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Guerreros de almas rotas por Luthien99

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Sirius salía cada noche en busca de una chica diferente. Habían pasado un par de semanas después de aquella visita al despacho del director y la espontánea visita de sus padres. Habían pasado dos putas semanas desde que le había dicho a Remus que quería bajarle los pantalones y el muy canalla no había hecho nada al respecto. Sirius estaba perdido, no sabía que hacer. El pacto que hizo con él le prohibía volver a besarle, pero si no después del primer beso no concebía otra forma de acercarse a Remus. 

 

Buscaba alguien diferente cada noche con quien desahogar su rabia y malhumor. A veces eran chicas y otras veces eran chicos. Sirius sabía que era más difícil encontrar chicos que quisieran liarse con él abiertamente en Hogwarts, pero su encanto perruno le ayudaban a convencer a cualquier indeciso. Pero no era lo mismo y Sirius era perfectamente consciente de ello. Besarse con una chica no tenía ni punto de comparación com besarse con un chico y besarse con un chico cualquiera no tenía comparación con besarse con Remus. Nadie podía igualarse a él, nadie estaba a su altura. 

 

—¿Estás bien, Canuto? —James puso su brazo alrededor de sus hombros mientras caminaban camino a la clase de pociones.

 

—Sí, claro —respondió Sirius.

 

—No sé, hermano… Estos últimos días te noto muy raro.

 

—Sí, bueno… Ya sabes, las clases que me agobian.

 

—¡Eso es nuevo! ¿Desde cuando las clases te agobian? —James se río—. Ahora si que me has convencido… A ti te pasa algo y no me lo has contado.

 

—¿Te saltas pociones y hablamos? 

 

—Me ofende que preguntes — Cambiaron de dirección pocos segundos después de la respuesta de James. El chico rodeó con su brazo a Sirius hasta salir del castillo. Bajaron por la colina intentando no ser vistos y pronto dejaron el colegio atrás.

 

La suave brisa de la mañana despejó la mente de Sirius. Con James a su lado y el fresco olor de la hierva verde bajos sus pies, se sintió relajado. Los últimos días había sentido su cabeza congestionada de pensamientos insanos por todo lo que le estaba pasando, lo de sus padres, su hermano, Remus, su silencio y el condenado pacto de mierda.

 

—¿Tienes tabaco? —preguntó James cuando se sentaron juntó al arroyo, bajo la sombra de un roble.

 

—Me ofende la duda —Sirius sonrió. 

 

Sacó el paquete de tabaco, le dio uno a James y el otro se lo llevó a los labios. 

 

—Bueno, —James se encendió el cigarrillo—. ¿Qué pasa, Sirius? ¿Qué es lo que te preocupa?

 

—Joder, Cornamenta… Pareces un puto psicólogo —se mofó Sirius.

 

—¿Qué quieres que te diga?

 

—Yo que sé.

 

—¿Quieres hablar o no? 

 

—Sí…

 

—Pues tu dirás.

 

—Bueno, hace ahora un par de semanas que mis padres estuvieron en la escuela… —explicó y Sirius mientras le daba caladas a su cigarrillo—. No te lo conté antes porqué no me apetecía hablar del tema… Vinieron para hablar con Dumbledore sobre mi traslado y el de mi hermano a Durmstrang. 

 

—¿Qué?

 

—Quieren que me vaya de Hogwarts, creen que este no es un sitio adecuado para que estudien sus hijos —dejó ir el humo. Su voz sonaba cansada y triste—. Estuvimos discutiendo en el despacho de Dumbledore un buen rato, pero Albus los echó y se fueron después de un rato.

 

—¿Y cómo ha quedado la cosa? —preguntó James.

 

—No me pienso ir a ningún lado solo porque ellos lo digan. Desde que estas navidades me fui, no quiero volver a saber nada más de ellos.

 

—¿Y que vas a hacer? 

 

—Dijeron que podría quedarme, pero que no me iban a pagar la escuela… —Sirius le dio otra calada al cigarrillo que estaba a punto de consumirse del todo—. Pero Dumbledore me dijo que no me preocupara por eso…

 

—¿Y esto pasó hace un par de semanas?

 

—Sí.

 

—¿Y no me lo habías contado? —James parecía indignado.

 

—Joder, tío —dijo Sirius—. Ya te he dicho que no quería hablar del tema.

 

—Seguro que a Remus se lo has contado.

 

—¿Qué dices? ¿Por qué iba a contárselo a él? —Sirius se alteró de repente. Sólo con escuchar su nombre su cuerpo se ponía alerta.

 

—Últimamente pareceis más unidos.

 

—Al contrario… —Sirius rodó los ojos—. Te estas yendo del tema, James. 

 

—Lo siento, pero es verdad —insistió.

 

—No lo es —dijo Sirius—. Todo lo contrario. Remus no me hace ni puto caso.

 

—¿Estás loco? Pero si va desesperado por llamar tu atención todo el día.

 

—¿Qué estás diciendo? 

 

—Lo que oyes, Canuto —dijo James, tirando la colilla al arroyo—. Eres tu el que estas distante con él.

 

Sirius se encendió otro cigarrillo. 

 

Meditó la idea de contarle a James lo que estaba pasando con Remus. Se imaginó a si mismo hablando con James sobre el asunto y se sintió ridículo. La sola idea de decir en voz alta que había besado a Remus le avergonzaba. No porque fuera Remus, sino porque era un chico. Él tenía perfectamente aceptado su inclinación por el sexo masculino, jamás se había privado el privilegio de estar con ninguno, pero nunca lo había dicho en voz alta. Su imaginó contándoselo a James y, aun sentirse reconfortado por la liberación que eso supondría, le daba miedo. Un miedo extraño, no a no ser aceptado, sino a que eso afectara de algún modo a su amistad. No lo daba miedo lo qu era, no se sentía avergonzado de nada, pero no estaba preparado para que los demás lo superieran. 

 

Decidió no contárselo por el momento. 

 

—Volviendo a lo de tus padres… ¿Qué va a pasar ahora? —James volvió a cambiar de tema.

 

—Me voy a quedar aquí, me da igual que el gilipollas de mi hermano quiera hacerles caso. Yo de Hogwarts no me muevo hasta que me echen —dijo Sirius—. ¿Quién te ayudaría a ganar la copa de Quidditch, eh? Dudo que tu y el resto del equipo os apañarais sin mi.

 

—No se puede hablar seriamente contigo de nada —dijo James con fastidio.

 

No fueron a clase en toda la mañana. Se dedicaron a vagabundear de aquí para allá por los exteriores de la escuela. McGonagall les buscó a la hora de comer en el Gran Comedor, sancionándolos con dos horas de castigo esa misma tarde en su despacho. Peter y Remus se unieron a ellos poco después de que la profesora se marchara. 

 

—¿Dónde habéis estado toda la mañana? —preguntó Peter cuando llegó

 

—Por ahí —contestó Sirius. 

 

Se sentaron los cuatro a la mesa, James y Sirius a un lado y Peter y Remus al otro. 

 

—Prefiero no saberlo —dijo Remus.

 

—Tampoco tenía intención de contártelo —respondió Sirius.

 

Remus se había sentado frente a él y después de aquella contestación, desvió la vista y se puso a comer en silencio. Inmediatamente después de haber dicho aquello, Sirius sintió un asfixiante dolor en el pecho, como si al decirlo le hubiera dolido más a él mismo que a Remus. 

 

—¿Hay algún plan para esta noche? —dijo James intentando evitar el incómodo silencio que se había creado después de las palabras de Sirius—. Es viernes, podríamos hacer algo.

 

—Estaría bien —dijo Peter—. Podríamos ir a Hogsmeade.

 

—Yo no puedo.

 

—¿Y eso por qué, Lunático? —quiso saber James.

 

—Tengo que acabar unos deberes…

 

—Es viernes —replicó James—. Tienes todo el fin de semana.

 

—No me apetece —Remus se dedicó a comer de su plato sin levantar la cabeza y contestando con el menor numero de palabras posibles. 

 

James miró a Sirius enfadado, como echándole la culpa por la actitud de Remus.

 

Comieron en silencio. Los cuatro se mantuvieron pendientes de sus platos, si levantar demasiado la vista y sin hablar en todo el rato. Sirius miraba a Remus cuando creía que no se daba cuenta, observaba sus sosegados y lentos movimientos mientras comía. Remus estaba leyendo un libro mientras comía, desviando toda su atención a las letras y comiendo como impulsado por un acto reflejo, sin prestar demasiada atención al tenedor. 

 

Sirius no tenía hambre y apenas probó la comida. Se fue a clase con el estómago vació y con un nudo asfixiante oprimiendo sus entrañas. No podía dejar de mirar a Remus, era superior a su fuerza de voluntad. Por mucho que intentara concentrarse en el escote de McKinnon justo al otro lado de la clase, no podía. La torpeza de Remus, su pelo parcialmente despeinado, su lenta respiración, tranquila y apacible, sus ojos fijos en la explicación del profesor y ese labio superior que sobresale lo justo para que Sirius pierda el control, le hacían imposible apartar la mirada de él. No podía concentrarse en otra cosa que no fuera vigilar de cerca a Remus Lupin, que le ignoraba y evitaba a toda costa. 

 

—No le vuelvas a hablar así a Remus —James estaba sentando a su lado, con el libro abierto y haciendo ver que tomaba apuntes—. ¿Vale, Canuto?

 

Sirius se giró a mirarle, sorprendido por el comentario.

 

—¿Cómo?

 

—Como le has hablado antes en el comedor —dijo James—. No pagues tu malhumor con él.

 

—Vale, defensor del pueblo —Sirius replicó hastiado, apoyó la cabeza sobre los brazos y se puso a dormir sin importarle lo más mínimo que el profesor estuviera dando clase.

 

El resto del día fue igual o peor que la mañana. El nudo que Sirius tenía atravesado en el estómago no aminoró y cuando llegó la hora de la cena, volvía a no tener hambre. Se preguntaba seriamente a si mismo porqué todo aquello estaba afectándole tanto, cómo era posible que la ansiedad y la rabia se acumularan en su cuerpo durante tanto tiempo. Ya habían pasado dos semanas desde lo de sus padres y lo tenía más que superado. Su familia era como una espinita que lleva clavada en su interior más tiempo del que podía recordar. El dolor de esa espinita era constante y por eso Sirius se había acostumbrado y había aprendido a vivir con ello. Pero Remus era otro tema. Él era un dolor nuevo, un poco más profundo y primitivo, que dolía donde nunca antes había dolido nada. 

 

Las pesadillas volvieron. 

 

Esa misma noche, Sirius despertó entre sudor y gritos después de otra de sus pesadillas. No habían parado en las últimas dos semanas y ahora solo había hecho que empeorar. Los días siguientes, Sirius prefirió no dormir. Se quedaba despierto hasta que el sueño le vencía, para luego despertarse entre gritos y no volver a dormir aunque su cuerpo se lo pidiera. Fumaba cigarrillo tras cigarrillo, paseaba por la habitación a altas horas de la madrugada intentando no hacer ruido y procurando no despertar a nadie. Pero pasaban los días y la situación parecía no mejorar. Hubo una noche en especial, en la que Sirius no pudo evitar despertarse tras un grito desesperado de dolor y asfixia. Las sábanas estaban empapadas de sudor y lágrimas, pero sus ojos estaban secos. Esa noche, Sirius se levantó, fue hasta la ventana y empezó a fumar.

 

—No puedes seguir así… —dijo Remus de repente. Sirius se giró y buscó su rostro entre la oscuridad. Remus estaba en la cama, tumbado y medio dormido. 

 

—¿Y que quieres que haga?

 

—Llevas más dos semanas sin dormir… Antes eran solo pesadillas, Sirius —dijo Remus—. Pero ahora ni siquiera duermes. 

 

Sirius dejó ir el humo de su tercer cigarrillo.

 

—Vuelve a dormir, Remus —dijo Sirius, pero este no le hizo caso, se levantó y caminó hasta le ventana junto a él.

 

—¿Me das uno? —Remus le tendió la mano. Sirius le dio el paquete de tabaco y se encendió un cigarrillo.

 

—Gracias.

 

Se quedaron en silencio, mirando a través de la ventana la lejanía del paisaje, frío y oscuro, sin luna y con la única luz intermitente de las estrellas como ayuda para distinguir las negras formas a su alrededor. El silencio no fue un problema para ellos, pues solo necesitaban su mutua compañía para sentirse reconfortados. 

 

—Siento lo de este mediodía —dijo Sirius.

 

—No importa.

 

—Si que importa, Remus —Sirius se giró para mirarle.

 

—Has hecho de peores y te las he perdonado.

 

Sirius sonrió con melancolía.

 

—Estoy perdiendo la cabeza, Lunático —dijo Sirius.

 

—Sólo tu puedes hacer que pare —Remus se acercó a él—. Sirius.

 

Sirius sintió el suave aliento de Remus demasiado cerca como para poder controlarse. Su mirada esta clavada en ese labio superior ligeramente salido hacía adelante y en como su respiración era forzosa y entrecortada, como si le estuviera costando a él también mantener la cordura.

 

—Joder, Remus —murmuró Sirius, a punto de perder el control de su cuerpo—. Maldito pacto.

 

—Prometiste cumplir las normas.

 

—Estoy a punto de saltármelas.

 

Remus se apartó, rompiendo de repente esa mágica atmósfera que se había creado entre ellos. 

 

—No, Sirius —dijo Remus, apartándose por completo de su cercanía—. Te dije que no volvieras a hacerlo. 

 

—Sigo sin entender cual es el maldito problema… ¿Por qué no quieres, Remus? 

 

—¡Porque no!

 

—Dame una razón.

 

—¿Dónde has estado todas estas noches cuando llegabas tan tarde a la habitación? ¿Con quién estabas? —se explicó Remus. Sirius no dijo nada—. ¿Con quién, eh? Ni tu lo sabes, seguro que has perdido la cuenta. Ya te lo dije, Sirius. No voy a entrar en tu absurdo juego, no voy a ser un nombre más en tu lista…

 

—¡Tu no eres un nombre más!

 

—Yo creo que sí.

 

—Remus —suplicó Sirius.

 

—Buenas noches, Sirius. 

 

Remus tiró el cigarrillo por la ventana y volvió a la cama.


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