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Romanesque por Aomame

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Romanesque


La rosa negra

El kimono se deslizó suavemente por sus brazos, mientras tímidamente levantaba el rostro hacia él. Tropezó con su mirada profunda y oscura, que parecía querer mirar a través de él. Era doloroso mantener la mirada, pero, también, lo era desviarla. Le vio sonreír cuando la tela hizo un último frufrú al caer hasta sus tobillos. Entonces, cerró los ojos.

Sintió el toque de esas manos, de esos dedos. Era como el roce de una pluma, suave, delicada; oscilando entre ser y no ser una caricia. Le recorrió los brazos; delineó la ligera curva de sus caderas; y acarició la piel de su vientre siguiendo la circunferencia de su ombligo, para después subir lentamente por su torso hasta su pecho y hacer lo mismo con la areola de sus pezones. No se detuvo mucho ahí, siguió su camino, dibujando la línea de su clavícula y hombros.

Un estremecimiento le recorrió de pies a cabeza y contuvo la respiración cuando esas manos el rodearon el cuello suavemente, y sólo abrió los ojos para saberse a punto de ser besado; y casi por reflejo separó los labios.

Hideto abrió los ojos. Una luz pálida se colaba por la ventana, parpadeó y distinguió tras ella copos de nieve. Suspiró ruidosamente, al tiempo que aparataba la colcha y se incorporaba. Se estiró una vez que estuvo de pie, se calzó sus zōri sin tabi de por medio, se arregló su raído kimono acolchado y buscó su bufanda. Se acuclilló y dobló su futón, el cuál guardó en el armario. Y entonces, se dijo, era hora de comenzar el día. Aplaudió una sola vez para darse ánimo.

Encendió el fuego. Lavó el arroz y lo dejo en el seiro. Disolvió la pasta de miso en el dashi y agregó suficiente alga wakame a la sopa, la señora Arikawa odiaba que no pusiera suficiente. Luego, cortó el tofú en pequeños cubos de igual tamaño, y mientras lo hacía recordó su encuentro en la calle con el “cuervo negro”. Recordó su inglés con ese ligero acento, el golpeteo de su bastón en la tierra helada, el ancho de sus hombros mientras caminada delante suyo… también estaba su dedo largo y firme que le señaló, su voz autoritaria mientras le pedía quitarse el kimono, el roce de las yemas de sus dedos sobre su piel virgen y sensible. Sacudió la cabeza, tenía que quitarse de la mente eso y seguir con su trabajo.

A las ocho de la mañana, la señora Arikawa se sentó frente a su mesa para tomar el desayuno: sopa de miso, gohan y caballa a la plancha, junto con una buena y humeante taza de té verde.

Hideto le sirvió el té e hizo una reverencia, dispuesto a marcharse.

—Espera—le dijo la señora Arikawa—Siéntate.

Hideto tragó saliva, con pequeños y dubitativos pasos se acercó a la mesa, y se sentó sobre sus rodillas, con la espalda muy recta.

La señora Arikawa se puso sus lentes de media luna, esos que le había canjeado a un inglés, quien se había quedado sin blanca durante un juego con las geishas; y abrió el Yomiuri shimbun sobre la mesa. Hideto aguardó quieto mientras ella leía y comía con parsimonia. No le decía nada más, y tampoco parecía tener prisa. El muchacho comenzó a sentir que se le dormían las piernas, así como a su estómago vacío que iniciaba pequeñas protestas en forma de gruñidos.

La señora Arikawa sorbió el último wakame y se comió hasta el más pequeño grano de arroz antes de despegar la vista del periódico y mirarlo.

—Bien, ¿recuerdas lo que te dije ayer?

Hideto asintió.

Cuando salió del salón “rosa negra” la noche anterior, no había tenido que ir a buscar a la señora Arikawa, ésta estaba afuera con las manos dentro de las mangas del kimono y una ceja levantada muy por encima de lo normal, su aura era la que siempre tenía cuando se quitaba los zōri dispuesta a darle un tunda de aquellos.

—El… señor… Sakurai sama quiere hablar con usted—tartamudeó con la garganta seca.

La señora Arikawa apretó los labios y bufó ruidosamente. Pasó a su lado, pero al hacerlo tiró de su oreja.

—Cuando salga no quiero verte con ese disfraz—le dijo y lo soltó.

Hideto asintió y la vio acuclillarse, abrir la puerta, saludar, entrar y volver a cerrar la puerta. Entonces, corrió como alma que lleva el diablo hasta la habitación de Daigo, el único desocupado esa noche.

—¡Ayúdame a quitarme esto!—le dijo en cuanto entró.

Daigo, quien holgazaneaba en su futón, lo miró con la boca abierta.

—¿Nos descubrió la gruñona?

Hideto asintió. Daigo se incorporó y corrió a ayudarle a quitarse el kimono, el maquillaje y el peinado.

—¿Qué pasó?—Daigo lo miró asustado, sabía que a él también le tocaría golpiza.

Hideto le contó más o menos lo que había pasado, obvió ciertos vergonzosos detalles y miró a su amigo con pánico cuando recordó el jalón de oreja que la señora Arikawa le había dado.

—Nos matará—dijo Daigo dejándose caer en su futón con aire dramático—. Sakurai es uno de sus mejores clientes, si lo pierde…

Hideto se mordió el labio inferior, mientras se ajustaba el obi de su kimono de servicio.

—Pero oye…—le dijo Daigo sonriéndole pícaramente, se había dado cuenta de los lazos mal hechos que habían sostenido el otro kimono —… ¿te hizo algo el cuervo negro? ¿Se te cumplió tu deseo de cumpleaños?

Hideto no pudo contestar, en ese momento la puerta se abrió y el rostro de la señora Arikawa apareció.

—Ven acá—le dijo—y tú—se dirigió a Daigo—, contigo ajusto cuentas después.

Hideto miró a su amigo apenado y pidiéndoles disculpas de antemano, antes de salir en pos de la señora Arikawa.

En la cocina, donde el solía dormir, la señora Arikawa le miró duramente. Hideto esperaba la paliza, tenía que ser así. Había desobedecido, había ocupado un lugar que no le correspondía y sabía que su falta era grave. Pero no hubo golpe alguno. Ni uno sólo. Aunque parecía que la mujer se estaba conteniendo.

—Sakurai sama—dijo—, vendrá mañana… ¿entiendes lo que significa eso?

Hideto negó.

—¡Te quiere de nuevo a ti! Me pidió específicamente que lo atendieras tú durante toda la noche—Así que prepárate, porque no sólo tendrás que atenderlo a él por la noche, sino cumplir con tus tareas, ¿entendido?

—Sí—contestó.

La señora Arikawa suspiró y lo dejó solo en la cocina.

Hideto había pasado esa noche con pensamientos confusos y raros. El porqué, ese hombre lo querría una noche más, escapó de su entendimiento esa noche y le había costado trabajo conciliar el sueño.

—Me alegra que lo recuerdes—la señora Arikawa lo regresó al presente—¿Sabes quién es Sakurai Atsushi?

Hideto negó.

—Es un alfa de alcurnia, pertenece a la nobleza, Hideto. ¡Se codea con el emperador! Los norteamericanos lo respetan por su linaje. Es un cliente maravilloso, no me permitiría perderlo, y si tiene un capricho haré lo que esté en mis manos para cumplirlo. ¿Comprendes?

Hideto asintió.

—Te quiere hoy en el salón rosa negra y ahí estarás. Que te quede claro que te metiste en esto solo, así que no tienes derecho a negarte. ¿De acuerdo?

Él volvió a asentir.

—Ya tienes veinte años ¿cierto? Y lo que él quiera hacer contigo será completamente legal, ¿lo entiendes?

Un asentimiento más, sólo que más nervioso que el anterior. La señora Arikawa jugueteó con sus dedos, ella también parecía nerviosa, inquieta en muchas formas.

—Dime algo muchacho—le dijo—, tu celo no ha llegado, ¿cierto?

—No—quiso añadir que quizás nunca llegaría, tenía veinte años y no había tenido ni siquiera una pequeña ola de calor.

—Pero pude llegar en cualquier momento—suspiró ella.

Había una razón poderosa por la que la señora Arikawa sólo contrataba betas. Nadie se volvía loco de atar por ellos. Hideto siempre fue un peligro, una bomba de tiempo, pero lo había cuidado sólo por amor, un cándido amor que nada tenía que ver con él per se.

—Bien—la señora Arikawa agitó la mano como si espantara moscas o bien, sus preocupaciones—, le diré a las chicas que te ayuden, está vez quiero que te des un baño, y que uses un kimono y accesorios dignos para Sakurai sama.

Lo miró una vez más y volvió a abrir su periódico.

—Ahora vete, regresa después por los platos.

Hideto se levantó con un ligero tambaleo. Los pies se le habían dormido y sintió agujas diminutas en cada paso que dio hacia el corredor.

Durante el resto de día, Hideto atendió a sus deberes, sin embargo, cada que visitaba a alguna habitación de las geishas o los jóvenes acompañantes, le hacían la misma pregunta “¿Cómo le había ido con el cuervo negro?” Su respuesta era un simple “Bien”, y no era del todo aceptada. Ellos y ellas querían saber los detalles del encuentro, en especial, deseaban saber si algo había pasado entre ellos, algo de índole más sexual, puesto que se rumoraba que ese día el cuervo negro volvería a la casa de té y pediría, sin lugar a dudas, que Hideto lo atendiera.

El muchacho escuchaba los cuchicheos a su paso y lo ponían nervioso. Comenzaba a arrepentirse de su deseo de cumpleaños. Ser tocado por alguien más era extraño. No podía decir si le gustaba o no, pero no podía ignorar ese sueño que le había perseguido hasta el amanecer. El toque de cuervo negro había sido suave, tibio, le había erizado los vellos de la piel y lo había estremecido desde el fondo, creando en él una emoción que antes no conocía.

Al caer el Sol, la señora Arikawa le llamó y llevó a su habitación. Tommy y Mika estaban ahí, vestían un kimono sencillo, le sonrieron y dijeron que se habían ofrecido para ayudarle a vestirse.

Sobre una bañera de bamboo, las chicas prepararon un baño, el agua caliente despedía el olor suave y dulce de las rosas. Hideto se lavó a consciencia, dejando en el agua todo lo trabajado ese día, incluso, el cansancio. Después de secarse, las chicas le ayudaron a atarse el fondo blanco. Lo sentaron frente a un espejo y le cepillaron el cabello, se lo ataron con el peinado clásico de las maiko. Le maquillaron, dejando sin pintar dos líneas en su nuca. En seguida le colocaron el kimono interior.

—Cuello rojo—dijo la señora Arikawa, quien supervisaba todo el proceso.

Cuando el kimono que luciría ese día, de color azul marino con lilas en blanco, y un obi dorado, estaba en su lugar, Tommy y Mika le colocaron los kanzashi sobre su peinado, eran grandes con flores que caían en cascada por un lado de su rostro. Hideto se miró en el espejo, y se sintió irreconocible, no sólo como él mismo, sino, también, como hombre.

La señora Arikawa le miró de pies a cabeza; asintiendo cada vez que aprobaba algo, o acomodando con sus propias manos algo que no aprobara. Cuando estuvo satisfecha, entonces, llevó a Hideto a al salón de la rosa negra.

Sakurai no estaba ahí, todavía, pero sobre la mesita de madera yacía una botella de vino y un par de copas de vidrio. La señora Arikawa le dijo que tuviera cuidado al servir el vino, la tela de los kimonos es muy valiosa y el vino demasiado corrosivo para ellas. Si lo derramaba sobre el kimono, éste no serviría más y él tendría que pagarlo.

—Aguarda aquí, y compórtate de acuerdo a la circunstancia. Él te perdonara algún error grave puesto que estás vestido como maiko y es normal que no seas perfecto… en fin…—la señora Arikawa parecía incluso más nerviosa que él; parecía que iba a añadir algo más pero se arrepintió y salió del salón con paso rápido.

Hideto se encontró solo en el salón y sin saber qué hacer, con el corazón martilleándole en la garganta. Esa noche, tal vez, conocería lo que es ser tocado por completo por alguien más. Sakurai había dicho algo al respecto, algo sobre ser adulto.

El cuervo negro llegó poco después, le abrieron la puerta del salón y lo cerraron tras él. Hideto lo saludó con una reverencia, en la que pensó que los kanzashi se le caerían de su tocado. Sakurai vestía de negro de nuevo, un traje de corte recto y sencillo, en esa ocasión la corbata era en un azul oscuro. Miró al chico y dejó escapar una risilla que Hideto no supo que significaba.

—Sí que te han disfrazado—escuchó que le decía, y después, sus pasos acompañados por el bastón sobre el tatami. Sakurai se sentó sobre los cojines y le miró una vez más—¿Seguro que eres tú?

Hideto asintió sin levantar la vista.

—Déjame ver… mírame.

Hideto sintió esa orden directo en el pecho, como una puñalada. Lentamente, obedeció. Obedecer era la primera regla de todas. Encontró entonces, los pozos oscuros que eran los ojos de aquel hombre. Quería apartar la mirada, eran demasiado para él, demasiado insistentes, demasiado inescrutables, no podía leer en ellos nada, ni siquiera un pequeño atisbo de emoción; pero no pudo hacerlo, tuvo que ser el mismo Sakurai quien se hartara de verlo y desviara su atención a la botella de vino.

—Eres tú—dijo y se dispuso a descorchar la botella.

Hideto se levantó un poco, era su deber servirle, pero Sakurai le detuvo con un gesto de la mano, y derramó el líquido escarlata en las copas. Luego, le tendió una de las copas y le pidió acompañarlo con ella.

Hideto obedeció, jamás había probado el vino, y era extrañamente delicioso; ligeramente dulce, ligeramente amargo. No sabía que decir o que hacer, lo miraba de reojo, cohibido.

Sakurai terminó su primera copa, y después de servirse de nuevo, le tendió una pequeña cajita de cartón.

—Un obsequio de cumpleaños—le dijo—. Ábrelo.

Hideto estiró las manos y sujetó la caja, le dio la vuelta entre sus dedos, inseguro de abrirla o no, pero se dijo, de nuevo, que sólo tenía un deber en todo ello. Así que abrió la caja. Adentro había una sencilla peineta, como esas que solían usar las geishas. Era negra, laqueada, con un simpe patrón en blanco.

—Muchas gracias—dijo, aunque no sabía para que podía él usar algo así. No era una geisha, ni lo sería, su condición como hombre se lo impedía. Lo único que podía hacer era ser un acompañante como Daigo y Yasu. Yacer con otros hombres, dejarles tocarlo y poseer su cuerpo... 

Mientras reflexionaba en ello, se preguntó si eso haría Sakurai entonces. Si le diría, como el día anterior, que se quitara la ropa, se tendiera en el tatami y abriera las piernas. Entonces, quizá, pensó, lo tomaría. Pero en cambio, Sakurai le pidió que bailara.

Hideto se levantó y esgrimió un baile sencillo que le había visto innumerables veces a Mika. Era el único que se sabía sin temor a equivocarse. Atsushi lo miró mientras bebía vino, y cuando el baile terminó le pidió que se quedara ahí, de pie. Se incorporó y se acercó, lo hizo sin bastón, caminando lentamente hasta él, como si midiera sus pasos.

—Ven—le tendió la mano.

Hideto dudó un instante, pero le tomó la mano. De inmediato sintió que tiraba de él, y chocó contra su pecho. Sus labios rojos, sin querer, mancharon el borde de la camisa blanca, tragó saliva, pensando que si la señora Arikawa se enteraba… sus pensamientos se perdieron, Atsushi le tomó de la cintura, por encima del obi, impidiéndole siquiera dar un paso hacia atrás.

Lentamente comenzó a moverse sobre el tatami, en pequeños círculos. Hideto no sabía que pasaba, pero la cercanía de sus cuerpos era tal que se sentía nervioso.

—Así bailan en occidente—dijo el cuervo negro muy cerca de su oído y le sintió aspirar el aroma de su cuello, pensó que también se mancharía de blanco la piel, pero nada de eso pareció importarle a Atsushi.

Hideto se preguntó por qué lo había elegido, qué podía tener él de bueno para elegirlo dos veces y abrazarlo así, e incluso darle un obsequio. Pero era todo, no lo había derribado en el tatami, abierto los pliegues del kimono… aun si parecía querer tocarlo vehementemente. Hideto descubrió que él también deseaba eso, ser tocado por ese misterioso hombre, la sola idea incendiaba su cuerpo.

El baile terminó y Atsushi lo soltó.

—Tengo que irme, llama a Arikawa san.

Hideto asintió, descolocado, sintiéndose un poco abandonado al ser privado de su abrazo. Hizo una profunda reverencia antes de irse, por supuesto guardó su regalo dentro de la manga de su kimono, y salió en busca de la señora Arikawa.

Mientras se quitaba el kimono y el maquillaje, solo, puesto que sus amigas debían estar atendiendo clientes en ese momento, apareció la señora Arikawa.

—No sé qué es lo que tengas—le dijo y tiró del obi, bien para ayudarlo, o bien porque estaba enojada—. Pero Sakurai sama ha pedido ser tu danna, ¿entiendes lo que eso significa?

Hideto negó.

—Que te entrenaré como si fueras una geisha. ¡¿Cuándo se ha  visto tal cosa?! ¡Un omega como tú! Pero si es lo que él quiere, ¿cómo se lo niego?

Furiosa limpió el rostro del muchacho, haciéndole un poco de daño en el proceso.

—Arikawa san…

—Se irá unos días de viaje, pero a su regreso tienes que estar más preparado que antes.

Hideto asintió intentado escapar de las manos nerviosas de la mujer.

La señora Arikawa suspiró y se dejó caer suavemente en el tatami, como si estuviera desmayándose.

—¡Arikawa san! ¿Está bien?

—¿Estar bien…? Hideto, ¿es que acaso no entiendes lo que está pasando aquí?—murmuró mirándole a la cara.

Hideto negó.

—Si esto sigue así, te elegirá como su omega.

 

Ante esas palabras el muchacho tragó saliva. No tenía idea de que pensar al respecto. Por qué parecía ser una mala noticia. Pero lo que era peor, era que tampoco podía imaginar, el porqué, sería una buena noticia. 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado

Ahora, algunos términos que pueden no ser conocidos, si me faltó alguno, por favor háganmelo saber.

danna: patrono de una geisha, solía  pagar los gastos de ésta. Actualmente es algo inusual.

dashi: caldo de pescado muy utilizado en la cocina japonesa. 

gohan: arroz blanco cocido 

kanzashi: ornamentos para el pelo utilizados en peinados tradicionales japoneses. 

maiko: aprendiz de geisha. 

obi: faja ancha de tela fuerte que se lleva sobre el kimono. 

seiro: artilugio antiguo que se usaba para cocer el arroz tradicionalmente. Hoy ya solo se usa en celebraciones folklóricas ya que sido substituido por los modernos Suihanki eléctricos. También se le llama kama o mushiki. 

tabi:  calcetines tradicionales japoneses que utilizan indistintamente hombres y mujeres con el z?ri, geta u otro tipo de zapatos tradicionales 

wakame: es un alga comestible. En Japón se utiliza en la elaboración de la sopa de miso. 

Yomiuri shimbun: Periódico japonés. Fundado en 1874. Es considerado el máximo exponente como periodística dentro de Japón.   

z?ri :  son sandalias japonesas, planas y con correas hechas de paja de arroz o de otras fibras vegetales, tela, madera lacada, cuero, caucho, o (cada vez más) materiales sintéticos.

 

 


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