y terminadas en pináculos se presenciaron, un extenso y estrecho puente, unas tribunas, un enorme campo… Harry entreabrió sus labios, sorprendiéndose por lo hermoso que lo estaba haciendo, y por haberse percatado de lo que era.

 

Se veía un castillo de hielo, se veía Hogwarts. Era el colegio de magia y hechicería, en un hielo brillante y delicado.

 

—Lo haces genial, Draco. —sin darse cuenta, Harry había susurrado aquellas palabras, haciendo que el nombrado se sorprendiera un poco por aquel inesperado halago.

 

Harry prosiguió, aún sin mirar al rubio:

 

—Bueno… la primera vez que vi aquella escultura del árbol, me enamoré de lo hermoso que fue. —confesó, mirando fascinado todo el castillo sobre la nieve. Era una vista sumamente hermosa.

 

Draco no pudo evitar esbozar una sincera sonrisa, bajando su varita al haber terminado su trabajo. No supo por qué, pero con Potter a su lado, se sentía totalmente diferente, como si la paz volviera una vez más a su interior. Después de todo, sí que habían cambiado.

 

No supieron cuánto tiempo estuvieron ahí, sentados sobre la nieve y hablando de todos los acontecimientos que pasaron aquellos meses en el mundo muggle. No les importó la hora, porque ya no tuvieron sueño. No les importó si se les hacía de día, porque ya no pudieron dejar de hablar con el otro. Era diferente. Harry conoció la otra cara de la moneda, el verdadero lado de Draco Malfoy. En cambio, Draco conoció lo que de verdad era tener a alguien en este mundo, alguien con quien se pudiesen compartir momentos y charlas felices, alguien que ya era todo menos un enemigo o un rival.

 

Harry no se lo había contado a Hermione y Ron, por el momento prefirió mantenerlo en silencio, porque aunque Hermione fuese comprensiva, Ron podría ser todo lo contrario. No lo sabía, y por el momento no necesitaba saberlo.

 

A la noche siguiente, Harry había quedado con Draco en el mismo lugar, rodeado de farolas cubiertas de nieve. Por alguna razón, al saber que Malfoy había estado solo unos cuantos y eternos meses –posiblemente también años– Harry no quiso dejarlo solo más tiempo. Sabía que el rubio siempre necesitó de alguien con quien poder compartir algo, de alguien con quien pudiese sonreír con sinceridad. Y él, lo había conseguido, sorprendiéndose bastante por ver por primera vez una sincera sonrisa en los labios de Draco.

 

Era diferente. Todo, estaba siendo diferente.

 

Esa misma noche ambos se sentaron en la nieve, cruzando sus piernas como un indio. Harry, como forma de distracción, había comenzado a hacer un pequeño muñeco de nieve al estilo muggle. El azabache supo que Draco no tardaría mucho en preguntarle qué era lo que estaba haciendo, porque así fue; el rubio, nada más verlo hacer algo que desconocía con la nieve, le preguntó. Harry le fue contando la historia sobre la creación de muñecos de nieve, sobre las navidades aquí y las costumbres que solían tener los muggles con dichos detalles.

 

Harry, sin poderlo evitar, le enseñó a Malfoy cómo hacer un muñeco de nieve. Y cuando terminaron, Draco le comunicó que era bastante sencillo, con aquella sonrisa de lado que lo caracterizó en sus tiempos de Slytherin en Hogwarts.

 

Para que ambos no quedaran en un nuevo silencio, y para que no se aburriesen, Harry quiso intentar otra cosa. Se levantó con una sonrisa y se alejó un poco de Draco para ponerse de cuclillas y hacer una bola del tamaño de sus manos con la nieve. Se levantó y miró al rubio con una divertida y traviesa sonrisa, mostrando en su mano la bola de nieve.

 

Draco pudo ver claramente cómo Harry lo retaba con la mirada, y entonces lo supo nada más ver la bola de nieve en su mano.

 

—¿De verdad quieres pelear, Potter? —le dijo con una ceja enarcada, divertido.

 

—Estaré dispuesto a pagar las consecuencias. —habló con aquella traviesa sonrisa.

 

Harry se encogió de hombros y le lanzó la bola a Draco, dándole en el pecho. El azabache se rió delante de sus narices y se limpió una lagrimilla imaginaria, incitando al rubio a divertirse un rato.

 

—Acabas de empezar una guerra, Harry. —dijo el otro. Hizo dos bolas de nieve y se levantó, corriendo tras Potter para poder pillarlo cerca y lanzárselas. Se iba a enterar.

 

Y así fue como ambos comenzaron una pelea de bolas de nieve. No supieron cuánto tiempo duraría, ni cuantas bolas se habían lanzado. Sólo estaban ambos, divirtiéndose como nunca antes lo hicieron. Tener a San Potter como objetivo era hasta cierto punto entretenido. Draco nunca antes se lo había pasado tan bien. Nunca antes se había reído tanto delante de alguien, jamás había mostrado ese lado a nadie, ni siquiera a su familia. Estar con Harry, Draco se sentía mucho más libre que antes. Era libre, eso era lo que importaba.

 

Cuando los pulmones del rubio no pudieron seguir aguantando las risas, Draco no pudo evitar tomarse un respiro, cayendo de espaldas sobre la nieve, hasta estar completamente tumbado en ella. Su pecho subía y bajaba por su agitada respiración, provocando que sonoros jadeos salieran de sus labios, hasta que el vaho se hizo notar.

 

Draco se quedó mirando hacia el cielo estrellado para intentar calmar su respiración. En cambio, Harry hizo una nueva bola y se acercó al rubio, entrando en el campo de visión de Draco. Harry lo miró desde arriba y sonrió con travesía. Cuando estuvo a punto de tirarle la bola a Draco, éste último se movió y le hizo la zancadilla a Harry con el pie, hasta que lo vio caer a su lado, soltando la bola. Le escuchó quejarse, por lo que Malfoy no pudo contenerse y soltó una carcajada, llevando sus manos a su tripa.

 

Era muy gracioso ver cómo Potter tenía la cabeza cubierta de nieve. Harry se tumbó al lado de Draco y miró también hacia el cielo, pero cuando oyó la sincera risa del rubio, se quedó anonadado. Harry giró su cabeza y observó el perfil de Malfoy, quien estaba intentando cesar su risa. Harry estaba feliz por verlo así, con una nueva expresión, completamente diferente a como era antes.

 

Una vez que Draco pudo dejar de reír, suspiró pesadamente y se levantó de la nieve, sacudiéndose la ropa. Harry lo imitó segundos después y miró la hora en su reloj de muñeca. Ya era tarde, y Sirius volvería a preguntar dónde había estado a esas horas.

 

—Bueno, ya es hora de que me vaya. —habló Harry, regulando su respiración.

 

Draco sonrió de lado y metiendo ambas manos en los bolsillos de su larga y negra gabardina, se acercó a Harry, estando frente a frente.

 

—Buenas noches, entonces. —se despidió, sorprendiendo bastante a Harry por la acción que había hecho a continuación: revolverle el pelo—. Oh. —Draco se percató de que Harry tenía un copito de nieve en su pómulo izquierdo, y llevó su mano a su mejilla, quitándole el copito con el pulgar en una suave caricia—. Adiós, Harry.

 

El nombrado se sintió demasiado sorprendido, como también sintió que sus mejillas ardieron un poco por aquella caricia. Mientras observaba cómo la figura de Draco se alejaba, por cada paso que éste daba, Harry podía notar cómo su corazón se aceleraba cada vez más. Era diferente. Se sentía diferente, y de alguna manera, le gustaba.

 

Sonrió con suavidad, dándose media vuelta para emprender su camino a casa.

 

///

 

En un nuevo día, Harry salió por la mañana a su lugar preferido, y se quedó, una vez más, fascinado. El corazón le latió a mil por hora cuando presenció y vio con detalle la nueva escultura que había hecho Draco, más él no se encontraba allí.

 

Harry se acercó y se pasó una mano por el pelo, sin poder evitar que una sonrisa totalmente diferente se dibujara en sus labios.

 

Era un hermoso ciervo cristalino y brillante, con cada detalle bien marcado. Al lado de la escultura se encontraba una burbuja de hielo, flotando. Harry sintió cómo su corazón enloqueció aún más al darse cuenta de que… era su patronus; un ciervo.

 

El azabache notó que había unas letras en frente de la hermosa escultura, las letras estaban flotando en el aire, moviéndose como de arriba hacia abajo en ondulaciones. Decían: «Explota la burbuja de hielo». Harry llevó su mano a la burbuja y la explotó, escuchándose aquel ruidito al hacerlo. Del interior de la burbuja, surgieron unas nuevas palabras, transparentes y con ese tono azul como el hielo, que decían lo siguiente:

 

«Gracias por ser mi guardián de la felicidad, Harry. A tu lado, nunca más me sentiría solo. Gracias por esos momentos, y gracias por todo, Potter»

 

Al terminar de leerlo, Harry curvó aún más hacia arriba sus labios, sintiendo la calidez de aquellas palabras que se habían apoderado de su corazón. Fue una cálido cambio.

 

Cada noche, Harry creaba burbujas de hielo con su varita, y cada mañana, Draco traspasaba sus sentimientos en sus esculturas.

 

 

Notas finales:

Espero que os haya gustado, si es así, hacérmelo saber. Fue mi primer fanfic de Harry Potter (a02;'y5;'a02;) Muy pronto haré otro. Nos veremos ♥


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