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Un ‘gracias’ perdido en el tiempo _Parte 3_ por Jinsei No Maboroshi

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03

Una noche más, su último cliente se despedía con la sonrisa de la satisfacción propia, y Hideto, sobre la cama, esperando la llegada de su tortura diaria. Ya no tenía ni descanso, y como tal, había recrudecido su extraña enfermedad.

Una enfermedad que desconocía, que a Sakura no le importaba, y que a ningún cliente le parecía incumbir.

Se giró sobre la cama, para aliviar el nuevo dolor que aparecía y desaparecía en las semanas. Dejó su espalda libre de roces con las sábanas, y se acostó boca abajo, sintiendo que esa nueva posición ahora generaba la molestia en sus muslos.

Suspiro. Su piel se enllagaba, y a nadie le precia importar. Tan ciegos en la necesidad de la carne que no notaban siquiera que sus manos agresivas sobre sus muslos, rompían esas ampollas, y le hacían intensificar el dolor que siempre experimentaba, pero ahora adicionándole el ardor.

El picaporte giró una vez más, evidenciándose la presencia del castigo.

Se giró de vuelta, y miró a Sakura, que ya comenzaba a desvestirse.

Se sentó a su lado, y urgió en su interior, haciéndole gemir en dolor.

Siempre lo mismo, perpetuamente la misma zozobra.

Hideto ya cerró sus ojos, en su implacable necesidad de imaginar, para evitar el dolor de la realidad.

Tal vez, ahora que había enfermado, su vida ya estaba contada, y aquello, en el fondo, le alegraba.

Sintió el cuerpo de Sakura una vez más sobre el suyo, y, antes de comenzar aquella tortura, un golpe en la puerta les interrumpió.

Sakura, pasando por encima del agotado cuerpo de su esclavo, miró la portilla y exclamó con alta voz:

-¡Ya no hay más turnos! ¡Mañana!.

-¡Vengo a llevarme a Akai! –gritó una voz decidida.

Sakura levantó una ceja, y miró el rostro de Hideto que parecía haberse detenido de súbito, en una expresión de extraña familiaridad, en un intento de sonrisa, mezclada con la esperanza, con el dolor, con la incredulidad.

Sakura vistió sus pantalones, y se acercó a la puerta. La abrió sin dilaciones, y un japonés de largos cabellos, ya no completamente anaranjados, sino de raíces marrones y puntas desteñidas, ingresó con ímpetu en el cuarto, llevando en su mano un maletín. Hideto, lentamente se incorporó de la cama, y sin vergüenza a su cuerpo desnudo y herido, miró al intruso con un brillo que nació de súbito en sus ojos.

Sintió la vida en su adolorido cuerpo.

Percibió aquel cosquilleo que le detenía el tiempo, que le sumía en un estado de feliz permanencia.

Sintió que había alcanzado un sueño.

Sólo saber que Tetsu no le había olvidado generó una sonrisa de un segundo, iluminado en agradables sensaciones que desconocía que su cuerpo pudiera recordar, pero la tensión del ambiente, rápidamente le llevó la realidad a sus sentidos.

Tetsu tiró a los pies de Sakura un gran maletín, y le miró con el ceño fruncido.

-Ahí esta todo el dinero. Lo compro.

-Ajá –levantó una ceja, y con una sonrisa burlona, miró el maletín, luego a Hideto, y tras un breve instante a Tetsu, dejando escapar una suave carcajada galante.

-¡Tetsu! ¡VETE! –le gritó Hideto, notando que aquella mirada en Sakura respondía a la perversidad. Temió por Tetsu. Temió por ponerle fin a alguien, que estúpidamente había luchado para darle lo que el había perdido hacia años: la libertad, la vida, la esperanza.

-¡Cállate! –le gritó Sakura, y miró nuevamente a Tetsu, de arriba hacia abajo–. Estimado músico... aún falta el último requisito.

-Lo sé. No lo olvidé -respondió con temor. Sabía que aquel japonés le pediría incluso el tesoro más fantasioso de los mitos, con tal de prohibirle la libertad de su amigo, pero no desistiría. Si fuera preciso, encontraría al mismo momotarou de los cuentos de la antigüedad.

-El último requisito... si no lo aceptas, puedes tomar el dinero e irte... –le comentó con una expresión cada vez más satírica. Tetsu sintió un temblor en sus piernas, ante la tensión de aquel suspenso.

-¿Cuál es el requisito?

-¿Lo aceptarás?

-¡Cuál es! –insistió impaciente, tensionando su cuerpo, cerrando sus puños en impotencia al sentir el mirar distendido de aquel oscuro hombre a su frente.

-Hideto está enfermo... ¿sabes? –Tetsu ablandó su expresión, en una de asombro y miró a su amigo, sentado sobre la cama, demacrado tanto como él, pero por causas más brutales. Hideto sólo esperaba angustiado, negando con su cabeza en silencio, el veredicto tramposo de aquel maligno ser. Sin más dilación, el bajista retorno a su mirada fiera, y observó con osadía a Sakura-… es bastante molesto usar cosas muy vaqueteadas... –Tetsu levantó una ceja, sabiendo lo que finalmente aquel japonés diría-... y me gustaría, ya que mi juguete preferido se va a ir, quedarme con una sensación nueva... tú sabes... quisiera pasar esta noche contigo. Una noche muy larga, por cierto... -sonrió torcido. Tetsu tragó con dificultad, y cerró sus ojos, frunciendo su ceño. Sintió el abatimiento y la decepción. Si le hubiera pedido la eterna juventud, tal vez no hubiera dudado en contestar. ¿Qué podía hacer?

-¡Tetchan! ¡Ni lo escuches! ¡Toma el maletín y vete! ¡Vete! –le dijo con voz entrecortada Hideto, que había quedado tan expectante como su amigo ante aquella súbita decisión.

-¿Y bien? ¿Qué vas a hacer? –preguntó una vez más Sakura.

Tetsu abrió sus ojos, y suspiró. Su mirar brilló en dolor, y bajando su rostro hasta el maletín, calló. Mucho sacrificio. Mucho dolor de su parte. Mucho dolor de parte de Hideto. Mucha decepción.

Suspiró una vez más. Sintiendo que su respiración se agitaba.

Aún quería tener su noche especial. Aún quería hallar a la persona correcta, aún deseaba sentir aquella vez como mágica. Pero la vida era así.

Suspiró aún más hondo, evitando la angustia que lo estaba atormentando. Miró de reojo a Hideto, quien le contemplaba horrorizado ante aquella dilación en la respuesta. Evadió su mirar, porque no tuvo el valor. Sentiría lo que alguna vez ese pelirrojo había atravesado en algún momento perdido de su pasado.

-Acepto...

-¡¡¡TETCHAN!!!! –gritó Hideto, con sus ojos desorbitados.

-Muy bien...

Sakura se acercó a Tetsu, y le abrazó. …ste no se inmutó, y sintió con repugnancia el aroma de ese cuerpo que súbitamente le rodeo.

Alejó su rostro un poco del hombro hediento en aromas perversos, y apoyó su mentón sobre él, contemplando un punto lejano en la pared, apreciando una mano perversa deslizarse por su espalda hasta dentro de su pantalón, y súbitamente, penetrarle. Cerró sus ojos con fuerza, evitando las lágrimas que saltaron por el dolor.

-¡Ay! –gritó en una tensión brusca de su cuerpo.

-Vaya. Nunca te has dejado... ¿verdad…? Se siente muy estrecho... ¿sabes que te dolerá? –comentó con voz tranquila, regocijándose de placer ante la situaron que iría a experimentar. Su curiosidad para con ese muchacho finalmente se concretaría.

-¡Tetchan! ¡Retráctate! ¡Tetchan! ¡Vete! ¡Vete! ¡No hagas esa locura, no sirve! ¡No sirve! -Le gritó con desesperación Hideto. Pero Tetsu sólo cerró sus ojos con más fuerza, sintiendo aquella caricia grosera y dolorosa.

-Sólo deja a Akai… ¡ay! –le dijo con voz entrecortada, y súbitamente Sakura le hundió su mano con mayor profundidad, notando la resistencia interior de la cual era poseedor ese japonés de cabellos largos.

-No finjas, sé que sabes su nombre... –le susurró.

-Déjalo afuera... –le imploró. No podría soportarlo teniendo el mirar de su amigo. Extrañamente, sin saber por qué, no lo soportaría.

Sakura lo tomó por el talle, liberándole de la tensa situación, y lo empujó contra la cama, donde se sentó, con un rostro inseguro. Hideto se arrodilló en el lecho y le abrazó con desesperación. …l más que nadie, sabía lo que ese momento representaba. Sufrió por sentir a su amigo un reflejo de su propio pasado, se angustió por ver cómo aquel sueño de la primera vez de Tetsu se esfumaba en aquella perversión, y se acongojó de que Sakura fuera el dueño de ese momento especial, tan indigno de Tetsu como el mismo Akai.

Sakura miró la situación con una gran sonrisa.

-¡Tetchan! ¡Vete! ¡No arruines tu vez...! –Tetsu sólo le puso un dedo sobre sus labios, sin mirarle. Akai abrió sus ojos ante ese gesto de abandono, y las preguntas le abordaron de súbito. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué él? ¿Por qué no de otra manera se podría solucionar aquella ironía?

-No lo haré si no se va –comentó el japonés de largos cabellos con voz cortada.

-Pero yo quería que Hideto viera cómo su salvador goza conmigo –rió con satisfacción.

-Quiero que esté fuera –Sakura le miró con el mismo observar de la perversión. Hideto lo notó y temió por la extorsión. Nunca Sakura atendía súplicas, a menos que ellas le representaran un beneficio.

-Bien. Estará afuera si dices lo que yo quiero... dirás mi nombre y que te gusta...

-Lo haré... –comentó cabizbajo, sintiendo con odio lo que se avecinaba.

Sakura tomó a Hideto del brazo, y a pesar de la resistencia de éste, lo empujó fuera de la habitación, cerrando el cuarto.

Apenas expulsó al pelirrojo del recinto, Sakura se giró sobre sus talones y miró con lujuria el joven cabizbajo aún sentado en la vera de la cama.

Se paró frente a él, notando cómo éste perdía su mirar, en un intento de huir ante la situación, bajo el manto de la inconsciencia.

Lo sujetó de los cabellos con fuerza, haciendo que su rostro se crispara en dolor, y obligándole a mirarle, le besó con profundidad. Tetsu sólo se dejó ir. Luchar sólo le acarrearía más dolor.

Rápidamente Sakura lo acostó sobre la cama, y rompió sus ropas con osadía.

Se había detenido unos instantes antes de atacar a su presa, contemplando con deleite la inmaculada piel de ese joven, que miraba hacia un costado, con el rostro tenso. No dudó un instante, y, tomando sus piernas con avidez, se acomodó con violencia entre ellas, sintiendo con placer el grito que aquel inesperado movimiento había generado en su nueva experiencia.

Tetsu, tensando su cuerpo como piedra, en un absurdo intento de rechazo ante aquella penetración tan repulsiva, que no hacia más que aumentar su dolor, se sujetó del cabezal de la cama, para resistir la locura que aquel suplicio supondría, le generaría. Y comenzó a gemir sólo las palabras que darían la libertad de su amigo, como habían pactado.

El joven ya no pudo contener los gritos y maldiciones que atacaron su garganta, ante el frenético movimiento del agresor. Hundía su rostro en la almohada, intentado ahogar sus quejidos, pero era inútil.

La penetración violenta y grosera, le asqueaba profundamente, pero el aroma que aquellas sabanas tenían provocó que, huyendo de ese olor tan agresivo como el movimiento brutal que lo mecía, mirara hacia el techo, en busca de liberarse de la sensación que comenzaba a turbarle en remolino, envenenando su mente con el arrepentimiento de haber aceptado aquella propuesta.

Y fue cuando se tensó aún más, sufriendo el placer que aquello había generado a su criminal. Sakura finalmente alcanzaba su clímax, deteniendo de súbito su movimiento, profundizado bruscamente la embestida, clavándole las manos en los muslos, sintiendo con placer el desgarro interno, y mirando hacia el techo, como siempre lo hacía, para verse reflejados mutuamente.

Tetsu sólo quedó observando esa imagen ante él, que le generó nauseas ficticias, apreciando cómo los restos de ese goce ingresaban a su adolorido cuerpo.

Su respiración agitada comenzó a entrecortarse, y su ojos incrementaron su brillo, contemplando ese pérfido reflejo, notando cómo ese japonés de cabellos negros le sonreía con soberbia, aún disfrutando de su cuerpo, un poco más, en unas estocadas bruscas, que sólo aumentaban la repulsión que Tetsu sentía con su propio cuerpo. Había perdido su ilusión de que aquella vez hubiera sido especial.

Fuera del cuarto, tras ser echado, Hideto miró sorprendido el color de aquella puerta. Observó con profundo asombro aquel simple pasillo que hacía años había atravesado y que nunca había vuelto a recordar. Sus años habían pasado en ese dormitorio, de forma tan oculta. Se sentó en el suelo, mirando con tristeza la puerta. Rojo metálico.

¿Por qué Tetsu la había elegido? Sólo el color de su propia perdición.

Sintió un grito desesperado, y gemidos de dolor. Era la voz de su amigo.

Cerró sus piernas con malestar, no queriendo recordar lo que había pasado aquel día. La primera vez que había tenido que atravesar esa misma situación, sintiendo cómo le arrebataban todo.

Pero no pudo evitarla, y la recordó.

Evocó una vez más aquella fuerza bruta que Sakura había utilizado contra él, cuando sólo tenía 14 años.

El también había deseado que su primera vez hubiera sido inolvidable.

Y efectivamente, lo había sido. Pero perversamente inolvidable.

-¡Basta! ¡Basta!

-¡Dilo!

-¡Así, más…! ¡Ay! ¡Bastardo! ¡Así! ¡Hijo de puta! ¡Así!

Sintió sus propios gritos en su recuerdo, acoplarse perfectamente con los de su amigo. Juntó sus rodillas, y ocultó su desnudo cuerpo, con la larga cabellera que le rodeó, tras apoyarla sobre sus brazos. No quería escuchar, pero estaba siendo oyente de la tortura. Y se odiaba. Su libertad, ¿realmente valía eso?

****************************

Finalmente, las horas de tortura para Tetsu habían acabado.

Sakura se sentó en la cama, esperando el lloro del músico quien con el poco orgullo que le restaba, miraba el espejo con ceño fruncido, osado, intentando demostrar en vano que aquello no le había afectado.

Sakura, tan perverso como siempre, se acercó al rostro del joven, y le besó con profundidad, deslizando su mano hacia el interior de aquella zona que tanto placer le había dado.

Notó las heridas abiertas, y el grito ahogado del músico en su boca.

Había sido satisfactorio.

Se levantó con tranquilidad, y miró desde su elevada posición el yaciente cuerpo, con su piel marcada, con sus dedos impresos en sus muslos, y la sangre manchando sus piernas y las blancas sábanas hedientas. Tetsu no le miró en ningún instante, sin ablandar su ceño decidido.

-Bien. Me has gustado más que Hideto. Su cuerpo estaba muy usado. Lo tuyo fue una novedad gustosa –rió, y tras vestirse, se dirigió a la puerta dando la espalda al japonés destruido sobre la cama, no sin antes tomar el maletín que aún estaba sobre el suelo y notar el incipiente lloro que mal contenía el músico.

Salió del cuarto con aire triunfal, y halló frente a ella a su empleado, con el rostro escondido en las rodillas, tapado con la inmensidad de su cabello. El sonido de ese movimiento alteró a Hideto quien sobresaltado, elevó su mirar hacia el pérfido nipón. Sólo recibió una torcida sonrisa de éste.

-Gustoso. Ya eres libre...

Hideto abrió sus ojos en horror, y sin esperar que la figura de Sakura desapareciera a través de la puerta dorada, ingresó desesperado al cuarto, hallando a su amigo desnudo, con las marcas en su cuerpo, con la sangre rodeándole, con la misma sensación que él había tenido hacía 8 años.

Se acercó despacio ante Tetsu, quien escondía su rostro en la almohada, ya sin pretensiones respecto de ese hedor, sin mover su cuerpo, sin siquiera temblar. Un lloro ahogado interrumpía el silencio.

Hideto cayó de rodillas ante la cama, y a pesar del dolor de su cuerpo, sólo miró con tristeza cómo había lastimado a su amigo. Un amigo que finalmente se le revelaba como la calidez que siempre había sentido en él. La misma calidez que había nacido en su vientre, y que aquella vez lo había motivado a intentar proponerle esa insinuación al bajista. Esa calidez, que ahora se desvanecía en el dolor mutuo, en el reflejo de la imposibilidad.

Había perdido sus sueños.

Hideto había obligado, sin conciencia, a Tetsu a tal acción, haciéndole perder ese sueño que tanto le iluminaba el mirar. Había perdido aquel secreto anhelo de magia.

¿Acaso su libertad valía eso?

Tomó con miedo la mano de éste, y, a pesar de que se negaba a mirarle, sintió con alivio cómo los dedos de su compañero, se cerraron desesperados entre los suyos.

No mezquinó su impotencia, y levantándose del suelo, abrazó a Tetsu sobre la cama, sintiendo cómo éste, sin cambiar su posición, movía lentamente sus brazos, para retribuir ese apretón, que finalizó con el quiebre absoluto de Tetsu.

Lloró dolorido, vaciado, arrepentido. Hideto le abrazó con más fuerza, notando por primera vez en su vida aquel aroma, y le desagradó. Le repugnó profundamente que se mezclara la esencia de aquel pérfido con el cálido perfume a colonia que ese japonés de cabellos largos tenía, y que ahora lloraba, sintiendo las consecuencias de haberse sacrificado en pos de él.

Pasaron los minutos de desahogo, abrazándose mutuamente.

El hipar compulsivo de Tetsu comenzó a tranquilizarse, aflojando con él, el abrazo que había sido tan desesperado por parte de ambos.

Hideto se separó un poco, y contempló el rostro más calmo de Tetsu.

-Tetchan... te dije que no lo hicieras... ¿Por qué…? –le miró con profunda impotencia. Hubiera hecho todo, incluso condenarse a sí mismo al infierno, para no haberle hecho pasar aquella tortura a su amigo.

Tetsu sólo se dejó perder en la mirada de Hideto, en silencio, percibiendo el brillo que ésta había tomado, y que nunca antes le había visto. Un resplandor precedente de las lágrimas del alma, ya no de las frías del cuerpo.

Tetsu intentó abrazarle con más fuerza, y, antes de atraerlo otra vez contra sí, rozando sus pechos desnudos y heridos, notó la crispación en el rostro del pelirrojo.

Desesperado, se escondió en el hombro de éste, y le abrazó con fuerza, sujetándose con angustia a la espalda de su amigo, sintiendo un líquido sobre ella.

Nuevamente su pecho comenzó a convulsionarse, en un incipiente lloro que se reanudaba. Intentó detenerlo, mirando hacia arriba, parpadeando rápidamente, notando sin querer la imagen que aquel espejo le devolvía. Abrió sus ojos, y detuvo su llanto. Separó súbitamente sus manos de la espalda del joven, sintiendo cómo la tensión de Akai se disipó ante el movimiento que le alivió. No lo había notado.

Pudo ver en el espejo la enllagada espalda de aquel que le abrazaba con impotencia. El dolor le atragantó el lloro, y no pudo más que perderse en las palabras de su amigo.

-Te juro, Tetchan, que no te arrepentirás. No lo harás...

Y suspiró.

**********************

 

Tetsu entró al hospital y, ya sabiendo el número de cuarto, se dirigió a éste.

 

Abrió la puerta con suavidad, y caminó con lentitud hasta la cama que se exhibía a su frente. Llevaba una gran sonrisa dibujada en su rostro.

 

Se sentó al lado de la cama, en una  silla cercana, y miró a Hideto con deleite. Ya habían pasado 3 semanas de aquella tortura, y su cuerpo se había regenerado. El dolor físico había sido importante, aunque el hecho de ver a su amigo allí, recuperándose, y libre al fin, le era suficiente para haberlo superado. O al menos, eso creía.

 

Al igual que Hideto, había sido hospitalizado bajo un diagnóstico serio de desnutrición, que no le generó conflictos para salir de allí lo antes posible y ver el estado de su compañero.

 

Hideto, sintiendo aquella fragancia limpia de colonia juvenil, despertó de su adormecimiento parcial, y miró a Tetsu. Sintió una profunda alegría de volverle a ver, y poder apreciar sin repugnancia el aire libre de aquel cuarto. Un cuarto que por tres semanas le había permitido descansar, sin clientes, sin torturas, sin nada más que el disfrute de su cuerpo en un estado que consideró ‘salud’. Un estado que había olvidado. Y aquella sensación aún continuaba en su cuerpo, no terminando nunca de asimilarla. La sensación de la normalidad, donde ningún dolor serio, ninguna herida, ninguna punzada, le afectaban el ánimo, se regocijaba en la tan conocida sensación de cosquilleo que la sola presencia de su amigo le generaba.

 

Miró la ventana del cuarto, y notó la luz del día. Advertía, para su sorpresa, el correr de las horas. Finalmente, se percataba del paso del tiempo, de la luz, de la oscuridad.

 

Se acomodó un poco en la cama, y regresó su vista a su amigo. Le alcanzó la mano y Tetsu la tomó, aumentando su sonrisa.

 

A pesar de ese bello rostro, de esa gentil mirada, de esa calidez que tanto había extrañado, pudo notar que el cuerpo de Tetsu había cambiado. Como sólo cambian los cuerpos masculinos tras la primera experiencia.

 

Tal vez, aquel cambio era producto del tratamiento contra la desnutrición que había afectado a su amigo en pos de juntar el dinero necesario para salvarle, tal vez era producto de la edad que pasaba, quizás sólo excusas, para evitar pensar en la verdadera causa. Y es que no había sido especial.

 

Aquella idea retumbaba en la cabeza de Hideto, con culpa. Sabía que aquella sonrisa que le mostraba ocultaba un gusto amargo. …l lo sabía, porque lo había vivido.

 

-Hide, ¿cómo estás? –le preguntó con suave voz que provocó en el pelirrojo una sensación de ilusión que le maravilló.

 

-Bien... tan bien... –su voz tenía un matiz calmo, como nunca antes había apreciado.

 

-Tengo buenas noticias...

 

-¿Ah?

 

-Los exámenes...

 

-¡Ah! –soslayó su rostro. Había esperado por tres semanas aquellos resultados. Sakura le había enfermado, y no quería saber con exactitud de qué, sin embargo, no entristeció de golpe, pues la sonrisa de su amigo le estaba dando seguridad. Le estaba dando esperanza. Como siempre le había dado Tetsu.

 

-Ese ampollado que tienes en la espalda, es alergia.

 

-¿Alergia? –lo miró incrédulo.

 

-Ajá. Nada grave. Vivirás siendo alérgico a algo que, cuando te recuperes, deberás chequear con el medico...

 

-¿Sólo eso? –sus ojos abiertos miraban con asombro y gratitud a aquel japonés de cabellos largos y desteñidos.

 

-Así es. No tienes nada más –Hideto elevó su ceño, sonriendo con profundo agradecimiento, no sabiendo con exactitud a quién compensar. Miró a Tetsu intensamente, y éste arqueó sus cejas, con curiosidad.

 

-Estoy tan bien. Y libre –negó con su cabeza, diciendo con voz dudosa aquel enunciado que siempre se repetía, para creerlo finalmente, para descubrir que realmente era verdad–. Tetchan... yo... seré tu eterno deudor...

 

-¡Ah! ¡Ya! ¡Basta! ¡Me sonrojas! –le comentó agraciado, golpeando con suavidad el brazo de Hideto, y regresando a reanudar el contacto con su mano.

 

-Tetchan. Yo seré lo que quieras... -le miró, sintiendo el infinito en sus ojos. Le era imposible explicar en palabras aquel secreto mar de bienestar que con suave marea, acariciaba su alma. Sábanas limpias, ambiente puro, y un mirar tranquilizador. Su salvador. Un salvador que sin querer había condenado. Su gratitud no tendría límites. Lo había decidido.

 

-Sólo quiero que seas tú... –le sonrió una vez más. 

 

******************************

 

El presupuesto escueto había provocado que aquel garaje cercano al barrio natal de Tetsu resultara demasiado costoso. Pero, en busca de hallar una solución a todos los problemas que surgían, había conseguido en los límites de Osaka y Wakayama una casa con el espacio suficiente como para ubicar todos los instrumentos y permitirles vivir un tiempo con holgada sensación.

 

El baterista había pasado los últimos meses ahorrando aquel dinero prestado, sabiendo no con mucha certeza, que la causa justa sería aceptable.

 

Así, su participación en diversos grupos como reemplazante, le habían permitido sobrevivir aquel tiempo, y en aquellas bandas había logrado alcanzar a realizar contactos necesarios como para hallar un nuevo lugar, y de costos aún más reducidos.

 

Había avisado a Tetsu de aquel lugar, y, en busca de regresar a ser el Larc en Ciel que habían sido, el bajista se mudó con Pero a aquel alejado lugar, pero esa vez, se llevó a Hideto, que sin hogar, sin padres, sin siquiera una educación promedio, se hallaba aún a disposición de su salvador.

 

El primer día que Hideto fue presentado a Pero, éste creyó que se trataba de una mujer, que había sido la causa de los estragos que su compañero había hecho por más de un año. A pesar de esa insinuación en la presentación, Tetsu evadió el tema, y tras resolver aquella confusión, sin más dilaciones, comenzaron a practicar.

 

El rango de voz de Hideto había sorprendido con creces la expectativa del baterista, y aún más, la habilidad casi innata de éste para la guitarra, aunque su inexperiencia tanto en la voz como en el instrumento era notoria, pero no insuperables.

 

-¡Tadaima! –comentó Pero, ingresando al garaje de esa pequeña casa, que utilizaban de salón, de lugar de ensayos, y de habitación.

 

-¡Okaeri, Pero! –Tetsu dijo rápidamente, mirando con sorpresa a su amigo, que lo esperaba en las próximas dos horas.

 

Pero, curioso, se acercó a la mesa donde Tetsu y Hideto estaban concentrados. La extrañeza de aquellos dos, el halo misterioso que los rodeaba, le había producido una amigable sospecha, pero que no se atrevía a insinuar.

 

-¿Ah? ¿Qué es eso? ¿Kanjis?

 

-Ah... sí... –comentó nervioso Tetsu, pero Hideto sólo lo miró con un leve gesto de soberbia. Lentamente, recuperaba la personalidad que había perdido hacía 8 años. Aquel adolescente de rebelde actitud, con una profunda algarabía de vida, comenzaba a asomar en la reprimida personalidad del muchacho que había dejado de ser Akai para el resto de sus días.

 

-¡Ah! ¡Pero! Perdóname una, ¿sí? Me olvido de los kanjis, ¡Tetchan me ayuda a repasar! –se excusó con un suave gesto de su mano, mirando hacia un costado, alzando sus cejas, con un aire de desinterés.

 

-¿Te olvidas? ¡Estás mal, amigo! –le sonrió torcido. La extravagancia del pelirrojo le agradaba, y más su sentido de humor con el que compartían amenas horas.

 

-¡Ne! –le guiñó un ojo con altanería que hizo alegrar al baterista, y negando con su cabeza, se sentó frente a sus amigos.

 

Más misterios a la relación.

 

Siempre había preguntado cómo se habían conocido, pero ninguno respondía verdaderamente. Por más que inquiriera del pasado de Hideto, no recibía más que evasivas. Aquel joven de pelirrojo cabello, y sensual caminar, era una joya misteriosa.

 

Hideto componía bellas canciones que su voz, cada día más perfeccionada de la mano de Tetsu, hacían vibrar, muy diferente de su habilidad de guitarra, que había quedado estancada.

 

Tetsu estaba ilusionado de aquella joya encontrada en su amigo, aún con la sensación extraña de la experiencia atravesada, pero se convencía a sí mismo que finalmente, raruku alcanzaría el verdadero éxito esta vez, cuando Hideto terminara su perfeccionamiento vocálico e instrumental.

 

Sin embargo, no todo era tan positivo. Lentamente, Tetsu comenzó a notar que el taciturno baterista practicaba con ellos en extraña actitud, aumentando su ausencia en los ensayos, con una evasiva personalidad.

 

Algo acontecía con él, pero no osaba imaginar.

 

La mente del baterista ya maquinaba desde hacía mucho tiempo la idea de abandono de aquella banda, que retuvo cuando vio los avances de Hideto, pero nuevamente avanzaba socavando la confianza que tenía en el grupo, al notar el estancamiento súbito que el pelirrojo había tenido con la guitarra. Su habilidad no iría a mejorar, y eso lo sabía sin necesidad de esperar el futuro.

 

Pero tenía ya la noción de abandonarles, insuflado por las ideas de un antiguo guitarrista con el que había compartido mucho tiempo en los últimos meses, tras utilizarle como batería de reemplazo.

 

Aquella tarde de lluvia, en ese retirado lugar de Osaka, Tetsu terminaba de anotar algunas corcheas en su pentagrama, y mientras Hideto repasaba sus últimos kanjis, la atención de ambos fue arrebatada por la llegada súbita de Pero, cuya ausencia por más de tres semanas les había intranquilizado. El baterista había ingresado a la pequeña casa tras cerrar su paraguas, y les miró allí parado, con un gesto de culpa en sus ojos.

 

-¿¡Ah!? ¡Pero! ¡Finalmente llegas! ¡Nos tenías preocupados! -le sonrió Tetsu, pero éste, con seria actitud, se acercó a la mesa, y, mirando una vez más aquella extraña imagen del vocalista aprendiendo lo que aparentemente debía repasar, se sentó frente al bajista. El líder, incomodado por la acción, se mantuvo expectante, al igual que el vocalista.

 

-Tetchan... dime... ¿cuándo será nuestro concierto...?

 

-¿Concierto? Aún no tenemos las producciones... será dentro de un par de meses...

 

-Es demasiado tiempo –rápidamente susurró, contemplando un punto alejado de la mesa.

 

-¿Eh? –le miró con temor, vislumbrando lo que irremediablemente sabía que acontecería.

 

-Si L’arc en Ciel no sale de su reclusión en esta semana...

 

-¡Pero! Hideto aún no maneja la guitarra con esa perfección para presentarnos a dar espectáculos...

 

-Si no es en esta semana... yo me voy... –sentenció sin soberbia, con un evidente dolor que sólo la necesidad le obligaba a tomar.

 

-¿Qué? –abrió sus ojos, a la par de Hideto, que miró con asombro al baterista. Un amigo fiel del cual, sabía, había recibido su ayuda, aunque él no lo supiera con plena conciencia-,  ¡No nos puedes hacer esto! ¡Pero! ¡Te necesitamos!

 

-Lo siento, Tetchan. Me dieron un lugar en Die In Cries...

 

-¿Qué? Hiro te convenció finalmente, ¿verdad? –su ceño se frunció, con dolor, con un tinte de traición.

 

-No... no... -bajó su mirada. No podía negarle a los ojos lo que era verdad. Hiro le daba la oportunidad de transformarse en una buena banda, en plena actividad, no como Tetsu, en aquel esbozo de sombra del grupo que habían sido, y que no podían superar.

 

-Lo hizo... –Tetsu descendió su vista hacia el pentagrama que estaba corrigiendo, y sintió un leve dolor en su pecho. Sus sueños, desvaneciéndose–. Está bien... Pero... ve. Supongo que tienes razón. Mucho tiempo de inactividad. No tienes por qué morir con el barco... –susurró con tristeza, sintiendo cómo su sueño se desvanecía. Ya no era sólo la carencia de Hiro que había sido levemente reemplazada por Hideto que no tenía su experiencia. Ahora debía lidiar con la ausencia de un baterista. Ya no había grupo que mantener. Sólo fragmentos de lo que había sido.

 

-Tetchan... perdóname... –le comentó con culpa, pero él debía sobrevivir. Había ayudado hasta el límite a su compañero, pero si éste se negaba a ver la realidad, a ver que finalmente, raruku había muerto, ya no podía hacer nada más. Se levantó de la silla, y, apoyando la mano en el hombro del bajista, le dio un suave apretón y se fue–. Mañana paso a retirar mis cosas...

 

-¿Te mudarás? –preguntó Hideto con igual angustia que el líder.

 

-Ajá. Iré a Tokyou con el grupo.

 

-¡Ah! Tokyou –miró nuevamente sus kanjis. El gótico grupo finalmente había surgido el anonimato y el siguiente paso de aquello, era la vida en Tokyou. Suspiró resignado, y miró a Tetsu quien no dejaba de ver el pentagrama con el mirar opacado. Un mirar que ya no era el que había sido, un mirar que adquiriría más oscuridad. Su sueño se esfumaba, y lo sabía.

 

-Suerte, chicos.

 

-Pero –interrumpió Tetsu, y le miró con una suave sonrisa–. Gracias por todo. Te enviaré el dinero a tu casa natal, ¿sí? –le estaba agradecido a ese amable baterista por haberle ayudado siempre que le necesitó. No podía restringirle sus ansias de libertad, y más sabiendo que una oferta mucho más jugosa ya le había sido ofrecida. No podía ser egoísta, y en pos de aquel pensamiento, aceptó con suave tristeza la partida de su amigo. Otro más que se iba, que un lejano tren se lo arrebataba. Otro más hacia el olvido.

 

-Mn –asintió con la cabeza en un rápido movimiento, y le retribuyó el gesto. Tetsu se despedía de él sin remordimientos y con gratitud. Era un buen joven, pero con el sino de la frustración.

 

****************************

 

 

Los días comenzaron a pasar en aquella casa de los límites de Osaka. Tetsu no se detenía a descansar, en busca de hallar un baterista y un guitarrista. Hideto finalmente había alcanzado una maestría en la composición de letras y en el uso de su rango vocálico, que su habilidad con las cuerdas no denotaba, y sin miras a mejorar. No al menos, en el corto plazo.

 

Mientras pasaba largas horas sentado en aquel cuarto casi vacío, donde la ausencia de la batería aumentaba la sensación de desolación, apenas mitigada con la presencia de una guitarra y un bajo gastados, Hideto sólo componía pentagramas y poesía, casi desesperadamente, en busca de proteger a Tetsu. Un amigo cuyo sentimiento interior se le revelaba sin dobleces, un amigo que se había sacrificado demasiado por él, perdiendo parte de su libertad, perdiendo sus deseos, y lentamente, desvaneciendo su último sueño.

 

Cansado de las horas de producción, se reclinó sobre el asiento, y miró el techo. Las hojas desparramadas sobre la mesa conformaban 12 canciones, siete de las cuales ya tenían música.

 

Suspiró, siendo cortado su resoplido por el ingreso cansado de su amigo, que volvía a tener el físico y el mirar de aquel joven que, habiendo trabajado por un año, y haberse sometido a condiciones inhumanas de vida, colapsaría en cualquier instante.

 

Caminó con extenuación hasta uno de los futones que se acomodaban en el rincón de ese pequeño lugar, y sin quitarse la ropa, se arrojó a él, boca abajo, sin siquiera saludar.

 

-¿Tetchan? –su voz con temor, inundó, sin respuesta el silencio del cuarto.

 

Tetsu sólo calló. Demasiada realidad para su infantil espíritu. Debería tomar conciencia de que finalmente, su sueño era estúpido.

 

Cerró sus ojos, reparando tras unos segundos en una mano que acariciaba su cabeza.

 

Hideto se había levantado de la mesa y se había sentado a su lado, en el suelo, en busca de confortarlo. Como él lo había hecho en su momento, ahora era el turno de ayudarle.

 

Tetsu giró su cabeza sin ganas, y entreabrió sus ojos, para ver el rostro de su amigo.

 

Le sonrió con suavidad, casi imperceptible.

 

El semblante del pelirrojo estaba intacto. Ya no tenía ojeras de cansancio, ya no tenía las marcas de golpes o de mordidas en su rostro y cuello, y su cuerpo ya no le gritaba con dolor el fin de las torturas diarias.

 

Cerró sus ojos, recordando la tragedia de la que había sido victima y, a pesar de lo que había sufrido, y aún sin darse cuenta sufría, sentía interiormente una satisfacción de saber que, al menos, a alguien había ayudado. No se sintió tan mal, apreciando el gentil movimiento de aquella mano sobre su cabello desteñido. Era demasiado suave, demasiado dolor el que había pasado, como para arrepentirse. Hideto, al menos, estaba a salvo.

 

-¿Tetchan? ¿Qué paso? –insistió con gentil voz.

 

-Nada. Siempre lo mismo: nada.

 

Hideto se sentó más cerca del rostro de Tetsu, quien, sin necesidad de invitación, movido por su propia necesidad, se acercó al muslo del pelirrojo, y ocultó su rostro contra él. Tenía un suave aroma a limpio, que le hizo sentirse satisfecho.

 

El cantante suspiró resignado ante aquella actitud abatida que siempre tenía el líder desde el abandono de su baterista. Miró hacia la pared, perdiéndose en los recuerdos, en busca de alguna solución, mientras continuaba acariciando la cabeza, ahora más cerca, del líder.

 

El movimiento de frote de la mejilla de Tetsu contra él le distrajo un instante, y bajó sus ojos hacia él, sonriéndole con ternura. Un niño, sólo eso.

 

Tetsu tenía los ojos cerrados, dejándole percibir su perfil. Un anguloso perfil, de pómulos marcados, pero de curvas delicadas, con esa piel que tan sedosa impresión generaba. Cada vez que le contemplaba con aquella devoción, sentía su cuerpo rendirse. Un joven que había dado lo que nunca ninguna persona hubiera hecho por él, sin pedirle a cambio algo.

 

Y ese niño, hecho adulto, quizás en parte por la violencia, no le había pedido a cambio nada más que la libertad. Ese niño le entregaba lo que todo el mundo, en tanto tiempo, le había estado arrebatando. La calidez de la que siempre era presa bajo esos pensamientos se elevó extrañamente desde su vientre hasta su estómago, con una burbujeante sensación de desesperada necesidad dulce.

 

Dejo de acariciar su cabello, y deslizó sus dedos por el rostro, para tocar la suavidad de la tez. El gesto extrañó a Tetsu quien, abriendo sus ojos, le miró con curiosidad.

 

-¿Pasa algo? –le preguntó, quizás producto del nerviosismo ante tan profunda mirada de la que era presa, bajo la intensidad del silencio.

 

-¿Por qué? –sus ojos se penetraban mutuamente.

 

-¿Mn? ¿Qué pasa, Hide?

 

-¿Por qué no me pides nada a cambio...?

 

-¿Qué hablas? –le observó con extrañeza, pero pronto cerró sus ojos, arropándose en ese muslo que le permitía ocultarse.

 

-Perdóname... –Tetsu le clavó su mirada, con duda, notando el brillo de su compañero.

 

-¡Hide! ¿Otra vez lo mismo? –le sonrió divertido, extendiendo una mano hacia la mejilla del cantante, en busca de tranquilizarle. Ya estaba acostumbrado a aquella vulnerabilidad que atacaba súbitamente a su compañero, producto de la culpa. No necesitaba más para comprenderle. Sabía lo que pensaba, sabía que se sentía causa de la desgracia, pero Tetsu, simplemente le justificaba. Una sensación oculta le hacía comprenderle.

 

-Tu banda... yo... ¿yo no puedo ser baterista? ¿Puedes enseñarme?

 

-¡Yo no sé! –le sonrió, alejando sus dedos tras la suave caricia, y acomodando su cabeza sobre el regazo de su amigo, que, extrañamente, su cuerpo se había ubicado sin conciencia plena.

 

-¿No tienes algún amigo que pueda enseñarme?

 

-No. Sólo tenía a mi amigo... pero... ya te conté... –le sonrió con tristeza, y Hideto le comprendió. Tetsu le había revelado, como la mayor parte de su pasado, aquel dato de la presencia de ese alto japonés perdido en su infancia, que tras haber abandonado Osaka, había logrado la total ausencia. Un amigo, un guitarrista, y un verdadero humano. Había perdido demasiado con la partida de aquel tren.

 

-¿Y si le llamas?

 

-No tengo su teléfono...

 

-Sabes el de su familia, ¿cierto? Ellos saben el de Nagoya...

 

-No. mejor...

 

-Sólo inténtalo, Tetchan. Yo buscaré al baterista... –le desafió con la mirada, con una súbita y desesperada sonrisa, en un intento alocado de salvar lo único que quedaba de su amor platónico: el sueño de Tetsu.

 

-¿Mn? –levanto una ceja, observando a su amigo que le miraba desde arriba, dejando caer parte de su colorado cabello sobre su rostro.

 

-Algunos clientes…

 

-¡No! ¡No lo voy a permitir! –determinó con el ceño fruncido, sentándose de súbito en el futón, y mirando directamente a Hideto–. ¡No quiero que te metas en eso! ¡No!

 

-Pero, Tetchan...

 

-¡NO! ¿No te fue suficiente? Quiero que hagas las cosas con libertad, Hide. No quiero que nunca más hagas algo que no quieras…

 

-Tú lo hiciste -le reprochó con culpa, con un suave tono grave. Tetsu se detuvo, contemplándole en silencio, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Aún podía sentir las sensaciones, a pesar del tiempo transcurrido. Era algo que no deseaba volver a repetir, ni aún en recuerdos.

 

-¡HIDE! –le reclamó con dureza. Sólo quería olvidar el tema, pero su amigo se empecinaba en caldearlo, sin entender la causa de tal accionar.

 

-Yo haré lo que desee... Tetchan –desvió levemente el tema, sabiendo de la sensibilidad que había generado su amigo en ese respecto-. Yo tengo la libertad que te he arrebatado... –le miró con soberbia, frunciendo su ceño en igual modo que Tetsu, con osadía. La culpa le molestaba, pero la gratitud hacia ese japonés de desteñidos cabellos era superior.

 

Se levantó del suelo, sintiendo que la calidez de su interior se desvanecía, y, con paso firme, dejó la habitación. Tetsu miró con tristeza el cierre de la puerta, y, con cierto odio, arrugó su nariz.

 

Se sintió decepcionado. Sintió que aquella tortura que él había sufrido había sido en vano. Suspiró con resignación, y un dejo de tristeza le cubrió la mente. Después de todo, los seres de vida como la que había tenido su amigo eran así. Siempre regresando a lo que odiaban, a lo que decían odiar, pero que les gustaba. Como una ramera. Porque en realidad, eso era.

 

Se recostó una vez más en el futón, y se dispuso a dormir.

 

¿Cuánto faltaba para que ese vocalista también lo abandonara?

 

****************************

 

 

Hideto pasó toda la semana fuera de aquella casa.

 

Tetsu ya no esperaba nada más de él. Probablemente, habría caído en alguna trampa de la yakuza, quizás un trato, una firma, y ya regresaba a su tortura.

 

Tetsu se giró sobre su futón y miró el techo, con profunda tristeza.

 

Nada de lo que había luchado, su tortura, su culpa por haber tenido la sola idea del arrepentimiento de tal acción, habían valido.

 

El cuarto estaba tan silencioso que podía sentir su respirar.

 

Simplemente se resignó a su mala suerte, que, habiendo tenido tanto, perdió todo. Estaba decidido a pasar aquellos días en la soledad del gran cuarto, cada vez más vacío, con la sola idea de la derrota.

 

Cerró sus ojos, en un intento vano de olvidar.

 

Todo estaba abandonado, incluso, su ingenua alma.

 

**************************************************

 

Hide había regresado a aquel burdel que fue escenario de sus 8 años de suplicio.

 

Caminó por los pasillos, con cierto gusto de recuerdo, y encontró la recepción principal. Avispó a Keiko por primera vez, asombrado de verle el rostro. Todo el tiempo que había pasado allí, sólo la conocía su voz.

 

La contempló fijamente, incluso cuando la joven le habló.

 

-¿Señorita? ¿Gusta de algún turno?

 

-... -era esa voz, indiscutiblemente.

 

-¿Señorita? –volvió a insistir. Sólo contempló a una joven pelirroja de mirar penetrante.

 

-Quiero hablar con el hijo del dueño...

 

-Ah, discúlpeme señor, le confundí –sonrió con vergüenza ante el ronco sonido de la voz de aquel joven-. Pero el hijo del dueño, al igual que éste, son personas muy atareadas...

 

-¡Exijo que venga a verme!

 

-¿Qué es este escándalo? –una conocida voz, a sus espaldas, le hizo temblar por un instante, y se giró, con soberbia.

 

Mantuvo su vistazo clavado en ese conocido hombre, quien, tras arquear las cejas en expresión de sorpresa, le miró con lujuria, de arriba abajo, degustando con perversión el cuerpo del muchacho que aún recordaba.

 

-¡Vaya! ¡Akai! ¡Cuánto tiempo! –le sonrió con malignidad, pero Hideto sólo le contempló con indiferencia, desafiante –. ¿Qué sucede? ¿Quieres volver al trabajo?

 

-¡NO! –le gritó con molestia–. Ya has tenido todo lo que querías.

 

-¿Y entonces?

 

-Yo... –bajó su mirada un instante, un momento de debilidad, pero la alzó con algarabía–. Quiero que me des la lista de mis antiguos clientes... –comentó con repugnancia de sus propias palabras.

 

-¿Ah? ¿Trabajas independiente ahora? ¡Vaya! ¡Dime dónde! Te pagaré con gusto...

 

-Dame la lista... –le exigió sin escuchar sus palabras. Notó un centellear maléfico en los negros ojos de aquel japonés, y, sin lugar a dudas, pudo reconocer de inmediato la idea que había a travesado su mente. Pero estaba dispuesto a todo por Tetsu, incluso, a eso.

 

-Sería bueno recordar épocas... –le insinuó finalmente, y le tomó del brazo, llevándolo a su despacho. Hideto sintió un profundo aborrecimiento en su interior, que le hizo rechazar aquel toque apenas ingresó a la habitación. Notando aquella energía, Sakura le miró sonriendo, con un dejo de astucia, y se apoyó sobre la mesa de su escritorio, contemplándole desde arriba con soberbia, favorecida por las diferencia de sus cuerpos.

 

-No. Sólo quiero la lista, Sakura. Sólo eso.

 

-Sabes que nosotros tenemos una estricta política de privacidad...

 

-¿¡Qué quieres!? –le osó con el ceño fruncido, sabiendo de antemano la respuesta. No quería dilatar más la presencia de ese hombre. Conocía lo que quería, percibía lo que debía hacer.

 

-Tú sabes...

 

Hideto crispó su rostro en desagrado.

 

Sabía que lo que iba a hacer era incorrecto. Era una forma de manchar el sacrificio de Tetsu, pero él necesitaba de esa lista.

 

Recuerdos esporádicos de su mente que le atacaban ante la contemplación de Tetsu en su futón, derrotado, le habían insinuado la posibilidad de una salvación, pero sólo a través de aquella lista.

 

Suspiró resignado. Su cuerpo, que ya había olvidado el dolor de aquel trato, tembló de un escalofrío con el sólo percibir la futura tortura.

 

El recuerdo le atormentó, pero debía hacerlo, aunque no fuera lo correcto, e, irónicamente, en pos de Tetsu, aunque con ello estaría destrozándolo.

 

Se desvistió rápidamente, y se paró con soberbia frente a Sakura.

 

-Mn. Veo que te gustaba, a pesar de todo... –le sonrió con ironía, acercándose a él, para deslizar su mano por la cintura de Hideto, en busca de corroborar lo que el tiempo había restaurado.

 

Hideto se tensionó con brusquedad en un reflejo de defensa, y aún conteniendo las ganas de huir de aquella tortura, le dejó que hiciera lo que deseara con su cuerpo.

 

Rápidamente, notó cómo lo arrojaba sobre el escritorio, y, sin preparación, volvía a lazarse como había hecho por 8 años sobre su cuerpo, lastimándolo. Nada en ese perverso ser había cambiado.

 

Gemía en dolor, apreciando con alivio que aquel lugar, por lo menos, no tenía un siniestro espejo, y que aquella tranquilidad le permitía cerrar sus ojos, e imaginar a otra persona en el lugar de ese pérfido.

 

Y así lo resistía, como lo había hecho por muchos años.

 

Rápidamente finalizó, sabiendo que nunca más repetiría aquella profanación a la confianza de Tetsu, y tras separar el contacto, se dejó deslizar hacia el suelo, sintiendo los efectos de las agresiones. Tan duras como siempre.

 

Sólo faltaba la parte final, la más vejatoria.

 

Y como lo había esperado, Sakura, tras vestirse, se acuclilló a su frente y le miró con malicia.

 

Lentamente comenzó a delinear con su dedo el camino hacia la zona baja del pelirrojo, satisfecho de los destrozos internos, y tras los gritos de asco que aquel grosero movimiento generaba en la garganta del joven, lo libero de tan vil toque.

 

-¿Sabes, Hide? Creo que me gustó más tu amigo... ¿él sabe que te estás haciendo esto? –su voz burlesca intentaba dañarle, jugando con el sentimiento vivo que, Sakura sabía, Hideto tenía por aquel músico.

 

-¡Sólo dame la maldita lista! –le dijo con el rostro oculto por su largo cabello, aún sentado en el suelo, recomponiéndose de las punzadazas que atacaban su olvidado cuerpo.

 

-Le diré a tus clientes más adeptos que atiendes independientemente... ¿tu amigo también lo hace?

 

-¡Vete a la mierda!

 

-Tu amigo gemía muy bien... y lo disfrutaba... lo sé...

 

Comentó con malicia, sabiendo cuánto afectaba ese comentario al pelirrojo tras aquella acción realizada. Sacó del cajón de su escritorio una carpeta, y la arrojó al suelo, mirando con desprecio al muchacho, y sin más dilaciones, salió por la puerta.

 

-¡Ah! Y vete lo antes posible. No me gusta tener los vejestorios en exhibición.

 

Era cruel y violento. Nunca lo había dejado de ser.

 

Hideto se movió adolorido, más de lo que nunca su cuerpo lo había notado. Se extendió hasta alcanzar los papeles, y aún recuperando su estado inicial, se sentó a mirarlos, mientras esperaba que el daño aminorara.

 

Leyó la larga lista de clientes, con nombres, frecuencias de visita, pagos realizados y teléfonos para ubicarles.

 

Entre aquella lista, logró a hallar a Tetsu, y curioso, leyó todo el dinero que había gastado en esas visitas, pagando los turnos el doble o el triple del costo por arrebatárselos a clientes ya asignados.

 

Eso explicaba por qué a veces aparecía para su sorpresa.

 

Se levantó un poco, para alcanzar del escritorio un papel y un lápiz, y anotar en ellos los clientes que sólo habían ido una vez.

 

Eran los arrepentidos y llenos de culpa. Sabía que entre ellos debía estar.

 

Finalizó la lista, habiendo olvidado su dolor, que regresó al instante de querer incorporarse. Pero ya no quería permanecer en ese lugar tan asediado de aromas que había querido olvidar, lleno de recuerdos nefastos, y una profunda culpa que comenzaría a teñir su accionar a partir de ese día.

 

Abandonó el lugar, llevando consigo la hoja de las anotaciones.

 

Miró el papel por un segundo, comprendiendo un leve detalle que le asombró. Había leído aquellos kanjis. Los había leído, complejos como eran, sólo gracias a él.

 

Tragó con dificultad, y un sentimiento profundo de gratitud le arrebató el aliento y una sonrisa amena.

 

Ahora debía hallar un lugar para recuperar su cuerpo, para que Tetsu no lo notara, a pesar de que, sabía perfectamente, lo sospecharía.

 

Llamo por teléfono a la larga lista de clientes, esperando que alguno fuera. Si lo encontraba, seguramente le ayudaría. No lo dudaba.

 

****************************

 

 

Hide estaba en la plaza. Miró el cielo, con tristeza. Hacía una semana que no veía a Tetsu. Quería regresar rápido a aquel lejano lugar fronterizo de Osaka. Era el único hogar que tenía, y, a pesar de ello, sabía que el regreso no iba a ser fácil.

 

-¿Perdón? ¿Me llamaste? –una voz a sus espaldas le arrebató la añoranza, y le hizo girar con una suave sonrisa.

 

-¡Ah! Sí. Ven, siéntate –le señaló con la mano el lugar vacío a su lado, y el joven muchacho lo aceptó.

 

-¿Estás libre? –miró el japonés de serio rostro, analizando los alrededores.

 

-Sí. Alguien pagó para liberarme.

 

-¿Ah? –parpadeó con algo de sorpresa, clavando su mirada en la él, para luego evadirla.

 

-Sí. Y esa persona ahora está en problemas...

 

-Mn.

 

-Quisiera ayudarla...

 

-¿Y yo qué tengo que ver con ello? –levantó su rostro y lo fijó en Hideto. El pelirrojo le miró con una suave sonrisa. Ese era el rostro que había visto hacía 5 años, aún más infantil. Un japonés que su futura suegra le había obligado a pasar la noche con Hide con el único fin de darle experiencia y que no acarreara consecuencias a la familia. Hideto se había conmovido de aquella situación, como el joven muchacho se había sentido identificado con el pelirrojo. Nada les unía más que la resignación a su destino, y, con tal actitud, dejaron que las cosas sucedieran. El pelirrojo, extrañamente, había guardado en su memoria la imagen de ese japonés, no así su nombre. Había sido uno de los primeros clientes que le había hablado de su vida, de la causa que hacía que él estuviera frente a ese desconocido, con las intenciones sabidas. También a ese muchacho le habían arrebatado su libertad, de otra forma.

 

-Tú me habías dicho que tocabas la batería, ¿verdad?

 

-Ajá.

 

-¿Lo sigues haciendo?

 

-Mn… depende.

 

-¿Mn? ¡Explícate! –le sonrió divertido. El japonés serio le miró con añoranza.

 

-Me echaron hace tres meses de un grupo que había hecho con mis amigos... no se si..

 

-Sí, lo recuerdo. El sueño de la banda propia. Por eso te he llamando.

 

-¿Mn? –parpadeó con extrañeza.

 

-El que me ayudó a escapar de ese infierno está intentando superar una fuerte crisis de su grupo. No tienen baterista ni guitarrista... por eso... yo... no tenemos mucho. Apenas un lugar que compartimos en los límites de Osaka, y el dinero justo para sobrevivir... créeme... eres mi esperanza... –el serio japonés le miró con sorpresa, y sonrió extrañado. Esperanza. ¿…l era la esperanza? Nada tenía que perder.

 

-Bien.

 

-¿Aceptas? –le miró con los ojos abiertos y una sincera sonrisa.

 

-¡Claro! –asintió con su cabeza en un suave gesto.

 

-Tú... ¿esposa? –Hideto recordó aquella conversación frustrante del joven cuando habían terminado el vacío episodio.

 

-¿Esposa?

 

-Tú me habías dicho que tu futura suegra...

 

-¡Ah! Me rebelé contra ellos.

 

-¿Mn? –le miró con curiosidad.

 

-Querían que regresara al burdel... era estúpido. Preferían que estuviera con desconocidos antes de que con mi novia.  Era verdaderamente estúpido.

 

-¿Y la abandonaste?

 

-Ella me lo pidió.

 

-¿Ah? –parpadeó con algo de asombro. Aquel japonés a su frente le había avalado maravillas de su novia, por la cual incluso, estaba realizado aquel error molesto para ambos.

 

-Prefería eso antes de saber que estaba con otras personas... y yo también lo preferí… –susurró con tranquilizada convicción. Hideto lo miro con extrañeza.

 

-¿Pero no estás con ella? –creyó que, tal vez, luchando contra la adversidad, finalmente el joven y su amada podrían haber vencido la estupidez familiar.

 

-No.

 

-Pero...

 

-El tiempo pasó... y bueno... las cosas cambian.

 

Un dejo de tristeza apareció en el rostro del baterista, y sin más explicaciones, dio fin a su relato. Hideto le aceptó la pausa, y miraron algún punto perdido del extenso parque. El silencio les acompañó un par de minutos.

 

El pelirrojo sintió un leve dolor punzar en su interior.

 

A veces las cosas cambian, aunque se luchara por conservarlas.

 

-Ah, por cierto... ¿tu nombre cómo era? Sólo tengo tu apellido –Hideto sacó el papel de su bolsillo y leyó una vez más los kanjis que con orgullo podía distinguir: Awaji.

 

-Yukihiro.

 

-¡Ah! Cierto –se sonrieron mutuamente en un gesto de perdón y agradecimiento. El tiempo pasaba, y las cosas cambiaban.

 


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