No soy deportista, pero cada tanto practico fútbol y uno que otro deporte. En una de tantas veces, sufrí una lesión en la zona lumbar y sacro, acompañado de un tirón en la pierna derecha. Preocupado, busqué asistencia médica, me realizaron ciertos estudios, como no era nada grave me recomendaron ir a un par de sesiones de kinesiología o masajista.
De camino a casa, me topé con un letrero que mostraba el local y dirección de un masajista por la zona, ELITE HANDS MASSAGE,solicité una cita por teléfono. Llegado el día, subí a mi auto y conduje a la dirección que había anotado.
Al llegar al edificio, me atendió la recepcionista, una muchacha bastante bonita, de cabellos marrón, vestía un traje sencillo de camisa azul descotada y falda lisa negra; di mi nombre, Akira Suzuki, y ella me permitió el paso a las instalaciones interiores. El masajista, Yutaka Tanabe, era un hombre de apariencia joven, cabellos azabache y gran sonrisa, parecía de mi edad… ¿35? Tal vez, 37 años; usaba un uniforme de dos piezas color blanco. Sus ojos grandes captaron mi atención. Me hizo pasar a un cuarto mediano, me preguntó por la zona del malestar, como era una zona amplia me pidió desvestirme y acostarme boca abajo en la camilla, taparme con una toalla ─se encontraba ubicada sobre una encimera pegada a la pared─. Él salió la habitación, mientras encendía el aire acondicionado y, supuse, prepararía algún elemento.
Me desvestí un poco nervioso, era la primera vez que recibiría un masaje a manos de un hombre. Me acosté boca abajo en la camilla, tapándome desde la cintura con la toalla y ubicando mi cara en un espacio, el cual me dejaba mirar sólo el piso. Moqueta color arena, un color cálido, que combinaba perfectamente con el decorado de la habitación.
Yutaka tardó, aproximadamente, cinco minutos en volver, se posicionó a un costado mío, pidió relajarme y aflojar el cuerpo, que él se encargaría de todo. Su voz era suave, menos grave que la mía, su tono me produjo confianza.
Acomodó la toalla, doblándola un poco, dejando sólo mi trasero tapado. Dejó caer aceite tibio en mi espalda y piernas, así, comenzó el masaje, se sentía muy bien. Luego de estar un rato largo con la espalda, continuó por las piernas ─aunque, el dolor era sólo en la derecha─, lo hizo de manera uniforme, masajeando fuertemente desde abajo hasta donde inicia el muslo y apretando el lado interno de estos.
De repente, me di cuenta que, al acostarme, mi pene había quedado hacia abajo y no estaba oculto, al menos no su totalidad. En ese momento, sentí una vergüenza terrible, no debido a que fuese a verse ─porque tenía la toalla encima─, sino, porque en una de las idas y vueltas de los masajes, sentí que el borde de su mano lo tocó, apenas. No supe qué hacer, me quedé inmóvil y traté de acomodarme lo mejor posible. Si bien era un hombre el que me masajeaba, parece que a mi pene no le importó; enseguida comenzó a erguirse de a poco. Yo intentaba pensar en cualquier cosa para evitarlo, pero era casi en vano.
No sé si él se dio cuenta, pero me dijo que me diera vuelta para masajear la parte frontal de mis piernas. En mi mente grité: "¡¿Cómo hago para darme vuelta ahora?!"