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L'entente amoureuse por Marcianita

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El testamento de Sir. Tiedoll repartía de forma similar* toda pertenencia que tuvo entre sus hijos. Por tanto Kanda, pese a no obtener el inmueble paterno, recibió los ahorros que una vez tuvo su padre, gran parte de sus obras jamás publicadas y uno que otro mueble. 

Entre ambos fueron a recoger todas las pertenencias, pero cuando se dieron cuenta que el trabajo era mucho, ella quedó en casa, haciendo campo para las nuevas adquisiciones y acomodando las pinturas entre ellas. Pensando qué hacer con estas, si subastarlas, o quedárselas en nombre de su recuerdo.

Para habilitarse opciones Lenalee vio todas, y entre las escaneo, encontró una pintura de ella y de Kanda.

Kanda era un ser anormal nunca antes jamás visto, todo sonrisas y hasta con ojos ligeros, amables y delicados; Lenalee estaba conjunto a él, de forma mucho más fiel a su esposo; y en medio de ambos había una personita. Pequeño, blanco como la leche, y terriblemente frágil. Era un bebé, y ante la imagen, Lenalee sintió electricidad entrar por su cuerpo y removerlo. La respiración se quedó tiesa en su garganta y, como si fuera un secreto o un tesoro, buscó como guardarlo del ojo ajeno.

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Había sido desenterrado un deseo.

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Más tarde habló con Kanda del tema, de la pintura, de los deseos muertos de Tiedoll y… «Tal vez ya es hora, ¿por qué no?». De respuesta recibió una negativa fiera, y la pronta salida de Kanda de la cama matrimonial. Ella, por supuesto, no lo dejó ir. Lo tomó de la parte trasera de su pijama e increpó:

 —¿Pero qué tiene de malo tenerlo? Kanda, son cinco años.

Él la vio largamente en una muestra de molestia, y sin una pizca de culpa respondió:

—Porque no quiero.

Su mano seguía firme en la ropa de él, y ante la rápida retirada de él, se dio el efecto de levantarse y mostrar la piel. Ahí encontró unas marcas en la piel que no eran cicatrices de previas batalla sino… parecían rasguños…

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Lenalee asustada, intentó dormir lo que restaba de la noche, pero la inquietud por primera vez formó parte de ella. Y le increpaba: «Ya era hora de que te dieras cuenta».

 .

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Lavi debutó a nueva cuenta y admitió a su arte parte del romanticismo. Y el mismo hecho se notaba por lo colores preponderantes, que muchos de los cuadros no se entendían sin leer antes los títulos. Los colores dominantes solían ser los azules, rojos, naranjas y amarrillos. A veces también estaba el negro. Había la cualidad de que pocas veces dibujó personas, y cuando lo hacía, estas eran figuras irreconocibles para cualquiera, y eran tan solo una invención de la pintura*.

Ella nunca vio tal alboroto antes, ni tanto sentimiento. Todos los dibujos previos de Lavi, que estaban nutridos de la realidad adusta, terrible o aburrida, se vieron opacados en ese momento. Se dio cuenta que, por primera vez, él había regalado un pedazo de su alma en la exposición. Y lo pudo notar, por el brillo sereno en sus ojos, la sonrisa ligera —y no vanamente apabullante— dibujada en su rostro, hasta la brillantez de su faz… parecía enamorado.

Fue un éxito, por primera vez Lavi fue reconocido y celebrado por un montón de personas de toda clase social. Ya no había quien le exigiese un estilo ajeno por mero encargo, ni aquellos que veían a lo suyo bueno, pero insuficiente y aun no cercano a lo de su maestro. Por primera él brillaba con luz propia.

Lo hubiera celebrado si no fuera que en ese momento la perseguían fantasmas dañinos y malignos. Él al poco tiempo lo notó y pareció eludir el tema antes de tratarlo.

—¿Es por lo de los hijos? —Preguntó al fin.

En respuesta asintió, sintiéndose inapropiada por hablar del tema justo en un momento de gloria. Pero…

—Igual qué tiene de malo, ¿tanto quieres tenerlos?

—Claro que quiero. Lavi, por favor, es mi matrimonio, se supone que deberíamos quererlos, y que además él debería estar de acuerdo. Estamos bien, ¿entiendes? No estoy enferma, soy joven y tenemos dinero, porque…

Lavi miró a la multitud en ese momento, y hasta saludó a uno de los tantos interesados en sus obras, luego botó un suspiro y dijo:

—Pero al final, ¿es necesario? Pensaba que a ti el tema no te importaba, ya que él no representa más que un compañero, ¿no?

 —Antes no, pero Lavi, estoy casada, ¿no puedo desear eso con el hombre que amo?

—¡¿Qué?! ¿Komui no se supone que…? —Lavi tomó aire en ese momento, y luego botó una risotada desapasionada al aire. Le pareció una burla.

—No te burles así de mí, solo te estoy contando algo que me parece importante.

Lavi volvió a hacer una mueca, y luego de botar un suspiro, y… un quejido, respondió:

 —Lo siento, en serio que lo siento. —Sus palabras eran graves, y serias, sin embargo al final sonrió de forma desenvuelta—. Sin embargo no puedo asegurar que no lo volveré a hacer.

 —Eres un pesado.

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No tuvo tiempo para preguntar de más.

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Decidió hacer una vida normal.

¿Hubo un desbarajuste? Sí, pero ella decidió volverlo un simple imprevisto, hasta quiso volverlo una consecuencia del luto por su tutor. Kanda era una persona difícil de tratar, le costaba querer cosas y tenía poca paciencia. Suponía que un bebé le parecía una mala idea por el cambio y ruido que representaría. Pero estaba decidida a voltear las cosas y volverlas a su favor.

A lo otro… lo llamó una alucinación. Bien sepa, esas marcas podrían haber sido de sus mismos pantalones, o mano propia. Estaban cerca de sus caderas, así que… ¿por qué no? ¿Quién sería tan descarada? «Nadie», decía y quería creerlo.

Sin embargo no pudo lograr hacer caso omiso a la sensación, el pesar la seguía y le causaba insomnio. Solía revolverse en la cama y hundirse en la negación, en… la preocupación.

«Kanda es un hombre distinto», se decía una y otra vez como un mantra. Cuando se casó con ella, lo hizo sin verla de menos, sin tratarla como objeto, ni hacerle sabedora de su autoridad masculina. Hasta había pensado que la razón por la que no tuvieron hijos, era porque dejó a usanza de ella esa decisión. Y por esa diferencia que tenía con otros, ella de verdad creyó haber encontrado un final feliz,  o uno digno, al menos.

Pero aun con toda la diferencia o similitud con sus congéneres, Kanda había creado una brecha entre ellos. Una en la cual, él buscaba formas de no dormir en el cuarto matrimonial, concluyó todo toque sexual o hasta incidió en disminuir las conversaciones entre ambos. Ahora  hasta salía más de casa…

En momentos de debilidad profunda, se preguntaba si no se estaba mintiendo y queriendo volver ese alejamiento un simple momento turbio en su relación; en vez de aceptar que podía haber otra persona que iba robando uno a uno sus afectos. Y que cavó un vacío insalvable entre ellos.

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Pese a querer retener sentimientos con el tiempo su mente le jugó peores bromas y su memoria le empezó a dar tragos amargos. Haciéndole recordar cada uno de los momentos vividos con él, y entre todos dejaba la incógnita: «¿Alguna vez fue vista como amante?».

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Definitivamente no podía ella estar viviendo una mentira, se rehusaba a creerlo.

Y segura de ello, esperó a Kanda una noche, dispuesta a empezar lo que él no.

Sin embargo él llegó tarde esa noche. Se sacó los zapatos en la puerta, y tras dar una mirada a la recámara, pareció recién darse cuenta de su espera, y tras hacerlo se atrevió a preguntar:

—¿Qué haces despierta a esta hora?

—¿Qué más? Esperándote

Él la vio con las cejas fruncidas, y luego de decidir  que no deseaba preguntar, se acercó a la única vela prendida en el cuarto y la sopló. Ambos se sumieron en la oscuridad, y en ese momento ella se obligó a dar la iniciativa. De esa forma volteó su cuerpo a él, y enredó sus piernas, subiéndose en su encima.

Kanda la agarró de los hombros antes de que ella pueda apoyar todo su peso en él y le preguntó qué estaba haciendo. La respuesta fue simple:

—Seduciéndote, ¿qué otra cosa esperas?

—Yo no quiero nada.

—¿Por qué no? —Un nudo se hizo en su garganta, y en ese momento no supo si iba a desvanecerse o arremeter en contra—. ¿Qué tengo de malo ahora? —«¿O es que acaso siempre tuve algo malo y recién me doy cuenta?», quiso decir al recontar que en todo ese tiempo, habían existido tiempos de convivencia satisfactoria, secretismo mutuo y camaradería, pero… tal vez nada más—. Kanda qué…

No pudo ver cómo eran los ojos de Kanda debido a la oscuridad, pero supo que algo definitivamente se había quebrado. Cuando él la retiró de encima, y fue a otro lugar a dormir.

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Los celos la enfermaron y se volvieron más fuertes cuando no tuvo con quien compartirlos. Las mismas sirvientas empezaron a notarlo, y en las noches que Kanda no venía  —y ella aguardaba— se dieron la tarea de servirle alguna bebida, prender la chimenea u ofrecerle una manta para mayor comodidad. Ella muchas veces las retenía con tal de recibir compañía, y tal vez un poco de consuelo. Mucho más al saberse sola, porque le daba vergüenza contarle el asunto a su hermano, y saber a Lavi más aliado de su esposo que de ella.

Últimamente él lo cubría. Decía que Kanda salía con él, pero era mentira. Había claras huellas de la amante. Estaba en las marcas de su cuello, de su espalda, en el rechazo hacia ella… en la mirada perdida y brumosa de Kanda, en algunas exhalaciones… tal vez aprendió cómo era Kanda enamorado.

¿Sería algo duradero?

¿Tenía que aguantarlo?

¿Y si no lo hacía qué pasaba?

¿Por qué dolía tanto la idea de perderlo y la decisión de no hacerlo?  

.

¿Por qué tenía que haber pasado esto?

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Sin embargo…

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Una noche tocaron el timbre. Kanda salió a abrir la puerta al instante, ella no pudo seguirlo en ese momento, sin embargo tras un leve cabeceo, se dio el valor y salió a su busca. Le sorprendió no ver a “la otra”, o un miembro de la familia de Kanda, sino a Lavi. Acababa de darse cuenta que desde hace mucho no los veía tener una conversación fluida.

Él estaba riendo despectivamente en su pasillo, y Kanda se encontraba parado lejos de él, con los brazos cruzados y mandíbula apretada.

—No seas niño, no es tan fácil, tú sabes que no es así. La cosa es solo que te estoy dando…

—¿Qué? Yo ya no pienso seguir esto, y si tu cobardía va fregar las cosas pues vete a la mierda y…

—¿Y qué? Soy parte importante en esto por si no te acuerdas, Yuu. Soy igual de importante que tú.

—¡Entonces también vale lo que yo digo!

—Lo haría si fuera un buen plan, pero no es viable. No es ni diez años que esas cosas pasaban, y aun nunca más sucedan, estaríamos igual que…

—¿Y qué sugieres?

—Dale lo que quiere, sería más fácil…

En ese momento solo escuchó un resoplido, y en un santiamén Kanda ya tenía la garganta de Lavi en manos. Lenalee aun descolocada, se metió en medio y previó que todo pase a más. Lavi le vio casi con miedo cuando apareció, pero tras una susurrante disculpa, igual se acercó a Kanda y volvió a molestarlo.

—Te lo recomiendo —dijo.

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Ella nunca supo de qué se trataba eso, ni por qué Kanda volvió a perder los estribos tras aquello.

Por más que intentó interrogar el incidente, no logró llegar a nada.

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La amistad de Lavi y Kanda murió. Ya no había salidas entre ellos, Lavi ya ni lo mencionaba, y Kanda volvió a la rutina de insultos —al menos de forma más seguida— y juicios despectivos. Asimismo se rehusaban a verse.

Al mismo tiempo la amante desapareció. O al menos ya no dejaba huellas en la piel de Kanda, ni lo retenía hasta muy tarde ni otras consecuencias que ella causó, salvo… la lejanía de Kanda. Lejanía que era más marcada y persistente, sumada a un malhumor exacerbado, mutismo perpetuo y muchos desvelos… era como si el desamor hubiera aumentado sus defectos.   

A veces, parecía que las cosas —con la amante— volvían a su curso, sin embargo, al poco tiempo volvían los mismos síntomas, y más y más descontento.

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Cuando supo que Lverrier fue echado de la cámara de Lores por delitos de sodomía —tal como su secretario— no fue tan tonta como para no sospechar la historia que estaba oculta ante sus propias narices, pero…

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Cuatro y medio

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Lavi decidió acabar todo con Londres. Un día, según le dijeron, tan solo empacó sus maletas y se fue. Los sentimientos ante su ida se volvieron ambiguos para aquel momento, ya que no sabía si era bueno o malo. Y al pasar medio año de aquel suceso tampoco supo qué decir cuando le llegó una invitación donde se la invitaba a una boda. Era de Lavi, se casaba con una mujer llamada Sachiko.

Ese fue el momento donde las dudas estuvieron a punto de despejarse. Lavi ya no podía ser un enemigo vestido de secuas, ni era digno de desconfianza. La madurez había llegado a su vida, las ganas de estabilidad, y…

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Kanda negó ir a la ceremonia.

También, todo cuadro que una vez habían comprado de Lavi, se encontró desaparecido a su vuelta… No pudo enojarse.

Notas finales:
  1. No tengo idea de cómo era esto de la sucesión en esos tiempos en Inglaterra –aun no lo sé—y porque me dio flojera, pues… digo que es vía testamentaria, jajaja.
  2. Las leyes contra la sodomía estaban fuertes en esos tiempos. En 1830 y algo hubo mucha gente ejecutada por el “crimen”, y si bien en 1840 y tantos ya no hubo ese tipo de condenas, el acto seguía siendo un delito, y por tanto era penado de alguna forma.

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Bien, ya está nueva parte, como dije, la historia termina pronto, ya está culminada, entonces no hay vuelta de hoja, las cosas siempre siguen su debido rumbo, jajaja. 

 

¿A alguien le gustó este episodio?

 

PD: ¿Alguien se sorprende del LeverrierxLink? Yo me sorprendí cuando se coló la pareja en mi idea.

 


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