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Sexo 2.0 por Vamp

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ADORACIÓN

 

Quiso llorar. Sus ojos derramaron lágrimas que bajaron por el rostro cubierto de rubor; una tras otra no dejaron de salir. Su nariz comenzó a escurrir… sangre. Un derrame nasal. ¿Cómo pudo tenerlo en ese preciso momento? Era suficiente con las lágrimas y con la faena de soportar los gritos que se obligó a ahogar en la garganta, y ahora la sangre… Maldita sea adorar a ese hombre. Y maldita sea la hora que decidió ver a través de la rendija de la puerta. Puerta mal cerrada y con una hendidura lo suficientemente grande para ver todo y no perderse detalle alguno.

Observó con atención como se quitaba el chaleco. Sus ojos se abrieron como platos; enseguida supo que debía de irse y darle la privacidad que se merecía, sin embargo la espalda tan bien definida y de perfecto tamaño para su estatura le clavó los pies al suelo matando la buena intención de irse.

Le siguió el turno de despedirse a los pantalones. Su rostro comenzó a echar vaporcito, ni en sus más grandes enfermedades (normales y «sexuales») se sintió tan caliente; calor que bajaba por todo su cuerpo y que quedaba como una enorme evidencia en el rostro colorado y en otras partes menos sutiles. El agua salada de las lágrimas no alcanzaba a llegar al piso, fueron evaporadas por el calor de su cara.

La ropa interior desapareció. Y en el rostro de Bartolomeo apareció el primer hilillo de sangre que amenazaba con convertirse en un verdadero torrente implacable hasta dejarlo seco.

¿Cómo tranquilizarse? El cuerpo que veía era simplemente perfecto, tan delgado y esculpido por toda una vida  de duro entrenamiento; la presencia que brotaba por cada poro de esa sugestiva piel era vida, libertad, era diversión, inocencia, era una pureza que en el inconsciente de Barto reclamaba ser mancillada.

El propio cuerpo de Bartolomeo reaccionó. «No debería» se dijo y comenzó a repetirlo como un mantra para tranquilizar sus más bajos deseos. «No debería…» llevó su mano a la parte baja de su cuerpo y así calmar un poco la dolorosa erección que inevitablemente despertó ante el maravilloso espectáculo; en definitiva no debería, no obstante su cuerpo dolía por una presión ejercida en todos los ángulos y aspectos, era demasiado para su control.

«No debería…»

Aun así lo ansiaba. Tomar cada extensión permitida y otras tantas sin permiso, oler hasta embriagarse con su aroma, beber su aliento, acallar los gemidos con su propio sexo, ser devorado por ese cuerpo y perderse en su interior, embelesarse escuchando su nombre con voz cautivadora… doblegar su espíritu para ahogarlo en su retorcida adoración.

Luffy presintió algo o alguien ya que antes de ponerse la ropa interior observó la puerta mal cerrada, más específicamente a un par de ojos llorosos acompañados de una nariz chorreante y más arriba un rebelde cabello verde. Luffy tardó un poco en saber quién era y después sonrió como solo él sabía hacerlo.

Bartolomeo pestañeó ante la sonrisa… ¿Un saludo, una sonrisa cualquiera o una invitación?


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