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Hijos del fuego, descendientes del hielo. por Maira

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–¿Las tienes? –la pregunta fue seca, amenazante. La voz masculina que la pronunció fue absorbida por las paredes de la bodega en la que se encontraban.
–Sí, las tengo –respondió Yasu–. ¿Sabes? Sé que mi deber es no meter las narices en asuntos ajenos, pero tengo que advertirte que estas gemas están malditas. Me ha causado muchos problemas almacenarlas en mi depósito, pienso que primero deberías quitarles lo malo...
–No necesito consejos, sé muy bien qué hacer .–sacó una bolsa de monedas de debajo de su capa y la dejó caer sobre la mesa. Luego recibió la caja de madera y la abrió, las gemas estaban completas, ordenadas de mayor a menor. Satisfecho, cerró la tapa.
–Nunca está de más, después no quiero reclamos .–el rubio se encogió de hombros y miró de reojo la bolsa, se veía pesada, era más de lo que había pedido pero no dijo nada. Con esa cantidad podría cubrir un par de deudas y los gastos de reparación que las estúpidas gemas le habían provocado. Vender objetos por encargo siempre acarreaba problemas, odiaba hacerlo, pero la paga era muy buena. Sonrió cuándo su cliente se echó la capucha por encima de la cabeza, eso significaba que sus negocios acababan de terminar–. Cualquier cosa que necesites, me dices. Ya sabes...
–Sí, sí... –dijo de mala gana. Tras una despedida corta y poco cordial, se dirigió a la salida trasera de la bodega.
–Oye, Tatsurou –le llamó antes de que se fuera. El pelinegro volteó impaciente, le recorrió un escalofrío cuándo lo miró. Tatsurou era de esos clientes que siempre pagaba una suma exorbitante de dinero por artículos oscuros, a saber para qué los utilizaba. Como su trabajo era recibir el dinero y callar, no le importaba demasiado. Pero debía admitir que había algo inquietante en su mirada, en su aura, lo sentía cada vez que estaba cerca suyo–. Ve con cuidado .–esperó a que se retirara para tomar la bolsa y husmear dentro, había más monedas de oro de las que podía contar. Sacó una, se colgó la misma al cinturón, subió las escaleras despacio para ir en busca del tabernero. La moneda era la paga por la renta de la bodega, era el lugar perfecto, la puerta trasera daba a un callejón oscuro en el que nadie reparaba. Lugares como esos escaseaban en una ciudad tan llena de fisgones. Le pagó de manera disimulada al hombre, le dio una palmada en la espalda y salió de allí a paso rápido para evitar las miradas curiosas.
Las circunstancias lo habían llevado a ser lo que era: un traficante de mercancías mágicas. Era un negocio tan excitante como peligroso, siempre se corrían riesgos, pero también se vivían buenas aventuras. Ese modo de vida le había dado mucha experiencia como mago, sus consejos siempre eran los mejores. Gracias a las ganancias vivía de manera holgada y podía darse todos los gustos que quería. Aunque había cosas que el dinero no podía comprar, por supuesto, se podría decir que era feliz. Sus únicas preocupaciones eran evitar la mano dura de la ley y los clientes problemáticos, aunque estos últimos escaseaban.
Desde el bar hasta su casa había un trecho corto, la misma se encontraba justo a un lado de los muelles donde los comerciantes cargaban y descargaban la mercancía para abastecer la ciudad. Por supuesto, era una ubicación estratégica para ingresar la propia al depósito durante las noches sin luna. Cuándo se trataba de negocios Yasu nunca dejaba nada al azar, lo tenía todo fríamente calculado.
Ingresó por la puerta principal y cerró con dos vueltas de llave. Como no recordaba haber dejado las velas del pasillo apagadas, se detuvo a escuchar con cautela. Él nunca cometía el error de dejar las ventanas abiertas, por lo que descartó una corriente de aire. Comenzó a caminar despacio, listo para utilizar sus poderes contra quién estuviera esperándole.
En la sala no había nadie, por si acaso abrió los cajones para revisar su contenido y frunció el entrecejo al notar que estaba todo revuelto. Alguien buscaba algo, todos los cajones estaban iguales. ¿Qué diablos? Lo lógico sería que quisieran ingresar al depósito, cuya entrada jamás encontrarían ya que se hallaba oculta. Quién hubiera revisado de semejante manera buscaba otra cosa. Seguramente se tratara de algún ladrón de pacotilla que... ¡Por supuesto! ¿Cómo no lo había pensado antes? Enseguida fue a la cocina y encontró sobre la mesa un plato a medio terminar, en el fuego había una marmita con conejo guisado, ¡Hasta había tenido tiempo de cocinar!
–Sal de dónde estés, Ryoga. ¿Cómo diablos te metiste en mi casa, pequeño bribón? .–se masajeó las sienes, el silencio era estúpido e incómodo. De repente se escuchó un tintineo, una sombra salió disparada desde debajo del mantel hasta la puerta de la cocina y atravesó el umbral. ¡El descarado se escapaba! Como sus piernas eran más largas y fuertes, alcanzó al mocoso en un santiamén, le rodeó la cintura con ambos brazos, lo arrastró hasta el sofá de la sala para arrojarlo allí. Una vez frente a él, se plantó con las manos en la cintura a modo de intimidarlo–. No creí haberte dado permiso para que entraras .–como no hubo respuesta, se puso a revisarlo. Ryoga era un adolescente, él podría ser su padre, pero debía admitir que esa ropa ajustada le quedaba maravillosa.
–¡No! ¡Déjame, anciano gruñón! –protestó al sentir que lo manoseaba más de la cuenta. Cuándo Yasu comenzó a arrojar sobre la alfombra todos los objetos que se había robado, se retorció aún más. Había cosas que ni siquiera le pertenecían, ¿A qué venía tanto escándalo? Le propinó un golpe en el estómago con su bota y se retrepó en el respaldo del sofá, listo para escapar de nuevo, pero el rubio lo tomó por detrás. Sintió su aliento cálido contra el oído, su brazo le rodeó el cuello de forma asfixiante. Se quejó bajito y cerró los ojos para evitar pensar en lo hostil que se sentía el cuerpo del mayor a sus espaldas.
–Ya sabes que es una mala idea robar, pero es peor robarme a mí –le dijo al oído. Deseaba actuar serio, pero se estaba excitando. Debía admitir que el mocoso tenía su encanto, lo que más le gustaba de él era su mirada expresiva. En el podio de sus problemas personales, Ryoga se encontraba en el tercer puesto. Aunque viéndolo de otra manera, Ryoga era el problema de todo aquel que tuviera dinero y un negocio. Le aflojó la presión del cuello al escucharlo toser, pero no lo soltó–. ¿Qué te dije que sucedería la próxima vez?
–N-No, por favor... –respondió, desesperado. La última vez que habían peleado, Yasu le había prometido que le cortaría los dedos. Se removió un poco en busca de escapar, pero el mayor volvió a ejercer la misma presión que antes.
–Vas a tener que rogarme mucho para que no lo haga –continuó, con un tono de voz maligno. En realidad no tenía la más mínima intención de cortarle los dedos, aunque sí podría aprovecharse de la situación–. Pensándolo bien, hoy estoy de buen humor. Te voy a dar a elegir: te corto los dedos, o me la chupas. Sin trampas. Nada de morderme, hum.
–¡¿Qué?! Qué asco, preferiría que me cortaran hasta la muñec... ¡No, no, no! .–se hizo un ovillo cuándo Yasu lo volteó.
–¿Decías? .–en verdad disfrutaba de la situación, y ya estaba caliente. Lo jaló por los antebrazos para acercarlo, Ryoga se quejó pero no hizo ningún movimiento–. Bien, tienes diez segundos para elegir. ¿Por cuál dedo comienzo?
–Por favor, no... –murmuró–. No volveré a robarte, lo prometo .–tenía tanto miedo que el corazón le daba tumbos en el pecho. Bajo la escasa iluminación de la sala, los ojos de Yasu se veían diabólicos. Sus poderes no eran nada comparados con los del mayor, no podía utilizarlos. El agarre en sus antebrazos ya comenzaba a doler, seguramente le dejaría marcas–. Yo... yo... ¡No quiero elegir ninguna de esas dos cosas! Aunque puedo hacer esto .–avergonzado, le dio un pequeño beso en los labios. Esperaba que bastara para ser libre.
Yasu soltó una carcajada. El mocoso era precioso a su manera, pero no olvidaba que era un ladrón. Aprovechó la oportunidad y aún con media sonrisa en los labios, le devolvió el beso. Ryoga era virgen hasta la médula, se le notaba. Llevó una mano hasta sus pantalones para hacerle una ligera presión– ¿Y si yo te la chupo? .–ni esperó la respuesta, se le lanzó encima como una bestia hambrienta. En un principio el menor luchó por quitárselo de encima, pero en cuanto comenzó a sentir que sus atenciones hacían efecto, se relajó.
–Cielos... –murmuró, con la respiración agitada–. ¿Qué estoy haciendo? Ngh... .–existían maneras y maneras de fallar, pero la suya era colosal. No sólo lo habían atrapado, sino que se encontraba en la situación más vergonzosa de su vida. Si después de eso aún le quedaba dignidad para ver al mayor a los ojos, no lo haría seguido. De ser posible desaparecía de su vista para siempre. Las cosas que le hacía con su boca se sentían bien, pero aquel hombre era demasiado viejo para él. Si cerraba sus ojos para evitar pensar en ello, el placer aumentaba. Era una sensación extraña, mucho más fuerte de la que sentía cuándo se masturbaba. Medio recostado en el sofá, tenía la certeza de que su cuerpo se hacía cada vez más liviano. Su garganta comenzaba a secarse de tanto gemir y respirar profundo.
Los dedos de Yasu recorrieron sus glúteos a la par que le bajaron aún más los pantalones, él era consciente de eso pero no podía pensar con claridad. Al poco tiempo, un dolor repentino lo hizo quejarse, volver a la realidad. Le propinó una bofetada que Yasu respondió con un beso en los labios.
–No te asustes, no te voy a hacer daño –le dijo, aún contra sus labios. Luego volvió a tomarle el miembro con la mano libre para comenzar a darle placer–. Tranquilo, Ryoga,
Ryoga quería tranquilizarse, pero todo había comenzado con una situación inocente que poco a poco había subido de tono. No confiaba en el rubio, aunque ese dedo en su interior comenzaba a hacerle perder el juicio. Yasu le tomó la mano y la llevó a su miembro descubierto, no tenía idea de en qué momento lo había liberado de los pantalones, se sentía extraño tocarlo. Por primera vez en mucho tiempo, no sabía qué hacer. Él se caracterizaba por reaccionar rápido, era el mejor escapándose de los dueños furiosos de las tiendas, nadie le hacía competencia a la hora de robar. Sin embargo, allí se sentía indefenso.
–Muévela así, como cuándo te tocas –le indicó a la par que movía su mano hacia arriba y hacia abajo. Quiso reír, pero si lo hacía, el poco orgullo que le quedaba a Ryoga se iría al cuerno. Lo que menos quería en esos momentos era avergonzarlo, a esas alturas ya tenía suficientes lecciones aprendidas. Se armó de paciencia para no follárselo allí mismo y se dedicó a disfrutar de las atenciones torpes.
Ryoga obedeció, movió su mano como le indicó hasta que el propio disfrute le impidió continuar. Yasu lo clavaba una y otra vez sin piedad, rozaba con insistencia ese nuevo punto de placer descubierto, incluso lo hacía gritar su nombre. La situación embarazosa terminó cuándo se corrió en su mano. Cuándo el mayor se incorporó para alejarse de él, notó una sustancia viscosa entre sus dedos, la observó a contraluz más curioso que avergonzado. Luego se acomodó los pantalones, limpió su propia semilla con ayuda de un pañuelo, por último se puso de pie. Yasu no dijo una sola palabra en todo el tiempo que se dedicó a guardar los objetos robados. Por supuesto, dejó en el suelo los que le pertenecían al dueño de casa. No supo qué decir, el rubio sólo se pasaba la mano por los cabellos o caminaba de un lado a otro de la sala. Repasó el suelo por si acaso aún quedaba algo y luego se dirigió a la puerta, listo para volver a casa.

 

Observaba el paisaje desde las alturas, ese era su lugar favorito de toda la torre. Allí arriba el viento helado se filtraba por cada resquicio, enfriaba las paredes de piedra, parecía abrirse camino a las profundidades de su corazón. En unos días comenzaría a nevar, lo captaba en los colores del cielo y en la humedad del aire. A lo lejos el bosque se veía pálido, carente de vida. La ciudad a los pies de la torre parecía un hormiguero, con sus casas de tejados mohosos y descuidados, los muelles en los que los barcos mercantes eran amarrados, sus callejuelas estrechas llenas de mercados, mendigos y pestes. No era extraño que se sintiera ajeno a todo aquello, dentro de la torre el tiempo parecía detenerse, la vida se limitaba a un par de ratas o arañas que luchaban por una presa casual. Ya ni siquiera se preocupaba por abrir todos los postigos, dejaba que la luz ingresara únicamente a los lugares que frecuentaba. La chimenea siempre estaba encendida, el montón de leña a su lado variaba de acuerdo a la temperatura de las noches. No le molestaba ir a conseguir leña, de hecho, descargar el hacha contra los tocones lo hacía sentirse bien. Su naturaleza era violenta, intensa, necesitaba del trabajo físico. Aunque con lo que más ganaba dinero era con las pociones o libros de hechizos que otros magos le solicitaban.
Tatsurou había sido instruido en las artes oscuras desde muy joven, conocía bien el terreno en el que se movía. Además, era el coleccionista más grande de artefactos mágicos que conocía. Las salas de su torre estaban repletas de ellos, los utilizaba para tal o cual trabajo, aunque había algunos cuyas funciones aún no conocía. Su tiempo libre transcurría entre ellos, se distraía todo lo que podía de su propia realidad. Y cuándo el día llegaba a su fin, en lo más oscuro de la noche, se dirigía a las mazmorras para visitar a Ryuutarou.
Ryu, su Ryu. Le partía el corazón verlo así. Durante la visita a una dimensión inferior, su antigua pareja había sido atacada por una criatura y su sangre se había infectado a tal nivel que la muerte hubiera sido la mejor alternativa. Pero no podía hacerlo, le era imposible pensarlo. En cambio, lo había mantenido encadenado a los grilletes de la última mazmorra hasta encontrar la solución. Ya habían transcurrido tres años de aquello, no estaba seguro de poder recuperar su cuerpo y su alma simultáneamente.
Al principio había sido duro, Ryu había caído presa de una fiebre persistente y la herida purulenta de su pierna se veía cada vez peor. A pesar las medicinas, las cataplasmas, los brebajes, la fiebre pronto se transformó en un sueño profundo de cuatro días, al quinto, una bestia completamente diferente a la persona que había sido su novio se levantó de la cama y bajó a la ciudad en busca de carne fresca. Lo halló en la salida trasera de un almacén, devorándose el cuerpo de un perro. Sus ojos de antaño oscuros, brillaban en un extraño tono dorado. Aunque lo que le puso la piel de gallina fue la voracidad con la que se llevaba las vísceras a la boca.
Se ayudó con una roca para dejarlo inconsciente y arrastrarlo de vuelta a la torre, tomó la decisión de encadenarlo para que ya no le hiciera daño a nadie. Lo alimentaba con presas que cazaba en el bosque o con carne cruda que compraba en los mercados, entretanto consultaba todos los libros que podía en busca de una solución. Los médicos no servían, jamás lo harían. Era un asunto del que únicamente él podía encargarse, su secreto más profundo.
Así, con el paso del tiempo, la enfermedad de Ryu empeoró hasta el punto de volverlo una bestia desgreñada que lo único que deseaba era comérselo vivo. Ya no importaba cuánto lo alimentara, siempre lo deseaba a él. A veces le daba escalofríos pensar en que se podría liberar e ir por él mientras dormía. Por eso comenzó a cerrar la celda con llave.
Durante los primeros meses las pesadillas eran horribles. Su cordura se desmoronaba a cada día que pasaba sin hallar la solución. A veces se dormía sobre los libros, entre lágrimas, y despertaba agitado tras una pesadilla en la que su pareja lo devoraba tal cual lo había hecho con el perro. Otras noches ni siquiera podía dormir, se quedaba sentado frente al fuego o bajaba a las mazmorras para contemplarlo durante horas.
Su carácter se había apagado, se había vuelto más retraído. La pizca de miedo que la gente sentía de antaño, se convirtió en miradas de reojo y pavor. Todo el mundo lo evitaba, comenzaron a correr rumores estúpidos de que Ryu se había marchado de su lado, que había desaparecido en circunstancias sospechosas, e incluso que lo había asesinado. De esa manera comenzó a salir cuándo lo necesitaba, después de todo ya no tenía energías para nada que no fuera útil.
A veces, como en aquella ocasión, se quedaba horas contemplando la ciudad, preguntándose en dónde se hallaría la cura para la enfermedad de su pareja. Rendirse no era una opción, antes muerto que dejar de luchar. Algún día todo volvería a ser como antes y serían felices. Extrañaba sus largas conversaciones, las canciones que tarareaba cuándo hacía los quehaceres del hogar, su risa ante las bromas que le gastaba, su apoyo incondicional, la calidez de su cuerpo. A veces se preguntaba si en verdad lo lograría. Cada madrugada su cama congelada le recordaba lo duro del paso del tiempo.
Su tristeza se había transformado en rabia, la rabia había dado paso a un resentimiento hacia todo lo que lo rodeaba. En alguna parte del camino su corazón se había fisurado y jamás volvería a ser el mismo. Ya no sentía consideración hacia nadie, ya nada le hacía gracia. Lo único que deseaba con fervor era que esa pesadilla terminara.
Suspiró, se recargó contra el marco de la ventana para volver a mirar el cielo. No tenía ganas de salir pero debía ir al bosque a cazar un par de liebres, ya casi no le quedaban para alimentar a Ryu. El día anterior había utilizado dos liebres embebidas en poción para dormir, noquearlo era la única manera que tenía de poder bañarlo cuándo apestaba a sangre y animales muertos. Mientras lo hacía, se arriesgaba tanto que cada vez que terminaba agradecía estar sano. Por lo general la poción lo hacía dormir profundo, pero había veces en las que medio despertaba y debía darle de beber directamente del frasco para poder continuar.
Se puso la ropa de abrigo, la larga túnica negra con capucha, tomó su cuchillo de caza, un saco de tela, cuerda para amarrar a los animales más grandes. Abandonar la torre suponía una serie de procedimientos de seguridad como lo eran sellar la entrada a las mazmorras y encantar la puerta principal. Los ladrones y los fisgones abundaban en esa ciudad, estaba bien ser prevenido.
Tardó un par de horas en llegar a caballo. Al bajarse de la montura, buscó un lugar donde dejarlo antes de adentrarse en la espesura. El atardecer comenzaba a morir, ya se podían escuchar las criaturas nocturnas, pero para alguien como él el bosque no representaba ningún peligro. Se entretuvo matando liebres con ayuda de sus poderes, siempre con el cuchillo de caza en la mano derecha, por si acaso. Ya llevaba unas cuántas en el saco cuándo escuchó el sonido de hojas crujir y volteó de repente, o bien alguien lo estaba siguiendo, o tenía competencia.
«Soy yo, tranquilo», dijo una voz conocida. Momentos después, Jui salió de entre unos arbustos. Tatsurou bajó el cuchillo, se dejó abrazar sin muchas ganas y se dedicó a seguir matando liebres.
–Hacía mucho que no venías –le comentó Jui, bastante emocionado por su presencia. Le ayudó a buscar un par de madrigueras sólo para facilitarle el trabajo. Si alguien conocía el bosque a la perfección, ese era él.
–He estado un poco ocupado –respondió, con menos ganas que antes–. Mi perro ha estado comiendo liebres viejas y carne del mercado –no había manera de explicarle su situación, era mejor mentir. Observó a Jui, tan tranquilo, libre de problemas... A veces le daba envidia.
Jui era un Sanguine salvaje, el único que conocía vivo. En las profundidades del bosque habitaba un grupo de rebeldes que por diversas circunstancias habían abandonado a sus dueños o habían sido abandonados. Eran seres de muchos siglos de edad, guardianes secretos del bosque, reacios al contacto con humanos de tal manera que nadie sabía de su existencia. Excepto Jui. Jui era diferente a los demás. Bajo su misteriosa fachada ayudaba a los viajeros perdidos a encontrar el camino, espantaba a los vándalos, prevenía incendios, ayudaba a los animales heridos. Era un ser bastante simpático a su parecer, aunque jamás había logrado congeniar como Jui lo hacía con él.
–Vaya, eso suena bien –dijo a la par que caminaba a su lado. Se detuvo unos instantes a levantar una liebre que se había caído del saco y la metió de nuevo–. Yo también he estado ocupado a mi manera. Mis hermanos ya no quieren que ande por aquí, pero me aburro mucho en casa. Dicen que es peligroso mostrarme ante cualquiera, que los humanos podrían hacerme daño si supieran lo que soy en realidad. Yo creo que exageran, ¿Quién le haría daño a alguien que sólo quiere ayudar?
–Sí, tienes razón –murmuró, aunque las palabras de Jui abrieron una nueva puerta en lo más oscuro de sus pensamientos. Ryu ya no quería estúpidas liebres y carne comprada en el mercado, necesitaba presas más grandes. Una criatura del tamaño de Jui bastaría para tenerlo satisfecho unos días, era la solución perfecta a todos sus problemas. Si el plan funcionaba, buscaría más presas de su tamaño. Pensó en que en algún momento también podría llevarle alguna viva, tal vez le gustara cazar con sus propias manos y por eso estaba tan ansioso. Sacudió la cabeza, sus pensamientos eran demasiado enfermos, sin embargo allí continuaban. Apretó el mango del cuchillo de caza, el sudor comenzó a perlarle la frente. Si cometía un error y Jui escapaba, podía considerarse hombre muerto. Esperó un poco por si acaso se le ocurría algo más, tal vez cazar un venado o un zorro. De hecho, estuvo a punto de cambiar de opinión cuándo la idea volvió a punzarle el cerebro. Tomó a Jui por detrás, le cortó la garganta de lado a lado, luego lo derribó a puñaladas hasta que dejó de quejarse. Durante unos instantes lo único que pudo escuchar fue el sonido de la sangre martillearle los oídos, su cuerpo entero temblaba presa de la adrenalina. ¿Qué diablos acababa de hacer? Se pasó la mano libre por los cabellos, luego caminó un par de veces alrededor del cadáver. ¿Cómo diablos iba a atravesar la ciudad con un cuerpo a cuestas? De repente su estómago se retorció y vomitó.

La solución a su problema fue rodear la ciudad, amparado por la oscuridad de la noche. Cuándo llegó a casa, con el cadáver de Jui envuelto en la capa y amarrado a la parte trasera de la silla, hizo todo lo posible por entrarlo rápido a la torre. Gracias al peso muerto tardó el doble en subir las escaleras sin tropezar. Se demoró otro tanto en bajarlo hasta las mazmorras, nunca en su vida odió tanto la estructura interna de su hogar. El esfuerzo lo hizo sudar, marearse, volver a vomitar a mitad de camino. Cuándo lo dejó frente a la celda para abrirla, supo que había terminado de perder la cordura.
Ryu estaba despierto, muy activo. En cuanto lo vio se puso de pie y se lanzó en su búsqueda, las cadenas jalaron de sus brazos hacia atrás de tal manera que Tatsurou pudo escuchar sus huesos crujir. El cuerpo de Jui ya estaba rígido, observó las numerosas heridas llenas de coágulos negros. Los Sanguine tenían la capacidad de regenerarse rápido, era difícil matarlos. Suspiró antes de arrastrar el cadáver al interior de la celda.
En un principio, Ryu miró extrañado a la nueva presa. Se tomó su tiempo para abrirse camino en su vientre y sacar los órganos. Comenzó a comer de la misma manera de siempre, aunque esa vez se saboreó al probar las partes más grasas. Tatsurou lo observó entre asqueado y fascinado, sintió alivio al notar que no rechazaba la comida. Sólo sintió ganas de vomitar otra vez cuándo el pelinegro le abrió la caja torácica a su víctima y le arrancó el corazón, lo vio tragarlo a trozos, ni siquiera masticaba. Se tomó de los barrotes más cercanos para evitar un nuevo mareo, en esos momentos Ryu estaba tan entretenido que podría haber hecho lo que quisiera sin que reaccionara.
Fue en ese momento que se dio cuenta de algo importante, algo que lo hizo recuperarse y retroceder unos pasos. La piel de Ryu se veía diferente, un poco más despejada. ¡No estaba alucinando! Se acercó de manera brusca, le sujetó las cadenas con una mano, la mandíbula con otra y miró el rostro furioso de Ryu, que siseaba como una serpiente. Las venas oscuras que poblaban sus mejillas comenzaron a desvanecerse frente a sus ojos. Tatsurou estuvo a punto de soltarlo debido a la emoción, pero recobró la compostura justo a tiempo. Se puso de pie, lo liberó rápido a la par que se alejó para evitar que lo alcanzara. Ryu luchó contra las cadenas durante un tiempo hasta que recordó que había comida en el suelo. Tatsurou lo observó volver a su presa con las lágrimas resbalándole por el rostro.

Notas finales:

Hola eue/ ¿Cómo va?
Les traigo nuevo capi, recién salido del horno. Todavía está calentito, toquen(?

En primer lugar tengo que decir que nunca en mi vida había improvisado tanto como con este capi xDD así que espero que haya salido bien y se entienda el rollo.

Voy a presentar los pj rapidito uvu

Aquí aparece el Yasu que ya lo presenté antes(? -ni necesita introducción-

Ryoga, actual RAZOR eue: https://i.pinimg.com/736x/d2/0a/18/d20a188a8ed879f81376931254ccc3a5.jpg

También Tatsurou, que desde Valiente no aparece(?, el de MUCC: https://i.pinimg.com/736x/d7/00/1d/d7001d67a64f556d2caac0572c9090ba--visual-kei-metal-bands.jpg

Ryu de la vida uvu de Plastic Tree: http://images5.fanpop.com/image/photos/27200000/Ryutaro-Plastic-Tree-plastic-tree-27226557-360-480.jpg

Jui de Gotcharocka, aunque no duró nada: https://i.pinimg.com/474x/5f/ca/eb/5fcaebdb503afbff133ca3ccf37c1713--pastels-photos-of.jpg

Creo que ya está eue

Bueno, no quiero que me odien por andar matando gente tan rápido, pero era necesario por el bien del argumento(?

Me gustaría agregar que tuve un par de problemillas para describir el intento de lemon porque el viejoxpeque era demasiado hermoso como para arruinarlo con 1313o intenso(?

Y pues, les agradezco a los que siempre se pasan a leer y tienen la paciencia de leer mis comentarios. También a los que disfrutan mis otras historias, aunque las más viejitas sean una deshonra para mi vaca. Les agradezco a los que comentan, a los que me ayudan con las críticas constructivas y a los que me apoyan a que siga uvu <3

Gracias o/

No olviden pasarse por mi Twitter y agregar, pos eue https://twitter.com/MairaMayfair

Nos leemos prontito <3


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