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L'entente amoureuse por Marcianita

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La primera carta llegó a eso de un mes. No tenía un tema específico, y contenía dentro de sí todo y nada. Al principio no supo ni qué responder, pero luego de recibir, seudo-ensayos acerca de por qué el estilo neoclásico estaba muerto, y el romanticismo era insulso*; ella se dio cuenta que podía comentarle lo que quisiera.   

En algunas cartas ella le habló de cómo pasó su día, en otras de una fiesta incómoda que se dio en casa de algún conocido, de la señorita Miranda, de su hermano, de… de todo, pero nunca pudo hablar de Kanda.

Cuando lo intentaba, los escritos sonaban a ensoñaciones, predicciones, o argumentos de defensa. No sabía en qué podía servir el que ella explique por qué lo veía como algo más que una fiera lista para desgarrar a su presa  —que según lenguas ajenas era cualquier persona—; cómo creía que era el estado de ánimo de Kanda en el presente día; o formulaciones sin argumentos, donde hablaba de sus hombros, de su porte, del cabello y sueños que creía concebidos. Ese tipo de argumentos rebosantes de fantasía femenina, le resultó difícil de transcribir, ya que los vio propios y no ajenos. Algo de ella, y nadie más que ella.

Y pese a que Lavi jamás lo usó como tema a tratar, en una le mandó una carta donde relucía una pregunta: «¿Lenalee cuándo piensan hacer familia tú y tu esposo?».

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«Supongo que todavía no», fue su respuesta

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De alguna forma la vida se hizo más respirable y menos insalubre.

La reconciliación con su pasado conjunto a su certeza de querer su presente, le abrieron una puerta importante. Los comentarios dañinos le resbalaban, sus amistades se hicieron más profundas y… la novedad volvía a presentarse a sus ojos.

Tal como en juventud se atrevió a buscar en diferentes tiendas de arte, hizo compras seguidas para renovar su vestuario y empezó a hacer actividades que le placían, tales como clases de música o baile. Kanda jamás recriminó nada, y en cambio pareció apoyar sus actividades. Y contando con eso no mermó en cambiar su cotidianidad con una nueva.

Las cartas eran un complemento perfecto para su nueva rutina. No llegaban todas las semanas, y siquiera tenían un patrón de establecido; pero eran notables cuando lo hacían.

El mismo cartero notaba el momento en que las traía, y tal como pasó ese mismo día, al rebuscar entre los sobres, le dictaminó que tenía una carta para su persona. Y tras decir eso le entregó el sobre con otros dos más. El de Lavi tenía la peculiaridad de venir enmarcado en diferentes colores, y tener en la parte delantera letras venidas de una máquina de escribir. Su nombre siempre era escrito como en antaño —aunque luego se ponía entre un par de paréntesis su apellido de casada— y el nombre de su amigo jamás se encontraba completo y era tan solo un simpático: Lavi.

Aun así, al entrar a su casa, leyó hacia a quién iban las  otras dos cartas y quienes la mandaron. Le resultó curioso, que una tenga como remitente Kanda, y que no existiera pista de quién era el emisario.

—¿Sabes quién te la mandó?  —Le preguntó a Kanda cuando llegó a casa.

Él tan solo se encogió de hombros y dijo:

—Yo qué sé.

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Más tarde, cuando Kanda abrió la carta, arrugó la nariz en signo de irritación. Y sin contemplación alguna la botó en el papelero. Nunca supo qué tenía escrita dentro de sí.

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Si las cartas de Lavi era una novedad, se dio cuenta que el estado de animo de Kanda era otra. O bueno, siquiera era eso sino…

—¿Sino?

—Pues no sé, lo encuentro distraído hasta enojado.

—¿Más?

—No, ahora verdaderamente enojado.

—¿Por qué será?

—Ya quisiera saberlo.

En realidad ella intuía a qué venía aquello: Las cartas que venían semanalmente a su persona. Siempre sin remitente, con colores oscuros que envolvían el contenido y letra pulcra antepuesta en la parte trasera, escribiendo de forma hermosa el nombre de su esposo. Era una letra digna de elogio, claramente de un artista.

Kanda a la segunda vez de verla volvió a botarla y esa vez sin leer el contenido. A la tercera, la metió al fuego de la chimenea y luego pidió a los sirvientes deshacerse de ella, para ahorrarle un agravio. Pero aun con todos los esfuerzos esas seguían, y Lenalee en ese momento al encontrarse en la casa del hermano de su esposo venía entendiendo el por qué.

—¿Sir. Tiedoll ha estado mandando cartas a Marie?

Miranda tras el sonrojo que cubrió sus mejillas respondió:

—Sí, parece que escribir cartas le parece una manera agradable de hablar con sus hijos, pese a que puede verlos seguido.

—Vaya…

Con eso todo pareció caer en su lugar.

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En la noche a la vuelta de su esposo, ella lo esperó. Tenía en sus manos el correo que llegó en el día, y se lo entregó.

—No puedes dejar a tu padre sin respuestas.

Kanda ante su sentencia le miró desde cauteloso ha resentido. Botó al sobre en el suelo y tras proferir un resoplido le dijo:

—Esta carta no es de él.

—¿Entonces de quién? —Ante el silencio simultáneo creyó haber ganado el duelo de carácter—. ¿Ves? Es de él y ahora sé un buen hijo, léelo y responde.

El entrecejo de su esposo se frunció con agresividad, pero vio entre todo el descontento una pizca de alivio y otro sentimiento que no supo reconocer.

—Lenalee…

—Hazme caso por favor.

Él tomó aire, y con lentitud recogió el sobre y lo leyó.

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Al principio fue un duelo, pero con el tiempo este dejó de ser.

Kanda abría los sobres, los leía con cautela, resoplaba alguna cosa entre despectiva a… tal vez cariñosa, lo cerraba y luego de un tiempo —con mucha suerte— respondía.

Entre todo ese vaivén de hacerle leer, de hacerle responder, de hacerle entender su deber de hijo, ella se dio cuenta del vínculo entre su esposo y Sir. Tiedoll. Kanda lo denominaba como insufrible, Tiedoll, pese a todo el registro bélico de su hijo, aun lo trataba como un niño y juraba que él tenía problemas de sociabilización.

«Un duro y obstinado corazón que con el tiempo se logrará ablandecer»; al verlo a punto de sonreír al leer, se dio cuenta que sin lugar a dudas era así, y… se sintió henchida de felicidad.

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—¿Verdad que era correcto leerle?

Kanda removió la cabeza en signo de negación, pero con voz casi amable le dijo:

—Lo que tú digas.

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2.5

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El viento era fuerte ese día, y el sol reticente a salir; Lenalee hasta miró al cielo a espera de la lluvia, esta no llegó pero sí el cartero. Este venía abrigado de pies a cabeza, y conforme a la moda de su país, tenía un paraguas dispuesto en mano por si llegaba la tempestad.

—¿Tiene algo para mí?

—Claro, cartas para usted y su marido. Espero acabar este trabajo antes que empiece la lluvia, no quiero mojarme.

Ella rió ante el apuro del hombre y sin más lo dejó ir. A rápidos pasos se metió en casa, ordenó que avivara el fuego de la chimenea, prendió las velas de miel cercanas a ella y se sentó en un sofá para leer sus cartas. Había una que era claramente de Lavi.

Tenía dentro de sí una novedad aún más nueva que ninguna otra: «Volveré a Londres», decía y según se explicó, era para algo más que una simple visita. Lenalee tras un año de no verlo y nutrirse de solo cartas, no tardó en ofrecerle un feliz viaje y un abrazo de previa bienvenida.

Notas finales:

Tremendo es un tiempo muy largo que no recibo ni un comentario en uno de mis fics --al menos en este fandom y esta pareja--, y bueno... admito que desmotiva demasiado y que hasta duele, pero... supongo que es porque o la historia no llama, o porque los lectores ya no creen en mí tras tanto tiempo de ausencia. Sea como sea, prosigo, no dejo esto, y tampoco pienso dejar las otras cosas que hice. En serio espero, algún lector que haya leído esto y quiera comentar. 

 

Fuera de eso, admito que sé que es raro leer un yaoi venida desde una óptica ajena, y peor una femenina. Sin embargo nada se puede cambiar, este fic era para un reto que tenía como fin el narrar un triángulo amoroso que tenga como narrador al personaje "perdedor" de la contienda. En este caso era Lenalee, y no quise ahondar en nada profundo tanto por capricho como goce propio; soy tremendamente egoísta, lo siento mucho. 

 

Y bien, ojalá sí guste este episodio. 

 

PD: La razón de la tardanza en actualizar, fue porque esperaba comentarios, pero... el tiempo pasó, nada apareció y bueno... me resigné. 


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