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Fruto prohibido || Black x Turles por Roveldel

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Notas del capitulo:

Contiene escenas que pueden herir la sensibilidad del lector. 

Por el momento, no tenía escapatoria posible. Turles no podría hacer nada más que apretar los dientes y aguantar la situación, hasta hallar una brecha en la llave que lo inmovilizaba ese tipo presumido, esperando una oportunidad para quitárselo de encima y tomar ventaja.

Le crispaba los nervios esa sonrisa de tarado mental, su flemática verborrea, y lo salido que estaba. Pero lo peor era su fuerza inusitada, era demasiado poderoso para ser un saiyan de clase baja. Si tan sólo pudiera estirar su mano...

Por su parte, Black aprisionaba a Turles contra la hierba con rudeza al mismo tiempo que lo manoseaba por detrás con delicadeza y presionaba sus caderas contra la redondeada retaguardia de éste, saciando sus más terrenales deseos de su faceta mortal. Acariciaba así su entrada con un dedo, haciendo círculos en torno a ésta, sintiendo palpitar su erección al notar la rigidez en el cuerpo y el rostro de Turles.

—¿A qué le temes saiyan? ¿Una herida de guerra? ¿O es tu amor propio lo que te lastima? —Turles trató de mirar a su oponente de soslayo, pues la voz de aquél se filtraba sutilmente por su oído en un grave murmullo. Apretó la mandíbula y los labios—. No importa lo mucho que quieras resistirte —sigilosamente, la yema del dedo índice de Black se deslizó por su abertura anal. Black rió—. ¿Lo ves? A decir verdad, creo firmemente que —el semidiós retiró su mano del trasero de Turles para llevarla al interior de la propia ropa. Tomó su erección con firmeza debajo de ésta, sintiendo verdadera urgencia carnal al notar el calor infame que desprendía, rezumando líquido preseminal, y suspiró en el oído del pirata, que experimentaba verdaderas náuseas de lo que estaba viviendo— voy a disfrutar más —Liberó finalmente su falo endurecido de cualquier molestia textil, se irguió un poco en su postura, asegurando todavía la sumisión de Turles, aplastando su cabeza contra la hierba desde la nuca con una sola mano, y acercó la tanto inflamada como humedecida punta de su apéndice al agujero del saiyan, herméticamente cerrado— si te resistes.

De un solo empujón, Black atravesó en total profundidad el orificio anal de Turles, chillando éste endemoniadamente de dolor. Dentro, la presión en torno a él enloquecía al antiguo kaioshin y, fuera, le deleitaba la tibia y dura piel que tocaba indecentemente con su pelvis, así como el sufrimiento que infringía en el hereje. Aquél, respiraba con furia entre dientes debajo de la mano de Black, babeando preso de la ira, contrayendo todos los músculos de su cuerpo, apretando más aún y sin quererlo el pene que albergaba en su interior, y otorgándole mayor placer a su agresor. Para su desgracia, Black se regodeaba en el martirio sacando con extrema lentitud su falo ensangrentado, producto del feroz desgarro ocasionado, mantenía la tensión en torno a la entrada con el glande unos interminables segundos, y embutía salvajemente de nuevo su divino mástil con el fin de arrancar de la garganta de Turles un quejido de dolor más fuerte que el anterior, cada vez que repetía ese movimiento. 
Sufriendo bajo el suplicio infringido por tan vil y vergonzante violación, Turles optó por rendirse en su fuero interno, desear que terminara ese insufrible castigo, y que ese saiyan traidor cayera exhausto después de correrse. Entonces, sólo entonces, podría romper sus ligaduras y perpetrar su justa venganza.

En contraposición, Black no tenía intenciones de terminar rápido con su malestar. Había notado el decaimiento de Turles y dejaba de ser divertido si el hereje cooperaba en su sentencia. Debía humillarlo más, satisfacer sus deseos carnales con una aberrante vejación bajo el pretexto del escarmiento a ese pecador, y terminar con ese osado insecto. Salió de Turles bruscamente, goteando una mezcla de sangre fresca y fluidos sexuales que resbalaban a lo largo del enhiesto tronco.

Aunque le doliera a rabiar, se alivió cuando le había dejado tranquilo el culo, pero se preguntaba qué tramaría después y si descubriría su secreto. Sin dejar de sentir el peso de la mano de Black sobre su nuca, el pirata vio las impolutas botas blancas de éste delante suyo. Luego, estiró su cabeza involuntariamente hacia atrás, a causa del tirón que ejerció el saiyan más sádico que conoció jamás sobre su enmarañada cabellera, y lo vio desde abajo como ese maldito quería: magnifico, implacable, poderoso, sonriendo con satisfacción y demasiada soberbia, empalmado como un condenado. “Joder —pensó Turles—, esa polla duele con sólo verla".

Efectivamente, dolía. Black urgía descargar y la garganta de Turles sería el receptáculo idóneo para hacerlo. Tiró un poco más de la pelambrera del susodicho para que abriera la boca de forma automática, ajustando la tensión necesaria en los músculos de la mandíbula, impidiendo que la pudiera cerrar, y masajeó su eje, pasando con cadencia a la vez que con fuerza su manos a todo lo largo de éste, notando entre sus dedos la tensión palpitante de las venas que se marcaban bajo la suave piel que lo recubría. La cara de sufrimiento de Turles lo excitaba aún más: sus ojos desorbitados, las lágrimas cayendo lentamente por sus sienes, los gañidos provenientes de su garganta, fruto de la rabia, de la impotencia y la humillación.

Se fue. Black disparó su semilla de ser inferior y mortal directo hacia la boca de Turles en una oleada tras otra de calambres placenteros que se extendían desde todo su balano y su vientre hasta cada recóndito fragmento de su mortal anatomía, rebosando la cavidad con su semen. Ciertamente, esta sensación era un regalo otorgado a los humanos de parte de los dioses, era un peligroso don, un arma de doble filo, pues no le extrañaba saber que por culpa de buscar dicho éxtasis los hombres, los saiyans ,y cualquier aberrante raza mal llamada inteligente, hayan cometido tropelías y crímenes sin medida.

Imbuido en esa mística sensación, y en los pensamientos que le evocaba en consecuencia, pasó por alto momentáneamente el siguiente paso en su infringida penitencia, pero que realmente era un acto misericordioso: hacer que Turles se tragara su simiente. Físicamente, era un odioso mortal, pero su esencia era innegablemente divina, siempre según él, y constituía un privilegio y un pequeño obsequio para el ajusticiado antes de concederle la pena máxima.

Abrió los ojos, pues, luego de recuperar el control perdido sobre su cuerpo, para obligar a Turles a que ingiriera, privándole de su respiración, el blanco y espeso líquido que había inoculado en su boca. Pero cuando bajó la mirada, Turles le sonreía. Aprovechando el pequeño descuido que había cometido Black al aflojar su agarre sobre él mientras duraba su orgasmo, dejando su mano acalambrada suspendida en el aire, se irguió y lo miró de frente, rezumando soberbia. La autoproclamada deidad, analizaba con estupefacción su rostro mientras iba recomponiendo sus facultades, esperando sin quererlo realmente una reacción en el saiyan.

Turles le escupió. Devolvió sobre el hermoso rostro del Dios narcisista el producto de su lujuria y éste, asqueado por la sensación y la imperdonable insolencia del contrario, se limpió con los dedos la viscosa sustancia que le caía por los ojos. 
Furibundo, oyó al irrespetuoso ser riéndose. Primero por lo bajo, luego con ostentoso escándalo,  hasta que pudo ver con nitidez su detestable rostro. Se había soltado. Turles tenía sus manos libres en ese momento, con el pulgar de una de ellas limpiaba sus labios de los restos de la lefa, mientras que la otra llevaba de camino a su boca una fruta indudablemente familiar.

De un bocado, el saiyan devoró con un sonoro restallido una pieza oportunamente robada del Árbol Sagrado, la cual había mantenido oculta entre sus manos desde que Black lo abordó luego de derrotar a su escuadrón, y posteriormente logró mantener cerca de él, escondida entre la convenientemente elevada maleza del Planeta Sagrado. Sólo necesitó un pequeño descuido de su captor para romper el amarre y alargar un poco la mano para alcanzarla.

—Eres un insolente, saiyan —espetó entre dientes Black, profundamente irritado.

A los pies de ambos, cayó la monda de la fruta.

Ese sucio ser había logrado su objetivo y pagaría más cara todavía esa doble provocación. Sin embargo, no pudo ir más allá. Un aura rojiza se desprendía desde la piel de Turles originado por el poder superior que le otorgaba el fruto el Árbol Sagrado. Éste, sabiéndose más poderoso de lo que jamás imaginó, asestó un imparable golpe en el pecho a su semejante que lo dejó estático y sin aliento.

—Ahora estamos de igual a igual, sabandija —dijo Turles riendo a mandíbula batiente.

—¡No blasfemies! —respondió con la voz entrecortada Black—. Un ser como yo, llamado a convertirse en dios, jamás será igual que tú, ignorante.

—Uh, cómo te gusta hablar —lo tomó con fuerza de la mandíbula y lo obligó a alzar la cara para mirarle—. Pero sí, ¡eres un mierda de clase baja como yo!

Con una mano sosteniéndole por el pescuezo, lo elevó sobre él y lo lanzó a una buena decena de metros de distancia, a la sombra de un vetusto árbol.

Levantándose con agilidad para contraatacar, adoptando su pose de pelea adquirida durante los entrenamientos con el anciano Gowas, Black comprobó que su enemigo había llegado con la asombrosa rapidez a donde lo había enviado. Se acercaba hasta él sin titubeos, acechándole con la mirada por el camino.

—Entérate, excremento, yo no soy como tú, soy superior en todos los sentidos —escupió Black, lamentándose de la debilidad a la que lo había expuesto su nueva identidad.

—No, no eres como yo. Eres peor —Lo acorraló contra el tronco del árbol presionando con el antebrazo izquierdo sobre su pecho—. Los saiyans somos crueles, sádicos y orgullosos —Le dio un apretón en los testículos con la otra mano, forzando a Black a soltar un desgarrador lamento de dolor—. No hay nada en ti que me diga que no eres como yo. Es más, mira lo cachondo que me pone verte sufrir —Turles rio con estridencia y empujó contra el vientre de Black la marcada erección de su maltrecho calzón de lycra—. ¿Lo ves? Soy igual que tú —Turles seguía riendo y restregándose sobre la entrepierna de Black, que lo miraba con el rostro tenso de repulsión—. No sé de dónde has salido, ni la fuerza tan tremenda que gastas, pero las tonterías esas que tienes te las voy a quitar rápido, ¡pedazo de mierda!

 

 

 

 


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