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Romanesque por Aomame

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Notas del capitulo:

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Romanesque


El primes amanecer


El día de la ceremonia de mizuage Hideto, como era de esperarse, estaba muy nervioso. Se levantó ese día incluso antes del amanecer. Como no tenía nada que hacer ya a esas horas como antes, no soportó estar más tiempo acostado, se sentó sobre su futón con la vista hacia la ventana cerrada de la habitación de Tommy. La luz mortecina del amanecer se filtró por las rendijas de la madera y la temperatura bajó un poco, lo que le hizo abrazarse a sí mismo. A su lado, su hermana mayor dormía tranquilamente, ajena a sus preocupaciones y ansiedad.


Esperó hasta que la casa de té comenzó a llenarse de ruidos para incorporarse del futón, doblarlo con cuidado y de la manera más silenciosa que pudo. Luego, miró, con su sencillo kimono para dormir, aquel que usaría ese día. Se trataba de un kimono formal, sin muchos adornos, a pesar de ser un aprendiz de geisha aún. Era de color blanco aunque no de ese tono inmaculado y brillante, tenía suaves bordados de follaje en un tono crema suave, el obi de un tono parecido al bordado. A un lado, estaba el fondo, que cambiaría para siempre a uno rojo, el color de la iniciación. Y era quizás ese color lo que lo ponía aún más nervioso.


Tommy despertó cuando la señora Arikawa en un tono más bien histérico, tocó a la puerta de la habitación, diciendo que era hora de que comenzaran las preparaciones.


—Vamos, Hideto—dijo la muchacha al tiempo que se desperezaba.


Éste asintió, no muy seguro de lo que vendría entonces. La siguió hasta los baños de la casa de té. En la entrada se encontró con Yasu, quien tenía en el rostro manchas de hollín y bostezaba ampliamente; evidentemente había despertado horas antes de lo que acostumbraba, y en cuanto cruzó miradas con Hideto, en lugar de responder al saludo de buenos días que éste le dirigio, dijo:


—Ya está su baño, su majestad.


El tono amargo con que lo había dicho extrañó a Hideto, pero Tommy tiró de él dentro del cuarto antes de que pudiera preguntarle a su amigo que sucedía.


Dentro aguardaba una de las bañeras de agua caliente, esas que se encendían con carbón y que era la culpable de las marcas negras en el rostro de Yasu.


—No le hagas caso—le dijo Tommy ayudándole a quitarse el kimono de dormir y dándose la vuelta después, para que él entrara en la bañera—, sólo está molesto porque ahora tiene que realizar parte de tus tareas.


Hideto no dijo nada. Sabía que Yasu no estaba contento con su cambio de estatus dentro de la casa; y probablemente no era el único. Sin embargo, como le dijo Daigo, las tareas eran repartidas entre todos, hacer una o dos de las tareas que el desempeñaba en la casa, no era mucho. Pobre de él que había tenido que hacerlas todas.


Tommy vació dentro de la bañera flores de jazmín y unos aceites que Hideto no alcanzó a identificar, y que se mezclaron rápidamente llevando en el vapor de agua un aroma relajante que alejó de la mente de Hideto cualquier extraño pensamiento o sensación de nerviosismo. Era algo temporal, eso lo sabía, y en cuanto saliera de la bañera todo aquello que le molestaba antes volvería, o quizás duraría un poco más.


Mientras se bañaba, Tommy le dio consejos acerca de cómo tenía que comportarse durante la ceremonia. Hideto resumió todo a comportarse con sobriedad como si hubiese olvidado lo que era sonreír. Tenía que ser así, puesto que se trataba de un asunto de lo más solemne. Después del baño, desayunó frugalmente, aún con la mente embotada de aquel aroma.


Tanto Mika como Tommy le ayudaron a vestirse cuando la hora comenzó a acercarse peligrosamente y entonces, cuando el fondo rojo se cerró frente a su pecho, sintió la carga que ello implicaba, los nervios regresaron y más violentamente que por la mañana.


También Tommy se vistió para la ocasión, aunque de manera más sencilla, lució un bonito kimono de un suave color azul, ella junto con la señora Arikawa estarían presentes durante la primera ceremonia.


—Sakurai sama, llegó— escuchó de pronto, cuando terminaban de recoger su cabello, que en voz baja, para que no fuera descortés e impropio anunciaba Daigo del otro lado de la puerta.


Mika se acercó a la puerta para preguntarle un par de cosas. Mientras Tommy apurada, dejaba el peinado de Hideto, para terminar su propio arreglo. Entonces, esté aprovechó para sacar la peineta que Sakurai le hubiera regalado y la guardó en la manga de su kimono.


—Sakurai sama y la señora Arikawa esperan en el salón de la rosa negra—anunció Mika y corrió a tomar las manos de Hideto, las cuales estaban heladas, entre la suyas. Le sonrió tranquilizadoramente.


Por su parte, Tommy le urgió a seguirle. Con paso dubitativo, el muchacho se puso en camino, siguiendo de cerca a su amiga. El último consejo de ésta fue que no opusiera resistencia, porque eso podía hacer las cosas más difíciles. Se detuvieron frente a la puerta del salón, Tommy se volvió.


—¿Tienes alguna pregunta?


Hideto le miró y tragó saliva.


—Yasu dijo... ¿duele?


Tommy le sonrió.


—No temas al dolor, todo depende de él en gran medida. Si te muerde, entonces, tal vez sí duela. Pero tranquilízate, ¿de acuerdo?


Él asintió y tras eso, la puerta del salón se abrió.


***


La señora Arikawa estaba sentada formalmente en un cojín, vestía un sobrio kimono negro. A su lado estaba otro cojín destinado a Tommy y un tercero a lado del cuervo negro.


Sakurai vestía por primera vez, que Hideto lo hubiera visto, tradicionalemente. En su caso un hakama y gi de impecable y solido color negro, no tenía ningún adorno, excepto por el gi interior de sencillo color blanco. A su lado en el piso de madera brillaba lustroso su bastón. Sentado sobre el cojín sobre sus talones, mantenía las manos apoyadas en sus muslos en actitud tranquila y solemne. No había sonrisa en su rostro, no la había en nadie, pero tampoco, una expresión hosca. Su neutralidad, en cierto sentido, resultó reconfortante para el joven Hideto. Quien tras un suave tirón de manga de Tommy, tomó su lugar a lado del imponente hombre.


La ceremonia era bastante simple, consistía en beber sake, juntos, con corrección y sin prisa. Hideto pensó que tal vez necesitaría más que una pequeña y simbólica ración de sake para lo que seguía. Pero lo que siguió se trató de una comida.


La señora Arikawa tronó los dedos, o más bien, palmeó una vez y la puerta del salón se abrió para dar bienvenida a los difentes platillos. Entre las personas que entraron con las viandas, y las sirvieron, se encontró con sus amigos Yasu y Daigo. Mientras el último le dirigió una mirada picara al tiempo que le tendía el tazón de arroz, el primero ni siquiera le miró cuando puso frente a él la caballa asada. Hideto comió más por obligación que por apetito. Escuchó conversaciones sin escucharlas realmente, apenas respondió cuando Tommy, quien en su experiencia como geisha, animaba la reunión sin dificultad alguna y a ojos vistas con el agrado y aprobación de la señora Arikawa, de otra manera, aquello se habría convertido en algo absolutamente aburrido, más parecido a un funeral que a una celebración, aunque tampoco podía decir que era lo que celebraban, ahí.


Sin embargo, de la conversación un par de cosas llamaron su atención. Una, que Sakurai reiteró el pago de su deuda, y entonces, la señora Arikawa había intentado evadir el tema.


—¿Podría pensarlo, Sakurai sama?—le dijo— Ha recibido toda una educación, que no ejercerá, si se lo lleva.


Ahí radicó la segunda cosa que llamó su atención: "llevárselo" ¿a dónde? ¿Para qué? Hideto quería quedarse con Tommy, Mika y los demás. Quería seguir bailando y tocando el shamisen, quería seguir a su hermana mayor en las reuniones y aprender de ella, ser una geisha. Su expresión debió revelar sus pensamientos, porque Sakurai prefirió tocar el tema más tarde.


Cuando la comida terminó, la señora Arikawa palmeó de nuevo y retiraron todo.


—Hideto—le llamó Tommy—, ven conmigo.


Él obedeció, y la siguió a una sala contigua dónde aguardaba otro kimono, uno más sencillo. Le ayudo a quitarse el que traía y le ató el otro sin el rigor de siempre. Todos los lazos quedaron sueltos, así como su peinado de los adornos que antes llevaba. Tommy le retocó también el maquillaje, principalmente el de los labios.


—Es hora—le dijo y una vez más se dirigieron al salón de la rosa negra.


La señora Arikawa les esperaba en la entrada. No dijo nada, excepto ordenarle que entrara. Hideto asintió, hizo una reverencia a ambas mujeres y entró a la habitación una vez más, la diferencia fue que lo hizo solo.


***


Cuando corrió la puerta respiró hondo. La cruzó y acuclillándose como era costumbre, la cerró respetuosamente, despidiéndose y perdiendo de vista a la vez, a la señora Arikawa y a Tommy. Después miró hacia el interior del salón.


Sakurai estaba sentado como acostumbraba frente a la mesa baja, en uno de los cojines, en flor de loto y con su bastón a un lado. Sólo faltaba su sombrero de copa sobre la mesa, y el traje occidental; y además, a diferencia de las otras veces, le daba la espalda.


Las puertas corredizas del salón que daban al patio estaban abiertas, cosa que no solía suceder antes. Hideto miró aquella espalda ancha y oscura, tal como las alas sin desplegar de un cuervo, recortada contra el paisaje del jardín durante el atardecer. Recordó la peineta, la había cambiado del kimono anterior a ese, así que metió la mano en su manga y la sacó, adornó con ella su sencillo peinado con rapidez. Luego, se quedó quieto dónde estaba, sin saber que decir o hacer. Fue Sakurai quién giró el rostro hacia él y le señaló con la mano el cojín frente a él.


Hideto se levantó y sentó donde se lo indicaba. Vio el sake sobre la mesa y estiró las manos con intención de servir, pero Atsushi se le adelantó y tomó la garrafa y sirvió para ambos. Hideto entonces, no supo que hacer, dirigió su mirada hacia el hombre, pero de inmediato la desvió. Era, hasta cierto punto intimidante. Miró sus manos, en su regazo, sobre la tela de la falta de su kimono.


Atsushi sí lo miró, en cuanto dejó la garrafa de sake sobre la mesa. Y no pasó desapercibido para él el detalle de la peineta sobre el cabello negro recogido en un moño sencillo.


—Hideto—le llamó con voz grave, pero suavemente. El muchacho levantó la vista sin remedio. Con un gesto, Atsushi, le instó a beber el sake que le había servido—. ¿Te explicó, la señora Arikawa, sobre lo que sucederá después de este día?


Hideto negó.


—Sólo escuché—titubeó y le miró de reojo antes de dar un sorbo de sake y tomar valor con él—, que pagaría mi deuda.


—Así es. Pero supongo que acabas de escuchar algo más.


El muchacho asintió.


—¿Te gusta la idea de venir conmigo?


Hideto volvió a ocultar la mirada, no sabía que responder a eso. Entendía que sí así lo quería su danna no había nada que pudiera hacer. Además si la deuda estaba pagada, podía establecerse independientemente como geisha, al menos es lo que había escuchado de algunas de ellas, las mejores de todo Gion o lo que antes era. A muchas de ellas sus danna les ponían una pequeña residencia, una pequeña, a la cual iban a visitarles; una casa donde dicho encuentro pudiera realizarse sin el escrutinio o la posible interferencia de la esposa, porque bien es sabido por las geishas que ser la amante era más la regla que la excepción. Irse le daba libertad, podría hacer o no hacer las labores de su pequeño hogar, tener su propio espacio sin duda alguna le daba ilusión, pero también le causaba miedo. Temía la separación de las cosas y personas que conocía desde que tenía memoria como la señora Arikawa, y a las que fue conociendo y ahora eran sus amistades.


No tenía respuesta, y sabía que no importaba de todas maneras. Si Sakurai quería que así fuera, así sería. Sin embargo, algún gesto de abatimiento debió prendarse en su rostro, porque Sakurai volvió a hablar, está vez, como si leyera su mente y tranquilizarle.


—No tienes por qué perder contacto con la casa de té. Siempre que quieras venir puedes hacerlo, tomar clases... etc. Sé que el arte de las geishas te gusta.


Hideto asintió. Y Sakurai sonrió suavemente, al tiempo que extendía su mano por encima de la mesa. Su gesto era evidente, claro como el fondo del estanque en el patio. Hideto lentamente posó su mano en aquella que parecía más grande y que dobló sus dedos para cubrirle. Sintió un ligero tirón y se incorporó del cojín, hasta rodear la mesa. Atsushi giró un poco sobre el cojín, lo suficiente para evitar la mesa y poder tener justo enfrente y de pie al muchacho.


Le soltó la mano y Hideto le miró desde su lugar sin comprender que pasaba. No tardó en comprender que la verdadera ceremonia del mizuage estaba por comenzar cuando los largos dedos del cuervo negro asieron los suaves amarres de su obi, y los desataba lentamente. La tela se holgó y cayó suavemente por su peso abriéndose y dejando a la vista el fondo colorado.


Atsushi no dijo nada, ni ordenó tampoco nada, como aquella primera vez que le había pedido extender las piernas tumbado sobre el tatami, y curiosamente, a diferencia de esa vez, estaba más nervioso. Siguió deshaciendo lazos y abriendo telas, hasta que la piel quedo al descubierto y tembló ante sus ojos, lleno de expectación.


Hideto aguantó la respiración cuando los dedos le tocaron las piernas, y se deslizaban suavemente por ellas hasta cubrir sus muslos y obligarle a separar un poco más el compás, esas enormes manos que siguieron el contorno rodeando su cadera, y apretando entre sus palmas sus nalgas. No era la primera vez que lo tocaba así, todo ese tiempo que había ido a visitarlo le había preparado para ese día, lo entendió entonces cuando obligado por el movimiento dio un paso hacia enfrente. Sintió a esas manos rodear su talle, y recorrerle la espalda baja antes de volver a bajar. La sensación de expectación dio paso a la ya conocida excitación.


Apoyo las manos en los hombros del hombre, quien acercó el rostro a su vientre, donde sintió la húmeda y caliente caricia de su lengua. Su respiración tibia bajar lentamente hasta su entrepierna, y luego la misma caricia sobre su miembro aún lánguido, tal vez, tan asustado como el mismo. Sin embargo ese beso no descansó hasta levantarle de su reposo, y hacerle estremecer desde la raíz. Hideto cerró los ojos cuando la boca de Atsushi devoró su miembro, y le estrujó suave, cadenciosamente. Haciendo a sus piernas flaquear, a sus lágrimas chispear, y a sus dedos crisparse contra la tela negra lisa del kimono del cuervo negro. Pero justo cuando estaba por alcanzar el cenit del placer, éste se detuvo. Lamió de principio a fin su falo erguido y palpitante, y levantó la vista hacia él. Hideto abrió los ojos y miró por un breve instante las pupilas oscuras como dos pozos profundos que a su vez le observaban.


En seguida, sintió un tirón, y antes de darse cuenta, estaba sentado a horcajadas en el regazó de Atsushi. Los besos de este le recorrieron el cuello, y le mordieron el lóbulo de la oreja, para bajar de nuevo, suavemente hacia sus hombros, esos que lentamente fue descubriendo, al apartar la tela en ellos. Abajo, contra su trasero sintió el miembro del cuervo negro, pugnando debajo de él, contra la tela del hakama. Se sentía duro y caliente incluso contra le tela, palpitaba, contra él, como si quisiera ser liberado de una vez por todas. En tanto esa sensación se hacía presente, también aquella que le mordía las tetillas, que lo obligaba a echar la cabeza hacia atrás y dejarse sostener por los brazos de aquel caballero. Y así lentamente, le dejó caer sobre el tatami, con el kimono a medio quitar, atorado aún en sus brazos. Sus pies se apoyaron contra la madera, como esa primera vez ante él, se abrió como una flor y le sintió incorporarse sobre él. Recorrerle de nuevo con las manos, para después separar sus nalgas como los gajos de una mandarina y deslizar entre ellas uno de sus largos dedos. Hideto dio un respingo, se sentía frío, mucho más consistente que veces anteriores. Le sintió hurgar dentro de él, abrirlo lentamente; mientras su respiración se agitaba cada vez más; un segundo dedo se unión al primero y la tensión en su entrada fue cediendo poco a poco.


Para ocultar su vergüenza, Hideto dobló su brazo contra su rostro. Atsushi no le negó aquello, continuó diligentemente abriéndole, haciéndole ceder poco a poco. Sin duda, Hideto, era un omega, su entrada lubricaba sin problemas y, cada vez más, a medida que era estimulado, así que supo que no estaba lastimándole, mucho menos aún, cuando el muchacho se estremecía y jadeaba según era tocado. Se detuvo cuando lo creyó conveniente, cuando su propio cuerpo exigía atención. Liberó los amarres de su hakama y liberó su miembro erecto, goteante ya, e impaciente.


Esos segundos de espera fueron extraños para Hideto, fueron un respiro pero a la vez, estuvieron llenos de ansiedad. De pronto sintió que Atsushi tiraba de él atrayéndolo. Sintió el roce húmedo y caliente en el interior de sus muslos de aquel miembro; y luego, esa misma sensación en su entrada, presionando los músculos, y haciéndose paso entre ellos. Dolió, pero sólo un poco cuando el glande bulboso traspasó la barrera tensa, se sintió estirado en demasía, mordió la manga del kimono que tenía al alcance. El dolor cesó entonces, y sintió un empujón, uno más y de pronto supo que la pelvis del cuervo negro se había encontrado con sus nalgas. Atsushi aguardó quieto por unos instantes a que el otro se acostumbrara a la intromisión. Le tomó del brazo y descubrió su rostro lloroso, rojo, ligeramente asustado.


—Todo está bien—le dijo e inclinó hacia él.


Hideto gimió, el movimiento había cambiado la posición ligeramente, pero se olvidó de eso pronto, porque sintió entonces los labios de Atsushi contra los suyos, a su lengua separando sus labios y deslizándose entre sus dientes para sacarle del fondo de la garganta un gemido. Fue un instante de calma, un instante que le gustó y que sin darse cuenta levantó sus rodillas amoldando más su cuerpo contra aquel que le poseía, y apretarle ahí, sujetarle con ansía así, contra sí.


Luego, al terminar ese hambriento beso, Atsushi empujó de nuevo, salió de él un poco y volvió a llenarle. Hideto quiso acallar la voz que involuntariamente se le escapaba, pero Atsushi retuvo sus manos contra el tatami sujetándole las muñecas. Hideto cerró los ojos, jadeó y lloró cuando se corrió, y sintió ese placer conocido recorrerle de pies a cabeza. Quiso disculparse porque sabía que aquello debió haber manchado el impoluto negro del kimono ajeno, pero no pudo, Atsushi se apartó y lo giró sobre su estómago, obligándole a apoyar las rodillas en el tatami. Apartó el kimono por completo y lo hizo a un lado. Lo penetró una vez más, y Hideto gimió más alto, la posición era diferente, se sentía más profundo. El vaivén se reanudó impidiéndole respirar correctamente, incluso pensar, sólo podía ser consiente de ese ir y venir. De pronto, sin embargo, fue consciente de que Atsushi buscaba algo en su cuello y sintió un cosquilleo en él. Una sensación desconocida, su cuello también buscaba algo, y lo encontró cuando el cuervo negro le mordió, cuando sus dientes punzaron su piel con fuerza. El dolor fue paralelo al placer, al nuevo orgasmo que le estremeció, a la vez que su danna se corría también, y se vaciaba en él anudándolo por varios segundos.


Un suave aroma metálico llegó a sus fosas nasales y todo su cuerpo se abrió más, para recibir aquella simiente. Si fuera fértil, se dijo, si hubiera estado en época de celo, habría quedado impregnado sin duda alguna, pero no era el caso; lo curioso es que no sabía cómo sentirse. Ahora no solo tenía un danna, sino también un alfa, y no podría desprenderse de ninguno de esos lazos. Cuando pudieron separarse, estaba tan agotado que se dejó caer contra el tatami sin fuerzas para apoyarse. Fue Atsushi quien lo tomó en brazos y recostó en el futón que habían dispuesto para ellos, pero que no había utilizado.


—Descansa —escuchó al tiempo que sentía sus parpados pesados. Pero antes de quedarse dormido, sintió como Atsushi soltaba su cabello, y vio cómo, también, le quitaba la peineta y la besaba suavemente antes de dejarla sobre la almohada de al lado.


El amanecer llegó antes de que pudiera darse cuenta de haber dormido algo. Como ya sabía, su danna no se quedó con él hasta el otro día, no era parte de la tradición, así que cuando la luz del sol penetró en el salón estaba solo. Y se dio cuenta que su vida había dado un giro que nunca, ni en sus más remotos sueños, esperó.


 

Notas finales:

Espero que les haya gustado. 


Palabras nuevas:


hakama es un largo con pliegues (cinco por delante y dos por detrás) cuya función principal era proteger las piernas, por lo que originalmente se confeccionaba con telas gruesas y con algún diseño patrón.  


gi es una chaqueta.


Gion  es un distrito de , Kioto, originado en tiempos equivalentes a la Edad media  . Este lugar está ubicado frente al santuario Yasaka  y es mundialmente famoso por la existencia centenaria de las geishas . Es también conocido por el Gion matsuri , un festival tradicional que toma su nombre del barrio.   


Si me falto una, me avisan. 


;)


¡Nos estamos leyendo!


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