Nos conocíamos hace algunos años, no sabría decir cuántos, incluso ya se ha borrado de mi memoria nuestro primer encuentro, también olvidé aquel momento en que oí tu nombre... pero aquí me ves, recordándote cada noche, reviviendo las memorias nostálgicas, reparando viejas cicatrices y amándote, como no quisiera hacerlo.
Éramos solo dos almas vagando en aquel mundo repleto de adolescentes problemáticos, tu alegría y mi misterio, una unión rebosante en curiosidad y atracción perpetua, compañeros resguardados en las paredes mal pintadas de un colegio perdido en la contaminada cuidad. (Prefiero ahorrarme el nombre, para no rozar la sensibilidad de alguien que conozca esta escabrosa y dulce historia).
Nos miraban con ojos de envidia disimulada, y hasta nos despreciaban, pero no nos interesábamos de sus habladurías idiotas, yo prefería abrazarme a tu figura masculina y soñar con atardeceres púrpuras, mientras tú no notabas mis sentimientos ocultos, tu inocencia se pintaba con pinceladas gruesas en todos tus gestos de infancia tierna y correspondías con candor aquellas caricias pecaminosas.
Nos veíamos cada día en el patio bullendo de criaturas desconocidas, pero ni eso bastaba para llenar el fondo obscuro del deseo casi desesperado de pertenecer a tu alma, y recibir la tuya con el ardor corrosivo.
Sé que eso puede sonarte extraño, mas si supieras con la devoción histérica con que te miraba cada tarde en los pasillos estrechos de ese maldito colegio, comprenderías todas las palabras que alguna vez intenté expresarte, y solo terminaba con mi garganta atascada en emociones vastas.
Recuerdo también aquellas tardes en el antiguo taller de teatro que impartía la simpática y comprensiva profesora, a esa que reconocíamos por su cabello rojo, recuerdas tú como disfrutábamos con fascinación impoluta esas horas de diversión teatral, fue ahí donde te di el único beso que pudo esbozar tus labios, claro que escondido tras el personaje y su burda actuación, mas la gloría sabía a nada a un lado de ese roce terso. Jamás supiste con que alegría llené aquel momento de gracia.
Adoraba tus ojos sobre los míos, imploraba por tus caricias, rogaba que no fueses sueño, pero todas las ilusiones infantiles amargaban impetuosamente los últimos días de mi vida escolar, cada vez menos horas marcaban nuestro año, y yo desesperaba en sudor y lágrimas visualizando nuestra cruel separación, no quería despedirme del hombre que colmaba con amor e ira esas tardes de gritos y frases sin acabar.
Sería inútil una declaración absurda, llenarte con una sarta de sandeces que no querrías escuchar, mas lo hice, solté una verborrea rápida y angustiosa, palabras inconexas, y con cada paso que daba destruía ese rayito cristalino y puro de tus ojitos inocentes.
Te pediría disculpas por aquella tarde, pero nada hace que me arrepienta de mis actos inconclusos.
Corriste y me dejaste con la lengua partida, solo serviría de alimento para ratones, ni siquiera hice el vano intento de llorar, sería un insulto para ti, y terminaría por destruir mi orgullo resquebrajado.
Ya sabes como sigue la historia, no supe ni de tu sombre desde aquella tarde definitiva, tampoco te enteraste de mis andanzas lastimeras y despreciables.
Pero aquí me ves, pequeño, intentando borrarte cada noche, licuar tu huella de esta mente podrida y desaparecer con los atardeceres púrpuras que alcanzaste a regalarme
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