Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

UNKNOWN por RoronoaD-Grace

[Reviews - 56]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Holaaaaaa. 


¿Cómo están? Yo espero que muuuuy bien.


Como ven, me adelante al fin de semana, y eso es porque aunque quisiera, no podría actualizar ni sábado ni domingo. He esperado este fin de semana como no tienen idea. Mi parabatai y yo iremos a una convención en la capital de mi país hermoso, Guatemala, y llevamos planeandolo desde hace meses sjdnsjxkkd así que estaremos fangirleando a full estos dos días.


En fiiin.


A quienes leyeron el capítulo anterior, y a quienes me dejaron su hermoso, precioso, sube autoestima, motivante y amuleto de inspiración, comentario: Angélica, Huaniu52 y LindAngel ¡¡¡Graciaaaass, muuuchas graciaaas!!! En serio no saben lo feliz que me hicieron. Lloro.


Por los posibles horrores ortográficos, dos mil disculpas, estoy ciega y pendeja, ya saben.


Sin más que decir excepto que, espero por el ángel el cap sea de su agrado, los dejo leer:


 

UNKNOWN

—Capítulo 10—

Tensión

 


A fresita parecía que se le acaba de meter el diablo.

Ingreso en los baños aún con una retahíla de insultos manando de sus labios. Los escupía con tanto enojo, que los que lo veían simplemente se hacían a un lado para no verse afectados con la molestia que brotaba de él.

¿¡Por que eran tan idiotas!?

El peli-rojo no lograba comprender como era posible que Midorima y Seijūrō fueran tan imbéciles. Quizá lo creía de Shintarō, pero Sei era diferente. O eso había pensado. Pero por lo que acaba de confesarle, simplemente no podía verlo de la misma forma. ¡Eran unos grandísimo hijos de su metafórica perra madre!

¿Cómo podían hacerle eso a Takao? ¿Es que no tenían corazón? No, no, lo que no tenían era cerebro, grandísimos idiotas. Langosta tenía unas extrañas ganas de llorar. Puede que no fuera tan cercano a ellos, que apenas y supiera algunas cosas. Pero no era justo. No era justo de ninguna forma. Kazunari era un gran chico, era divertido y genial, dulce. Y estaba completamente enamorado de Shintarō y Shintarō de él.

¿¡Por que carajos tenía que casarse con otro y romperle así el corazón!? ¿Es que Akashi era tan egoísta? Él sabía, claro que lo sabía, que Midorima amaba a Takao, y aún así, no había cancelado la maldita boda. ¿Que tan insensible tenía que ser para romperle así el corazón a dos que se aman? Se supone que son sus amigos, joder. Además de eso, Kuroko también… demonios, a Kuroko también se le iba a romper el corazón.

¡Malditos estúpidos!

Él nunca podría hacer eso.

Si se encontrara en la misma situación y descubriera que su prometido estaba enamorado de alguien más y esa persona le corresponde, desharía el compromiso tan rápido como se enterara, aún si eso estaría en contra de alguien tan importante en su vida como su propia madre.

¿Quién era él para interponerse en el amor de otro? Nadie. Y ninguno debería hacerlo.

¿¡Y que clase de madre acuerda algo tan estúpido!? ¡Una egoísta, sin duda, y con falta de neuronas! Eso no se hace, y más si dicen amar tanto a sus hijos. No era justo. No lo era, joder.

 

~•§•~

 

Cuando Aimine llegó al fin a los baños, luego de atravesar una marea de personas a las que quitó de su camino sin ninguna consideración, lo primero que hizo fue tomarse unos segundos para inhalar y exhalar profusamente. Lo último que quería, era parecer como si hubiera corrido desesperado detrás de Langosta; algo que desde luego había hecho, pero que por supuesto no admitiría.

Como si fuera a permitir q…

Un fuerte sonido de aves chillando, o como de cristales haciéndose trizas, le llegó desde el otro lado de la puerta, seguido de un quejido. Aomine fruncio el entrecejo y de inmediato entró.

Al abrir, se topó con la expresión contraída en una mueca de dolor del peli-rojo, quien se sostenía la muñeca mientras esta goteaba liquido carmesí en el blanco piso de los baños.

—¿¡Qué maldita sea acabas de hacer, grandísimo idiota!? —Aomine soltó.

El peli-rojo alzó la mirada y, al sus ojos encontrarse, la mueca de dolor en sus labios pasó a ser una de molestia.

Lo que me faltaba —dijo fastidiado.

—¿¡En qué carajos pensabas, eh, idota!?

¿¡Y a ti que mierda te importa!? —Creyó que la noche no podría ponerse peor, pero entonces Aomine tenía que ir y mostrarle su atractiva y estúpida cara—. ¡Y deja de decirme idiota, imbécil!

Aomine apretó los labios con un severo tic en el párpado izquierdo. ¿Qué maldita sea había hablado con Seijūrō como para que lo dejara tan alterado? Incluso le dio un puñetazo al espejo, maldición.

—¡Ven aquí, carajo! —sin delicadeza alguna, el peli-azul tomó a Fresita de la muñeca, donde yacía la herida, y tiró de él adentrándose un poco más en los baños, llevándolo hasta el final de los lavabos junto a la pared.

El de ojos rojizos se quejó, pero a Daiki eso no le importó. O al menos supo disimularlo.

—No te quejes, idiota, te lo mereces por estúpido.

—¡Ya deja de insultarme, con un demonio!

Se liberó del agarre de Aomine, solo provocandose más daño. Lanzó insultos al aire mientras una lagrimita bajaba por su mejilla. Aomine lo contempló un momento, su carita sonroja por el enojo y sus ojos rojizos por el llanto debido al dolor. Se mordía el labio inferior tratando de acallar los quejidos. 

El peli-azul suspiró, ya más tranquilo.

Sin decir nada, tomó a Fresita de los hombros para que se girara hacia él, luego lo sujetó de la cintura y lo alzó, haciendo que tomara asiento entre los lavabos.

¿¡Qué m-mierda haces!? —Él le recriminó. Lo había alzado con tanta facilidad. Jodidos brazotes que se cargaba el desgraciado.

—Primero que nada —Aomine dijo, viéndolo directamente a los ojos—. Ya deja de hablar en otro maldito idioma. Algunos no podemos entender fluidamente el inglés —Admitió con cierta vergüenza.

El enojo en la mirada del peli-rojo fue cambiada de inmediato por una de desconcierto. Ladeó la cabeza, como un gatito curioso. Esa sola acción lo hacia verse dojidamente joven.

Oh, así que ni siquiera se había dado cuenta.

A Aomime le pareció malditamente adorable.

—Yo… lo siento, no lo había notado —sus mejillan tan rojas como su cabello.

—No me digas —decidió molestar Daiki, no había que dejar pasar la oportunidad.

A Fresita le dio un tic. Pero no pudo insultarlo como se debía, puesto que un siseo salió de sus labios debido al dolor de su muñeca.

En serio, ¿Qué carajos estaba pensando para hacer tremenda tontería?

Daiki tomó su mano ensangrentada con cuidado, tanto que al de ojos rojos le sorprendió. Revisó sus nudillos haciendo girar su muñeca. Hizo una mueca molesta, para luego solo suspirar.

—Mnm, está horrible —dijo—. Pero nada que una buena desinfectada y vendas no puede sanar. Espera aquí.

Bajo la mirada asombrada de Fresita, Aomine abrió un compartimiento en la pared, dentro, había todo un botiquín de primero auxilios. Incluso condones. Langosta no pudo evitar que sus mejillas se colorearan. El moreno tomó lo necesario para limpiar la herida y también vendas, luego volvió a cerrar.

Se giró, dejando las cosa en el lavabo y de nuevo sujetó entre las suyas la mano del oji-rojo.

—Mueve la mano hacia el lavabo, estas goteando. Piensa en las personas que tienen que limpiar tu desastre —lo regañó.

El herido resoplo, irónico.

—Lo dice el que no ayuda ni siquiera lavando sus tratos luego de comer.

—Entonces te ayudaré la próxima vez —soltó sin siquiera pensarlo.

Aunque al instante se arrepintió. ¿¡Qué carajos había dicho!? Otro puñetazo mental para él. Trató de que su expresión no demostrara como se sentía. Fresita lo observó con ojos sorprendidos pero suspicaces.

—Bien —aceptó.

—Bien…

El peli-rojo pegó un gritito cuando el moreno giró la llave del agua y el chorro dio directo en sus nudillos lastimados.

—¿¡Qué haces, animal!? —Intentó retirar la mano, pero Aomine se lo impidió, lo que provocó que solo se lastimara aún más.

—¡Estoy intentando curar la herida de cierto idiota que creyó sería bonito darle un puñetazo al espejo! —Langosta intento protestar, pero Daiki rápidamente lo hizo callar—. ¡Así como fuiste tan machito para destrozarte la mano, se muy machito también para aguantarte!

—Pero… —él murmuró bajito, como gatito regañado—, duele.

Aomine suspiró, calmándose.

—Claro que duele, tonto. Te Destrozaste los nudillos —estuvo a nada de acariciar su rostro al verlo morderse el labio inferior, acallando un sollozo—. Aguanta mientras te lavo, pasará pronto.

El otro asintió.

No tuvo más remedio que aguantarse. Después de todo, Imbécilmine tenía razón, había sido un reverendo tonto. Pero es que… mientras clavaba sus ojos en el espejo y observaba su reflejo, por un momento se vio a sí mismo como si fuera Seijúrō. La rabia que lo había inundado fue tanta, que simplemente se desbordo de su cuerpo. No había pensado en nada, tan solo en liberar la frustración. Lo cual, desde luego, fue una pésima manera de hacerlo.

Era solo que, había tenido a Sei en un pedestal, o algo así. El asunto era que pensaba muy bien de él. Le agradaba, era un gran tipo, era amable aunque algo terrorífico si se molestaba, pero con él se comportaba tan bien. Se preocupaba y trataba de consentirlo. Y no puedo evitar pensar que, si es que tenía un hermano mayor, ojalá y fuera como Akashi.

Pero no, Akashi tenía que destrozar la imagen que tenía de él.

Maldición.

—¿Cómo sabías que había un botiquín? —Preguntó, para distraerse un momento de sus pensamientos.

—… mmm, ya he estado aquí varias veces.

Fresita no quiso hacerlo, pues le provocaba cierto nudo en la garganta el imaginarlo, pero lo hizo, tenía una idea de que era lo que hacía Daiki cuando iba. Los condones decían mucho del lugar.

Soltó un pequeño sollozo, dolía bastante. Observó a Daiki lavar la herida y aplicarle antiséptico y gasa; se veía increiblemente guapo así de concentrado como lo estaba en ese momento. No pudo evitar sonrojarse mientras le vendaba la mano, pues la había sujetado con tanto cuidado mientras hacia girar las vendas, que su corazón comenzó a latir rápido y su pecho a calentarse.

Un Aomine tan atento y amable era jodidamente atractivo.

—Ya está —anunció el peli-azul sin liberar su mano, observando su trabajo y pareciendo orgulloso. De un momento a otro, pareció tener una idea, por lo que sonrió de manera burlona—. Hey, se me acaba de ocurrir otro nombre para ti —confesó, al borde de la risa—. Manolo.

Y entonces el encanto nuevamente fue roto.

Manolo puso los ojos en blanco. Retiró su mano de entre las de Aomine, importandole poco que con el movimiento tan brusco solo se lastimara nuevamente. Solo podía sentir furia subiendo desde su pecho hasta su garganta, dispuesta a salir de sus labios en forma de insultos, todos dirigidos hacia Aomine/Maldito/Bastardo/Daiki.

¡Tú, hijo de puta infeliz! ¿¡Tienes acaso alguna maldita idea de lo mucho que odio tus malditos nombres!? ¿¡Crees acaso que es divertido!? ¡No lo es, joder, no lo es! ¡No tengo una maldita idea de quién soy y porque acabé de esta forma! ¡No sé si es que soy mala persona y lastimé a quien no debía y en forma de venganza me hicieron esto! ¡No sé si es que tengo familia o si alguien est…!

Aomine no lo dejó continuar, pues lo sujetó de las rodillas y abrió de golpe sus piernas, metiéndose él entre ellas. La distancia que los separaba se volvió casi nula cuando Daiki apoyó ambas manos sobre el espejo, dejado a Fresita completamente acorralado. El peli-rojo intento alejarse, pero no había lugar al que hacerlo; su mano vendada, reposando sobre la orilla del lavabo, resbaló, provocando un movimiento brusco que dolió.

Intento girar la mirada hacia un costado, por pura inercia luego del daño provocado, pero Aomine lo tomó de las mejillas con una mano, presionando con suavidad de modo que se formó una mueca graciosa al tener los labios y las mejillas arrugadas.

El chico estaba sonrojado, aunque si era por la vergüenza de la posición en la que estaban, o por el enojo que sus malditos chistes le provocoban, no estaba seguro. Quizá mitad y mitad.

—Te dije —comenzó. Al peli-rojo le bajó un escalofrío en la espalda al momento en el que le hizo girar el cuello, muy lentamente, para poder así hablarle al oído—, que ya no hablaras en inglés —susurró suave contra su oreja, su aliento caliente chocando contra su piel.

Manolo pasó saliva con fuerza, su respiración agitada. Cerró los ojos unos segundos antes de hablar, tratando de tranquilizar a su corazón que resonaba como loco en cada parte de su cuerpo.

—No e-eres nadie para darme ordenes —por un momento, quiso darle otro puñetazo al espejo, pues su voz había sonado como si quiera que Daiki hiciera alguna especie de movimiento con él.

—Soy el sexy, atractivo y amable hombre que te ayudó. Y uno que huele muy bien, al aprecer —a Fresita posiblemente le hubiera dado risa y se hubiera burlado en su cara, o quiza solo se hubiera sonrojado como un semáforo en alto, si no hubiera estado más concentrado en lo increíblemente bien que se sentía que susurrará sensualmente contra su oreja.

¿Qué era, un puberto caliente?

—Ese es asunto tuyo, porque y-yo no te pedí ayuda.

Daiki se alejo de él, poniendo la distancia suficiente entre sí para verlo directamente a los ojos. Manolo casi soltó un gruñido de protesta por haberse alejado y con ello que la posición en la que estaban cambiara, pero este murió en su garganta cuando los ojos del moreno se clavaron en él.

De un azul hermoso, fiero y sexy, que lo observaron con intensidad y cierto brillo. Fresita sentía que las manos le temblaban y sudaban. El nudo en su garganta era más fuerte. Intentó sostenerle la mirada pero, antes de darse cuenta, sus rojos irises se desviaron hacia sus labios. Él se relamio los propios por pura inercia.

—Mis ojos están arriba —Daiki dijo muy bajito, provocándolo.

Manolo volvió la mirada a sus azules irises.

En ese momento los ojos rojos se veían enormes y tan inocentes, anhelantes de algo que sabía estaba mal pero no podía evitar desear. Daiki pasó saliva con fuerza, sintiéndose tentado a mandar todo al carajo y devorarle la boca como se debía. Ese chico provocaba tantas cosas en él, era jodidamente abrumador.

No debía, demonios, no podía caer por ese chico. ¡Era un chico, maldición! ¿Dónde quedaban sus gustos por los redondos senos y firmes glúteos de mujer? ¿Qué estaba pasando con él?

Fresita volvió a posar sus rojizos ojos en los labios de Daiki, humedeciendo nuevamente los suyos y pasando saliva con fuerza.

Aomine no sabía nada de él, solo que lo atraía como nadie más lo había hecho antes. Y ni siquiera sabía porque. No, no, eso era locura, no podía continuar. No debía seguir cayendo, tenía que alejarse antes de que fuera muy tarde.

El peli-azul le soltó el rostro a Fresita y retrocedió unos pasos, los suficientes como para poner una distancia considerable entre ellos. Lo observó a los ojos, como de pronto parecia desconcertado y luego decepcionado.

«Demonios, no me lo pongas tan difícil siendo tan obvio». Pensó Aomine.

Quien diría que era una cosita lujuriosa.

—Volvamos, un poco de alcohol te ayudará con el dolor.

 

~•§•~

 

De regreso con los chicos, Fresita caminó detrás de Aomine todo el tiempo, observando su ancha y musculosa espalda. En su mente, las imágenes de lo recien ocurrido no dejaban de aparecer. No quería lucir tan decepcionado de que nada hubiera ocurrido, pero no sabía si estaba haciendo un buen trabajo. Pero es que, en ese momento, fue como si las voces susurrantes y la música amortiguada hubieran desaparecido completamente. Solo había podido pensar en Aomine y en sus labios, en que quería tirarse sobre él y besarlo hasta el amanecer.

Pero no había ocurrido nada.

Luego de que Daiki sugiriera volver, le había sonreído con cierta burla que le hizo hervir la sangre de enojo hacia él, pero también para sí mismo.

Se dijo que no permitiría que se burlara de él, que lo agarrara como payaso personal y se divirtiera a su costa. Pero le había quedado claro que era muy débil ante Aomime, y acababa de hacérselo saber a él. Era como si le hubiera dado pase libre para que lo provocará y se mofara de su persona cuanto quisiera.

Como si de verdad Daiki fuera a tomarlo en serio.

Maldición, se sentía tan estúpido.

No creía que pudiera verlo a los ojos de nuevo, al menos en esa noche. Esperaba que no hablara de nada de lo que ocurrió en el baño. Fresita solo quería olvidarse de eso.

A pesar de tener casi la misma estatura, se había sentido tan pequeño y a su merced cuando lo acorraló contra el espejo. Él había querido que lo besara, claro que sí. Lo había deseado demasiado. Pero Daiki nunca lo tomaría en serio, solo para divertirse, y no en el sentido placentero.

¿Realmente resultaba tan divertido burlarse de él? ¿No tenía suficiente con lo que le había ocurrido? ¿Qué tan estúpido debía de ser como para fijarse en alguien a quien seguramente no volvería a ver dentro de unas semanas? En ese momento, más que nunca, deseó que Akashi encontrara a su familia.
No quería enamorarse de Aomine.

Desvió la mirada del peli-azul, debía dejar de prestarle tanta atención si quería que ya no le afectara. En cambio, sus ojos se enfocaron en cualquier cosa a su alrededor. Ahí estaban Kasamatsu y Takao, bailando muy pegados mientras se besaban. En la barra, Los demás chicos se encontraban algo ten…

El cuello de fresita se giró tan violentamente, que cualquiera juraría que acaba de que fracturarse algo. 

¿¡Takao y Kasamatsu estaban besándose!?

Sus párpados se expandieron hasta ya no, y rápido fue hacia la barra, ahí donde Kuroko yacía. Él sonreía en dirección hacia los peli-negros. Parecía ser el único que estaba divirtiéndose, de hecho, parecía demasiado orgulloso de lo que veía.

Y fue entonces que el peli-rojo lo supo.

Eso era lo que Kuroko había estado planeando.

Ese diablillo sin vergüenza.

—Estás muy feliz, ¿no? —Lo observó con ojos acusadores.

—No sé qué hablas, Langosta-san.

—Eres diabólico.

Kuroko no volteó a verlo, pero Fresita se percató que, por una milésima de segundo, había sonreído. Ese chico era malvado.

—Ten, Manolo —Aomine se había acercado al Barman en lo que ellos conversaban, por lo que en ese momento tenía dos vasos con licor en las manos, y uno de esos se lo estaba ofreciendo al peli-rojo.

Pero el de cejas raras no le dirigió ni la más mínima mirada, a pesar de que el nombrecito le había sentado como una motosierra en los riñones.

—¿Manolo? — Pregunto Kuroko, curioso. Aomine soltó una risita.

El peli-celeste observó entonces la mano vendada de Fresita.

—Oh... buena esa, Aomine-Kun —alzó el puño en dirección del moreno, quien también hizo lo mismo luego de colocar en la barra el vaso que el peli-rojo no había aceptado; ambos chocandolos como buenos amigos.

Manolo puso los ojos en blanco. Iba a estrangularlos, un día en serio lo haría.

¿Que no Kuroko se había indignado también cuando Daiki había sugerido sus estupidos nombres? Había que verle la carita de ángel que tenía, pero el alma de diablo.

Akashi, que había estado observando a los chicos todo ese rato, se encontraba indeciso si entre acercarse al peli-rojo o no. Algo extraño para él, quien siempre estaba seguro de qué hacer y qué no. Había notado antes que Kuroko que el chico estaba lastimado, y quería preguntarle que había ocurrido; llevarlo de inmediato al hospital, no fuera que la herida se infectase.

Al final se lavanto de su lugar, poniendo una expresión muy preocupada en su cara.

—¿Qué ocurrió? —dijo—, ¿Que tan mal está? Te llevaré al hospital para que la revisen mejor —Intentó tomarle la mano, pero Fresita la alejó de inmediato.

Aomine no pudo evitar cierta pizca de satisfacción ante ese acto, algo estúpido de su parte teniendo en cuenta lo que había estado pensando respecto a Langosta.

Akashi, por su lado, puso una mirada dolida. Una fuerte presión en el pecho le cerró la cargante. Nunca esperó que reaccionara de esa forma. Su rechazo dolía y no sabía porqué si era prácticamente un desconocido.

Manolo no dudaba de la preocupación de Seijūrō, pero en ese momento lo último que quería era verle la cara. A él y a Aomine. Solo quería salir de ese lugar, haber ido había sido una mala idea.

Estaba abrumado y enojado, y la mano le dolía. La música estridente estaba dándole dolor de cabeza, y el olor a cigarrillos y cerveza le provocaban ganas de querer vomitar.

No dijo nada, solo se giró en dirección de donde recordaba estaba la puerta hacia la calle, y salió corriendo.

De inmediato, tanto Daiki como Seijūrō cambiaron de expresión, los dos con intensiones de ir tras el chico, pero entonces Kuroko los tomó a ambos de un brazo, apretando tan fuerte que sus dedos quedaron marcados. Cuando voltearon la mirada hacia él, Kuroko lucía demasiado serio y quizá un tanto enojado.

—No sé de qué tanto hablabron ustedes dos, Akashi-kun, pero es obvio que no quiere verte ahora —Dijo, viendo al susodicho. Volteó a ver a Daiki—. Y tampoco sé que tanto sucedió en los baños contigo, Aomine-kun, pero está claro que mucho menos quiere estar cerca de ti. Así que ambos respeten eso.

»Él aún está afectado, seguramente tiene demasiadas cosas en la cabeza aunque no diga nada para no molestar más, según él. Y vienen ustedes a joderlo. Usen un poco la cabeza y dejen de ser tan idiotas.

Sus ojos celestes los observaron con seriedad total, casi estrangulandolos con la mirada.

Él los soltó, esperando que hubieran entendido que el único que iría tras Fresita era él. Hubiera querido darle un puñetazo a cada uno, pero debía alcanzar a Manolo, dudaba completamente que supiera orientarse en un lugar al que no recordaba haber ido alguna vez. O quizá si lo hubiera hecho y recordara ciertas cosas, pero Kuroko no quería arriesgarse.

Si algo más le sucedía a ese chico, a parte de todo el daño que ya había recibido, no sabía que haría. Quizá mataría a alguien.

Se giró él también, bajó las miradas culpables de Akashi y Aomine, y emprendió carrera hacia la salida, necesitaba alcanzar rápido a Manolo. Pero tan solo avanzó un metro y ya no pudo más, pues un cuerpo desconocido se atravesó en su camino.

Chocó contra el enorme tipo y su duro cuerpo, Kuroko hubiera querido decir que ambos se fueron de espaldas, pero el hombre ni se movió, tan solo lo hizo el peli-celeste. Él trastabilló, tambaleándose y perdiendo completamente el equilibrio debido al impulso que llevaba. Akashi fue hacia él, en un intento por evitar que se lastimara… pero alguien había sido más rápido.

—¿Te encuentras bien? —dijo el hombre desconocido contra el que había chocado, tomando a Kuroko por la cintura y alzandolo en sus brazos con tanta facilidad.

Tetsuya, que había cerrado los ojos, los abrió de golpe, repentinamente furioso.

—¿¡Por qué no te fijas por donde andas, grandísimo pedazo de pu…!? … —Kuroko calló de golpe, sus párpados se expandieron hasta donde ya no daban, pasó de estar enojado a completamente embobado—. ¿Morí y fui al olimpo? —Preguntó, con tanta seriedad, que él desconocido no tuvo más opción que responderle con la misma seriedad. Aunque un poquito divertido.

—No —una risita en sus labios.

—¿Y entonces que hace ante mi tremendo dios griego?

Akashi, que observaba la desagradable escena, alzó las cejas un momento, solo para luego fruncir el entrecejo y cruzarse de brazos.

El dios griego soltó una pequeña carcajada. Entonces tuvo toda la intensión de bajar de sus brazos al chico, pero Kuroko se le adelanto.

—No, no lo hagas, no todo los días me carga tremenda guapura en sus brazotes. Solo un poco más.

Increíblemente, el dios griego estuvo de acuerdo. Él lo observó, guiñandole un ojo sensualmente. Y el peli-celesto lo observó más embobado aún. Demonios, era demasiado atractivo.

—¡Ejem! —Akashí carraspeo la garganta, parecía un tanto molesto.

Kuroko desvió la mirada del dios griego hacia él, poniendo cara de fastidio al toparse con la cara enojada de Sei.

—Ah, tenía que ser Akashi-aguafiestas-kun —suspiró—. Ya qué, fue bueno mientras duró.

El dios griego sonrió divertido, entiendo que ya era momento de dejarlo en el suelo. Así lo hizo. Pero antes de darle la espalda y desaparecer por ahí, le sonrió una vez más mientras tomaba su mano y depositaba un besito en el dorso. Kuroko observó su fuerte espaldota mientras se marchaba.

—Ah, creo que estoy enamorado —suspiró una vez ya no lo vio.

Akashí resopló.

—¿Vieron sus brazotes? Ojalá me ahorcara con sus grandes manos —Seijūrū hizo una mueca. Con cada palabra que brotaba de la boca de Tetsuya, su humor empeoraba—. Sus cabellos rubios y esos ojazos… carajo, debí pedirle su número, o al menos debí haber preguntado su nombre. Ojalá vuelva a verlo —suspiró una vez más.

Seijūrō se giró, no queriendo escuchar más de sus desvaríos. Necesitaba un jodido trago urgentemente.

—Sí en serio fuera un dios griego —Kuroko continuaba hablando—, ojalá fuera Zeus, no me importaría fornicar como conejos con él.

Oh, Akashi necesitaría más que un trago.

 

~•§•~

 

Cuando Manolo salió a la calle, el fresco viento le pegó en toda la cara haciéndolo sentir un poco mejor. Inhaló profundamente, llenando sus pulmones de su frescura y aroma a amar.

Luego de unos segundos, emprendió camino hacia donde fuera, necesitaba alejsrse de ese lugar, alejjarse de esos tontos; pero no avanzó mucho, pues se topó con una figura conocida. Él se encontraba sentado en la acera, sin hacer nada más que observar quien sabe qué cosa, perdido en sus pensamientos mientras jugueteaba con algo en sus manos.

A Fresita se le hizo curioso, en realidad todo él lo era.

De quienes estaban en la casa, era con él con quien menos había interactuado. La verdad es que su gran altura, más que la suya, resultaba un tanto intimidante. Aunque poco a poco había descubierto que era como un niño en el cuerpo de un adulto, un enorme adulto. Uno que en ese momento parecía melancolico, demasisdo frágil.

Antes de pensarlo, ya estaba yendo hacia él.

—Hola —saludó, tomando asiento a su lado, un tanto dubitativo.

Murasakibara volteó a verlo, sin mucho interés.

—Hola —saludó de vuelta, parecía tener un puchero en los labios.

—¿Que haces aquí solo?

La mirada de Murasakibara se entristeció. Desvío la vista de él, llevandola hacia el suelo.

—Estaba llamándo a Muro-chin —confesó, mostrando el celular en sus manos.

«Oh, el bendito Muro-chin», pensó el peli-rojo. Lo cierto era que le provocaba una gran curiosidad la relación que tenían esos dos.

—¿No respondió?

—… Sí lo hizo —dijo con tristeza palpable.

—¿Entonces…?

—Dijo que no quiere que lo llame más.

Su carita de amargura mientras lo decía, le provocaron a Langosta unas fuertes ganas de querer abrazarlo. El peli-morado alzó la mirada hacia el cielo. El reflejo de la luna en sus irises reflejaron un brillo que a Fresita le pareció doloroso de observar. Atsushi parecía estar llorando sin derramar ni una sola lágrima.

No supo que decir. Su mente se quedó totalmente en blanco ante el dolor del más alto. Quería ayudarlo, darle apoyo en esa situación. Pero no sabía qué ocurría, más que Muro-chin parecía estar muy enojado con Atsushi, y desconocía totalmente el porqué. Murasakibara en realidad no hablaba mucho de ello.

Entonces pensó en que al gran chico le gustaban mucho las chucherías y los dulces, casi siempre se le veía comiendo alguna golosina. Tuvo la intensión de invitarlo a alguna cosita, pero recordó que no tenía ningún centavo. Aunque…

—Oye —llamó su atención, los ojitos de perro mojado de Atsushi lo miraron. El peli-rojo le sonrió de forma cálida—. No tengo dinero pero, ¿Qué tal si volvemos a la casa y te preparo alguna cosa?

Murasakibara lo observó en completo silencio, Fresita no tuvo idea de qué cruzó por su cabeza, hasta que este hablo de nuevo.

—Me gusta como cocinas —confesó, aunque eso, se dijo el de cejas raras, le había quedado claro desde la primera vez que preparó algo para los amigos—. Sabe como lo que prepara Muro-chin.

Manolo dudo un momento en que si eso en realidad iba a ayudar al niño enorme, pero entonces los ojito de Atsushi brillaron con emoción. De pronto ya no parecía tan triste.

—Entonces vamos —se puso de pie.

Murasakibara se levantó rápido de la acera, casi sonriendo. El de ojos rojos pensó en pedir un taxi, pero recordó, una vez más, que no tenía dinero. Además, se le antojó caminar un rato. Eso y que, de pronto, Atsushi parecía muy suelto con él. Tanto, que hasta se había quitado su abrigo y se lo había puesto en los hombros, luego de verlo tiritar un poco. La noche parecía más y más fría.

Pero Fresita lo rechazó, alegando que entonces el que sentiría frío sería él.

—Muro-chin una vez se olvidó su abrigo —Atsushi tomó la palabra—, él tenía frío pero no dijo nada. Es muy terco a veces. Así que me quité el abrigo y se lo di. Pero él dijo lo mismo que tú. Así que me puse otra vez el abrigo, pero bajé el cierre y lo metí a él ahí. Así los dos estábamos calentitos. Muro-chin se pudo muy rojo esa vez —mientras hablaba, sus ojos brillaban con emoción—. Se veía lindo.

A Langosta no le quedaba duda ahora. Murasakibara estaba enamorado de Muro-chin. Y al parecer Muro-chin también de él.

¿Qué rayos pasó entre ellos dos?

—¿Quiéres que haga lo mismo?

El peli-rojo tuvo un pequeño escalofrío en la espalda, y no era por el frío.

—No, no, no. Mejor dame el abrigo.

—Okay~

Ellos siguieron hablando, o más bien Atsushi lo hizo. Le contó anécdotas de sus días con Muro-chin, incluso llegó a sonreír mientras lo hacia. El siempre desinteresado y aburrido Murasakibara sonriendo. De alguna forma fue fascinante. El peli-rojo lo escuchó atento, sin perder detalle alguno mientras caminaban de vuelto a la casa de playa, rodeados por la brisa marina, las luces del alumbrado y el cielo nocturno.

Se prometió algo así mismo en ese momento. Sin duda, ayudaría a Muraskibara para que se reconciliara con Muro-chin.

 

Notas finales:

Yyyyyyyy eso fue todo. 


¿Qué tal?


¿Qué les pareció?


¿Les gustó?


Yo espero que sí.


¡¡¡Wijijiji!!! Yo sé que querían más en la escena AoKaga, pero noop, aún no. Les prometo que cuando lleguemos a eso, sera súper intenso, 7u7. Solo esperen un poco más. Aomine es terco y pendejo, sobretodo pendejo.


¿Akashi celoso? ¿Será? Jejeje


¡¡Pregunta!!


¿Quién creen que es el dios griego? 7u7


Bueno, ojalá y si les haya gustado, ya saben que pueden hacérmelo saber por medio de un hermoso comentario, el cual leeré con mucho placer. Y si no les gusto, también.


Besos y abrazos de oso para todos. Que el ángel me los cuide muchooo.


Byeeeee.


 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).